El secreto de la secretaria

Sam está ansiosa por salir el fin de semana de la oficina, pero inesperadamente, su jefe el señor Damián Black le pide que se quede a unas “horas extras”.

El reloj de la computadora marcaba 4:45 de la tarde, lo que significaba que en quince minutos sería libre por dos largos días.

Sam Beltrán se recargó en el respaldo de su asiento para descansar su cuerpo en la recta final de la semana laboral y su cansancio no era para menos, después de todo, ser la secretaria de Damián Black, uno de los hombres de negocios más importantes de la ciudad, no era poca cosa y esa semana había sido especialmente pesada, pero al fin, solo unos minutos más de espera si nada ocurría y podría mandar todo al diablo.

Uno podría pensar que una chica como Sam tendría pensado algo muy alocado para su fin de semana, después de todo su aspecto atractivo iba acorde con el de una chica que se la vivía en fiestas y bares. Era bajita, apenas de 1.60, pero tenía unos grandes ojos enmarcados por unos lentes de montura delgada, de labios gruesos, tez blanca, delgada, de piernas bien torneadas, con un largo y lacio cabello negro y unos senos, que según se animaban sus compañeros de trabajo a adivinar, serían de talla 38 D, que iba muy bien con su uniforme de secretaria, una blusa blanca y una falda negra lisa que le llegaba hasta las pantorrillas. Pero la realidad era totalmente diferente: Sam no tenía mucho interés en la vida social y de hecho, su idea de un relajante fin de semana era estar aplastada frente al televisor con su gato viendo dramas coreanos en Netflix.

Justo estaba pensando entrar a internet para ir eligiendo el drama que vería el fin de semana, cuando el botón de su intercomunicador empezó a parpadear, indicando que su jefe quería verla. Resopló; lo que le faltaba, que saliera un pendiente justo a pocos minutos de ya irse.

Oprimió el botón y respondió:

—Dígame señor Black, ¿qué se le ofrece?

—Señorita Beltrán, ¿puede venir por favor a mi oficina? —respondió una voz firme y varonil para luego terminar la comunicación.

Sam suspiró, esperaba que fuera un pequeño encargo que pudiera hacer en unos minutos para irse justo a tiempo de la oficina y continuar con su planeado fin de semana.

Se acomodó los lentes, se levantó de su escritorio y se dirigió a la puerta a su derecha que llevaba al despacho de su jefe. Entró a la oficina y le recibió el despacho que se esperaría de un importante hombre de negocios: las paredes estaban recubiertas de alfombra de color café, en la cual había colgados varios cuadros que iban desde títulos hasta reconocimientos, pasando por fotos del dueño del despacho con varios clientes en diversas ciudades del mundo, había una mini sala en el centro del despacho, un mini bar y hasta el fondo, un escritorio de cristal tras el cual y oculto detrás de tres monitores, se encontraba el famoso Damián Black, un hombre ya entrado en sus cuarentas, pero que aún se las arreglaba para verse bastante joven y apuesto, con su cabello negro bien peinado, una barba que le daba un aspecto varonil y un cuerpo atlético que delataba que gran parte de sus horas libres se le iban en el gimnasio.

Sam tenía que aceptar que, inspirada por esas novelas rosas que se habían puesto de moda últimamente, había fantaseado con que ese hombre se enamoraba de ella y ambos vivían una emocionante historia romántica que concluía con ellos dos casados, pero la secretaria tenía que aceptar que eso solo ocurría en la ficción.

Black se encontraba tecleando algo en su computadora así que a Sam no le quedó de otra más que esperar las instrucciones de su jefe. No tuvo que esperar mucho, porque lo que fuera en lo que estuviera trabajando, lo terminó rápido y miró a la secretaria.

—Listo Sam, ya te puedo decir para qué te llamé poco antes de tu hora de salida.

Su jefe sonreía, Sam se imaginaba que no venía nada bueno. Black continuó:

—Verás Sam, voy a necesitar que te quedes horas extras .

El cerebro de Sam mandó una señal para que la decepción en su cara fuera visible ante la instrucción que menos quería escuchar, pero nada pasó, de hecho, la señal se perdió mucho antes de que el cerebro pudiera mandarla porque de cierta forma, al escuchar la frase “horas extras”, se había detenido por completo.

Y el cerebro de Sam no era el único que parecía haberse congelado: su cuerpo también. Los ojos de Sam se quedaron bien abiertos, su boca parcialmente abierta y su espalda y sus brazos se quedaron rígidos, tomando una pose de “muñeca Barbie”.

Black sonrió; había funcionado, como siempre.

Hacía unos meses navegando por la Deep Web, Black había dado con un sitio con varios software de uso “cuestionable”, la aplicación que más le llamó la atención se describía como una que usaba la pantalla de un dispositivo electrónico para bombardear a su usuario con cientos de mensajes subliminales por segundo, por lo que al podérselo permitir, le pagó al creador una pequeña fortuna por él.

Había decidido probar su nuevo juguete instalándolo en la PC de su secretaria y tras una semana, se dio cuenta de que todo funcionaba tan bien como el developer había prometido: la frase gatillo que había instalado en la programación del software sometía a la pequeña pelinegra a un poderoso trance hipnótico donde obedecía todo lo que él le dijera sin protestar y él sabía muy bien que uso darle a su pequeña muñequita.

Se puso de pie y fue hasta una de las paredes de su oficina y abrió una puerta secreta.

—¿Vienes querida Sam? —preguntó Black con un tono meloso de voz.

—Sí —respondió la secretaria con un tono carente de emociones, pero aún así obediente.

El cuerpo de muñeca que ahora tenía Sam empezó a moverse en dirección a Black y entró a aquella habitación en la que ya había estado tantas veces, aunque fuera incapaz de recordarlo, y entonces Black encendió la luz; si Sam hubiera estado consciente, por lo menos un grito de sorpresa sí habría soltado.

Se encontraba en todo un calabozo sexual. Las paredes estaban tapizadas de los más variados juguetes sexuales del tipo sadomasoquista: máscaras y correas de cuero, dildos de todos los tamaños y colores, collares, látigos y otros objetos que ella no sabría reconocer porque eso, al menos de manera consciente, no era lo suyo.

Black mientras tanto se acercó por detrás a Sam, la tomó por los hombros y mientras le besaba el cuello le susurró en el oído:

—Ya sabes qué hacer.

—Sí —dijo mansamente la secretaria.

Black se separó un poco para darle espacio a la chica mientras esta comenzaba a quitarse la ropa. Comenzó por la blusa, luego la falda, y luego el conjunto de lencería blanca no tardó en estar también en el piso. Al final, de ropa la muchacha solo llevaba los zapatos negros de tacón.

Black se dio un momento para admirar el cuerpo de la muchacha, poniendo especial atención en las tetas de esta, grandes bolas de nieve con pezones rosados, y su pubis totalmente depilado, tal y como él le había “convencido” de hacerlo mediante algunas órdenes post hipnóticas.

—Al centro de la habitación —ordenó Black y con movimientos mecánicos, Sam se colocó en el centro de la habitación donde ya había una estructura conformada por unos tubos cuyo propósito era más que evidente.

Black entonces fue a una de las esquinas de la habitación y tomó una cuerda de nylon, regresó con la muchacha y con gran habilidad que denotaba que no era la primera vez que hacía eso, ató a la chica por el pecho y cintura, para luego pasar la soga por la estructura de tal forma que si Sam levantaba las piernas, quedaría colgada, pero todavía faltaba para eso. Black tomó la pierna izquierda de la muchacha y la levantó de tal forma que quedara cerca de la muñeca izquierda de esta y comenzó a atarlas juntas y una vez terminó hizo lo mismo con las extremidades derechas de su secretaria, logrando que ahora sí quedara suspendida en el aire, viéndose como una graciosa parodia de una piñata.

Black sonrió por su obra, pero no se detuvo. Regresó a la esquina de la habitación y volvió con unos aditamentos: un collar con una punta metálica bajo el mentón que obligaría a Sam a mantener la cabeza levantada y un antifaz de cuero negro. Le puso ambas prendas a la chica y sonrió por la imagen, que aunque todavía no estaba completa, bastaba para provocarle al empresario una erección que amenazaba con perforar su pantalón.

—Oral —ordenó el sádico hombre y entonces la muchacha abrió más la boca para permitir la entrada de un falo.

Black se desabrochó el pantalón de vestir color negro y liberó su polla erecta y rojiza por toda la sangre acumulada, babeando ya mucho líquido preseminal producto de estar esperando su momento de entrar en escena.

Black pasó el glande babeante por los labios de la muchacha y luego sin ninguna ceremonia, metió de lleno su pene en la boca de la chica con cuidado de no toparse con los dientes de esta en su camino hasta su garganta.

Sam nunca había hecho un oral en su vida, al menos no de manera consciente, pero las horas de programación subliminal al que le había sometido el software escondido en su computadora le habían dado todas las instrucciones para saber qué hacer, así que atrapó ese pene con sus labios y comenzó a chuparlo como si se le fuera la vida en ello.

Hubiera comenzado a mover la cabeza, pero la posición en la que estaba se lo impedía, por lo que fue Black quien empezó a mover su cadera para follar la boca de la muchacha.

La felación duró un par de minutos y Sam era tan buena en su trabajo que casi hizo que su jefe se viniera, pero el empresario se obligó a salir de la boca de la muchacha porque todavía no quería que la diversión terminara. Miró como de la boca de la muchacha ahora escurría una gran cantidad de saliva y de su propio líquido preseminal y sonrió, luego fue a uno de los estantes y regresó con una gag ball que puso en la boca de la muchacha para que esta no pudiera hablar o gritar para lo que se venía.

Una vez que la bola de hule estuvo bien sujeta entre los dientes de Sam, Black le acarició el cabello y susurró una frase:

— Se terminó el tiempo extra .

Fue como si alguien hubiera encendido la electricidad de vuelta en su cerebro. Sam recuperó la consciencia y sobra decir que lo que ocurrió después fue terror puro, cuando la muchacha se encontró a sí misma suspendida en el aire, con las extremidades atadas, un collar en el cuello que no le dejaba mover la cabeza, la vista tapada y una bola de hule metida en la boca.

Black miró con una sonrisa los vanos intentos que hacía Sam por liberarse, pedir ayuda o por lo menos comprender qué era lo que estaba pasando, y con esa gran sonrisa fue de vuelta al estante y regresó con unas pinzas con las cuales, apretó con fuerza los erectos pezones rosados de la secretaria, quien respondió a esa agresión con primero un gemido y posteriormente un llanto ahogado gracias a la gag ball.

Terminada esa tarea, Black tomó el cabello negro de la muchacha y lo ató en una cola de caballo, solo para realizar lo que iba a hacer después: regresó con un gancho de metal el cual en uno de sus extremos tenía una pequeña cuerda también de nylon. La cuerda la ató al cabello de la chica y luego llevó el gancho hasta las nalgas de la muchacha. Con su dedo jugueteó con el ano de Sam, la cual protestaba y se sacudía por lo que intuía que iba a pasar, pero lo que ocurrió fue peor incluso que lo que ella esperaba: sintió como una bola fría de metal empezaba a introducirse en su ano, expandiéndolo poco a poco y después, un largo tubo de metal se metía por ahí siguiendo el camino que abría la bola.

Black se separó un poco para admirar su obra de arte, como Sam se sacudía entre la incomodidad, el llanto… y el placer culpable que sentía (una pequeña travesura que Black había hecho con la programación subliminal: convencerle de que ese dolor era placentero al fin y al cabo). Lo que solo hizo que su polla volviera a arderle como antes de la mamada de la muchacha, así que decidió pasar al plato fuerte.

Se colocó detrás de Sam y observó ese coño rosa indefenso pidiendo a gritos ser penetrado. Tomó su pene y comenzó a acariciar los labios de esa sonrisa vertical mientras que Sam, al sentir lo que iba a pasar, volvió a sacudirse intentando evitar ser penetrada, pero era inútil, tanto las ataduras, como el collar, como el gancho en su ano le hacían muy difícil que se moviera para proteger su vagina de ser profanada, por lo que al final pasó lo que tenía que pasar: de una sola estocada, Black llevó su verga hasta lo más profundo de ella.

Sam solo gimió al sentir como ese pedazo de carne caliente la penetraba hasta que sus nalgas sintieron la cintura de ese hombre. Pero la cosa no paró ahí, pues el sujeto la tomó de la cintura y empezó a embestirla con violencia, sacando y metiendo su verga en su interior con una fuerza y velocidad que ella nunca antes había sentido.

Y lo peor de todo es que ella no quería disfrutarlo, pero le era imposible. La fuerza con la que ese hombre la penetraba no era como la de cualquiera de sus otros compañeros sexuales que había tenido y además, tanto las embestidas como las nalgadas que le daba de tanto en tanto movían el gancho que estaba metido en su ano, estimulando esa zona logrando que el placer se duplicara, lo que a su vez provocaba que sus pezones se hincharan, pero al estar aprisionados por esas pinzas, solo le provocaban dolor… un delicioso dolor.

Pronto la mente de Sam sucumbió ante el placer y dejó de sentirse ultrajada para empezar a disfrutarlo, comenzando a desear que ese hombre la denigrara todavía más.

Luego de un par de orgasmos de la chica, al fin llegó el turno de Black, quien sintió su polla explotar tras una última embestida que llevó hasta lo más profundo de Sam y dejó que su semen saliera sin problemas mientras la secretaria solo sentía como esa sustancia caliente le inundaba las entrañas.

Black sacó su polla de la muchacha y pronto el líquido blanquecino comenzó a fluir del interior de esta, cayendo en gotas al suelo.

El hombre se dio un momento para respirar e ir por una bebida hidratante. Había tenido un orgasmo, pero quería más. Esa iba a ser una tarde muy larga.


—Sam, ¿me escucha?

La secretaria se sobresaltó, miró a su alrededor y se vio en la oficina de su jefe.

—¿Pero qué…? —se preguntó algo desorientada. Miró por la ventana y vio que ya había oscurecido.

—Una disculpa Sam —continuó su jefe—. Me atrapé más de lo necesario en mi junta y se me fue el tiempo, fue grosero de mi parte tenerla por horas ahí parada.

—No… no se preocupe señor —dijo Sam con una sonrisa nerviosa, después de todo, al parecer se había quedado dormida de pie. ¿De verdad estaba tan cansada?

—Vaya ya a casa Sam —dijo Black con una gran sonrisa—. Y no se preocupe, me encargaré de pagarle por este pequeño descuido mío.

—O-ok —dijo la muchacha todavía desorientada—. Mu-muchas gracias.

Se dio la vuelta y dio un paso para salir de ahí, pero de pronto se detuvo, sintió un fuerte dolor el ano.

—¿Todo bien? —preguntó Black al ver como a Sam se le doblaban las rodillas.

—Nada jefe, nada —dijo Sam con una sonrisa nerviosa—. Solo tengo las piernas cansadas por el rato que estuve de pie.

Y ambos rieron antes de que Sam al fin saliera de su oficina.

Una vez a solas, Black sonrió y bajó la mirada a su pantalla. En ella se veía una foto tanto del ano como del coño de Sam, ambos bastante dilatados y rumiando semen.

Afterwords:

Este relato fue una comisión por parte de uno de mis estimados lectores (si estás leyendo, perdón porque salió tanto en salir).