El Segundo Golpe

¿Qué me estaba pasando? estaba consciente de que mi amante no tenía pechos grandes y redondos, tampoco tenía un trasero levantado. Hasta el aroma era diferente. Pero me sentía excitado, el besar su cuello, el oírlo jadear mientras mis manos lo acariciaban me enardecían la piel

Un par de cuadras antes de la parada del bus había un rincón oscuro que daba cierta intimidad a los amantes furtivos. Eduardo y yo pasamos por ahí cuando nos encaminamos con la firme idea de que cada quien se iría a su casa. Era justo descansar después de una semana de trabajo, los recuerdos de la semana anterior  y un par de horas de charla en el billar.

En ese rincón era habitual mirar las siluetas de las parejas atrevidas y más en los días viernes como éste donde el destino dicto que estuviera vacío en el momento que pasamos nosotros…

—Mira Lalo, no hay nadie.

—Y qué querías ver… Lujurioso.

—Ven, acompáñame.

Tome su mano y lo jale buscando un refugio para la luz de los candiles, me recargue en la pared, lo gire hacía mí y lo bese.

—Isma… Quedamos en algo.

—¿Quedamos? Tú fuiste el que dijo que no volvería pasar.

—Sí, pero y Luis.

Tenía razón. Luis era su novio y aunque discutieron la semana pasada fue el responsable de que el hielo se rompiera entre nosotros, sin embargo; ellos seguían juntos. Es más, el hecho de que Luis se haya tornado violento y la única forma de detenerlo fuera golpeándolo podría significar que la noche que pase con Eduardo fue sólo por el agradecimiento de haberlo defendido. No lo sé.

Aunque él llevara un par de años siendo mi compañero de trabajo yo sólo llevaba siete días apreciando que era un muchacho guapo, esbelto. Su cuerpo tenía la belleza propia de los veinteañeros.

Lo tome por su cintura y sus manos quedaron a la altura de mi pecho. Su cara quedaba a la altura de mi barbilla y al mirar hacia abajo sus labios carnosos se me antojaban, no quería soltarlo y menos irme. Así que comenzamos a hablar.

—Mira Isma, sobre lo que pasó la semana pasada no me arrepiento. Es más, me gusto.

—Entonces… ¿Por qué no?

—Yo tengo a Luis y tú sales con alguien.

—Bueno sí, pero lo mío no es nada serio.

—Y te gusta Liliana.

—Sí, pero Liliana tiene poco que se casó y ni me fuma.

—Además Isma, se supone que tú eres Buga.

—¿Buga?

—Sí, hombre… Vamos, que eres hetero y no quiero recordarte que un amigo tuyo no se comportó a la altura de las circunstancias.

Su mano bajo por mi estómago recorrió el camino al sur y empezó a sobarme el pene sobre la ropa, como reprochándole su comportamiento de la noche en cuestión.

—Pues no sé, no he pensado mucho en eso realmente. Sólo puedo decirte que me gusto.

—La mamada, sí, esa sí que te gusto… Se notó.

—Bueno sí… No te voy a negar que me pones nervioso y hay cosas que siento extrañas, pero; me gustan… Bueno, tú me gustas.

—¿Nervioso? ¿Aunque eres más grande que yo?

—No tanto, sólo te llevo diez años.

—No seas tonto, me refiero a lo grande…

El frote de su mano avivo el bulto y me dio el valor de volverlo a besar.

Su boca se abrió y recibió mi lengua en su interior, nuestras cabezas se ladeaban buscando la mejor unión de nuestros labios, mientras su mano traviesa abría el cierre del pantalón, sacó mi miembro y me masturbó.

Con suavidad se separó de mí y mis labios sintieron el fresco de la noche. Poco a poco se fue hincando frente a mí hasta que su barbilla quedo a la altura de mi entrepierna. Vi cuando su boca tomó la forma de una O y se introdujo una buena porción de carne.

¡Por Dios! Cómo mamaba la verga mi Lalo, sentía como humedecía desde el glande hasta la mitad del tronco. Quería traspasar su garganta como la semana anterior pero la forma en que sus labios apretaban cada vena me estaba encendiendo la carne y la piel.

No duraría mucho, eso sin considerar dónde estábamos. Lalo y yo ya habíamos sido testigos de las sombras amorosas de aquel rincón en donde estábamos, aunque ahora nosotros éramos los protagonistas de aquella escena. Sabía que la gente al pasar no podría distinguir con claridad quienes éramos pero su silueta hincada frente a mí con mis manos en su cabeza era evidente.

La fogosidad del momento me hizo decidirme, tenía que cogérmelo.

—Lalo, Lalito…

—mmmg…

—¡Vamos a un hotel!

—¡Va!

Se levantó, me acomode la ropa y caminamos a la parada del bus. Antes de abordar un taxi fui sentenciado por mi joven amante.

—Ahora sí quiero todo eh, no mamadas… Y sonrió.

Una ventaja de vivir en ciudad es que no hay problema en encontrar un hotel en menos de 10 minutos del lugar en donde te encuentres.

Llegamos, entramos a la recepción y pedí un cuarto. Tome la llave y le pedí a Lalo evitar el ascensor así que subimos a la habitación por las escaleras. La noche comenzaba y la recamara 310 sería el lugar donde me cogería a este muchacho lindo de ojos claros.

Conforme subíamos no dejaba de pensar en su advertencia y me preocupaba.

Eduardo tenía razón, la vez anterior con el oral no hubo problema alguno, mi verga estuvo como fierro caliente hasta que me vine en su boca. El problema fue que cuando lo quise penetrar, perdí la erección de inmediato.

Conforme pasábamos los escalones mi nerviosismo aumentaba. Yo ya había visitado ese hotel con parejas anteriores donde subir por las escaleras era un hábito que me gustaba porque podía ver a esas mujeres contonear sus caderas escalón por escalón.

Pero con Lalo era diferente. Él no tenía un culo grande ni era caderón, de hecho no se contoneaba. Por experiencias anteriores en ese punto por lo general ya iba con el pene erguido y ahora cada que subía un pie no sólo no lo sentía, sino parecía que estaba escondido por debajo de los huevos.

El camino se me hizo largo y las imágenes junto con los pensamientos estaban revueltos. Me sentía presionado, recordé nuestra charla en el billar…

—Y tú qué Lalo ¿Qué prefieres? ¿Ser pasivo o activo?

—Pasivo, me gusta sentir que el hombre lleva las riendas. Que me posea… Para darme a explicar mejor, es como si fuera la obediente en mis relaciones.

—O sea que tú no… Eh… O sea tú a Luis no…

—No, él es quien me coge. Bueno, no siempre. Debes en cuando intercambiamos roles pero se tienen que combinar las ganas y como eso casi no pasa… Pues.

Qué iba hacer… No tenía dudas de lo que quería hacer; y mejor aún, lo quería hacer con él. Lo deseaba. Mis manos temblaban para cuando nos acercamos a la puerta, metí la llave en el picaporte y entramos al cuarto.

Hice pasar a Lalo por delante y cerré la puerta tras de mi con la cadera. Lo tomé por su cintura y lo bese en el cuello mientras mis manos lo despeinaban. Lalo arqueo su rostro hacía atrás disfrutando la sopresa mientras gemía despacio.

Manteniendo las caricias nos encaminamos por el cuarto a pasos pequeños hasta que sentí sus pantorrillas llegar a la orilla de la cama.

Lalo pasaba sus manos hacia atrás donde me acariciaba el rabo entre nuestros cuerpos, mi pene reaccionaba tímidamente a sus caricias y lo sentía entre erecto y blando pero no era lo suficiente como para hacerle el amor.

¿Qué me estaba pasando? estaba consciente de que mi amante no tenía pechos grandes y redondos, tampoco tenía un trasero levantado. Hasta el aroma era diferente. Pero me sentía excitado, el besar su cuello, el oírlo quejarse mientras mis manos lo acariciaban me enardecían la piel… ¿Entonces? ¿Qué pasaba?

De pronto una epifanía. Me di cuenta que mi error era buscar en mi amante las cosas que no tiene. Me di cuenta de que estaba nervioso pero no por pensar en si era gay o no, es más eso ni me importaba, estaba nervioso por estar pensando en fallar sobre la cama. De que en la lucha cuerpo a cuerpo mi miembro no respondería como él quería. Ya de perdida como yo quería.

De que no tenía dudas me di cuenta desde mucho antes de llegar al cuarto, mi error fue intentar liberar la pasión tratándolo como alguien que no era y esperando algo que no puede darme. Tonto de mi pero afortunado porque me di cuenta de todo esto en el momento justo.

Gire a Lalo para besarlo de frente, le alce la camisa para desnudarle el torso. Con mi lengua le violaba la boca y su saliva me sabía a miel. Mientras él se descalzaba mis manos desabrochaban su cinturón seguido por el botón de su pantalón que abrí como una flor para tirar de ellos hacía abajo.

Delicadamente lo empuje arriba de la cama donde él sólo se recostó mirando al techo esperándome. Me quite la ropa aventando cada prenda a los costados del lecho temporal y al quitarme el bóxer mi verga erguida lo apuntaba amenazante. La cabeza rosa y el tronco hinchado marcaban cada vena por donde circulaba la sangre endureciendo mi miembro y mejor aún, la luz del cuarto lo hacía brillar. Mi pito se veía enorme, orgulloso y del orificio del glande escurría un hilo de líquido pre seminal.

El cuerpo de mi joven amante se veía frágil sobre el colchón, desnudo como estaba aprecie su pecho agitado por la respiración y el olor de su sexo inundo mis pulmones. Mi boca hizo agua por querer saborear cada centímetro de la piel que se me ofrecía ante mis ojos.

Aupé sobre sus piernas y por primera vez masturbe un pene con seguridad y deseo.

Mi mano sintió el calor y el grosor de su rabo, la subía y la bajaba y en cada ocasión su bálano era cubierto y descubierto por el prepucio que se abría y se cerraba alrededor de la corona haciéndola tentadoramente apetitosa.

Me incline sobre su entrepierna y pude sentirlo temblar cuando llego mi aliento a su vientre al mismo tiempo que su miembro se introducía en mi boca. Mis labios abrazaban el contorno de su piel y aunque hasta ese momento no había tenido la oportunidad ni la experiencia de hacerle una mamada a alguien, me dedique a replicarle las caricias orales que me gustaban a mí.

Procuré no lastimarlo con mis dientes y cada que subía en el interior de mi boca con la lengua hacia presión sobre su verga lamiéndola.

Con una de mis manos presionaba levemente sobre cada uno de sus huevos y le daba pequeños jalones a la bolsa de carne. Mientras se la mamaba y jugaba con sus testículos, con la otra mano le masajeaba por debajo del escroto justo en la mitad del camino hacia la entrada de su ano.

Mi Lalo respiraba cada vez más rápido e impulsaba su cadera hacía arriba clavándome su estaca intentando llegar a la garganta. No pensaba que fuera tan difícil pero me estaba encantando tener su pedazo de carne entre mis labios.

—¡¡Ah!!

Me levante para tomar aire y me enorgullecí del trabajo que estaba haciendo, su miembro se veía enorme, durísimo y empapado por mi saliva que le escurría desde la punta hasta la base de su palo. —Rayos, no sabía que fuera tan delicioso.

Intente agacharme nuevamente pero Eduardo me detuvo, con voz excitada me pidió que me sentara en su pecho, que le tocaba comerme y deseaba horrores mamármela.

—¡Ven Isma! ¡Ven! Te la quiero poner durísima.

—No hace falta, mira cómo me tienes…

—¡Wow! Ven dámela ya…

Antes de subirme me pidió que le alcanzara su pantalón por lo que gire para tomarlo del pie de la cama y al agacharme por él, su verga se recargo justo en la mitad de mi trasero atrapada entre los cachetes de mis nalgas. Fue algo muy breve pero me dio un escalofrío que me erizo la piel.

Le aventé el pantalón y me senté justo frente a su cara. Su mano ágil empezó a buscar algo en su bolsillo pero mi concentración estaba en mi polla a punto de profanarle el orificio bucal.

Lalo me estaba dando clases de maestría en el sexo oral, cada que mi palo entraba en su boca el cosquilleo se hacía presente en mi piel y mi cuerpo temblaba. Mis caderas se empujaban contra su rostro buscando más satisfacción y mi amante estaba dispuesto a dármelo.

A pesar del cielo sobre la cama, pude apreciar la habilidad de mi muchacho quien con una mano sacaba un preservativo del bolsillo del pantalón mientras con la otra tomaba la saliva que escurría de la comisura de sus labios y la aplicaba directo en la entrada de su ano, podía sentir el empuje de su cuerpo al penetrarse con los dedos dilatando el esfínter.

Con cariño detuvo la mamada sólo para abrir el paquete del condón, colocarlo sobre la punta y con sus labios cubrir de látex el cipote enhiesto.

—Ahora sí Isma, ¡Cógeme!

Mis caderas bajaron por su pecho en dirección a sus pies para colocarme entre sus piernas. Lascivamente cuando pase por su miembro viril procure que pasará justo por entre mis glúteos para repetir la sensación en mi trasero pero tallando la dureza de su pilila.

Mi hermoso joven flexiono sus piernas al sentirme en medio, con una mano levantó la bolsa de sus testes y con la otra tomo la base de mí falo para colocarlo en la entrada de su culo. Empujé.

—¡¡Ouuughh!!

Su gemido fue lujurioso, libidinoso. Aun a través del forro podía sentir los pliegues de la entrada de su recto abrirse, resistirse. Mi verga estaba en su máximo esplendor, el musculo sin hueso entraba firme como una daga y caliente como un hierro ardiente, por lo que su hoyo cerrado no era rival para la penetración. Mi barra de carne se fue abriendo paso por ese conducto reducido mientras de los ojos de mi amante escurrían pequeñas lagrimas que me incitaban a seguir, no dude ni un instante hasta que sentí el golpe de mi vientre chocar con sus bolas.

—¡¡¡Ouuuchhh!!! Se quejó.

Mi Lalo estaba empalado, por fin lo había penetrado y era hora de cogérmelo.

Empecé a meter y a sacar mi rabo de su culo. Su ano apretaba tanto que podía ver como se distendía el condón, era como si su ano jalara mi piel a través del látex. Entre las piernas de Eduardo y flexionadas como las tenía fue sencillo recostarme sobre su pecho y adoptar la posición del misionero. Nos abrazamos y retomamos los besos.

Mi cadera empezó suavemente a imponer un ritmo, mi pene entraba y salía solo por la mitad de su tamaño, haciendo ese movimiento de empuje que le propinaba mi vientre a su cuerpo con ese meneo en forma de media U hacia arriba que mecía a Eduardo hacía la cabecera de la cama y de regreso. Hizo su rostro hacia atrás al tiempo que extendió su brazo donde su mano buscaba con sus dedos sujetarse a la orilla del colchón.

Lo habíamos logrado, estábamos en el acople perfecto. Nos besábamos, su cuerpo se balanceaba de adelante hacía atrás al compás de mis embistes. Mis manos recorrían su espalda hasta el nacimiento de sus nalgas mientras la cogida subía de velocidad y fuerza.

—¡¡Ouhh!! Lalo, mi amor… Quiero sentirte. ¡Quítamelo!

Alzo su cara mirándome fijamente a los ojos como retándome...

—¡¡Aagg!! ¿Seguro?

—Sí, seguro. Sé que estoy bien y confío en ti.

—¡¡Ahhhh!! Papito.

Como pudo paso su mano entre los cuerpos sudorosos y alcanzó la base de mi polla, al sentirlo eché mi cadera para atrás y aunque no quería desenterrar mi palo de su cueva, lo saque por unos segundos. Apretó los dedos y en un instante desolló la piel de plástico que cubría mi rabo, empuño desde la base del tronco jalándome la tranca para llenar el vacío de su oquedad. El contacto de piel con piel dentro de su cuerpo era sublime; cada tallón, cada rose de carne limando sus pliegues me mandaba descargas de placer en cada uno de los nervios que se unían en el centro de mi cintura.

Lo penetré salvajemente, el calor de su recto era tan acogedor además el lubricante que dejó el condón ayudaba a contrarrestar la poca resistencia que le quedaba su culo.

Al principio cuidé de mi Lalo hermoso. Intenté no cogerlo muy duro, pero; contrario a lo que pensé, en cuanto me quito el preservativo y llegó el segundo golpe de mis huevos contra sus carnes, él mismo aceleró el ritmo e incremento la fuerza de mis caderas guiando el movimiento con sus manos sobre mis nalgas.

El duelo de sexos continuo balanceándose a mi favor, el poder de mi taladro vencía poco a poco a su ano quien se defendía con apretones hasta que al final se rindió e impávido permitió la intromisión violenta en su punto más íntimo. Metafóricamente le estaba metiendo hasta los huevos.

Quien parecía pedir atención era su pene que se sentía enorme y duro aplastado por nuestros vientres. No sabía si masturbarlo o qué, pero tampoco quería separarme de su cuerpo por lo que opté por abrazarlo más fuerte.

Mis manos no dejaban sin tocar cada parte de su piel a mi alcance, mientras que las suyas amasaban la carne de mi trasero.

Mi verga entraba y salía a placer de mi querido Eduardo. La cama al mecerse hacía chocar la cabecera con la pared al mismo tiempo que nuestros quejidos se volvían gritos… Escucharlo jadear era tan estimulante.

—¡¡Aggg!! Así, así, cógeme, cógeme.

—¡¡Ohhh!! Lalo, que rico aprietas… ¡¡Uff!!

Mis huevos empezaron a calentarse, Lalo temblaba entre mis brazos. Sentía una bola aprisionarme la verga dentro de su ano, creo que era su próstata no lo sé, pero se sentía divino. Mi respiración se empezó hacer entre cortada y agitada, tomaba aire de la boca de mi joven hermoso, cuando el cosquilleo empezó a ser más intenso y entre jadeos y bufidos eyaculé…

Mientras bombeaba esperma en el interior de mi compañero de trabajo; mi amigo, ahora mi amante, el ritmo de la penetración iba disminuyendo, lo metía y lo sacaba lento hasta quedarme quieto con mi pene introducido hasta el tope de su culo, sentía la abertura de mi uretra depositando el semen tibio y viscoso en el fondo de su recto, me sentí aliviado. Cada que apretaba los huevos para pasarle otro chorro sentía una contracción por parte de él que hacía más placentera la venida por no decir que hasta tierna la eyaculación.

Los latidos de nuestros corazones empezaron a normalizarse al igual que nuestras respiraciones y antes de recostarme a su lado lo bese un par de veces más. No cabe duda que me estaba volviendo adicto sus besos.

Quede mirando al techo con Lalo recostado en mi pecho y una de sus piernas entre cruzada sobre las mías. Me daba pequeños besitos en mi pezón y con su mano izquierda me acariciaba las bolas despacio con cariño.

La paz en el lecho fue interrumpida cuando me levante a darme un baño, me sentía muy bien y satisfecho. Eso de andar poniendo calificaciones a las experiencias y sobre todo a las sexuales no va mucho conmigo por eso aunque había tenido un orgasmo increíble no pensaba que fuera el mejor de mi vida. Con treinta y tres años cumplidos en ese entonces quién podría saber lo que me faltaba por conocer o experimentar.

Antes de entrar a la ducha, mire una vez más a mi joven amante cruzado a media cama; cabello corto, cejas cafés de cuerpo respingado y estético. No era un cuerpo musculoso de gimnasio, sino el esbelto y simétrico propio de su juventud.

Ah… El agua caía sobre mi cabeza, con las manos en alto recargadas en el azulejo de la pared con mi cabeza mirando al suelo y con mi espalda reclinada un poco hacía adelante, permitía a el agua recorrer la forma de mi cuerpo haciéndola caer en forma de chorro por la curva que adoptaba mi trasero en esa posición. Era tan relajante que no lo escuche entrar.

—¿Puedo…?

—¡Claro!

—Sabes, me gustas mucho.

—No hagas eso, siento que me vas a decir que fue la última vez.

—Lo siento pero está Luis, tú me gustas pero no te quiero mentir con él estoy muy bien.

—Sí, tan bien que te golpea.

—Eh… bueno, fue sólo esa vez.

—Así como nosotros, sólo sería una vez y míranos… Aquí estamos.

—Sí, pero yo no quiero terminar con él.

—Vale, ya. No te molestes, yo no quiero que termines con él. Si te parece dejemos que las cosas fluyan solas y esto bueno… Si ha de seguir pasando, pasará.

—De acuerdo. Por cierto Isma para ser tu primera vez la mamas muy bien… Pocas veces se me pone así de dura, tan es así que por poco y me vengo en tu boca.

—Jejeje Me dejé llevar, por cierto hablando de eso… Tú no has terminado.

—Descuida. Como te dije, disfruto que me posean. Por lo general me masturbo mientras me penetran aunque ahora no hubo mucho espacio.

—Por cierto, lo que hablamos en el billar sobre ser pasivo o activo… bueno… La noche aún no termina y pensaba qué…

—¿Qué? ¿Qué estás pensando Isma? ¿Me la quieres mamar otra vez?

—Bueno sí… Pero podríamos hacer otra cosa… Eh, no sé qué pienses o si quieres…

—Mmmm, no sé. Vamos a terminar de bañarnos y regresamos a la cama.

Me giro para quedar detrás de mí y con sus manos me empezó a acariciar el cuerpo como si tuviera guantes de agua que pasaba desde mi pecho hasta mi entrepierna donde jugaba con los huevos y le daba pequeños tirones a mi pene.

Con la boca abierta y los ojos entrecerrados me dejaba llevar en esa ducha de caricias. Eduardo enjuagaba mi cuello con besos mientras una de sus manos en franca masturbación atendía mi rabo que no tardo en responderle. Su otra mano atrevida y traviesa aprovecho la distracción de la estimulación delantera para correrse hacia atrás y con el dedo medio levantado me tallaba desde el inicio del canal del trasero hasta mi esfínter.

La punta de su dedo giro y un cosquilleo desconocido me acalambro las piernas. Me incline hacia delante y con la punta penetro un poco generándome cierta incomodidad pero agradable.

La caricia efímera de su mano fue interrumpida cuando al quitarla se me pego con su cuerpo detrás dejándome sentir su verga dura, rígida y caliente tallarse entre mis nalgas. Empecé a gemir, qué rico era dejarse llevar…

—¡Mmmm! Lalo…

—Sí…

—¿Me coges?