El secreto de Lichita
Nada hay que se le compare a un triángulo que surge inesperadamente.
E L S E C R E T O D E L I C H I T A
A Lichita la conocí en el trabajo, era la encargada del área de control de calidad; además del carácter y la personalidad que exigía su puesto poseía una impactante belleza. Desde que la vi por primera vez me atrajo su figura esbelta, sobre todo sus caderas las cuales movía de modo sensual al caminar. Si uno iba detrás de ella era imposible no fantasear que un día ella caminara desnuda delante de uno.
Cierto día que compartimos un pequeño brindis para festejar al gerente de la empresa, al calor de los tragos descubrimos que teníamos mucho en común por lo que me invitó para que ese fin de semana fuera con ella y su pareja a tomar unas copas. Ese viernes, al encontrarnos en un agradable bar, conocí a González, su esposo, un individuo sano y de aspecto jovial. Pasamos una velada excelente los tres y acordamos reunirnos en fecha próxima para afianzar el lazo de amistad reciente.
La siguiente reunión fue en casa de ellos, lugar al que llegué con una botella de Appleton oro y un ramo de rosas rojas; detalle éste último con el que quedó encantada. De inmediato Lichita sirvió tres vasos y brindamos por la ventura de estar reunidos. Después de tres rondas de tragos y de una cena deliciosa pasamos a la sala; González quitó la música suave que había imperado, puso algo apropiado y le sugirió a Lichita que bailara conmigo. Cuando bailábamos abrazados, gozando el roce de nuestros cuerpos, se hizo presente González, abrazando a Lichita por la espalda para unirse a nosotros. Al principio hubo cierta incomodidad para acoplarnos a la música, pero al cabo de unos minutos nos movíamos como si toda la vida hubiéramos bailado en trío. Fue maravilloso sentir la entrepierna de Lichita rozar mi lanza, que se había despertado y pugnaba por anidarse en algún lugar acogedor.
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Ignoro quién empezó la acción pero de repente comenzaron los escaeceos, los besos, el intercambio de caricias; de pronto Lichita detiene nuestros impulsos y advierte, con cierta agitación, "por esta ocasión sólo deseo que tengamos un momento agradable, intercambiando caricias, besos y nada más". Puesto el límite prometí ceñirme a él y llegar hasta donde lo había establecido Lichita.
Tomamos asiento en un sofá, Lichita se sentó en medio y en silencio despachamos los tragos. Me levanté y fui a preparar la siguiente ronda y volví a ocupar mi lugar en el sofá. González tomó la iniciativa y comenzó a desabotonarle la blusa a Lichita; ella sonriente, viendo a su pareja que batallaba para destrabar los botones, le reclama complaciente: "¿qué haces degenerado?" Bastó un movimiento de ella para que sus senos quedaran bamboleándose al aire, dispuestos a la caricia. González se posesionó de un pezón, llevándolo a su boca y yo lo secundé prendiéndome de la otra punta sonrosada, haciendo que Lichita emitiera sus primeros gemidos. Yo tomé la mano de Lichita y la llevé hasta mi bragueta para que constatara la erección que se manifestaba por encima del pantalón; ella correspondió a la propuesta y deslizó su mano sobre mi tranca con cierto desenfado; luego extendió el otro brazo para estimular la entrepierna de González, que parecía carpa.
Cuando disfrutábamos como poseídos aquel banquete sexual, Lichita se puso de pie y anunció que iba a su recámara, dejándonos a su pareja y a mí confundidos. Pensé que era una táctica de ella para que la experiencia no rebasara los límites que se había señalado. Al cabo de unos minutos regresó envuelta en un ropaje transparente y se acomodó en el mismo lugar que había dejado. Dispuesto a que el evento mantuviera el grado de excitación al que lo habíamos llevado, me bajé el cierre del pantalón, liberé mi tranca, que pedía a gritos ser liberada de su encierro, y luego de sacudirla atraje a Lichita para que la apreciara en toda su extensión. Luego de mirarla unos instantes la tomó, con cierto nerviosismo, y comenzó a acariciarse el rostro con ella; enseguida la engulló con sumo deleite.
González se despojó de su ropa y blandiendo su miembro se lo acercó a Lichita, quien chupaba mi reata extasiada, con los ojos cerrados; pero en cuanto sintió en su mejilla el leve golpeteo del miembro de su pareja, giró el rostro y sin abrir los ojos recibió en su boca la punta endurecida que se le ofrecía.
En lo que González disfrutaba como enloquecido la faena que le hacía Lichita, separé las piernas de ella y me deleité acariciando la vellosidad de su vizcochito.; Lichita dio un respingo cuando sintió que mi lengua se deslizaba a lo largo de raja y culminaba en su clítoris. Detuve mi estímulo para desvestirme, momento que aprovechó González para recostar a Lichita en el sofá, acomodarse las piernas de ella en los hombros y en esa posición hundirle la verga. Lichita emitió un quejido placentero y comenzó a acoplarse a las embestidas de su pareja. Yo no perdí oportunidad y le arrimé mi lanza a Lichita, que no dejaba de gemir, y volvió a tragársela con placer desmedido.
Ahora Lichita mamaba la estaca de González espléndidamente, ofreciéndome su maravilloso trasero que tantos deseos ocultos me habían despertado. Me coloqué detrás de ella y luego de sentir en mis manos aquel par de globos maravillosos, los separé para extasiarme con el encantador círculo oscuro que había al centro y parecía llamarme. Presa del deseo, le di unas estocadas en su ranura, que estaba húmeda, para lubricarme la verga y enseguida la coloqué en la entrada de su círculo, hundí la cabeza, ella vibró ligeramente pero no rechazó la acometida; dada su aceptación se la deslicé suavemente y no me detuve hasta que la penetré en su totalidad. Una vez que gozaba el garrote que se abría paso por su trasero, alcanzó a balbucear: "no puedo creer que esté haciendo esto y menos que lo goce de esta manera".
No hay palabras para describir el deleite que sentía al ver como mi tranca entraba y salía del orificio de Lichita. El ritmo de mis embestidas se hicieron más intensas, ella, presintiendo la proximidad del orgasmo, solicitó entre gemidos: "¡dame tiempo para que acabemos juntos!". González, que ya se había venido, observaba la escena a unos pasos. Bastaron unas estocadas para que Lichita comenzara a convulcionarse y a gritar enloquecida: "¡me vengo... me vengo...!", aprisionando mi lanza con su esfínter, lo que me llevó a disfrutar la mejor venida que he tenido hasta el día de hoy. Ya que terminamos los dos estábamos bañados en sudor. Cuando recobramos cierta calma Lichita dijo que era la primera vez que experimentaba una penetración anal; que no lo había permitido por influencias arcaicas que le infundiera su familia; que nunca imaginó que pudiera gozarse tanto.
También señaló que le fue imposible detenerse a tiempo y controlar la experiencia como lo había pensado.
Estos maravillosos encuentros los disfrutamos en repetidas ocasiones y llegaron a su fin cuando Lichita propuso, con toda la seriedad del mundo, que como funcionábamos tan bien en el plano sexual me fuera a vivir con ellos para convivir cómodamente los tres, al parecer con la anuencia de González, idea que rechacé de inmediato al pensar que aquello perdía la magia de la aventura para convertirse en una obligación que debía asumir cotidianamente, rol que no estaba dispuesto a jugar. Todavía me parece ver su hermoso rostro bañado en lágrimas, insistiendo: "piensa mi propuesta y me respondes al cabo de unos días, no me rechaces ahora...".