El secreto (parte 6)

Una muchacha británica de 18 años, sin ninguna experiencia en la cama, se marcha a otro país de vacaciones con sus padres y su hermano por invitación de un familiar. Allí conocerá a alguien que volverá todo su mundo del revés... Pero tiene que ser un secreto.

Después de haber visto a algunos de mis compañeros escritores especificar el carácter de su relato antes de la narracion, creo que debo hacer lo mismo, para evitar decepciones innecesarias.

Mis relatos son eróticos; no pornográficos. Quiero decir que se trata de una historia sensual, sexy o como querais llamarla, con muchas escenas subidas de tono que van aumentando en frecuencia e intensidad a lo largo de la historia y los capítulos... Pero ante todo es eso: una historia. Así que si lo que buscas es algo con lo que masturbarte directamente, no lo encontrarás aquí. Ahora bien, si lo que quieres es algo para ir abriendo boca y ponerte a tono, entonces sigue leyendo.

Si lo haces, lo terminas y te gusta, por favor me encantaría conocer tu opinión. Si no te gusta, también (aunque solo si eres capaz de formular una crítica constructiva con educación y consideración). Y si eres escritor/a de relatos y te apetece compartir una afición, dejame un mensaje privado: ando buscando un grupo de gente con el que compartir mis hobbies, y este es claramente uno de mis favoritos.

Gracias por leer.

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Mi primera vez

El corazón me dio un vuelco desagradable cuando escuché aquella voz. ¿Qué demonios estaba haciendo ella alli? Me até bien la toalla en torno al cuerpo y entreabrí la puerta para escuchar mejor. Lo primero que oí fue la risa forzada de Andy.

  • ¿Pero a ti qué te pasa, Sonia? – bufó, exasperado pero sin levantar mucho la voz, dadas las horas y el eco del rellano. – Mira. Si quieres que hablemos de esto, por mi bien. Pero mañana. En una cafetería, como la gente normal. No aquí, en la puerta de mi apartamento, a las tres de la mañana…

¿Era esa hora? Abrí los ojos como platos. Se me había pasado el tiempo volando, aunque… Obviamente estaba muy claro por qué. Sonreí, orgullosa por la evidente frialdad con la que mi primo se estaba tomando aquella visita indeseada. Lo primero que pensé fue que ella estaría borracha, seguramente. Pero al escuchar cómo hablaba, me sorprendió darme cuenta de que no.

  • ¡Andy no me lo puedo quitar de la cabeza! – exclamó, ignorando que él la chistaba para que bajase la voz - ¡Es una cría, por el amor de Dios! No me puedo creer que caigas tan bajo. Nosotros eramos…

  • No hay un nosotros , Sonia. Dejó de haberlo cuando te tiraste a mi mejor amigo. Punto.

¡Oh, madre mía! Menuda guarra… Ahora entendía por qué reaccionaba de aquella manera. Pero, aun así, esa tipa era una obsesa.

  • Lo habría si tú quisieras. Yo estoy rogándote para volver contigo desde el momento en que ocurrió aquello, pero no me das tregua. ¡Pasó hace dos años, por favor! ¿Cuándo piensas perdonarme?

  • ¿Pero quién te dice a ti que yo quiero perdonarte? ¿Que puedo siquiera? A mi no se traiciona de esa manera sin consecuencias, Sonia… Y mucho he hecho ya con dirigirte la palabra, cuando en realidad lo que me apetecería es escupir por donde pasas. Así que deja de jugártela conmigo y lárgate de una vez. Si mañana estoy de humor te pego un toque y quedamos. Pero ahora, si no te importa, quiero seguir follando con mi novia…

Se me escapó una carcajada histérica. ¡Qué manera de clavar el dedo en la llaga! Jamás hubiese imaginado que Andrew tendría ese punto cruel. Pero, en el fondo, me gustaba.

La conversación se detuvo ahí. Escuché cómo se cerraba la puerta de la calle, y le oí acercarse al baño. Yo no quería que me pillase espiando, así que cogí rapidamente una toalla y me puse a secarme el pelo, sentada en la taza del váter.

Él entró bastante más serio de lo normal, pero nada más verme le nació una leve sonrisa en los labios. Yo correspondí.

  • En fin… Parece que no eran nuestros padres. – suspiró, sentándose en el borde de la bañera junto a mi.

Le vi tan abatido en aquel momento que solté la toalla y le acaricié la cara con la máxima ternura de la que era capaz, intentando aliviarle aunque solo fuese un poquito. Lo conseguí, pero no por mi gesto. Mis pechos se habían quedado al descubierto en gran parte, y su mirada se había desviado automáticamente en su dirección. Fue un momento cómico porque ninguno de los dos nos movimos en al menos treinta segundos, mientras él me miraba y yo seguía con la mano apoyada en su mejilla, con los ojos en blanco. De pronto, estalló en risas. Yo me uní sin remedio, y él me abrazó con fuerza.

  • Dios, cómo me gustas – carcajeó suavemente en mi oído, apretujándome. – No se qué estás haciendo conmigo, Beth, pero has vuelto mi mundo completamente del revés.

  • ¡¿Y tú el mío, qué?! – me indigné, separándolo de mi para mirarle con la boca abierta – Hasta hace dos días como aquel que dice yo era una niña inocente. Y llegas tú, primo pervertido, y mira lo que me haces.

  • Aún no has visto nada.

Se lo había puesto en bandeja. Me di cuenta cuando me fijé en su sonrisa ladeada, segundos antes de que embisitiera contra mi cuerpo, cargándome sobre su hombro y arrancándome un grito. Quise agarrarme al marco de la puerta cuando pasaba, pero adivinó mis intenciones y me sujetó las muñecas. Ya podía patalear, revolverme o intentar morderle: no había manera de soltarse.

Cruzó el pasillo y una puerta, y me soltó sobre una cama grande, de matrimonio. Me quedé sin aire por el impacto, y luego reconocí la habitación de mis tíos. Le miré, escandalizada.

  • ¿Aquí?

  • En cualquier parte… - susurró, abalanzándose sobre mi.

Yo no sabía si reír o gimotear. Al final me salió una especie de mezcla ridícula de ambos, mientras Andy se encanaba de risa, arrancándome con facilidad la toalla.

Intenté cubrirme mis partes con las manos, pero él cogió otra vez mis muñecas y las colocó sobre la almohada, sujetándome con una sola mano mientras la otra circulaba sobre mi piel a donde le daba la real gana. Puse una mueca: ¿cómo podía ser tan floja? Eso de que cualquiera pudiese hacer lo que fuese conmigo no me hacía nada de gracia, la verdad… Shock… Una dedo travieso entre mis piernas, separando su cuerpo del mío. Gimo. Elevo las caderas. Me empapo en cuestión de microsegundos. ¿¡Qué!? No, no no… ¡Así no se podía vivir!

  • ¿Quieres dejarme de una vez?

  • No.

  • ¿No me vas a soltar?

  • ¿Tengo que hacerlo? – su sonrisa traviesa me desarmaba por momentos, por eso era mejor no mirarle. – Tú has preguntado si quiero dejarte… La respuesta es no , por supuesto. Pero si me lo ordenas, tal vez la cosa cambie.

- Suéltame .

Hasta yo me sorprendí de la eficacia de mi intento de dominación cuando sus manos soltaron las mías. Incluso tardé un poco en reaccionar. Él seguía con la misma cara maliciosa. Hasta que se me escapó un jadeo de los labios, no caí en la cuenta de que sí, una mano me había soltado; pero la otra seguía exactamente en el mismo sitio. Fruncí el ceño.

  • He dicho que me sueltes.

  • Ya te he soltado.

  • La otra mano también. – fruncí también los labios.

  • La otra mano no te está cogiendo…

Su dedo corazón resbalaba entre mis labios menores, acariciando el clítoris cada vez que subía la mano hacia arriba. La temperatura de mi vientre era incendiaria. Gemí de nuevo, agarrándome como pude a las sábanas… Empezaba a quedarme sin recursos y sin cerebro con el que pensar racionalmente.

  • Andy aquí no… ¡Morboso!

  • Lo admito. Solo de pensar que voy a follarte donde duermen mis padres me enciende – sonrió, pasando su lengua por mis areolas en movimientos circulares entre las palabras.

  • Ellos seguramente lo han hecho también más de una vez en esta cama… Igual echaron un polvo antes de irse. O la noche de antes – mi mente se iba perdiendo entre las oscuras callejuelas del morbo más perverso, mientras imaginaba a la pareja cabalgando desatados en aquel mismo lugar. Sacudí la cabeza – Vamos a tu cuarto, so pervertido.

Andrew rió.

  • Hace dos segundos me has empapado la mano. Justo mientras decías lo que podrían haber llegado a hacer mis padres sobre estas mismas sábanas… A ti te calienta tanto como a mi. – su boca atrapó uno de mis pezones, dejándome sentir sus dientes alrededor, apretandolo hasta el límite del dolor con el placer.

Me agarré a su pelo. Ya me daba igual todo. Yo era una pervertida, él era un morboso y me estaba haciendo un dedo en la cama de sus padres. Pues vale. A tomar por culo todo: esta vez no pensaba conformarme solo con rozarme. Lo quería dentro a la de ya.

Mis manos volaron hasta su trasero desnudo, pues su toalla había aparecido mágicamente en el suelo junto a la mía, y arañé su piel, arrancándole un jadeo intenso. Lo guié hasta colocarlo sobre mi, pasando una de mis manos hacia delante para acariciar la extensión de su pene, duro como una roca a esas alturas. Pasé las yemas de mis dedos por sus testículos, esclavos de la gravedad, y me deleité en su suavidad mientras él se lanzaba a devorarme la boca. Mi otra mano también se olvidó de su culo y envolvió el tronco de su sexo, deslizándose hacia arriba y hacia abajo a un ritmo lento pero firme, al tiempo que mi lengua jugueteaba dentro de su boca. Y cada vez que el hacía ademán de dejarse caer para tumbarse sobre mi, la presión de mi mano aumentaba, impidiéndoselo mientras sus ojos me miraban suplicantes.

Su mano comenzó a ejercer una fricción frenética sobre mi clítoris, provocandome un grito, literalmente, a la vez que mis caderas subían solas por aquella intensa sensación violenta y desconocida hasta entonces. Mi vientre rozó su glande caliente, y nuestras ojos se cerraron al mismo tiempo… Solo que los míos se abrieron en seguida, mientras que Andy disfrutaba del contacto. Sin pensar. Esa era la clave. Rodeé su cintura con una mano mientras con la otra dirigía la punta de su pene a mi agujero. Y con un movimiento de pelvis, clave un cuarto de ella en mi interior. Ambos ahogamos un grito al mismo tiempo.

No sabía que iba a entrar tan fácilmente.

Entre mi lubricación descontrolada y la suya propia, aquello era como deslizar un pez entre las manos mojadas. Me miró escandalizado y muy sorprendido, y yo sonreí como disculpa, pero mi otra mano también se cogió a su cintura, empujándole hacia mi cuerpo mientras bajaba las caderas despacio hasta tocar el colchón de nuevo. Andy jadeaba muy fuerte, y cogía mucho aire cuando inspiraba. Sus brazos parecían de hierro en esos instantes, de la tensión que soportaban. Pero no pensaba quedarme a medias, así que volví a mover bruscamente mis caderas hacia él, al tiempo que atraía su pelvis con mis manos.

  • ¡AAAH! – cerré los ojos, con una mueca de dolor, sintiendo como si algo intentase apuñalarme el interior.

  • ¡No seas bruta! – me regañó él, retirandose levemente hasta dejar solo el glande en el interior. – Estate quietecita y déjame hacer a mi, anda.

  • No puedo más – jadeé, con las mejillas ardiendo y la boca entreabierta. – Quiero sentirte adentro. Quiero que me la metas ya.

Le salió una sonrisa halagada, incluso aún con el ceño fruncido como lo tenía. Sacudió la cabeza lentamente y metió su antebrazo bajo mi cuello, dandome un besito fugaz. El resto de su cuerpo se preparaba, cogiendo una posición más cómoda y colocando mis caderas bien apoyadas en la cama.

  • Como te dije, es la primera vez que hago esto – su voz sonó algo preocupada – Tengo claro que tienes que estar muy mojada… Pero, joder, si no manchamos la cama será de puro milagro.

Me ruboricé ante su afirmación cuando enfatizó sus palabras provocando un leve chapoteo contra mi coño, metiendo y sacando rápidamente la cabeza de su pene. Era gruesa. Debería de haberme dolido, pero tenía las piernas tan abiertas…; estaba tan excitada que lo único que era capaz de sentir era el placer sublime de sentir su temperatura corporal en mi interior.

  • No quiero hacerte daño.

La intensidad de su mirada la dejó sin aliento. ¿Qué clase de tío decía algo así con sinceridad absoluta, en un momento así? Andrew. Entrelacé las manos alrededor de su cuello y busqué el interior de su boca con la lengua, mientras mis piernas se abrazaban a su cintura, a la vez que movía la pelvis sugerentemente.

Funcionó. Con un jadeo, Andy colocó su mano libre en mi cadera, dejando caer todo su peso sobre mi. Hundió su cara en mi cuello, y acto seguido también fue hundiendo su tronco en mi interior. Me llenaba. Me invadía de una forma casi dolorosa, indescriptible y mayúscula… Pero tan placentera; tan completa que fui capaz de apartar de mi mente todo lo demás.

Obvié el dolor agudo cuando topó contra mi himen intacto. Lo sintió. Retrocedió un poco y, con todo su cuerpo, empujó contra la barrera, rompiendo el último vestigio de mi niñez que quedaba. No pude evitar pegar un gritito, contrayendo mi rostro. Ahora su roce ardía. Las paredes nunca antes exploradas recibieron el contacto de aquel miembro, sensibles e inflamadas por el deseo. Me mojé mucho más: no sabía si era cosa de algún sangrado. Pero a él no le importó, y a mi mucho menos. Comenzó a acelerar el ritmo. Yo me mordía el labio inferior, pues cada vez que embestía, el muro que separaba el dolor del placer se iba haciendo más y más delgado… Hasta que desapareció. En su siguiente envite, yo solo pude sentir un placer inimaginable, inalcanzable con una estimulación como las que había tenido hasta ahora. Aquello era íntimo y especial. Era romántico y erótico al mismo tiempo. Los jadeos y gemidos de mi primo se filtraban hasta alguna parte de mi ser que me sobreexcitaba más si cabe. Y pronto mis caderas se unieron a la cadencia de sus movimientos, llevándome hasta un precipicio abismal en el que no tardé en caer.

Mis gemidos descontrolados le asustaron, aunque no dejó de bombear en ningún momento para evitar que el dolor volviese. Me miró, analizando mi rostro. Pero yo no podía abrir los ojos, con la frente perlada en sudor y la boca abierta en un grito mudo. Solo ciertos sonidos, nacidos en lo más profundo de mi vientre, eran capaces de huir de entre mis labios.

Sentí cómo me besaba las sienes, las mejillas, los labios, la frente… Todo lo que tenía a su alcance. No podía hablar, igual que yo. Solo jadeos y sonidos guturales. La parte que le pertenecía a él, y que se enterraba y desenterraba en mi propio cuerpo, comenzó a palpitar y a hincharse. Lo notaba. Era raro y a la vez divino. Le apreté más fuerte contra mi. Quería sentir cada fibra de su ser mientras disfrutabamos de aquel momento tan mágico. De pronto, gimoteó algo a mi oído, completamente ininteligible. Se agarró a mi pelo sin estirar de el y se hundió hasta el fondo, comenzando una marcha frenética que literalmente despegó mi alma del cuerpo. Aquello no tenía nombre. No era real. No podía haber tantas sensaciones en un cuerpo al mismo tiempo. No tan fuertes.

  • Ahhhh, Beth. Adoro tu cuerpo. Adoro estar dentro de ti, pequeña. Oooh.

Sonreí. Me pareció un piropo precioso y de lo más sincero.

  • ¿Te gusta, nena? ¿Cómo vas? – su voz era entrecortada por la fatiga.

  • Siii – ronroneé, agarrando su trasero con las dos manos para que fuese más rápido. – No me duele nada. ¡Me encanta! Dame más, por favor. Más rápido. ¡Más!

Obedeció. Aumentó aún más el ritmo si cabe. El sonido de su piel contra la mía resultaba morboso. Se apoyó con las dos manos en la cama, usando sus rodillas para perforarme literalmente. Su cara estaba roja y sudaba, sin dejar de mirarme a los ojos con expresión indescifrable. Su culo estaba duro como una piedra entre mis manos, y mis pechos botaban sin control ante su ímpetu. Llegó a dolerme la pelvis, pero no quise quejarme. El placer era demasiado grande y volvía a estar a punto de perderme en otro orgasmo. Y, de repente, se quedó pegado a mi y dejó escapar un grito aliviado, mientras mi interior comenzaba a convulsionarse por la llegada de mi propio climax. La guinda del pastel fue aquella sensación: cuando sentí la presión de los chorros de su esperma, disparando en mi interior, ardiente, mientras él temblaba violentamente y su cara se cubría con una máscara extasiada. Fue la primera vez en mi vida que me corrí dos veces consecutivas.

Se dejó caer sobre mi, agotado, respirando irregularmente mientras a mi solo se me ocurría acariciarle el pelo. Ahora fui yo la que lo cubrió de besos. Nos quedamos más de cinco minutos así, sin movernos. Acoplé mi respiración a la suya para que no me molestase, y así poder recuperarme yo también.

Mi primo acababa de follarme. Mi primera vez.

  • ¿Estás bien? – me preguntó, girando su cabeza hacia mi y acariciandome un brazo.

  • Mejor que nunca. ¿Y tú?

  • Buff… - sonrió. Se le veía exultante. Sus ojos estaban incluso brillantes. – Me pasaría el día en la cama contigo.

Me reí.

  • Bueno, acabaría embar… - casi se me sale el corazón del pecho - ¡ANDY! ¡Joder que no te has puesto condón! ¡¿Y AHORA QUÉ?!

Él salió de mi interior demasiado rápido, y la sensación de vacío que dejó no me gustó nada en absoluto. Mis músculos estaban desbocados, y tardaron un buen rato en “volver al sitio”. Cerré las piernas como pude, observando muy enfadada su expresión culpable.

  • Lo siento. ¿Qué querías que hiciera? Bastante me he controlado durante todo este tiempo, joder… ¡No puedo pensar en todo! – se frotó la cara con desidia – Contigo no puedo pensar. Directamente.

  • Ya pero ¿pensarías mejor con un mocoso en el vientre de TU PRIMA? – quise incorporarme, pero me dio un pinchazo y ni lo intenté. Sentí cómo el líquido que se almacenaba en mi vagina se escurría entre mis piernas y las abrí para comprobarlo con una mueca de asco. – Oh, mierda.

Ambos nos quedamos en silencio, viendo como el espeso líquido blanquecino goteaba sobre la colcha. Era asqueroso… Y a la vez, una imagen demasiado morbosa para dejar de mirarla. Alcé la vista avergonzada, buscando una burla por su parte… Y descubrí que él tampoco podía dejar de mirar, aunque sus mejillas se sonrojaron ligeramente. ¿Sería de mi misma opinión? Aquel pensamiento provocó que estallase en carcajadas, expulsando aún más rápido el líquido de mis entrañas. Más risas.

Andy me miró, pensando seguramente que me burlaba de él. Sin embargo, sorprendentemente, se unió a mi y empezamos a partirnos de risa. ¡Qué felicidad! Semejante situación y tan descomunal problema en potencia, y nosotros riéndonos como imbéciles…

Cuando conseguimos calmarnos, él se levantó y cogió del baño un trozo de papel y un paquete de toallitas. Yo miraba el desastre y la acusadora mancha en la cama. ¿Y ahora qué? ¿Qué excusa inventaríamos para haber cambiado las sábanas de la habitación de sus padres, la única noche que no se habían quedado en casa? Aquello no pintaba bien…

Me mortifiqué cuando mi primo pasó el trozo de papel por mi entrepierna con cuidado. No me miraba, pero una sombra de sonrisa se adivinaba en su cara. A continuación, cogió las toallitas y sacó dos: una de ellas la puso en mi mano, mirandome significativamente; con la otra empezó a limpiarme con cuidado aquella zona tan sensible.

Casi me da un pasmo. No quería ni verle la cara.

Clavé la vista en el colchón, pero lo que tenía delante era una “extremidad” blandita y relajada, manchada de esperma y algo de sangre. ¿Asco? No. No pregunteis por qué, pero me pareció algo la mar de natural. Cogí su miembro entre mis manos, con cuidado de no volver a excitarle – no estaba preparada todavía para repetir la experiencia – y pasé la toallita por toda la extensión, eliminando los restos. Sus labios se pegaron a los míos: esta vez no con pasión, sino con ternura.

  • ¿Crees que será una locura decir lo que siento en este momento? – me preguntó, sin dejar de mimarme y refrescarme con la humedad de la toallita.

La tiró y cogió otra limpia. Yo hice lo mismo, sorprendiéndome un poco cuando vi la usada conmigo tan manchada de rojo… A mi no me dolía.

  • ¿Por qué? – reí levemente, concentrada en mi tarea. - ¿Tan mal suena en tu cabeza?

  • No es que suene mal . Es que no se si es prudente.

Lo miré a la cara, con evidente curiosidad. Estaba tan serio que asustaba.

En el momento en que cogía aire para hablar, mi parte femenina lo intuyó y me temblaron las manos.

  • Me estoy enamorando de ti, prima. Muy rápido.