El Secreto de Victoria II

Fetichismo Lésbico. Después de una tarde de compras, quedan algunos asuntos por concluir. Mi primer encuentro con Catalina. (Parte 2 de 3)

El teléfono repicó con extraño afán. Me abstrajo del encierro en mi cubículo de trabajo. Era un número desconocido. Al contestar escuché su voz tímidamente preguntando por mi nombre.

- Soy Catalina... no sé si me recuerdas, la de la tie...

- Claro que sé quien eres. Cómo olvidarme de tí, si no te he podido sacar de mi cabeza- Interrumpí con una voz tranquila para no delatarme en mi trabajo.

Ella me hablaba con una actitud tímida e insegura, probablemente nerviosa. Yo con dulzura le dije que estaba en el trabajo, y que me gustaría tomar un café con ella. La verdad fue difícil cuadrar horarios. Ella tenía libres un par de días entre semana, mientras que yo descansaba solo sábados y domingos. Ella sugirió cambiar turnos con una amiga el sábado para poder encontrarnos. Decidí citarla en un café, relativamente cerca a mi casa, en mitad del camino al gym que sagradamente visito los sábados por la mañana. Ella aceptó. Al colgar, mi boca se llenó de ese delicioso sabor de sus besos. No podía esperar a que ese tétrico martes se convirtiera en un alegre y soleado sábado.

Evidentemente la semana transcurrió mucho más lenta que lo usual. Entreveradas entre los días, nos dimos varias llamadas para saber de la otra y contar lo emocionadas que estábamos por aquella cita. Nada explícito, nada directo. Todo era dulcemente amistoso, como la piel del cordero que cubre a un lobo lujurioso. Les confieso que la noche del viernes casi no logro dormir. Finalmente caí en los brazos de morfeo con sus bragas en mi mano derecha y con mis dedos empapados con mis propios jugos después de provocarme un delicioso orgasmo en la soledad de mi cuarto. A la mañana siguiente me desperté exaltada y emocionada. Me encerré en el baño para estar lista para Catalina. Tenía que estar perfecta para ella. Me depilé completamente mi sexo, piernas y axilas, apliqué una loción exfoliante para mi rostro, y tomé un delicioso baño con agua tibia. Una vez en mi cuarto, miré mi cuerpo con detenimiento. Quería que ella se deleitara con cada ángulo de mi ser. Me vestí para ir al gym, eso sí, poniéndome sus suaves bragas aún con la deliciosa mezcla de nuestros jugos femeninos.

Les mentiría si les digo que me concentré en mi rutina de gym. La verdad solo esperaba que el pedal de la bicicleta estática estuviera conectado de alguna manera con el mecanismo del reloj del salón. Que ilusa. Al rato dejé de engañarme a mí misma. Abandoné la bicicleta y me fui a las duchas para bajar mi calor con la excusa de despojarme del sudor. Me puse mis leggings lycrados, amarré mi delgada chaqueta adidas celeste a mi cintura y con impaciencia me hice una cola de caballo. Salí hacia el café donde me encontraría con Catalina. Al llegar, revisé mi móvil para darme cuenta de lo evidente: estaba más de 10 minutos adelantada a nuestra cita. Para calmar mi ansiedad, me senté y pedí un vaso de agua. El tiempo anduvo a marcha lenta y los 15 minutos siguientes se disfrazaron de eternidades. Hasta que en un instante, el tiempo se detuvo por completo.

Allí apareció, como un colorido ángel enfundada en unos jeans, con una larga blusa de flores y unas gafas oscuras como una diadema sobre su hermoso y ondulado pelo negro. Era preciosa, más aún sin ese lúgubre uniforme oscuro. Caminó lento hacia mí, y con un tímido beso en la mejilla me saludó. La vez anterior no pude sentir su aroma, pero esta vez percibía un delicioso olor proveniente de su piel. Una razón más para enloquecerme. Con una amplia sonrisa ordenó un café oscuro, para luego darme un par de piropos que me hicieron sonrojar. No hubo silencios incómodos, solo dos mujeres mirándose a los ojos y hablando como si se conocieran de toda la vida. Fueron horas de charla, en las que me contó como unas dulces bragas de seda en su primera masturbación fueron las que marcaron su obsesión por la ropa interior; me contó de su sueño de crear su propia marca de lencería cuando terminara sus estudios en diseño de modas. Así mismo me contó que se consideraba bisexual, y que ha tenido tanto novios como novias. Me preguntó si me importaba, y le dije que no.

Después de dos cafés y un derroche de miradas que amenazaban con terminar en el más delicioso de los besos, así que decidí jugármela el todo por el todo con la garantía que me daban sus ojos de que no sería rechazada.

- Yo vivo cerca, a algunas calles de acá. Te gustaría tomar... no sé, una copa de vino... u otro café?- Reí tiernamente, mientras mis ojos no abandonaban los suyos.

Ella no respondió. Solo cerró los ojos y sonrío. Caminamos juntas, con ganas de tomarnos de la mano, como dos colegialas.

Al entrar al edificio, nos dirigimos juntas hacia el ascensor. Y sorpresivamente pospusimos el beso mientras nos tomábamos de las manos y nos fundíamos en un abrazo. Antes de que la puerta del ascensor se abriera, repetí con exactitud su movimiento de la vez pasada, y bajé mis leggings unos 5 centímetros para mostrarle que llevaba puestas sus propias bragas. Ella abrió sus hermosos ojos grises y cuando se iba a abalanzar a darme un beso, la campana del ascensor la detuvo, mientras la puerta se deslizaba lentamente. Tomadas de la mano caminamos hacía mi puerta. Me tomó de la cintura mientras abría la cerradura con mi llave. Una vez adentro, nos pusimos frente a frente, nos besamos con la mirada, hasta que nuestros labios decidieron imitarlos, en el más dulce de los besos jamás conocido. Su lengua jugueteaba con la mía, y sus manos con pasión y dulzura recorrían mi cintura y mi espalda. El beso concluyó y con una mirada de complicidad, nos tomamos de la mano y nos dirigimos a mi habitación.

*-Tenías razón. Esas bragas que me ibas a vender se me ven hermosas. Y esas que me medí se

sienten

especialmente delicioso. Quieres ver?-*

-Muero verlo... sentirlo, devorarlo...

Al escuchar esto, silencié su boca con un beso mientras me abalancé hacia ella, levantándole su blusa y desapuntando su jean. Ella desamarró mi chaqueta a pesar de mis protestas de que no lo hiciera, y con desesperación lanzó la prenda a la lejanía de mi cuarto. Se dedicó a acariciar mis nalgas por encima de la lycra, mientras yo le quité su blusa, lanzándo a volar sus lentes de sol. Me quitó mi top deportivo y me empujó a la cama, para con paciencia acariciar mis piernas con sus manos, llegar a mi cintura y lentamente bajar mis leggings. Ella, se quitó su pantalón que ya tenía en la mitad de sus piernas, y con paciencia despojó su pecho del sotén rojo vinotinto. Allí estaba Catalina, con su piel hermosa, blanca y pura, con unas tímidas pecas que se asomaban en su pecho, un cuerpo hermoso y bien torneado, unas largas piernas esculpidas en mármol coronadas por unas delicadas y sedosas bragas rojas y unos pechos firmes coronados por unos pezones rosados apuntando descaradamente hacia su víctima. Posó para mí tan solo un segundo, luego del cual con una sonrisa lujuriosa saltó hacia mí, para fundirnos en un beso. Me arrancó con furia mi sostén deportivo y con pericia succionó mis pezones alternando dulces mordisquitos que me derretían de placer. Sus manos bajaron y sus dedos acariciaban mis labios aún cubiertos por sus propias bragas, mientras que mis manos se aferraron a sus nalgas parcialmente cubiertas por el delgado satín de su lencería. El fino roce de la tela manejada por sus dedos con mi sexo, me llevó a un orgasmo sospechosamente prematuro. Empapé la braga después de una convulsión en la que mis caderas casi se separan de mi columna en un bamboleo infernal. Ella al notar la humedad, bajo a relamer mis bragas empapadas, dejando colar su lengua por los alrededores. Aturdida, la detuve, me levanté y la recosté en mi cama para repetirle la dósis. Ella acostada, abrió sus piernas mientras me encaramé encima de su cuerpo, devorando con besos su cuello, sus hombros, sus senos, su cintura, tratando de extraer con mis besos y mi respiración, hasta la última gota de su aroma y su sabor. Sus dulces gemidos, deliciosamente roncos iban al compás de mis dedos, que al igual que los de ella, frotaban la tela de sus bragas en sus labios hasta llegar a consentir su clítoris. Con paciencia le arranque un glorioso orgásmo que me deleitó con un dulce gemido entrecortado mientras que sus ojos querían salirse pero tan solo eran detenidos por sus párpados. Dos locas por la lencería habían tenido su momento de placer. Mientras Catalina recuperaba la conciencia, Me levanté y con paciencia y frente a sus ojos me quité sus propias bragas. Las olí y se las lancé, mientras ella con lujuría las besaba, acariciaba, olía y saboreaba. Yo por mi parte aproveché que seguía tirada en la cama, y lentamente y acariciando sus piernas, quité sus bragas e imité su reacción.

- Ahora nos toca a nosotras. Ya volveremos a ellas para cerrar con broche de oro- Dije.

Ella sonrió y me besó. Sin embargó retiré mi boca y me giré hacia su hermosa conchita. Estaba completamente depiladita, al igual que la mía. No pude evitar hincarme y besarla, dejando expuesta la mía a merced de su boca. Estabamos en un perfecto 69. Catalina abrió mis nalgas y devoró mi conchita, besándola con pasión, y sorbiendo con indecencia mis jugos. Yo por mi parte deslicé mi lengua por el canal de sus labios y con ayuda de mis dedos los abrí para penetrarlos con mis dedos y lengua. Por fin vi su clítoris, rosado y brillante, lo acaricié con mi lengua y sentí como Catalina acentuaba sus caricias en mi sexo. Besé sus canal y me desgasté mis labios con su clítoris mientras dos de mis dedos exploraban su interior. Ella repetía la dosis, de forma casi armónica. Era una coreografía no planeada de amor. No me culpen, su sexo era un manjar. Sus jugos tenían un sabor delicioso, incluso refrescante a pesar de la tibieza con la que eran emanados. Y es que mi lengua terca y curiosa, no soportó más y exploró con calma su agujerito marrón. Cuando la punta de esta, cargada de los tibios flujos de mi amada, capturó con vehemencia cada uno de los pliegues de su hoyito, Catalina soltó un gemido especialmente tierno. Incluso el sabor de su colita era especial, adictivo y sabroso. Estaba degustando con especial locura, cuando fui sorprendida por la húmeda sensación de su lengua explorando mi apretado agujerito. De ahí en adelante, iniciamos una afanosa competencia para devorar nuestros hoyitos traseros.

No sé cómo, pero en cuestión de minutos, dos de mis dedos penetraban su conchita y otros dos eran asfixiados por su apretado hoyito, mientras que mi lengua ocupada, repartía caricias y besos a sus dos huequitos. Catalina con gemidos respondía, y como un espejo, igualaba mis movimientos en mi cuerpo. Me sentía llena de sus dedos, llena de deseo, llena de placer. Juntaba mis dedos en su colita y conchita al interior, acariciando esa invisible telita que la hacía bramar como una gata en celo. Ya no soportabamos más, el orgasmo mutuo era inevitable. Ella estalló contorsionando sus caderas hacia mi cara y apretando sus músculos sobre mis dedos. Mi boca fue remunerada con la colección más exquisita de sus jugos, que devoré con el máyor placer mientras estallaba yo también sobre mi hermosa Catalina. Nuestros gemidos se juntaron al unisono, como una dulce melodía de amor. Nos miramos con ternura, y con nuestras caras húmedas, nos dimos un delicioso beso en el cual compartimos nuestros sabores. Es sin duda, el cóctel más delicioso.

Nos levantamos, y le alcancé sus bragas rojas y yo me puse las negras. Le pedí que se recostara para luego enredar nuestras piernas y quedar juntas, sexo con sexo, y en una deliciosa tijereta, con nuestras bragas como invitadas, empezamos a frotarnos mientras las miradas se conectaban al son de unos besos y caricias. En cámara lenta, los movimientos acentuaban la a textura de la tela, que delicadamente arrullaba nuestros sexos y que como recompensa regalaba innumerables cascadas de flujos que se mezclaban, traspasando la delicada tela. Eramos una sola. Y fue precisamente en cámara lenta que después de lo que parecieran horas y horas, llegó el orgasmo anhelado. Un orgasmo lento, profundo, intenso. Un orgasmo que acariciaba las paredes internas de mi útero y deleitaba con temblores mi agujerito trasero. Los gemidos igualmente lentos y cordinados terminaron en un beso, que duró lo que duró un abrazo de pasión. Juntas, abrazadas, húmedas, desnudas tan solo con nuestras bragas. Qué hermoso paisaje de locura.

La luz se fundió en oscuridad y los ojos hermosos de Catalina brillaron aún más. Miró su móvil y cerciorándose de la hora, me dijo que debía partir. Y cómo último acto de amor, decidimos intercambiar nuestras bragas aún empapadas. Nos vestimos lentamente, alternando besos y caricias. Encontré mi solitaria chaqueta adidas y mientras me la amarraba a la cintura, tomé a Catalina, le di un beso y le dije:

-Nunca más me la desamarres.- Sonreí con ternura y picardía.

Catalina me regaló un beso. La acompañé a la puerta, y después del último beso de la noche, levantó su blusa, bajó un poco su jean y señalando sus bragas negras que por una semana me pertenecieron me dijo:

-No olvides pasar a buscarlas. Te estarán esperando.