El secreto (parte 7) FINAL

Una muchacha británica de 18 años, sin ninguna experiencia en la cama, se marcha a otro país de vacaciones con sus padres y su hermano por invitación de un familiar. Allí conocerá a alguien que volverá todo su mundo del revés... Pero tiene que ser un secreto.

Después de haber visto a algunos de mis compañeros escritores especificar el carácter de su relato antes de la narracion, creo que debo hacer lo mismo, para evitar decepciones innecesarias.

Mis relatos son eróticos; no pornográficos. Quiero decir que se trata de una historia sensual, sexy o como querais llamarla, con muchas escenas subidas de tono que van aumentando en frecuencia e intensidad a lo largo de la historia y los capítulos... Pero ante todo es eso: una historia. Así que si lo que buscas es algo con lo que masturbarte directamente, no lo encontrarás aquí. Ahora bien, si lo que quieres es algo para ir abriendo boca y ponerte a tono, entonces sigue leyendo.

Si lo haces, lo terminas y te gusta, por favor me encantaría conocer tu opinión. Si no te gusta, también (aunque solo si eres capaz de formular una crítica constructiva con educación y consideración). Y si eres escritor/a de relatos y te apetece compartir una afición, dejame un mensaje privado: ando buscando un grupo de gente con el que compartir mis hobbies, y este es claramente uno de mis favoritos.

Gracias por leer.

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El fin de nuestro secreto

Mis sueños fueron una repetición de todo lo acontecido desde que había llegado a Benidorm. Desde aquel encuentro con mi primo saliendo del baño, hasta la deliciosa tormenta de la noche anterior… Y cómo Andrew me convirtió en una mujer, hecha y derecha. Sin embargo, el sonido de las risas llegando desde el comedor me arrancó de esa placidez: especialmente los berridos de Peter.

Abrí los ojos y me costó un poco darme cuenta de que estaba en la habitación de mis tíos. Andy no estaba. Seguramente se habría inventado alguna excusa para aquello, así que salí como si nada, con mi pelo alborotado y mi pijama en el sitio.

  • ¡Bueno, bueno! – me saludó mi padre, pellizcándome la mejilla - ¿Qué tal la noche, miedica? ¿Lo pasaste muy mal?

  • Andy estuvo conmigo. – sonreí. – Por cierto, ¿dónde está?

  • Se ha bajado a tomar algo. Dijo que había quedado y que no volvería tarde. – aclaró Judith, dándome un beso en la mejilla.

Inevitablemente, el nombre de Sonia me vino a la mente.

  • ¿Ha dicho con quién?

  • No.

  • Vale…

Mi madre me dio un abrazo de repente. Y, en mi oído, susurró:

  • ¿Ha dormido contigo?

Me alarmé por un instante. ¿Sospecharía algo?

  • Sí. No podía pegar ojo.

Solo rezaba por que mi versión no contradijese la suya. Pero, al parecer, tuve suerte.

  • Nos ha dicho que tuvo que llevarte en brazos a la cama de sus padres porque no había manera de que te movieses…

Sonreí de nuevo. Recordaba haberme movido bastante la noche anterior. Pero, como siempre, mi primo sabía cómo apañárselas.

Mi madre se fue al sofá, al lado de Peter que en aquel momento estaba demasiado concentrado con su videojuego para prestar atención a nada más. Mi tío intentaba salvar las plantas que prácticamente nadaban en sus macetas. Y mi padre y mi tía Judith estaban trasteando en la cocina. Así que me acerqué a la puerta y me apoyé en la pared.

  • ¿Cómo habéis dormido vosotros?

  • La verdad es que bastante bien. El hotel era muy bonito y se han portado muy bien…

Estuvieron contándome la odisea de lo ocurrido durante la tormenta, y de cómo tuvieron que esperar a ser rescatados de una atracción bloqueada por el agua. Yo intentaba escucharles, pero mi atención seguía puesta en Andy y en qué estaría hablando con Sonia. Me atemorizaba la idea de que pudiese vengarse de alguna forma horrible. ¿Y si averiguaba nuestro secreto? ¿Y si corría a contárselo a nuestros padres? Nos matarían… Yo no volvería a ver a Andrew, y todo lo que había ocurrido durante las últimas semanas se quedaría en un bonito recuerdo para almacenar en mi memoria.

A saber qué cara de angustia puse, porque mi tía Judith me acarició la mejilla con ternura, mirándome algo preocupada.

  • ¿Estás bien?

Asentí, aunque la posibilidad de que me obligasen a olvidarlo todo hizo que mis ojos se llenasen de lágrimas que intenté ocultar por todos los medios. Pero ella lo estaba viendo.

  • ¿Me acompañas a hacer las camas, cariño? Anda, así dejo a tu padre con la Paella…

Sí. Definitivamente había acabado adorando a esa mujer. Y yo que al principio me negaba a darle una oportunidad…

  • ¿Quieres contármelo, cielo? – me preguntó, cerrando la puerta de su habitación y sacando las sábanas de su cama. – Sea lo que sea, puedo ayudarte.

  • No lo creo, tía. – exploté en llanto. Me daba mucha rabia, pero no era capaz de evitar que mis ojos pareciesen fuentes descontroladas.

Mi tía me abrazó fuerte, me limpió las lágrimas y me dio un beso en la frente y otro en la mejilla. Luego apoyó mi cabeza en su generoso busto. Era muy agradable sentirse tan protegida, tan cómoda entre sus desmesurados pero cálidos y blanditos pechos…

  • ¿Crees que no conozco a mi hijo? – se me paró el corazón. Quise alzar la cabeza para mirarla de frente, pero su mano me lo impidió, acariciando mi sien con dulzura. – Desde el día en que te acompañé a comprar aquel dichoso bikini para la fiesta en la playa supe que querías impresionarle. He visto cómo os miráis. He visto cómo Andy se ha desvivido por ti desde aquel día. No sé lo que pasó en esa fiesta, pero estoy bastante segura de que vosotros dos tenéis un romance…

Directa a la diana. Muerte. Mis sollozos se amortiguaron con la gasa de su vestido. Nos habían pillado, y ya no había nada que hacer para disimular. ¡Era su madre, por el amor del cielo!

  • No soy quién para prohibiros nada. Es más: me pareció divertido ayudarte a conseguirlo, ¿recuerdas? Conozco muy bien los gustos de mi hijo. Y en cuanto te vi supe que le gustarías. Y tu carácter; tu genio… Bueno, estaba segura de que le volverías loco. – sonrió, cogiéndome de la barbilla para enfocar mis ojos llorosos y colorados en los suyos. – Hacéis una parejita adorable y preciosa, cielo.

  • Pero… Somos primos.

  • ¿Ah sí? – sonrió Judith con dulzura. – Que yo sepa, no hay ningún lazo de sangre que os una, Beth. No digo que vuestra relación vaya a ser aceptada de buenas a primeras, porque tus padres son bastante chapados a la antigua y no les gustan los escándalos, pero mi marido lleva dándole la brasa a Andy desde que llegasteis para que te tire cacho. – se me abrieron desmesuradamente los ojos. – Sí, cielo. Tu tío.

¡Aquello era completamente surrealista! ¡Mis tíos! ¡Mis tíos estaban de acuerdo! Sentí cómo me faltaba el aire por la hiperventilación… Aquello me asustaba bastante más que una bronca o cualquier castigo. ¿Qué se suponía que tenía que hacer ahora? ¿Sonreír? Bueno, pues ya lo estaba haciendo. Involuntariamente, porque en realidad estaba en algo más parecido a un estado de shock, pero mis comisuras se curvaban ligeramente hacia arriba.

Mi tía me ayudó a sentarme en el borde del colchón, acuclillándose frente a mi, entre mis piernas, y retirándose un mechón de su melena negra antes de limpiarme de nuevo las lágrimas con sus pulgares.

  • Mira, Beth: jamás había visto a mi hijo tan ilusionado con algo. Y ya no hablemos de chicas. Andy es muy especial para las mujeres, y no se conforma con vivir una “bonita experiencia”, como hacemos el resto de los mortales. A sus dieciocho me convencí a mi misma de que nunca llegaría a tener nietos… ¡Y mira por dónde! – me ahuecó el pelo, sacándome una carcajada - ¡A mí qué más me da que lo vuestro no sea políticamente correcto! Está por ti, cariño. Más que lo he visto por nadie. Y si es lo que él quiere, yo también.

Me abracé a aquella mujer como no me había abrazado a nadie en toda mi vida. Temblaba de pies a cabeza, ya no sabía si por la emoción, por el miedo, o por una mezcla de ambas.

  • Estás hasta las trancas, ¿eh? – rió suavemente mientras me acunaba entre sus brazos.

Yo asentí. No había por qué disimular más. Lo estaba.

Terminamos de hacer las camas, charlando sobre Andrew y desternillándonos de risa mientras comentábamos cosas en clave, incluso cuando el resto de la familia estaba delante. Ellos no entendían nada, y nosotras compartíamos los detalles más mórbidos de nuestras relaciones. Solo mi madre pareció sospechar sobre el tema de conversación, pero aún así se abstuvo de intervenir mientras leía tranquilamente una revista en el sofá.

Al poco rato de haber puesto la mesa, llegó Andy.

El portazo sonó demasiado fuerte. Se quitó las gafas de sol de un manotazo y, sin saludar a nadie, fue directo hacia su habitación.

Judith me hizo una seña con la cabeza, y yo le seguí.

Casi me quedo sorda cuando, a pocos pasos de su puerta entre abierta, comenzó a sonar una canción de Linkin Park a todo volumen. Mi tío gritó algo que no alcancé a entender, pero que sonaba claramente a orden. En cambio, Judith sacó a mi hermano al centro del salón a bailar a saltos, con la lengua fuera y los dedos con forma de cuernos, alborotándose el pelo a lo más puro estilo Heavy , y las risas resonaron por el pasillo.

Volví de nuevo hacia la puerta, y la abrí despacio. ¿Se enfadaría si entraba? En fin, ya parecía bastante cabreado de por sí, así que…

Estaba de espaldas a mi, apoyado en el marco de la ventana. No llevaba camiseta, y tenía sus vaqueros desabrochados: tremendamente sexy.

En un alarde de valor bastante impropio de mi, me acerqué por detrás hasta abrazarme a su espalda con cuidado. Sentí la rigidez de sus músculos por el sobresalto un instante, y luego, automáticamente, estos se relajaron por completo al tiempo que su mano se posaba sobre las mías, frotándolas cariñosamente.

  • ¿Tan mal ha ido? – tuve que gritar casi, para que me oyese por encima de la música.

Andy se dio la vuelta hacia mi, me cogió por las mejillas y, sin importarle un pimiento que me hubiese dejado la puerta abierta de par en par, me besó. Al principio, fue con ternura. Un segundo más tarde, buscó mi lengua casi con desesperación, pegando su pelvis a mi cuerpo y bajando una de sus manos hasta mi trasero para acercarme aún más a él. Mi vientre explotó en una ola de calor sin precedentes y me aferré a su pelo con fuerza, enroscando su lengua con la mía, atrapando su labio inferior antes de soltarlo de nuevo para devorarle la boca, sin apenas reconocerme a mi misma.

Con su mano barrió todo lo que había sobre el escritorio, lanzándolo por todas partes, y la mano que continuaba en mi trasero me levantó sin esfuerzo para colocarme sentada sobre la madera. Abrí las piernas para que se colocara entre ellas, y él se encargó de subir la tela de mi vestido veraniego de andar por casa hasta destapar mis braguitas de algodón celestes. La barba incipiente que nacía en su mentón me abrasaba la piel, pero no me quejaba. Yo solo tenía un objetivo en aquel momento: liberar la increíble erección que se había formado bajo sus pantalones. Los jadeos eran la única respiración de la que éramos capaces. Andrew bajó de un tirón firme los tirantes de mi vestido, liberando mis pechos. Los agarró sin demasiado cuidado y se los llevó a la boca, atrapando entre sus dientes mis pezones erectos. Dolía, sí. Pero era tremendamente excitante al mismo tiempo. Gracias a la música, mi gemido no se oyó demasiado fuerte.

Cuando ya la tenía en mi mano, gruesa, caliente y dura, se olvidó de ellos y clavó sus ojos ardientes en los míos, paralizando el tiempo mientras sus manos tiraban lentamente de los laterales de mi ropa interior. Le ayudé para que fuese más rápido, pero no pude evitar que alterase su ritmo tortuoso. Por fin lo consiguió, y yo abrí mis muslos al máximo, impaciente por que me penetrase y completamente empapada. Pero su expresión juguetona me desarmó: besó mis braguitas sin dejar de mirarme, las guardó en el cajón derecho de su escritorio, y cuando sacó la mano en vez de la prenda llevaba un paquetito plateado. Sonreí, poniendo los ojos en blanco.

  • Y tenías que ser responsable justo ahora…

Con una sonrisa ladeada, abrió el envoltorio y sacó el preservativo. No iba a detenerse en aquel momento para enseñarme cómo se hacía, y yo tampoco estaba muy por la labor de aprenderlo. Así que se lo colocó con maestría en un par de segundos y me guiñó un ojo. Yo solté una carcajada y, sin querer evitarlo, moví con el dedo la pequeña cresta que salía del glande. Andy me dio un manotazo, molesto, con lo que yo me reí aún más. Me mordió el cuello, y ahí si que ya me callé… Sintiendo cómo la punta de su miembro se iba adentrando lentamente en mi interior, proporcionándome aquella sensación de plenitud que había experimentado la noche anterior, pero sin nada de dolor. Ni siquiera me resultó incómodo, aunque él estaba pendiente de cualquier contracción por mi parte que indicase lo contrario. Y, cuando sentí su estómago contra el mío, solté todo el aire de mis pulmones y me agarré a su nuca. Él me inclinó un poco hacia atrás y comenzó a moverse, matándome de placer mientras sentía el roce de su pulgar en mi clítoris al tiempo que su carne ardiente entraba y salía de mi interior, rozando todos y cada uno de los puntos sensibles de mi cuerpo.

No estaba para ser delicado, y yo lo sabía. Así que aguanté sus embestidas sin poder evitar correrme dos o tres veces en menos de cinco minutos. Él me agarraba la parte baja de la espalda, y yo sentía cómo me abría por completo cuando su pelvis se encontraba con la mía violentamente. Sus gemidos en mi oído me llevaron aún más alto, y yo tampoco quise contenerme, amparada por aquella endiablada música.

De pronto, durante una fuerte embestida que me hizo abrir los ojos de golpe, me quedé helada: Judith estaba en la puerta, con una sonrisa malévola y un dedo en los labios, indicándome silencio. Llevaba un cesto de ropa limpia y recién plegada bajo el brazo, y me hizo un guiño cómplice antes de coger el pomo de la puerta para cerrarla con cuidado. ¿Mi corazón seguía latiendo?

  • Oh, nena… No puedo más, Beth. Necesito correrme…

Sí. Latía y de qué manera.

Le besé con fuerza, esperando complacida ese líquido caliente que tan bien me había hecho sentir la noche anterior. Andy se convulsionó y por poco me parte por la presión de sus brazos y sus caderas. Sí, sentí la explosión… Pero aparte de eso y un poco de calidez, nada de nada. Me frustró.

Cuando él se separó de mi, y me vio con aquella cara y el ceño fruncido, se echó a reír. Lo ignoré, mirando de muy mala gaita aquel globito lleno de semen que él se estaba retirando en aquel momento. Le hizo un nudo y lo tiró a la papelera. Luego me besó.

  • Deja de poner esa cara, que cualquiera diría que lo estabas deseando…

  • ¡Es que “lo estaba de deseando”!

Más risas.

  • ¿En qué quedamos? ¿Con o sin condón? ¡A ver si te aclaras!

  • No quiero quedarme embarazada…

  • Muy lógico.

  • … Pero me gustó sentir cómo te derramabas dentro de mi.

Mi sonrisita culpable se encontró con sus pupilas flamígeras.

  • ¿Te gusta sentir cómo me corro?

Su voz grave, casi áspera, me comunicó todo lo que necesitaba saber.

  • Me encanta.

  • Joder, Beth.

Ni tiempo de moverme: me cogió en volandas y  me llevó hasta la cama. Ni puñetero caso a mis protestas, ni a las advertencias de que llevábamos demasiado tiempo encerrados allí, ni siquiera al hecho de que nos estaban esperando para comer… Nada. No atendía a razones.

En cualquier momento entraría alguien y se jodería el invento. Y nosotros de esa guisa. ¿Qué podía hacer para que fuese rápido? ¡Piensa, Beatrice, piensa!

  • Quiero comértela. – solté sin pensar, paralizando el descenso de su boca por mi vientre.

Levantó la cabeza lentamente. Me miró unos segundos, observando mis reacciones. Eso fue lo que provocó que me ruborizase de pies a cabeza.

  • ¿Estás segura? ¿O es solo porque quieres que pare?

Mierda.

  • Un… Un poco de las dos cosas. – sonreí, desviando la vista.

Automáticamente se incorporó, bajándome el vestido y tumbándose a mi lado.

  • Beth. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no voy a hacerte nada que tú no quieras?

  • ¡No es que no quiera! – protesté, incorporándome y abrazándome a él – Pero me está matando que puedan entrar. Nos esperan para comer.

  • Yo también estoy esperando…

La promesa encerrada en su sonrisa me desarmó. Pero, gracias al cielo, llamaron a la puerta en aquel preciso instante.

  • ¡Chicos! ¡La comida se enfría!

Era mi madre. Y su comentario no podría haber sido más oportuno.

Andy y yo estallamos en carcajadas.

  • ¡Ya vamos, mamá! – me las apañé para decir.

Me levanté de la cama, colocándome bien el vestido y guardando todo lo que aquel depredador había sacado del sitio. Él me observaba atentamente, sin moverse.

  • Ya seguiremos esta conversación más tarde. Venga, arriba. – tiré de su brazo para ponerlo de pie, y se dejó obedientemente.- Anda… Guarda el pajarito no se vaya a constipar.

No se movió. Continuaba con esa sonrisa ladeada de pura malicia en la cara.

  • ¿Andy?

Silencio… Y de pronto comprendí lo que quería.

  • ¿¡Serás…!? – mascullé, arrodillándome frente a él ante su atenta mirada.

Fue todo un reto actuar de madre cuando lo que en realidad me apetecía era probar el sabor de esa parte de su cuerpo, que volvía a cobrar fuerza solo con el roce de mis manos mientras buscaba con los dedos la cinturilla de sus calzoncillos para cubrirla. Le miraba de soslayo de vez en cuando, pero él parecía la mar de entretenido. Incluso triunfal.

  • ¿Con que sí, eh? – murmuré más para mis adentros que otra cosa.

Cuando ya prácticamente la tenía bien guardadita, aproveché que me ponía en pie para pasar rápidamente la lengua por la punta de aquel glande rosado. Su grito ahogado reflejó mi propia sorpresa al paladear un sabor bastante más agradable de lo que había previsto, ligeramente salado y con un punto agridulce al mismo tiempo. Rarísimo, pero muy excitante. Cuando enfoqué la vista en su cara, tenía los ojos abiertos de sorpresa. Mi expresión triunfal le hizo fruncir el ceño. Y, para rematar la jugada, le di unas palmaditas en el ahora más que abultado “paquete”, antes de caminar hacia el salón muy digna.

La mirada que nos echó Judith, con su ceja levantada y los labios fruncidos escondiendo un risita, me hizo sentir incómoda. Aunque cuando nos sentamos a la mesa y vi que Andrew le devolvía un ceño fruncido, sin comprender, cundió el pánico. Sin embargo, mi tía se limitó a pegarle un tirón de coleta, ignorando sus protestas. Luego se puso a servir el arroz. Cuando me tocó el turno, yo no podía mirarla a la cara de lo coloradas que tenía las mejillas.

Después de comer, todo el mundo se desperdigó: mi hermano bajó a la calle con su PSP a jugar un rato con los hijos de los vecinos. Mi madre y mi tía fueron a la playa, toalla en ristre y sin nada más que el bikini. Mi padre y mi tío se bajaron al bar a tomar el carajillo de rigor… Andy y yo nos quedamos solos en casa. De nuevo.

Mientras lavaba los platos, con él ayudándome a secarlos y guardarlos, recordé por qué se había ausentado aquella mañana.

  • ¿Qué tal con Sonia? – se le ensombreció la cara, y su ceño se convirtió en una única línea horizontal - ¿Tan mal ha ido?

  • Me he tirado una hora para hacerle entender por qué eres millones de veces mejor que ella, y por qué miles de razones me fijé en ti. Y la otra hora y media la he pasado evadiendo preguntas sobre nosotros, recordándole los fallos de nuestra relación… Y quitándomela de encima.

  • ¡¿Cómo?!

Un hervidero de furia se había formado en la base de mi estómago, haciendo que casi me sentase mal lo que acababa de comer. Celos. Muchos celos.

  • Beth… Ni siquiera soy capaz de pensar en ella de esa forma. Pero resulta muy molesto que te estén intentando seducir a cada minuto. Y menos cuando encima intentan coaccionarte.

  • ¿Seducir cómo?

  • Enseñando cacha, presumiendo de escote, chupándose el dedo de forma provocativa tras comerse una aceituna… ¡Puf! Agotador.

  • ¿Y… No funcionaba? ¿Ni un poquito?

Mi inseguridad era perfectamente excusable: él era mucho mayor que yo, al igual que su ex. Yo no sabía seducir ni aún proponiéndomelo. Me llevaba mucha ventaja en ese terreno.

Evité mirarle a la cara para no demostrar lo que me atormentaban esos pensamientos en realidad. Pero, al parecer, mi primo había llegado a conocerme mucho más profundamente de lo que yo pensaba.

Escuché su carcajada irónica, y vi de reojo cómo iba hasta la nevera, sacaba un bote de nata, y volvía hasta mi.

  • Sécate las manos. – ordenó. Lo hice sin rechistar. – Extiende el dedo… Así.

Con mi dedo índice boca arriba, en posición horizontal, recibí un montoncito de nata montada. Me lo quedé mirando, perpleja.

  • Un pequeño experimento. Verás… - cogió mi otra mano y se la llevó a la entrepierna, sorprendiéndome tanto que casi tiro toda la nata al suelo. – Como puedes comprobar, estoy perfectamente tranquilo, ¿cierto? Pues bien, veamos qué ocurre si eres tú la que te chupas ese dedito…

Ladeé la cabeza. ¿A dónde quería llegar?

Me encogí de hombros y me dediqué a chupetear los chorretones de nata que estaban empezando a caer por mi mano, subiendo luego hasta la yema y metiéndome el dedo entero en la boca, paladeando su dulzura. Luego limpié los restos con mi lengua y mis labios, pasando por ellos mi índice de muchas formas distintas. Solo cuando escuché a Andy suspirar, volví a mirarle: no me hizo falta tocarle para comprobar que estaba más que excitado.

  • Bueno… Eso significa que estas cosas sin duda funcionan contigo, ¿no? – alegué, sintiéndome de pronto bastante estúpida.

  • No, cielo. Solo me ocurre si las haces tú. Es tu inocencia lo que me provoca esto… Y estoy más que harto de que dudes de tu poder sobre mi, Beth. – dio dos pasos en mi dirección, empotrándome entre la pila y su cuerpo – Me pones malo. Muy malo. A veces sin hacer nada: simplemente siendo tú misma. Otras veces, como ahora, me pone cachondo ver cómo haces algo aparentemente inocente que para mi tiene mucho significado…

  • Vale. Me he perdido. – reí, sin poder pensar con claridad con su erección en mi ingle.

  • ¿En qué crees que estoy pensando cuando te chupas el dedo de esa forma? – hice un gesto elocuente con la cabeza, indicándole sin palabras que esa parte la entendía bien. – Bien… ¿Crees que tendría el mismo efecto si pienso que es Sonia la que me lo está haciendo?

Mi boca se abrió involuntariamente, como si fuese a replicar. Pero no podía. Tenía razón. Ahora entendía por qué se excitaba tan a menudo conmigo.

  • ¿Así que cada vez que relacionas algo de lo que hago con algo que podría llegar a hacerte, te pones malo? – asintió. Yo estallé en carcajadas, sin importarme su contrariedad. – Andy… De verdad que no me lo propongo. En serio…

Me besó. No me dejó decir una sola palabra más. Y yo di por terminada nuestra conversación también. Tenía poder sobre él. Y ahora ya sabía cómo usarlo. Solo era cuestión de hacerlo de la forma adecuada.

  • ¡Ay! ¡Quita! ¡Necesito ir al baño! – comencé a pegar saltitos, haciéndole reír y quitándomelo de encima como pude para salir corriendo hacia el pasillo.

Entré en mi habitación. Desde allí podía oír cómo él terminaba de guardar la vajilla: perfecto. Me quité el vestido y me puse una faldita de colegiala a cuadros rojos y negros que nunca había encontrado el momento de estrenar. No me molesté en ponerme braguitas. ¿Para qué? Sonreí ante mi propio atrevimiento. Me enfundé unos calcetines blancos altos y me puse mi sujetador de lacitos rosas tan infantil. Luego me colé en su habitación, robé una de sus camisas blancas y me la puse por encima, anudándola y dejando a la vista un generoso escote. Me recogí el pelo en dos coletas y corrí de nuevo a mi cuarto para pintarme pequitas y ponerme un poco de gloss . Para terminar, saqué una piruleta de mi bolso, y comencé a darle vueltas con mi lengua frente al espejo. ¡Menuda pinta tenía! Pero aquella era mi forma de descubrir si realmente era capaz de excitarle a propósito. Sí.

Me apoyé en el umbral de la puerta de la cocina, jugueteando con el caramelo y sin decir una palabra. Andy me sintió, así que no necesitó mirarme para saber que había vuelto.

  • No he oído la cisterna. ¿Así es como te libras de mi? – sonrió.

  • Es que a veces me das miedo…

Mi tono aniñado exageradamente consiguió lo que quería: que se girase hacia mi.

  • ¿Pero qué coño…?

Entre palabra y palabra hubo una pausa. Como si fuese incapaz de unirlas en su cerebro, o como si éste se hubiese colapsado momentáneamente. Tenía un plato llano en las manos, y lo apretó tanto con el paño que pensé por un segundo que lo rompía. Me tuve que esforzar al máximo para no partirme de risa. Él seguía mirándome de arriba a abajo.

  • Dios, Beth… ¿A qué estás jugando?

Moví la lengua con exagerada inocencia sobre la paleta, al mismo tiempo que frotaba mis muslos entre sí. Andy dejó el plato sobre la encimera, soltando el paño de cualquier manera, y comenzó a caminar hacia mi. Parecía hipnotizado. Yo tenía la intención de pasármelo en grande aquella vez, así que le di la espalda y comencé a caminar hacia el sofá, moviendo descaradamente mis caderas. Era como tener a un depredador agazapado y listo para saltar sobre su presa… Que en aquellos momentos era yo. Aunque en realidad, era más bien lo contrario.

En el último segundo cambié de opinión y me acabé sentando sobre la mesa, con las piernas abiertas y mi mano apoyada entre ellas, sin dejar de darle vueltas a la piruleta. Andy se detuvo a unos centímetros de mi, mirándome con una lujuria indescriptible. Sonriendo, me saqué el caramelo de la boca y se lo ofrecí.

  • ¿Quieres?

  • Por supuesto.

Pero cuando cogió la paleta no se la llevó a la boca. Lo que hizo fue besarme, introduciendo su lengua lentamente en mi boca para saborearla. Yo entrelacé mis piernas alrededor de su cintura, y sus manos feroces se introdujeron bajo mi falda, clavándome los dedos a la altura de las caderas. Duro era poco, Dios mío. Era una piedra directamente clavada contra mi mano, que se apresuró a darse la vuelta para envolverla entera con la palma. Jadeó en mi boca, volviéndome prácticamente loca en cinco segundos durante los cuales yo ya estaba desabrochando aquel molesto pantalón.

Se percató del detalle de la camisa cuando estaba deshaciendo el nudo. Me miró, maliciosamente, y la abrió por completo para contemplar mi sostén. Si hubiese ardido en ese momento, me lo habría creído. Lo tomó entre sus manos, apretando las copas entre sus dedos, justo antes de bajarlas con ayuda de sus índices para dejar al descubierto mis pezones, más que excitados. Por aquel entonces, yo ya había liberado su miembro, y no tuve más que moverme un poco hacia delante para que rozase mi entrada, libre de obstáculos. El gemido que le salió de las entrañas al sentir cómo me la introducía yo misma fue enloquecedor. Unimos nuestras bocas con fuerza. Él bombeaba sus caderas y yo le arrancaba casi literalmente la camiseta a jirones. Era mil veces mejor notarle dentro sin nada que nos separase, aunque sabía que era una locura. Sin embargo, mi mente estaba tan obnubilada por el placer que simplemente ignoré la alarma de mi conciencia. Gemí con él. Le ofrecí mis pechos, que aceptó con gusto devorar con aquella boca ardiente. Apreté aquel culo firme con mis manos, solo por el placer de sentir cómo se endurecía en cada envite. Y, cuando ya notaba los primeros síntomas del orgasmo, me tumbé sobre la mesa boca arriba, dejándome totalmente a su merced. Eso bastó para que se volviese loco, sacando mis caderas del apoyo y penetrándome así, en vilo, durante un par de minutos más hasta que ambos estallamos en un clímax violento e intenso. Y, por fin, sentí de nuevo aquel líquido caliente reconfortando mi interior, llevándome para mi sorpresa a un segundo orgasmo consecutivo.

Sudorosos y satisfechos, nos perdimos el uno en los ojos del otro mientras nuestras respiraciones volvían a la normalidad. Pero el mecanismo de la llave en la cerradura girando casi nos provoca un infarto. Quise salir corriendo, pero él fue más rápido y, cogiéndome en volandas sin siquiera salir de mi interior, se plantó en su cuarto en cuatro zancadas y media. Quise reír de pura histeria, pero me tapó la boca con sus manos.

  • Esto es muy serio, John. Hay que hablar con ellos inmediatamente.

La voz de mi padre sonaba demasiado seria como para que fuesen buenas noticias.

  • Venga ya. ¡Sé razonable! Los chicos no son hermanos de verdad…

  • ¡Ese chico es el hijo de tu mujer!

Mi corazón dejó de latir. Andy se puso muy serio también, y me bajó lo más delicadamente que pudo al suelo, mientras se arreglaba los pantalones y la camiseta. Se puso un dedo sobre los labios en señal de silencio, y a mi se me llenaron los ojos de lágrimas. Sabía que aquello tenía que llegar algún día; lo habíamos estado buscando desde el principio… Pero no quería que acabase.

Andy me abrazó muy fuerte, haciendo que finalmente yo dejase de contener el llanto, y me susurró al oído que no me preocupase.

  • No llores, pequeña. Quédate aquí, ¿de acuerdo? No salgas y déjame esto a mi.

  • ¡No…!

Con un gesto de advertencia, me recalcó de nuevo sus palabras antes de salir y cerrar la puerta tras de sí. Rompí a llorar aún con más fuerza, entrando en pánico. Ví el teléfono móvil sobre su mesilla de noche y solo se me ocurrió una persona a la que suplicar ayuda.

Tía Judith, soy Beth. Papá y el tío se han enterado. No se cómo. Te necesito .”

Recé por que no estuviesen bañándose…

  • ¡… Contigo quería yo hablar, Andrew! – la voz autoritaria de mi padre resonó en toda la casa. – Tenemos que hablar.

  • Sé de lo que quieres hablar. Os he oído. – la calma de mi primo resultó pasmosa.

  • ¿Y no tienes nada que decir al respecto, hijo? – murmuró mi tío, mucho menos afectado por la noticia, al parecer. ¿Se lo habría contado su mujer?

  • ¿Qué quieres que diga, John? – respondió Andy. – Estoy enamorado de esa chica.

  • ¡Resulta que esa chica es tu prima! ¿Sabes el escándalo que se va a formar cuando la gente se entere?- mi padre estaba fuera de sí.

  • ¿Solo te preocupa eso? ¿El escándalo? – contraatacó Andrew sin piedad. - ¿Ni siquiera vas a preguntar si tu hija es feliz o no conmigo?

  • ¿¡Qué sabréis vosotros, mocosos!?

Me indigné.

Se suponía que mi padre era un tío genial; razonable y comprensivo. No aquel imbécil que era incapaz de dejar de chillar.

  • …Perdóname, hermano. Andy tiene ya veintisiete años, así que no es ningún mocoso.

  • ¡Y mi hija solo veinte! ¿Es que no ves que es una locura?

En aquel momento, la puerta de la calle se abrió de nuevo. Mi madre preguntó en seguida sobre lo que estaba pasando, al ver a mi padre tan alterado. Hubo un cruce de conversaciones en las que no fui capaz de sacar nada en claro. Pero, de pronto, Andrew volvió a hablar.

  • Mira, ni somos primos ni me parece tanta locura que haya siete años de diferencia entre nosotros. ¡Todos los putos días se forman parejas con esa diferencia de edad! ¿Por qué no dices claramente lo que se te pasa por la cabeza? No soy lo que tú quisieras para ella.

  • ¡Andrew! – exclamó horrorizada la voz de mi madre.

  • ¡Menuda chorrada! – mi tía Judith parecía incluso divertida ante todo aquello. Se me pusieron los pelos de punta, incapaz de entender cómo podía ser tan cínica. – Seguro que ahora dirá que prefiere ver a Beth con un imberbe de veinte años que no sabe qué hacer con su vida y que se pasa los días jugando con el pequeño Peter a la videoconsola, ¿no?

  • Judith, esto es serio…

La mujer ignoró olímpicamente la advertencia de mi padre.

  • Mira, cariño. Es mi hijo, y es tú hija. Son mayores de edad y no hay parentesco, así que no es ilegal. Si vas a retirarle la palabra a tu familia solo porque dos chavales se hayan enamorado, adelante. Pero luego, cuando lo lamentes, ten en cuenta que no habrá vuelta atrás.

Se hizo un silencio mortal.

Yo me estaba muriendo por saber qué estaría ocurriendo ahí fuera, pero mis piernas temblaban tan violentamente que me sentía incapaz de levantarme del suelo donde estaba. Mis lágrimas habían borrado las pecas pintadas, y en mi nerviosismo me había deshecho las coletas. Ni siquiera se me había ocurrido limpiarme, con lo que la falda estaba hecha un asco. Me la quité, cogí un trozo de papel para limpiarme y me puse lo primero que encontré: un pantalón corto de chándal y una camiseta de manga corta. Cogí aire, sabiendo lo que tenía que hacer y, mejor aún, lo que quería , y salí de la habitación.

Todos clavaron sus miradas en mi cuando aparecí en el salón. Ninguno podía ignorar las evidencias de mi berrinche, así como tampoco mis padres podían pasar por alto mi férrea determinación cuando hablé, con voz débil pero clara.

  • Estoy enamorada de Andy, papá. Tengo veinte años, y es la primera vez que alguien me hace sentir lo que ha conseguido él. Y no pienso dejarlo escapar solo porque a ti te de miedo lo que pueda decir la gente. Si no lo aceptas, nos iremos a otra ciudad. Yo tengo mis ahorros y seguiré estudiando, y él puede trabajar, aunque dudo que le haga falta, porque a diferencia de mi mala suerte él tiene unos padres que le apoyan y le comprenden. Yo solía pensar que también los tenía, pero… Parece que no es así.

Otro silencio sepulcral.

Los ojos de mi madre se cristalizaron y dejó escapar un sollozo, agarrando con fuerza a mi padre del brazo. Él me miraba como si fuera la primera vez que me veía. Mis tíos se dirigían miradas cómplices entre ellos. Y Andrew… En esos ojos estaba viendo un orgullo increíble. Orgullo por mi. Y amor: mucho amor.

  • Yo… - comenzó a hablar mi padre, carraspeando sonoramente. – Maldición. No voy a ser yo el que destroce el corazón de mi hija. Está bien. Si es lo que tú quieres, te apoyaremos. Tienes razón, no es tu primo carnal. Y ya me las arreglaré cuando la gente se entere de que estás saliendo con el hijo adoptivo de mi hermano. ¡Pero por nada del mundo vas a irte lejos de mi, jovencita…!

No le dejé acabar. Me lancé a sus brazos, sollozando como una idiota y dejando libre por fin todo ese miedo que había estado acumulando desde que comenzaran las vacaciones. Él me abrazó igual de fuerte, volviendo a ser aquel padre tan “guay” que yo recordaba. Mi madre nos besó a ambos y todo fue empalagosamente novelesco durante el resto de la tarde.

El segundo momento memorable del día vino cuando Andy y yo nos dimos un beso durante la cena, delante de mi hermano. Su cara valió millones.

Fue idea de Andy, por supuesto, pero reconozco que fue divertido dejarles a todos K.O mientras nos dábamos el lote. Hasta que mi padre carraspeó exageradamente y se nos cortó el rollo.

Por cierto, por si no os lo imaginabais, la que destapó el pastel fue Sonia (por supuesto). Se encontró con su ex suegro y mi padre sentados en la terraza del bar y se acercó para ver si a través de mi tío ella lograba acercarse un poco más a Andrew. Y claro, al mencionarle el tema de “aquella novia tan joven”, surgió la inevitable conversación. Ella relató con todo lujo de detalles lo que había visto en la playa, y lo que sabía por sus amigos en común, y mi padre solo tuvo que atar cabos… Víbora asquerosa. Pero le salió el tiro por la culata. ¡Já!

Por otro lado, el resto de las vacaciones fue insoportable, con Peter dándonos la lata a cada momento, cada vez que nos veía acaramelados… O interrumpiéndonos en cuanto veía que desaparecíamos. La verdad es que el chico se lo había tomado con toda la naturalidad del mundo, y eso ayudaba.

… Lo que no ayudó para nada fue el resultado del Predictor al final del verano…

NDT:

Gracias a todos aquellos que habeis seguido este relato. Espero que lo hayais disfrutado tanto como yo mientras lo escribía, y que el final no os deje con demiasiado mal sabor de boca.

Este género es sin duda mi favorito, y pronto tendreis noticias mías con algún otro título... Eso sí, lamento anunciar que el tema de publicarlo por capítulos me gusta demasiado, así que lo más probable es que lo siga utilizando. XD

Un saludo y hasta la próxima.

¡Ah! Y Feliz Navidad, por cierto. ;)