El secreto de tía Laura (rebuild), capítulo 2

Luis está indeciso sobre cómo utilizar el secreto de su tía.

Domingo 25 de febrero del 2018

Ya cuando volvió a la pileta la miré con otros ojos. Ahora no cabían dudas, la chica de veintiséis años que decía ser mi tía, era la misma que, en una página de escorts vips, se hacía llamar jade. Laura era una puta, su tatuaje la condenaba, ¡vaya descubrimiento diario!

— ¿Pasa algo? —me preguntó, seguramente porque mi cara me delataba.

— No, nada. Es que tu cuerpo es muy llamativo —expliqué, diciendo la primera imbecilidad que se me cruzó por la cabeza. Laura puso cara de asombro, pero no de enojo. Quizás a una puta, acostumbrada a quien sabe cuántas experiencias extremas, realmente no le parecía insólito que un sobrino al que acababa de  conocer, quien ya estaba crecidito, la viera como una mujer—. Se nota que hacés mucho ejercicio, principalmente en las piernas —agregué, resaltando su físico atlético, aunque lo que más me gustaba eran sus avasallantes tetas y sus turgentes nalgas.

Las gotas de agua brillaban en su piel de cobre. Se metió en el agua de nuevo.

— Sí, soy de hacer ejercicios todos los días. A algunos no les gusta, pero yo me siento bien así —dijo después, cuando reflotó su cabeza con el cabello de nuevo empapado.

— No sé a quién puede no gustarle. Tenés buenos músculos, pero no llegás a perder la feminidad como les pasa a otras.

— Bueno ¿Podemos dejar de hablar de mi cuerpo? —dijo ella, con el tono de quien regaña dulcemente a un niño.

— Perdón, no pensé que te diera vergüenza hablar de tu cuerpo.

— No me da vergüenza. Sólo que creo que no está bueno poner tanto énfasis en el cuerpo femenino. Además, es medio raro hablarlo con vos…

— Bueno, hagamos de cuenta que no dije nada —comenté yo.

— Dale, todo bien. Sabés, te quería decir que me tengo que ir en un rato.

— ¿Tenés que trabajar? —pregunté, sabiendo que era raro que saliera un sábado a las tres de la tarde a trabajar, más teniendo en cuenta que no me lo había mencionado antes.

— Qué curioso el nene —dijo ella, remarcando el “nene”—. Pero bueno, teniendo en cuenta que yo fui la que te invitó, me parece que corresponde aclararlo. Digamos que tengo una cita a la que tengo que acudir sí o sí.

No necesitaba ser un genio para entender por dónde iba la cosa. Un cliente se había comunicado para solicitar los servicios de Jade. Me imaginé que sería un cliente importante como para que tía Laura interrumpiera su tarde con su querido sobrino, de un momento para otro. Además, debía aprovechar cada oportunidad de ganar plata para mantener tremenda casa.

— No te tenía tan sumisa —comenté.

— ¿Sumisa? —dijo ella, extrañada.

— Claro. Te llaman y enseguida dejás tirado a tu sobrino y te vas.

Laura me miró divertida. Otra de las cosas que me gustaba de ella era que no se tomaba a mal los chistes, incluso cuando era obvio que venían con una cuota de verdad.

— Igual tenemos algo de tiempo todavía. Con que salga dentro de una hora está bien.

La verdad diario, es que hubiese preferido que esa tarde terminara ahí. Durante la última hora no hice otra cosa que estar nervioso, a la vez que me obligaba a morderme la lengua. Cada vez que pensaba en una manera de decirle que ya sabía cuál era su verdadero trabajo, al toque me parecía una idea estúpida, y me quedaba callado. ¿Cómo decirle a mi tía que sabía que era una puta y a la vez, sacar provecho de la situación?

— Cuando te quedás así de pensativo me das un poco de miedo —dijo Laura, dándose cuenta de que yo estaba en la luna de valencia.

— ¿Por qué? ¿Sos de las que temen el silencio? —dije yo, orgulloso de decir una frase masomenos inteligente.

— El silencio en general no, pero el tuyo es diferente —contestó ella—. Es un silencio maquiavélico.

Quizás tía Laura sabía leer la mente, o como está de moda decir últimamente, ella empatizaba conmigo, y podía sentir mis sentimientos.

La mina me la estaba dejando picando para que yo le dijera la verdad. Pero no estaba seguro de que fuera el momento oportuno. Enseguida se tenía que ir.

Me acerqué a ella nadando.

— ¿Sabés lo que estaba planeando? —le dije, arrinconándola contra el borde de la piscina. Mi sexo tocaba sus muslos y si el contacto seguía por unos segundos más, se pondría rígido.

Tía Laura apoyó sus manos en mi cabeza.

— ¿Esto? —dijo, y empujó con fuerza hacia abajo, haciendo gala de la potencia que tenían sus brazos.

Me hundí, de improviso en el agua. Cuando floté de nuevo, sentí mi nariz y mis orejas llenas de agua. Tía Laura me miraba, desde la escalera, sonriendo burlonamente. Luego subió los escalones que le faltaban, y empezó a correr hacia dentro.

Salí de la piscina y fui por ella. Seguí el camino mojado que había dejado a su paso. Me encontré en su habitación.

— ¡Basta, ya me tengo que ir! —dijo, todavía jocosa—. ¡No Luis, basta! —gritó después, cuando la agarré de la cintura, y la tumbé sobre la cama.

Tía Laura se reía como una niña mientras jugábamos a la lucha. Como era de esperarse, a pesar de tratarse de una mujer, tenía incluso más fuerza que yo. Sin embargo, en el forcejeo pude apoyarme sobre sus nalgas, cosa que hizo que mi verga ya no pudiese contenerse. En el embrollo que eran nuestros cuerpos, también aproveché para manotearle las tetas. Ninguna de las dos cosas resultaban sospechosas, dada la situación. De hecho era casi imposible no rozar sus grandes pechos mientras jugábamos de mano.

De repente, me empujó hacia la orilla de la cama. Me caí al piso.

— ¿Estás bien? —me dijo, riéndose a carcajadas—. Lamentablemente me tengo que ir—dijo después, dándome la mano para ayudarme a levantar—. Otro día seguimos jugando, te lo prometo. Yo también tengo una faceta infantil.

Cuando me reincorporé, mi verga ya dura estaba parada de chanfle, lo que hacía que mi excitación fuera por demás visible.

Tía Laura la miró de reojo y no pudo contener una risita. Pero enseguida se dio vuelta y fingió que no había visto nada.

— Dale, andá a vestirte y dejame que yo también lo haga. Ya me tengo que ir enseguida —dijo, todavía de espaldas.

Hasta hoy me pregunto diario, si ese no era el mejor momento de cogerme a tía Laura. Yo estaba con la lanza lista para perforar su blanco, y ella, apenas vestida con el traje de baño. De hecho, no sé cómo pude contenerme y no tirarme encima de ella y darle maza ahí nomás. Pero no importa, había mucho tiempo por delante, y el secreto seguía en mis manos. Si se repitiera otra tarde como esa, no la dejaría escapar.

Lunes 26 de febrero del 2018

A lo mejor la espanté mostrándole mi erección. Pensé que al tener tanta experiencia sexual, como supongo que la tiene, entendería que esa reacción era normal. A un hombre se le puede parar si se frota la pija con cualquier cosa, hasta con un mueble. Pero hasta ahora no me contestó los mensajes que le envié. Día triste diario.

Miércoles 28 de febrero del 2018

La tía me respondió. Me dijo que a veces, cuando está ocupada, lee los mensajes  rápidamente y luego se olvida de responderlos.

Por cierto diario, vale aclarar que el teléfono que usa Laura no es el mismo que usa cuando tiene su otra personalidad. Era obvio que no sería tan tonta.

“¿Cuándo otra tarde de pileta?” le había puesto dos días atrás, sin obtener respuesta. “¿Todo bien?” le había escrito varias horas después, cuando corroboré que me había clavado el visto.

Luego de su disculpa por contestar tan tarde, me respondió “Lo arreglamos más adelante, pasa que esta semana estoy muy ocupada, pero la otra seguro”, me puso ella. “Genial, la pasé muy bien con vos. Sentí casi como si te conociese desde siempre”, le puse yo, bastante mentiroso. Ella me mandó un sticker con una carita sonriente.

Me dio un tremendo alivio saber que no se había tomado a mal lo de mi erección. Esta noche voy a dormir como un bebito diario. Y seguramente amaneceré mojado.

Viernes 9 de marzo del 2018 (mediodía)

Me hizo esperar la puta —le digo puta con cariño—. No quise exagerar y recordarle todos los días que se había comprometido a verme de nuevo. Pero ayer estuvimos chateando un rato, hasta que dijo, como al pasar, que se iría de shopping por la tarde. Le pregunté si no quería que la acompañara. Me contestó que bueno, que después arreglábamos. Me había hecho a la idea de que me iba a salir con alguna excusa, o que no me iba a enviar ningún mensaje de confirmación. Pero acaba de hacerlo. Nos encontraremos en el shopping del Abasto.

Me fui a dar un largo baño, en el cual no pude evitar que se me parara la pija pensando en la tía. Me hice una paja, temiendo que si no lo hacía, estaría todo el tiempo al palo al lado de ella. Una cosa era una erección inesperada debido al contacto de nuestros cuerpos, y otra era que estuviera tieso mientras iba paseando con ella. El semen se perdió en la rejilla de desagüe, empujado por el agua de la ducha.

Me puse una linda ropa, pero sin exagerar. Una camisa mangas cortas y un pantalón de jean. No les dije a mis viejos que iba a ver a la tía. Eso era algo que me gustaba de mi relación con ella. Laura entendía perfectamente que sería un embole mesclar nuestra amistad con mamá. Lo mejor era que ella se relacionara con ambos por separado. De esa manera podría lograr acercarse más a los dos.

Estoy contento, diario. Voy a ver a mi tía favorita.

Viernes 9 de marzo del 2018 (noche)

Fue una tarde interesante diario. Ya prácticamente somos amigos con tía Laura.

Nos encontramos en el shopping. Hacía mucho calor, por lo que mi pantalón no resultó ser la mejor opción. Ojalá hubiese llevado una bermuda. Pero ella, para mi alegría, no había cometido el mismo error.  Enfrentó el bochornoso sol de verano con un minishort negro, y un top del mismo color. Las prendas cubrían con lo justo las partes más secretas de esa hembra de veintiséis años que decía ser mi tía, y que secretamente era una prostituta.

— Qué bueno que viniste —dijo, dándome un abrazo, haciendo que sus tetas se apretaran en mi cuerpo, para luego darme un tierno beso en la mejilla. Se notaba que sentía un verdadero aprecio hacia mí—. Disculpá, ya sé que preferías ir a la pileta. Pero últimamente ando muy ocupada. Por eso me pareció rebuena idea aprovechar este momento para pasar un rato juntos.

— Claro, te entiendo. Mientras hacés tus compras yo te hago compañía.

Está de más decir que cada hombre que se cruzaba con nosotros, perdía los ojos en Laura. Desde el tipo de seguridad que estaba en la entrada, hasta los hombres casados que iban de la mano de sus esposas, no podían evitar registrarla, como si le sacaran rayos equis a esa escultura caminante que se atravesaba con ellos. No eran pocos los que se daban vuelta a mirarle el hermoso orto enfundado de esa diminuta prenda que apenas alcanzaba a cubrir sus pulposas nalgas. Con ese short y ese top, parecía más desnuda que vestida.

Por supuesto, yo tampoco perdía oportunidad de mirarle el culo, cada vez que se adelantaba uno o dos pasos de mí, cosa que sucedía con mucha frecuencia, pues yo lo permitía a propósito.

Pero la mejor visión la tenía cuando nos subíamos a la escalera mecánica. Como correspondía a un caballero, le daba paso y dejaba que subiera ella primero, quedando yo detrás. Ahí no me molestaba en disimular mi deleite al escudriñar detalladamente ese ojete tallado por los dioses —o por el diablo—. La costura del short quedaba sepultada en la raja del culo, casi como si se tratara de un agujero negro que la absorbía.

La mayoría de los tipos ni siquiera reparaba en mí. No parecía preocuparles el hecho de que yo pudiera ser su pareja. La devoraban con los ojos, y se la cogían en la imaginación. Sólo un puñado de ellos me miraba con intriga y admiración. Se preguntaban quizás, si realmente era mi pareja. Si yo, un chico común y tímido, se estaba comiendo a semejante camión. Tal vez alguno, más intuitivo, especulaba con que se trataba de una puta de lujo.

Pero para hacerle justicia, lo cierto es que Laura no es solamente un perfecto culo andante. De esas hay muchas, y yo, como buen pendejo pajero que soy, disfruto de la vista cada vez que me cruzo con alguna. La tía en cambio es sexy por donde se la mire. Desde su carita de piel marrón, con los pómulos afilados, y la sonrisa de dientes perfectos, y ese hoyito que se produce en sus mejillas cada vez que sonríe, hasta las esculturales piernas, la fina cintura, que contrasta exquisitamente con las voluptuosas caderas, su espalda algo arqueada, su cabello negro ondulado que larga un perfume suave, su tatuaje en el lugar justo, sus tetas apretadas y firmes, su lunar encima del labio superior, y el resto de lunares en su rostro y en su cuello. Cada parte de la tía Laura merecía ser escrutada con la misma lascivia que su culo.

— No sé si preferís esperarme afuera o entrar conmigo —dijo Laura, dubitativa, cuando llegamos a la puerta de una pequeña tienda de ropa femenina—. Si entrás, seguro que te aburrís. Pero si te quedás acá, quizás tarde mucho. Soy media indecisa viste…

— No hay problema. Entro con vos —dije, sin dudarlo—. A lo mejor hasta puedo ayudarte a elegir —agregué, con la cara más dura que una roca. Estaba claro que una mujer tan sofisticada como ella tenía en claro qué prendas le quedarían mejor. Y yo no sabía nada de moda, mucho menos de moda femenina. Pero me moría de ganas por ver la ropita que se probaba. Ella rió. Parecía que lo que le decía eran palabras de un niño. Me preguntaba si realmente no se daba cuenta de la inmensa hambre que le tenía.

Entramos a la dichosa tienda. Lo primero que vio fue unos shorts tan diminutos como el que tenía puesto, los cuales estaban colgados en un perchero. Luego se puso a hablar con la vendedora, quien iba rebuscando en los distintos rincones de la tienda, las prendas que le pedía. Al final, la mesa se llenó de una decena de cosas por las que mi tía no terminaba de decidirse.

Soy de naturaleza tímida, pero en ese momento me sentía en la obligación de aprovechar cualquier tipo de situación que se me antojara erótica, por más pequeña que pareciera.

— Esta te quedaría muy bien —dije, tomando una minifalda blanca con dibujos de rombos negros, y tres botones grandes en la parte delantera. Era una prenda que dejaría al descubierto esas impresionantes piernas bronceadas. Esos muslos musculosos eran asombrosos. Me imaginaba que podía hacer con ellos incontables sentadillas sobre una pija dura. Además, a diferencia del short, resultaba incluso más sensual, pues invitaban a querer descubrir qué había debajo de esa pollerita.

— Tenés buen gusto —dijo la tía. La chica de la tienda sonrío. Posiblemente ella también se preguntaba cuál era la relación que había entre nosotros. Otra cosa que me gustaba de Laura era que no se molestaba en demostrar que había una relación filial entre nosotros. Íbamos por ahí como si fuéramos dos personas con mucha confianza. No me trataba como el pequeño sobrino que de hecho era. Bien podríamos ser amigos o amantes. Las fantasías no me abandonaban nunca cuando estaba con ella —y cuando no lo estaba tampoco—.

No se me iba de la cabeza la idea de confesarle que sabía su secreto. Pero últimamente había optado por retener la información un tiempo. Antes que eso, quería intentar un plan muy rebuscado: fingir que era un cliente, y cogérmela sin que se diera cuenta de que se trataba de mí. Pero más allá de algunas ideas relacionadas con disfraces, no se me ocurría nada concreto. Debía pensarlo mejor.

La vendedora le indicó que podía probarse la pollera en un pequeño cubículo que estaba el fondo del local. Se me ocurrió una idea. Agarré otra pollera, una roja, algo acampanada, con unos dibujitos azules, y fui tras ella.

Laura corrió la cortina de tela y se metió en el cambiador. Mientras yo esperaba a centímetros de ella, la tía se estaría sacando el short. Me preguntaba qué ropa interior estaba llevando. No pude evitar imaginar que seguramente dicha prenda se encontraría toda transpirada. Una potente erección se apoderó de mí, tal como había temido. La paja que me había hecho en la ducha no había bastado para controlarme. Miré de reojo a la empleada, que en ese momento estaba distraída, y me acomodé la verga, de manera que quedara a noventa grados, apretada contra mi pelvis por el elástico del calzoncillo. De todas formas era algo riesgoso, ya que, al menor movimiento en falso, la pija cambiaría de posición y me dejaría nuevamente en evidencia.

La cortina se corrió y apareció la tía con la pollera blanca puesta, mirándose frente al espejo. Como era de esperar, le quedaba increíblemente sensual, aunque lo cierto era que podía vestirse como una indigente y aun así desprendería lujuria por cada uno de sus poros. Era un poco más larga que el short que ahora colgaba en un gancho, pero por tratarse de una pollera, resultaba diminuta.

— Te va perfecta —dije, sintiendo que mi verga pegaba un salto debido a una inesperada palpitación. Hice un esfuerzo por no mirar a mi entrepierna, ya que si lo hacía, ella imitaría mi gesto por inercia, y quizás me descubriría. Después de ese salto, mi instrumento ya no había quedado a noventa grados. El elástico no podía mantenerlo a raya. Estaba seguro de que se había formado una pequeña carpa en mi bragueta. Aunque todavía tenía la esperanza de que la remera la disimulara.

— Sí, la verdad que sí —contestó ella, sin falsa modestia.

— ¿Y qué te parece esta? —dije, mostrándole la falda roja.

— Es hermosa. Lo más probable es que me compre las dos —dijo, riéndose como una niña que estaba a punto de hacer una travesura—. A ver, me la voy a probar.

Corrió de nuevo la cortina, pero esta vez, sin darse cuenta, la dejó un poquito abierta. Entró otra clienta, por lo que la única empleada de esa tienda no prestó atención en nosotros por un momento. Aproveché para corroborar qué tan expuesto estaba. En efecto, debajo de mi bragueta se había formado una pequeña carpa. Si, por algún movimiento que hiciera, la remera se ceñía a mi cuerpo, mi calentura sería evidente para cualquiera. De un rápido movimiento, la coloqué de nuevo en línea recta, apretada ya no sólo con el elástico del calzoncillo, sino también por la cintura del pantalón. Lo malo era que el glande se asomaba un poco, como un niño revoltoso que subía a un paredón y dejaba al descubierto su cabeza. Pero bueno, mientras me cubriera con la remera estaría bien. No pude evitar pensar que por lo visto estaría toda la tarde duro como Maradona en el mundial del noventa y cuatro.

Sin poder contenerme, me acerqué y miré a través de la abertura.

El imponente ojete de tía Laura estaba ante mis ojos, a apenas unos centímetros. Justamente se había inclinado para quitarse la minifalda blanca con cuadros, por lo que se encontraba en una pose sumamente sensual, con las piernas apenas flexionadas, sacando el culo para afuera. La muy puta se había puesto una tremenda tanga blanca, cuya tela de la parte trasera violaba su orto sin miramientos. Cuando se irguió, di un paso al costado, ya que podría verme a través del espejo. Calculé el tiempo en el que suponía que se pondría nuevamente su short, para arrimarme otra vez y ver eso que me hacía quedar al borde de la demencia. Los glúteos eran tan firmes que parecían de mármol. Si me golpeara con ellos, me bajaría los dientes y me rompería la mandíbula. La tía se subió con dificultad el short, ya que cuando llegó a la parte más voluptuosa, la prenda se trababa, y debía ir subiéndosela de a poquito. Vi, maravillado, cómo el diminuto short se apretaba a esa deliciosa carne, y subía con muchísima dificultad. Ella tenía la vista gacha, observando el progreso de su esfuerzo. Cuando levantó la vista para verse al espejo nuevamente, me hice el tonto y miré para otra parte.

Como había dicho, llevó ambas minifaldas, ganándome su agradecimiento por ayudarla a escoger una de ellas.

Cuando salimos del local tuve que esforzarme por seguir a Laura, quien se perdía en las vidrieras, alucinada cada vez que veía algo que le gustaba mucho. Esto era algo bueno, porque no prestaba demasiada atención en mí, y yo no tenía que disimular las miradas depravadas que le lanzaba.

En ese momento ocurrió algo más que interesante. De repente se detuvo estrepitosamente cuando vio unas botas negras que le encantaron. Al hacerlo, se encontró con mi cuerpo, pues yo no había reaccionado lo suficientemente rápido como para detenerme inmediatamente, pues me había tomado por sorpresa. Justo cuando se detuvo en seco, di un paso hacia adelante, y recién ahí paré. Como consecuencia, otra vez mi verga dura hizo contacto con ese ojete de ensueño. Fue apenas un roce, además, probablemente ella supondría que era el celular que guardaba en mi bolcillo el que se había frotado con su cuerpo. Sin embargo yo sentí, con el mayor de los placeres, cómo la punta de mi verga se deslizaba sobre ese shortcito negro. Esa era apenas una pisca de lo que sentiría si ese contacto fuera con ambos estando en pelotas, y aun así me parecía muy intenso. Esperaba que ese tipo de cosas sucedieran con mayor frecuencia, pero tampoco quería forzarlo, ya que ella podía darse cuenta de que esos roces eran adrede.

Se compró las botas, y después seguimos dando vueltas, de vidriera en vidriera, pero por el momento no compró nada más. Paramos para almorzar.

Fuimos al patio de comida. Ella dijo que quería pasar primero al baño, así que aproveché para ir también. En ese momento mi verga se había ablandado, aunque todavía se la notaba hinchada. Además, cuando me bajé el bóxer para mear, encontré que estaba húmedo y pegoteado por todo el presemen que había largado. Por suerte no usé el mingitorio, sino que fui a mear a un inodoro. De otra forma, podría haber quedado expuesto ante algún desconocido.

Pedí una hamburguesa doble con papas fritas en un McDonald, y ella compró un wrap de pollo con verduras en otro local. Nos sentamos en un rincón. Tía Laura me preguntó si había conocido a alguien interesante últimamente.

— Aparte de vos, a nadie —respondí.

Me arrepentí inmediatamente de hacerlo. Aunque ella creyera que se trataba de una broma, esa frase no era para que se la diga un sobrino. Igual no me dijo nada, sólo rió.

Conversamos un rato sobre cosas banales. No pude evitar notar que no hacía mención a su supuesto trabajo como profesora de zumba. En un momento sentí una vibración. Supuse que era del celular de la tía. En efecto, sacó uno de su cartera. Hice memoria, tratando de recordar el celular con el que la había visto hablar en alguna otra ocasión. Ambos eran negros, pero estaba seguro de que sus estuches eran diferentes.

Es decir que el mensaje que leía ahora, mientras yo degustaba de unas crujientes papas fritas, era, probablemente, de un cliente. No me cabían dudas de que Laura era Jade. Desde que había leído lo que decía su tatuaje, estaba seguro de ello. Pero por puro morbo, quise corroborarlo una vez más. Saqué mi celular del bolcillo. Fui a configuración para aparecer como número privado. Busqué la agenda, hasta que encontré el nombre de Jade, y lo marqué. Mientras llamaba, fingía que escribía un mensaje, tocando la pantalla del celular a lo tonto. Laura había guardado su aparato nuevamente. Pero en ese momento tuvo que volver a sacarlo, pues se oyó nuevamente la vibración. Cuando vio la pantalla, frunció el ceño.

— Llamada perdida —murmuró.

— ¿Todo bien? —pregunté, sin dejar de fingir que tecleaba sobre mi celular. Estaba claro que lo que la había desconcertado era la llamada que yo acababa de hacer, ya que no podía saber de quién se trataba.

— Sí, todo bien. Creo que alguien marcó mi número por error. ¿Seguimos?

Recorrimos los locales que nos quedaban por ver, y también regresamos a otros, ya que la tía no terminaba de decidirse si debía desechar lo que había visto ahí o no. Cuando pasamos por un local de ropa interior, la noté dubitativa.

— Esta vez prefiero que me esperes afuera —dijo—. Me da un poco de vergüenza que veas lo que me voy a comprar.

— Claro, no te preocupes —respondí.

La verdad que me moría de ganas de ver qué tipo de lencería se compraría. En la vidriera se veían sensuales tangas con encaje, y bombachas con pequeños dibujitos, un tanto infantiles y sexys a la vez. Pero no se me ocurría excusa para meterme a ver, y en todo caso, si lo hiciera, lo único que ganaría sería una nueva erección, al imaginar cómo le quedaban esas prendas. Con la hermosa vista que había tenido en el cambiador de la otra tienda me conformaba por el momento.

Era increíble lo que tardaban algunas mujeres en comprar ropa. Ya recordaba por qué había dejado de acompañar a mamá hacía años. De todas formas, por tratarse de Laura podría aguantar incluso el triple del tiempo que llevábamos ahí.

Cuando salió de la tienda, fuimos a otra donde se compró unas remeras y un top. A mí me regaló una camisa, la que acepté avergonzado. Volvimos al patio de comida y tomamos un helado. Al terminar, Laura dijo que quería pasar nuevamente al baño antes de irnos. Me dejó a cargo de las bolsas de las compras. Cuando se perdió en el pasillo que estaba en dirección a los baños, decidí quitarme la duda. Hurgué en la bolsa donde estaba la ropa interior que había comprado. Me sorprendió la cantidad que había. Yo tenía cinco calzoncillos diferentes y me parecían demasiados. En la bolsa había al menos una docena. De todas formas, como estaba en un lugar público, no podía sacarlas para verlas en detalle. Pero sí alcancé a ver una hermosa tanga blanca con encaje; otra de color negro con un hilo dental en la parte trasera; también vi una de esas bombachitas que me habían gustado, blanca con pintitas rojas y azules. Más en el fondo pude notar algo de color rojo, pero no podía estar seguro de qué se trataba.

Dejé de revisar, pues resultaba muy adictivo y ya habían pasado varios minutos de que la tía se había ido al baño, por lo que en cualquier momento podría aparecer.

— ¿Vamos? —dijo, cuando reapareció en el patio de comidas.

— Claro —contesté—. Quizás la próxima vez podamos ir al cine —propuse, viendo un cartel que indicaba que a unos metros se encontraban las salas.

— Si, obvio —dijo ella, y con voz afligida agregó—: disculpame, te prometo que la próxima vez voy a hacerme de más tiempo para hacer lo que a vos te gusta.

La frase “lo que a vos te gusta”, despertó todo tipo de fantasías, y me provocó una sonrisa que borré de mis labios cuanto antes.

— Por mí no te preocupes. La verdad que la paso muy bien con vos. Sea lo que sea que hagamos —le dije, sin mentir, aunque estaba claro que prefería pasar otra tarde bajo el agua tibia de su pileta, con ella en bikini nadando a centímetros de mí.

Me dio un beso en la mejilla que me hizo sonrojar.

— Y lo del cine… —agregó—, bueno, te aviso que cuando vayamos me vas a tener que llevar del brazo, porque en los lugares oscuros no veo nada.

— ¿Cómo es eso? No sabía que tenías ese problema. Deberías usar anteojos.

— Los anteojos no me servirían de nada. Tengo retinosis pigmentaria. Lo que significa que mi problema visual me afecta especialmente en la noche, y en los lugares oscuros, donde la mayoría de la gente puede moverse, para mí es casi imposible hacerlo. De día veo prácticamente con normalidad.

— Qué raro —murmuré. Mi cabeza estaba trabajando, con ese nuevo dato en mente, pero aún no tenía algo concreto.

Me acercó con su auto hasta la parada de colectivos, y ahí nos despedimos. Cuando se acercó para darme un beso en la mejilla, yo fingí que no me había percatado de que lo estaba haciendo, giré mi rostro como para decirle algo, y de esa manera nuestros labios se juntaron.

— Perdón, soy una tonta —se disculpó ella.

— No, es que yo estaba distraído. Chau tía —la saludé, ahora sí, dándole un beso en la mejilla.

No puedo decir que haya sido un día al que le saqué mucho jugo, ya que estaba tan lejos de cogérmela como lo estaba antes. Aunque mi relación con tía Laura se estaba afianzando, y sobre todo, tenía en mi mente material de sobra para pajearme con esa monumental hembra.

Sábado 10 de marzo del 2018 (mediodía)

No lo esperaba diario. Se comunicó conmigo. Y eso que apenas ayer habíamos pasado toda la tarde juntos. Este es su mensaje: “Todavía me siento culpable por obligarte a pasar toda la tarde en un shopping. Si estás libre, Venite a casa un rato. La invité a tu mamá pero me dijo que justo había arreglado para verse con unas amigas, así que seremos sólo vos y yo otra vez. ¿Te prendés?”

No tenía nada que hacer ese día, pero aunque lo tuviese, no perdería la oportunidad de pasar otro día con mi querida tía.

Continuará

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