El Secreto de Victoria I

Fetichismo Lésbico. Una tarde de compras, el comienzo de una historia. (Parte 1 de 3)

Este mes había sido especial. Después de meses de sacrificio, la compañía donde trabajo había logrado un jugoso contrato, y mejor aún, habían decidido darnos un importante bono por nuestra contribución al proyecto. Parte de ese dinero iba a ir destinado a mi obsesión: la ropa interior. Así que sin más preámbulos, me dirigí a una tienda de lencería, tal vez no la más fina, pero si una cuyos provocadores diseños son acompañados por unas exquisitas texturas. No quiero dar nombres, porque Victoria me mataría si revelo su Secreto.

Al entrar, como siempre me vi rodeada por esa sutil atmósfera con un aroma frutal y delicioso, y una luz tenue se reflejaba en el negro brillante de las estanterías. Hoy gastaría unos cuantos billetes en mi pasión. Una morena con unas curvas muy buen puestas me saludó con una sonrisa y me invitó a pasar. Yo me sumergí en mi locura, acariciando prenda por prenda, como una especie de ritual, revisando la textura y suavidad del material así como el acabado de las costuras, e imaginando cómo esa pequeña prenda se fundiría con mi cuerpo, con mi aroma; cómo mi piel sería acariciada por esa delicada tela y como esas inocentes braguitas se convertirían en una extensión de mi ser. Estaba en un estado de concentración tal que parecía obnubilada por una conexión entre mis cinco sentidos y mi mente. Sin embargo, ese estado cercano al nirvana fue interrumpido por una extraña sensación que me regresó bruscamente a la realidad. Mi primera impresión fue quedarme quieta por unos segundos y allí fue cuando me di cuenta que tenía esa incómoda sensación de sentirme observada. Y era apenas lógico, pues estaba en la mitad de una tienda de lencería. Sin embargo en ese estado de quietud noté que la zona de la tienda donde yo me encontraba estaba practicamente sola. Fue allí cuando me dí la vuelta y la vi.

Dos ojos gigantes, grises azulados brillaron al fondo, justo en la otra esquina de la tienda. Enmarcándolos, estaba un rostro fino, blanco, lechoso y pálido, con una nariz respingada y pómulos salidos. Su cabello negro, oscuro y liso, se perdía en la oscuridad de su uniforme. Ella respondió con una mirada nerviosa, mientras yo me giré de nuevo a reintegrarme a mi labor de compra. Con mis manos temblorosas revisé otra estantería y en cuestión de minutos, vi con el rabillo del ojo como la negra silueta de la dependienta se acercaba a mí.

- Ese modelo nos acaba de llegar. Es de la última colección .- Dijo con una voz suave, ligeramente ronca, y un tanto tímida.

- Están hermosas. - Respondí, mientras con la palma de mi mano abierta recorría cada entraña de la textura de unas braguitas vinotinto, cerrando mis ojos y concentrándome en la sensación que mis dedos recibían de la prenda.

- Se nota que eres exigente, te tomas tu tiempo para escoger.

-Mucho -Respondí- Para mí esto es una experiencia total.

Ella soltó una sonrisa picarona de complicidad la cual respondí sin querer con una sonrisa de prepotencia. Antes de caer en cuenta de ello, ella abrió los ojos y respondió:

- No, no, no, no, yo te entiendo. Créeme. Para mi es igual. Sé lo importante que es esto y por eso trabajo aquí. Por eso y por que me dan un descuento extra.

Soltó una risa tímida que yo correspondí más cordialmente.

-Descuento? Vaya suertuda.

-Buscas algo en especial?

-Wow... acá todo es especial... y hermoso.

Solo después de haber dicho esa frase me di cuenta del doble sentido que tenía. Más aún cuando yo me encontraba mirando de frente a la amable dependienta. Giré la cara de nuevo hacia las estanterías. Lo último que quería era parecer una coqueta, y más con una mujer que acababa de conocer. Di dos pasos hacia atrás como respuesta inmediata y sin quererlo la vi de nuevo. Ahora podía apreciarla por completo. Era una mujer joven, de unos 24 años, de cuerpo delgado, con unas piernas firmes que se dejaban ver a través de un pantalón delgado adherido a su piel. Se desvelaba una cintura pequeña y unos pechos medianos. Su rostro era espectacular, con una piel que parecía hecha en un fino mármol blanco, apenas coloreado por unos labios rosados que enmarcaban una dulce sonrisa. Era un monumento de mujer.

-Y o por mí, me llevaba el almacén entero .- Dije con un aura nerviosa.

- Creo que tu buscas algo especial. Ven conmigo.

Me fui detrás de ella, quien me llevó a la zona opuesta de la tienda. Su caminar era decididamente sexy sin ser vulgar. Un contoneo de caderas delicadamente femenino pero suficientemente provocativo. Al llegar a la estantería me mostró un conjunto bastante simple. Pero para una detallista obsesiva como yo, era una joya. Sus alargadas manos blancuzcas tomaron una de las bragas, de corte sencillo y apariencia satinada. Las puso delicadamente en mis manos. Mi receptiva piel sintió la sutil caricia de la tela. Una prenda brillante, suave, delgada, delicada, hermosa. Imaginar esa textura acariciando mis piernas y fundirse con mis caderas me enloquecía. Ella notó mi concentración y con una sonrisa confirmó su recomendación.

- Hermosas, verdad?- Dijo ella mientras sostenía otro par de bragas.

-Están preciosas. Cómo se me verán?

-Preciosas. Ajustan muy bien. La tela se siente increíble.

-La tela esta preciosa.- Dije mientras acariciaba las bragas.

Moría por tener esas bragas. Por llevarlas puestas, sentir su caricia en mi piel y más aún frente a esa hermosa mujer de ojos enceguecedores y caminar hipnótico.

- No me las puedo probar... verdad?.- Dije, con voz enternecedora y mirada de corderito.

-Me temo que no. Pero yo estoy segura que te quedarán hermosas. Y que las disfrutarás. Es por tu talla? Estoy segura que una S te queda perfecta.

*-No solo es la talla. Es que quiero

sentir

como me quedan.*

Creo que el hincapié en esa palabra fue evidente y ella respondió con una sonrisa cómplice.

*-Te lo aseguro, son muy cómodos. Y se

sienten

super.-*

-Ja! Pero qué buena vendedora eres.

-Es en serio son espectaculares.

Con una mirada aún más cómplice, me arrastró a la esquina de la zona, y con risa nerviosa bajó un poco su negro pantalón, unos dos o cuatro centímetros. Ahí pude ver que ella llevaba puestas esas mismas bragas en un color negro satinado.

- *Ves! Se

sienten

muy bien... y créeme, se ven muy bien también.* - Dijo ella.

-Pero obvio. A tí todo se te debe ver muy bien. - Le dije.

Reímos con una carcajada contenida llena de picardía. No sé porqué hice lo que hice a continuación, pero interrumpí la risa con una mirada directa a sus ojos y con una actitud seria y una voz que rayaba en el ronroneo de una gata en celo le dije:

-Y esos (los de ella)... no me los puedo probar?

Después de reaccionar, quise añadirle un tono jocoso al asunto, como para disfrazarlo de broma tonta. Ella, sin mediar una sola palabra, me lanzó una mirada, y salió caminando. Yo acepté su invitación y al verla, entró a un vestier (solo para ropa exterior, no interior) y se encerró. Yo aún confundida entre mis pensamientos la vi salir del cambiador, con sus puños cerrados y con una mirada retadora y amenazante, abrió su mano derecha y me entregó sus bragas. El tacto de la exquisita tela se sentía ligeramente húmedo. Con su voz ronca pero atrevida y sin quitarme los ojos de encima me ordenó probármelas. Sin más que hacer y con un hormigueo en mi pelvis entré al cambiador. Ella se quedó afuera cual guardiana celando sus guarida. Al entrar mi respiración se tropezaba. Me senté en un improvisado banco añadido al cambiador y desenvolví con cuidado la prenda de la vendedora. Efectivamente estaba húmeda de sus jugos. Sin más preámbulos hundí mi nariz en la prenda, cuya tela guardaba una deliciosa mezcla entre perfume y aroma a mujer. Mi lengua quiso probar el festín y golosa devoró con cuidado el sabor sagrado de mi hermosa desconocida. Era un sabor fino, delicado, casi cítrico. Justo lo que esperaba de ella. Mientras tanto, me despojé de mis jeans y de mis bragas e intempestivamente empecé a ponerme las bragas usadas de mi vendedora. Suavemente su tela humedecida y marinada con su feminidad acariciaba cada milímetro de mis piernas hasta encontrar mi monte de venus. Las tiras abrazaron mis caderas con suave gentileza, y aún embriagada con el sabor y aroma de la dependienta, dirigí mis dedos hacia mi sexo cubierto por las bragas. Sentir esa delicada textura custodiando mis labios, y mi humedad mezclándose con la suya hacían que mis caderas bambolearan como un pendón poseído por el mismísimo demonio de la lujuria. Mordí con fuerza mis labios para no gritar, y en un santiamén percibía ese preámbulo de un orgasmo que con fuerza se veía aproximar.

Sin embargo, de la nada, la puerta del cambiador se abrió intempestivamente. Era ella, mi vendedora, quien con una mirada lujuriosa y una sonrisa de placer me dijo:

-Lo sabía. Sabía que estarías haciendo eso. Vístete que la encargada viene para acá, y si te ve me mata.

Al terminar de decir eso yo me levanté, pero ella se abalanzó hacia mí y me dio un beso apasionado. Yo le correspondí con locura y pasión, más cuando vi que su juguetona lengua buscaba enredarse con la mía. Mientras me besaba, sus dedos se dirigieron a mi sexo, y por encima de sus propias bragas me regaló unas descaradas caricias que me llevaron a mi anhelado orgasmo en pocos segundos. Ella lo notó y sus besos aumentaron su agresividad mientras sus dedos lentamente bajaron el ritmo. Despegó su boca de la mía, y con cruel sevicia me dijo.

-Uhmm, sabes a mi. Que pícara eres. Vístete ya que mi jefe te verá .

Salió disparada, no sin antes lamer con crueldad el dedo que gustosamente me llevó al paraíso. Yo, con sus bragas aún puestas y mis piernas empapadas, me puse encima mis otras bragas y mi pantalón, y salí del cambiador, roja como un tomate, dando tumbos en cada paso. La vi al fondo, ya en la caja de pagos, con una bolsa que contenía todas las prendas que yo había escogido antes. Pasé en frente y ella, con una sonrisa que disimulaba su excitación, me atendió como cualquier otra vendedora. A la hora de pagar (la verdad el monto fue bastante más de lo esperado), adjunté a mi tarjeta débito mi tarjeta de presentación con mi número, correo y nombre, con la esperanza de que ella algún día me contactara. Cuando recibió mi tarjeta, notó el trozo de cartulina con mis datos y sonrió luego de guardarlo en su bolsillo. Me dio mi tarjeta, la bolsa con mi compra y me picó el ojo disimuladamente.

-Muchas gracias- Le dije con picardía.

-Un placer ayudarte... y recuerda que te atendió Catalina.