El secreto de Mónica - 2 - Final

Llegó el momento, al día siguiente Mónica y Sara se despiertan y descubren que van a estar solas casi todo el día. Ahora llegarán hasta el final.

Me desperté y por un momento me pregunté dónde estaba. Luego al ver a Mónica, toda la noche anterior vino a mí como un fogonazo y lo recordé todo. Mónica respiraba pausadamente a mi lado, desnuda. Sus pechos destapados se movían al compás de su respiración. El día entraba por las ventanas y yo era feliz como nunca antes.

Cogí un pecho y empecé a masajeárselo. Me gustaba jugar con sus tetas, masajearlas suavemente. Ella seguía dormida y la besé con dulzura en una mejilla. Había sido tan valiente anoche… contándome todo sobre ella. Su más íntimo secreto, y abriéndonos las dos, la una a la otra sin ninguna barrera de por medio. Gozando del placer del amor. Ella se despertó y con los ojos entrecerrados, me miró. Luego sonrió y cerrando los ojos me dijo.

  • Buenos días, cariño.

  • Buenos días… Estaba viendo cómo dormías y… bueno, te estaba acariciando. – Aparté mi mano de su pecho, me avergonzaba que ella me hubiese cogido tocándola sin su permiso. – Lo siento si te he despertado.

Ella cogió mi mano y la volvió a poner en su pecho.

  • Tócame cuanto quieras, Sara. Desde ayer… soy tuya. – Se acurrucó a mi lado, mientras yo seguía acariciando con dulzura su pecho y su pezón. Ella cerraba los ojos y disfrutaba de las sensaciones. Al acercarse a mí, noté que su pene me tocaba una pierna. Estaba totalmente erecto y apenas la había tocado!

  • Oye… que pasó ahí abajo… - Le dije con picardía. – Apenas te he acariciado un poquito y…

  • Es el efecto de la mañana… casi siempre me levanto así. Pero que estés aquí, y acariciándome, no ayuda a que se baje para nada.

  • Hay… alguien en casa?. – La pregunté, mientras le besaba el cuello con sensualidad.

  • Mmmm… Sara… No, no hay nadie… Antes fui al baño y… vi que no había nadie por casa. Había una nota que decía que el desayuno estaba listo y que se iban hasta la hora de comer… - Cerró los ojos mientras me decía todo cuanto necesitaba oír. Estiré una mano hacia su pene y empecé a pajearla con mucha lentitud, mientras le hablaba al oído.

  • Mónica… te quiero. Sabes de sobra que… bueno, que soy virgen. Supongo que tú también, ya que nunca le has tenido que decir a nadie sobre esto… - Le apreté con mimo su polla. Ella asintió gimiendo. – Pues… quiero perder la virginidad contigo. Quiero que tú seas la primera y la única. – Ella me miró sorprendida. – Estás preciosa, Mónica. Haremos lo que tú quieras… Sólo que siento que… me apetece hacerlo.

  • Sara… Estás segura? – Me miraba emocionada. Yo asentí sonriendo. – Eso es un regalo precioso… y quieres dármelo a mí? Es demasiado… Además, no sabría hacerlo… nunca lo hice y tengo miedo hacerte daño o algo.

  • Ninguna de las dos lo hizo hasta ahora. Por eso quiero hacerlo. No quiero perder tiempo. Te quiero y estamos juntas en tu cama, tocándonos… quiero que lo de anoche vaya a más. Quiero darte lo mejor de mí. Lo haremos juntas… Yo también tengo algo de miedo al dolor, pero si eres tú, no me importará.

Estaba al borde de las lágrimas. Era bastante emotiva y eso me encantaba. Asintió y respondió.

  • Lo haremos juntas. Lo haré lo mejor que pueda mi vida. – Nos acariciamos y nos besamos con mucha ternura. Ella me miró con más confianza y dijo. – Se me acaba de ocurrir una cosa. Levántate.

Yo me levanté y la observé. Mónica retiró las sábanas y las mantas y fue al baño. Volvió con una toalla grande, que usamos ayer para ducharnos. La puso sobre la cama perfectamente estirada.

  • Por si se escurre algo por la cama… - Me acarició mi mojado coñito de pie. Entonces se tumbó en la cama, seductora, pajeándose con una mano mientras con la otra me invitaba a subir a la cama. Yo subí, a cuatro patas, como una gata… Lo más sensual posible. Entonces Mónica dijo.

  • Ven aquí. Quiero que te sientes en mi cara. Quiero… saborearte…

Eso me excitó muchísimo y lo hice. Miré hacia abajo. Su boca estaba aplicada en mi coñito, mientras yo estaba apoyada en la pared, gimiendo cada vez más debido a la experta lengua de ella.

  • Ahora… mmmm… ahora date la vuelta… Me gustaría que… me saborearas tú también…

Al fin lo entendí. Íbamos a hacer nuestro primer sesenta y nueve! Eso me puso a mil, así que me di la vuelta y con lujuria empecé a chupar esa polla que dentro de poco iba a estar dentro de mí… La quería dentro de mí. Aceleré el ritmo.

  • Sara… espera… Hazlo despacio cariño. Quiero que lo disfrutemos lento y suave… Que sea inolvidable para las dos. Contén tu pasión, mi fiera. – Me pellizcó el clítoris con la boca, mientras me pegaba una cachetada pequeñita en mi culo. Yo gemí… Descubrí que me gustaba que me pegase unos cachetes… Pero tenía un precioso pene en mi boca, así que me dediqué a asentir y gemir mientras chupaba lenta y delicadamente.

Mónica me estaba llevando al cielo lamiendo y chupando mi coñito, y creo que yo la llevaba al cielo a ella chupándosela tan lento… Eternos minutos en el paraíso… hasta que Mónica dijo.

  • Bésame Sara, vamos a hacerlo. – Me di la vuelta, sacándome su pene de la boca, gateé hacia ella y la besé muy tierna. – Estás preparada?

  • Sí, mi amor… quiero sentirte dentro de mí.

Ella me colocó una de mis piernas a cada lado de su cintura. Estaba sentada encima de ella y por fin iba a desvirgarme… Mónica cogió con cuidado su pene, buscando mi abertura. La encontró. Lentamente, empujó hacia dentro. Yo me dejé caer milímetro a milímetro, sintiendo nuevas sensaciones increíbles. Entonces paró. No entraba más. Sólo había entrado el precioso capullo de su pene.

  • Que tal… - Mónica gemía y me miraba preocupada. – Ha parado… siento algo… Sara, creo que es tu himen!

  • Sí… ah… yo también lo creo cariño. Abrázame por favor. – Mónica me abrazó con fuerza, y estando las dos bien abrazadas, sintiéndonos unidas una con la otra, Mónica empujó con todas sus fuerzas.

El dolor no se hizo esperar, y fue intenso. Grité sin poder evitarlo. Me había dolido bastante, tenía miedo. Pero confiaba en Mónica y en que todo iría mejor. Entonces ella me sorprendió diciéndome.

  • Muérdeme, mi tigresa. Muérdeme, quiero sentir un dolor parecido al tuyo. – Con ganas, la mordí. Le quedaría un buen chupetón y marcas de dientes, pero ella gemía y sin previo aviso empezó a penetrarme de nuevo hasta que toda su polla estuvo dentro de mí. Lágrimas de dolor y felicidad recorrían mis mejillas y mojaban a Mónica. Mientras yo mordía para evitar el dolor… Mis uñas dejaban surcos rojos en su espalda, mientras ella empezaba a sacarme el pene y a volverlo a meter, con un ritmo suave pero sin parar.

  • Lo estamos haciendo, Sara… te he desvirgado y estamos haciendo el amor! – Noté que Mónica lloraba mientras empujaba en mi interior. Esas palabras me hicieron de bálsamo y el dolor se fue convirtiendo en placer. Cada vez el dolor estaba más lejano y el placer me inundaba por oleadas. Cada vez que su pene me taladraba hasta lo más hondo.

  • Te… ah…. te siento en lo más hondo Mónica… por favor, sigue penetrándome, no pares…

Al decir esto, ella me agarró bien las nalgas, abriéndolas con lujuria, y me subía y bajaba de su pene, bombeando sin parar. Yo estaba en el cielo. Su pene exploraba con cada embestida, zonas que no pensaba que existiesen en mi interior. Con una mano, empecé a tocarme el clítoris también, mientras que veía a Mónica debajo de mí con los ojos cerrados suspirando y gimiendo sin parar.

Me acosté sobre ella, tocándonos tetas con tetas, mientras seguíamos el vaivén de nuestros cuerpos. Notaba que un tsunami de placer estaba próximo… Iba a ser mi primera corrida haciéndolo con la persona que amaba… Loca de pasión, le susurré.

  • Mónica… pégame por favor… pégame, porque creo que me corro…

  • Yo también me corro…. – Con ganas, empezó a pegarme en el culo mientras yo aumentaba el ritmo. La estaba cabalgando con toda mi alma, mientras ella me pegaba en las nalgas, me agarraba fuerte, y provocaba que su pene saliese casi del todo y luego me penetrase sin piedad hasta lo más hondo. Yo gritaba con cada embestida, cada palmada, cada sensación de placer y dolor que me provocaba Mónica…

  • Me… me corro Sara, cuidado…

  • SÍ, CÓRRETE DENTRO DE MI, MÓNICA, CORRÁMONOS JUNTAS!

  • SARA…. MMMMM… ME CORROOOOOOO – Sus manos me golpeaban sin piedad mientras lo que parecía un torrente de semen inundaba mi interior. Me corrí al mismo tiempo que su semen me inundaba, y empecé a soltar chorros de corrida transparente que empapaban a Mónica. Se me estaba nublando el juicio… Sólo podía temblar como una anguila mientras la polla de Mónica disparaba sus últimos chorros dentro de mí. Con un movimiento, me la clavó hasta el fondo y me abrazó con mucha fuerza. Yo le devolví el abrazo como pude, temblando pero con fuerza.

Me tumbé encima de ella mientras su pene aún seguía clavado en mí. Ella empezó a acariciarme mientras notaba que su pene se desinflaba poco a poco dentro de mí. Al final se salió, y parte de mi corrida y de la suya se escurrió por entre mis muslos para ir parar a la toalla.

Notaba que los flujos es escurrían por mis piernas, pero no me importó. En ese momento éramos una sola, y eso estaba por encima de todo lo demás. Era completamente feliz. Había perdido mi virginidad con mi mejor amiga, con mi amor, con mi amante… era perfecto. Nos tumbamos y nos calmamos con besos tiernos y mirándonos con delicadeza.

  • Soy tan feliz… gracias cariño por darme lo mejor de ti… te ha gustado?

  • Si, muchísimo mi amor. Al principio me dolió bastante, pero luego… - Me sonrojé. – Bueno, ya viste… Lo hiciste perfecto, todo bien en el momento adecuado… - Miramos hacia abajo y vimos un poco de sangre manchándonos. Nos miramos con complicidad.

  • Te amo Mónica… me has desvirgado… y ha sido tan genial…

  • Y tú me has desvirgado a mí… era mi primera vez, ya lo sabes… te quiero tanto que no querría dejar de tocarte por nada del mundo.

  • Pues entonces quedémonos así…

No sé cuánto tiempo estuvimos en esa postura, dándonos cariño y mimos. No sé cuándo nos levantamos y quitamos la toalla para lavarla junto a todo lo demás. Ni cuándo nos fuimos a la ducha y nos frotamos la una a la otra todos nuestros rincones para limpiarnos con delicadeza. Ni tampoco cuándo nos secamos y volvimos a la cama, a taparnos hasta arriba y a besarnos y tocarnos con tanta suavidad como si fuésemos de cristal.

No recuerdo nada exacto de todo eso, porque estaba en el cielo, en una nube. Solo sé que fue perfecto y que Mónica y yo seríamos felices.