El secreto (parte 5)

Una muchacha británica de 18 años, sin ninguna experiencia en la cama, se marcha a otro país de vacaciones con sus padres y su hermano por invitación de un familiar. Allí conocerá a alguien que volverá todo su mundo del revés... Pero tiene que ser un secreto.

Después de haber visto a algunos de mis compañeros escritores especificar el carácter de su relato antes de la narracion, creo que debo hacer lo mismo, para evitar decepciones innecesarias.

Mis relatos son eróticos; no pornográficos. Quiero decir que se trata de una historia sensual, sexy o como querais llamarla, con muchas escenas subidas de tono que van aumentando en frecuencia e intensidad a lo largo de la historia y los capítulos... Pero ante todo es eso: una historia. Así que si lo que buscas es algo con lo que masturbarte directamente, no lo encontrarás aquí. Ahora bien, si lo que quieres es algo para ir abriendo boca y ponerte a tono, entonces sigue leyendo.

Si lo haces, lo terminas y te gusta, por favor me encantaría conocer tu opinión. Si no te gusta, también (aunque solo si eres capaz de formular una crítica constructiva con educación y consideración). Y si eres escritor/a de relatos y te apetece compartir una afición, dejame un mensaje privado: ando buscando un grupo de gente con el que compartir mis hobbies, y este es claramente uno de mis favoritos.

Gracias por leer.

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Calma frustrada

Tomé todo el aire que me permitió la capacidad de mis pulmones cuando mi cuerpo convulsionó violentamente por tercera vez. ¡Dios mío! ¡Si seguía así iba a matarme!

Sentía mi corazón desbocado latir en mis oídos, sin permitirme casi escuchar los sonidos de succión, los besos y la respiración agitada de Andrew, cuya boca había acabado alojada de nuevo entre mis piernas.

Sin saber cómo detenerle, solo se me ocurrió empujar su frente con mis manos para alejar de mí a ese caníbal que intentaba devorarme entera. Me pareció oír una leve risita.

Mi cuerpo se abandonó, exhausto, y sentí que no era capaz de mover un solo músculo mientras contemplaba cómo mi primo se limpiaba las comisuras de la boca con dos dedos, intentando reprimir una sonrisa satisfecha. Me dio un beso bajo el ombligo y me acarició los muslos, ayudándome a cerrarlos, colaborando a su desentumecimiento.

  • ¿Cómo vas? – se atrevió a preguntarme con todo el descaro del mundo.

Lo miré entrecerrando los ojos, aunque mi expresión presentaba una imborrable sonrisa.

  • Parece que ha dejado de llover… - mi mirada fue momentáneamente a la ventana para comprobarlo, y solo entonces fui consciente de que había vuelto la luz a la casa. ¿Cuándo había sido eso? – Creo que hemos encontrado un método para curar tu fobia.

Su sonrisa prepotente me arrancó un gruñido. Él rió con ganas.

  • Deberíamos ir pensando en la cena.

  • ¿No has comido bastante? – escupí entre dientes mientras se ponía de pie frente a mi.

  • ¿No debería bastarte con mirarte a ti misma para responder a eso? – hizo un guiño rápido y me pellizcó levemente un pecho, antes de comenzar a caminar en dirección a la cocina.

No me pasó desapercibido el enorme bulto bajo sus pantalones. Él no se había desahogado, y me sentía mal por ello… Pero mi cuerpo no respondía y no pude ir tras él.

Sin embargo, Andrew pareció no inmutarse siquiera por ello mientras rebuscaba en las alacenas y la nevera en busca de ingredientes. Incluso le oyó silbar. Parecía muy feliz.

Yo fruncí el ceño, furiosa conmigo misma por mi propio egoísmo.

  • Meh. Por aquí no hay nada decente. ¿Cenamos fuera? – se asomó por el respaldo del sofá y se percató de mi expresión. - ¿Qué pasa?

  • Que tengo mucho morro y me odio por ello.

Andrew soltó una carcajada.

  • Bueno, he podido comprobar ese dato hace un rato… ¿Pero por qué te odias?

Alcé la mirada para encontrar la suya, haciendo una mueca enfurruñada.

  • No te has desahogado. No te he tocado siquiera. Soy una egoísta.

  • No lo he hecho porque no he querido. – respondió alzando una ceja con naturalidad. – Me gusta reservarme. Quiero desearte hasta volverme loco… Más loco de lo que ya me he vuelto.

  • ¿No te duele? – no lograba entender cómo podía gustarle esa clase de tensión.

Ladeó la cabeza mientras sonreía, alargando su brazo para acariciarme el pelo.

  • Digamos que es un dolor placentero, en cierto modo.- no me lo creía ni harta de vino y mi expresión pareció demostrarlo. – Beth, no es el momento. Déjame tomarme esto con calma y será increíble, te lo prometo. Ahora sube a vestirte… ¿O necesitas que te ayude?

Su mofa no impidió que mi mente intentase analizar aquellas palabras. ¿Calma? Se había pasado más de una hora de rodillas frente a mí, disfrutando de mi cuerpo con una tranquilidad exasperante. ¿Qué calma quería?

  • Si no te das prisa, no cenaremos.

  • Voy. – mi mente seguía dándole vueltas, intentando encontrarle sentido.

  • Muy bien.

De pronto, me cogió en vilo y subió las escaleras, ignorando mis protestas.

Me depositó sobre mi cama robándome un beso y abrió mi armario. Me incorporé, fingiéndome escandalizada,

  • ¡No hurgues en mi armario!

  • Yo no hurgo. Encuentro.

Para mi sorpresa, cogió algo y me lo tiró al regazo: era el vestido color violeta que me había regalado. Le miré interrogante.

  • Quiero sufrir. Ya ves. – confesó encogiéndose de hombros. Luego se dirigió hacia la puerta. – No tardes, lentorra.

Oí cómo encendía su mini cadena, reproduciendo una canción de rock de Bon Jovi. Se puso a cantarla a pleno pulmón, haciéndome reír.

Tanteé mis fuerzas y comprobé que había recuperado el control, aunque aún me temblaban ligeramente las piernas. Aún así, logré caminar hasta mi cómoda y coger mi mejor conjunto de ropa interior, antes de volver tambaleándome hasta la cama de nuevo para sentarme. Se trataba de un sujetador precioso de color blanco, con un poco de relleno y un patrón de encaje realmente elegante sobre las copas. Tenía un ribete de raso de color malva en el escote, y un precioso lacito en el centro. Hacía mis pechos realmente apetecibles frente al espejo del armario.

La parte de abajo era igual, solo que el ribete iba alrededor de la cinturilla y tenía dos lacitos, uno a cada lado de mis caderas. Nada de tanga: una braguita completa pero baja, muy sexy.

Me puse desodorante y colonia y me pasé el vestido sobre la cabeza. Afortunadamente, el tremendo escote finalizaba justo donde comenzaba el sujetador, así que comprobé que quedaba realmente bien. Solo si me inclinaba, juntando mis brazos por delante, se atisbaba de vez en cuando el ribete de raso. Sonreí.

¿Quería calma? No iba a ponérselo fácil…

Me había dejado el pelo suelto, así que tuve que apartar varias veces los mechones rebeldes que amenazaban con meterse en mi plato de gnocci al roquefort mientras cenábamos en un restaurante italiano cerca del centro, una hora después.

Andrew no había dejado de mirarme con mucha intensidad desde que me había visto salir vestida de la habitación. Había silbado a modo de piropo antes de salir de casa, pero ahora parecía realmente preocupado: especialmente cuando me inclinaba sobre mi plato para evitar manchas indeseadas.

Nunca creí que provocar a un hombre fuese tan divertido. Era mezquina, pero la venganza estaba resultando ser realmente dulce.

Forcé su conversación, dispuesta a aprovecharme de su temporal debilidad.

  • ¿Te pongo nervioso?

  • No sabes cuánto… - sonrió mientras enrollaba spaghetti al pesto en su tenedor.

  • ¡Pues no estoy haciendo nada! – me encogí de hombros, chupando la yema de mi dedo que se había manchado de queso. – A este paso, va a ser muy difícil que puedas tomártelo con calma .

Hizo una mueca mientras se llevaba el cubierto a la boca, como queriendo restarle importancia. Yo lamí inocentemente la salsa que envolvía mi gnocci antes de comerlo. Bebió un trago de su copa de vino rosado para tragar mejor…

  • No te preocupes por eso. Es cosa mía.

  • Pero no entiendo qué calma necesitas para… Bueno. Para acostarte conmigo. – mis mejillas se tiñeron de rubor ligeramente.

  • La calma la necesito para no destrozarte, preciosa. La decisión de acostarme contigo ya la tomé en aquella playa… - rió pasando su pulgar por una de mis mejillas coloradas, ante mi expresión de pasmo. – No. A ver… Es una exageración. O bueno, en realidad no tanto… ¡Joder, que difícil!

Dejó sus cubiertos y se masajeó la frente con aspecto de estar en un compromiso. Saboreé mi triunfo mientras intentaba ocultar mi sonrisa tras la servilleta.

Andrew se lo pensó unos instantes. Luego me miró de nuevo, serio y resuelto, frotando sus manos en su pantalón.

  • Yo ya tengo experiencia en esto – explicó lacónicamente – Nunca me ha hecho falta que nadie me explique qué tengo que hacer en la cama o cómo hacerlo. Pero, si te soy sincero, jamás he tenido que enfrentarme a nadie como tú.

  • ¿Cómo yo?

  • Virgen.

Empecé a atisbar de qué iba el asunto, pero ladeé la cabeza esperando el resto de la información.

  • Beth, mira… Yo soy un tipo bastante pasional para estas cosas. Nunca he tenido que contenerme, y por eso jamás he necesitado controlarme. Pero contigo es distinto: tengo que tomármelo con calma para no joderte… En el peor sentido de la palabra.

Acabó la frase con una sonrisa malévola que me hizo reír. Aunque lo intentase, no podría convencerme de que era un “mal tipo”. Y decirme aquello no hacía más que confirmarme que cada vez estaba más loca por él.

  • Bueno. ¿Y qué vamos a hacer? – pregunté, llevándome la copa de vino a los labios.

  • Tú puedes seguir con tus jueguecitos y tus piques… Y mientras, yo buscaré la forma de encontrar el momento y el autocontrol para hacerte mía sin ser un bestia que te folle viva, como realmente deseo…

Oh, Dios mío.

Esa intensidad hizo que mi ropa interior ganara una delatora mancha de humedad al instante. Me quedé mirándolo con los ojos muy abiertos, pero él siguió con sus ojos castaños fijos en los míos. Tuve que respirar hondo.

La tensión fue disminuyendo poco a poco, al ritmo que charlábamos de temas distintos, tratando ambos de conocernos. Parecía un acuerdo tácito: ninguno mencionaba el sexo. Incluso abandoné mi idea de seducirle en todo momento, conmovida por su esfuerzo.

Un par de horas más tarde, fuimos a tomar algo a un garito, no muy lejos del apartamento, donde Andrew solía pasar tiempo con sus amigos jugando al billar o los dardos mientras bebía cerveza.

La noche era muy fresca. Lo suficiente como para que yo necesitase la cazadora de cuero de mi acompañante sobre mis hombros para librarme de la piel de gallina que despertaba el viento sobre mi piel.

Caminamos por un callejón sin salida (por el que yo jamás me hubiese metido sola) y atravesamos una puerta iluminada por un cartel desvencijado que rezaba “La guarida”, con algunas letras de neón fundidas.

La música era una sucesión de temas clásicos del rock de todos los tiempos: Aerosmith, AC/DC, Bon Jovi, Nirvana, Black Sabbath… No estaba excesivamente alta, y se podían escuchar una veintena de conversaciones, risas, gritos y demás voces provenientes del resto de la clientela, de todas las edades.

Las paredes eran mitad rojo fuego, mitad negro, con una cenefa de llamas tribales haciendo de división. Había zona de sofás y zona de mesas; una barra curvada de madera oscura, algunas dianas de dardos junto a la entrada y tres mesas de billar al fondo del local.

Nos acercamos a la barra, donde mi primo saludó al enorme camarero barbudo y con pañuelo sujetando su rebelde melena. Me presentó como su novia, y el hombre me miró sorprendido. Luego dirigió una sonrisa socarrona a Andy, bromeando.

Caminamos hasta la zona de sofás de sky rojo y ocupamos una mesa, lejos de las abarrotadas mesas de billar. Enseguida nos trajeron dos cervezas.

  • ¿Te sigue apeteciendo quedar con estos, ahora que ha pasado la tormenta? – me preguntó mientras sacaba su móvil y lo dejaba frente a él encima de la mesa.

  • Por mi bien… Pero cualquiera diría que tienes miedo de estar a solas conmigo.

Sonrió a mi provocación, mirándome con soberbia.

  • No me gustaría acabar violándote delante de todo el mundo. Dañaría mi reputación. Y Dios sabe que una parte de mi arde en deseos por comerte, especialmente cada vez que veo esos ribetes de tu sostén.

Uf. A tomar por saco la tregua.

  • Hum… ¿Te gusta de verdad?- contesté, recorriendo mi escote con el dorso de mi dedo índice.

Yo no era así antes de conocerle.

Era una niña bastante inocente, sin pretensiones y muy orgullosa de no ser como las descaradas y calenturientas de mis amigas… Ahora cualquiera de ellas pagaría por verme por un agujerito.

  • Será mejor que vengan las carabinas, antes de que cometa una locura como la que se me está pasando por la cabeza ahora mismo.

No contuve la carcajada que me nació al verle visiblemente incómodo mientras se tiraba de la costura central de su pantalón, intentando encontrar una posición más cómoda para la erección que sufría.

Mandó un mensaje al grupo y en menos de media hora estábamos todos charlando y riendo entre tiro y tiro en el billar. Cuando me quise dar cuenta, yo ya llevaba cuatro botellines de cerveza, más aparte las tres copas de vino de la cena a las que no estaba acostumbrada. Así que sobra comentar que mi vergüenza, ya mermada de por sí desde que salía con Andrew, había desaparecido sin dejar rastro.

Él estaba disfrutando con ello. Se notaba cómo aprovechaba para tirarme de la lengua con pullas que en cualquier otro momento me hubiesen sonrojado, o para besarme indiscretamente… O simplemente para meterme mano bajo el vestido cuando me inclinaba con el culo en pompa para tirar.

Sus amigos reían con nuestro juego, y se dividían para defendernos cuando yo me quejaba de su descaro, sin hacer absolutamente nada para evitarlo.

Una de las veces que me tocaba tirar en una posición difícil, me medio tumbé sobre el tapete apoyando el vientre en una de las esquinas de la mesa, dejando una pierna en el aire con la rodilla sobre el borde y manteniendo la izquierda en el suelo para no hacer trampa. Me estaba concentrando. Ya teníamos casi la partida ganada, y apenas quedaban dos bolas aparte de la negra… Cuando sentí su entrepierna pegada a mi trasero, dura como una piedra.

La sorpresa hizo que moviese el taco antes de tiempo, mandando la blanca directa al agujero. Me quejé de trampas lastimosamente, apoyando mi frente en el terciopelo verde, convulsionando de risa. Pero me froté disimuladamente contra aquella erección, sintiendo su calidez incluso a través de sus vaqueros.

Entonces, él se inclinó completamente sobre mí, apoyando su pecho en mi espalda y colocando sus manos a los lados, mordiéndome sensualmente el lóbulo de la oreja.

  • No me ayudas nada… Acabo de mandar a la mierda a mi conciencia.

Se incorporó rápidamente y tiró de mi cuerpo, quitándome el taco de billar de las manos y pasándoselo a Fran, que había extendido ya la mano para cogerlo, adelantándose a las acciones de su mejor amigo.

  • Si nos disculpáis – se excusó cogiendo mi bolso y su chaqueta – Ha sido un día muy largo y estamos cansados… Vamos yendo para casa. Mañana quedamos en el parque por la tarde, ¿vale?

No me dejó ni despedirme. Comenzó a andar pegado a mí, obligándome a moverme hacia delante y guiándome hasta la puerta mientras se despedía del barman al pasar junto a la barra de nuevo. Me puso la chaqueta sobre los hombros y me llevó fuera, cogiéndome de la mano sin dejar de caminar en dirección al apartamento.

Era tal su resolución que no me atreví a contradecirle.

Además, mi nivel de excitación estaba exigiendo exactamente lo mismo que él: volver al apartamento y acabar lo que habíamos empezado aquella tarde.

Subimos al ascensor, sin desperdiciar un solo segundo tras apretar el botón correspondiente para besarnos con deseo. Él metió su mano directamente bajo mi vestido, presionando sus dedos sobre la zona húmeda de mi sexo y arrancándome un suspiro. En respuesta, mi mano bajó a su cremallera y la abrió sin miramientos, buscando desesperadamente entrar en contacto con aquella zona de su anatomía.

Pero su calzoncillo no lo ponía fácil, así que intenté desabrocharle el cinturón sin alejarme de él, con lo que me lo puse aún más difícil. El alcohol me hacía aún más torpe de lo que era yo ya de por sí, pero también aumentaba mi deseo y alejaba cualquier miedo de mi cabeza.

Reímos boca contra boca de nuestros propios errores, y justo cuando conseguí abrir las piernas lo suficiente para que sus dedos entrasen por dentro de mi ropa interior hasta tocar de lleno mis labios menores, yo conseguí desabrochar el cinturón y abrir el botón de sus vaqueros, metiendo la mano y anudando mis dedos sobre su tronco rígido y caliente, disfrutando de la suavidad mientras movía mi mano como había aprendido. El ascensor decidió elegir justo ese mismo instante para llegar.

No se ni como pudimos abrir la puerta, porque ninguno renunciaba a su presa. Pero lo conseguimos.

La ropa iba cayendo mientras caminábamos directos a la habitación de mi primo, obligándonos a seguir avanzando cada vez que descubríamos que habíamos parado para besarnos y acariciar la piel que íbamos dejando al aire.

Sin exagerar, tardamos diez minutos en subir las escaleras y recorrer los dos metros de pasillo hasta abrir su puerta. Ni encendimos la luz. Simplemente me llevó junto a la cama y se sentó en ella, dejándome de pie frente a él y devorando cada centímetro de piel desnuda que encontraba.

Yo me agarraba a su pelo, como si fuese lo único que mantuviese mis pies en el suelo mientras la excitación me llevaba en una espiral de sensaciones y deseos irracionales.

En un momento dado, me di cuenta de que mi sujetador ya no estaba. Sentí su lengua jugar con mis pezones, rodeando las areolas y sujetándolos entre sus manos con desesperación. Mi instinto me llevó a sentarme a horcajadas sobre él, buscando el contacto directo de nuestros sexos… Pero otra vez había barreras que me lo impedían. Gemí en protesta. Andy se limitó a besarme, agarrando mi trasero con firmeza para pegarme aún más contra él, rozándome contra su ya incontrolable erección.

  • Dios… Cómo deseo sentirte, Beth. – jadeaba mientras sus manos se introducían bajo mis bragas.

  • Quítatelos. – rogué yo en respuesta.

No hizo falta especificar. Se recostó en la cama, llevándome más hacia arriba y manteniéndome a cuatro patas sobre él, para bajar sus bóxer y liberar un miembro duro, potente, con el glande amoratado por la presión sanguínea y un tamaño más que respetable… Al menos, eso me pareció a mí mientras aprovechaba para mirar entre mis pechos.

Él me sonrió.

  • Adelante. Curiosea ahora, antes de que pierda más la cabeza.

Me mordí el labio inferior, sentándome sobre sus muslos y dejando aquella extremidad erguirse a unos centímetros de mi pelvis. Latía. Numerosas venas surcaban el tronco. Pero sin duda, lo que más llamaba mi atención era aquel corazón en su cima; aquella extraña “fresa” brillante…

  • …¿Puedo?

  • No preguntes, linda. Es tu turno. – respondió cerrando los ojos y anclando sus brazos cruzados bajo su propia nuca.

Mi dedo índice dio un leve toque en el diminuto agujerillo de su uretra, recibiendo una embestida de su pelvis como respuesta, coreada por un gutural gemido. Me sobresaltó un poco, pero en seguida comprendí que él estaba tan ansioso por el contacto como yo. Volví a acariciarle, esta vez desde el mismo punto hasta sus testículos, rozando con cuidado pero muy lentamente todo su tronco, hasta llegar a la suave piel de su escroto, surcada por un vello oscuro, para nada desagradable a la vista.

Andrew alternaba gemidos, jadeos y bufidos. Yo ya pasaba la palma de mi mano, adaptándome a la presión correcta que provocaba la mejor respuesta en él. Me gustaba envolver sus testículos con el hueco de mi mano, y manosearlos para sentir cómo se movían. Era una sensación extraña.

  • Cógemela, cariño. – suplicó mirándome intensamente tras un buen rato. – Agárrala con toda tu mano alrededor… Así. Ahora muévela de arriba abajo, despacio, tirando de la piel contigo… ¡Oh, señor! ¡Eso es!

Un placer morboso me recorrió entera al ver su disfrute mientras aprendía a masturbarle. Su frente estaba perlada de sudor y sus mejillas sonrojadas; la boca entreabierta, permitiéndome escuchar el paso del aire a través de sus labios y creando uno de los sonidos más sensuales que he oído en mi vida. Sus manos se aferraron a la sábana sobre su cabeza, y su pelvis dibujaba un movimiento ascendente y descendente, al ritmo de mis propias manos. Arranqué un gruñido de su garganta cuando mi otra mano se dedicó a acariciar mi parte favorita.

Y entonces me agarró de los brazos y tiró de mí hacia arriba, para llegar a besarme, tumbándome sobre su pecho y colocando mis manos en su rostro. Llevó las suyas a mi culo y me colocó justo sobre su entrepierna, permitiéndome sentirla entre mis labios. Los fluidos que mojaban mis bragas eran ya exagerados, y mi cuerpo me pidió desesperadamente rozarme contra él, mostrándome un nuevo mundo de sensaciones al sentir  cómo su tronco se deslizaba por mi sexo.

Él marcaba el ritmo. Yo daba rienda suelta a mi propio placer, buscando la presión y la postura adecuadas para gozar de aquel roce exquisito. Aceleramos. Sus dedos se aferraron a la separación entre mis nalgas bajo la tela, abriéndome aún más y haciéndome gritar sin que pudiese contenerme. Y fue en ese preciso instante cuando una explosión nacida entre mi ombligo y mi clítoris se abrió paso en un torrente de calor, cruzando por mi estómago en dirección ascendente hasta atravesar mi garganta, desembocando en un grito ahogado mientras mi cuerpo temblaba. Y junto a mí, Andrew liberó un gruñido profundo con la boca abierta contra mi cuello, a lo que siguió una sucesión de disparos de esperma caliente contra mi ropa interior empapada.

No sé cuánto tiempo estuvimos agarrados, respirando como si hubiésemos corrido una maratón. Sus brazos rodeaban mi cintura y los míos se aferraban a su cuello. Lo sentí reír con deleite.

  • No había disfrutado de esto desde que era un crío. No recordaba que se sintiese tan bien.

Las escasas fuerzas que tenía me permitieron incorporarme un poco para mirarle. Su cara estaba relajada, iluminada incluso. Me miraba con ojos brillantes y una sonrisa ancha. Yo tenía el pelo alborotado por completo y dos llamas ardientes en mis mejillas.

  • Me alegro… Al menos esta vez te has venido conmigo… - murmuré, sin saber muy bien cómo debía sentirme en aquellos momentos.

Acarició mis pómulos con dulzura.

  • Esto es justo lo que necesitaba. Ahora me siento mucho más… Centrado.

No me dio tiempo a procesar sus palabras.

Se abalanzó sobre mí, haciéndome rodar en la cama y me besó. Cada vez que intentaba separarme, me agarraba más fuerte, provocándome risas al final. Y, cuando se sintió satisfecho, como veinte minutos después, se movió incómodo con cara de desagrado.

  • Odio estar pringoso. ¿Nos vamos a la ducha, pequeña?

Le encantaba ser más fuerte que yo y demostrármelo. Me cargó como si fuera un saco de patatas y me llevó hasta el lugar donde me lo encontré por primera vez aquel verano. Abrió la puerta y encendió la luz tranquilamente con una mano, antes de depositarme suavemente dentro de la bañera. Me lo olí.

  • ¿Qué estás tra-?¡¡¡¡AAAAAAARRRRRGH!!!! – exclamé cuando abrió el grifo y comenzó a mojarme con la alcachofa de la ducha, sin importarle salpicarlo todo de agua.

Mi vestido se fue al traste; mi ropa interior también. Pero si pensaba que iba a quedarme quieta después de aquello, iba listo. Me colgué de su cuello. Literalmente. Tenía que mojarse él para seguir mojandome a mi… Y lo hizo. Se metió en la ducha conmigo el muy truhán. Y medio vestidos, nos besamos bajo el chorro de agua helada, comenzando a sentir que la temperatura se templaba a un ritmo alarmante. ¿O éramos nosotros? No lo sé. El caso es que mi piel ardía en contacto con la suya, que también estaba enfebrecida.

Me quitó con esfuerzo las prendas adheridas a mi piel, sin despegar sus labios de los míos, y yo hice lo mismo que él… Con su ayuda. Desnudos. Primera vez. Escalofríos por cada centímetro de piel. Caricias interminables que acababan con mil explosiones de hormonas reventando a la vez en mi interior. Respiraciones aceleradas que se mezclaban con el revoltijo de latidos desacompasados en los que nos habíamos convertido ambos… Y sonó el timbre.

  • ¡Mierda! – espetó, con su tremenda erección en pleno apogeo pegada a mi vientre.

  • No abras… - supliqué, acariciando los músculos de su espalda, sin dejarle apartarse de mi.

  • Tengo que hacerlo. Tal vez sean nuestros padres… Quédate aquí.

Salió, se enroscó una toalla en la cintura y puso otra sobre su cabeza, saliendo a toda prisa del baño. Escuché con atención como abría la puerta. Después silencio. Un minuto, dos, tres… Nada más que un murmullo inteligible a través del chorro de agua. Acabé dandome una enjabonada rápida, ignorando las protestas de mi piel hipersensible al no detenerme más de la cuenta en las zonas más necesitadas, y me enjuagué. Cerré el grifo y me puse un albornoz: el baño estaba hecho un desastre. Ya me inventaría alguna excusa. Pero si Andrew no había vuelto, era porque efectivamente habían vuelto… ¿De noche? A esas horas estarían ya más que dormidos en su hotel. ¿Pero entonces quién…?

Abrí temerosamente la puerta del cuarto de baño, intentando reconocer alguna voz. Se me heló la sangre al percibir la frialdad de mi primo al hablar.

  • No sé que cojones crees que haces aquí, pero te aseguro que no pienso hablar contigo en este momento: estoy bastante ocupado.

  • ¿Qué tiene esa chiquilla que yo no pueda darte? Me debes una explicación, Andy…

Sonia.