El secreto de mi esposa. 2

La confesión de María y su proposición.

Mientras mi mujer farfullaba las increíbles excusas negando aquello que mis propios ojos habían sido testigos minutos antes, decidí darle la oportunidad de que justificase de modo razonable su evidente infidelidad.

— María, no intentes justificar lo injustificable. Mira, hasta podría entender tu manifiesta permisividad –miré su cuerpo desnudo yaciente sobre la cama–. Conozco tu irrefrenable deseo sexual. También qué, quizá no obtengas la merecida recompensa cuando hacemos el amor y que siempre te quedes con ganas de más, pero yo te doy cuánto tengo...

—¿Cuánto tienes? –me interrumpió agitando la cabeza con lo que la negra melena medio cubría su rostro–. Tal vez si me dedicases más tiempo, en vez de repartirlo con tu Melissa ¡a lo mejor serías capaz de complacernos a las dos! – gritó, acusándome.

—Pe... pero... ¿qué tiene que ver Melissa con ... lo nuestro? –me pilló con el pie cambiado. Me sorprendió que María supiese de mi relación con la rubita, nuestra amiga de siempre.

—¿Olvidas Luis, que ella ha sido y es una de mis mejores amigas? Ayer mismo, bien temprano, hablamos por el móvil y entre otras cosas se quejó de lo desganado que estás últimamente –siseó mi esposa con sonrisa malvada–. Sé que aún os veis en su casa de Toledo y también que, en tus presuntos viajes, dedicas los días a revolcarte con mi amiga. ¡¡¡Claro, así tienes dos mujeres en las que descargar tus chorros de semen estéril!!!–, seguía gritando, aunque no me dejé intimidar.

—¡¡¡Vale ya, nena!!! –respondí en su mismo tono mientras me tumbé a su lado en la cama apartando la melena de su rostro–.         Sabes qué ambas sois mi perdición. Qué no puedo evitar la tentación de colarme entre las piernas de mi esposa, pero del mismo modo, tampoco estoy dispuesto a renunciar al culito que me ofrece mi amante. ¡Melissa está tan sola y triste...!

—También yo lo estoy, Luis –musitó María, girando su cuerpo aplastando los senos contra mi torso y enlazando mi cintura con el muslo–. Qué sepas que no me importa que folles con Melissa. Mejor con ella que con cualquier pelandusca. Lo que me irrita es que no seas capaz de entender que tu esposa igualmente tiene necesidades, pues aun amándote más que a mi vida no dejo de sentir atracción por otros hombres... así que, tendremos que encontrar un remedio que dé respuesta a nuestro problema.

Su mensaje me sorprendió. Para ella nuestro matrimonio no admitía obstáculo alguno, era sagrado. Es cierto que habíamos probado alguna aventurita compartiendo cama con un tercero, o tercera, aunque siempre juntos.

—¿Sugieres introducir en nuestro hogar un amante que me sustituya en mis viajes? –cuestioné dolido al pensar en que mi mujer iba a entregar aquello que juró preservar para su esposo en nuestra ceremonia nupcial.

—Pero, qué dices, Luis. ¡Nadie hollará nuestro hogar! y menos el sagrado vínculo que nos une –exclamó con tono indignado a la vez que se deslizaba sobre mi estómago con las piernas ya totalmente abiertas –. Me refiero a citas puntuales de un par de horas y solo de vez en cuando, lo justo para calmar mis ardores.

Mientras hablaba, no sé cómo lo hizo, pero mi erección estaba enterrada en su vagina. Me cabalgó como una amazona restregando el glande entre sus músculos vaginales que lo absorbían con furor con lo que la polla alcanzó el útero y ella empezó a temblar y desembocó en otro convulso orgasmo. Quedó desmadejada pegada a mi pecho y tras varios minutos gimiendo musitó en mi oído:

—¿Ves lo que pasa, amor de mi vida? Mi cuerpo pide sexo continuamente y tú ni siquiera te has corrido. Necesitamos recuperar el furor con el que me follabas antes.

—Pues mira, cielo, tus razonamientos me parecen justos –titubeé tras unos minutos de reflexión–. Entiendo que una mujer como tú no puede sentirse “programada” para toda la vida, amar a más de una persona ahora me parece lo más natural del mundo y ya no imagino que pueda ser distinto. Creo que necesitas un amante “oficial” urgentemente. ¿Te lo buscas tú o prefieres que lo haga yo?

—Esa no es la solución, Luis. Ni te imaginas las propuestas o insinuaciones que recibo cada día –respondió con una feliz sonrisa y mirada ensoñadora–. Además, no solo estamos hablando de sexo. Para eso ya tengo a Guille, el jovencito que siempre espera a que tú te vayas para colarse en mi cama y hacer que me sienta joven y deseada.

—Guille... mmm... ¡ah, el joven delgadito de la farmacia! ¿A él también te lo follas?

—Los lunes y miércoles de nueve a once –respondió tras consultar la libretita negra que guardaba en el cajón de la mesita, que usaba de agenda–, el chico es delgado, pero no puedes imaginar el tamaño de la porra señaló con los brazos, abriéndolos de forma desmesurada– y de gorda ni te cuento. Guillermo sabe apreciar el sabor de una mujer y cómo dejarme exhausta, el lunes se corrió cinco veces hasta que tuve que pararlo pues me ahogaba por el ímpetu juvenil...

—¡Entonces tema resuelto! Sabes que no me importa compartir a mi mujer con otros hombres. Eso sí, con las debidas precauciones sin olvidar la píldora o el condón. Mira, mejor ambas cosas, pues solo faltaba que te preñasen...

—Luis, sabes que detesto el látex, me gusta cuando noto resbalar la piel de las pollas en mis humedades mientras me la clavan hasta las profundidades –respondió a mi propuesta, tras dos minutos de silencio–.  Además, la píldora me produce efectos colaterales y eso también lo sabes.

—Desconozco esos efectos, nena, nunca me has hablado de ellos.

—Pues un estreñimiento brutal, te lo he dicho muchas veces, pero claro tú nunca me escuchas. Mira cariño, prefiero aceptar el riesgo del embarazo antes que dejar de disfrutar de las arremetidas de los chicos piel contra piel... sentir mezclarse nuestros líquidos en el cóctel del amor, estremeciéndonos por los lujuriosos orgasmos que consiguen a diario cuando tú no estás –hizo una pausa y siguió –. Aunque cuando estás tampoco cubres las necesidades de tu esposa. Desde hace tiempo he de simular el placer que no me das y que debo encontrar en otros machos.

—Te refieres a necesidades sexuales, claro.

—¡Vale, Luis! Llegó la hora de hablar claro y lo vamos a hacer los dos. Tú tienes una amante que compartes con su marido mientras que yo me quedo aquí a merced de cualquier hombre dispuesto a tirarse a una mujer madura, triste y solitaria. ¡Te comunico que he conocido a un hombre al que creo capaz de devolverme la ilusión perdida!

Me quedé en shock y sentí curiosidad sobre cómo funcionaría la ilusión de la que hablaba.

—¡Vaya, compruebo que ya has elegido mi sustituto! Te recuerdo que a eso ya contesté. Eres libre de abrir las piernas a quien desees y cubrir tus necesidades y esa ilusión de la que hablas.

—Hablo de necesidades sexuales y emocionales, Luis. Tú y yo nos queremos, pero hace tiempo que perdimos la chispa de la pasión. Necesito volver a sentirme amada; él parece que me desea de lo demás me ocuparé yo. Le obligaré a que se enamore de mí y sé cómo hacerlo pues los hombres sois previsibles, se trata de alimentaros con carne y de eso sabes que me sobra experiencia.

—¿Y quién es él? ¿A qué dedica el tiempo libre? –canturreé la bonita canción de Perales.

—¡Por favor, no te burles! Es italiano y se llama Paolo. Me ha propuesto que convivamos. Incluso me ha hablado de boda, fíjate, tiene 29 años y me dice cosas tan dulces que a veces me recuerda a nuestro noviazgo. Me está volviendo loca y estoy sopesando la idea de entregarme a Él en cuerpo y alma. Mira, esta es su foto.

Me mostró la fotografía que sacó del cajón de su mesita ( el cajónde los secretos ). Pude ver la imagen de un hombre joven, moreno y de torso cultivado. Posaba en alguna playa desierta en bañador blanco y muy muy ceñido, tanto que marcaba un bulto grueso y largo extendido apuntando hacia las nubes.

—¡Jooooder nena! Vaya armamento que se gasta el tío. – exclamé realmente impresionado.

—¿A qué es mono? La foto se la saqué yo en la playa de la Malvarrosa de Valencia hace dos fines de semana.  Esa mañana la tenía en reposo, no creas, pues la noche la habíamos pasado follando como locos, destrozándonos ambos como mandriles...

Repasé mentalmente lo que estaba contándome mi esposa. Intuí que la relación con el tal Paolo iba más allá de un simple capricho y no podía quejarme, ese fin de semana lo pasé en Toledo en brazos de mi otra mujer: Melissa.

—Entonces... ¿vas a aceptar su propuesta de matrimonio, cariño? – musité mirando sus ojos, al tiempo que una cruel sensación de abandono me invadía, pues si bien Melissa completaba mi vida sexual, ella ha sido mi fiel esposa durante los últimos quince años entregándome su amor infinito...

—¡Qué va! Le he explicado a Paolo que soy una mujer casada y enamorada de mi esposo, así que no veo otra solución que no sea la de convivir los tres.