El señor de los pedales

La cortinilla no estaba del todo echada, así que no pude resistir la tentación de echar un vistazo al interior. Jaime tenía los pantalones bajados hasta mitad de los muslos, ligeramente vuelto de espaldas, pero lo suficientemente girado hacia el exterior como para que yo pudiera ver una impresionante perspectiva de un pedazo de rabo tremendo...

El señor de los pedales

¿No os habéis fijado nunca en los impresionantes bultos que presentan los ciclistas sobre sus bicis? Son realmente abultados, unos mogollones que no sé cómo no están censurados. Especialmente son más que llamativos cuando el ganador cruza la línea de meta y alza los brazos. Se echa entonces hacia atrás, como para dejar ver a todos su tesoro, una turgencia extraordinaria en medio de las piernas, resaltada por lo ajustado del "culotte" (por cierto, qué nombre tan erótico...). Yo mantengo que, además, en ese momento, con el éxtasis de la victoria, los ciclistas llevan una medio erección, consecuencia del placer de ganar, y entonces el bulto se les marca mucho más.

Como veis, sé bastante del tema, y no sólo porque me guste mirar los bultos de los ciclistas. Os explico. Soy estudiante de enfermería, ya en mi último curso, y por ello estoy haciendo prácticas. Tengo 20 años, pelo rubio, alto y delgado, ojos azules y un paquete que, salvando las distancias con los ciclistas, no está nada mal.

Pues bien, durante este verano he estado haciendo prácticas, como he dicho, y me recomendaron que lo hiciera en cierta entidad de carácter no lucrativo. Dentro de ella me destinaron a los controles antidoping de las carreras ciclistas. A mí siempre me habían llamado la atención lo eróticos que resultan los corredores con esos maillots tan ajustados, marcando paquete ante la (teórica) indiferencia general.

Pues bien, la primera carrera en la que tuve que actuar como enfermero en prácticas fue en una vuelta de juveniles, de carácter regional.

Venían a correr los mejores de España e incluso del extranjero. La primera etapa fue estupenda: estuvo muy competida, y finalmente consiguió ganarla, al "sprint", un chico andaluz al que llamaremos Jaime. Yo estaba en la meta presenciando la llegada, y cuando Jaime atravesó la meta, levantó los brazos, como hacen todos los ganadores, y nos regaló a los espectadores una visión de lujo: un bulto descomunal entre sus piernas; fue solo un momento, dada la velocidad que llevaba, pero estoy seguro de que se le marcaba incluso el rabo en una semierección, como decía al principio.

Soy gay desde hace tiempo, así que me puse cachondo, aunque tengo la impresión de que más de la mitad de los varones que estaban en la meta sintieron un respingo en sus nabos.

En fin, se supone que soy un profesional y acudí a la caravana sanitaria para proceder a los análisis antidoping. Al rato, tras la entrega de premios y esas cosas, llegaron los tres primeros; Jaime era, además, el primer líder. Entraron los tres cada uno en su cabina, cerrada con una cortinilla. Los que llegaron en los puestos segundo y tercero acabaron enseguida, salieron y me dieron su muestra de orina. Sin embargo, Jaime no salía. Me había quedado solo en la caravana. El médico había salido para ir al laboratorio a comenzar los análisis, dejándome encomendado que, en cuanto tuviera el del ganador, se lo llevara también.

Como Jaime no salía, me acerqué a ver qué pasaba. La cortinilla no estaba del todo echada, así que no pude resistir la tentación de echar un vistazo al interior. Jaime tenía los pantalones bajados hasta mitad de los muslos, ligeramente vuelto de espaldas, pero lo suficientemente girado hacia el exterior como para que yo pudiera ver una impresionante perspectiva de un pedazo de rabo tremendo. ¿Cuánto podría medir aquello?

En estado de descanso medía no menos de 20 centímetros, y quizá me quedo corto. ¿Qué hacía aquel muchacho, con apenas 17 años, con aquella verga descomunal y dedicándose a pedalear?

En ese momento el chico, que se miraba la verga y el recipiente que tenía en la mano, se giró un poco y me vio. Abrió entonces un poco la cortina y debió darse cuenta de mi estado de auténtico babeo a la vista de semejante paraíso. Sonrió un poco, miró el vaso y me dijo:

--Tengo un problema: no puedo orinar en este recipiente porque, si lo analizan, van a encontrar algo que no deben. Claro que podría hacerlo otra persona, a la que yo podría hacerle un favor... -Y se acarició lascivamente el vergajo, que se le bamboleó entre las piernas.

Yo no me hice de rogar. Lo empujé suavemente dentro de la cabina, eché la cortinilla y me arrodillé a sus pies: aquella era la verga más grande que había visto en mi vida. Además, qué bien torneada, qué hermosa y serena; estaba en semierección y ya era más grande que casi todas las pollas que había chupado. Le dí un lametón en el glande, y aquel nabo prodigioso dio un respingo de campeonato. Abrí la boca a tope y procedí a metérmela hasta el fondo. La tenía ya metida hasta la campanilla pero la sentía crecer dentro de mi boca, empalmándose del todo dentro de mí: ¡qué maravilla, sentir cómo se llena en tu interior el objeto de tu deseo! Lamí todo el vástago, a un lado y a otro, deteniéndome con gula en la hermosa y gran cabeza del glande, rojiza y brillante, restallante de zumos sensuales.

Me la metí de nuevo entera, y ahora, ya completamente empalmado, me costaba bastante más trabajo. Notaba la punta de aquel carajo enorme chocando con mi campanilla. Hice un esfuerzo sobrehumano y, ahuecando la garganta, conseguí metérmela aún más dentro de la boca. Rocé con la punta de la lengua el vello púbico del chico, y con el labio inferior toqué los huevos, que ya entonces estaban tensados en la bolsa escrotal. Me sentía como si me estuvieran metiendo un sable por la boca, pero un sable de carne, de deliciosa, caliente, lasciva carne. Ya no quedaba fuera de mi boca y garganta ni un centímetro de los no menos de veintiocho que medía aquel banquete en forma de polla; con pesar me salí un poco, porque había que golosear otros placeres... mordisqueé el glande suavemente, paladeándolo con delectación; me dediqué despues a chupetear los huevos, paradisíacamente eróticos, dos bolas enhiestas que me cabían al mismo tiempo en la boca.

Noté en ese momento contracciones en aquel pedazo de vergajo. Se corría, y no iba a dejar que se desperdiciara. Coloqué mi lengua como una alfombra donde el glande pudiera descansar, y aquel delicioso ojete comenzó a lanzar sus trallazos de leche. El primer trallazo estuvo a punto de escapárseme; con la fuerza de salida me calló justo en la mejilla, pero muy cerca de la comisura de los labios. Allí debía esperarme un poco. Los siguientes fueron depositándose, uno tras otro, en aquella alfombra roja en forma de lengua que yo había dispuesto para que el señor de los pedales se corriera en mi boca. Aquella carrera la iba a ganar también, de eso no cabía duda. Se me fue acumulando en la lengua, que yo coloqué cóncavamente, para que no se escapara nada, un gran depósito de semen; cuando ya era evidente que no había más leche que salir, sepulté aquel nabo delicioso, junto con la leche que me había regalado, dentro de mi boca; si es un placer beber la leche de los amantes, lo es aún más cuando semen y polla están juntos dentro de la boca, como hice aquel día, y te vas tragando la leche poco a poco, mientras jugueteas con el nabo entre los dientes.

Cuando ya no quedaba nada por tragar, miré a Jaime. Miraba hacia el techo, tenía la boca abierta, y, que me aspen si no tenía una de las sonrisas de placer más auténticas que haya visto nunca. Me miró entonces y sonrió pícaramente.

--Ahora te toca a ti.

Creí que iba a salirse de la cabina para dejarme que orinara en el recipiente, pero se quedó allí. Obviamente, no tenía ningún reparo en mostrarle mi carajo. Me abrí la portañuela, me saqué el nabo, que a esas alturas estaba totalmente empalmado, como es lógico, y puse debajo el recipiente. Miré a Jaime, y vi que me seguía mirando con aquella mirada entre pícara y socarrona.

--¿Qué pasa, no te sale?

Negué con la cabeza.

--Es que en estas condiciones... no puedo mear.

--Bueno, hay sistemas para conseguirlo.

--Sí -dije yo--, mojarse las yemas de los dedos, pensar en agua cayendo...

--No, no -dijo él--, nada de eso, hay sistemas mucho más rápidos y eficaces.

Y, ni corto ni perezoso, apartó el recipiente de la punta de mi polla, se agachó, y se metió mi carajo en su boca. ¡Guau! Aquello tomaba cada vez un mejor aspecto. El chico no debía ser precisamente un novato, porque chupaba con gran experiencia. Lamió con gula el glande, lo succionaba con placer, pasaba la lengua a lo largo de todo el mástil, se detenía en los huevos...

Yo, que estaba para reventar, reventé: comencé a largar trallazos de leche, y el ciclista, que estaba con el rabo metido en la boca, a la mitad de sus veinte centímetros de longitud, recibió la leche sin pestañear: la tragaba con gula, pero también sin prisa, como saboreándola... Cuando no me quedó ni una gota, Jaime se puso de pie y me dio un beso de lengua. Nuestras leches, de las que aún quedaban restos en las bocas, se mezclaron deliciosamente. Cuando terminó de explorar con su lengua la mía, se separó y me dijo:

--Ahora verás como puedes mear a las mil maravillas.

En efecto, oriné todo lo que quise.

Mientras le llevaba la muestra al médico, pensé que no iba a aparecer sustancia de dopaje alguna, pero sí restos de otra, espesa, cálida y deleitosa. Iba a ser un análisis realmente original...