El secreto (parte 4)

Una muchacha británica de 18 años, sin ninguna experiencia en la cama, se marcha a otro país de vacaciones con sus padres y su hermano por invitación de un familiar. Allí conocerá a alguien que volverá todo su mundo del revés... Pero tiene que ser un secreto.

Después de haber visto a algunos de mis compañeros escritores especificar el carácter de su relato antes de la narracion, creo que debo hacer lo mismo, para evitar decepciones innecesarias.

Mis relatos son eróticos; no pornográficos. Quiero decir que se trata de una historia sensual, sexy o como querais llamarla, con muchas escenas subidas de tono que van aumentando en frecuencia e intensidad a lo largo de la historia y los capítulos... Pero ante todo es eso: una historia. Así que si lo que buscas es algo con lo que masturbarte directamente, no lo encontrarás aquí. Ahora bien, si lo que quieres es algo para ir abriendo boca y ponerte a tono, entonces sigue leyendo.

Si lo haces, lo terminas y te gusta, por favor me encantaría conocer tu opinión. Si no te gusta, también (aunque solo si eres capaz de formular una crítica constructiva con educación y consideración). Y si eres escritor/a de relatos y te apetece compartir una afición, dejame un mensaje privado: ando buscando un grupo de gente con el que compartir mis hobbies, y este es claramente uno de mis favoritos.

Gracias por leer.

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Tormenta

La luz entraba a través de las cortinas, hiriendo mis ojos mientras intentaba agarrarme con fuerza al sueño.

En él, Andrew se había deshecho por fin de la fina barrera que les separaba, quitándole la parte de debajo de su bikini y bajando su propio bañador. La calidez de su piel rozaba la sensibilidad de mi inflamado sexo, abriéndolo a su paso mientras un grito de auténtico placer escapaba de mi garganta. Él me movía con la misma cadencia que lo hacían las olas a nuestro alrededor, al mismo tiempo que nuestras lenguas danzaban libres y húmedas, anhelantes, lamiendo todo a su paso. Yo aceleraba el ritmo, deleitándome con los músculos de su espalda, y oía cómo su respiración se agitaba más y más…

Algo cayó con fuerza sobre mi cara, sobresaltándome brutalmente. Por reflejo me lo quité de encima de un manotazo. Era suave y mullido. Un almohadón.

  • Jajaja. ¡Menuda cara de muerto tienes, fea! ¡Y que bragas tan horribles!

La odiosa voz de mi hermano pequeño me ayudó lamentablemente a volver a la realidad. Lo miré con ira. Él pareció pensarselo mejor y salió corriendo como alma que lleva el diablo, gritando “mamá” por el pasillo como un poseso.

Me froté la cara, casi arañándome de rabia. ¿Por qué no le daban dos duros de bosque para perderse y me dejaba en paz? Mi sueño… Interrumpido… Lo mataré.

No dejé de pensar esas tres palabras durante toda la mañana. No podía quitármelo de la cabeza. Ni cuando me duché y me di cuenta de mi evidente humedad; Ni cuando bajé a desayunar, soportando las miraditas burlonas de mis padres y mis tíos al ver mis pintas; Ni cuando volví a mi habitación y mi hermanito endiablado me roció con una pistolita de agua sobre los pechos, transparentando la oscuridad de mis pezones a través de la camiseta de tirantes del pijama… Ni siquiera cuando corrí tras él para meter su cabeza bajo el agua del grifo de la cocina.

Solo pude cambiar de pensamiento cuando me encontré con sus ojos castaños. Entonces, directamente, dejé de pensar.

Estaba apoyado sobre el marco de la puerta de la cocina, a mi izquierda, y se comía una manzana mientras observaba mi venganza personal. Yo estaba centrada en que aquella culebra no se me escurriese mientras con la rodilla le empujaba hacia delante para que el chorro del grifo cayese directamente en su cabeza, ignorando los gritos y las patadas.

Una de las veces que el crío me salpicó al intentar liberarse, aparté la cara y fui a parar justo a sus vaqueros, subiendo lentamente por el cinturón, sus abdominales de chocolate y sus pectorales lampiños; su cuello fuerte y su mentón oscurecido por la barba que comenzaba a salir. Y aparqué en sus grandes pupilas lobunas.

No pude evitar que las fuerzas me abandonasen, dándole la excusa perfecta a mi hermano para retorcerse entre mis brazos hasta conseguir salir corriendo, con el rabo entre las piernas y dejandome la camiseta totalmente empapada… Y transparente. De esto último me percaté cuando vi ampliada su sonrisa, con la vista centrada en mis endurecidos pezones.

Solté de golpe todo el aire que había retenido sin ser consciente. Él jugueteó con su lengua sobre la manzana, sin dejar de contemplar mis pechos, antes de darle un sugerente mordisco y guiñarme un ojo mientras volvía al salón.

Me sujeté con el banco de la cocina para no desplomarme de la impresión, incapaz de moverme durante un rato, hasta que fui capaz de recuperar el control de mis neuronas. Entonces corrí a mi cuarto a cambiarme de ropa. Entré y cerré la puerta, graduando mi respiración.

¿Por qué me causaba efectos tan absurdamente brutales? Cada vez que veía sus labios moverse, incluso para hablar, un cosquilleo se instalaba temporalmente en mi entrepierna.

Había pasado casi una semana desde la fiesta de la playa. Y, durante ese tiempo, Andrew me había llevado con él cada tarde a tomar algo con sus amigos, que ya me habían admitido en el grupo como a una más.

Era difícil esquivar preguntas comprometidas como: ¿de qué os conoceis? O ¿cómo lo conseguiste? Sus amigas eran expertas en sonsacar información. Pero entonces aparecía el héroe, siempre a tiempo, para sacarse alguna historia de la manga, mirándome de soslayo para que no la olvidase. Durante aquellos días, había aprendido a ser una perfecta actriz y una gran mentirosa… Gracias que tengo buena memoria.

Sin embargo, la actuación se acababa en el momento en que Andrew me ponía una mano encima: daba igual si era para cogerme de la cintura y pegar su pecho a mi espalda, o para darme un apretón en el muslo mientras estaba cómodamente sentada sobre sus rodillas. Y si me besaba, mi cara debía de cambiar tan radicalmente que las dudas que pudiese suscitar mi inocencia de cara a sus amigos se disipaban automáticamente.

Lo único que les descuadraba (y que no dejaban de repetirle de vez en cuando) era mi edad. Andrew no había salido jamás con ninguna chica de menos de 25, ni siquiera cuando él era más joven… Y eso me convertía en una rareza.

  • Yo entiendo que no pudieses resistirte, Andy – le defendía Fran, el rubio. – La chiquilla está muy pero que muy follable .

Collejas y más collejas. Esa era, según había comprobado yo, la mejor muestra de cariño que tenían Fran y mi primo. Pero, al parecer, eran muy felices así.

La mañana del Sábado, mi madre me despertó temprano sentándose junto a mi en la cama para decirme que iban a irse al parque temático a pasar el día, y que si quería irme con ellos. Yo rezongué y le balbuceé que ya no era una niña pequeña y que se llevasen al plasta de mi hermano que me iba a hacer mucha más ilusión. Mi madre rió mientras me acariciaba suavemente el pelo.

  • Qué mayor te has hecho. ¡Antes te encantaba ir a esos sitios! Pero ahora ya eres toda una mujercita…

Hice una mueca de disgusto: lo que yo quería era perder de nuevo la consciencia, que no eran ni las 8 de la mañana… Entonces escuché la voz de Judith desde la puerta.

  • ¡Déjala dormir, mujer! Ya es mayorcita para saber lo que hace…

Sonreí entre sueños. Adoraba a esa mujer.

No supe cuánto tiempo había pasado, pero una mano acariciándome la curvatura de la espalda me despertó con suavidad. Estaba dispuesta a rezongar de nuevo cuando recordé que los adultos se habían ido. Se me paró el corazón, despertándome de golpe. Ni me moví.

  • Buenos días, bella durmiente. – susurró la cálida voz de Andrew, sin dejar de acariciarme la espalda, esta vez recorriendo toda mi columna vertebral. – Son las once, ¿te apetece ir a la piscina o comemos fuera?

  • Hum… - ronroneé desperezándome. - ¿Habíamos quedado?

  • No. Hasta la noche tenemos tiempo. – su dedo índice recorrió la gomilla de mis braguitas de algodón, de parte a parte, por toda la cadera, erizándome la piel. - ¿Alguna propuesta más interesante?

Sonreí. Tenía una muy buena.

No me dio tiempo a reaccionar antes de que una sonora palmada en el trasero rompiese la magia del momento. Me incorporé de golpe y me quejé con el ceño fruncido, colocándome de rodillas y cogiéndome la nalga golpeada. Pero su sonrisa traviesa me desarmó.

  • Mientras te lo piensas, ponte algo antes de que decida violarte ahora que no hay nadie en casa…

Y tal que así, salió de la habitación.

Me dejé caer sobre el colchón, con los brazos en cruz, con un suspiro de resignación: su edad y su mente madura jugaban muy en mi contra…

Media hora después, caminábamos de la mano por el paseo marítimo de Benidorm, buscando algún garito donde tomar algo para hacer tiempo hasta la hora de comer.

Pasamos por varios puestecitos ambulantes que vendían desde CD’s pirata, pañuelos, gafas de sol, bisutería… Hasta uno que tenía vestidos veraniegos realmente preciosos.

Me fijé en uno especialmente bonito: de color violeta, muy ligero, con un escote cruzado atrevido y muy sexy, con una caída vaporosa donde el color hacía aguas hasta quedar en un rosa apagado.

  • Te lo compraré si te lo pones para mi esta noche. – me sobresaltó Andrew con su aliento en mi oreja.

  • De eso nada. Me lo compro yo.

Antes de que tuviese tiempo de sacar la cartera, extendió un billete de veinte al tendero sin una palabra, descolgando el vestido y metiéndolo en la bolsa que le ofreció.

Fruncí el ceño y puse manos en jarras, pero pasó de mi olímpicamente con una gran sonrisa mientras seguía caminando hacia delante, colocando su brazo izquierdo como si llevase a alguien a su lado. Corrí y me agarré a él, dándole un leve pellizco en el trasero como castigo. Fingió escandalizarse y me reí. Siempre riendo. Era imposible parar.

Hacía viento, aunque no combatía el sofocante calor del medio día.

Unas nubes amenazantes se alzaban en el horizonte, justo en el lado contrario al que teníamos el mar. Me mordí el labio al recordar aquel dicho valenciano de “quan la mar s’arrassa, fica’t en casa”, que venía a significar que si el mar se calmaba demasiado, corrieras a refugiarte porque se avecinaba una tormenta.

Sin embargo, el oleaje era fuerte y el viento venía del mar, como de costumbre. Así que no parecía que fuese a cumplirse el refrán.

Observé a Andrew mientras se llevaba su botellín de cerveza a los labios. Las perlas de agua formadas sobre el vidrio cayeron por su garganta, pasando sobre su nuez de adán que se movía rítmicamente mientras tragaba un par de veces, y perdiéndose bajo el cuello de su camiseta negra sin mangas. Por un loco segundo pensé en abalanzarme sobre él para buscarla y recogerla con mi lengua. Bufé por el súbito calentón que sufrió mi cuerpo ante aquella imagen.

  • ¿Calor? – preguntó con una sonrisa mientras volvía a dejar la cerveza sobre la mesa.

Negué con la cabeza, aunque el abanico improvisado hecho de posavasos moviéndose rápidamente frente a mi cara demostraba lo contrario.

  • ¿Te apetece un chapuzón?

Su cabeza señaló al mar. En ese momento, una gran ola rompió en la orilla y arrugué los labios en una mueca de disgusto. Rió.

  • Vale. Última propuesta: una ducha fría, aire acondicionado a tope y una pizza. ¿Qué me dices?

Hum… Sonaba realmente bien. Asentí con la cabeza vehementemente, con los ojos muy abiertos, y di el último trago a mi coca-cola.

Secretamente, mi ilusión comenzó a crecer cuando le vi desaparecer dentro del bar para pagar las bebidas… La casa… Para nosotros solos. Como había dicho Andrew en la fiesta…

Comenzamos el camino de vuelta. Esta vez, el brazo del chico pasó alrededor de mis hombros, acariciando la piel desnuda que encontraba a su paso, hasta reposar en mi clavícula.

  • Dime una cosa. – me preguntó tras unos minutos de silencio. - ¿Hay algo de lo que hago contigo que no te guste?

  • ¿Por qué preguntas eso? – contesté alzando la cabeza para mirarle, sorprendida.

Él ladeó la cabeza, sin mirarme.

  • Es solo que a veces te noto tan cortada que pienso que te disgustan mis gestos.

Abrí la boca, dispuesta a contestar que aquello no era cierto en absoluto. Pero me interrumpió de nuevo.

  • … Porque, si no te disgustan, no entiendo qué problema tienes con tocarme: en la playa quise frenarte un poco, antes de que me volvieses loco. Pero no tenía intención de frenarte tanto.

  • ¡No tengo problemas con tocarte! – contesté, desesperada por que me entendiese – Soy yo la que piensa que igual te agobio o te hago sentir incómodo…

Sus carcajadas me desconcertaron. Le miré, y vi que se había parado detrás de mi y se sujetaba el estómago mientras reía. Mis mejillas se incendiaron de vergüenza, pensando que había hecho el ridículo. Pero entonces, Andrew se percató y corrió a abrazarme por la espalda.

  • ¡No, no, no! ¡No te enfades conmigo! Es que me resulta tan raro todo esto…

  • Ya. Vale. Soy una mocosa…

  • ¡Mocosa, no! – dijo de pronto, girándome hacia él, muy serio – Inocente. No eres ninguna niñata de esas de tu generación que no sabe ni dónde tiene la cabeza. Si fuese así, no estaríamos aquí en este instante.

  • Pero soy tan inocente que te doy risa. – me quejé, ahora sí, como una niña chica.

  • Bueno... ¿Qué tiene de malo? El borde soy yo, por reírme.

Le clavé una mirada envenenada. Él hizo una mueca exagerada con una sonrisa.

Rodé los ojos y los puse en blanco, rindiéndome como siempre y sonriendo también.

  • Eres un borde.

  • Soy un borde. – repitió, con voz de borrego, arrancándome una carcajada.- Y me tienes loco, niña inocente… Solo me pregunto cuánto tiempo voy a permitir que dure tu inocencia.

La intensidad de su mirada durante las últimas palabras me intimidó. Pero en seguida volvió a pasarme el brazo sobre los hombros, dirigiendo mis pasos de vuelta a casa. Ninguno habló durante el resto del paseo.

Al llegar al ascensor, mientras las puertas se cerraban, nos miramos los dos. Algo estalló y tanto mi estómago como mi sentido común se quedaron en el subsuelo cuando la cabina comenzó a elevarse. Me lancé sobre él, pillándolo totalmente por sorpresa, y pegué mis labios a los suyos con fuerza mientras mis manos se agarraban firmemente a su prieto trasero.

Con un jadeo, sus manos pasaron bajo mis brazos y me elevaron del suelo, girándome hasta quedar de espaldas contra la pared, sujetándome con la presión de su pelvis contra la mía mientras mis piernas se anudaban a su cintura y sus manos volaban bajo mi camiseta, apretando mis senos entre sus manos casi con desesperación.

Nuestras bocas se devoraban. No me importaba que su barba incipiente me rozase la piel, irritándome la barbilla mientras nos besábamos con locura. Mi vientre rozaba la cremallera de su pantalón, buscando anhelante el bulto que se iba formando rápidamente bajo sus pantalones, mientras mis manos se agarraban a su pelo con fuerza, como si eso fuese lo único que me mantenía consciente y en el planeta Tierra.

La campanilla que indicaba que habíamos llegado a nuestra planta sonó, deshaciendo el embrujo.

Él se apartó de mi y se pegó a la pared opuesta, extendiendo una mano mecánicamente  para que las puertas no se cerrasen de nuevo. Y me miraba con una expresión que mezclaba la lujuria evidente con algo más… ¿Miedo?

Ni yo sabía qué acababa de ocurrirme. Era lógico que se hubiese asustado. Pero yo lo estaba más.

Me recompuse como pude y salí del ascensor, sacando la llave del apartamento sin atreverme a mirar hacia atrás. Entré en el salón atravesando el pequeño pasillo, dejé el bolso sobre la mesa del comedor y apoyé mis manos, respirando hondo para calmar el desboque de mis latidos.

Una mano grande, morena y de uñas cuidadas acompañó a mi izquierda, mientras la calidez de otra me apartó el pelo de la coleta del cuello para despejarlo antes de que unos labios ardientes depositaran ahí un suave beso.

  • ¿Estás bien? – murmuró a mi nuca.

  • Lo siento… No sé…

  • No te preocupes. A mi también se me ha ido la olla.

Sentí su sonrisa aún sin verlo, y me contagió para variar.

Me dio un beso en la coronilla antes de oírle alejarse hacia la cocina.

  • Voy a llamar por teléfono para pedir la pizza. ¿Por qué no te refrescas mientras? No tardes porque yo lo necesito casi más que tú… - me giré a tiempo para verle echar una mirada de reproche a su propia entrepierna.

No pude evitar reírme con ganas mientras caminaba hacia el baño.

El agua fría reconfortó mis músculos, tensando todos y cada uno de ellos al principio hasta que me acostumbré a la temperatura y comencé a relajarme. Llené la palma de mi mano con gel y lo esparcí por toda mi piel. Estaba hipersensible, y casi podía llegar a dolerme en las zonas más íntimas.

Los pezones llevaban tanto tiempo erectos que me daban pinchazos mientras frotaba mis senos, y mi vientre se contraía involuntariamente cada vez que pasaba mi mano entre las piernas, enjabonando bien la mata de vello púbico que cubría mi sexo. Mi mirada fue a parar a la repisa donde se dejaban los botes de gel y champoo, y me fijé unos segundos en la maquinilla de afeitar de Judith. La idea cruzó mi mente como un relámpago, y me reí de mi misma ante la imagen de verme depilándome el pubis. Sin embargo, esa idea no me abandonó mientras acababa de enjabonarme el cuerpo. Es más, otro pensamiento se unió a ese, mucho más convincente: ¿le gustarían depilados?

Dejé de enjabonarme y cogí la maquinilla, colocando una pierna sobre el escalón de la ducha, comenzando a pasarla de arriba abajo con cuidado y por primera vez en aquella zona. Y, mientras tanto, mi subconsciente razonaba mis acciones pensando que, ya que tenía el aspecto de una niña para casi todo el mundo, el hecho de incluír el aspecto de mi sexo al lote no parecía tan descabellado. Incluso le daba cierto morbo al asunto…

Cuando salí de la ducha y me enrollé la toalla, el contacto del suave y esponjoso rizo contra mis labios mayores me hizo dar un pequeño salto. No había previsto aquella consecuencia.Y me vino a la mente lo que podría llegar a sentir ahora si se repetía el roce de la playa… Asombrada, me percaté de la automática respuesta de mi entrepierna, humedeciéndose en el acto, sin nada de vello que lo disimulase. Y agradecí ser de las que tenía cientos de recambios de ropa interior.

Llegué al comedor oliendo el delicioso aroma de la pizza que acababan de traer, mientras Andrew ponía la mesa. Le sonreí y él me hizo un guiño.

  • ¿Has acabado por fin? Estaba a punto de entrar a por ti.

  • Menos lobos, caperucita… - me burlé, secándome el pelo con la toalla mientras me sentaba a la mesa.

  • Tú ríete. Cuando me ría yo, hablaremos.

  • No haces otra cosa últimamente.

Hubo un fingido duelo de miradas, y el chico perdió.

Me revolvió el pelo bajo la toalla, provocando quejas, y se fue a la ducha. No tardó ni cinco minutos en volver, con aquella toalla de manos alrededor de su cintura, secándose también el pelo y sacándome la lengua a modo de burla. Competimos por ver quién era más rápido y ganó él, aún habiendo salido después que yo, con una sonrisa triunfante en el rostro mientras se hacía la coleta.

Comimos pizza hasta reventar. Nos pusimos a ver la televisión un rato, en un canal de cotilleos, y acabamos hablando de cómo solucionar el mundo. Nos reímos como locos.

Tomamos un café, un par de horas más tarde, y sacamos el parchís. Le pegué una tremenda paliza de 4 a 1, a lo que él solo era capaz de responder “revancha” una y otra vez. Luego pusimos una película del videoclub de la tv por cable que tenían contratada y nos quedamos dormidos cada uno en un sofá, totalmente derrengados.

Me despertó mi movil con una llamada: era mi padre.

  • ¿Cielo?

Se escuchaba como si estuviesen junto a una gran cascada. Seguramente alguna atracción.

  • ¿Papá? ¿Qué pasa?

  • ¡Oye, que dice tu tío que bajeis el toldo!

  • ¿Para qué? – Andrew se había despertado y la miraba interrogante.

  • … No nos vamos a poder mover de aquí hasta que amaine. – seguía hablando su padre, sin haberla escuchado. - ¿Eh? ¿Estás seguro? – parecía hablar con Judith. Luego volvió a dirigirse a mi. – ¡Pues nada, que dice tu tía que nos cogemos una habitación aquí en el hotel del parque, que parece que esto va para largo!

  • ¡Papá! ¿Te podrías alejar un poco del agua? ¡Es que no te oigo nada!

Andrew se quedó mirando atónito hacia la ventana. Se levantó y caminó hacia ella, con los ojos como platos, pero mi padre comenzó a reírse.

  • ¿Alejarme del agua? ¡Ya quisieramos, hija! ¡Dile tú que deje de diluviar, a ver si te hace caso y podemos volver al apartamento!

¿Diluviar? ¿De qué estaban hablando?

Y justo en ese instante, como respuesta, un trueno ensordecedor me hizo pegar un bote sobre el sofá, mirando asustada hacia la ventana donde Andrew estaba asomado. Él se giró, agitando la mano con la boca en forma de “o” y una risa contenida.

  • A tomar por culo planes de la noche. Se está cayendo el cielo.

Se me abrieron los ojos desmesuradamente y fruncí los labios. Odiaba las tormentas.

  • ¿Beth? – gritó mi padre por segunda vez.

  • ¡Sí, sí! Estoy aquí.

  • Cariño, tranquila. No va a pasar nada, ¿vale? – intentó calmarme mi padre, consciente de mi pánico. Ahora la llamada cobraba todo el sentido, mientras escuchaba a mi hermano gritarme “cagona” mientras mamá le intentaba hacer callar. - ¿Está tu primo ahí? ¡Pásamelo!

No fui capaz de mover mis ojos de la ventana, a través de la cual podía verse una cortina indecente de agua. Mis recuerdos me llevaron a mi infancia, cuando vi cómo un ciervo era alcanzado por un rayo en una tormenta similar, desde la ventana de casa de mi abuela. Me puse muy rígida y solo alcancé a estirar el brazo con el movil a Andrew. Pero él pareció comprenderme.

  • ¿Tío? ¿Cómo estáis por ahí? – saludó entre risas – Ya veo, ya… Nos habíamos quedado dormidos viendo la tele y nos acabamos de enterar… Sí, acabo de bajar el toldo, dile que no sea pesado… ¿Os quedais entonces? Ok. Sin problema… - tardó un rato en contestar, durante el cual clavó la vista en mi. Seguramente mi padre acababa de contarle lo que me pasaba. – No te preocupes. No voy a dejarla sola. Llamad si hay algún problema, ¿vale? Adiós.

Andrew colgó el aparato y vino a sentarse junto a mi, pasandome un brazo por la cintura y reconfortándome con caricias.

  • ¿Así que miedo a las tormentas? No me lo habías contado…

  • No suele llover así en verano – murmuré con un hilillo de voz.

  • Es solo agua, Beth. Ya pasará.

  • No me preocupa el agua…

Oportuno como él solo, un relámpago enorme cruzó el cielo e iluminó el salón, haciéndome subirme de golpe al regazo de mi primo, seguido de otro gran trueno. Me quería morir de la vergüenza, pero no era capaz de desenterrar mi cara de su cuello. Le sentí reir suavemente, pero sus brazos me envolvieron con fuerza.

  • Ok. No pasa nada. Estamos en casa y estás conmigo.

El segundo relámpago volvió a iluminar el salón durante dos segundos, pero cuando remitió, la TV también se apagó. Y las farolas. Y las luces del edificio de al lado…

  • De puta madre. – siseó Andrew.

Yo alcé la cabeza para descubrir el apagón, y mis ojos volvieron a encontrarse con los suyos. Alzó las cejas con resignación.

  • Voy a enviarles un mensaje a estos… ¿Me dejas?

Asintiendo, aún acongojada, me aparté mientras se levantaba del sofá y me volví a acurrucar de nuevo justo donde él había estado: me sentía mejor ahí.

Él fue a la cocina, abrió un par de cajones y volvió con tres velas aromáticas y el encendedor. Las colocó sobre la mesa de café y las encendió, quedando la sala en una penumbra agradable. Luego sacó su movil del bolsillo y escribió un rápido mensaje, antes de dejarlo sobre la mesa también. Me miró sonriente, señalando las velas.

  • ¿Quién dice que el romanticismo ha muerto?

Sonreí temblorosa. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, pero el aire acondicionado ya no funcionaba. Ahora hacía bastante fresco, con el agua que estaba cayendo, a pesar de que las ventanas y el balcón estaban cerrados. Me dio un beso en la boca y fue escaleras arriba hacia las habitaciones. No tardó en bajar con una manta fina y muy suave de color miel. La dejó sobre el respaldo del sofá en el que había dormido y le guiñó un ojo.

  • ¿Sabes qué es lo que más me gusta a mi de las tormentas? – le miré expectante – Una manta, un bol de palomitas y una buena peli.

  • Pero se ha ido la luz. – contesté, mirando el televisor sin vida.

  • Mi ordenador portátil funciona y está cargado.

Con una sonrisa cómplice, subió escaleras arriba de nuevo. Desde allí, me pidió que pusiese las palomitas al fuego mientras buscaba el disco duro donde guardaba las películas. Yo me levanté y cogí una vela, intentando no paralizarme cada vez que la luz iluminaba la casa, en dirección a la cocina. Busqué las palomitas y puse un cazo al fuego con un buen chorro de aceite. En cuanto estuvo caliente, eché un buen puñado y tapé la superficie, atenta a escuchar el sonido del maíz al estallar.

Andrew bajó de nuevo cargado con el portátil. Lo preparó en la mesa y comenzó a instalar el disco duro portátil.

Se había cambiado de ropa por otra más cómoda: antes llevaba un pantalón largo de pijama y una camiseta, pero ahora solo llevaba puestos unos calzones cortos deportivos, sin nada arriba. Me embobé con el juego de luces y sombras que las llamas provocaban en sus brazos, hasta que me di cuenta de que ya no se escuchaba el estallar de las palomitas. Apagué el fuego y llevé el bol a la mesa, sin poder evitar que mi vista fuese a parar de nuevo al exterior de la ventana.

  • Me gusta taparme. Con eso vas a pasar calor.

Apenas había tenido tiempo de echar un vistazo fuera cuando él llamó mi atención de nuevo. Estaba señalándome los pantalones de mi pijama: finos y por debajo de la rodilla. Alcé la ceja.

  • No hace tanto calor…

  • ¿Duermes con eso? – me preguntó. Hice una mueca negativa – Exacto.

No me fijé bien en su sonrisa traviesa, y tal vez por eso accedí a quitarme los pantalones allí mismo, quedándome en camiseta de tirantes blanca y unas braguitas de algodón del mismo color. Un relámpago me asustó y corrí a acurrucarme bajo la manta en el sofá, a su derecha. Escuché su risa contenida. Le pegué un pellizco.

  • ¡Au! Calla, coño. Que no encuentro la carpeta que busco entre toda esta mierda…

Asomé la cabeza, apoyándome en sus piernas, y observé el monitor. Una carpeta llamó inmediatamente mi atención, por mucho que intenté evitar comentarlo.

  • ¿Eróticas?

  • Eh… Sí. Tengo mis derechos. – pareció algo incómodo.

  • Te recuerdo que a mi también me gustan…

Giró la cabeza para mirarme, gratamente sorprendido al recordar ese hecho.

  • ¡Es verdad! Ya no me acordaba de aquella noche… - miró la pantalla unos segundos, mirándome de soslayo - ¿Te apetece?

  • ¡Claro!

Me senté bien en el sofá al momento, preparada para disfrutar de una sesión de mi cine favorito sin tener que fingirme escandalizada o pillada en falta. Andrew y yo compartíamos ese gusto, y para mi era una ventaja poder disfrutar de los diálogos con un volumen normal.

Él rió con mi impaciencia y buscó durante un par de minutos en una lista larguísima de títulos. Me emocioné. Ya no había tormenta para mi.

  • Me tienes que dejar tu portátil alguna noche.

  • ¡Ja! ¿Y perderme la sesión contigo? ¡De eso nada, monada!

Escogió una, por fin, y la puso en marcha en el reproductor mientras se repanchingaba bien, acomodándose en el sofá bajo la manta, con el bol en su regazo y atrayéndome para recostarme en su pecho.

La película era interesante: la historia de una alumna en un internado que descubría el sexo primero con sus compañeras, y después con sus profesores de colegio, volviéndose más golfa a cada minuto que transcurría. No era cine porno, propiamente dicho, pero tenía más escenas eróticas que la media y éstas eran mucho más picantes.

Al principio, durante los primeros veinte minutos, la historia me cautivó. Me perdí en los detalles del pasado de la chica, en sus relaciones, en lo que aprendía… Pero luego, cuando comenzó a tirarse a su profesor de música, mi cuerpo empezó a acusar la excitación por las imágenes.

Se me fue acelerando la respiración paulatinamente, sin apenas darme cuenta, y mis piernas se rozaron ligeramente un par de veces, haciéndome disfrutar un cosquilleo intenso por la hipersensibilidad de mi pubis recién depilado.

En algunos momentos, vi que mi primo me miraba de reojo, con media sonrisa en los labios, pero luego volvía a poner su atención en la pantalla.

Aquel profesor era el que le quitaba la virginidad a la protagonista, introduciéndose lentamente en ella sobre su mesa en el despacho. La chica gritaba y lloraba durante unos minutos, aunque luego parecía disfrutarlo. Yo recordé mi sueño: Andrew no me hacía daño en absoluto. Sabía que todas mis amigas lo habían sufrido durante su primera vez, tal y como me habían contado cientos de veces. Dudé.

  • Andy – murmuré.

  • ¿Hum?

  • ¿Duele mucho la primera vez?

No respondió. Se inclinó hacia el portátil sin mirarme y apretó el botón de pausa. Luego, lentamente, se giró hacia mi.

  • ¿No lo sabes? – su voz sonaba incrédula.

  • N-no… Bueno, a ver. Sé que lo normal es que duela, pero…

  • ¿Eres virgen?

Me miró totalmente sorprendido. Aún no tenía claro si para bien o para mal.

  • ¿Tanto te sorprende?

Mi sonrisa, mordiéndome el labio, lo desconcertó aún más.

  • ¿En serio? – asentí, encogiéndome de hombros. Él bufó. - ¿Y cuándo pensabas decírmelo?

  • ¿Estás enfadado?

  • ¡Tú qué crees! – se había girado completamente hacia mi y me miraba mortalmente serio.

  • Creí que te lo imaginabas…

  • Por supuesto que no. – rió lacónicamente. Me ofendí.

  • Oye, si tanto te molesta no me respondas. Da igual. Pensé que entre la escenita de la playa y la de hoy en el ascensor lo tenías bastante claro…

  • Precisamente. – me cortó, cogiéndome de la barbilla. – Aquella noche en la playa no parecías novata. Y hoy, en el ascensor… Buf. Bueno… Tampoco.

Seguía serio, pero no parecía enfadado. Lo que estaba era fuera de juego.

Me halagó haberle sorprendido tanto: al parecer, no era tan inexperta…

  • Yo sabía que no tenías mucha experiencia, obviamente, pero no imaginaba hasta qué punto.

… O sí.

Me encogí de nuevo de hombros, sin saber qué responder. Él soltó mi barbilla y apoyó el brazo en el respaldo del sofá, riéndose por lo bajo.

  • Solo tenía curiosidad, eso es todo. – me agarré las rodillas, mirando la imagen congelada de la pantalla.

  • ¿Eso es… Todo?

Cuando me encontré con su sonrisa traviesa, volví a desarmarme como tantas otras veces. Se me olvidó respirar y me perdí en la intensidad de su mirada, que esperaba “algo más”. Como si solo yo tuviese el poder de accionar un potente interruptor justo en aquel momento…

Su mano se posó en mi mejilla, acariciándola con ternura con el pulgar mientras el resto de sus dedos se enterraban en mi pelo. Se acercó hacia mi lentamente, encarándome para recibir un breve y suave beso en los labios.

  • ¿Duele? Depende. – respondió a mi pregunta con un susurro, sin dejar de mirarme a los ojos, a muy poca distancia. – No tiene por qué ser traumático ni excesivamente doloroso, aunque durante un rato es molesto. Todo depende de si saben prepararte bien…

Mi inocencia me la jugó.

Accioné ese interruptor sin apenas darme cuenta.

  • ¿Prepararme cómo?

Su sonrisa lo dijo todo.

Separó un poco la mesita de café y reclinó su parte del asiento para que hubiera más sitio. Inconscientemente, hice lo mismo. Una paloma, y no una mariposa, revoloteaba en mi estómago, ansiosa por descubrir con Andrew aquella parte de mi.

Tiró de mis piernas bruscamente, arrancándome risas, y me recostó. Sin destaparnos, su mano se posó sobre mi rodilla mientras él se colocaba sobre mi cuerpo sin dejarse caer, apoyado en sus propias manos. De la rodilla, pasó lentamente con una caricia aterciopelada a mi muslo, y mi respiración se desbocó. Me besó en el cuello, en el nacimiento de mi lóbulo y en el punto de unión de mi clavícula, antes de volver a mirarme para posar sus labios de nuevo sobre los míos, acariciándome la lengua con suavidad y ninguna prisa. Aquel contacto húmedo y electrizante al mismo tiempo impulsó mis caderas hacia arriba, buscando el contacto de su cuerpo contra el mío. Pero su mano subió hasta mi vientre, ascendiendo por el camino de mi ombligo bajo mi camiseta, presionando levemente para devolver mi espalda al asiento.

Su piel ardía. Mis manos se posaron en su cara y fueron bajando lentamente por su cuello hasta el principio de sus fibrosos brazos, arrancándole un suspiro. Sonreí. Se había detenido para dejarme hacer.

Apreté sus bíceps entre mis dedos, siguiendo las líneas definidas hasta sus codos y volviendo a ascender de nuevo, pero esta vez sin detenerme hasta su pecho. Mis uñas acariciaron sus pectorales y sortearon sus pezones, desviándose por sus costillas. Se convulsionó con una sonrisa por las cosquillas, pero gimió de placer levemente con un sonido gutural, tremendamente sexy, que despertó contracciones entre mis piernas.

Volvió a abrir los ojos para mirarme, y sonrió de medio lado, moviendo la cabeza como si yo fuese peligrosa, haciéndome reír de nuevo.

Entonces, la mano que había detenido sobre mi cintura continuó su lento y angustioso avance por mi estómago y hasta mi esternón, por entre medias de mis pechos, que subían y bajaban a un ritmo demencial, sin que yo pudiese hacer nada para evitarlo.

En su ascenso, había levantado gran parte de mi camiseta, y solo tuvo que echarse un poco hacia atrás para plantar un reguero de besos directamente sobre mi piel desnuda, siguiendo el mismo camino que había seguido su mano. Escuché mis propios jadeos como si fuesen los de otra persona, sin reconocerme a mi misma, mientras mis manos se enredaban en sus cabellos, deshaciendo su coleta por completo. Mechones negros como el azabache y tremendamente suaves me acariciaron la cara y los hombros cuando llegó a mi boca de nuevo, lamiendo mis labios con una sensualidad insoportable.

Mis uñas se clavaron en sus antebrazos por reflejo, mientras un gemido… Mi primer gemido auténtico, se me escapaba de entre los labios.

Fue entonces cuando noté que él también perdía el control de su respiración.

Se dejó caer lentamente, bajando su pelvis y depositando su marcada erección contra mi ropa interior, justo en el lugar en que la humedad había hecho mella y ya llegaba a traspasarla. Me quitó a duras penas la camiseta desde aquella posición, dejando mis generosos pechos totalmente descubiertos y a merced de su boca, que comenzó a hacer un camino de roce con sus labios, dibujando una circunferencia perfecta a unos tres centímetros de mis areolas.

Otro gemido, pero esta vez compartido cuando embistió lentamente mi cuerpo con el suyo, frotando despacio su dureza contra mi humedad, y atrapando al mismo tiempo uno de mis pezones entre sus labios.

Su lengua jugueteó en ambos a su antojo, al tiempo que mantenía la suave cadencia del movimiento de su pelvis contra la mía. Los gemidos se habían vuelto constantes mientras mi sexo ardía en deseos de eliminar todas y cada una de las barreras que le separaban de la piel de Andrew.

Él se incorporó, robándome un jadeo de angustia por romper el contacto, y me miró a los ojos. Sus pupilas brillaban de puro éxtasis, hipnotizándome. Sentí sus manos en mis caderas; sentí cómo tiraba de la tela que se adhería incómodamente a mi piel y sonreí en agradecimiento. Se deshizo de ella y recorrió mis piernas con sus manos desde el empeine hasta la ingle, mientras mi cuerpo temblaba en respuesta. Luego, sus labios repitieron religiosamente el mismo camino, hasta que me di cuenta de que se había bajado del sofá y ahora estaba arrodillado con la cabeza entre mis piernas. Cogí aire, sabiendo lo que se proponía. Él jadeó profundamente al descubrir mi sexo lampiño, y me miró con una alarmante expresión de lujuria.

Su lengua dibujó sin apenas presión el contorno de mis labios, bajando después hasta rodear la abertura, mientras sus manos firmes sujetaban mis piernas, que yo no era capaz de controlar. Gemí más fuerte, aunque mi mente intentaba ordenarle a mi garganta que no hiciese demasiado ruido. Pero la sensación en el estómago era tan increíble que no podía evitarlo. Y, cuando por fin sentí el contacto directo de su lengua en mi sexo, añadiendo más humedad mientras el placer me inundaba en violentas oleadas, grité.

Sus manos sujetaron ahora más abajo, con sus brazos alrededor de mis muslos y sus dedos abriéndome por completo para él. Besó, lamió, chupó y sorbió cada milímetro, cada recoveco, introduciéndome en una espiral de sensaciones imposibles de describir. Se entretuvo alrededor de mi clítoris durante unos minutos, que solo se interrumpían por una bajada sin previo aviso para introducirse en mi unos segundos antes de volver a subir, curvando mi cuerpo en posturas extrañas en respuesta. Atrapó la pequeña e hinchada protuberancia entre sus labios, succionando con dulzura antes de introducir un dedo, muy lentamente, en mi interior. Mi cuerpo convulsionó, y sentí como si un volcán hubiese nacido justo donde él frotaba con su índice tanto al salir como al entrar. Y luego, otro dedo se unió al primero, comenzando un delicioso vaivén que, inevitablemente, acabó haciendo estallar un intenso y letal orgasmo que disparó incontenibles gritos, jadeos y gemidos, casi al mismo tiempo.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que recuperé la consciencia sobre mi cuerpo, pero cuando me incorporé para mirar a Andrew, éste se hallaba apoyado con sus brazos cruzados sobre mi vientre y la barbilla sobre una de sus muñecas, contemplándome con una sonrisa dulce.

  • ¿Te vale como respuesta? – me preguntó.

  • ¿Y en qué momento hubieses pasado a mayores? – pregunté en respuesta, liberando mi curiosidad.

  • ¿Quién dice que lo hubiese hecho antes de este momento?

Su sonrisa se acentuó aún más al ver mi desconcierto.

  • Al contrario de lo que muchos piensan, uno no solo obtiene placer con el suyo propio: hay una magia especial cuando ves gozar a otra persona, que no es equiparable a un orgasmo. – mientras hablaba, sus ojos se perdieron en mis pechos, que habían respondido automáticamente ante la intensidad de sus palabras – Y las prisas en la cama se guardan para momentos puntuales. O eso pienso yo, al menos…

Sentí el dorso de su mano recorriendo la abertura de mi sexo, aunque no veía sus manos. Y por eso, la reacción de mi cuerpo fue mayor, activando de nuevo mi líbido y humedeciendome al instante, para deleite de mi primo.

  • ¿Y qué harías ahora? – pregunté con la voz entrecortada por la excitación.

  • ¿Qué no haría? – sonrió con lascivia, separándose de nuevo de mi cuerpo el tiempo justo como para colocar su mano entera sobre mi sexo mojado.

Sus dedos comenzaron a moverse al momento, aprovechando que mi cuerpo ya conocía esa sensación, y se introdujeron en mi interior de nuevo, donde mis músculos internos les dieron una calurosa y húmeda bienvenida.

  • Aaahh… - renegué, o ese era mi intento. Busqué las palabras en mi cerebro ignorando el hecho de que mi pelvis respondía sola al ritmo que él marcaba. – Espera… Esto no es justo… Mmmh… Ahora es mi turno…

  • Esto no es una sala de espera, cariño. – su voz sugerente y sexy no alteró el ritmo de su mano.

  • Pero… Oooh… Yo quiero… ¡Mmmh para, por favor! ¡No me dejas pensar!

  • No necesitas pensar. Solo sentir. Sienteme, Beth…

Le sentí.

En cada terminación nerviosa y en cada poro de mi piel. Pero, sobre todo, le sentí en mi cerebro: se había adueñado de mi voluntad y no tenía intención de dejarla escapar hasta que se cansase. ¡Y quién sabe cuándo sería!