El semáforo

Una situación de incontinencia une a Claudia y Javier y da paso a posibles futuras relaciones.

Me fijé en ella cuando andaba delante de mí por la acera. Era una chica no muy alta, debía medir aproximadamente un metro cincuenta y siete, su melena le llegaba hasta la cintura, una hermosa melena castaña que se movía siguiendo los contoneos de sus caderas y los caprichos de la brisa fresca que soplaba. Iba presurosa con su faldita corta, blanca, que le llegaba hasta un poco más arriba de las rodillas y sus sandalias de tacón alto y tiritas. Era un andar elegante a pesar de la prisa que demostraba. Su aspecto, un tanto rollizo, más que afearla, le daba un aspecto de lo más sensual. Vista desde detrás mostraba unas generosas nalgas que se apoyaban sobre unas piernas largas, de abundantes y prietas carnes.

Yo había tenido un día soso y estresante en la oficina. Necesitaba algo que me sacara del estado aletargado en que me encontraba.

Aceleré el paso. Pensé que valía la pena intentar verle la cara a aquel cuerpo que prometía tanto por detrás.

Hola. Le dije al llegar a su altura.

Volvió su rostro y me miró. Era una mirada ausente. Parecía decir: ¡Ahora solo me faltaba un ligón! Sus facciones eran suaves, sus labios carnosos y tenía unos preciosos ojos verdes.

Perdón ¿Nos conocemos? Contestó.

No, no lo creo.

¿Entonces? Preguntó.

Te vi apresurada y pensé en apresurarme yo también.

¿Apresurarte tu? ¿Para que ibas a apresurarte tu?

En conocerte. Me hizo ilusión conocer la dueña de esa preciosa melena. Evidentemente si no me hubiera apresurado ya te hubiera perdido. De paso me hubiera perdido unos ojazos verdes.

Una sonrisa apareció en su boca solo un momento para volver a mostrar una cara sería con aire de preocupación.

Lo siento, ahora no puede entretenerme. Dijo en tono cortante.

El esbozo de sonrisa que me mostró un instante atrás, pese al tono de sus últimas palabras me animó a seguir.

Además de unos ojazos me hubiera perdido una potente delantera. La defensa la vi antes.

No pudo evitar que apareciera de nuevo una picarona cara ni que desapareciera también acto seguido para volver a mostrar el rictus de preocupación.

Te dije antes que ahora no podía entretenerme.

Creo que llevamos el mismo camino. No creo que ir hablando te entretenga preciosa.

Era como las dos caras de la moneda. Una fugaz, que parecía agradarle que la hubiera abordado y la otra seria y más persistente como si quisiera levantar un muro entre ella y yo. No podía darme por vencido tan pronto.

Insistí.

Has tenido un pésimo día en el trabajo.

¡Y tanto! Solo me hacía falta un ligón como tú para tener el día redondo.

Aquella frase me indicó que había un pequeño resquicio abierto para mí, muy pequeño, pero que si lo sabía aprovechar acabaría abriendo la puerta.

¿No te gustaría tener un día redondo?

Claro que sí, pero no creo que tu puedas lograrlo.

Eso nunca se sabe preciosa.

Giró a la derecha para tomar una calle larga con mucho transito que al final daba a un parque.

¿Tienes una cita en el parque? Pregunté de forma cautelosa.

No... no. Vivo justo a la entrada del parque.

Pues te falta un buen trecho. Hasta allí y manteniendo el paso que llevas hay unos quince minutos.

Veo que te conoces bien la ciudad – volvió a abrirme un poco más el resquicio. Esta vez su tono cortante no lo fue tanto.

Persevera y quizás seas tu quien tenga un día redondo pensé. Estábamos frente a una popular cafetería. Estaba atestada de gente. ¿Qué mejor sitio para invitarla a un café? El lugar no podía ser más inocente. Observé que estaba sudando.

¿Te gustaría tomar un café y descansar un momento?

Paró. Me miró.

Es... que tengo mucha prisa.

¿No te gusta el café? ¿Una cocacola fresquita? Estás sudando.

Quizás sea la solución. De acuerdo.

¿La solución? ¿Qué solución? Aquellas palabras me sorprendieron. Si no deseaba mi compañía era evidente que tomar algo conmigo no era la solución para deshacerse de mí y si quería que me quedara... ¡Sí! El asunto empezaba a pintar bien.

Entramos y tras varias vueltas por el interior por fin vimos una mesa que se estaba quedando libre. Mejor dicho, la vio ella.

Corre cojamos la mesa – Me dijo en tono de urgencia.

Esperamos de pie al lado de la mesa y no había terminado de levantarse la última persona cuando ya estaba sentada.

Uff... ¡por fin!

Chica hasta para sentarte tienes prisa. CAMARERO.

Vino enseguida el empleado.

¿Los señores desean tomar...?

Dos cafés por favor.

No, a mi no me gusta el café. Mejor una cocacola.

Bueno, pues un café para mí y una cocacola para la señorita – rectifiqué.

Su cara seguía sudorosa y preocupada y sin embargo algo en ella me pedía que no me marchara.

Mientras nos traen la consumición voy al baño un momento – me susurró

No tardes.

En efecto, no tardó. Todavía no había acabado de servirnos el camarero cuando ya estaba de vuelta. ¡Más sudorosa y preocupada que antes!

¡Caray niña, eres rápida para todo!

Es que había mucha cola...

Yo me llamo Javier y tu...

Claudia.

Se bebió la cocacola de un tirón. En aquella chica había algo que la urgía. Debía tener realmente una urgencia.

Volvió a susurrarme: Voy al baño

Y en un abrir y cerrar de ojos la tenía de nuevo en la mesa sentada. Ni tan siquiera me había dado tiempo a terminar el café.

Javier... paga y vámonos por favor.

¿Tan pronto? Si acabamos de llegar.

Te lo ruego Javier... Mira desde el primer momento me has caído simpático. Aquí tienes mi teléfono para quedar otro día pero hoy... Te lo ruego... Déjame.

Era cierto. Me estaba alargando una nota con el teléfono. ¡No podía creérmelo! ¿Cómo iba yo a dejar a una chica tan mona en un apuro? No hubiera sido de caballeros.

Dejé unas monedas para pagar la consumición, nos levantamos y fuimos hacia la salida. Mientras nos dirigíamos a ella noté un ruido parecido a un pedo pero pensé que habría sido alguna silla moviéndose.

Ya en la calle me dijo:

Estoy contenta de haberte conocido Javier. Muy contenta. Creo que eres un chico muy simpático. Llámame y nos vemos otro día.

Comenzó a caminar de nuevo a toda prisa. Casi corría. Yo me puse de nuevo a su lado.

Vete Javier. Te lo pido por favor.

Lo siento. Tu estás en algún apuro y no pienso dejarte.

¡Serás gilipollas! Claro que estoy en un apuro. ¡Un gran apuro!

Llegamos a un semáforo en el que tuvimos que parar.

¡Que me dejes coño!

Estaba de pie a mi lado. Apretando las piernas todo lo que podía.

Solo pretendo ayudarte. Le dije de nuevo.

El semáforo se puso en verde y ella seguía con las piernas apretadas. Aparecieron unas lagrimillas en sus ojos.

¡Por el amor de Dios Claudia! ¿Qué te ocurre?

¡Cabrón, hijo puta, imbécil de mierda, nunca mejor dicho, que me dejes coño, en un concurso de imbéciles serías el primero!

El semáforo estaba de nuevo en rojo. Ella seguía con las piernas apretadas y las lagrimillas ya no eran lagrimas, eran goterones. Su cara estaba enfurecida.

¡VETEEEEEE... Cerdo, cornudo, cabrón...

Yo la miraba sin saber que ocurría.

Se puso otra vez en verde y ella seguía parada, llorando, roja de rabia y apretando las piernas con toda la fuerza que se la veía capaz.

¿Seguimos o vamos a esperar que se ponga de nuevo en rojo el puto semáforo?

Ahora ya no pudo contestar. Se había puesto frente a mí y me pegaba con los puños estrechos en el pecho llorando de rabia y vergüenza. Yo ya entendía lo que pasaba... Mientras me estaba pegando dos sonoros pedos anunciaron lo que venía después... Vi su cara cambiando la ira por la vergüenza... La vi a ella doblándose y colocándose las manos en el vientre... Cayendo de cuclillas... y como ya en ultima instancia... Contraía su cara mientras que en plena calle se subía la falda y pretendía bajarse las bragas... Sus ojos suplicaban... ¡No mires!

No me avergüences más... No le dio tiempo a bajarse las bragas... Las contracciones de su cara y el ruido que hacía la caca al salir de su culo la delataban... Un siseo hizo su aparición y una mancha de color pardo, en el suelo, entre sus piernas, indicó que también se estaba meando y el orín había adquirido el color de las bragas sucias de caca que estaba atravesando.

¡Dios mío! – Murmuró – otro sonoro, largo y húmedo pedo indicó que venía otro apretón.

Su cara, llena de lagrima, ya no mostraba ira, ni vergüenza, solo indiferencia. No lo pudo evitar. Se había cagado y meado en plena calle, en mi presencia, mirándola a los ojos, con los transeúntes pasando rápido a su lado.

Seguía acuclillada.

Todo el día he tenido dolor de vientre – Dijo – A veces me ocurre. No puedo ir al baño es como si se me bloqueara el intestino hasta que en el momento más inesperado aprieta. ¡Aprieta mucho!¡Duele! Y lo más jodido es que cuando me ocurre me corro – me lo estaba contando, me miraba a los ojos - ¡Es inevitable! Comienzan los apretones y se me moja el coño. No de pis, se me moja de flujo ¡Jodido imbécil! ¿Lo entiendes? El simple roce de las braguitas con mi coño hace que se endurezca el clítoris, que me ponga como una burra, que desee cagar, mear, liberarme, y al fin correrme. Correrme como pocas veces logro. Casi siempre me da tiempo a llegar a casa. Pero hoy tenía que aparecer un gilipollas con la polla tiesa como tu – Era cierto, se me había puesto como un nabo – y entonces es peor. Me imagino la polla cerca de mi ojete. Cuando eso ocurre la catástrofe es inmediata e imparable. Acabo de correrme a tu salud ¡Cabrón! Y total para que pienses... ¡Vaya tía guarra!

Las lagrimas y la vergüenza volvían a estar presentes en su cara.

A mí las palabras me salían como un torrente:

Claudia mujer... no te preocupes... ni te imaginas lo que me ha gustado... era algo que siempre había rondado mi cabeza... pero ya sabes... nunca me había ocurrido... estoy muy contento Claudia... en serio... es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida... te juro que no voy a perder tu teléfono.

Estaban cayendo trozos de caca en el suelo.

Lo que habrás soltado para que rebose tus bragas...

No lo creas – Su cara se iluminaba de una cierta alegría – Es que como no pensaba que me ocurriera hasta llegar a casa solo me puse un tanga...

Los dos estallamos en una carcajada. Le di la mano y la ayudé a levantarse.

Vamos Claudia... vamos a tu casa... voy a limpiarte... bien limpita... y... adivina... luego... voy a follarte.

Una nueva carcajada conjunta volvió a sorprendernos. Íbamos dulcemente cogidos de la mano camino de casa.