El secreto de Mónica - I

Este relato corresponde a la categoría de lesbianas, ya que son dos chicas que se sienten chicas y se quieren... pero una de ellas tiene un secreto y su mejor amiga va a descubrirlo... (si este texto tendría que ir en otra categoría, lo cambiaré, pero para mí, es lésbico)

Mónica era mi mejor amiga. Bueno, digo era, pero todavía lo es. Eso, y mucho más. Estoy hablando en pasado porque esto ocurrió hace cosa de un año. Teníamos las dos quince años y éramos inseparables. Hablábamos de todo durante horas, y ninguna hacía nada sin que lo supiera la otra. Creo que el hecho de no tener hermanos ninguna de las dos, formó un vínculo muy especial, ya que nos considerábamos amigas, hermanas, mucho más que cualquier otra amistad que conocíamos.

Esa noche iba a ser especial, ya que sería la primera noche que íbamos a dormir juntas en la habitación de Mónica. Nunca habíamos dormido juntas una noche entera (alguna siesta que otra en el sofá de nuestras casas, pero poco más) y estábamos impacientes porque llegara el momento. La madre de Mónica había insistido, ya que habíamos sacado tan buenas notas que nos dejaba hacer una fiesta de pijamas las dos solas.

Yo notaba que Mónica estaba muy, pero que muy excitada, casi rayando en la histeria, a medida que se acercaba el día, y yo no entendía por qué. Lo atribuí a que ella se lo tomaba de otra forma, pero que en el fondo estaba igual de alegre como yo. Y no me equivocaba del todo.

En su casa, su madre nos preparó merienda y cena, que nos traía a su habitación, donde nos habíamos encerrado a hablar de chicos, chicas, amigos, amigas, de todo en general, pero de un modo más íntimo. Nos lo estábamos pasando genial, y lo mejor estaba por llegar. Fuimos a cenar, charlamos con sus padres y luego de lavarnos los dientes, nos fuimos a la habitación a seguir con la fiesta. Una buena película que nos produjo llorera y nos abrazamos fuertemente.

Podía notar la colonia suave que se echaba todos los días, pero hoy se mezclaba con la ducha que se había dado hacía rato antes de cenar, que sumado a que tenía mi nariz casi en su cuello me hizo marear de excitación. Sin saber muy bien porqué, aproximé mi boca a su cuello y se lo besé. Tiernamente, como había visto que hacía un chico a su novia en la película. Mi lengua hizo un par de círculos en su cuello. Ella se sobresaltó, aunque de inmediato cerró los ojos y se relajó… Apagó la tele y en voz muy baja me preguntó.

  • Qué haces Sara….

  • Lo siento, pero es que no podía evitarlo. Hueles muy bien y como había visto hacerlo en la película… - Otro beso con minilametón – Me preguntaba qué se sentiría… Te sientes bien?

  • Sí… mejor que nunca… Pero los de la película eran novios…

  • Bueno… nosotras como si lo fuéramos. – De repente paré y nos miramos – Mira, nunca he besado a nadie. Creo que sería buena idea que probáramos entre nosotras… seremos novias, si quieres, claro, así estaríamos preparadas por si algún día tenemos una relación de verdad… - Me asombré de mi osadía, me callé y añadí roja de vergüenza- Si tú quieres claro…

Sara me puso una mano en los ojos. Me los cerró. Sentí su aliento en mi cara, acercándose cada vez más… Olía genial, a pasta de dientes, pero sin ser intensa. Unos labios se posaron en los míos. Nos besamos varias veces sin lengua, pausadamente, sintiendo los labios de la otra, probando movimientos… Nos acariciamos la cara, el torso. Todo fluía con lentitud.

Mis manos se colaron por debajo de su pijama, buscando sus pechos. Nunca la había visto desnuda, ella era bastante vergonzosa, aunque yo ya le había enseñado mis pechos alguna que otra vez sin darme cuenta. Yo los tenía un poco más grandes que los suyos, pero ambas estábamos contentas con los que teníamos. Ella me dejó, increíblemente, y descubrí que no llevaba sostén, como yo. Debía quitárselo para dormir…

Mis manos siguieron explorando esas curvas tan suaves y blandas… Me encontré con su pezón, y lo rocé con mucho cuidado. Mónica dio un respingo, pero era puro placer para ella. Sus manos me acariciaban la espalda, del cuello hasta casi mis nalgas, pero no pasaban de allí ni se acercaban a mis pechos. Dejé de besarla y le susurré al oído.

  • Hacemos un trato… Ahora somos novias, así que, tenemos que quitarnos la parte de arriba. Quiero vértelas… quiero que me las veas. Quiero que veas toda yo, para que confíes del todo en mí, en que soy sincera en nuestra relación – Le dije eso, me salía del alma. Quería descubrirlo todo sobre Mónica y ella que descubriera todo de mí, esa noche quería conseguir una persona que fuese una extensión de mí. Creo que lo andaba buscando desde que conocí a Mónica. Para dar ejemplo, me quité la parte de arriba del pijama, cogí sus manos, y las dirigí al broche del sujetador.

Lo quité con cuidado, dejando mis pechos al aire, más gruesos que los de ella, pero perfectamente erguidos. Lentamente guie sus manos hacia ellos. Y con ellas me los acaricié. Ella estaba embelesada, y yo cerré los ojos para disfrutar mejor de todas las sensaciones. Eran maravillosas caricias, que al pasar sobre mis pezones duritos, me hacían estremecer de arriba abajo. Una humedad empezaba a crecer en mis braguitas, así que le solté las manos y las dirigí hacia abajo. Notaba que estaba bastante mojada. Hacía poco que había empezado a masturbarme, quizá medio año, y nunca había estado tan mojada. Nunca.

Con las manos empecé a explorarme mi zona del placer. Me frotaba, porque no me atrevía a meter nada en mi agujerito. Pensaba que podía perder la virginidad, o que me dolería mucho, así que froté, como había descubierto que me provocaba placer hacerlo. Pero aquello era mucho más. No dejé de frotarme, cuando con los ojos cerrados dije:

  • Mónica… quiero verte, tal como tú a mí… enséñame por favor… - La miré a los ojos y sin separar sus manos de mis tetas, dejé de tocarme. Me chupé el flujo de mis manos (descubrí que me encantaba) y le fui quitando la parte de arriba del pijama. Ella levantó las manos para ayudarme a quitarle el pijama. Sus tetas botaron un poquito cuando se vieron libres del pijama que era un poco ceñido. Me parecían preciosas y así lo dije.

  • Son preciosas Mónica…

  • Te gustan de verdad, Sara? – Seguía vergonzosa como siempre, pero yo estaba más lanzada. Tenía algo de vergüenza, pero Mónica lo era todo para mí, y quería que lo fuese al cien por cien.

  • Son geniales… Suaves y tersas... Me gustaría probarlas…

  • Hmm….. – Chupé un pezón sin pensármelo. Ella no se lo esperaba, pero sus últimas defensas se derrumbaron ante el placer. Volví a tocarme, esta vez con más intensidad, mientras chupaba esos pezones tan anchos. Tenían una buena aureola, aunque los míos sobresalían más que los de ella. Entonces, ella tomó la iniciativa, pellizcándome con suavidad mis pezones que sobresalían excitados. Luego apretó más.

Eso me sorprendió demasiado, y me corrí. Suspiré y gemí, mordiéndole sus pechos, para ahogar el ruido. Ella me apretó contra sus tetas, para sentir mi orgasmo y ahogar mis gemidos. Pequeños espasmos sacudían todo mi cuerpo, mis tetas se sacudían al ritmo del orgasmo, mientras luchaba por no gemir en alto… hasta que me calmé. Con cuidado, me separé de ella, me levanté y me quité la parte de abajo.

Ella se quedó sorprendida, tenía delante de sus narices mi sexo, apenas sin pelo y mojado, brillante a la luz blanca y tenue de un flexo en la mesilla. Los fluidos me mojaban la parte interna de los muslos.

  • Me he corrido, Mónica… Me has excitado muchísimo…- Mis piernas aún temblaban cuando la cogí de la mano y la levanté.

  • Yo también me he mojado, pero no… - Miró a mi sexo. Una de mis manos seguía acariciándolo, pero muy suavemente. Mi otra mano cogió una de sus manos y la llevó a mi sexo.

-Puedes tocar Mónica, a partir de hoy puedes tocarme siempre que quieras…

Puso su mano en mi bultito y me estremecí. Acarició todo con mucha dulzura, mientras cerré los ojos y me dejé llevar por el placer residual del orgasmo, que se unía con el placer inicial de otro orgasmo que estaría por llegar. Entonces puse mis manos en el pantalón corto de pijama de Mónica, con intención de bajárselo. Tuvo un efecto inmediato. Pero no el que imaginaba. Me quitó las manos, con las suyas aún llenas de mi flujo. Se las restregó por sus pechos y corrió hacia la cama. Se tapó casi hasta arriba y me dijo:

-No… no puedo. Me da mucha vergüenza que me veas…

-Es por la luz? – Apagué la lámpara. – Ahora ya no veré nada. Pero me gustaría que disfrutaras tanto como yo… Nuestro pacto no estará completo mientras tanto… - Me puse en la cama detrás de ella.- Si no quieres, no pasa nada, cariño. Yo te querré igual… - En esto la abracé, notando sus pechos. Posé mi mano en uno de ellos y lo acaricié con ternura. La besé en la nuca, para que se relajara.

  • Sara… Yo también te quiero mucho, por eso quiero que sepas todo de mí. He visto que te has desnudado, y me has enseñado lo más íntimo de ti. Has cumplido tu parte de trato, y yo quiero hacer lo mismo, pero tengo miedo. Porque estoy enferma.

  • Enferma? – Me preocupé de veras, la abracé fuerte y le dije que me contase, que yo la ayudaría en lo que fuese para curarse.

  • No, no es una enfermedad que se cure… nací así. Soy… - Tembló entera, como con miedo. – Soy hermafrodita. Ya está, ya lo he dicho.

  • Hermafrodita? Y eso que significa? – Estaba muy sensible después del orgasmo. Mi coñito reposaba pegado al culo de Mónica, y estaba empezando darme gusto de nuevo y a frotarme muy lentamente.

  • Significa que… ahí abajo… No es lo mismo que tienes tú. Yo… tengo también lo que tienen los hombres. Un “pene” y una “vagina” según mi madre.

Me aparté sorprendida. Había visto en internet lo que tenían los hombres. Había visto a mi padre, aquello no era nuevo. Pero era cosa de hombres. Mirándola pregunté.

  • Eres un hombre? Yo te veo muy linda, una chica muy muy guapa! – No pude por menos que decir la verdad. Y pedírsela.

  • No, para nada… Soy una mujer, solo que aparte de vagina, tengo pene. Donde tú tienes tu bolita del placer… Yo tengo un pene. Solo que orino por mi pene y cuando me excito como antes… se me pone dura…

Ahora lo entendía! Por fin entendía que no quisiera que la viera desnuda, ni con braguitas siquiera. Siempre se daba la vuelta en braguitas para que no la viera. Decía que se ponía bañadores de chico (siempre se los ponía, nunca bikini) porque le gustaban y porque sus muslos eran muy sensibles al sol. Ahora entendía todo. Pero estaba como en shock.

  • Yo lo… siento. – Empezó a llorar y se giró para que no la viera. – Entiendo que no quieras volver a verme, y mucho menos que seamos… novias.

Me había quedado de piedra la verdad. Pero no podía soportar que llorase por lo que yo pensase. Era un shock, pero no era un shock de rechazo. Recuerdo que lo primero que hice fue… Abrazarla intensamente.

  • Mónica, mi amor. – Al llamarla así, sentí que se tranquilizaba. Y sí, ahora tengo claro que sentía amor por ella. – No me importa lo que tengas ahí abajo. Quiero hacerte gozar, que disfrutes conmigo, porque te quiero realmente. Te quiero a ti, seas como seas, comprendes?. – Mi mano fue deslizándose por su vientre, hasta topar con su pijama. – La giré y la puse acostada boca arriba. Le sequé las lágrimas con una mano mientras con la otra le acariciaba bajo el ombligo. – Has sido muy valiente contándome esto… Muchas gracias. Pero no tienes nada que temer de mí. Te quiero, Mónica.

La besé con lentitud, notando la humedad de sus lágrimas en sus mejillas.

  • Yo también te quiero Sara… y quiero que me veas entera, como yo te ví a ti. Te quiero mucho. – Se bajó de la cama y se puso de pie, mientras yo la miraba tumbada y desnuda bajo las sábanas. Cogió su pijama y se lo fue quitando con cuidado. Veía un bulto que se lo impedía. Imaginaba lo que era, pero cuando se quitó la braguita, al fin lo vi. Apuntaba hacia adelante, hacia mí, un pene normal. Pero me sorprendió muchísimo. Estaba blando, colgaba hacia abajo. Con alargar el brazo podía tocarlo.

  • Bueno… que te parece, Sara? Soy un monstruo verdad? … - Se notaba que luchaba por no llorar delante de mí. – He dicho que lo haría, y lo hice.

Me senté en la cama. Le puse las manos en sus nalgas, subiendo por su culo. Acariciándola intensamente. Sin esperarlo Mónica, le di un beso en la punta del pene.

  • No vuelvas a repetir que eres un monstruo y no vuelvas a dudar de mí. Te quiero, y eres preciosa. Tu pene me gusta mucho, me pone mucho, y voy a hacer que disfrutes. – La miré fijamente mientras me ponía su pene en mi boca. Al principio estaba blando, pero se puso duro casi al instante. Me gustaba su tacto y su sabor a piel limpia. No sabía cómo debía hacerlo, pero lo hice lo más suavemente posible.

Mónica me cogió la cabeza con las dos manos, y me acariciaba el pelo mientras seguía con las caderas el vaivén de mi boca, llevándola al éxtasis. Empecé a acariciarme el clítoris, que ya estaba hinchado, más excitado que nunca antes en mi vida. Con mis dos manos me acariciaba toda mi zona, mojada completamente por mis fluidos. Sentía que me venía, que no aguantaba más… Cuando de pronto, Mónica susurró y gimió:

  • Sara, cariño, por favor… creo que… ah…. cuidado… mmmmmm…

  • Hmmm mmm… - Con un gemido de complicidad le pedí que siguiera. Ya venía, ya me venía, dios mio… en ese momento, Mónica se corrió. Me empujó la cabeza contra su pene, clavándomelo en lo más hondo. Sentía como un líquido llenaba mi boca. Se había corrido con su polla en mi boca! En ese momento me corrí. Me temblaban las piernas y caí al suelo de rodillas mientras llenaba de flujos el suelo, formando un charco. Pensé que no iba a parar nunca, era el orgasmo más intenso de toda mi vida, con diferencia.

Solo podía temblar en el suelo con los ojos muy abiertos y la boca abierta y temblorosa. Ya había sacado el pene de mi boca, y varias gotas caían sobre mi cuerpo tumbado y desnudo. Cuando se recuperó de su orgasmo, Mónica se agachó y empezó a lamerme las piernas, donde tenía todos mis flujos. Lamía y saboreaba. Cogió una toalla del baño de la habitación, una de las que había usado para ducharse, y la pasó por el suelo, limpiando todos mis flujos sueltos. La arrojó empapada al cesto de ropa sucia del baño y volvió sin encender ninguna luz.

Me besó en la boca, abrazándome para tranquilizarme y me ayudó a levantarme. Quedamos abrazadas unos minutos, de pie, desnudas… Notaba su pene rozando mi vientre… era tan suave… De repente oímos que llamaban a la puerta.

  • Chicas, todo bien? Nosotros nos vamos a dormir ya!

Nos pusimos en la cama a toda prisa, menos mal que dormíamos en la misma cama. Nos abrazamos desnudas. Tenía mis tetas apretadas contra la espalda de Mónica, a la que abrazaba fuerte por el susto de que su madre nos oyera.

  • Sí, todo bien! Nosotras ya estábamos en cama, hablando.

Su madre abrió la puerta, pero no encendió la luz. Entró y besó a Mónica en la mejilla. A mí también. Estábamos tapadas hasta el cuello así que no notó que estábamos desnudas.

  • Buenas chicas, que bien os habéis portado. Que descanséis, mañana es Domingo y nos iremos a misa, así que cuando os levantéis, si veis que no estamos, desayunad algo, de acuerdo?

  • Si mamá! Ahora a dormir.

  • Si, muchas gracias por dejarme venir, han sido muy amables todos…

  • Muchas gracias Sara, pero que sepas que es un placer tenerte por aquí, puedes venir siempre que quieras! Hasta mañana chicas.

  • Hasta mañana – Dijimos a dúo. La madre de Mónica cerró la puerta. Quedamos en total oscuridad. Nos giramos una hacia la otra. Nos dijimos te quiero. Nos dijimos que nos amábamos. Que siempre estaríamos juntas. Nos besamos, tiernamente. Sin lengua, lo más despacio posible. Me abrazó muy fuerte y encajó su pene blando entre mis piernas, en medio de mi rajita. Nos estremecimos agotadas y al rato dormíamos como nunca dormimos hasta ahora.