El seminario del sexo

En mi primer año en el seminario, debo vencer las tentaciones de unos demonios con ganas de sexo duro.

Este relato es un sueño muy morboso que tuve anoche. No tardé en correrme.

*          *          *

Era mi primer año allí. Mi vida había dado un giro drástico, de estudiante de medicina a internarme en un seminario. Estaba un poco perdido, no sabía qué pensar, qué creer, y acabé encerrándome en una cárcel de curas. Dormíamos en habitaciones compartidas de dos, como en una residencia universitaria. Me sorprendió el ambiente, para nada serio o arcaico como pensaba. Lo peor de aquel seminario eran los tíos, algunos marcaban un culazo y mostraban grandes rabos en las duchas comunes. Aprendí que el primer año llegan chavales perdidos que al final solo buscan algo de juerga y abandonan al año siguiente. Tal vez yo sea uno de ellos.

Uno de los chicos llamaba poderosamente mi atención, Hugo. Era alto, de ojos marrones y piel morena, un negro fibrado de sonrisa perfecta. Debo reconocer que nos echábamos miraditas en el comedor. El seminario era una mina de maricones, especialmente el primer año. Un día tras la comida estaba con un amigo y su mirada me estaba poniendo malo. Tenía calor y me puse rojo. Me levanté y fui al baño a lavarme la cara. Aproveché para mear. Los curillas no gastaron dinero en inodoros individuales, unos urinarios de pared y listo. Cerré los ojos dejando la mente en blanco. Al abrirlos Hugo estaba en el urinario de al lado. No pude evitar fijarme en su pene, largo en estado flácido. Hugo se acarició la punta recreándose a sabiendas de que miraba de reojo, se subió los pantalones y se fue. Pregunté por ahí y descubrí que Hugo era estudiante de quinto curso, muy querido por todos. Los sacerdotes estaban muy contentos con él y le daban algún que otro privilegio.

Dos semanas después, entro en mi habitación y descubro una nota sobre la cama:

«Vencer al diablo».

«Miércoles 27, 18:00, sexta planta».

Me sonó extraño, la sexta planta se encontraba cerrada, pero al parecer los curas la habían rehabilitado para organizar algún tipo de conferencia. La tarde indicada subí las escaleras hasta la última planta. La luz era tenue, apenas se distinguían los escalones. Al llegar a la planta seis me encontré solo delante de una puerta cerrada.

«Llamar antes de entrar».

Golpeé la puerta y esta se abrió.

Me recibió un chico joven. Me indicó que entrase y tomara asiento. En la sala había cerca de veinte alumnos, todos parecían de primeros cursos. Las luces se apagaron y en la pared se proyectó un vídeo.

«El demonio se encuentra entre nosotros...»

Después de un breve repaso histórico, un fundido en negro y una voz en off.

«Hoy os enfrentaréis al demonio y saldréis victoriosos».

No me di cuenta de que mientras proyectaban el vídeo, el joven salió y cerró la puerta con llave. Nos dejaron solos en esa habitación, y cuando el proyector se apagó nos quedamos a oscuras. Una música relajante de cascadas de agua y fuentes se empezó a escuchar. El proyector volvió a encenderse.

«Tentación 1: apego al materialismo», leí.

¿Qué querría decir?

Uno de los alumnos se acercó a la puerta y llamó. Le abrió un chico joven muy parecido al anterior, lo miró de arriba a abajo, negó con la cabeza y volvió a cerrar. Otros intentaron cruzar la puerta, pero el joven lo impidió. Comenzamos a debatir sobre el materialismo en un intento por encontrar cómo vencer la tentación. Al final uno sacó el mito de Adán y Eva, y su desnudez. Otro se quitó la ropa y se quedó en bolas, prácticamente no pude ver nada por la poca luz de la sala. Llamó a la puerta y abrió el joven, miró su cuerpo desnudo, hizo un gesto de aprobación y se echó a un lado. Los demás seguimos su ejemplo y nos desnudamos, dejando la ropa por el suelo.

«Tentación 2: adoración a falsos dioses».

Un laberinto de habitaciones con luces de neón. Aquello era una locura, un gran número de tíos se paseaban desnudos ocultando su rostro bajo una careta de diablo rojo. Había cuerpos de todos los tipos y pollas de todas las formas y tamaños. Se me puso morcillona. El grupo de alumnos se discregó por las habitaciones y me quedé solo entre esos cuerpos. Algunos se acercaban y me acariciaban los brazos y las nalgas, se pegaban a mí y me rozaban con sus rabos.

Me estaba poniendo cachondo, manos desconocidas se acercaban y me manoseaba la polla. Intenté sacar esas imágenes de mi cabeza y busqué la salida. Vi cómo algunos alumnos cayeron en la tentación y, de rodillas frente a alguno de estos dioses, mamaban con gusto.

Uno de los dioses me agarró de la cintura y me atrajo hacia él. Su polla se pegó a mí raja y mi ano palpitaba. Nunca había sentido un rabo en mi culo, pero la situación me estaba poniendo enfermo. Acercó los labios a mi oreja.

—Ven conmigo —susurró.

No le hice caso, me liberé de sus manos y huí. Por suerte encontré la salida y abandoné el laberinto de dioses.

«Tentación 3: lujuria».

Si lo anterior era un laberinto de pollas, esto era peor, o mejor, según se mire. Salas alargadas comunicadas entre sí en la que un puñado de tíos con careta follaban duro. De rodillas, a cuatro, de pie, cabalgando, tríos, cuartetos, dobles penetraciones, trenecitos… la cuna del vicio. Me quedé embobado viendo a un tío musculoso levantando las piernas y abriendo el culo para ser penetrado por un twink delgadito.

Escuché un grito ahogado y fui a ver. Uno de los alumnos estaba a cuatro patas sobre una colchoneta. Tenía una pelota en la boca que le impedía hablar. Un demonio lo embestía con fuerza, su polla entraba y salía con facilidad impregnado en aceite. Otro demonio pasó por debajo de las piernas del primero y se deslizó bajo el alumno. El primer demonio, sin sacar el rabo de sus entrañas, lo empujó hacia abajo. El segundo demonio colocó su glande a la entrada del culito depilado del alumno. El primero seguía follándolo con fuerza, y su agujero se dilataba cada vez más. La punta entró y el alumno se revolvió, gimió y lloriqueó. Pero los demonios no iban a parar ahí, el segundo presionó hasta que los dos rabos estaban dentro. Como una canción de nana, los demonios seguían el compás y la sacaban y la metían siguiendo el ritmo.

Me di la vuelta y me fui. No encontraba la puerta. Uno de los alumnos me tomó del brazo y me guió por las habitaciones. Creí que me llevaría a la salida cuando me cortó el paso y me besó. Sus labios carnosos agarraban los míos y su lengua inquieta entraba en mi boca. Me  cogió las nalgas y las abrió. Noté un viento frío sacudirme el ojete. De repente sentí un glande hinchado presionarme el ano tratando de perforarme.

Le di un empujón al alumno, me giré y vi a un demonio con la polla tiesa y lubricada. Estaba buenísimo, tenía un cuerpo fibrado y un rabo largo y gordo. No pude evitarlo, le agarré la polla y empecé a pajearlo. Le apretaba el culo con una mano y le sacudía el rabo con la otra. Qué ganas tenía de follármelo.

Me alejé de él. ¿Dónde coño estaba la salida?. Al fin la maldita puerta estaba ante mí. Corrí hacia ella, la crucé y respiré hondo. Mi pene estaba al máximo, me iba a estallar.

«Tentación 4: gula».

Una hilera de demonios con los rabos erectos. Olía a sexo, mis pies desnudos pisaban charcos de leche caliente. Los demonios se pajeaban con mimo y llamaban a los pocos alumnos que habíamos llegado hasta allí. Tenía un ansia irrefrenable por chupar alguna de esas pollas. Era activo pero, ¿a quién no le gusta mamar?. Hacía meses que no me comía un rabo y, de vez en cuando, todos sentimos la necesidad de que un falo nos llene la boca. Pajearlo con los labios, lamer su cabeza y, entre gemidos y sacudidas, saborear un chorro de leche que va directo a la garganta.

Uno de los alumnos no aguantaba más. Se puso de rodillas y dos demonios acercaron su verga a la boca del joven. Vi a otro hacer una garganta profunda y el que se encontraba a mi lado estaba en pleno debate sobre si debía resistir más o lanzarse a por una.

En una esquina, dos alumnos estaban arrodillados en medio de un círculo de demonios. Pasaban de una polla a otra veloces. Unos minutos después los demonios comenzaron a correrse, unos en sus bocas, otros sobre el pelo, la cara, los hombros y el pecho. Acabaron cubiertos de semen recién ordeñado.

Con dolor en los huevos, continué hacia la siguiente tentación.

«Tentación 5: orgullo».

Llegamos cuatro a la penúltima prueba. Estábamos exhaustos, con las pollas hinchadas y deseando meterla en algún agujero. Al entrar vi una sala pequeña. Había una línea de potros de gimnasio con un demonio delante de cada uno de ellos.

Vi la prueba en directo cuando uno de los demonios llevó a un alumno a uno de ellos, pegó su pecho al potro y le amarró las muñecas, le separó las piernas y le clavó el rabo hasta el fondo. Debíamos vencer el orgullo y dejarnos hacer. Yo era activo, jamás un rabo se introdujo en mi agujero, pero aquella tentación me obligaba a dejar atrás el orgullo y poner el culo.

Vino un demonio a por mí. Tenía un rabo corto pero gordo. Dudé. Al principio le solté la mano, el demonio se volvió hacia mí y me agarró el brazo con fuerza. Me tiró sobre el potro y me ató las muñecas a las patas con una cinta negra. Me separó las piernas y se arrodilló. Noté su lengua húmeda repasarme el contorno del ano. Me devoraba el trasero con maestría, su lengua rebuscaba en mi agujero y me lo abría. La puntita entró y, detrás, un dedo. Creí que me dolería, pero su dedo me dio un gusto indescriptible. Apretaba mi ano y este ya no podía cerrarse, sino que se abría más. Por primera vez mi culo pedía rabo. A lengüetazos metió hasta tres dedos, me sentí abierto.

El demonio se acercó a mí oído mientras su polla se colocaba a la entrada.

—Te va a doler —me dijo.

Había sido un error desvirgarme el culo con una polla gorda como la suya. No entraba. El demonio volvió a arrodillarse y me devoró el culo de nuevo. Me logró meter un cuarto dedo y volvió a intentarlo. Colocó su polla gorda en mi ano, su glande presionaba y, poco a poco, mi ojete se fue abriendo. Cuando entró la punta grité de dolor. Era insoportable, necesitaba sacar ese rabo de ahí, casi no podía respirar. Pero al demonio le daba igual si gritaba o gozaba, siguió metiendo su rabo con fuerza hasta que sus huevos chocaron con los míos. Lloré del dolor.

El demonio, viendo mi culo dilatado, empezó a meterla y sacarla con fuerza. Poco a poco el dolor fue tornando a placer, mi próstata crecía acariciada por ese falo demoníaco. Como mis labios al hacer una mamada, mi culo mamaba su polla gorda. Entonces entendí los gritos de los pasivos que me follaba. Era un placer distinto, más intenso, más profundo. El demonio me embestía contra el potro con una furia desbocada. Sus uñas arañaban mi espalda mientras veía cómo mis compañeros recibían sus embestidas. Alguno decidió no poner el culo y se marchó por otra puerta sin superar la tentación.

Mi polla estaba flácida y soltaba precum, mi placer ahora se concentraba en mi culo. El demonio gimoteó y me la metió hasta el fondo. Sentí un chorro de leche preñarme. El demonio descargó todo su jugo y salió de mi interior. Se arrodilló de nuevo y con su lengua húmeda lamió el semen que escapaba por mi ojete.

—Suerte en la tentación final —me dijo.

«Tentación 6: vecer a Satanás».

Me senté en una sala a la espera de ser llamado. Un alumno volvió cabizbajo. Me fijé en su trasero, su ano estaba súper dilatado y enrojecido. Se marchó humillado por otra puerta.

—Siguiente —gritó alguien desde el interior.

Una sala cuadrada iluminada por velas. Pegados a la pared, un grupo numeroso de demonios estaban sentados en sillones de cuero. En el centro, Hugo ataviado con una capa negra y una corona.

—Bienvenido a tu última tentación. Dos opciones: poner tu culo y tragarte esto —dijo sacudiéndose su enorme verga— o luchar contra mí y lograr preñarme.

Después de probar el rabo del otro demonio, mi culo pedía ser follado de nuevo. Tenía una polla monstruosa, una tranca negra de más de 20cm y gruesa como un vaso de tubo. Aquello me reventaría. Pero su culito brillante me llamaba desde el primer día, me había hecho cien pajas pensando en poseerlo. Acepté el reto.

Hugo se quitó la capa y la corona y comenzó el duelo. Me lancé a por él tratando de derribarlo, pero sus brazos fuertes me empujaron y caí contra el suelo.

—Va a ser demasiado fácil —comentó.

No estaba dispuesto a dejarme ganar. Repté por el suelo, le agarré las piernas y lo derribé. Nos levantamos ambos humillados. Sería una dura batalla. Hugo fue a golpearme con el puño y, mientras lo frenaba, aprovechó la distracción para darme una patada en el tobillo. Caí y me incorporé veloz. Le solté una patada en el vientre que lo dejó aturdido. Con las manos le agarré la cabeza y la acerqué a mí polla, de nuevo erecta. Se la clavé hasta la garganta y conseguí que mamara durante unos segundos. Unos cuchilleos de aprobación se escucharon entre los demonios que juzgaban la escena. Estos disfrutaban viendo el espectáculo mientras se pajeaban.

Hugo se irguió furioso y arremetió contra mí. Mi tiró al suelo y se abalanzó. Me dio la vuelta como una tortilla.

—Ya eres mío, maricón.

Su lengua devoró mi culo y un dedo se introdujo. Estaba acabado. Pronto su enorme tranca me rompería y saldría humillado y con el ojete rojo.

Pero en el amor y la guerra todo vale, y jugué mi última baza. Escurrí mi mano por el suelo hasta alcanzar sus genitales y agarré con fuerza sus huevos. Hugo gritó y se tensó. Se levantó y pude ponerme en pie mientras mi puño apretaba sus testículos. Hugo estaba pálido, apenas podía articular una palabra.

—Satanás va a ser vencido. Túmbate boca abajo.

Al principio se resistió a obedecer, pero apreté un poco más. Sin soltarle las pelotas, lo acompañé al suelo. Quedó tendido boca abajo, yo me coloque encima. Agarré sus piernas con las mías y amarré sus muñecas con las manos.

No tenía una mano libre con la que llevar mi polla a la entrada de su culo. Con paciencia coloqué mi glande en su ojete. Sus nalgas negras sudadas brillaban. Hugo estaba a cien, relajó sus músculos y abrió más las nalgas. Asumió que había sido vencido y facilitó la preñada.

Con el peso de mi cuerpo fue introduciendo mi polla tiesa en su trasero. Hugo no gritaba, no se revolvía, su culo estaba hecho a la fiesta. Con mimo fui metiendo mis 17cm de rabo. Cuando mis pelotas tocaron el suelo me recorrió un escalofrío de placer. Comencé suave, subí la intensidad y empecé a bombear con buen ritmo. Su culo estaba muy dilatado, pensé que aquello aguantaría otra polla sin problema. La escena hacía las delicias de los espectadores, quienes se pajeaban a lo bestia.

Hugo levantó el trasero y permitió que mi polla se metiera hasta el fondo. Cuando mi glande tocó fondo, gimió. Como mi ojete en el potro, el ano de Hugo mamaba mi verga y estaba a punto de ordeñarme.

Quería ver a Satanás corriéndose, así que le di la vuelta sin sacar mi polla de su culo y comencé a pajearlo. En mis manos su rabo parecía todavía más grande. Me servía como punto donde agarrar para mantener el ritmo. Era una vara de metal caliente. Lo pajeaba con las dos manos, su cabeza gorda estaba húmeda. Hugo se revolvió y gimió, un chorro de semen salió disparado y lo cacé al vuelo. Su ojete se dilataba y se contraía, mi rabo estaba gozando en ese culito negro. Sentí un ardor en mis huevos y comencé a correrme. El trasero de Hugo me ordeñó hasta vaciar mis pelotas en él. Caí rendido sobre su cuerpo y le lamí un pezón.

Los demonios se levantaron e inclinaron la cabeza a modo de reverencia.

—Has superado las seis tentaciones —dijo Hugo mientras se recuperaba del polvo— A partir de ahora eres miembro del Infierno.

«Curiosa forma de darme la bienvenida», pensé.