El Secreto de Victoria III
Fetichismo Lésbico. La historia continúa. Catalina me invita a su casa y me muestra su lado más salvaje, llevándome a experimentar placeres jamás pensados. (Parte 3 de 3)
Volverme a encontrar con Catalina parecía misión imposible. Después de esa tarde de desenfreno, ansiaba con locura poder verla, sentirla, degustarla y deleitarme con ella de nuevo. Y al parecer no era algo solamente mío; en nuestras llamadas diarias ella me confesaba su deseo de verme y repetir esa deliciosa faena. Sin embargo por casi tres semanas no tuvimos suerte. Mi trabajo se puso más pesado y su rutina de estudios y trabajo apenas la dejaban respirar. Era realmente complicado encontrar no solo el tiempo sino el lugar dónde encontrarnos, ya que Catalina aún vivía con sus padres y hermanos, haciendo aún más complicado el vernos. Sin embargo fue un miércoles por la tarde que recibí su llamada.
-Qué vas a hacer el viernes por la noche?- Me preguntó con una voz un tanto afanada.
-Nada, creo yo. Tal vez tome algo con los de la oficina pero...
-O sea, sí tienes planes- Me interrumpió igualmente apurada.
-No, no. No mi Cata. Dime qué quieres hacer?
-Te espero en mi casa después de que salgas del trabajo. Vale?
-Pero tus papas? Luego ellos no...
-Pero nada! Te espero.
Encantada acepté la invitación de Catalina. Y aunque no quiso explicarme qué haríamos ese día o a dónde iríamos, decidí dejarme sorprender aún cuando siempre he detestado las sorpresas. Y como era de esperarse, los días se me hicieron eternos, incluso el mismo viernes pareció nunca acabar. Justo antes de que la agónica jornada laboral culminara, recibí un mensaje de texto con su dirección, e indicaciones precisas de como llegar a su casa. Faltando cinco minutos, huí al baño, revisándome de pies a cabeza frente al espejo, arreglando mi pelo y retocando mi ropa. Salí corriendo, apagué mi computadora y escapé en un descuido de mi jefe. Era tal mi impaciencia que tomé el primer taxi que vi, ordenándole al conductor que me llevara lo más pronto posible.
Catalina vivía en una zona residencial de clase media-alta llena de casitas de color crema con un sencillo jardín en frente. Al ver el número de su casa, le pedí al conductor que se detuviera, le pagué y sin pedir el cambio bajé del auto en dirección a su puerta. Atravesé el jardín y toqué el timbre. Pocos segundos después que me parecieron siglos, escuché sus pasos del otro lado y con rapidez abrió la puerta. Sus ojos plateados me inundaron y antes de que pudiera reaccionar, sentí como me halaba del brazo, entrándome a la fuerza y cerrando la puerta, para robarme un delicioso beso que duró eternidades. Su lengua de fresa se internó en mi boca, jugueteando con la mía, saboreando mis entrañas y dejándome sin aire. Una vez mis pulmones quedaron llenos del tibio aire de su garganta, me separé de ella y confundida le pregunté:
-Y tus papas? Estas sola?
-Si, estamos las dos solitas.
-Y a qué horas regresan?- Le dije temerosa .
-No lo sé.- Me dijo con carita de niña consentida.
Al verme aún preocupada me dijo que sus padres tenían una comida o algo por el estilo en las afueras de la ciudad, y regresarían en la madrugada, o con suerte en la mañana siguiente. Ya al verme más tranquila me tomó de la mano, y me llevó a la sala, junto a la mesa del comedor donde vi una botella de vino con dos copas y un par de velas. Por fin pude contemplar lo hermosa que estaba, con una blusa rosada, un ceñido pantalón blanco y una cinta beige alrededor de su pelo. Me regaló una sonrisa y al verla le devolví el beso que me dio a la entrada de su casa. Pero a diferencia del primer beso, este último duró mucho más.
Enloquecida y ensimismada, la tomé de la cintura y con fuerza pegué mi cuerpo al suyo mientras jugaba con su pelo, y mis manos se aventuraban a amasar sin ninguna vergüenza sus firmes nalguitas. Ella me regaló dulces besos en el cuello que me hicieron perder el control. Como si me conociera de toda la vida, deslizó sus húmedos labios hasta alcanzar mi clavícula y después de succionar suavemente la cabeza del huesito sobre mi piel, con descaro lo mordió. Ella no lo sabía, pero había sacado de mí un animal lleno de lujuria y descontrol. Sin más, halé firmemente su cabello para alzar su rostro y lamer desde su boca hasta su oreja izquierda, llenándola de besos y jugueteando con mi lengua en su lóbulo, y gimiéndole desesperadamente al oído cómo ansiaba hacerla mía, beberme su néctar y poseer su cuerpo de las maneras más salvajes. Luego sin avisar, me encontré besando con desenfreno sus hombros que tenía descubiertos gracias a su blusa de tiritas. Con mis manos acariciaban su pubis por encima de su pantalón e intentaban colarse por dentro de él. Catalina me separó de su cuerpo, y mirándome a los ojos exhaló una bocanada del poco aire que le quedaba para decirme:
-Ok! Vamos a mi cuarto ya mismo.
Me tomó de la mano y casi corriendo subimos las escaleras y en el primer cuarto a la derecha, abrió una puerta que conducía a un hermosa pero sencilla habitación que ni siquiera pude detallar, cuando vi a Catalina desesperada quitándose su blusa y desapuntando su blanco pantalón. Yo decidí imitarla, y lentamente desabotoné mi suéter y deslicé sus mangas sobre mis brazos y cuando éste estaba en la cintura, Catalina ya solo en bragas, se acercó a mi, tiró mi suéter y desapuntó mi pantalón mientras sus dedos jugaban con mi sexo por encima de mis bragas. Me quitó mi top de algodón y con pericia desapuntó mi sostén devorando con premura mis senos, premiándolos con dulces besitos que eran alternados por suaves mordiscos y repentinas succiones. Luego se arrodilló y tomó la cintura de mi pantalón y lo haló con fuerza hacia abajo para descubrir que portaba las braguitas rojas de su pertenencia. Me regaló una mirada lasciva, y con dos dedos corrió las bragas para darme unos deliciosos besos que me llevaron al cielo y solo me dejaron pronunciar un agónico:
-No las he lavado desde la última vez...
Cata saltó como un resorte, y me miró con lujuria. Se fue a su armario y después de escudriñar un cajón, sacó una pequeña bala color rosa, de textura suave y unos 12 centímetros, algo delgada. No sé cómo, pero escuché la ligera vibración del aparatito, y frente a mí, corrió su braga y la introdujo en su deliciosa cavidad que aún yo no había probado. Me tomó y me lanzó como una muñeca de trapo en su cama, y arrodillada, corrió de nuevo mis braguitas para de nuevo succionar mi conchita, mientras sus dedos me penetraban a un ritmo incesante. Entre mis piernas escuchaba el eco de su voz que me decía “Moja mis braguitas, mójalas mi niña”. Yo estaba en el paraíso, y mis manos agarraban con furia sus sábanas mientras gemía sin piedad. La lengua de Catalina recorrió con destreza mis labios y saltó hacia mi colita, dejándome fría. Mientras me daba besitos en mi agujerito marrón, sus dedos me tenían al borde de la gloria. Pero fue cuando uno de sus dedos entró de repente a mi colita, que mi ansiado orgasmo llegó. Apreté el rostro de Catalina con mis piernas, mientras sentía que el incesante flujo que salía de mis entrañas era gentilmente sorbido por la golosa boca de mi niña. Al sentir mis flujos, Catalina dirigió sus dedos a su jugosa conchita que aún llena con su juguete vibrante, pedía un ligero toque para alcanzar el clímax. Ella me regaló un alarido delicioso y rasgado que anunció su orgasmo, mientras que se puso encima mío. Yo aún sin recuperarme de mi orgasmo, vi como frente a mi rostro Catalina sacaba su juguete de su interior y lo ponía en frente mío. Yo lo llevé a mi boca, succionándolo con locura para extraer todo el sabor de su ser. La agarré de sus nalgas y atraje su sexo, aún con bragas, a mi cara. Catalina movía sus caderas con energía, frotando su entrepierna con mi cara, mientras mi nariz y boca eran recompensadas con la dulce perdición de su aroma y su sabor. Casi al punto de ahogarme, sentí como de nuevo emanaban una nueva bocanada de flujos que empaparon sus bragas y mi cara. Sus gemidos fueron más suaves, y al terminar el bamboleo de sus caderas en mi cara, se levantó de mí.
- Te gustan mis braguitas mojadas? Te gusta como huelen? Te gusta como saben? Te gustan como se sienten? Tómalas!- Me dijo de una manera casi poseída mientras se las quitaba para quedar completamente desnuda. - Ponte en cuatro sobre mi cama- Me ordenó.
Yo muy obediente, me puse en cuatro, mientras con los ojos cerrados olfateaba y degustaba las tibias y empapadas bragas de mi amante. Escuché el abrir de un cajón, para luego sentir las cálidas manos de mi niña abriendo mis nalguitas e introduciendo su cara en ellas. Luego su húmeda lengua me regaló de nuevo una cantidad de besos, mientras que succionaba, lamía y acariciaba con vehemencia mi sexo. A su boca y dedos pronto se le unió el pequeño juguete rosado que tenía, que introdujo lentamente en mi sexo, no sin antes pasar minutos acariciando el canal de mis labios con su vibrante punta. El saca y mete del juguetito era acompañado por el jugoso ritmo de su lengua penetrando tímidamente mi hoyito trasero. De un momento a otro, y sin siquiera esperármelo, sentí como sacó el empapado juguete y situó la punta en la entrada de mi colita. Sorprendida guardé un silencio apenas interrumpido por un tímido pero profundo gemido cuando ella empezó a presionar la balita. Yo estaba de piedra, más aún cuando el aderezo de mis jugos vaginales y los restos de su deliciosa saliva en mi hoyito habían facilitado que con menor esfuerzo ingresara la puntita dentro de mí. Nunca fui fanática del sexo anal más allá de unos buenos besos negros o algunos deditos, pero este juguete, a pesar de no ser grande, era más ancho que un par de dedos. Al sentir la vibración en mi colita me quedé quieta, esperando lo peor, sin embargo no había dolor. Era una sensación extraña, que si bien no era del todo placentera, no me estaba rompiendo del dolor. Sabía que si me tensionaba sería peor para mí, así que decidí relajarme a lo cual Catalina con gula empezó a lamer los bordes de mi abierto agujerito para lubricarlo mientras empujaba poco a poco el juguete unos cuantos centímetros. La vibración estaba logrando que esa incomodidad se convirtiera en placer y para luego por fin experimentar esa rica sensación de estar llena. Sin embargo la verdadera sorpresa fue cuando volteé mi rostro sudoroso y pude ver a Catalina.
Sus dulces y gigantescos ojos plateados estaban ahora llenos de lujuria, al punto de parecer otra persona. Pero lo peor no era eso. Ella, con su blancuzco e inmaculado cuerpo de mármol completamente desnudo se estaba amarrando alrededor de su cintura un arnés con un pene de goma de color rosa fosforescente. Debo admitir que al amarrárselo, contoneaba su cuerpo de una manera muy sensual. Soy amante del cuerpo de una mujer, de su sabor, aroma y textura natural, y es por eso que nunca me han gustado los juguetes sexuales, especialmente los fálicos, pero yo ya me encontraba en un estado de éxtasis tal, que no tuve alternativa más que cerrar los ojos, y luego con un ademán le di licencia a mi amada para que abusara de mí. Ella me respondió con una sonrisa, mientras yo me sumergí a olfatear y degustar sus bragas que aún estaban en mi poder. Sentí para mi sorpresa que ella se agachó y de nuevo me regalo unos deliciosos besos y lametones en mi cosita, mientras sigilosamente empujaba su juguete pequeño en el interior de mi colita. Suavemente sentí la fría punta de su arnés acariciando el canal de mis labios de arriba hacia abajo, lentamente, como si ella esperase que le suplicara que me penetrara. Con calma y asegurándose de lubricar la puntita con mi abundante humedad, empujó lentamente algunos centímetros en mi interior. Yo solté un gemido que se coló a través de la tela de sus bragas que tenía en mi carita, gemido que ella interpretó como un permiso, con el cual me sujetó de mi cintura y con decisión me hundió el juguete de su arnés hasta el fondo de mi ser. Ella se detuvo inmediatamente esperando mi reacción, que no fue más que un inconsciente silencio. Un silencio en el cual disfrutaba por primera vez ser doblemente penetrada, aún cuando fuera por dos trozos de frío plástico. Era una sensación que por el morbo se sentía deliciosamente placentera. Las constantes vibraciones que recibía mi agujerito marrón se estaban convirtiendo en fuente de un extraño placer. Cata me preguntó si todo estaba bien, a lo cual giré mi rostro y la besé con ternura. Ella con dulzura respondió a mi beso, pero con firmeza tomó mi cintura y empezó a bombearme en un lento saca-y-mete que aumentaba de ritmo hasta llegar en pocos minutos a un frenético vaivén patrocinado por mi humedad y acompañado por mis caderas que empujaban mis nalgas al son de la melodía del amor de mi amada, quien me regalaba apasionados besos intercalados. Yo estaba en enloquecida, poseída. Doblemente poseída. Las uñas de Cata se hincaban en mi piel, cuales garras de un águila sobre su presa. Yo no daba más de mí, el orgasmo que se aproximaba era tan poderoso que mis brazos y piernas no dieron más, y me desmoroné. Mi cuerpo parecía de trapo, escasamente sostenido por los brazos de Catalina quien en pocos segundos me arrancó uno de los mejores orgasmos de mi vida. Grité como loca, hasta perder la voz y casi la consciencia. Ella siguió bombeándome unos instantes más hasta detenerse. Sentí chorros de mis líquidos íntimos bajar como cascadas por mis piernas mientras el el vibrador salía poco a poco por sí solo de mi colita.
Quedé tirada en la cama, a la deriva. Catalina sacó completamente su juguete rosadito de mi colita, dejándome completamente vacía, para luego darme un par de besos en mi entrepierna, recolectando así mis jugos que gustosamente compartió conmigo en un delicioso beso. Abandonó la habitación por un tiempo. No sé cuánto. Pudieron ser diez minutos. Pudieron ser 3 horas. Yo estaba en el cielo aún, con espasmos aún intermitentes y mis piernas dormidas. Poco a poco recuperé el conocimiento, y la vi a mi lado. Con su lacio pelo negro ligeramente desparpajado y sus gigantescos ojos plateados velando mi sueño. Me dio un beso que aún sabía a mi, y con una sonrisa me dijo.
- Acabo de llamar a mis papas. Dicen que llegarán mañana antes del medio día. Puedes quedarte a dormir conmigo si quieres.
Un abrazo selló mi respuesta. Un abrazo de dos amantes desnudas. Un abrazo que se convirtió en un beso. Un beso que cada vez se volvía más intenso, más apasionado, más brutal.
- Dónde los tienes (los juguetes) ? Dónde los tienes? Dámelos ya! Llegó mi turno. Voy a hacerte lo mismo que tu me hiciste- Le dije con voz autoritaria.
Ella con ternura y una sonrisa inocente y a la vez pícara, como la de un niña que ha esperado todo el día para jugar con su muñeca, lanzó una mirada hacía el peinador donde se encontraban la pequeña balita rosada ya lavada, y el arnés. Me levanté luego de darle un apasionado beso, y tomé la balita rosada y regresé a mi lecho de amor. Le pedí a Catalina que se pusiera boca arriba, abrí sus piernas y me hinqué a saborear su ardiente conchita. Después de descubrir como encender el juguetito, lo puse a la entrada de su tesorito, al compás de mis besos. Mi lengua exploraba su intimidad y mis labios abrazaban su clítoris. Su balita entraba y salía, encharcando su pozo con los jugos de su intimidad. Yo como una niña golosa, sacaba la balita rosada y la chupaba gustosamente como si se tratase de una paleta, extrayendo hasta la última gota del sabor de mi Cata en él. Luego, imitando la anterior faena, me dediqué a comerle su colita, llenarla de juguitos y saliva, y con mis dedos como tímidos intrusos, irla preparando para su balita rosada. Ella me reclamó con desesperación, rogándome que abusara de su agujerito, y yo, después de varios minutos, le dije que se pusiera en cuatro patitas. Ella obediente se trepó en la cama ofreciéndome su hoyito el cual devoré antes de colocar su balita en su colita. Ella exhaló y relajó sus músculos mientras la punta templaba cada uno de los pliegues de su agujerito mientras lentamente entraba. Sus gemiditos eran provocadores, lo q me hizo imitar su técnica y con delicia recorrí mi lengua y lubriqué su entrada. Estaba enloquecida a un nivel tal, que de un solo movimiento extraje todo el juguete de su colita y en un acto de sensual demencia lo llevé a mi boca frente a sus ojos. No sé por qué lo hice. Nunca lo habría hecho, pero era tal la compenetración con Catalina, que para mí fue un placer demostrarle mi devoción hacia su ser. Pensé que su reacción sería de asco y rechazo, pero todo lo contrario. Al verme disfrutando del sabor de su colita, en su rostro se dibujo una sonrisa de ternura y amor. De nuevo dirigí el pequeño vibrador a su ligeramente abierto hoyito, que lubricado con mi saliva, entró con mayor facilidad. Ahora llegaba la segunda parte.
Yo nunca había puesto un arnés de ese tipo, así que estaba nerviosa. Catalina seguía en cuatro patitas ensimismada por la vibración en su retaguardia. Me levanté y me dirigí hacia el peinador, pero luego vi en la esquina junto al peinador, mi suéter que Catalina había lanzado cuando apenas llegamos. Me agaché y lo recogí para luego tomar el arnés. Me acerqué a su boca, le di un beso y con voz misteriosa le dije:
-Esta vez será a mi manera.-
Esbocé una sonrisa pícara, mientras entendía como funcionaba el arnés. Entreveré mis piernas en el arnés y lo amaré firmemente, mientras sentí que la puntita interna del pené de plástico se introducía deliciosamente en mi interior, a lo que respondí involuntariamente con un gemidito. Encima de mi desnudez, amarré mi suéter alrededor de mi cintura, como ritual a mi más preciado fetiche. El nudito se afirmaba delicadamente sobre la base del pene de goma, mientras las suaves mangas colgaban pícaramente a sus lados. Ella me miró confundida, pero mi sonrisa la tranquilizó. Tome nerviosamente su cintura, y enfilé torpemente el juguete con una mano hacia la entrada de su cosita. La acaricié con ternura hasta que su grito desgarrado me rogó que la hiciera mía. La penetré lentamente, hasta el fondo, cuando sentí que la sensación causada por la puntita que estaba dentro de mí se intensificaba. Y aún más cuando eran arrullados por la vibración de su balita rosada en su colita. Su espalda deliciosamente sudada atrajo a mi lengua que saboreó el sabor de su piel caliente mientras mi pelvis se bamboleaba al compás de sus gemidos. Era tal el ritmo que en mitad de este baile de pasión un orgasmo me atravesó inesperadamente, pero la inercia de mis movimientos no me dieron tiempo para recuperarme y mi cadera seguía moviéndose sin cesar. El nudito de mi suéter empapado de sus jugos presionaba gustosamente con mi piel y aumentaba mi placer a límites inimaginados. Catalina anunció con ansias su orgasmo que no tuvo otra consecuencia más que un segundo momento eterno de éxtasis en mí. Mientras retiraba el arnés de su interior, tuve el placer de ver como sus músculos vaginales se aún contraían levemente, mientras que su colita, al igual que la mía, expulsaba lentamente su juguete aún vibrando, que golosamente volví a degustar. Como pude me quité el arnés, y aún con mi suéter amarrado y empapado la mezcla de nuestros flujos, caímos rendidas, abrazadas, besándonos, hasta fundirnos en un delicioso sueño juntas.
Dormimos juntas esa noche, y desperté la siguiente mañana gracias a un dulce beso de su boca, que desencadenó una sesión de locura y desenfreno apasionado. No tuve tiempo de disfrutar de su regazo, pues tuve que salir antes de que sus padres llegaran, con su perfume aún adherido a mi piel, y con una sonrisa que jamás se pudo borrar de mí.
Ese fue el comienzo de una apasionada relación con mi amada Catalina. Una relación que tristemente no perdura hasta el día de hoy. Y al igual que muchos de ustedes, queridos lectores, yo también me pregunto el porqué de esa situación. Si bien los primeros meses fueron hermosos, la distancia, sus estudios y mi trabajo mermaban el poco tiempo que teníamos la una para la otra. Pero finalmente las estocadas a nuestro amor llegaron de manera casi simultanea, con el regreso de dos personas a nuestras vidas. Por su parte, su ex novio reapareció. Aquel hombre que había amado abnegadamente y el que me había jurado ser el único hombre con el que se daría una oportunidad para el resto de su vida. Por mi parte, regresó mi amor de juventud, una hermosa mujer que nuevamente destrozó los restos que aún había dejado en mi corazón. Si bien, aún estamos en contacto esporádico, y hemos repetido un par de encuentros, ella ya armó una vida en la que se encuentra feliz y plena. Lo último que supe de ella es que sus planes de crear su marca de lencería van muy adelantados, e incluso me había expresado su deseo que participara con el diseño gráfico de su empresa. Yo por mi parte esperaré, y tan pronto sus ideas den frutos, me convertiré en su clienta asidua. Espero que ella me dé de nuevo una asesoría personalizada. Y ustedes, queridos lectores, serán los primeros en saber qué pasa.