El secreto de papá
De cómo descubrí uno de los secretos mejores guardados de mi papá, que terminó convirtiéndome en la putita de sus amistades.
Los sábados por la noche mi papá y su novia solían invitar a dos parejas casadas, muy amigas de ellos, para pasarla en mi casa. Esa noche en particular yo y mi chico íbamos a salir a una discoteca, y cuando bajé por las escaleras para esperarlo en mi sala, vi a mi papá en una ronda de tragos con sus mencionados amigos. No tardaron en saludarme amistosamente tanto hombres como mujeres.
—¡Hola Rocío!
—¡Qué linda hija tienes, Javier!
—¿Vas a salir con tu novio, princesa?
—Buenas noches señor y señora Soriano. Señor y señora Sánchez. Y sí, voy a salir, me están esperando afuera.
No saludé adrede ni a mi papá ni a su novia, Angélica. Yo estaba enojada con él, y desde luego estaba demasiado celosa de aquella mujer. Desde que ella ha entrado en su vida he tenido que suspender las “noches de lluvia”, es decir, tengo la costumbre de dormir abrazada a mi papá cuando en la noche hay tormentas, debido a una tierna costumbre que arrastré desde nena, pero ahora mi lugar en la cama era ocupado todas las noches por esa mujer.
Angélica siempre ha intentado amistarse conmigo y probablemente en otra situación me hubiera caído bien, si fuera mi maestra, una jefa o yo qué sé, pero no como una madrastra porque sinceramente sentía que en mi familia estábamos muy bien apañados y no necesitábamos de nadie.
Angélica y mi padre parecieron decepcionarse nuevamente de mi actitud, pero no dijeron nada y sinceramente a mí no me importaron esos gestos de decepción. Ella sacudió ligeramente su larga cabellera azabache y simuló una sonrisa para seguir hablando con mi papá, sirviéndose del vino.
—¿Tu novio está afuera, Rocío? ¿No va a pasar? —preguntó don Sánchez con tono de burla—. ¡Parece que alguien tiene vergüenza de saludar al suegro!
Yo me reí y salí pitando porque si me quedaba un segundo más se me iba a desdibujar la sonrisa, en serio no la soportaba.
En el coche saludé a mi chico con un largo beso y partimos rumbo a la discoteca, pero a mitad de camino le dije que me olvidé de mi cartera y que allí también estaba mi móvil, por lo que tuvo que maniobrar el vehículo para volver, murmurando algo así como “¿Ahora quieres tu cartera? Como si fueras a pagar algo, nena”. Se cabreó un poco, calculando en voz alta cuánto dinero ya se había gastado por mí desde que estuvimos juntos, pero para tranquilizarlo le dije que me olvidé de mi cartera porque las enamoradas no solemos estar muy concentradas.
Cuando entré en mi casa todo estaba muy silencioso, salvo la música “jazz” que sonaba en mi sala. Era raro porque pensaba que los amigos de mi papá iban a estar hablando alto, carcajeándose y demás. Cuando pasé por la sala se me cayó el alma al suelo, porque mi papá estaba solo con la señora Sánchez, ambos muy juntitos, con copas de vino en mano y hablando en voz baja, muy coquetos. Luego noté que el señor Soriano estaba morreándose contra la pared con... ¡la novia de mi papá!
Salí mareada de la casa y volví al coche con mi chico. Le dije simplemente que los amigos de mi papá estaban borrachos e insoportables, así que nos fuimos al boliche sin mi cartera. Pero yo estaba hecha un fantasma, totalmente ida. En la discoteca me era imposible bailar y solo tenía la imagen mental de mi papá con la señora Sánchez, y esa puta desgraciada de Angélica besándose con otro señor que no era mi papá. O sea, ¡que para colmo la chica no le respetaba ni en mi casa! ¡Y lo más probable es que mi padre haya caído en una especie de juegos pervertidos por su culpa!
Toda la semana siguiente fue un auténtico martirio. En casa no quería ni sentarme en esos sofás, a saber qué más habían hecho allí. Si antes mi actitud con mi papá y su novia era fría, ahora la cosa había empeorado porque no quería ni mirarlos ni estar cerca. Y en la facultad no sabía a quién recurrir, tenía muchísima vergüenza de decirle a alguien que mi papá y su novia hacían guarrerías con sus amigos en mi casa. Mis amigas me notaban como ausente, incapaz de seguir sus conversaciones o prestar atención en clase, y mi chico me reclamaba que yo “estaba pero no estaba” cuando nos juntábamos en el campus.
En la privacidad de mi habitación me puse a averiguar en internet, para ver si podría encontrar algo que me permitiera entender la situación. Comencé con palabras como “Novia idiota”, hasta “Padre imbécil”, pero luego me puse a la labor y, poniendo palabras claves como “parejas”, “cambios”, “sexo”, terminé descubriendo un blog de intercambio de parejas que explicaba que a veces las personas sentían la necesidad de cambiar su rutina sexual, intercambiando esposas y maridos en una noche de sexo libre y sin consecuencias.
No lo podía creer, “¿Qué necesidad tienen de hacer eso?”, pensé confundida. Porque a mí me desesperaba solo de pensar en “compartir” a mi novio con otras chicas, y por más que leyera las justificaciones que encontraba en internet, que “romper las tradiciones”, que “experimentar nuevas sensaciones”, nada me convencía.
El sábado de noche me encargué de poner una cámara digital tras un florero de la sala, en modo filmación, antes de que los invitados llegaran. Luego me fui a cambiar de ropas para volver a salir con mi chico. Más tarde pasé por la sala, les saludé alegremente a los matrimonios Sánchez y Soriano, ignorando vilmente a mi papá y su novia, esperando que no pillaran la cámara escondida.
En la discoteca me era imposible concentrarme aún con mi novio tratando de sacarme alguna conversación. Me tomaba de la mano para bailar pero sinceramente solo tenía en mi cabeza a esos cabrones haciendo guarrerías en mi casa, ¡en mi ausencia! ¡Si mi sala pudiera hablar, seguro que hasta lloraría confesándome las depravaciones! Mi chico me llevó a una mesa para preguntarme cuál era mi problema, que desde hacía rato estaba rara, a lo que le respondí que me perdonara porque creía que estaba en mi periodo, que me estaba durando más de lo usual. Eso hizo que él tragara saliva con cara asustada; me empezó a tratar con más cuidado si cabe, vaya chico más lelo, sinceramente.
Volví a las tres de la madrugada y desde luego fui directamente a la sala para buscar mi cámara. Eso sí, ante de entrar allí atajé la respiración porque me daba un asco tremendo respirar en ese lugar infestado de sexo. Ya en mi habitación, conecté el aparato a mi portátil para ver qué habían hecho esos pervertidos en mi casa.
El vídeo comenzó normal. Es decir, se sentaron, se sirvieron bebidas, hablaban de fútbol y las señoras hablaban entre ellas. Luego me vi a mí misma, pasando por la sala y saludándoles. Bebieron un rato más hasta que la novia de mi papá se levantó del sofá con unas tiras de papel en mano. Los señores tomaron de su mano una tira cada uno, y tras ojearlos, se levantaron para tomar de la mano a ¡señoras que no eran las suyas!
Don Soriano con la novia de mi papá, mi papá con la señora Sánchez, el señor Sánchez con la señora Soriano. Estaba más que confirmado: se habían montado un pequeño club de intercambio en mi casa, tal como sospechaba desde que lo leí en internet.
Se besaban con fuerza, se tocaban descaradamente, el señor Sánchez no tardó en desabotonarse la camisa. Sentí rabia, desazón, decepción, impotencia. “Pobre sofá, y pensar las tardes que me acostaba para estudiar allí”. “Dios santo, esos vasos y copas… a partir de ahora compraré vasitos descartables y me las apañaré”. No sabía si parar el video y ponerme a llorar, o seguir viendo para ver qué otra parte de mi pobre sala estaba sufriendo (más que nada para no volver a tocar lo que ellos tocaban).
Don Sánchez ya se había desabotonado su camisa y la señora lo llenaba de besos y lamidas. Era un hombre que estaba llegando a los cuarenta pero tenía un cuerpazo para mojar pan, la señora Soriano sonreía pícaramente y lo tumbó en el sofá para trepar sobre él. “Normal, yo también lo haría si tuviera a ese musculitos a mi merced”, pensé riéndome de mí misma. Casi fuera de foco, la novia de mi papá, digamos la más agraciada físicamente de las tres mujeres, se la pasaba de lujos arrinconando a don Soriano contra la pared, mientras que mi papá y doña Sánchez se acariciaban descaradamente al otro extremo del sofá.
Era increíble lo que había filmado, casi hasta podía sentir la atmósfera que emanaba aquello, por un breve instante me sentí como si estuviera también en la sala, besando el pecho de don Sánchez o don Soriano, que también estaba guapísimo para su edad, aunque no tan agraciado físicamente.
Sin darme cuenta me pasé toda la madrugada viendo una y otra vez las escenas, que duraban algo así como cuarenta minutos, hasta que terminaban saliendo de la sala, a saber dónde continuarían sus . Si bien al principio estaba asqueada y casi rompí en llanto, aquello que filmé me estaba obsesionando poco a poco porque no entendía para qué diantres harían algo así.
La siguiente semana me encontraba más fantasmal si cabe. Solo podía pensar en la maldita sesión de intercambios que hacían en mi sala. De hecho el martes convertí el vídeo en otro formato para que pudiera verlo en mi móvil las veces que quisiera, ya sea en clases, sin que nadie me pillara obviamente, con auriculares, o incluso en la biblioteca, ocultando mi móvil tras mi libro de márketing.
Para el miércoles ya prácticamente había memorizado lo que hacían en el video, hasta incluso cuando estaba con mi chico y acariciaba su pecho, imaginaba que era el pecho musculoso de don Sánchez. Cuando me besaba con él, cerraba mis ojos y me imaginaba besando a don Soriano, que pese a ser un hombre de mucha edad se notaba que su pareja de turno gozaba, casi como que se abalanzaban a por él porque seguramente era el más experto de todos.
El jueves, en mi búsqueda de entender una razón para que “jugaran” a compartir, me pasé toda la tarde estudiando sobre el sofá donde dos parejas, mi papá incluido, se habían acariciado y besado a conciencia. No se olía nada raro, salvo un reconocible perfume Emporio Armani para hombres, pero más allá de eso tampoco había pruebas de las fechorías por más que me fijara en cada recoveco del sofá. Luego me dirigí a la cocina para ver y oler las copas y vasos, pero pese a que realmente no encontraba nada interesante, me sentía muy excitada estar en presencia de todo aquello que había rodeado su noche de intercambios.
El viernes terminé aceptando mi naturaleza de obsesionada y viciosa, masturbándome en el baño de mi facultad, con mi móvil sobre mi regazo, reproduciendo por quincuagésima ocasión aquella sesión mientras dos deditos se hacían lugar en mi encharcado agujerito y otra mano me apretaba mis pezones, que para los que no lo sepan aún, los llevo anillados con piercings de barras. Fue la estimulación más excitante que había hecho en mi vida, tenía unas ganas tremendas de estar allí en la sala y compartir a mi chico con alguna señora mayor, para que luego él me viera irme a mi habitación tomada de la mano de un hombre maduro. Luego, al final de la noche, nos volveríamos a encontrar para dormir juntos y contarnos con lujo de detalles cómo nos fue con nuestras parejas ocasionales
El sábado, literalmente hablando, estaba hecha un hervidero y solo podía pensar en algo: “Tengo que estar allí de alguna manera, por dios, tiene que ser la cosa más excitante”.
Así que me encerré en mi habitación cuando eran las nueve de la noche, con un short blanco de algodón y una blusita cómoda. Llamé a mi chico y le dije que estaba sintiéndome mal, que me disculpara porque no iba a salir. Luego llamé a mi papá y le dije que no estaba en la casa, con mi amiga Andrea, que no me esperara y que me perdonara por no pedirle permiso a tiempo. En ese momento me puse súper nerviosa porque tal vez mi papá me diría: “Pásame con tu amiga, que quiero hablar con ella”, ya que es un hombre muy celoso, pero por suerte parece que estaba emocionado por comenzar ya su reunión (normal, yo también) porque me creyó a las primeras de cambio.
Desde mi habitación, que está en el segundo piso, no podía escuchar más que tímidos sonidos de sus conversaciones. De hecho me puse de cuatro patas y pegué el oído al suelo con la esperanza de escucharlos mejor, pero no hubo caso porque habían puesto otra vez la música jazz.
Pasaron diez minutos hasta me armé de valor y salí de mi habitación. Bajé por las escaleras, descalza obviamente para no hacer ruido, y me detuve a mitad de camino porque desde ese ángulo podía ver más o menos la sala sin temor a ser pillada. Así que me quedé allí, en cuclillas, escuchándolos hablar de temas normales, con una curiosidad tremenda.
En el momento que la novia de mi papá pareció carraspear, todos mis sentidos se pusieron en alerta. Seguro estaba repartiendo las tiras de papel y pronto las nuevas parejas iban a morrearse y tocarse en mi sala. Y yo por fin me sentía parte de ese ambiente, casi hasta podía respirar el olor sexo que emanaba de allí. No dudé en acariciarme tímidamente por sobre mi short, oyéndolos jadear y gemir, lanzando risitas de vez en cuando, seguramente disfrutando a tope del musculitos.
Una pareja salió de la sala y subí velozmente porque me podrían pillar. Tomé rumbo a mi habitación, para esconderme. Pensé decepcionada que seguramente ya iban a irse a otro lado, que era una pena que no pudiese tener mi orgasmo oyéndolos tener sexo, que tal vez debería ir a la sala y masturbarme sobre el sofá para cuando la casa estuviera vacía.
Repentinamente alguien quiso abrir mi puerta, pero estaba asegurada. Me alarmé cuando escuché a un hombre gritar: “Oye, Javier, ¡la habitación de tu hija está bajo llave!”. La novia de mi papá gritó luego: “!Mi amor!, ¿podemos usar la habitación de tu hijo entonces?”.
Yo no lo podía creer. ¡Usaban nuestras habitaciones tal moteles! Rabia, desazón, asco. ¡Mi cama! ¡Mi sillón! ¡Dios, a saber qué más! ¡Ya no podía mirar ni a mi osito de peluche, Lenny, con los mismos ojos, dios mío! ¡Quería llorar pero a la vez estaba tan caliente imaginando que el musculitos de don Soriano o que el apetecible don Sánchez estuvieron en mi habitación, solo con eso por fin tuve mi ansiado orgasmo ¡y sin siquiera tocarme!
“¡Esperen, tengo una copia de su llave, aquí está!”. Dijo mi papá. ¡Vaya cabrón! Eso sí que no lo sabía, tenía una copia de la llave de mi habitación, sinceramente en ese momento no sabía si enojarme por aquella lesión grave a mi privacidad o agradecerle mentalmente por permitir que esos hombres entraran y tuvieran sexo en mi pieza.
Apagué las luces, me escondí en mi ropero y dejé ligeramente una apertura para poder ver mi cama. La habitación solo estaba iluminada por la tímida luz azulada de la luna que entraba por la ventana, haciéndolo todo tan surrealista, casi como una película erótica. Oí la puerta abrirse, y pronto, entre risas y besos audibles, la cerraron.
La mujer era la novia de mi papá, justo se dirigió hacia mi cama para desnudarse, sonriéndole a su macho de esa noche. Puso una manta sobre mi cama, imagino para no mancharla. Cuando estuvo en mi campo de visión, noté que efectivamente su pareja de esa noche era don Sánchez, el madurito musculoso.
La muy puta se acostó sobre mi cama, lanzando a Lenny, mi osito, al suelo. Pero don Sánchez lo recogió y lo puso sobre mi mesita de luz. “No trates así a las cosas de Rocío, Angélica”, le dijo subiéndose a mi cama.
—Ay, papi, si tú supieras cómo me trata la hija de Javier. No me saluda, no se come lo que cocino, me ignora vilmente… ¡Trato de ser amorosa con ella y no me deja entrar en su vida!
—Tienes que comprenderla, desde pequeña que está sin madre y seguramente se siente muy confundida cuando te ve al lado de su papá.
La verdad es que don Sánchez se estaba ganando puntazos conmigo. Por respetar a mi peluche, por su compresión sobre mi situación… y sus músculos, vaya adonis, madre mía, cómo relucían bajo la luz de la luna, cómo se tensaban sus brazos y piernas para tomar a su presa. Pero vamos, ya con lo del peluche se ganó mi corazón.
—Sí, yo sé que Rocío es complicada, yo también perdí a mi madre cuando era niña y sé cómo es la situación.
—Pues deberías decírselo, Angélica, que ustedes dos hayan pasado por lo mismo es vital. Es un nexo que te puede unir a Rocío.
Eso sí que no me lo esperaba. Angélica también había vivido lo que yo. Ni mis amigas ni mi chico me comprendían cuando me ponía melancólica, a veces me sentía sola y me deprimiría, había días que no quería hablar con nadie. Me encerraba dentro de mí misma durante las peores horas, y posiblemente Angélica habría atravesado lo mismo que yo si lo que había dicho era verdad. En ese instante sentí pena por ella, me maldije por haber sido tan grosera con esa mujer, sentía que fui una arpía conmigo misma.
—Tienes razón, mañana mismo se lo diré a Rocío, espero en serio que podamos ser amigas. Deséame suerte.
—Te lo desearé cuando terminemos con lo que quisiste comenzar, picarona.
Los sonidos de jadeos y gemidos ahogados empezaron a llenar mi habitación. Uf, fue verlos en acción para que dejara mi sentimiento de culpabilidad a un costado. No dudé en volver a meterme deditos pero ahora por debajo del short, observándolos con inusitada curiosidad, viéndolos revolcarse. Me mordía los labios para no gemir del placer, me sacudía la mano muy fuerte porque estaba a punto de tener mi segundo orgasmo.
Lamentablemente tuvieron que detenerse porque la novia de mi papá se apartó de don Sánchez.
—¡Espera, papi, hoy cuando limpié la habitación de Rocío vi que tiene un traje de colegiala de cuando estudiaba en su colegio religioso!
—¡Qué bien, Angélica! ¡Ahora sigamos!
—¡No, no! ¿Quieres que me lo ponga para ti?
Mi corazón aceleró con fuerza. Si don Sánchez accedía, vendrían a mi ropero para abrirlo y buscar mi ropa de colegiala. “Dígale que no, señor, dígale que no”, rezaba yo, con mi mano aún bajo mi short de algodón, metiéndome dedos.
—¡No me ponen las colegialas, Angélica! ¡Me pones tú!
—¡Qué dulzura eres, cariño! ¡Pero a mí me excitaría un montón vestirme con ese trajecito!
—¡Dios! Ya da igual, sé que no vas a detenerte hasta conseguir lo que quieres, Angélica. Ve y póntelo.
Creí que me iba a desmayar cuando la vi levantarse y tomar rumbo a mi ropero. Me temblaba cada articulación y de hecho empecé a lagrimear pensando en la reprimenda que iba a recibir de parte de toda esa gente. Empecé a buscar excusas, pero era imposible pensar con claridad debido a mi estado nervioso.
—¿¡Rocío, qué haces aquí, por el amor de dios!?
Cuando levanté la mirada vi a Angélica tapándose la boca, retrocediendo hasta mi cama. Don Sánchez dio un salto brutal, como si hubiera visto un fantasma, y se tapó sus partes con mi osito Lenny. El incómodo silencio duró varios segundos, pero el señor fue el primero en hablarme:
—¿Rocío, estabas… espiando?
—¡Perdón! —grité.
Pero inmediatamente Angélica se acercó y me puso su dedo índice entre mis labios para decirme que guardara silencio.
—Rocío, tu papá te va a matar si te descubre.
—Lo séeee… no se lo diga, Angélica.
—¿Oíste mi conversación de recién, no es así?
No le respondí. Le miré a los ojos y la abracé, pidiéndole perdón una y otra vez por haber sido tan bruja y desgraciada con ella. Le dije que sí, que yo extrañaba a mi mamá y que por eso a ella la veía como a una usurpadora en la casa, que no quería que ocupara su lugar. Ella pareció enternecerse de mí, pues me acarició la espalda y el cabello, consolándome, diciéndome que me entendía, que no me preocupara por nada.
—¿Desde cuándo sabes este secretito nuestro, preciosa?
—Desde hace dos semanas… —susurré coloradísima.
—Bueno, parece que sabes perfectamente lo que estabas haciendo —se mofó don Sánchez, que aún se cubría con Lenny.
—Mira, Rocío, cuando yo era muy joven tuve muchas experiencias sexuales, en parte para compensar ese agujerito en el estómago que sentía a veces. Pero no tienes idea de cuánto deseaba tener a alguien que me guiara, una amiga que me comprendiera.
Yo estaba cortada por la situación, no me salían las palabras más que las básicas, pero debo admitir que lo que ella dijo era algo similar a lo que me había sucedido desde que descubrí el sexo. Era un mundo nuevo y excitante, sí, y a veces deseaba una especie de mujer adulta para consultar y platicar cosas que no podría consultarlas ni con mi papá ni con mis amigas.
—No voy a reemplazar a tu mamá, Rocío. Pero sí deseo ser, para ti, esa amiga que yo no tuve, para apoyarte y guiarte en terrenos pecaminosos como el sexo, no sea que tengas experiencias desagradables como yo las tuve.
—Niña —dijo don Sánchez—, entiendo que estés asustada y hasta extrañada de cómo te habla Angélica, la verdad es que somos gente muy liberal, si quieres irte de aquí te ayudaremos para que tu papá no te pille. Pero algo me dice que estabas espiándonos porque te gusta esto, ¿no es así?
Nuevamente yo solo miraba al suelo mientras me abrazaba a Angélica. Ella me acariciaba y seguía hablándome en tono dulce. Sí, tenían razón. Estaba allí porque me causaba una curiosidad tremenda y claro, me calentaba sobremanera lo que hacían, hasta había fantaseado ser parte de esa actividad.
—Rocío… ¿Quieres que nos vayamos de tu habitación? Te lo prometo, nadie sabrá de esto, ¿verdad, papi?
—Promesa, niña, este secreto lo llevaré hasta la tumba.
Tomé las manos de Angélica y con mi mirada quedó todo dicho. Tenía mucha vergüenza de decirlo, pero como ella me comprendía, confíe que sabría mi respuesta. Es decir, era evidente por qué estaba allí, si aquello me repugnara probablemente habría dicho algo para pararlo hace dos semanas.
—Papi —sonrió Angélica—, creo que voy a sentarme en el sillón para descansar. ¿Quieres tomar de la mano a Rocío y llevarla a su cama?
—Ehm… Rocío —dijo don Sánchez, con bastante inseguridad—, ¿me puedes repetir cuántos años tienes?
—Tengo ve-veinte, señor Sánchez.
—¿Eso es legal, no? Es que con las revisiones de las leyes uno ya no sabe…
—No le hagas caso, Rocío, será el tonto del barrio pero lo compensa en la cama.
El hombre puso a Lenny sobre mi mesita de luz nuevamente y se acercó a mí para extenderme la mano. Era surrealista todo, el azul de la luna, el estar ante imponente hombre que había sido foco de mis fantasías, en compañía además de la novia de mi papá, cuya imagen que tenía de ella había cambiado radicalmente. Me sentía en total confianza.
Cuando le tomé de la mano, él tiró ligeramente para que me pegara a su cuerpo, pero en un acto reflejo me aparté; el hombre era gigantesco, altísimo, todo un monumento como había dicho, y en parte me asustaba decepcionarlo ya que ni soy muy experta en la cama ni tampoco es que sea una modelo precisamente.
—¿Qué te pasa, Rocío, estás nerviosa? No tienes por qué, iré despacio para que no te asustes.
—Ay, papi, hasta una jovencita como Rocío se queda tontita con tu cuerpo —dijo Angélica.
—¿Es verdad, Rocío? ¿Te gusta lo que ves?
Me acarició la cabellera, ese hombre era tonto o se hacía, pero no me importaba porque en serio tenía el cuerpo más cuidado y fibroso que había tocado en mi vida, vamos que le podría aplastar a mi novio y a sus amigos con un solo dedo. Le toqué el pecho firme por fin, me pegué a él, memorizando cada segundo, sintiendo su polla durísima y palpitante contra mi vientre. Luego de llenar su cuello con mis besos, le acaricié la oreja y le susurré:
—Tiene usted un cuerpo precioso, don Sánchez.
—Gracias, Rocío. Y tú también tienes uno muy apetitoso, de muchas curvas, como me gustan. ¿Te quitarías tu ropa para que te pueda ver mejor?
Se sentó en el borde de mi cama; empezó a menearse su enorme polla conforme yo me quitaba la blusa y luego el short blanco, lentamente y con cierta inseguridad. Angélica se levantó y me ayudó al ver que me temblaban las manos de la excitación. Me quedé en braguitas, completamente embobada por él y su enorme tranca. Visiblemente sorprendido, me dijo:
—¿Tienes piercings en tus pezones? Eso sí que no me lo esperaba. Parece que la hija de Javier tiene varios secretos.
—¡No me digas! —exclamó Angélica, abrazándome por detrás—. Yo sé que Rocío tiene uno en la lengua, lo vi un par de veces, no sabía que había más.
—¿Es verdad? Déjame verte la lengua, preciosa.
Le mostré la puntita, donde relucía la barrita de titanio con dos esferas en sus extremos. Ahora el embobado era él y no yo, y eso me hizo reír por lo irónico de la situación, pues yo era prácticamente una niña, era imposible que yo le pusiera tonto a un hombre tan mayor y seguro que con mucha experiencia.
Angélica, siempre detrás, me acarició la oreja y me susurró: “Arrodíllate ante él, tienes que mostrarle respeto y adoración”. “No tengas miedo, yo te acompañaré”. Ladeé mi cara para verle, yo no he tenido experiencias con mujeres, pero en ese momento sentía la imperiosa necesidad de besarla, cosa que para mi felicidad aceptó gustosa, solo labios, nada muy guarro, salvo el final, porque me lamió mis labios de abajo para arriba. “Vamos, no le hagas esperar a tu hombre”.
Nos arrodillamos juntas entre sus piernas, el señor murmuraba algo así como “No me lo creo, no me lo creo”, mientras Angélica agarraba su polla. Me la acercó y me pidió que chupara el glande, que usara mi piercing para hacerlo delirar porque ninguna de las otras señoras tenía algo así.
No dudé, estaba súper caliente. Me encargué de humedecerle la cabeza y ella se encargaba de lamer el tronco. De vez en cuando Angélica me tomaba de la quijada y me pedía que me apartara, porque ella también quería chupar la cabecita, pero a veces le costaba quitarme de en medio porque yo me estaba volviendo toda una viciosita.
Pero cuando no me quedaba otra que cederle el glande, me encargaba de chuparle esos enormes huevos, seguro que estaban cargadísimos y que tenían ganas de vaciarse, y vaya que yo quería hacerlo, siempre lo había hecho en mis fantasías y ahora que por fin estaba con ese adonis no iba a tirarme para atrás.
“Vamos, ya va siendo hora. Súbete a tu cama, Rocío”, volvió a susurrarme.
Me puse de cuatro patas sobre la cama, pero Angélica me dijo que esa posición no me convenía porque la tranca del señor me iba a lastimar, así que me pidió que me acostara y que dejara que él estuviera encima de mí; que de esa manera don Sánchez iba a controlar mejor sus enviones para que yo disfrutara.
Cuando ese adonis estuvo sobre mí casi me desmayé del gusto, como había dicho era un hombre enorme y yo en cambio una pequeña, vamos que me podía lastimar si se resbalaba o algo así. Angélica, desde atrás, acomodó su tranca entre mis carnecitas; le dije al señor que por favor no fuera duro, porque me había prometido que iba a hacerlo despacito, cosa que él se encargó de confirmármelo mientras su glande se abría paso entre mis labios vaginales.
—¡Ughmm! ¡Despacio, don Sánchez, despacio, por favor!
—Tranquila, Rocío, seguro que Angélica me corta las pelotas si te lastimo.
—¡Tal cual! —confirmó desde su posición.
—Perdóneme, don Sánchez, es que tiene usted una verga demasiado grande.
—No pidas perdón. Parece que tienes un agujerito muy apretado, pero como te prometí iré despacio.
Don Sánchez empujaba, firme pero gentilmente, siempre atento a mi rostro para ver cómo me lo tomaba. “Si mi novio se entera…”, pensaba yo conforme mis carnecitas se abrían paso inexorablemente. Ya sabía por qué las señoras estaban locas por él, vaya maestro. Decidí atenazarlo con mis brazos y piernas, lo atraje hacia mí para que nos besáramos, y luego de que su lengua abandonara mi boca, le susurré que dejara de ser tan cortés, que me la metiera duro como a las otras mujeres, yo no quería ser menos, pero él se rió y me dijo que ni en broma me iba a hacer eso porque yo le generaba ternura y no quería lastimarme.
Imagino que para que yo no me enojara, me dijo que le gustaba cómo se sentía adentro de mí, que era muy estrecho, calentito y placentero. Que era especial para él porque le hacía recordar a cuando le hacía el amor a su ahora esposa cuando eran jóvenes, esposa que por cierto estaba con mi papá en la sala. Me dio un beso en la nariz e hizo que mi frustración se fuera, pero en serio quería que me follara duro aunque claro, hoy día lo pienso y seguro que me iba a arrepentir.
Lamentablemente me corrí muy fuerte cuando su polla aún estaba entrando, más de la mitad del camino recorrido. Unos espasmos vaginales terribles y mi carita arrugada de placer lo anunciaron, cosa que hizo reír tanto al hombre como a Angélica porque les parecía adorable, pero a mí me daba muchísima vergüenza, no duré ni cinco minutos con el señor y ya estaba retorciéndome del gusto.
—Papi —dijo Angélica—. Va siendo hora.
—¡Uf, noooo, don Sánchez! ¿A dónde va? —entonces sí que me frustré. Se estaba saliendo de mí. En ese momento pensé que era mi culpa por haberme corrido tan rápido, así que le tome de las mejillas y le rogué que me dejara darle un orgasmo, era lo mínimo que podía hacer, que si no me lo permitía iba a llorar y sobretodo, acomplejarme un montón.
—Pues si me lo pones así, Rocío, no te voy a decir que no. Me encantaría que me dieras un orgasmo con ese piercing en tu lengua.
Se acostó a mi lado y no dudé en besar primero sus labios, luego pasando por el pecho hasta por fin llegar a su enorme miembro que había estado dentro de mí. Le pasé la lengua, le hice sentir el pedacito de titanio que tengo incrustado allí, succioné fuerte para sacar el líquido preseminal de su uretra, esperando que me derramara pronto su leche.
En tanto, Angélica, que desde hacía rato estaba mirándonos desde mi sillón, me habló.
—Rocío, el próximo sábado nos volveremos a encontrar con el grupo. Pero planeamos ir a un club especial donde yo antes trabajaba. ¿Quieres ir también?
—Síiii —dije para luego seguir mamando la verga del señor. Por la pinta estaba a punto de llegarse.
—Obviamente no te podemos llevar con nosotros porque te va a pillar tu papá, pero puedo hablar con el patrón del club para que te haga pasar como una de las “camareras especiales” y así puedas participar con todo el grupo. El ambiente es muy oscuro, además con una peluca y máscara veneciana tu papá no te podrá pillar.
—Mbuf, me apunto, Angélica.
—Rocío, ¿y crees que podremos convencer a tu novio? A mí me parece guapito…
En ese momento me imaginé la situación, vestida como camarera y siendo tomada por el brazo de don Sánchez, o incluso don Soriano, mientras mi chico iba en compañía de una señora madura, por qué no, la novia de mi papá incluso, entre el humo y las luces de neón de un club, cada uno por su lado para pasar una noche inolvidable.
Estaba tan caliente que mientras el señor se corría en mi boca copiosamente, me imaginé hasta incluso en brazos de mi papá, lo siento si esto es fuerte para algunos lectores de TodoRelatos, pero cuando una ola de placer me recorre el cuerpo puedo ser muy guarra.
No me gusta tragar la leche de mi chico, sinceramente creo que es asqueroso, cada vez que lo hace terminó escupiéndolo y recriminándole, pero una cuando está tan caliente no se lo piensa mucho; me quedé con la lengua y dientes pegajosos pero me encantó haberlo tragado.
Luego de que le limpiara la polla con mi lengua, ambos se hicieron con sus ropas. Don Sánchez me metió lengua por largo rato a modo de despedida, amén de acariciarme la vagina de manera magistral. Pero Angélica carraspeó para que me soltara. Como no le hizo caso, ella le dio un fuerte zurrón en la cabeza.
—Ahora yo y don Sánchez nos iremos a su casa para pasar el ratito, Rocío. Nos vemos.
—Angélica, quiero irme con ustedes.
—¡Jaja! Rocío, tu papá está en la sala haciendo cochinadas con la mujer de don Soriano, te va a pillar.
—Niña —interrumpió don Sánchez—, espero que te haya gustado.
—Síii, don Sánchez, me encantó, ya quiero que llegue el próximo sábado. Ojalá me toque usted de nuevo.
—Yo también lo espero, linda. Y siento haber usado a tu osito para cubrirme.
—Uf… Angélica, puedo escapar por la ventana para encontrarnos afuera.
—¡Rocío, contrólate! —se rió Angélica—. ¡Déjame un poco a mí también!
Se fueron de mi habitación. Cerca de quince minutos después, los tres coches estacionados en mi casa, el de mi papá incluido, ya se habían ido, seguramente para continuar su noche en ese club que me mencionó. Estaba sola en mi hogar, y aunque no lo creía, me sentía demasiado excitada aún. Tomé el osito de peluche que aún olía al sexo de don Sánchez y bajé rápidamente por las escaleras.
Ellos hacían esos juegos sexuales simplemente para escapar de la rutina, y ya los entendía perfectamente, porque vaya escape. Creo que también me convertí esa noche en una “chica liberal”, como ellos decían. O al menos comprendí mejor esa psiquis especial que antes me causaba asco. Pensé además que de ahora en adelante, cada vez que viera a Angélica, vería la consejera y amiga que tanto había deseado en mis horas bajas, y no a una usurpadora como antaño.
Entré en la sala, encendí la radio que ponía música jazz. Me acosté en el sofá, completamente sudada y jadeando entrecortadamente. El cuero del asiento olía fuerte a sexo y a ese perfume Armani. Me dormí abrazada a mi querido Lenny, metiéndome dedos en mi enrojecida concha, soñando las guarrerías que haría en mi nueva vida.
Gracias a los que llegaron hasta aquí.
Besitos!
Rocío.