El Semental de las Mayén (02)

La soledad y la tristeza forman una mala pareja, y son de las peores consejeras que hay.

El Semental de las Mayén

II

Mamá se levantó al día siguiente como normalmente lo hacía. Preparó el desayuno y limpió la casa. Rosario la ayudó, como normalmente hacía. Lo único anormal de la situación era el silencio extremo que guardaban las 2 mujeres. Ninguna hablaba, ninguna pronunciaba palabra, solo silencio. Ingrid, mi linda sobrinita, hija de Rosario, era la única que andaba alegremente por allí, haciendo ruido animadamente. Ella tenía unos 6 años en esos días, y se preparaba para irse al colegio. Beto seguía durmiendo.

Extrañamente mamá andaba con la mirada extraviada en el cosmos, no estaba allí. Insistió en ir a dejar a Ingrid a la escuela, en lugar de Rosario que siempre iba. Obviamente no quería quedarse sola con Beto. Rosario solo la vio salir a la calle con la niña de la mano, con la mirada perdida y con la sonrisa totalmente borrada de su rostro. Entonces decidió ponerse a investigar.

Se dirigió al cuarto de Beto, entró. Dormido. Pensó en darle la vuelta para ver si todavía tenía esa gigantesca erección de anoche, pero desistió antes de intentarlo. Una duda le clavaba en su alma, ¿qué había pasado anoche, que hizo que su madre se saliera a masturbar frenéticamente al baño? No lo comprendía.

La mañana pasó, y Beto se levantó un poco más animado que la mañana anterior. Se sentía raro (ya todos sabemos la razón). Dio los buenos días y pasó a desayunar. En ese momento entró mamá a la casa. En cuanto lo vio sentado en la mesa del comedor, se puso pálida.

Buenos días abuelita.- le dijo Beto alegre.

,… buenos días… Beto…- contestó mamá con temor. Sentía un miedo atroz de que Beto se hubiese dado cuenta de lo de anoche.- ¿q-que tal dormiste…?

Bien, bien abuelita.

¿Bien, bien?

Si, bien, bien.- a Rosario le extrañó que mamá se lo preguntara 2 veces.

La charla de nieto y abuela terminó allí. Ella se salió de la habitación y se fue al sitio. Rosario le dijo a Beto que podía ver tele y que no se agitara, que todavía estaba malito. Intrigada, después de lavar los platos, se fue al sitio a ver qué hacía mamá. Se quedó con la boca abierta y casi se desmaya cuando se dio cuenta. Con la falda hasta la cintura y los calzones colgando de una espina del naranjal, mi madre se masturbaba como una loca. Estaba desahogando más de 35 años de represión, más de 35 años de insatisfacción sexual, más de 35 años de frustración.

Rosario se impresionó de la furia e intensidad con que se masturbaba. Ella misma ya lo había hecho (no más de 4 10 veces a lo largo de sus 36 años de vida), pero nunca así. Nunca gesticulando con tanto dolor y fuerza, nunca con la pusa chorreando de esa manera, nunca como poseída… mi hermana mejor prefirió irse de regreso a la casa para ver qué hacía Beto. Le quemaba la lengua preguntarle a mamá que le estaba pasando, pero no se atrevía.

La mañana pasó y llegó el medio día. Debido a su enfermedad, Beto no se había bañado en varios días, y como había calor, era un buen momento. Mamá inmediatamente le dijo a Rosario que se hiciera cargo del baño de Beto, que ella debía salir para hablar con el padre. Rosario se molestó un poco pues ella debía salir a hacer unas diligencias, pero como mamá se ofreció a hacerlas, no tuvo más remedio que quedarse.

Preparó un baño de agua tibia para su sobrino, y lo esperó en el baño. El llegó y ella salió. Pero, curiosa como era, tenía que espiar a su sobrino. Ella también había quedado muy impresionada con lo que había visto de el la noche anterior. Se subió sobre un bote que puso al pié de la ventana, y desde allí vio todo lo que Beto hacía.

Allí, parado en medio del baño, mi hijo se desnudaba. A sus 13 ya era un niño alto y ya se perfilaba lo cuadrado que sería en el futuro. Entonces se quitó el calzoncillo y Rosario se quedó muda. Era el pene de Beto, dormido y aguadito, pero descansando sobre unos huevotes. Ahora que mi bebé tiene 20, posee unos huevotes del tamaño de pelotas.

Se metió dentro de la tina y comenzó a dejarse caer la tibia agua por su cuerpo. Se dio la vuelta, y mi hermana pudo ver sus nalgas en todo su esplendor. Se comenzó a calentar pero… ¡era su sobrino y ella no se podía calentar con su sobrino! Eso no era sano, era sucio, enfermo, malo… ¡pero qué bien estaba el muchacho!

Rosario bajó de allí caliente. Su nena andaba revoloteando por toda la casa y lo mejor era que no la viera allí. Mamá llegó unas horas después, cansada, apesadumbrada y llorosa. Quién sabe lo que el padre Andrés le habrá dicho.

Y llegó la temida noche. Temida por mi madre, pues ella era la que acostumbraba a quedarse al lado de mi nene, pues sus otras hijas ya tenían familia que atender. Fingió estar enferma, que no podía quedarse junto a Beto porque le podía pegar otra cosa. En fin, Rosario tuvo que quedarse con el esa noche.

Rosario se acurrucó a la par de el, y se durmieron los dos. Como a la media noche, ella despertó, e inició todo

Cuando algunos de los niños se enferma, nosotras nos levantamos a media noche para cerciorarnos de que estuvieran bien, abrigados y bien. Pues esa noche no fue la excepción. Rosario se levantó a las 12:15 de la noche y comenzó a tapar bien a Beto, que da muchas vueltas en la cama. Pues bien, como mi hijo tenía todas sus sábanas bajo de su cuerpo, estando el boca abajo, Rosario lo jaló de los costados y le dio vuelta para poder abrigarlo bien. Entonces, ¡sorpresa!, mi bebe estaba duro como una piedra otra vez.

Rosario se quedó estupefacta. Le pareció que ese pene era demasiado grande como para un niño de la edad de Beto, y eso que solo había visto 2 penes más en su vida. Jaló sus sábanas y lo tapó con ellas, pero su miembro formaba una carpa de circo. "Ya se le va a pasar" se dijo, y se acurrucó al borde de la cama, mirando fijamente la elevación.

Muchas cosas pasaron por su mente, muchos recuerdos la visitaron. Recordó aquella primera vez, cuando estando casada, fue desflorada torpemente y dolorosamente por un hombre que no la miraba más que como una lavadora, una escoba, un trapeador, en fin, lo que se suponía es una esposa. Recordó aquella noche tórrida, en que aquel turista japonés le pasó encima como una tromba, a quien se entregó por soledad, despecho y frustración. En su vientre quedó alojada la semilla que germinaría en la hermosa Ingrid, razón de la ruptura de su matrimonio. Y ahora frente a ella, un pene de 17 cm., rígido como una piedra, se alzaba desafiante. No se bajaba con nada el condenado.

Era obvio que el estaba en medio de un sueño húmedo, por su respiración y gesticulaciones. Rosario lo sabía, y la perturbaba. Avergonzada de si, notó como su sangre comenzaba a hervir, como su ingle se comenzaba a llenar de líquidos y cosquilleos, como sus pezones se ponían duros y sus senos trataban de reventar la delgada telita de su camisón, buscando ser acariciados. Ella no aguantó más

Tímidamente estiró la mano y pasó la yema de sus dedos sobre el pene de Beto, sobre la sábana. Lentamente lo frotó en círculos, mientras recordaba a su madre masturbándose bajo el naranjal. Instintivamente y sin darse cuenta se llevó la mano a su vulva, y la apretó. "¡Qué rico!" se dijo para si.

El calor que tenía la hizo, muy despacio y con suavidad, jalar la sábana para dejar a la tenue luz de la penumbra el impresionante aparato de mi hijo. Lo hizo, el pene de Beto quedó libre. Lo vio grande, rojo, rígido, palpitante y orgullosos. Vigoroso y listo para entrar en combate, ese combate que todavía no había tenido por primera vez, pero que luego se convertiría en un experto en el.

Estiró su mano temerosa de despertarlo, y lo agarró de la base. Se impresionó, pues vio que era grueso. Lo comenzó a frotar, así agarrado como lo tenía, pasaba su mano desde abajo hacia arriba y viceversa. Varias veces lo hizo, y Beto no se quedó indiferente a la caricia… no se despertó, debo aclarar, pues como sabrán, el tiene un sueño muy pesado y más cuando está enfermo.

Poco a poco una cristalina gotita de líquido lubricante se dibujaba en la punta del pene de mi hijo. Rosario la miraba hipnotizada, no podía despegar sus ojos de ella. De repente, estiró su mano y con la punta de su dedo índice, tocó la dichosa gotita. Retiró su mano lentamente, viendo como quedaba una delgada liga brillante que iba de su dedo, a la punta del miembro. Luego, sin pensarlo, lo llevó a su boca y saboreó el líquido, le pareció salado, pero le encantó.

Eso fue lo último, ella perdió el control completamente. Fuera de si, con el corazón acelerado y la respiración agitada, llevó sus labios a la punta de la tranca de mi hijo y le dio un beso. No se aguantó las ganas y le dio otro, y otro, y luego otro… y muchos otros besos. Beto, desde sus sueños, sentía intensamente estas caricias y se iba poniendo más caliente. Y mi hermana también, pues ya no le bastaban los besos, ella tenía que probar a que sabía ese pene aun inmaduro. De hecho tenía que saber a qué sabía cualquier tipo de pene. Rodeó el glande con sus labios y los cerro sobre el. Luego chupó como si jalara de una pajilla. Trabó los ojos y se dejó ir… pero algo la despertó inmediatamente.

Como recordarán, mi hijo estaba en medio de un sueño húmedo, y todas las caricias que Rosario le dio estimularon este sueño. Solo Dios sabe lo que soñó, pero la cara de felicidad que tenía al otro día era muy clara. Beto llegó al clímax entre los labios de su tía, eyaculó su leche por primera vez dentro de la boca de una mujer. Rosario se sobresaltó, se asustó, pero no se quitó. Recibió todas sus lechadas sobre su lengua.

Cuando Beto hubo terminado, ella se levantó con la boca cerrada, muy perturbada. El semen todavía tibio dentro de su boca, ella salió corriendo del cuarto en dirección del baño. Entró y se encerró. Se quedó rígida, sin poder moverse, apenas si podía pensar. Un calor insoportable le quemaba la vagina y el roce de la tela sobre sus pezones era insoportable. Entonces oyó algo del otro lado. En el otro baño estaba mamá, masturbándose y convulsionando contra las paredes del habitáculo. Rosario se asomó por la ventana como el otro día, y la vio, con el camisón en la cintura, sus inmensos senos al aire, masturbándose frenéticamente en un trance de placer y lujuria.

Rosario no lo soportó más, y se sacó de un solo el camisón, bajó su calzón y se comenzó a masturbar. Se aferró de sus senos gigantes, mientras que lastra mano entraba y salía como bólido de su vagina necesitada. Despacio llevó su otra mano hasta su boca y escupió en ella el semen de Beto, para luego chuparlo una y otra vez, embadurnándose la cara sin querer. Estalló en un largamente esperado y reprimido orgasmo, en medio de un aullido que se unió con los gemidos y gruñidos de mamá del otro lado. Luego, todo silencio

La casa quedó en un silencio sepulcral luego que las 2 mujeres llegaron a su anhelado orgasmo. Ninguna se atrevía a salir. Ninguna se atrevía a siquiera pensar en verle la cara a la otra. Pasaron los 10 minutos más largos de sus vidas metidas allí. Al fin, Rosario comenzó a abrir lentamente la puerta. Mamá hizo lo mismo cuando la escuchó. Las dos mujeres se vieron al salir. Mamá con el camisón en su cintura y sus grandes senos al aire, sudorosa y llorando. Rosario con el camisón en la cintura también y la cara brillosa de semen, también sudorosa y llorando.

Las 2 ya sabían lo que había pasado, y a la vez lo ignoraban. Sin decir una palabra caminaron a la habitación donde Beto se encontraba y abrieron la puerta. Allí estaba el, durmiendo como un bendito. Con las piernas abierta y su instrumento a la intemperie, la flácido, pero igual de largo, con una gotita de semen en la punta.

Mamá y Rosario comenzaron a llorar… "¡¿Qué hemos hecho?!" se preguntaban sin hablar, sintiendo como sus vulvas palpitaban de ardor y deseo aun. Se abrazaron medio desnudas como estaban. Sus senos se tocaron y sintieron el calor de la una a la otra. Rompieron en llanto, pero de ese llanto de soledad y tristeza, de desazón y deriva. Ya nada sería igual… desde ese día ya nada sería igual… nada

Continuará

Garganta de Cuero.

Rosario en la actualidad