El Señor Cosquillas (revisado)

La sorprendente historia de una niña y su peluche, el Señor Cosquillas.

—Me preocupa Sandra.

Fernando apartó la mirada de la tele, pese a que sabía que se perdería la persecución en coche que, según decían, era la mejor escena de la película. Tras luchar para reprimir un suspiro de hastío, forzó una sonrisa y miró a su mujer, Majo.

—¿Por qué, cariño?

Antes de que la aludida pudiese responder, una adolescente apareció en el salón con los ojos abiertos como si hubiese visto un fantasma y comenzó a buscar por el sofá con desesperación hasta que encontró un viejo conejo de peluche debajo de un cojín.

—¡Señor Cosquillas! —dijo la chica con gran alegría—. ¡No me des estos sustos!

Solo entonces se dio cuenta de que sus padres la miraban, por lo que les regaló una de sus patentadas sonrisas repletas de adorabilidad.

—¿Está todo bien, tesoro?

—Sí, papi. Solo buscaba al Señor Cosquillas, no quería irme a la cama sin él.

—Ah, ¿ya te acuestas? —lanzó una mirada furtiva a la televisión, pero la persecución había terminado.

—Sí, ya pasan de las diez. ¡Besitos!

Se lanzó a los brazos de su padre, quien se comió a besos a su pequeña y aprovechó para hacerle cosquillas hasta que la niña consiguió escapar de su presa y, todavía riendo, le dio dos besos a su madre, cuyos ojos estaban clavados como estacas en su marido.

—Buenas noches —dijo secamente la mujer.

La jovencita se marchó cantando y bailando con su conejo de peluche y solo entonces Fernando volvió la mirada de nuevo a su mujer. En cuanto le vio la mirada, supo que había hecho algo malo.

—¿Qué ha sido esta vez, María José? —dijo con tono de aburrimiento. Sabía que eso le traería más problemas, pero había veces que no la soportaba.

—¿En serio, Fernando? ¿Es que no me oyes cuando te digo las cosas? ¡Sandra va a cumplir dieciséis años el mes que viene y se porta como si todavía fuese una niña!

—Déjala, mujer. ¡Ya tendrá tiempo para portarse como una adulta!

—¿Pero a ti te parece normal que con su edad no quiera irse a dormir sin ese maldito conejo blanco?

—Creo que estás exagerando.

—¡Claro, porque eso es lo que hago yo! ¡Exagero! ¡Tú mimas a la niña y yo exagero! ¿Pues sabes qué? ¡Me voy a la cama yo también!

—Pero si es muy temprano, no vas a poder dormirte todavía.

—¡Pues leeré!

—No lees un libro desde el instituto, Majo.

—¡Contaré ovejas! ¡Déjame en paz!

La mujer se marchó echa una furia y tras un suspiro cargado de paciencia Fernando se dispuso a disfrutar de lo que quedase de película. Con un poco de suerte todavía habría alguna otra persecución en coche.

Sandra se revolvió entre sueños, inquieta, y abrió los ojos. Al principio se sintió desconcertada, pero entonces notó las familiares cosquillas de su entrepierna y bajó una mano hasta la cabeza que le lamía el sexo con dedicación. Acarició una de las largas y suaves orejas blancas de esa cabeza y dejó escapar un suave gemido.

—Hola, Señor Cosquillas —susurró la joven, y después se mordió los labios para no gritar.

La lengua del Señor Cosquillas estaba haciendo un trabajo especialmente bueno esa noche, casi como si se moviese con rabia, y la chica se encontró de pronto abrazando la almohada para que esta ahogase sus gemidos de placer. La dedicada labor continuó durante un buen rato, más del habitual, hasta que al fin el conejo, ahora mucho más grande, se hizo a un lado y se acercó a la joven. Le quitó la almohada de un tirón y Sandra, en lugar de ofrecer resistecia, sonrió y abrió la boca, pues aguardaba con ansia lo que venía a continuación. El Señor Cosquillas le metió la polla en la boca y empezó follársela con fuerza, mientras agarraba a la chica por su largo pelo rubio y hundía los dedos de la mano libre en el coño encharcado. El olor a sexo y los suaves gemidos llenaron la habitación, y, mientras el conejo follaba a Sandra con dedos y polla, esta se tocaba los pequeños pechos en busca de un poco más de placer. El grueso miembro entraba y salía de su boca con rapidez, tanta que tenía el tiempo justo para tomar un poco de aire antes de cada embestida, y la saliva de la chica, que cubría el falo por completo, chorreaba por la barbilla y caía en gruesos goterones a las sábanas rosas de corazoncitos blancos. El primer orgasmo alcanzó a Sandra sin que esta lo esperase, y tan solo el pedazo de carne que ocupaba su boca le impidió lanzar un grito de placer, aunque los temblores de la chica dejaron patente que se había corrido. El Señor Cosquillas, sin soltar todavía su bonita melena rubia, sacó la polla y la restregó por las pequeñas y enrojecidas tetas, castigadas por la propia Sandra a base de pellizcos. Después se movió alrededor en la cama y a través de pequeños tirones de pelo indició a la adolescente lo que quería, aunque esta lo sabía bien, pues casi todas las noches seguía los mismos pasos. No es que se quejase, desde luego, sino todo lo contrario: estaba encantada con su conejito y no lo habría cambiado por nada del mundo.

Se colocó a cuatro patas y, tras recibir un par de azotes, sintió que la polla entraba en su coño. Entonces, de pronto, el Señor Cosquillas le obligó a hundir el rostro en la almohada, y Sandra el corazón de Sandra se aceleró ante la expectativa de algo diferente, algo que nunca antes había pasado. Esa noche la follaba con más dureza de la habitual, y, para su sorpresa, sintió que le gustaba. Pero entonces un dedo penetró su culo, y la chica comenzó a revolverse al tiempo que trataba de negarse, pero la almohada apenas le dejaba el aire suficiente para respirar. El placer se mezcló con la sorpresa y con un poco de miedo, mezcla que para la chiquilla resultó mucho más agradable de lo que había esperado. La polla seguía entrando y saliendo con fuerza de su coño, pero eran ya dos los dedos que llenaban su otro agujero. Las lágrimas corrían por el rostro de la niña quien, pese a ello, no deseaba que aquello acabase. Sin embargo lo hizo, y El Señor Cosquillas sacó la polla de repente, negando a la chica un orgasmo que estaba a punto de llegar. Esta quiso protestar, pero entonces sintió que los dedos abandonaban su culo virgen y la polla se hundía en él con dureza, sin contemplación alguna. El enorme conejo blanco agarró a la chica del pelo y la obligó a alzar la cabeza. Sandra, con los ojos en blanco y jadeando a causa de la explosiva mezcla de dolor, humillación y placer que sentía, se corrió como nunca antes lo había hecho. Un instante después sintió la corrida del Señor Cosquillas llenando su culo recién estrenado.

Fernando entreabrió en silencio la puerta de la habitación de Sandra y la encontró dormida, abrazada como siempre al Señor Cosquillas. Satisfecho al ver que la niña dormía, se marchó a su habitación y se metió en la cama que compartía con su arisca esposa. Se dispuso a apagar la luz, pero antes se levantó de nuevo, abrió uno de los cajones de su armario, del que asomaba una larga oreja blanca de conejo, y se aseguró de que quedase dentro antes de volver a cerrar con la llave que llevaba colgada al cuello y de la que nunca se separaba. Después volvió a la cama y apagó la luz. El Señor Cosquillas estaba agotado.