El secreto de tía Laura (rebuild), capítulo 3

Luis tiene una cita con su tía.

Domingo 11 de marzo del 2018 (madrugada)

Llegué al barrio privado donde vivía tía Laura a eso de las dos de la tarde. Esta vez el viejo se puso difícil cuando le pedí el auto prestado, así que tuve que ir en colectivo. Un garrón, ya que llegué bastante transpirado. En la entrada un tipo de seguridad, a quien la vez anterior no había visto, me pidió el documento.

— Ah. Vas a lo de Laura —comentó, mientras tomaba mis datos.

Me llamó la atención la familiaridad con la que la nombraba. Quizás debería aclararle que no iba a lo de Laura, sino que me dirigía a la residencia de la señora Laura, como para ponerlo en su lugar. Pero en ese momento no se me ocurrió hacerlo. En cambio, sí me dio mucha curiosidad saber por qué la nombraba como si tuviera confianza con ella. Dudaba de que una hembra como Laura se fijara en alguien como él, un simple vigilante de seguridad. Y mucho menos imaginaba que ese tipo fuese capaz de darse el lujo de pasar una noche con una escort de la talla de Jade —salvo que gastase todo su sueldo en ello—. La tía era para billeteras abultadas. Para hombres de autos importados, de cuentas bancarias en el exterior, de casas para vacacionar en Punta del este. En fin, fui caminando hasta llegar a lo de Laura.

A riesgo de decir una frase muy trillada —y además bastante cursi—, verla siempre me dejaba sin aliento. Mi personalidad naturalmente tímida, se veía aún más intimidada cuando la tenía cerca. Debía hacer un increíble esfuerzo para actuar con normalidad, y para no dejar en evidencia que no era más que un adolescente pajero frente a su crush. Eso sí, después de un rato se me pasaba.

Esta vez vestía de una manera que podía considerarse normal: una remera negra y un pantalón de jean azul. Sin embargo, en un cuerpo tan exuberante como el suyo, cualquier prenda lucía bien.  De hecho, si bien esas ropas le quedaban bastante sueltas, lejos estaban de poder ocultar el imponente físico de la escultural escort.

— ¡Hola! Pudiste venir —saludó mi querida tía. Me gustaba esa voz cantarina y un poco chillona que tenía. En realidad, era un tono de voz que en cualquier otra persona me podría resultar irritante, pero en ella todo estaba bien.

Me dio un abrazo, y como ya era mi costumbre, aproveché para estrecharla en mi cuerpo y de esa manera sentir sus pulposas tetas. Extendí ese abrazo lo más que pude, mientras le daba un beso en la mejilla y mis manos rodeaban su cintura. A pesar de estar por encima de sus nalgas, sentir la curvatura se esa parte de su cuerpo, me generaban todo tipo de fantasías. Unos centímetros más abajo, y ya estaría palpando su orto. Pero debía contenerme. Si la iba a manosear, debía hacer como en la tarde en la que fuimos de shopping: esperar al momento indicado, para no quedar en evidencia.

— Cómo va eso —pregunté.

Ella me llevó, abrazada por el hombro, hasta adentro de la casa, cosa que yo aproveché para no soltar su cintura.

— Bien. Bah... Qué se yo —dijo, sin terminar de decidirse si quería abrirse conmigo o no.

— Bueno, es la costumbre decir que estamos bien. Pero a mí me podés contar la verdad —dije.

Nos sentamos en la sala de estar.

— ¿Querés té helado? —me ofreció.

— Preferiría un vaso de birra —dije.

Ella sonrió y se lo pensó un rato. Por momentos parecía que me consideraba un niño.

— Bueno, ya estás lo suficientemente grandecito. Además, estás de suerte. Tengo un par de latas en la heladera. Aunque no es lo que más me gusta tomar, siempre es bueno tener algunas de reserva.

— Una chica precavida. Cada día me gustás un poco más —solté, sin pensármelo mucho.

Por suerte, ella no vio el verdadero significado de mi frase. Habrá pensado que eso de que cada día me gustaba más significaba simplemente que cada día me caía mejor.  Se fue hasta la cocina, moviendo su hermoso orto de un lado a otro, y volvió con dos vasos de cerveza.

— Contame —le dije, cuando se sentó frente a mí—. No creo que pueda darte grandes consejos, ya que no sé una mierda de la vida. Pero puedo escucharte —agregué después, con franqueza.

— Me gusta tu sinceridad —dijo, con una sonrisa que hizo que apareciera ese gracioso agujero que tanto me gustaba en una de sus mejillas. Un pequeño detalle que contribuía a resaltar aún más la belleza de su rostro.

— No me digas que tenés mal de amores, porque no te lo creo. Y evidentemente tampoco tenés problemas económicos —dije, lanzando una mirada panorámica a toda la casa.

— ¿Y por qué no iba a tener problemas de amor? —retrucó Laura. Estuve a punto de mencionarle alguna tontería del tipo “nadie perdería la oportunidad de tener una historia de amor con una mujer tan hermosa e interesante como vos”, pero quizás intuyendo que yo iba por ese lado, me ganó de mano cuando agregó—: Todas las mujeres tenemos ese tipo de problemas. Todas fuimos rechazadas alguna vez. Incluso una diosa como yo —agregó,  en tono jocoso—. Pero no es exactamente eso lo que me pasa.

— ¿Y entonces?, ¿qué es lo que te pasa? —pregunté, con sincero interés.

— Bueno, quizás la crisis de los treinta se me adelantó un par de años —dijo, soltando una corta y triste carcajada—. Dentro de un par de semanas cumplo veintisiete, y me estoy replanteando muchas cosas. Siento que no hice nada demasiado útil con mi vida. Incluso estoy pensando en empezar una carrera.

— Bueno, nunca es tarde para volver a empezar. Además, todavía sos muy joven —dije.

Suponía que una de las cosas que se estaba replanteando era eso de andar vendiendo su cuerpo al mejor postor. Eso sería una pena, ya que desde hacía tiempo me estaba devanando los sesos para buscar la forma de cogérmela. Si se retiraba justamente ahora, perdería la única oportunidad que tenía de lograrlo.

— Pero en fin… fuera de mi crisis existencial, no tengo grandes problemas. Salvo…

— ¿Salvo? —pregunté. Afuera se escuchó el sonido de un trueno—. Parece que la tarde de pileta va a quedar para otro día. El clima nos quiere encerrados acá —agregué.

— Salvo que… Bueno. En realidad, me quedé pensando en esto que me dijiste. O, mejor dicho, en lo que yo te dije. De que todas las mujeres tenemos problemas de amores. Pero a mí me pasa algo en particular con eso.

— ¿Ah, sí? —pregunté, dándole un sorbo a la cerveza.

— La verdad que no pensaba contarte esto. Pero como me da la impresión de que puedo confiar en vos. Además, te considero no solo mi sobrino sino también un excelente amigo en potencia —dijo tía Laura, con unos ojos llenos de esperanzas.

— Claro. Yo pienso lo mismo. En cuestión de tiempo vamos a ser grandes amigos. Y, aunque quede mal que lo diga yo mismo, todos me dicen que soy muy discreto, y que sé guardar secretos —dije.

Esperaba que lo que me quería decir estuviera de alguna manera relacionado con su vida clandestina, aunque dudaba que me lo dijera directamente.

— El tema es que desde hace bastante tiempo… Desde chica de hecho, noto que los hombres tienen un gran interés por mí. Pero ese interés nace de un a atracción meramente física, y luego parece imposible que me vean de otra forma… no sé si me explico.

— Los hombres te ven como una sex simbol —dije—. Aunque me resulta difícil creer que realmente ninguno pudo ver más allá de tu belleza física. Alguno se habrá enamorado de vos —aseguré, orgulloso de poder hilvanar varias oraciones bien armadas de seguido.

— Claro que tuve mis historias de amor —dijo la tía, melancólica—. Pero siempre terminaban mal. Y otra cosa, no creo que los hombres me vean como una sex simbol, mas bien yo diría que me ven como un objeto sexual.

Me sorprendió la sinceridad con la que me hablaba, y sobre todo, lo directa que era. No sé si era por la cerveza —aunque apenas estábamos terminando el primer vaso—, o por el cielo encapotado que la sumía en esa melancolía, o simplemente porque no tenía a nadie en quien confiar en este puto mundo, y se veía obligada a desahogarse con su sobrino adolescente. Creo que esa fue la primera vez en la que yo mismo dejé de verla sólo como un objeto sexual. Otra hipótesis que se me ocurre ahora, mientras escribo estas líneas, diario, es que me decía esas cosas a propósito, porque sabía, o al menos intuía, que nuestra relación filial no impedía que sintiera lujuria por ella. Si fuese así, si notaba mi atracción, habría de ser muy duro para ella, pues justamente en ese momento en el que se cuestionaba sus relaciones con los hombres de su vida, resultaba que hasta su propio sobrino se la quería coger. Si lo pienso desde esa perspectiva, siento un poco de lástima por la tía, e incluso hasta un poquitín de culpa.

Pero, por otra parte, no podía evitar pensar que esa intimidad que se estaba gestando entre nos, era algo bueno. Me sentía como un lobo con piel de cordero, escuchándola como un sensato consejero a la vez que la desnudaba —y la violaba—, en mi imaginación.

— En mi vida sólo tuve dos noviazgos serios —dijo la tía—. El primero lo corté yo porque era un enfermo de los celos. Y el segundo…

— ¿El segundo?

— Le fui infiel —dijo, como escupiendo las palabras—. Era muy pendeja. Pensé que no se iba a enterar, y que, en todo caso, si se enteraba, me iba a perdonar. Pero no pudo perdonarme. Intentamos volver varias veces, pero siempre sacaba a relucir la infidelidad. Como si ese acto me condenara a ser una puta para siempre. ¿Querés otra cerveza?

— Claro. Pero ya la voy a buscar yo. Que venga de visita no significa que tengas que ser mi sirvienta.

Fui por las cervezas. Me quedé pensando en la última frase que dijo: “condenada a ser una puta para siempre”. Se me ocurrió que esa manera en la que tenemos los hombres de mirarla, de alguna manera la orillaron a convertirse en una escort. Algo así como decir: Bueno, si de todas formas me van a tratar como una puta, seré una puta y listo. Aunque era demasiado pronto como para estar seguro de cualquier cosa.

— Y al primer novio, al celoso ¿Le fuiste infiel? —pregunté, entregándole el vaso lleno de cerveza.

— Eso es lo gracioso —contestó, con una sonrisa triste—. A ese imbécil nunca lo cagué. Me jodía hasta cuando otro tipo me miraba, como si eso fuera culpa mía. Pero nunca lo engañé. En cambio, Marcelo era un amor, y tuve que meter la pata.

— ¿Y por qué lo hiciste? —pregunté.

— Según lo que alcancé a deducir en terapia, soy algo autodestructiva. Al menos en lo que respecta a las relaciones amorosas. Ya ves que me metí en una relación tóxica, y en cambio

cuando tuve una buena relación la cagué.

— Ah, vas a terapia —comenté.

— Iba —dijo. Noté que en su mirada había indignación. Supuse que durante su tratamiento había sucedido algo que la desilusionó.

— ¿Tu terapeuta era hombre? —pregunté. Noté, a través de la pared de vidrio que daba a la pileta, que se había largado una fuerte lluvia.

— Veo que sos muy perspicaz. Sí, era hombre.

— Y no se comportó de la manera más profesional ¿Cierto?

— El tipo trataba de ser sutil, pero yo me daba cuenta de que tenía onda conmigo.

Cuando dijo eso, casi me atraganté con la cerveza. Si se había percatado de que un profesional como un psicólogo sentía cosas por ella, un pibe de diecinueve años como yo, quien más de una vez le hizo notar su erección, quedaría en evidencia ante una chica tan perceptiva como ella. Pero por otra parte pensaba que, gracias a estar tan acostumbrada a generar esa atracción desbocada en los hombres, no le escandalizaba el hecho de que yo fuera un de ellos. Además, no podía obviar el detalle de que acababa de conocerla, contando ya con diecinueve años. Hasta ahora meras especulaciones diario.

— Bueno, vos fuiste mucho más responsable que él y supiste terminar con ese tema —comenté, como para darle ánimos.

La tía largó una risita traviesa, aunque no carente de ese gesto de tristeza que la había embargado desde que comenzó a confesarse conmigo.

— Al día siguiente de que le dije que quería terminar con la terapia, me escribió. Esa misma noche estábamos cogiendo —dijo.

Cerró la boca estrepitosamente. Por lo visto, se había arrepentido de usar una frase tan explícita conmigo. Pero yo actué con total naturalidad —o al menos eso creo—.

— ¿Y fueron amantes por mucho tiempo? —quise saber.

— No. Para empezar, estaba casado. Y además, sólo me quería para eso —dijo, refiriéndose, obviamente, a que el tipo sólo quería cogerla.

No pude evitar sentir bronca hacia ese psicólogo. Se suponía que era el responsable de ayudarla a superarse, y se terminó sumando a la interminable fila de hombres que se la querían coger.

De a poco iba conociendo más y más de la tía. Estaba claro que sus relaciones conflictivas no se limitaban a los dos novios que tuvo. Y así como estaba la historia del psicólogo, seguramente tendría muchas otras.

— Pero bueno, no era la idea aburrirte con mis historias de desamor —dijo, cambiando el gesto por una sonrisa preciosa, esta vez totalmente genuina.

— No me aburrís para nada —fue mi obvia respuesta.

— De todas formas. ¿Qué te parece si vemos una película?

— Claro —dije.

Lo cierto era que hubiese preferido que me siguiera contando sus cosas. Pero ya habría tiempo para eso.

La tía Laura me preguntó si prefería Netflix o Prime video.

— La verdad que de Netflix ya vi casi todo lo bueno. Así que opto por Prime —dije—. ¿Traigo más cerveza?

— Dale. Y si querés traete unas papas fritas que están en la alacena.

Lo de la cerveza podría ser una buena excusa para seguir desinhibiéndola. Salvo por el hecho de que estaba seguro de que me hacía mucho más efecto a mí que a ella. No solía tomar alcohol, por lo que esos dos vasos ya me estaban haciendo efecto, aunque no mucho, por el momento. Sólo sentía mi rostro un tanto acalorado.

— ¿Ves? No fuimos al cine, pero esto es casi lo mismo —dijo Laura, cuando apagó la luz.

La verdad que tenía razón. La pantalla curva de cincuenta y cinco pulgadas, y los parlantes que estaban conectados a ella, generaban la sensación de que realmente estuviéramos en el cine. Después de algunos minutos de deliberación, escogimos una película de terror. Se trataba de una en donde una joven pareja se mudaba al pequeño pueblo natal de ella. Pronto fueron acosados por los lugareños. En un momento, hubo una escena muy fuerte. Me sorprendió mucho encontrar una película con una escena tal en esa plataforma. Resultaba que uno de los lugareños era un viejo novio de la chica. Los amigos de este tipo convencieron al miembro masculino de esa pareja a ir de caza, quedando la mujer sola. Luego, este exnovio apareció en su puerta. Todo indicaba que pretendía abusar de ella. Vi de reojo a la tía Laura, quien resopló. Supuse que la escena no la escandalizaba en absoluto, pero seguramente se sentía incómoda al verla conmigo. Por mi parte, vi, fascinado, cómo esa secuencia de aparente violación se convirtió en una de dominación. La chica, al principio intimidada, luego se sintió tentada por aquel amor de adolescencia. Finalmente, se la cogió con rudeza sobre el sillón de la sala de estar, mientras su pareja, ingenua, jugaba a cazar venados con unos desconocidos, quienes lo habían alejado de su casa a propósito.

Está de más decir que en ese momento tenía la pija totalmente al palo. En la posición en la que estaba, la tía podría verla fácilmente. Si bien la sala estaba a oscuras, la luz de la pantalla nos alcanzaba lo suficiente como para que nos viéramos el uno al otro.

— ¿Qué opinás? —preguntó ella, haciéndome exaltar—. ¿Eso debería considerarse infidelidad?

— Claro —respondí yo—. Está claro que al final le gustó.

— Pero al principio le dijo que no —remarcó Laura—. Se sintió intimidada y terminó por aceptar.

— Bueno. Es cierto que es una situación fuera de lo común. Pero escuchaste cómo gemía, ¿cierto?

— El cuerpo suele reaccionar a ciertos estímulos. Eso no significa que en su mente lo haya consentido.

— Bueno. No lo había pensado de esa manera. Pero tenés tu punto —dije.

La tía se había puesto un tanto tensa. Me pregunté si ella había pasado por una situación como esa: viéndose obligada a dejarse coger por algún tipo. Pero no me pareció buena idea preguntárselo. Terminamos de ver la película, que salvo por esa escena polémica, estuvo bastante bien.

— No parece que quiera parar —dijo después Laura, refiriéndose a la tormenta.

Me pregunté si me ofrecería quedarme a dormir con ella. Es decir, en su casa. Pero apenas eran las seis de la tarde. Todavía faltaba mucho para el anochecer. Lo bueno era que, con tremenda lluvia, tenía excusa para quedarme más tiempo junto a ella.

Se había quedado parada frente al ventanal, mirando la tormenta desatarse. Me dieron muchas ganas de abrazarla por detrás y comerle la boca. El alcohol no hacía fácil que me contuviera. Estaba en una pose en la que sacaba el culo para atrás. Fui con ella a mirar la lluvia. Rodeé su cintura con el brazo y la atraje hacia mí.

— Va a estar todo bien —le dije—. Sos una mina increíble. Ya te va a ir mejor con los hombres.

Laura me miró con ternura. Sus mejillas enrojecieron levemente. Me dio un beso en la frente.

— Sos un divino —me dijo.

Y entonces ya no pude más. Me aferré con más fuerza a su cintura. Vi su boquita, que estaba formando una trompita. Arrimé mis labios con velocidad.

Y ella los esquivó. El beso terminó en su mejilla.

— A ver ¿Qué podemos hacer ahora para no aburrirnos? —dijo, haciendo de cuenta que nada había pasado.

Me preguntaba si realmente no lo había notado. Pero lo más probable era que estuviera fingiendo no hacerlo. No la culpaba, pues verse envuelta en una situación como esa con su propio sobrino habría de ser muy incómodo.

Me dije a mí mismo todos los insultos que conocía en mi cabeza. Por poco había arruinado todo por un impulso. Y si no lo había hecho, fue simplemente porque Laura decidió ser indulgente conmigo. Ahora la pobre volvía a confirmar eso de que todos los hombres sólo la querían para llevársela a la cama. Mi papel de confidente no era más que una excusa para entrar a su corazón, y había sido descubierto fácilmente.

Sin embargo, la tía no pareció molesta conmigo. Tal vez el alcohol y el hecho de que yo fuera mucho más joven que ella era lo que la hicieron optar por no recriminarme nada. Quizás su mayor cuestionamiento era consigo misma. Se preguntaría cómo carajos hacía para calentarle la pava a todo tipo que conociera, incluso si ese tipo tenía una relación filial con ella.

Unos treinta minutos después la lluvia mermó considerablemente.

— Bueno, creo que ya me voy a casa —dije.

La verdad era que temía que si me quedaba más tiempo haría alguna invencibilidad más.

— Está bien. Yo tengo que hacer unas cosas, y a la noche salgo con las chicas —comentó ella—. La próxima te invito, pero esta vez es una reunión sólo de chicas —aclaró después.

Me preguntaba si sus amigas eran tan lindas como ella, o al menos algo cercano a eso, ya que me costaba imaginar a una mujer igual de bella. Y también me preguntaba si esas amigas eran unas putas como Jade. Luego, pensándolo mejor, se me ocurrió que lo más probable era que tenía una cita con un cliente. Pero hace unos minutos comprobé que agregó contenido a su historia de Instagram. En efecto, estaba en un bar con tres amigas. Todas veinteañeras, con cuerpos perfectos, aunque ninguna de ellas le hacía sombra.

Me costó conciliar el sueño. Estaba preocupado por lo que pudiese suceder ahora que había quedado como un tonto frente a ella. Laura se había comportado muy amablemente, pero quizás después, cuando lo meditara mejor, decidiera no invitarme más a su casa, ni a ningún lugar.

Domingo 11 de marzo del 2018 (tarde)

Le envié un mensaje, preguntándole que cómo le había ido. Me clavó el visto.

Sábado 17 de marzo del 2018

Creo que realmente la cagué. Pasó casi una semana y no tengo novedades de ella. Tampoco le mandé muchos mensajes, porque no quiero molestarla. Realmente la estoy pasando mal. No sé si será una especie de capricho, o es que estoy sintiendo cosas por ella, más allá de la enorme calentura que le tengo. Hoy le mandé un mensaje a mi amigo Cufa, a ver si hacían algo con los pibes. Me dijo que a la noche van a un boliche. No me gusta bailar, ni ponerme en pedo. Pero por esta vez voy a salir para despejar la cabeza.

Domingo 18 de marzo del 2018

Quizás debería tomar más alcohol. O, mejor dicho, hacerlo más de seguido. Porque con esto de tomar poco, cuando lo hago pierdo el control enseguida, y hago estupideces como lo que hice con Laura.

Bueno, en el boliche no hice tantas estupideces, aunque Cufa, Nery y Fer, me gastaron toda la noche porque no tardé ni una hora en empezar a tambalearme de acá para allá. En la fila del baño me comí a una petisa culona, que me dio un tortazo cuando empecé a manosearle el culo con demasiado entusiasmo.

Debo tener alma de viejo, porque a eso de las cuatro de la mañana ya quería volver a casa.

— Pero si esto recién empieza, maricón —me dijo Nery, quien no se destaca por ser el más sensible del grupo.

— Dejalo que se vaya —me apoyó Fernando, alzando la voz por encima de la música que salía de los parlantes—. Si no tiene ganas de estar, que no esté.

Llegué a casa media hora después. Me quité la ropa y me metí a la cama.

— Trescientos dólares —dije, pensando en voz alta—. Necesito trescientos dólares para cogerme a la puta de mi tía.

Estaba convencido de que podría juntarlos, de hecho, ya tenía unos cuantos mangos ahorrados. Pero la dificultad de estar con Jade no estaba ahí, sino en hacerlo sin que me reconociese. Pensé, no por primera vez, en hacerme de un disfraz, para ir a entretenerme con ella. Quizás una barba postiza. Quizás algún lunar pintado en alguna parte que llamara la atención. ¡No podía ser tan difícil! Mientras pensaba en todo esto, obviamente, no podía parar de acariciarme la verga.

Me dormí, así como estaba, con la mano adentro del bóxer.

Un rato después me despertó las ganas de mear. Me salí de la cama y fui así nomás hasta el baño. Antes de entrar, noté que el baño estaba ocupado. Cosa rara, ya que mamá y papá tienen su propio baño dentro de su cuarto. Esperé unos segundos y la puerta se abrió.

— Tía Laura —dije, sin estar seguro de si lo que sucedía era real o si estaba soñando. Vestía un short y una remera, que hacían de pijama.

— Luis —dijo ella. Pareció divertida al notar que estaba ebrio. Eso me alivió enormemente. No podría soportar que estuviera molesta conmigo—. Tu mamá me invitó hoy. Pensé que en algún momento te nos ibas a unir. Estuve esperando toda la tarde.

— ¿De verdad? —pregunté—. ¿Me estuviste esperando? A mí nadie me espera —dije con la sinceridad de un borracho.

— No seas tonto.

La situación era patética. Yo estaba alcoholizado y soñoliento, y sólo vestía mi ropa interior.

— Tengo que mear —dije. Ella se hizo a un lado.

— Okey, yo me voy a dormir. Mañana… o mejor dicho, hoy me quedo un rato. Pero creo que para cuando te despiertes ya no voy a estar. Así que chau —dijo, y me dio un tierno beso en la mejilla.

— Pero ya nos vamos a volver a ver ¿No? Vos y yo solos. La paso muy bien cuando estamos los dos solos.

— Lo sé —dijo ella.

— ¿Y vos no?

— Sí, yo también la paso bien con vos.

— Entonces ¿Me prometés que nos vamos a ver? —dije, casi rogando, de manera patética.

— Hablamos en estos días —dijo, dándome una palmadita en la espalda, para luego marcharse.

Estuve a punto de decirle que entonces contestara mis mensajes, si no, nunca íbamos a coordinar una nueva salida. Pero las ganas de mear me vencieron, y tuve que meterme en el baño.

Volví a mi cuarto. Pero el hecho de que ella estuviera durmiendo tan cerca de mí, no me dejaba volver a pegar el ojo. Estuve dando vueltas en la cama durante un buen rato, hasta que no pude más.

Me puse un pantalón, y me fui hasta la habitación de huéspedes, donde estaba descansando tía Laura.

— ¡¿Qué hacés?! —dijo, sorprendida, pues yo había entrado sin golpear siquiera.

— Yo lo sé tía —dije, susurrando—. Yo sé la verdad sobre vos.

Continuará

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