El segurata
Los pecados se acaban pagando
Todo lo prohibido le atraía y en su vida había tenido demasiadas prohibiciones. De la represión suelen salir las mayores perversiones. Y así se sentía ella, atraída por cualquier experiencia estimulante. Se encontraba en una etapa de su vida en que sentía que no tenía nada que perder y que la juventud se le escapaba entre los dedos de la mano como arena del desierto. Ya no estaba para tonterías y por eso, precisamente, últimamente, había hecho muchas….
Como aquella vez que se había metido en un coche con un perfecto desconocido en un centro comercial. Había sido una aventura estimulante, una atracción inminente e irreflexiva que pagaría muy caro. En un momento dado, estando en el asiento de atrás de ese coche sus ojos se toparon con el del vigilante del parquin. Personaje que ni si quiera sabía que existía pero que aparecía en el momento menos oportuno. Se miraron por un segundo intensamente, él intentando averiguar si estaba presenciando una situación de peligro o una situación consensuada. Ella intentaba decirle con la mirada que se fuera al cuerno para poder disfrutar de su amante, sin saber si entendió el mensaje, al final él siguió su camino pero no se olvidó de su cara.
En los días posteriores, ella seguía acudiendo regularmente a ese parquin a hacer sus compras. Ni rastro del segurata, como era lo habitual. Se había montado mil películas en su cabeza. Temía que la chantajeara de alguna manera. Su marido era el que solía ir a comprar, así que era muy probable que lo conociera…. Y era bastante factible que los hubiera visto juntos en algún momento. De hecho, dos días después de aquel encuentro, ella volvió a ese parquin con la inocente intención de hacer la compra con su pareja y él apareció de la nada ofreciéndose a ayudarles con la compra mientras la miraba con ojos acusadores. A ella ya no le quedó ninguna duda, iba a pagar su fechoría, solo faltaba saber cuándo y cómo. Esta vez, ella lo estudió a conciencia, realmente el uniforme le marcaba un buen culo y un buen paquete y esos ojos acusadores amenazaban en ahogarla en agua marina, sus labios carnosos sonreían con malevolencia. Así que no sabía cual sería el castigo pero por lo menos su torturador era bastante atractivo….. La imaginación de ella ya se había disparado pero no pasó nada.
Pasaron los días, incluso una semana. La pecadora ya se había olvidado de su pecado cuando después de realizar la compra fue a los baños públicos del parquin. Para variar, la puerta no cerraba bien del todo pero con la urgencia que llevaba no estaba para tonterías…. Cuando ya se lavaba las manos, sintió unas manos en sus caderas, unas manos precisas y seguras que no pensaban soltarla fácilmente. Unos labios rozaron su cuello y en el espejo vio al segurata tomándose unas confianzas fuera den lugar. Sus ojos se encontraron en el espejo y él le susurró “si no quieres que cuente tu secretito, me vas a contar al detalle lo que hacías en ese coche”. Al fin había llegado el castigo esperado y no sabía por qué pero ya estaba húmeda solo de imaginar lo que pasaría a continuación. Sentía la presión de su pene en su culo mientras sus manos amasaban sus pechos hasta que sus pezones se mostraron claramente en rebeldía a la supuesta resistencia de su dueña. Para qué seguir disimulando…. Se dio la vuelta y el atacante se preparó para recibir su merecida bofetada pero en vez de eso una lengua viperina le atacó hasta la campanilla. A partir de ahí, las normas del juego quedaron claras.
Ella iba vestida con una escueta camiseta y una falda bastante amplia, lo cual le facilitó a él el acceso a su coño ya húmedo y caliente. Su tanga desapareció con la destreza de unos dedos que jugaba con sus labios y su clítoris llevándola al clímax con asombrosa facilidad dada la excitación que ya sufría dada la situación. Pero él no pensaba quedarse sin su premio y sacó su polla para que fuera bien atendida. Ella se arrodilló y lamió con ganas ese pene bastante engrosado ya y lo rodeó con sus labios, metiéndolo en su boca y sacándolo a buen ritmo pero él sujetó su cabeza para marcar el vaivén a su antojo. La excitación de ambos iba en aumento y ella deseaba más. El segurata hizo alarde de su fuerza y acorraló a su víctima contra la pared subiendo sus piernas. Su coño quedando completamente expuesto para recibir esa polla hasta el fondo. Ella arqueó su espalda para recibir su pene justamente en su punto g, la propia gravedad convertía esa penetración brusca en especialmente profunda llevándola a verse envuelta en orgasmos encadenados. Él también estaba disfrutando invadiendo ese coño chorreante que le engullía con hambre mientras veía rebotar sus tetas con pezones erectos delante de sus ojos. La corrida no se hizo esperar demasiado y ella fue inundada por su leche. La cuenta estaba saldada.