El secreto (parte 3)

Una muchacha británica de 18 años, sin ninguna experiencia en la cama, se marcha a otro país de vacaciones con sus padres y su hermano por invitación de un familiar. Allí conocerá a alguien que volverá todo su mundo del revés... Pero tiene que ser un secreto.

Después de haber visto a algunos de mis compañeros escritores especificar el carácter de su relato antes de la narracion, creo que debo hacer lo mismo, para evitar decepciones innecesarias.

Mis relatos son eróticos; no pornográficos. Quiero decir que se trata de una historia sensual, sexy o como querais llamarla, con muchas escenas subidas de tono que van aumentando en frecuencia e intensidad a lo largo de la historia y los capítulos... Pero ante todo es eso: una historia. Así que si lo que buscas es algo con lo que masturbarte directamente, no lo encontrarás aquí. Ahora bien, si lo que quieres es algo para ir abriendo boca y ponerte a tono, entonces sigue leyendo.

Si lo haces, lo terminas y te gusta, por favor me encantaría conocer tu opinión. Si no te gusta, también (aunque solo si eres capaz de formular una crítica constructiva con educación y consideración). Y si eres escritor/a de relatos y te apetece compartir una afición, dejame un mensaje privado: ando buscando un grupo de gente con el que compartir mis hobbies, y este es claramente uno de mis favoritos.

Gracias por leer.


Una buena excusa

Mamá llamó a la puerta del cuarto de baño.

  • Cariño, Andrew te está esperando abajo. ¿Sales ya?

Abrí la puerta, preocupada por la reacción que pudiera tener mi madre al verme así. Pero una gran sonrisa se abrió paso entre sus labios. Me dijo muchos piropos, y para mi disgusto, llamó al resto de la familia para que me vieran. Mi hermano abrió la boca para decir algo, pero la cerró de golpe de nuevo, boqueando como un pez en busca de aire. Eso era todo un halago, viniendo de él... El resto casi consigue que me arrepintiera con sus comentarios, pero Judith salió en seguida en mi rescate.

  • Bueno, bueno. Dejadla ya, que se tiene que ir.

Se lo agradecí en silencio, y me metí en el ascensor, sin poder parar de sonreír por los nervios. Yo pensé que mi primo estaría fuera, en la calle, esperando. Pero, al abrirse la puerta del ascensor, lo descubrí allí parado. Nos quedamos mudos los dos. El me miraba, gratamente sorprendido. Yo hacía lo mismo con el, pero seguramente con otro tipo de pensamientos: llevaba un vaquero negro y una camiseta de tirantes muy grande, dejando al descubierto sus hombros y parte de su pecho al caer de lado. Estaba que rompía ...

  • Estás... – comenzó entre balbuceos – Estas preciosa, Beth.

Puse la puntita de la lengua entre mis dientes, a modo de mueca traviesa. El sonrió y me tendió exageradamente el brazo. Cuando salimos del edificio, saludamos a la familia, que se había asomado a la terraza para despedirnos, y comenzamos a caminar hacia el paseo marítimo.

La noche era fresca, pero no fría. El salitre se pegaba a la piel, y el aire era húmedo, como todas las noches. La luna, llena y anaranjada como una gran bola de queso, presidía el enorme y vasto manto negro del mar. Era precioso.

  • A ver... – dijo Andrew, cortando el hilo de mis pensamientos mientras andaba – Hay un par de cosas que será mejor advertirte antes de que... Mis amigos son... Bueno, algunos de ellos están un poco...

  • ¿Desesperados? – le ayudé.

  • ¡Sí! ¡Eso es!- sonrió – No me gustaría que se faltasen contigo en ningún momento...

  • No te preocupes, primo : sé tratar con chicos.

  • Sabrás tratar a los veinteañeros, pero no a estos burros, te lo aseguro. No se cortan por nada. Solo se lanzan, ¡y que sea lo que Dios quiera!

  • Entonces no sois tan distintos... – reí ante su preocupación.

  • Tú misma. Pero preferiría que no te separases demasiado de mi esta noche. Y, si te diera por retozar con alguno de ellos, me gustaría que me lo dijeses antes, ¿vale?

  • No tenía intención de separarme de ti. Pero si insistes... – sonreí.

Me miró fugazmente de reojo.

  • Mucho mejor. Así te tendré a mano cuando me hagas falta...

  • ¿Qué quieres decir? – interrogué

  • ¡Ya lo verás!

Y comenzó a reírse, dejándome con la mosca tras la oreja.

¿Acaso tenía babosas intentando tirárselo? Aunque, el comentario demostraba que a el no le hacía demasiada gracia... Bueno, sería divertido ver en qué papel me ponía. El único que se me ocurría que podría funcionar era el de su novia... ¡Menuda cara iban a poner al verme! Imaginaba sus comentarios : ¿Esta niña? ¿Qué te hizo fijarte en ella? ¿Te va la pedofilia? O algo peor...

A lo lejos, divisé una carpa blanca, con farolillos de papel adornando el interior, y unas teas de madera clavadas a modo de camino, iluminando la arena. Se podía escuchar la música dance desde donde estábamos.

  • Allí es – señaló Andrew, cogiéndome por la cintura. A mi se me aceleró el corazón.

Pero casi se me para al contemplar el panorama del interior del chiringuito .

Al menos cincuenta personas bailaban en bikini dentro del garito improvisado, y otro puñado de gente se bañaba, revolcaba y demás, a la orilla del agua. Habían muchos tíos, pringados de aceite, o símplemete mojados, que bailaban con un cubata en la mano. Ellas, en cambio, se dedicaban sobre todo a bambolear por la carpa, restregándose con cualquier cosa que estuviera dura. La mayoría iba con trocitos de tela como parte de arriba del bikini, y un hilo dental a modo de tanga. Me sentí rara.

Andrew me llevó con su grupo. No eran más de seis: dos chicas y cuatro chicos. Parecían de lo más “normal” que había por allí. De unos veinticinco años o así. Uno de ellos se fijó en mi nada mas llegar.

  • Esta es Beth – me presentó, escuetamente. Al parecer, ya les había hablado de mi. Eso me gustó.

  • Bueno, pues... – comenzó el rubio que me miraba – En mi tierra se dan dos besos, Beth.

Vi como mi primo me miraba de soslayo. Yo intenté integrarme lo mejor posible, dando besos a todos, a pesar de que esa no era la costumbre en mi país. Cuando le tocó a quien lo había sugerido, giró la cara y me plantó un beso en los morros. Sabía asquerosamente a vodka.

  • ¡Ey! – me quejé, ante las risas del resto.

  • Perdona, guapa – se disculpó entre carcajadas – No he podido resistirme...

  • Pues ahora pareces un maricón, todo lleno de gloss – se burló Andrew.

Volvieron a reírse, pero esta vez, el rubio no se unió a ellos: intentaba limpiarse el pegajoso pintalabios. Yo miraba a mi primo con fascinación: se estaba quitando la camiseta, cogiéndola desde la espalda, por detrás de la cabeza. Me encantaba esa característica tan peculiar de los tíos. Era sexy. Pero cuando bajó los brazos me pilló mirando, así que aparté rápidamente la vista. Aún así, pude notar su sonrisita de suficiencia.

  • Voy a por algo de beber. ¿Qué vas a tomar tu? – me preguntó.

  • ¿Hay Mojitos?

  • No. Lo siento: solo bebidas vulgares para paladares alcohólicos.

  • Pues entonces tráeme lo que tu quieras.

  • Hecho – sonrió. Y fue hacia la barra.

El resto nos quedamos mirándonos en un silencio incómodo. Al cabo de un par de minutos, el rubio habló de nuevo.

  • Oye, te vas a morir de calor... ¿Por qué no te quitas la ropa? Te habrás traído el bikini, espero...

  • Es que no tengo calor.

  • ¡Venga, chica! – me animaron las chicas –  ¡O todas o ninguna!

Me resigné y comencé a quitarme el vestido, ante la atenta mirada del tipo, que casi se relamía según iba dejando ver mis piernas, mi vientre, mi estómago y mi pecho, hasta sacármelo finalmente por la cabeza. Me agradó inexplicablemente su reacción de agarrarse firmemente a la silla donde se sentaba...

  • ¡Me encanta tu bikini! Y que envidia de constitución, por Dios… ¡Ya la hubiese querido yo!  – exclamó la morena.

  • ¡Eh, Andrew! – habló la otra chica, mirando detrás de mi - ¡Tú también tienes que quitarte los pantalones, guapo...!

Me giré despacio, y me lo encontré con un cubata en cada mano, mirando el punto donde había estado mi trasero. Alzó la cabeza, muy sorprendido, mientras soplaba con una mueca de calor. Puso una copa en mi mano y se acercó a mi oído.

  • El otro día, con la camiseta larga, estabas buena. Pero hoy... Estas de muerte.

Sonreí. Aquello se ponía interesante.

  • ¡Ya va, ya va...! – dijo ante las señas de apremio de sus amigas.

  • Déjanos ver ese cuerpazo... – decían ellas, fingiendo relamerse.

Pero las que sí que estuvieron a punto de hacerlo fueron las otras cinco tías que le rondaban de cerca, cuando Andrew empezó a desabrocharse los pantalones, a modo de streaptease, bajando lentamente la cremallera mientras se tocaba el pecho, con un gesto malicioso en la cara. Sus amigas comenzaron a gritar, emocionadas y divertidas, pero yo tuve que apoyarme en una de las sillas para no caerme. Él metió sus manos por dentro del pantalón, ya desabrochado, y comenzó a bajárselo despacio... Se lo estaba pasando bomba con nuestras caras.

Observé a una de las tías que lo miraba sin perderse detalle: estaba a punto de saltar para comérselo. Sonreí, pero se me cortó al ver que él me estaba mirando a mi mientras se tocaba. Todo parecía un juego, una broma para el resto. Pero entre el y yo saltaban chispas. Sus piernas, bronceadas y fuertes, seguían una línea curva perfecta hasta su trasero, pequeño y duro... Aunque no era lo único que parecía estarlo. Entre sus piernas, mientras se acariciaba para mi, comenzó a notarse levemente una creciente dureza...

  • Y ya que os viciáis, golfas... – interrumpió, de pronto, al darse cuenta de dónde estaba fijada mi vista.

Las chicas se quejaron. Y no solo ellas, sino el resto de público femenino que se había quedado mirando. El saludó, ante las risas de sus amigos, y se sentó a beber su copa. Tragué saliva... En dos minutos me había subido dos grados la temperatura corporal.

Fuimos bebiendo, divirtiéndonos mientras bromeábamos unos con otros. Era gente muy simpática, y muy festera. No parábamos de bailar y beber. Beber y bailar. Cuando el calor dentro de la carpa se hizo insoportable, sentí la mano de Andrew en mi cintura, pegándose a mi oreja.

  • Tengo muchísimo calor, y tu estas roja como un tomate. ¿Nos damos un baño?

  • ¿Solos? – pregunté, ladeando la cabeza para mirarle.

El sonrió y se encogió de hombros.

  • ¿Cuantas personas necesitas para darte un chapuzón?

Le empujé y dejé los restos de mi cuarto cubata sobre la barra antes de seguirle. Salimos al frescor de la madrugada. Abrí los brazos mientras caminaba hacia el agua, sintiendo la leve anestesia del alcohol en mi cabeza embotada. Pero, entonces sentí como me levantaban en el aire, cogiéndome en brazos, y echando a correr cara el mar. Chillé. El agua me parecía helada con el calor que tenía. El no paró hasta que los dos nos caímos en uno de los hoyos submarinos. Salimos a la superficie entre carcajadas. El me tiró agua, y yo le respondí. Comenzamos a jugar como niños. El alcohol iba bajando a medida que el agua me refrescaba la cabeza. Y sin embargo, él  parecía completamente sobrio.

  • Estas preciosa con ese bikini… - murmuró haciendo una pausa mientras me recogía de nuevo el pelo.

  • ¿Te gusta?

  • Me pone cardíaco.

Lo miré un instante. Hablaba con un tono desenfadado, pero detrás había algo de verdad. Lo había descubierto mirándome unas cuantas veces mientras bailaba con sus amigas, pero pensé que era casualidad, o que me lo imaginaba... Sin embargo, ahora me estaba mirando muy intensamente, y se mordía el labio, como conteniéndose de algo. Me puse nerviosa.

  • ¿Qué? – pregunté.

  • ¿Qué de qué?

  • ¿Qué miras, bobo?

  • A ti – sonrió.

Levanté una ceja de desconfianza.

  • Ven aquí, tonta.

Me tendió la mano por debajo del agua y me arrastró hacia el, haciendo que me colocara a horcajadas en su cintura, sintiendo su vientre caliente a escasos centímetros de mi centro. Me agarré a sus hombros y disimulé la sorpresa, y el me sujetó por la cadera. Me acarició la piel con los pulgares y me sonrió.

  • ¿Por qué no nos conocimos antes? – me preguntó.

  • Porque tu padre desapareció del mapa después de la boda, y ya no supimos nada más de él...

  • ¿Tú estuviste en la boda?

  • Claro. Iba con un vestido gris... – comenté, con mi orgullo algo herido.

  • Te recordaría de haberte visto. Te lo aseguro.

Su mirada elocuente me hizo sonrojarme un poco. ¿Qué me pasaba con ese hombre? Cada dos por tres me ponía colorada con sus comentarios... Me soltó la cintura con una mano y la pasó por mis mejillas, provocando una espiral de vacío en mi estómago. Perdí el control de mi mente.

  • Eres terriblemente sexy cuando te sonrojas – susurró.

  • Y tú estás terriblemente bueno de todas formas...

  • ¿De verdad me ves como tu primo? – dijo, pasándome una mano por la nuca, y comenzando a bajarla por mi espalda.

  • No creo que quisiera comerme a mi primo - suspiré, cerrando los ojos.

  • Yo sí que tengo ganas de comerte...

Y comenzó a besarme el cuello, muy lentamente, mientras sus dos manos recorrían mi espalda, mis muslos, y subiendo hasta apretar mi trasero con firmeza, arrancándome un gemido de impaciencia. Sus labios buscaron los míos, rozándose con mi mandíbula, pasando por mi barbilla hasta llegar a mi boca, que entreabrió con maestría, introduciendo cuidadosamente su lengua para acariciarme la mía.

Entrelacé mis manos en su nuca, intentando mantener ese contacto que me hacía hervir la sangre. Él ladeó la cabeza, para tener un mejor acceso al interior de mi boca, atrapando mi labio inferior entre los suyos, lamiendo su contorno, saboreándome... Aquello era el paraíso. Jamás me habían besado así. Nunca me había sentido mojada por un simple beso. Ni tampoco había tenido tantas ganas de ir más lejos , aunque fuese allí, en mitad de la playa.

Pegué mi cuerpo al suyo, y él me deslizó un par de centímetros abajo, colocándome justo encima de su notable erección: al parecer no era la única que estaba caliente. Me rocé suavemente contra él, sin poder evitarlo, robándole algún suspiro de placer mientras él recorría el contorno de mi espalda, desde la columna hasta el pecho, pasando sus pulgares sobre mis pezones, duros por la excitación. Sin dejar de mirarme, introdujo lentamente sus manos bajo la tela para acariciármelos, y yo agradecí la eliminación de aquella barrera. Busqué los lóbulos de sus orejas para atraparlos con mi boca, y él aprovechó para alzar mi cuerpo sin esfuerzo y  rodear mi pezón con su lengua, que ardía en contacto con mi piel. Metí mi mano entre nosotros, bajando por su pecho, por su vientre definido hasta llegar a aquella desconocida protuberancia, aprisionada contra el bañador. La acaricié suavemente, sin saber muy bien cómo hacerlo, por encima de la tela, pero cuando mi curiosidad aumentó y quise introducir mi mano, el me detuvo.

  • No quiero acabar follando en el agua, Beth... Solo déjame sentirte.- jadeó, pareciendo lamentar sus propias palabras.

Y volvió a colocarme sobre su erección, poniendo mis manos alrededor de su cuello y colocando las suyas haciendo presión en mis nalgas, apretando para que me rozara de nuevo. Gemí por la mezcla de frustración por no poder ir a más allí mismo, como deseaba hacerlo, y el placer de sentir nuestros sexos calientes bajo el agua, con la única interferencia de nuestros bañadores. Aumenté el ritmo, sintiendo que el corazón se me salía del pecho, y me sorprendió sentir un mordisco en el cuello, inofensivo pero firme.

  • No me tientes más.- sonrió, apretando fuerte uno de mis muslos.

Sonreí, resignada, y volví a besarle los labios, turgentes y dulces, mientras el volvía a acariciarme con suavidad y experiencia, volviendo a incendiar la llama de mi bajo vientre... ¡Me iba a volver loca!

  • ¡Andrew! – oímos una voz desde la orilla. Nos sobresaltamos los dos. - ¡Andrew! ¿Estás ahí?

  • ¿Quién coño si no? – espetó, mosqueado por la interrupción. Me dio un beso en la boca, a modo de disculpa - ¿Qué cojones quieres?

  • ¡Es que preguntan por ti! – gritó el rubio, desde la orilla - ¡Es Sonia! ¿Qué le digo?

  • Mierda... – maldijo él, por lo bajo - ¡Ya voy!

El rubio hizo un gesto con la mano y volvió a la carpa. Andrew me miraba, fastidiado.

  • Siento dejarte así, preciosa. Pero, si no voy ahora mismo, vendrá ella a buscarme...

  • ¿Quién es? – indagué, alterada todavía por el calor y colocándome bien el sujetador de mi bikini, sin ser consciente muy bien de lo que había estado a punto de ocurrir.

  • Mi ex. A eso me refería cuando te dije que me venía bien que estuvieses a mano esta noche.

  • ¿Y qué puedo hacer yo?

Su sonrisa pícara me dejó de nuevo sin aliento.

  • Tú solo sígueme el rollo. No te preocupes por nada.

Y salimos del agua, cogidos por la cintura, mientras una chica nos miraba desde la carpa. Iba vestida con ropa muy pijita : shorts (más bien bragas), un top exageradamente excotado y ridículamente corto; ambos oscuros. Ni siquiera se había quitado las botas para entrar en la arena. Llevaba el pelo corto, moreno con mechas rubias. Esperaba a que llegáramos con los brazos cruzados sobre sus dos enormes pechos, aún más grandes que los míos, y con su cadera apoyada en una viga. Al parecer, no le gustó lo que vió...

  • ¡Llegas a España y no me dices ni mu ! – se quejó cuando paramos frente a ella.

  • ¿Por qué tendría que avisarte?

  • ¡Se supone que seguimos siendo amigos! ¡Eso dijiste!

  • Sí... Pero tenía cosas más importantes entre manos – sonrió, haciéndome un rápido guiño. Yo le respondí con una sonrisa por reflejo, aunque algo dubitativa.

  • ¿Más importante que llamarme? – se pavoneó – Y ¿qué te parece más importante que verme?

  • Ella.

No supe a quién se refería hasta que me atravesó la mirada de la morena. El me apretó disimuladamente con la mano que tenía apoyada en mi cintura para hacerme reaccionar, y yo sonreí de nuevo como una autómata.

  • Y ¿quién cojones es ella ? – preguntó en un tono agudo.

  • Beth, te presento a Sonia. Sonia, esta es mi chica .

  • ¿ Tu chica? – espetó ella, a la vez que a mi se me abrían los ojos de golpe por la hostilidad que contenían aquellas dos palabras.

  • Sí. He venido a pasar la noche con ella así que, si no te importa, nos vamos para adentro. Aquí hace frío...

  • Pues hace un momento parecías muy acalorado... – soltó la tía, mirándome con desprecio.

  • Es lo normal, cuando acabas de echar un buen polvo. Aunque, quizás tu ya no recuerdes la sensación... ¡Hasta la vista!

Y me arrastró adentro, antes de que la morena pudiese saltar sobre nosotros.

Sus amigos nos miraban, expectantes. Él hizo un gesto de despreocupación con la mano y me llevó con ellos. Iba sonriendo, el muy borde.

  • Todo está bien. No os preocupéis.

  • ¿Qué le has dicho? ¡Menuda cara tiene! – comentaron las chicas.

  • Nada del otro mundo...

Lo miré, sacudiendo la cabeza mientras él se divertía contándoles la conversación que acababa de mantener con su ex.

  • Se habrá quedado de piedra, ¿no? – comentó el rubio, desternillándose.

  • ¿Por?

  • No solo le haces creer que te ha interrumpido un polvo en el agua con esta monada de niña … Sin ánimo de ofender – añade hacia mi con un guiño – Sino que le sueltas a bocajarro que es tu nueva novia y que has pasado de su cara por ella. A todo esto, acabas de poner a tu reina en el punto de mira de esa loca psicótica y obsesiva. ¿No te da un poco de pena, Andy?

  • Si tanta pena te da, ¿por qué no te la tiras? – escupió mi primo con asco.

  • ¡Qué dices, loco! No me gustan las cosas de segunda mano...

Todos estallaron en carcajadas, y una de sus amigas me pasó una copa, al verme la cara.

  • Toma. Creo que la necesitas más que yo. A ninguna le sienta bien conocer las relaciones pasadas de sus chicos...

Me quedé de piedra, blanca de golpe, al darme cuenta de que sus amigos tampoco lo sabían. Me habían visto enrollarme con mi primo en el agua... ¡Y creían que yo era un ligue más! Nadie sabía que éramos familia.

  • No jodas…

Él se fijó en mi al oírme, preocupado por un momento al verme la cara. Pero un par de segundos después comenzó a convulsionarse de risa. Me llevó un poco aparte mientras el resto seguía hablando de Sonia, y me sentó en una hamaca de lona.

  • ¿Te encuentras bien?

  • ¿No saben que soy tu prima?

  • ¡No eres mi prima, boba! – repitió pero en voz baja, sentándose junto a mi– Eres la hija del hermanastro de mi padrastro . No somos familia ni de lejos...

  • ¿Entonces por qué no les has dicho quién soy?

Mi suspicacia le pilló con la guardia baja. Intentó recomponerse.

  • Vale. Para ellos no serías mi prima. Pero para mis padres...

  • Para tus padres, lo que hacemos sería incesto – acabé yo, con horror al decirlo en alto.

  • ¡Ey, ey! No nos pongamos tan catastrofistas... – se alarmó, pasándome una mano por los hombros para reconfortarme.

  • ¿Qué coño pretendes? – espeté - ¿Fingir que somos novios, incluso ante tus amigos?

  • Lo único que quiero es poder estar contigo como me apetece, incluso delante de mis amigos, sí. ¿Es un delito?

  • ¿Y si alguno habla con nuestros padres?

  • ¿Quieres calmarte un poco? – sonrió, divertido - ¡Nadie se acerca a dos metros de mis padres! Son demasiado poco formales para hacerlo. Ni siquiera se conocen, te lo prometo.

  • ¿Y si nos ve alguno de ellos cuando salgamos a comer o a cenar con ellos? ¿Cómo lo vas a explicar?- señalé al grupo con el corazón latiendo fuerte en mi sien.

  • ¡Joder, Beth! – se levantó - ¿De verdad te preocupa tanto lo que piense la gente?

  • ¡Me preocupa lo que piense mi familia!

  • ¡Está bien! – exclamó, rendido - ¿Quieres que lo aclare todo?

Lo miré, indecisa. No sabía qué pensar.

Por un lado, estaba el pánico a que nos descubriera alguien, por la razón que sea, y corriera a contárselo a nuestros padres. Y por el otro, imaginaba cómo debía de ser hacerse pasar por la novia de mi primo durante todas las vacaciones. Ir con sus amigos a cualquier sitio; besarle en público... Suspiré, cerrando los ojos. Andrew saboreó la victoria de cerca, y volvió a sentarse junto a mi, levantándome la cabeza por la barbilla.

  • Te juro que no se enterará nadie. Será nuestro secreto, Beth.

Abrí los ojos para mirarle de nuevo.

  • Pero, ¿de verdad crees que merece la pena arriesgarse tanto por... esto ? – contesté con un hilo de voz, señalándome a mi misma al completo.

  • ¿Quieres que volvamos al agua para demostrarte otra vez lo que siento por ti? – sonrió él entonces, contagiándome – Mira, Beth: no seré capaz de mantener las manos lejos de ti, ahora que te he probado... Acabaré besándote de nuevo. Estén mis padres delante o no.

Y lo hizo. Me volvió a besar, recorriendo con su lengua el terreno ya conocido, apretándome contra él. Sus amigos interrumpieron escandalosamente el momento cuando empezaron a silbarnos desde la otra punta de la sala. Sonreímos los dos.

  • Tengo que conseguir que nos quedemos solos una noche de estas. – me susurró mientras caminábamos de nuevo hacia donde estaba sentado el resto.

Se me pusieron los pelos de punta ante la sola idea de tener el apartamento para nosotros solos...