El secreto de Karina

Un viejo amigo visita a una pareja y remueve el pasado.

Karina llegó a su casa cansada por el largo día de trabajo. Eran las nueve de la noche, y pensaba sumergirse en su rutina habitual: cocinar algo rápido, ver alguna serie en Netflix junto a su hija Brenda y a su marido Martín, y después, si ambos tenían ganas, encerrarse con Martín en el cuarto para echarse un buen polvo antes de dormir. Así de simple era su vida, y no le molestaba; aquella monotonía sólo era quebrada por algunas salidas a comer afuera, y unas escapadas a la costa en vacaciones, o en un fin de semana largo. Con eso le alcanzaba para ser feliz.

Pero cuando llegó a su casa se encontró con una sorpresa que perturbaría la apacible vida que llevaba hasta ahora: Un hombre joven pero canoso le sonreía desde un sillón del living.

— ¿Javier? — Preguntó, y cuando terminó de reconocer al hombre que no veía desde hacía casi una década, saludó contenta — ¡Hola Javi, tanto tiempo!

Su marido Martín llegó de la cocina con dos vasos de cerveza.

— Hola mi amor, por fin llegaste, mirá quién nos vino a visitar.

— Cómo andás Kari — saludó el visitante, poniéndose de pie y dándole un cálido abrazo.

Karina aspiró su olor, mientras apoyaba el mentón en los hombros anchos y fuertes de su viejo amigo. Le pareció que usaba el mismo perfume de antaño, cuando todavía vivía en Buenos Aires, el mismo perfume que sintió muchas veces en el pasado, mientras él la penetraba y ella le arañaba la espalda. La imagen la hizo ruborizarse, así que se apartó de él, esperando que ni su amigo ni su marido se hayan dado cuenta.

Javier había venido a Buenos Aires a resolver unas cuestiones sobre la sucesión de su padre que había muerto un par de años atrás.

— No sabía nada, lo siento mucho. — le dijo Karina avergonzada por su ignorancia.

— No pasa nada, en realidad no se lo había contado a nadie.

Cambiaron de tema enseguida para evitar deprimirse, Javier les contó de su vida en San Luis: estaba orgulloso de vivir en un lugar lleno de verdor, donde los delitos todavía eran una cosa inusual, un lugar donde uno podía vivir cómodamente teniendo un trabajo cualquiera.

Pidieron una pizza y se fueron a la cocina. Su hija Brenda se les unió y Karina se alegró de que, por una vez, se comportara amable y sociable con una visita. La adolescente pareció llevarse bien con Javier casi instintivamente. Eso hizo que Karina se estremeciera por dentro: una duda que albergaba hacía casi dos décadas estaba resurgiendo con fuerza.

Pero no se dejó atormentar por sus miedos, y se comportó como una buena anfitriona.

Cuando Javier amagó con irse, tanto ella como Martín se opusieron rotundamente a que duerma en un hotel.

— Quedate tranquilo que tenemos un cuarto de más. — comentó Martín.

— Bueno, espero no molestar.

Javier se quedaría tres días en Buenos Aires y los pasaría en la casa de los amigos. Karina esperaba que el miedo y la culpa no la atormentaran durante ese tiempo, y sobre todo esperó no ceder a la tentación. Lo había logrado durante mucho tiempo, desde hacía diecinueve años que había tenido el desliz con Javier, y después de eso, ante varios intentos tentadores de él, pudo resistir estoicamente. Luego él se mudó a San Luis y todo fue más fácil.

Cuando la saludó con un beso antes de ir a dormir, le susurró al oído “estás más buena que nunca”. Esto indignó a Karina, porque su marido estaba muy cerca y podía haberlo oído, además, cómo podía ser tan descarado. Javier siempre fue tan amigo de ella como de Martin, y sin embargo el visitante no dudaba en intentar seducir a la esposa de su amigo en su propia casa. Siempre fue un tramposo, pensó. Esta certeza hizo que se sienta decepcionada y se aferró a eso para no caer en la tentación.

Una vez en la cama se desnudó y se abalanzó hacia su marido.

— Cogeme como a una puta. — le pidió.

Martín se sorprendió, nunca le había pedido algo así, y en todo caso, no terminaba de comprender cómo creía ella que se cogían a las putas. Pero le siguió el juego: la dio vuelta bruscamente, y la penetró con violencia, sin preocuparse por el goce de ella, agarrándole de los pelos, haciéndola gritar. Ella disfrutó de la salvaje cogida, y trató de convencerse de que no necesitaba otro macho que no fuera Martín. Pero estando boca abajo, con la cara encima de la almohada, imaginó varias veces que estaba siendo penetrada por Javier.

Para Brenda tampoco pasó desapercibida la visita del amigo de sus padres. Lo recordaba de cuando era chica, que la subía a sus rodillas y le daba muchos besos en los cachetes, por ese entonces enormes. Mientras cenaban, más de una vez se imaginó en las rodillas de Javier, sintiendo su miembro en las nalgas. Lástima que ya estoy grandecita, se decía.

Le gustaban los hombres maduros. Sus amigas la convencieron de que en la cama eran mejores que los pendejos de su edad, porque tenían experiencia y sabían qué cosas les gustaba a las mujeres y cuándo hacerlas. Además, Javier era muy fachero: a sus cuarenta años tenía un físico imponente. Era de esos tipos seguros, que sabían un poco de todo y siempre decía la palabra justa en el momento oportuno. Y ese pelo gris, lejos de hacerlo parecer viejo, le daba un atractivo extraordinario, y combinaba perfecto con sus ojos azules. Esa noche, mientras escuchaba a sus padres gemir en la otra habitación, llevó su mano por debajo de la bombacha y se masajeó hasta acabar, casi al mismo tiempo que su madre.

Javier estaba arrepentido de ir a visitar a sus amigos. Desde que había ido de Buenos Aires comenzó a sentirse una mejor persona. En realidad, siempre lo fue. Pero Karina, sin darse cuenta, lo pervirtió. Desde que tiene memoria sintió lujuria por esa mujer, y cuando se enteró de que era la novia de su amigo ya era demasiado tarde. Un día fue a llevarle a Martín un bolso que quedó en prestarle para las vacaciones que iba a hacer con su novia. En ese tiempo ya llevaban un año en pareja, pero la atracción que habían sentido antes de saber que ambos conocían a Martín seguía latente, y cada vez que se veían, el deseo parecía estar flotando en el aire.

Casualmente, esa tarde Martín no estaba en casa. No recordaba en dónde estaba su amigo, pero esa ausencia fue el detonante de todo: Javier la abrazó y besó apasionadamente. Ella le dio un cachetazo, pero cuando la atrajo hacía él nuevamente ya no puedo resistir. La tumbó en el piso, la desnudó en un santiamén, y la penetró con las ganas y la pasión con que se hace todo lo que está prohibido.

A ella le gustaba mucho acostarse con él, porque la poseía sin permiso, y con violencia. Cogieron muchas veces ese año, pero en un punto ella dijo basta. Estaba a punto de casarse con Martín y si ya se sentía una puta en esa circunstancia, si lo seguía haciendo estando casada, se sentiría una miserable.

Javier intentó muchas veces seducirla, pero todos los intentos fueron estériles. Durante largos años intentó buscar otra mujer que lo haga olvidarse de la locura de cogerse a la mujer de su amigo, pero no pudo, nada lo calentaba tanto como ese deseo prohibido. Finalmente, un buen día se le presentó una oportunidad de trabajo en San Luis y no dudó en aprovecharla. De esa manera se obligó a no ver regularmente a sus amigos, y su pasión por Karina se fue desvaneciendo paulatinamente. O al menos eso creía.

Ahora que estaba en la casa de sus amigos se daba cuenta de que la atracción por esa mujer no había desaparecido, sino que se había guardado en algún lugar muy profundo y había resurgido ahora, con más fuerza que nunca. Karina estaba, si se puede, más buena que cuando era una pendeja, pensaba torturado. Era una morocha de piel oscura con labios gruesos. Sus pechos, pequeños pero firmes eran bellos, pero no eran su fuerte. Su trasero sí lo era. A sus cuarenta años se había mantenido firme, y con los pantalones de jean que usaba, los marcaba de una manera deliciosa. Le costaba no voltear a mirarla. Tenía mucho cuidado de no hacerlo en presencia de Martín, no quería que su amigo sospechara algo justo ahora, después de tantos años de secreto.

Y para colmo también estaba su hija, Brenda. Una réplica en miniatura de ella. Al menos en lo físico. Era idéntica a su madre según lo recordaba, aunque tenía el culo más grande. Pero Brenda era más vulgar e infantil de lo que fue Karina. Aun así, era muy simpática con él. Estaba todo el tiempo dispuesta a ir a comprarle los puchos o servirle un vaso de cerveza, algo insólito según comentaba el padre, ya que la chica no se caracterizaba por ser tan amable.

Le dio bronca la inocencia de su amigo. Por actitudes como esas se arriesgaba a que cualquiera se acueste con su mujer. No veía lo obvio, y al igual que nunca sospechó su relación con Karina, tampoco parecía percibir la calentura de la pendeja, quien no paraba de menear el orto cada vez que lo veía, y no perdía oportunidad de tocarle las piernas cuando conversaban.

Una mañana la chica salió del baño recién duchada, tapada únicamente con una pequeña toalla que cubría sus tetas y llegaba apenas hasta el final de las nalgas. Entró a su cuarto sin apuro, con el cuerpo mojado y brilloso, refregándole su hermosura en la cara.

No sabía si iba a poder aguantar tanta tentación. Como casi todos los hombres, siempre tuvo la absurda fantasía de cogerse a una madre y a su hija. Y ahora, esa fantasía estaba a un paso de ser cumplida. Porque Karina tampoco se había olvidado de él, se le notaba en la cara, y su incomodidad cuando se quedaban unos segundos a solas, reafirmaba su certeza. Ella también temía ceder a sus impulsos.

Pero debía soportarlo, no le podía hacer eso a su amigo, no de nuevo.

Una madrugada Brenda escuchó que alguien entró al baño, y esperando que se tratara de Javier, se dirigió también al baño, para encontrárselo “casualmente”. Cuando terminó de caer el largo chorro de pis, salió Javier, que estaba con un short y una remera.

— Hola Javi ¿ese es tu pijama? — preguntó burlona.

El pijama de ella, era, en cambio, su ropa interior: Una bombacha blanca con unos detalles en rosa, y el corpiño del mismo color. Se metió al baño al mismo tiempo que él salía y en ese espacio reducido fue imposible no rosarse. Además, ella le dio la espalda, mostrándole su trasero grande y redondo que a él cada vez le gustaba más. Cuando le rozó las nalgas ella se dio vuelta y le sonrío.

— Chau Javi, nos vemos en el desayuno. — le dijo en un susurro.

— Chau Bren. — saludó él, percibiendo, con vergüenza, que su miembro se estaba despertando.

Brenda se preguntaba, divertida, si Javier resistiría a sus avances durante el último día que le quedaba en Buenos Aires.

A la mañana desayunaron los cuatro juntos. Martín se fue a trabajar temprano. Javier salió a hacer los trámites relacionados con la sucesión, como hacía todos los días, para luego volver al atardecer. Karina se sorprendió sintiendo una punzada de celos al preguntarse si su huésped tenía una mujer a la que visitaba en Buenos Aires. Después de todo, siempre se ausentaba por muchas horas.

Ella tenía el día libre en el trabajo y Brenda se había ido al mediodía a la casa de una amiga, por lo que quedó sola.

Se decía que solo debía aguantar un poco más y sería libre. Ya no sentiría esa atracción infantil por su amigo. No permitiría que su familia se destruya por una calentura absurda. Sólo debía aguantar la cena, y al día siguiente. Después del desayuno, se despedirían.

Aprovechó el tiempo a solas para hacer ejercicio. Puso en el televisor del living el canal de YouTube donde un negro grandote daba clases de zumba. Hace días que no lo hacía. No debía perder la costumbre, a sus cuarenta años debía esforzarse por mantener las nalgas firmes y erguidas, y las piernas fuertes. Se puso la calza negra y una musculosa del mismo color. Puso el video de cuarenta y cinco minutos y comenzó con la rutina.

Al rato ya estaba bañada en transpiración. Mientras levantaba las piernas como lo indicaba el instructor de la televisión, sentía un repentino calor entre las piernas. No pudo evitar que la imagen de Javier se le cruzara por la cabeza. La imagen de él penetrándola. No voy a ceder, se decía, no soy una puta y ya no soy una pendeja, se repetía a cada momento. Entonces escuchó la puerta principal abrirse. Asumió que era Brenda que ya volvía de lo de su amiga, así que siguió con el ejercicio.

Javier atravesó la puerta y la encontró agitada, con la ropa empapada y la cara y los brazos chorreando transpiración.

— Que sexy estás así, toda sudorosa. — le dijo sonriendo.

Ella apagó el video y le preguntó:

— ¿Por qué viniste tan pronto?

— Por suerte terminé rápido. Ya no tengo nada más que hacer. Lástima que saqué los pasajes para mañana, si no, me iba hoy mismo.

A ella le indignó el comentario, pero no dijo nada al respecto.

— Me voy a bañar — comentó.

Cuando le dio la espalda, Javier le miró el culo con deleite.

— Te hace bien el ejercicio. Te mantiene levantado ese culito hermoso que tenés.

— No seas desubicado —le recriminó ella—. Yo te quiero mucho, pero amo a Martín. Y vos estás en su casa, deberías respetarlo.

— Okey, perdón —dijo él, sintiéndose culpable, aunque seguía caliente. — ¿Y Brenda? — preguntó.

— Se fue a lo de una amiga — dijo Karina, y al ver la expresión de él agregó — Ya debe estar llegando.

Karina fue a buscar una toalla en el ropero, ya que en el baño no quedaban. Cuando se disponía a entrar, sintió la mano de Javier que la agarraba de la muñeca.

— ¡No! — gritó.

— Si — dijo él, tumbándola en el piso, dejándola boca abajo, sin darle tiempo a que reaccione.

— No — repitió ella. — Bren nos va a ver, en cualquier momento llega.

Pero Javier le dio un tirón a la calza, bajándosela al mismo tiempo que la bombacha. Karina seguía diciendo que no, pero su cuerpo no ofrecía resistencia. Seguía en el piso con el culo al aire. Javier le besó las nalgas, puso su nariz en medio de ellas y las olió.

— Que rica que estás así toda sucia Kari — le susurró dándole una nalgada.

— Ojalá no hubieses venido —le dijo ella, sintiendo los besos, al mismo tiempo que abría las piernas—. Ojalá te hubieses quedado en San Luis para siempre.

Javier se desabrochó el cinturón y se bajó el pantalón, para luego tirarse encima de ella. Apuntó su miembro al agujero y lo penetró.

— ¡Ah como te odio hijo de puta! — gimió ella, retorcida en el suelo.

Copularon sobre el piso del pasillo del baño. Parecían dos víboras encimadas, que arqueaban sus cuerpos al mismo tiempo y de la misma manera.

— Arrancame el pelo —ordenó ella.

— Si mamita —dijo Javier, estirándole la cola de caballo, mientras la nalgueaba. Para ella el dolor era delicioso. Además, pensaba que merecía sufrir por ser tan puta.

Javier cogía fuerte y bien. Karina chocaba el cuerpo contra el piso duro en cada penetración. Javier lamía la piel salada por la transpiración, y le resultaba exquisita. Corrió a un lado el pelo, y le besaba el cuello mientras le daba cortas penetraciones. Karina ya no decía que no a nada, sino que pedía y exigía: que le dé más fuerte, que le diga que es una puta sucia, una reventada, que ni una mujer lo calentaba como ella.

— Si mamita, sos una puta sucia y hermosa, no sabés como te quiero— le susurraba él entrecortadamente, mientras cogía y cogía.

Ella acabó primero. Apenas pudo reprimir el grito. Se retorció en el piso como un animal herido mientras sentía la fuerza de sus músculos contraídos y el calor que la traspasaba desde la cabeza hasta la punta de los pies. Le dijo que le encantaba su pija, que era su puta, pero que no lo iba a ser más, después de ese día, ya nunca más.

Javier seguía duro, y hasta que eyaculó, ella pudo acabar una vez más, quedando exhausta en el piso, luego de tanto ejercicio y tanta cogida, mientras su huésped largaba los chorros blancos sobre sus nalgas.

Entró a bañarse, dejándolo a él en el piso con los pantalones bajos. Javier pensó en seguirla y poseerla en la bañera, pero era muy arriesgado. Si llegaba Brenda sería difícil salir de esa situación.

Karina se refregaba el jabón en la piel con fuerza y se enjuagaba con abundante agua, sobre todo en las nalgas, donde había recibido el semen. Se frotaba con fuerza hasta casi lastimarse, como si pretendiera, con ese baño, sacarse, lo puta de encima.

Cuando salió se encontró con Javier en la puerta.

— Tu hijita no apareció — le dijo, viéndola de arriba abajo: solo vestía una toalla, tenía la piel húmeda y su pelo largaba un rico perfume.

— Entonces cogeme de nuevo, y cogeme como nunca, porque esta es la última vez que lo vamos a hacer. — le pidió con los ojos brillosos.

Él la cargó en sus hombros y la llevó al cuarto. Le quitó la toalla en un movimiento.

— Sos muy hermosa.

— Cogeme. — le dijo ella.

Se abrazaron, se besaron, se sintieron de veinte años otra vez. Ella le dio muchos besos en el pectoral y le mordió los pezones, mientras le acariciaba el falo erecto. Él le manoseaba el culo, le decía puta hermosa, le daba muchos besos en el ombligo, en el pecho, en la boca, en el cuello. Eran todos los besos que no le había durante tantos años. Karina se arrodilló, porque quería sentir nuevamente el sabor de esa pija. Se la tragó, disfrutando cada milímetro de sabor, acariciándole las bolas, mientras él recorría su rostro con las yemas de los dedos y le pedía que lo mire a los ojos cada tanto. El líquido inundó su boca, que recibió la exquisita esencia de su viejo amante.

Se tragó hasta la última gota.

Luego Javier le devolvió el favor. La tiró a la cama, le abrió las piernas, metió su cabeza entre ellas. Besó los muslos, los lamió, sintió el olor que emanaba del sexo, saboreó los labios vaginales… Luego se concentró en la zona que rodea el clítoris. Le acarició la panza, haciendo formas circulares con la yema de los dedos. Ella sintió cómo su cuerpo se relajaba y encendía, y complementó los masajes que él le hacía, frotándose las tetas y pellizcándose los pezones. Luego él fue por el clítoris. Lo lamió con suavidad al principio, pero paulatinamente lo hizo con más intensidad y mayor velocidad. Ella lo agarró de las muñecas, apretando con más fuerza a medida que sentía más placer. Javier estuvo largo rato lamiendo, y lamiendo, saboreando los fluidos de su amada puta. Quería estar entre sus piernas cuando ella acabara. Al rato sintió que la presión en sus muñecas era tan fuerte, que casi le cortaba la circulación. Entonces comenzó a retorcerse de nuevo, apretándole la cabeza con los muslos, gritando como la puta que estaba convencida que era, arrancándole el pelo para que él sienta un poco del dolor que ella sentía por dentro.

Luego escucharon el ruido de la puerta principal, y él corrió a su cuarto.

Durante la cena se sintió la peor del mundo.

Martín estaba muy alegre, sin tener la menor idea de nada. Por momentos lo odiaba, porque esa poca intuición suya era, en parte, la causante de lo que había pasado. Javier, en cambio, estaba exageradamente de buen humor, seguramente en su intento de actuar normalmente después de haber traicionado a su amigo, terminaba sobreactuando.

Por debajo de la mesa le acariciaba la pierna, y en la cocina, cuando llevó los platos que había usado, mientras ella ya empezaba a lavar las ollas, le pellizcó el culo, y le susurró al oído “te quiero putita”

La noche se hizo larga porque, como era la última, Martín quería festejar con mucha bebida. Pero ella se disculpó diciendo que mañana debía madrugar. A las dos de la mañana todos se fueron a la cama.

Javier se sentía culpable por lo que hizo, pero no estaba arrepentido. Siempre que pudiera se cogería a Karina. Por eso mismo debía volver a San Luis cuanto antes. Dicen que pueblo chico infierno grande, pensaba, pero en la aglomeración de la ciudad hay mil infiernos y miles de demonios. Debía alejarse de ahí cuanto antes. La ciudad lo convertía en mala persona.

Le costó dormir, porque del cuarto de sus amigos llegaron los gemidos que él tanto conocía. Karina busca redención en la pija de su marido, se dijo riendo.

Recién pasando las tres de la mañana logró conciliar el sueño. Pero algo lo despertó enseguida.

Estaba todavía medio dormido, así que no entendía bien qué pasaba. Sentía su pene duro. Creyó que estuvo soñando algo erótico y por eso la erección. Pero no era sólo eso, algo estaba estimulando su miembro. Se frotó los ojos y cuando se desperezó percibió como se la estaban mamando. En medio de la oscuridad, vio la silueta femenina hamacándose levemente cada vez que se llevaba el falo a la boca.

— Ka… — casi dijo el nombre de su amante, pero encendió la lámpara de la mesita de luz y se dio cuenta de su error.

— Por fin te despertaste Javi, vine a despedirte. — Dijo Brenda, interrumpiendo un instante la mamada, para luego seguir.

A Javier le costó un rato entender si estaba soñando o realmente estaba despierto. Cuando se convenció de que estaba cumpliendo la ridícula fantasía de cogerse a madre e hija, ya había estallado en un orgasmo, acabando en la boca de la adolescente.

— ¿Te gustó? — le preguntó una vez que escupió el semen a un costado.

— Me encantó, pendeja. — le dijo él.

Karina se había levantado para ir al baño. Cuando salió, escuchó el ruido que venía de la habitación de huéspedes. Pensó que era su imaginación. Su subconsciente la estaba atrayendo a la cama de su amante. Pero ya no iba a caer. Su esposo le dio una buena revolcada, y le sacó la calentura. Y en todo caso sería muy riesgoso visitar a Javier. Pero luego pareció oír un grito ahogado.

El temor la paralizó. No podía estar pasando lo que creía que estaba pasando. Seguramente eran ideas suyas. Debía volver a su cama a dormir. Había cosas que era mejor no averiguar. Pero un chasquido fue precedido por el inconfundible grito femenino. No le quedaba opción, si no iba a ver qué pasaba se quedaría con la duda para siempre, y eso sería incluso más tortuoso que saber la verdad que ya estaba intuyendo.

Fue en puntas de pie, sigilosa, hasta la habitación de Javier. Se agachó y miró a través de la cerradura.

No era un miedo infundado. No era su imaginación. Era lo que temía, y ahora que lo veía en vivo y en directo, le parecía mucho más horrible de lo que había imaginado. Javier estaba en pelotas encima de Brenda, también desnuda. La penetraba en una posición similar a como lo había hecho con ella, apenas unas horas antes. Pero a su hija le tapaba la boca estirando un brazo de venas marcadas, para evitar que se escapen más gritos. Cuando la ensartaba, la pelvis chocaba con las grandes nalgas de la adolescente produciendo el sonido que ella había escuchado.

La situación la excedía ¿cómo se atrevía? Se preguntaba indignada, pero luego ató cabos y se dio cuenta de que era Brenda la que se había entregado. ¿Cómo no me di cuenta antes?, se decía, recordando la amabilidad inusitada de la chica, la predisposición permanente, la sonrisa afectuosa. Había estado tan concentrada en evitar caer en los brazos de Javier, que no se había percatado de que su hija deseaba al mismo hombre que ella.

Y otra cosa se le vino a la mente.

Pero no debía pensar en ello. No tenía sentido hacerlo. Debía volver a su cuarto, encerrarse ahí, dejar que aquellos terminen de hacer lo que habían comenzado. No tenía sentido hacer un escándalo, sólo quedaba esperar que el perverso Javier se fuera y no volviera nunca más. A Brenda ya se le pasaría el capricho. Así eran las adolescentes.

Fue a su cuarto. Martín dormía, ignorando todo, como siempre. Entonces una imagen de diecinueve años atrás se le plantó en la cabeza. Pero no debía pensar en eso ¿qué importaba que aquella vez se haya roto el preservativo? No podía perturbarse por algo de lo que no tenía certeza, y más aún, no quería tenerla. Una de las tantas veces que estuvieron con Javier, se había roto el preservativo ¿y qué?, se decía tratando de convencerse. Habían pasado diecinueve años, los números cuadraban ¿y qué? ¿Qué probabilidades había?, se tapó los oídos, como queriendo acallar sus pensamientos. Después de todo, en esa época cogía con Martín mucho más que con Javier, y no usaban preservativo, se recordó, y de hecho, era cierto. De a poco creyó convencerse. Pero después recordó que, con Martín, durante muchos años intentaron darle un hermanito a Brenda, sin conseguirlo. Pero no debía pensar en eso, no quería pensar en eso, mientras Javier todavía copulaba con Brenda.

Se dijo que todo lo que pasó en los últimos tres días sería un secreto que guardaría celosamente. Era la única que tenía todas las piezas del rompecabezas y así sería hasta la muerte. Todo sea por no destruir a su familia.

En la habitación de huéspedes, Javier acababa encima de las tetas de Brenda. Ella se llevó una a la boca y lamió el semen.

— Date vuelta pendejita atrevida.

Él le mordió una nalga y luego metió la cara en el culo de Brenda, oliéndolo, para luego darle un sabroso beso negro, y acto seguido introducir un dedo en él.

— No quiero que te vayas Javi, quiero que me cojas más. — le decía ella mientras era penetrada.

— No te preocupes bebé, vamos a encontrar la manera de vernos. Yo puedo venir a Buenos Aires de nuevo, o vos me podés visitar en San Luis. — prometió él mientras metía y sacaba el índice.

— Si, vamos a encontrar una excusa, ahora haceme el culo, por favor. — dijo ella susurrando.

Se quedaron toda la madrugada cogiendo como animales silenciosos, disfrutando cada milímetro del cuerpo del otro.

Se encontraron muchas veces en Buenos Aires y en San Luis. En más de una ocasión no usaron preservativo, porque la urgencia de la pasión les hacía olvidarse de esas nimiedades.

Fin