El secreto (parte 1)

Una muchacha británica de 18 años, sin ninguna experiencia en la cama, se marcha a otro país de vacaciones con sus padres y su hermano por invitación de un familiar. Allí conocerá a alguien que volverá todo su mundo del revés... Pero tiene que ser un secreto.

Después de haber visto a algunos de mis compañeros escritores especificar el carácter de su relato antes de la narracion, creo que debo hacer lo mismo, para evitar decepciones innecesarias.

Mis relatos son eróticos; no pornográficos. Quiero decir que se trata de una historia sensual, sexy o como querais llamarla, con muchas escenas subidas de tono que van aumentando en frecuencia e intensidad a lo largo de la historia y los capítulos... Pero ante todo es eso: una historia. Así que si lo que buscas es algo con lo que masturbarte directamente, no lo encontrarás aquí. Ahora bien, si lo que quieres es algo para ir abriendo boca y ponerte a tono, entonces sigue leyendo.

Si lo haces, lo terminas y te gusta, por favor me encantaría conocer tu opinión. Si no te gusta, también (aunque solo si eres capaz de formular una crítica constructiva con educación y consideración). Y si eres escritor/a de relatos y te apetece compartir una afición, dejame un mensaje privado: ando buscando un grupo de gente con el que compartir mis hobbies, y este es claramente uno de mis favoritos.

Gracias por leer.

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Vacaciones por sorpresa

No teníamos planes para ese verano.

Mis padres habían tenido tantos gastos ese año que no fue posible crear un fondo con ahorros para las vacaciones, como solíamos hacer. Normalmente, para Abril, mas o menos, ya sabíamos dónde ir, teníamos reservado el hotel, comprados los billetes... Pero no. Ese año no había viaje, así que me hice a la idea de ir pidiendo cama en el chalet de alguna amiga.

No es que me hiciera mucha gracia pasar todo el verano con mis padres, año tras año. Pero tampoco era tan terrible como parecía serlo para mis amigas. Ellas siempre intentaban quedarse solas en casa, buscando excusas de deberes inexistentes o trabajos de vacaciones extra. ¡Que idiotez! Estando con tus padres tienes restaurante gratis, regalos, dinero para lo que quieras... Al menos con los míos, claro. En cambio, el tema del hermano pequeño ya no era tan soportable: trece años, tonto de remate, mimado y grosero: un verdadero plasta.

Sin embargo, como tenía a papa de mi parte, durante los viajes gozaba de absoluta libertad para ir y venir, conocer gente, ir de cena con los “amigos de verano”, como yo los llamo. Pero no, ese año no habría nada de eso.

Mi mejor amiga, Emma, se ocupó de que pudiera disfrutar al menos dos semanas de vacaciones en julio, con ella y su familia en el campo: un buen plan, considerando mis opciones. Y, el resto del verano... Bueno, ya se decidiría. O eso pensaba, claro.

Lo que pasó fue que, a tres días de marcharme con Emma, las maletas casi preparadas (yo soy así, me gusta tomarme las cosas con mucha calma y no ir corriendo para nada), papa nos comunicó que se había producido un cambio de planes:

  • ¡Buenas noticias, chicos! ¡Pasaremos las vacaciones en España!

Las caras del resto de la familia eran todo un poema.

  • Cielo... – comenzó mi madre, intentando calmar la excitación de papa como si tratase con un loco - ¿Como piensas ir a España? ¡Los vuelos desde Inglaterra son muy caros en esta época del año! Teníamos que haberlo reservado con mas tiempo...

  • ¡Qué va, mujer! – sacudió papa la mano que aun sostenía el móvil – No pagamos un centavo, cariño. Ha sido John quien ha tenido la idea de llamarme.

John era el hermanastro de mi padre: un autentico golfo que le había hecho la vida imposible hasta que se casó, cuatro años atrás. Su mujer, al parecer, era divorciada, con un hijo del matrimonio anterior. Pero como no teníamos contacto con ellos, ni recordaba sus nombres. Apenas me acordaba del día de la boda... Pero era mi tío. ¡Y me había salvado las vacaciones!

  • Han alquilado un gran apartamento frente a la playa, en Benidorm. Tan grande que les sobran tres habitaciones. Este hermano mío... – suspiró divertido papa – El caso es que pensó en nosotros. Y como hace tanto tiempo que no nos vemos, no me pareció mala idea. ¿Qué me decís?

Mi hermano se me adelantó.

  • ¡Qué guay! ¡Allí hay tías buenas a mogollón!

  • ¡Calla, enano! – espeté, dándole una sonora colleja. No tenía remedio.

¡Así que ahí estábamos! En el aeropuerto de Alicante, a gastos pagados, esperando al autobús que nos llevaría a Benidorm: a ese gran centro turístico internacional... Lleno de tíos buenos, para qué negarlo.

Tardamos casi una hora y media en llegar. Se me hizo casi insoportable permanecer junto a mi hermano todo ese tiempo. Pero al final, encontré la solución: coger la PSP que mi madre había guardado bajo llave como castigo. Así se estaba mucho mas quietecito.

Cuando llegamos al enorme bloque de apartamentos acristalados en primera línea de playa, casi se nos desencaja la boca... ¡Joder con mi tío! ¿En que trabajaba para permitirse esos lujazos?

Mi padre parecía pensar lo mismo que yo, pero mama llamó al timbre correspondiente sin alargar mas la espera. Judith abrió el portal desde el interfono: estaba eufórica.

Subimos en un ascensor hasta la planta numero 15, apartamento 159.

Mi supuesta tía (a la que no recordaba para nada haber saludado en los días de mi vida) abrió la puerta entallada en una bata de satén blanco muy corta. El pelo moreno de tinte recogido en una cola de lado, cayendo por su hombro derecho, guiando la vista hasta su escandaloso escote.

Saludó efusivamente a mi madre, que la correspondió con la educación típica de los Ingleses. Papa rió por lo bajo cuando le abrazó, y el pequeño Peter no cabía en si de gozo entre sus generosos pechos. A mi me dedicó una radiante sonrisa:

  • Dios mío: cuanto has crecido, Beth... – me abrazó, plantando un sonoro beso junto a mi oreja – A Andrew le vas a encantar...

  • ¿Quién...? – comencé yo, intentando no parecer demasiado maleducada.

Pero mi tío terminó de abrir la puerta en ese momento, abriendo los brazos a mi padre desde detrás de su mujer.

  • ¡Hermano! – se mofó, exagerando la alegría.

Mientras tanto, Judith nos invitó a pasar al salón: era una especie de habitación semi circular, con enormes vidrieras a modo de ventanas que daban al mar. Casi daba vértigo.

  • ¡Vaya, vaya! – me sobresaltó una voz en mi espalda - ¿Así que esta preciosidad es mi sobrina, Beth? Vas a tener que atarme a la cama esta noche, Judith...

Todos estallaron en carcajadas menos yo. No le veía la gracia.

Era obvio que exageraban todos, aunque nunca he terminado de comprender el por qué de esa conducta tan estúpida: ¿por que nos empeñamos en recalcar tanto la “belleza repentina” de nuestros familiares cuando nos reencontramos con ellos? ¿No se nota que siempre decimos y repetimos lo mismo, independientemente de quién se trate? “ Completamente estúpido..”.

Además, yo no era una bonita escultura, ni mucho menos: tenia demasiadas caderas, el pecho demasiado grande y las piernas demasiado largas. Todo demasiado . Nada en su justa medida. Mi pelo, del típico color bronce británico, solo se puede llevar en una cola de caballo muy apretada para que la goma no se deslizase, de lo liso que lo tengo. Y si me lo dejo suelto, me llega por mitad de la espalda, pero siempre estoy comiendo pelos en cuanto sopla una pizca de aire, porque lo tengo excesivamente fino. Mi piel, demasiado blanca para las pieles españolas, me hacía parecer un zombi cuando miraba mi reflejo en el espejo, recién levantada. Y el color azul intenso de mis ojos resaltaba mas si cabe mis odiosas pequitas ... Un fastidio de cuerpo, para una chica de 18 años.

Había tenido algún novio, si, pero nunca duraderos: cuando se daban cuenta de que no conseguían lo que querían de mi, se largaban. Y, por tanto, se entiende que no tenía experiencia alguna en asuntos de cama. De hecho, precisamente eso era una de las cosas que me hacían sentir mas orgullosa frente a mis amigas: mi inocencia y mi virginidad. Sabía qué hacer y cómo vestir para gustarles. Me encantaba provocarles incluso, aunque luego evitase el contacto físico más intimo. Desde mi punto de vista, no era un agujero en una muñeca hinchable: tenían que ganarse a pulso mi voluntad si querían llegar más lejos conmigo... Obviamente, eso jamás ocurría: los chicos buscaban una belleza facilota que se dejase hacer, y seguramente a menudo pensaban que yo estaba desesperada por perder la virginidad y poder ser como el resto de mis amigas. Pero nada más lejos de la verdad. Me habían educado muy bien para decir “No”. Y, aunque al final me acostumbré al morbo que provocaba en los hombres el hecho de saber que era inocente, me entrené un poco más a fondo para sacarlos de sus casillas. Eso era divertido, y no lo de cambiar de cama como de camisa…

Me gustaba la ropa que llevaba: shorts vaqueros oscuros y deshilachados, sandalias con un poco de tacón, de piel marrón, un top de tirantes del mismo color y una camiseta azul oscura, desgastada y ancha, para cubrir un poco todo eso... Pero el hecho de saber vestirme bien no me convertía en un tipazo .

Sonreí hipócritamente ante John, que seguía a la suya como si nada.

  • Estoy seguro de que vas a tener muchos pretendientes por aquí. Y apuesto a que el bañador te sienta de miedo... ¡Voy a tener que pedirle a Andrew que te vigile! No vaya a ser que se te coman esos cócteles de hormonas molotov ...

Nuevas risas. “Ja... Ja...

Iba a ser un día muy largo.

Estuvieron como dos horas poniéndose al día de sus vidas, hasta que por fin repararon en Peter y en mi: tirados en el cheslón, aburridos como ostras. Entonces decidieron que fuéramos a comer a la playa. Nos cambiamos todos y bajamos al paseo, a dos metros del apartamento, y caminamos entre el gentío hasta un restaurante familiar. Allí comimos una riquísima paella valenciana. El tal Andrew no aparecía por ningún lado. Comenzaba a entrarme curiosidad por el que se suponía que era mi primo .

Antes de empezar a hacer la digestión, Judith nos cogió de la mano a mi hermano y a mi, y corrió hacia la arena con las toallas en los hombros. Mis padres y mi tío se quedaron en la terraza del restaurante, tranquilamente sentados a resguardo del abrasador sol del medio día español. No se me olvidó coger el bronceador.

¡Era alucinante!

El agua estaba tibia, casi caliente, y las olas brillaban por su ausencia. Mas que una playa, parecía una piscina de agua salada. Judith infló su colchoneta y se relajó a la deriva mientras el sol acababa de dorar su piel. Mi hermano hacía cabriolas como un tonto, persiguiendo a las niñas, a pesar de no conocer el idioma. Y yo, tranquilamente sentada en la orilla, me perdía en mis pensamientos...

Andrew... ¿Qué edad tendría?” Lo recordaba vagamente, mayor que yo por unos años. Lo imaginaba castaño, como el color de la raíz de su madre, con la piel igual de morena y los marrones, como ella. Podría incluso ser uno de esos latinos musculosos... ¡Pero a donde vas, Beth! ¡Que por mucho que te guste fantasear, es tu primo !

Bueno, pero no de sangre, ¿no?”

Me entró la risita maliciosa mientras cogía el bronceador. Comenzaba a parecerme a las salidas de mis amigas, pensando cosas guarras, imaginándose con tíos llenos de aceite... Empecé a carcajearme yo sola. ¿Que mas da? ¿Acaso hay censuras en la fantasía femenina? Que yo fuese virgen no significaba que careciese de líbido o de morbo…

Alrededor de media hora después, el calor era insoportable. No sabia si por el sol o por mis pensamientos lascivos sobre la imagen mental que había creado de Andrew. Pero cuando tocaba mis hombros, me dolía. Así que me fui directa hacia mis padres, al bar. Cuando mama me vió, hizo una mueca de disgusto y ahogó un grito.

  • Creo que ya has agotado tu tiempo bajo el sol, Beatrice. Necesitas una ducha de agua dulce bien fría y ponerte crema hidratante por todo el cuerpo. ¡Pero ya !

  • ¿Le corto el rollo a todo el mundo y nos vamos a casa? – le respondí resentida. Me dolía a mi, no a ella.

  • Toma las llaves del apartamento, chiquilla – dijo mi tío, tendiéndome su llavero. – Coge lo que necesites para ducharte y relájate. Nosotros iremos dentro de un rato, ¿vale? – me sonrió cuando roce su mano al cogerlas – ¡Estate atenta al timbre, que ahora no tenemos forma de entrar!

  • Descuida... Gracias, John.

Y comencé a andar hacia el portal, oyendo las recomendaciones de mi madre a grito pelado mientras me alejaba. Adoro a mi madre, pero cuando se pone en ese plan, es enfermiza.

La gente en Benidorm no se sorprende cuando eres extranjero. De hecho, más de tres cuartas partes de la gente presente en la playa esa tarde eran paisanos nuestros o alemanes. Y los españoles que había casi siempre entendían su idioma. Mientras caminaba me di cuenta de que no era la única que se había quemado con el sol español.

Metí la llave en la cerradura del apartamento y entré. Solté la toalla sobre el sofá, sin poder soportar mas su roce sobre los hombros, y me encaminé hacia el cuarto de baño, intentando desabrochar el nudo del cuello del bikini. No me fijé en el chaleco de cuero colgando del perchero, que antes no estaba. Puse mi mano sobre el pomo para abrir la puerta, pero este giró antes de que yo me moviera. Ahogué un grito por la sorpresa.

Ante mi, cubierto con una toalla pequeña que rodeaba apenas sus caderas, y con otra frotándose con energía el pelo, estaba el mejor póster erótico que había contemplado en los días de mi vida.

Me sacaba palmo y medio de estatura. Tenía la piel increíblemente morena, como de color chocolate. Y la envergadura de su cuerpo invadía casi todo el espacio del umbral de la puerta. Salió sin mirar, con la vista tapada por la toalla que cubría su cabeza, y se topó conmigo.

  • ¿¡Qué cojones...!? – se sobresaltó, despejándose la cara.

Me encontré con los ojos verdes más bonitos que había visto nunca.

  • ¡Lo siento, yo...! ¡No sabía que...! – balbuceé como una estúpida.

Entonces me di cuenta de que me observaba atentamente de arriba a abajo. Fruncía el ceño, pero una sonrisa asomaba a sus labios, llenos y provocativos. Me quedé paralizada.

  • Tu debes de ser Beth – afirmó, volviendo a centrarse en mis ojos y tendiéndome su mano. – Yo soy Andrew, el hijo de Judith.

Controlé los músculos de mi mandíbula para evitar que se me cayera al suelo. ¡Era mucho mejor de lo que me había imaginado! Su piel era cálida, aun estando mojada cuando le estreché la mano. Su sonrisa me atragantó la saliva que luchaba por digerir.

Llevaba el pelo largo, en una melena rebelde y ondulada hasta los hombros, ahora despeinada por completo. Y aun así estaba atractivo. Sus hombros eran casi tres centímetros mas anchos que los míos... ¡Por cada lado! Era un tipo enorme. Y su musculatura era espectacular: no dejaba de írseme la vista hacia la tableta de chocolate que tenía por abdominales...

Casi me costaba respirar de la impresión.

  • ¿Ibas a ducharte? – me preguntó al soltar mi mano tras unos instantes de incomodo silencio. Se fijó en mis hombros, que descubrí aún mas rojos que antes. Sacudió la cabeza con preocupación – Deberías mirarte eso, o no podrás llevar camisetas en un par de días...

  • Tranquilo, me pondré crema y...

  • Esa insolación no desaparecerá con una crema – me cortó, pasando un dedo suavemente por la zona quemada, acercándose un poco mas para verlo mejor. Pude ver, el borde de lo que parecía un pequeño tatuaje asomando en la parte visible mas baja de su vientre. – Para esto hace falta vinagre.

Puse cara de asco.

  • ¿Por qué no te duchas, mientras preparo unos paños? Ahora te ayudo a ponértelos...

Me guiñó un ojo y fue hacia la cocina, sin ponerse nada más de ropa. Me costó casi un minuto reaccionar y entrar en el cuarto de baño.

¿Así que ese era mi primo? ¡Menudo tío! En persona estaba muchísimo mas bueno que en mi pobre imaginación... ¡Vaya cuerpazo! ¿Cuántos años tendría? ¿23? ¿25? No s me había ocurrido preguntarlo nunca.

Tomé aire profundamente mientras repartía el gel sobre mi piel hipersensible. Me había excitado aquella escena, aunque ni siquiera había sido consciente de ello. No me di cuenta de hasta qué punto se me iban las manos hasta que comencé a gemir. Y, para entonces, ya era demasiado tarde: no podía parar de tocarme. Tuve que concentrarme en no dejar escapar ningún sonido mientras mis dedos volaban y jugueteaban por mi cuerpo, bajo la lluvia que refrescaba mis hombros. Convulsioné tanto al llegar al orgasmo que tuve que sujetarme a la pared para no caer dentro de la ducha.

Salí del baño sonrojada por la vergüenza.

Nunca antes había sido incapaz de controlarme. Jamás me había puesto así con una imagen tan inocente como la de un tío recién duchado. Porque, comparándolo con otros momentos vividos, aquello era sencillamente inocente . Y el caso es que me costó mirarle a la cara: otra cosa que tampoco me había pasado antes: nunca había sido una chica tímida.

Yo llevaba el albornoz puesto, y él seguía con la toalla mientras mojaba unos trapos en un vinagre balsámico que olía bastante mejor que la mayoría. Me hizo sentar encima de la mesa (para no tenerse que agachar demasiado) y me pidió que me destapara. Abrí los ojos como platos.

  • Si no te descubres los hombros, no creo que pueda ponerte esto... – sonrió divertido.

Puse los ojos en blanco ante la obviedad y me bajé el albornoz lo suficiente como para dejarle trabajar sin molestias. Sin embargo, olvide apretar más el lazo y, en un momento dado, se bajó demasiado dejándome un pecho al descubierto. Mis manos intentaron ser mas rápidas que su mirada, pero no lo consiguieron. Para cuando volví a taparme, había advertido en él una mirada fugaz y una sonrisa contenida. Pero como seguía a lo suyo como si nada, fingí no darle mucha importancia...

A los cinco minutos, comencé a notar el alivio del vinagre: me estaba refrescando. Andrew me hizo tocar uno de los trapos cuando lo retiró y lo noté ardiendo. Parecía que me absorbía el calor de la piel de los hombros... Aunque no el de las mejillas, que seguían coloradas mientras sus manos me acariciaban por encima de las telas mojadas.

Mi salvación fue el timbre.

El chico abrió desde el interfono sin siquiera preguntar, y se acercó para recoger la palancana que habíamos estado usando.

  • ¿Mejor? – me preguntó a pocos centímetros de distancia, a la vez que escurría los paños. Yo asentí con una sonrisa. – Me alegro.

Me sentí inexplicablemente culpable cuando vi a mis padres entrar por la puerta. Después de todo, no habíamos hecho nada malo... ¿Entonces por qué me daba esa sensación?