El secreto (parte 2)

Una muchacha británica de 18 años, sin ninguna experiencia en la cama, se marcha a otro país de vacaciones con sus padres y su hermano por invitación de un familiar. Allí conocerá a alguien que volverá todo su mundo del revés... Pero tiene que ser un secreto.

Después de haber visto a algunos de mis compañeros escritores especificar el carácter de su relato antes de la narracion, creo que debo hacer lo mismo, para evitar decepciones innecesarias.

Mis relatos son eróticos; no pornográficos. Quiero decir que se trata de una historia sensual, sexy o como querais llamarla, con muchas escenas subidas de tono que van aumentando en frecuencia e intensidad a lo largo de la historia y los capítulos... Pero ante todo es eso: una historia. Así que si lo que buscas es algo con lo que masturbarte directamente, no lo encontrarás aquí. Ahora bien, si lo que quieres es algo para ir abriendo boca y ponerte a tono, entonces sigue leyendo.

Si lo haces, lo terminas y te gusta, por favor me encantaría conocer tu opinión. Si no te gusta, también (aunque solo si eres capaz de formular una crítica constructiva con educación y consideración). Y si eres escritor/a de relatos y te apetece compartir una afición, dejame un mensaje privado: ando buscando un grupo de gente con el que compartir mis hobbies, y este es claramente uno de mis favoritos.

Gracias por leer.


La fiesta en la playa

A medida que iban pasando los días, mis problemas aumentaban.

Después de una semana, era incapaz de controlar mis sueños, que siempre tenían un marcado carácter pornográfico y en los que Andrew era el protagonista. Siete noches de sexo ardiente con mi primo en mis vívidas fantasías. Algunas veces era dulce y comprensivo, y me entregaba a él como una chiquilla asustada; pero otras veces me seducía él a mi, o yo a él, y acabábamos revolcándonos en cualquier sitio imaginable entre jadeos y gemidos de placer. Todo eso, obviamente, acababa por afectarme a la hora de relacionarme con el en el mundo real.

Seguíamos mas o menos la misma rutina día tras día: levantarnos, desayunar todos juntos (me tocaba sentarme a su lado, aspirando su delicioso perfume recién puesto), después nos íbamos a dar un paseo por la ciudad, viendo diferentes tiendas y lugares típicos. Comíamos fuera y luego bajábamos a bañarnos a la playa, cuando el sol ya no quemaba tanto... Mis hombros estaban muchísimo mejor después de los expertos cuidados de Andrew. Y no pasaba un día sin que me preguntara cómo me encontraba.

  • Es increíble que no te hayas empezado a pelar. – bromeaba, intentando hacerme rabiar – Acabarás pareciendo una serpiente mudando de piel, ya lo verás.

Era tan atractivo cuando sonreía de medio lado...

Imaginé que su estilo de vestir sería más bien pijo, con camisetas de diseño, pantalones de marca y zapatillas caras. Pero me sorprendió descubrir que era un chico muy suyo: vaqueros desgastados, camisetas de manga corta básicas y, si se daba el caso, un chaleco de cuero. Estaba bueno de todas formas.

Lo que nunca le faltaban eran sus gafas Ray-Ban , protegiendo sus ojos de la luz cegadora del sol.

Su familia iba a Benidorm todos los veranos, así que él tenía su grupo de amigos con quien salir. Y todas las tardes, a partir de las ocho, se iba con ellos. No volvía hasta muy tarde, por lo que yo debía soportar a mi hermano, jugando a la consola en el salón hasta que los mayores se iban por fin a dormir, llevándoselo con ellos. Entonces me ponía la televisión y me tumbaba a mis anchas a ver cualquier peli medianamente buena hasta las tantas.

El apartamento tenía cinco habitaciones (¡gracias a Dios no tenía que compartir la mía con nadie!), un cuarto de baño, un aseo, la cocina, el salón y una terraza con una mesa y algunas sillas. Desde allí se veía la piscina comunitaria, en forma de laguna, siempre hasta los topes de críos. Muchas tardes, después de comer, me volvía al apartamento con la excusa de poder dormir la siesta, tan famosa en España, y me sentaba en la terraza a observar a la gente. No quería admitir ante mis padres que me aburría permanecer todo el día con ellos, y que me hubiese gustado que mi primo me invitase a salir con sus amigos alguna vez.

Pero el caso es que prefería quedarme sola por las noches, viendo los canales de cine erótico en la televisión del salón cuando no había nadie por quien censurarse. Una noche, sobre las tres de la madrugada, echaron una muy buena acerca de una chica que tenía relaciones sexuales con su hermano mayor. Lo hacían a escondidas en el baño, o en el cuarto por las noches, o cuando se quedaban solos en casa... Pero eran demasiado morbosos para no tocarse aun delante de ellos. En una de las escenas, la familia iba a ver un desfile en la calle, y se veía como ella, apoyada inocentemente en su hermano, le metía la mano dentro del pantalón, sobándole y haciéndole una paja mientras sus padres disfrutaban de la fiesta... ¡Y estaban justo a su lado!

El peligro a ser descubiertos les ponía aún más cachondos, hasta que él fingía pasarle los brazos por la cintura y realmente le metía su mano bajo las bragas, acariciándola delante de todo el mundo. Acababan follando como locos detrás de unos matorrales de un parque cercano.

Me ponían mucho ese tipo de escenas. Me liberaban la imaginación.

Inevitablemente, imaginé a Andrew.

Comencé a pasar mi mano por mis muslos, al descubierto de la camiseta larga que llevaba puesta a modo de pijama. Jugueteé con la tira del tanga, rozándome disimuladamente con ella mientras pensaba que era él quien lo hacía, con nuestros padres durmiendo en las habitaciones de al lado. La otra mano estaba puesta sobre el botón del cambio de canal del mando, por si alguno se despertaba... De pronto, oí un ruido. Me incorporé rápidamente y me bajé la camiseta, encogiendo las piernas sobre el sofá. Me dio el tiempo justo de adoptar una pose desenfadada antes de que Andrew entrara en el salón, colgando su chaleco en el perchero. Me sonrió mientras se encaminaba a la cocina, pero algo lo detuvo: se quedó mirando la pantalla de la tele. Me mortifiqué.

  • ¡No! – me detuvo cuando quise cambiar de cadena, para mi sorpresa – No la cambies. Ahora vuelvo, que esta no me suena de haberla visto...

Me quedé con la mirada fija en el punto donde estaba cuando me dijo la frase, mientras el corría a su habitación para cambiarse de ropa. Volvió con un paquete de ganchitos y un par de coca colas para nosotros y se sentó conmigo. Me entraron los calores: llevaba puesto un pantalón fino de pijama y unas chanclas, sin nada en la parte de arriba. Volví a embobarme momentáneamente con sus pectorales y el color de su bronceado.

Se descalzó, subió los pies al sofá y se acomodó a mi lado, dejándome el cheslón para mi.

  • No sabía que te gustaba este tipo de cine... – me susurró, haciéndome tener un escalofrío por la escasa distancia.

  • No suelo pregonarlo a los cuatro vientos, ya sabes. – le sonreí.

  • Si llego a saberlo, te habría despertado todas las noches. Cuando llego a estas horas, me gusta poner este canal.

Recordé que había veces que juraría haber escuchado la televisión encendida, con algunos gemidos ahogados. Pero pensaba que era mi hermano: en casa lo hacía igual cuando pensaba que dormíamos.

Abrí mi coca cola y cogí un puñado de ganchitos, sonriendo. ¿Qué tenía de malo ver una película subidita de tono con mi primo? Ya puestos, podía aprovechar el momento para averiguar algunas cosillas...

  • Oye, primo ...

  • ¡No me llames primo! – me cortó con fastidio – Solo Andrew.

  • Está bien, Andrew – sonreí complacida - ¿Cuántos años tienes?

  • ¿Cuántos me echas? – respondió, mirando la película.

Lo evalué por unos instantes. Parecía mayor que yo, y Judith no era ninguna jovencita ...

  • ¿Veintitrés?

Me miró con sorpresa.

  • Vale, veinticuatro...

Se echó a reír con ganas.

  • Tengo veintisiete años, Beth. Pero muchas gracias por el cumplido...

Me quedé blanca del susto.

¡Veintisiete añazos! Y yo que creía que era de mi edad... ¡Buf! Me quedaba un poquito lejos que se fijara en una cría como yo... Se dio cuenta de mi abatimiento.

  • Oye, que tampoco soy tan viejo...

  • ¿Viejo? ¡No, por Dios! – reaccioné yo – Lo que pasa es que... Pensaba que no nos llevábamos tanto.

Me miró a los ojos, con la ceja levantada y una sonrisa pícara. Por un momento, tuve la sensación de que el sabía lo que pensaba de verdad.

  • ¿Te parece que de veinte a veintisiete hay demasiada diferencia? Yo no lo creo así, pero en fin. Supongo que mi generación pensaba de otra forma...

Me reí. El se rió conmigo. Aún quedaban esperanzas...

  • ¿Cuántos te llevas con tu novia? – disimulé, comiendo ganchitos.

Él sacudió la cabeza, con una carcajada en voz baja.

  • ¡Qué lista eres! – me empujó mientras sonreía – No. No tengo pareja.

  • ¿Eres gay ?

  • ¿Te lo parezco? – dijo señalando la pantalla, donde ahora los hermanos se lo estaban montando en la cocina.

  • Solo por si acaso... – me encogí de hombros.

  • ¿Y tu?

Negué con la cabeza. El contuvo una sonrisa.

Después de eso, empezamos a prestarle un poco de atención a la película. Los protagonistas estaban sentados en el sofá, viendo una película porno. Algo parecido a lo que hacíamos nosotros en ese momento. Casi me atraganto con la bebida.

El se recostó cómodamente, con las manos estiradas sobre el respaldo: una de ellas justo detrás de mi cabeza. Comencé a ponerme nerviosa. El chico de la peli estaba exactamente en la misma posición.

Miré a Andrew de reojo, para ver que cara tenía, y si se había dado cuenta de ese detalle... Me encontré con sus ojos fijos en mi, y una sonrisa en sus labios. Volví a mirar la pantalla: solo estaba jugando conmigo. Pero entonces, sentí su mano tocándome el pelo. Intenté no ponerme tensa, permanecer como si nada, aun cuando la punta de sus dedos me acarició el cuello. Respiré hondo, despacio. En la película se estaban metiendo mano, besándose en el cuello. Andrew siguió la línea del borde del cuello de mi camiseta, muy despacio, y de pronto entendí lo que estaba haciendo: quería hacerme imaginar que yo era la chica de la película, y que los besos eran las caricias de sus manos. Le miré de nuevo, y me percaté de que el ritmo de su respiración se estaba acelerando casi imperceptiblemente mientras veía las imágenes.

Yo ya estaba muy agitada. Sentía el calor apoderándose de mi cuerpo, y las palpitaciones cada vez más fuertes entre mis piernas... En la escena, él le estaba comiendo el coño con una avidez increíble, mientras los gritos de ella llenaban los silencios entre los sonoros chupetones que su hermano le daba.

Me pregunté cómo lo imitaría ahora mi primo. Pero no sentí nada. De hecho, su mano se había detenido. Le dirigí una mirada furtiva, y le descubrí intentando disimular su erección. Contuve la risa todo lo que pude, pero al final me pilló.

  • Sí. ¡Tú ríete! – se rindió, algo azorado – Tienes suerte de que a ti no se te note tanto cuando te pones caliente...

  • Yo no soy tan sensible como tu. No me ponen tanto esas imágenes...

  • ¿Ah, si? – se burló. Luego arrimó su boca a mi oído y bajó la voz hasta convertirla en un susurro sugerente – Entonces, ¿por qué estás tan acelerada, primita ?

Y, dicho eso, se levantó del sofá, ya sin necesidad de esconder el enorme bulto que se le había formado bajo el pantalón. Intenté no ser demasiado descarada. Ahora solo me preocupaba la rojez que había provocado su comentario en mis mejillas.

  • Voy a darme una ducha fría, antes de que tenga que violarte... Y luego a la cama, que es tarde. – sonrió – Buenas noches.

  • Hasta mañana – contesté, más colorada aún.

Cuando entró en el baño, apagué la televisión.

Ya había tenido suficientes experiencias por esa noche.

A la mañana siguiente, salí de mi habitación cuando todos estaban sentados a la mesa, desayunando. Todos respondieron a mi saludo de buenos días menos Andrew y mi padre, que se hallaban enfrascados en una conversación sobre la fiesta que al parecer iban a organizar los amigos de mi primo.

  • Me han pedido que compre la bebida – decía Andrew, preocupado – ¡Pero es que no se donde ir para no dejarme una fortuna! Bebemos mucho alcohol, y no precisamente del barato...

  • ¿Por qué no pruebas con una tienda para proveedores? – sugería mi padre – allí seguro que te costará mas barato.

  • Me pedirán el carnet de propietario de un local.

  • Bueno, Annie te puede prestar el suyo, ¿verdad, cielo? – dijo papa, refiriéndose a mi madre. – Creo que hasta podría ir contigo y ayudarte con las compras.

  • ¡Claro! – aceptó mama.

  • Muchas gracias, tía.

  • Y ¿dónde será la fiesta? – indagué curiosamente yo.

  • Vamos a montar un chiringuito en la playa, cerca de aquí...

  • Oye, Andy – dijo su madre de pronto - ¿Por qué no te la llevas?

  • ¡No, no! – me apresure a responder - ¡No quiero ser una molestia, de veras!

  • Es verdad. Además, a ella no le va la gente mayor ... – corroboró él, fingiendo estar ofendido.

Le dediqué una mirada gélida, que provocó las carcajadas de toda la familia.

  • ¡Era broma, tranquila! – levantó las manos en señal de paz – En serio, vente. Te lo pasarás bien.

Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia, aunque la verdad es que la emoción de ir a una fiesta con el me comía por dentro.

  • ¿Cuándo es?

  • Esta noche – respondió, bebiendo el resto de su café.

Me atraganté con el mío.

  • ¿Ya?

  • Sí... Tampoco es para tanto. Solo necesitas un bañador y una toalla...

  • ¿Una fiesta de bañadores? – me extrañe.

  • ¿Y qué esperabas ponerte en una playa? ¿Vestido de noche? – se carcajeó.

Le tiré la servilleta a la cabeza y me levanté para cambiarme de ropa. Empezaba a pensar que se lo tenía creído... Pero, aun así me volvía loca.

Contemplé mi bikini frente al espejo: era de color turquesa, muy simple... Demasiado infantil como para llamar la atención. Fruncí el ceño. Aquella noche tendría la oportunidad perfecta de tentar a mi primo, y no iba a conseguir gran cosa con aquel harapo. Me vestí deprisa y cogí mi monedero.

  • ¡Luego vuelvo! – avisé a todos. Y salí del apartamento.

Cogí el autobús hasta una callecita llena de tiendas veraniegas que había visitado un par de días antes con mis padres. Entré en una de ellas y pregunté por los bañadores. No me gustó ninguno. Salí en busca de otra: nada. Y así sucesivamente hasta que me di cuenta de que era la hora de comer y aún no había encontrado nada que ponerme para la noche.

Cuando me senté en el restaurante donde habíamos quedado, Judith se percató de mi enfado.

  • ¿Ocurre algo, Beth? – me preguntó discretamente en un susurro. Comenzaba a caerme bien aquella mujer.

  • Quería haber comprado un bikini nuevo, pero no he visto nada guay. – respondí del mismo modo.

Ella sonrió, comprendiendo el motivo.

  • La verdad es que le había comentado a tu madre que hoy no hace buen día para ir a la playa: hay mucho viento. Se me ocurre que quizás te apetezca que desaparezcamos un rato esta tarde, mientras ellos están en la piscina...

  • ¡Gracias, Judith! – la abracé, aliviada.

Ella se rió conmigo y nos pusimos a comer. Al poco rato, llegaron mamá y Andrew.

  • ¡Es increíble lo que beben estos muchachos! – comentaba ella mientras se abanicaba con el sobrero de paja de mi padre – Hemos comprado casi cincuenta botellas... Casi todo whisky y vodka.

  • ¿Pero tú no decías que era una fiesta entre vosotros? – se carcajeó mi tío, mirando a Andrew.

  • Bueno, ellos y algunos amigos más...

  • ¡Espero que no cojáis un coma etílico esta noche! – me advirtió mi madre.

  • ¡Déjalos estar, mujer! Tienen derecho a vivir un poco...

Sonreí a mi padre. Siempre estaba ahí para defenderme.

Terminamos de comer y fuimos a la piscina comunitaria de los apartamentos. Casi no se habían quitado la ropa, y ya estaban tirándose al agua unos a otros. Judith aprovechó la distracción y me cogió de la mano.

  • Vámonos ya.

Luego, en voz alta, me pidió que la acompañara a no se donde, para que no sospechara nadie. Aún así, noté la mofa de mi primo, apoyado en el bordillo de la piscina, mientras sacudía la cabeza: el sí se había dado cuenta de mis intenciones. Le saqué la lengua, como una niña, y corrí con mi tía hasta el coche.

Condujo hasta el centro de Benidorm, y me llevó a una especie de tienda de lencería erótica. La miré con cara rara.

  • Tu calla y deja a los expertos.

Me desternillaba de risa al ver los modelitos disponibles en moda erótica: desde saltos de cama hasta monos de auténtico vinilo de diferentes colores, texturas, formas... Vi uno que me gustó bastante: un picarías de seda color rosa, muy cortito, con encajes en negro y unos lacitos muy monos. Iba con un tanga a juego. Imaginé la cara de Andrew si me viese con algo así... Mi tía se me adelantó.

  • ¿Te gusta? ¡Vaya! Sí que tienes buen gusto, nena... – comentó quitándomelo de las manos – Casi que te lo voy a comprar. Nunca te he regalado nada por tu cumpleaños, así que...

Y se fue directa hacia la caja. Tenía ganas de dar saltitos de alegría por la tía que tenía. Aunque, bien pensado, no tendría la oportunidad de ponérmelo para él, con la familia por medio... ¡Pero era tan bonito!

Después, Judith le preguntó a la dependienta sobre los bikinis más sexys que tenían. Me puse como un tomate: ¿tanto se notaba lo que quería? Ella me guiñó un ojo. Esperaba que no supiera quién era mi objetivo . Tal vez creyera que quería sorprender y destacar en la fiesta... Sí, seguramente sería eso.

La tendera sacó unos cuantos modelos distintos. Mi tía me empujó al interior del probador, mientras me los iba pasando uno por uno.

El blanco se transparentaba demasiado; los rojos eran o muy escandalosos, o muy sosos; el azul no me gustaba demasiado; el negro me parecía muy típico... Y además, casi todos eran con tanga. No tenía valor para llevar el trasero al aire en una fiesta, por muy playera que fuese.

Pero entonces me probé uno color verde oliva, con las tiras al cuello y una anillita en el escote. La parte de abajo era más oscura, con unas cintas a los lados, y de braguita. Ni me hacía pálida, ni me convertía en una mocosa inocente. Insinuaba, pero no enseñaba demasiado: era perfecto. Se lo enseñé a Judith. A ella también le gustó mucho.

Cuando salí de la tienda, con la bolsita de las compras entre los brazos, me sentía eufórica. Pero mi tía aún no había terminado.

  • ¿Qué ropa piensas ponerte?

  • Ya oíste a Andrew: todos irán en bañador... No creo que haga falta nada.

Ella suspiró con impaciencia.

  • ¿Nunca has oído que, si tapas algo, creas curiosidad por saber qué hay debajo? – y sonrió pícaramente – Vamos a mirar algun vestidito de verano, ¿te parece?

Nos metimos en un par de tiendas más, buscando algo que encajara medianamente con lo que Judith tenía en la cabeza. Al final, encontramos un vestido de gasa, por encima de las rodillas, blanco con estampados verdes muy bonitos, del mismo tono que el bikini, y un gran sol marrón de pedrería en medio del pecho. Me gustó al instante.

Mientras volvíamos al apartamento en el coche, dos horas después, aún intentaba devolverle el dinero que se había gastado. Pero no había forma de hacerla entrar en razón. Estaba casi tan entusiasmada como yo, y no paraba de darme consejos sobre qué hacer y cómo moverme. Me entró la risa al darme cuenta de que, al final, había hecho muy buenas migas con ella.

Al llegar, descubrí que mi primo se había ido a cenar con sus amigos para dar los últimos retoques al chiringuito de la fiesta, y que había dicho que pasaría a por mi a las once. Mejor, así tendría tiempo para prepararme...

Terminamos de cenar y corrí al cuarto de baño a ducharme y a ponerme mi bañador nuevo: me sentaba de miedo, todo sea dicho. Y con el vestido, parecía bastante más mayor. Pero el pelo, así, suelto... Comencé a recogérmelo, probando diferentes peinados, intentando mantenerlo fijo en su sitio. Fue bastante difícil, pero al final conseguí hacerme un moño con mechas sueltas que no estaba nada mal.

Decidí pintarme un poco los labios con gloss, y me puse pendientes de arete que no se soltarían con el oleaje. Volví a mirar mi reflejo: ahora estaba mucho mejor. Podría resultar incluso apetecible.

Miré mi reloj: pasaban un par de minutos de las once.

Andrew tenía que estar a punto de llegar...