El secreto de Iván

Tras el suicidio de Iván, Pablo debía descubrir el secreto que se escondía tras la muerte de su hermano y encontrarse a sí mismo, en un viaje por los recuerdos de su pasado que cambiaría todo su futuro. Y, en el camino, conoció a Hugo.

Ernesto Salazar levantó su copa con orgullo y dedicó unas palabras de felicitación y afecto a los futuros esposos, a su hijo pequeño Pablo (único heredero de su fortuna y próximo sucesor en la presidencia de la compañía, puesto que Ernesto había decidido retirarse para dedicarse a su carrera política), y por su nuera Helena (primogénita de su socio y gran amigo Leandro Herrera), todos los invitados aplaudieron con entusiasmo. Los novios se limitaron a sonreír y asentir, con una emoción más fingida que real.

¡He dicho que no quería interrupciones! rugió Ernesto, cuando una de las doncellas le dio el aviso de que tenía una llamada telefónica.

– Señor, se trata de un agente de policía, creo que es importante…

– ¡Está bien! –murmuró crispado– La atenderé en la biblioteca.

El rostro severo e inexpresivo de Ernesto se tornó en una mueca de sorpresa al escuchar la terrible noticia de la muerte de Iván, su hijo mayor, con el que llevaba años sin hablarse.

– ¿Cómo ha sido? –preguntó, sin abandonar su tono frío y distante.

– Aparentemente, se ha suicidado. Un amigo lo encontró muerto hace una hora –relató el policía.

– Comprendo –respondió él secamente– Confío en su discreción, este asunto no debe filtrarse a la prensa, y menos ahora que estamos en época de elecciones.

– Si, señor –respondió el agente sorprendido– No se preocupe, trataremos esto con la mayor cautela posible.

– ¡Eso espero por su bien! –dicho esto, colgó bruscamente, dejando al policía con la palabra en la boca.

Ernesto arrastró a su hijo fuera de su propia fiesta de compromiso para comunicarle la noticia. Pablo estaba atónito, era incapaz de reaccionar ¿Su hermano muerto? No podía ser, tenía que haber un error. La relación de los dos hermanos se había enfriado mucho en los últimos años, ambos tomaron caminos muy distintos: Mientras que Iván siempre había sido un chico rebelde que decidió vivir su vida lejos de su autoritario padre, Pablo hizo todo lo contrario, quedándose al lado del patriarca y convirtiéndose en su mano derecha y hombre de confianza.

Sin embargo, las cosas no siempre habían sido así. De niños y adolescentes, estaban muy unidos y, al ser tan poca la diferencia de edad que los separaba, sólo un año y medio, eran también grandes amigos y confidentes. Pablo no sabría decir en qué momento perdieron aquella bonita amistad para convertirse en completos desconocidos. Pero, ahora, eso ya no importaba, su hermano estaba muerto y lo peor de todo era que él mismo se había quitado la vida.

En aquel instante, le vino a la memoria su infancia en casa de la abuela Carmen (o de la "Tata" como ellos la apodaban cariñosamente), ella los había cuidado desde la muerte de su madre, cuando Iván apenas contaba diez años y Pablo casi nueve, ya que su padre siempre había vivido volcado en los negocios y no tenía tiempo para ocuparse de ellos. Todo lo relacionado con esa época se le antojaba, ahora, nostálgicamente feliz. Los juegos en el jardín, las comidas caseras de la "Tata", las largas horas muertas en el desván, contando historias de miedo y compartiendo confidencias.


Se celebró un funeral privado y sólo permitieron la entrada a las personas más cercanas a la familia. Ernesto había querido tratar el tema con absoluta discreción, un escándalo como aquel podría manchar su buen nombre y perjudicarlo de cara a las elecciones para la alcaldía de la ciudad. Pablo no pudo contener la profunda tristeza que, por momentos, se apoderaba de él y rompió a llorar, su padre lo miró con desaprobación, pero no dijo nada, debía mantener las apariencias delante de los invitados.

– Tú eres Pablo ¿No? –preguntó un chico, a su espalda, devolviéndolo a la realidad.

– ¿Y tú quien eres? –inquirió el otro nervioso, al tiempo que se giraba.

– Me llamo Hugo… soy… era amigo de Iván… yo lo encontré… –relató Hugo, con una profunda tristeza en los ojos. Pablo lo tomó del brazo y se lo llevó a un lugar apartado, lejos de la mirada inquisitiva de Ernesto.

– Lo lamento mucho, pero esta es una ceremonia privada. Tienes que irte antes de que mi padre te vea.

– Lo sé. Siento haberme colado. No quería faltarle al respecto a tu familia, pero es que he venido a cumplir la última voluntad de Iván.

– ¿De qué hablas? ¿Qué última voluntad?

– Verás. El día que murió, me llamó para comer juntos y estaba muy raro… hablaba sin parar, pero decía cosas sin sentido… aunque yo nunca pensé que llegaría a hacer lo que hizo… no paraba de repetir que no te había protegido como debería hacer un hermano mayor… entonces me dio esto… –explicó tendiéndole una pequeña llave antigua de color cobrizo– Me hizo jurar que te la daría si, algún día, le pasaba algo. Dijo que tú sabrías lo que significaba – Pablo sujetó la llave con la mano derecha y se quedó un instante mirándola casi como hipnotizado.

– Si, es la llave del tesoro… –explicó con tristeza.

– ¿La llave del tesoro? –preguntó Hugo confuso.

– Si. Cuando éramos críos, mi abuela nos leía un fragmento de "La isla del tesoro" , cada noche antes de irnos a dormir. Mi hermano y yo estábamos tan obsesionados con las historias de piratas que nos pasábamos el día dibujando mapas y enterrando cosas por el jardín. A la "Tata" le hicieron tanta gracia nuestras ocurrencias que nos regaló un pequeño baúl de madera, como los que aparecen en las películas de piratas. Esta es la llave. Metimos nuestros bienes más preciados en esa caja: canicas, chapas, coches de juguete, cromos de fútbol… –explicó con una sonrisa melancólica– Y, luego, lo escondimos en el desván y juramos no abrirlo hasta que fuésemos mayores. Lo había olvidado…

– Pues, parece que tu hermano no. Hay algo allí que quería que vieras.

– Desde que murió la abuela, perdimos el contacto por completo, ella era la única que sabía mantenernos unidos… ¡Si le hubiese prestado más atención, esto no habría pasado!

– No creo que Iván te culpase de nada. Él siempre hablaba de ti con mucho cariño.

– ¿Lo conocías bien?

– Bastante –respondió Hugo con tristeza– Te daré mi número de teléfono, si necesitas cualquier cosa no dudes en llamarme…

– Gracias.


El desván seguía tal y como Pablo lo recordaba. Casi parecía que, en aquel lugar, no habían pasado los años. Todavía estaba la alfombra roja en la que su hermano y él se tumbaban para mirar al techo, mientras contaban historias de miedo. Si no recordaba mal, el baúl estaba escondido dentro de una alacena antigua, y enterrado debajo de un montón de periódicos y libros viejos. Buscó con impaciencia para descubrir que, efectivamente, seguía allí. Sujetó el cofre con mucho cuidado, depositándolo sobre la alfombra para, acto seguido, arrodillarse a su lado, igual que en su tierna infancia. Dudó unos instantes. Allí dentro, podía estar la explicación a la extraña muerte de su hermano y le aterraba lo que pudiese encontrar. Finalmente, introdujo la llave en la cerradura y la giró, sintiendo como el corazón se le encogía por momentos.

Observó su contenido con calma, eran sus tesoros de la niñez: las canicas, los cromos, las chapas… Pero, también, había un objeto nuevo, algo que Pablo no recordaba haber puesto allí, un cuaderno azul. Lo sacó con mucho cuidado, como si temiese que pudiera desintegrarse al entrar en contacto con sus manos, y lo observó con atención. Alguien había escrito una especie de dedicatoria en su portada, con un rotulador negro. En seguida reconoció la letra, era la de Iván.

“Querido Pablo: Si estás leyendo esto, es que al final lo he hecho. Siento que las cosas sean así, sé que últimamente no nos veíamos mucho y que fue culpa mía que nos alejásemos tanto. Pero, necesito que sepas que nunca me olvidé de ti. Hay cosas de mi que tú no sabes y que lo explican todo, un secreto que no me atreví a confesarte antes, pero que no puedo callar por más tiempo, necesito advertirte para que no termines como yo. Lo que estás a punto de leer es un fragmento de mi historia, el diario del año más horrible y tenebroso de mi vida. Léelo. Después lo comprenderás todo. Te quiero mucho, hermano. Iván”.

Pablo, tragó saliva y, acto seguido, abrió el cuaderno con cierto recelo ¿Cómo podía un diario de hacía diez años arrojar alguna luz sobre su muerte? ¿Y qué había escrito en aquellas hojas que fuese tan terrible como para explicar un suicidio? Estaba a punto de averiguarlo.


10 de agosto de 1996

Sólo faltan dos días para mi cumpleaños, pronto cumpliré los quince, estoy muy contento porque la abuela me ha dicho que puedo celebrar una fiesta en casa, pero lo mejor es que se lo he dicho a Juan y ha aceptado venir. Ahora, solo tengo que pensar la forma de darle esquinazo al pelmazo de mi hermano para que no se pegue a nosotros durante toda la tarde. Tengo muchas ganas de estar a solas con él, esta será la primera vez que podemos vernos sin gente alrededor.


11 de agosto de 1996

He hablado con Juan sobre el tema y dice que le da miedo, pero que también tiene muchas ganas, me parece mentira que al final estemos juntos. Mañana, nos iremos al desván, lo tengo todo preparado, hasta he subido unas mantas para estar más cómodos…


Pablo era incapaz de dar crédito a lo que leía, recordaba a Juan, era el mejor amigo de su hermano, un chico delgaducho y pecoso que siempre llevaba ropa de deporte y una gorra puesta del revés, pero jamás había llegado a imaginarse que pudiera existir algo más que amistad entre ellos dos, estaba claro que Iván guardaba muchos más secretos de los que imaginaba.

También, se acordaba perfectamente de aquel cumpleaños porque fue el último que Iván celebró. Ya que tras cumplir los quince, su hermano empezó a cambiar, cada vez era más rebelde y reservado. Se convirtió en un adolescente problemático que no paraba de dar quebraderos de cabeza a su abuela; y pronto, los dos hermanos dejaron de tener cosas en común para irse convirtiendo, poco a poco, en completos desconocidos.


12 de agosto de 1996

Por fin, el día de mi cumpleaños ha llegado, lo tengo todo listo y estoy esperando a que lleguen los invitados. Vamos a celebrar la fiesta junto a la piscina. Luego, Juan y yo nos escabulliremos para estar un rato a solas en el desván. Estoy muy feliz. La gente dice que sentir algo por otro chico es pecado, pero a mi me da igual. Me gusta Juan y yo a él y eso es lo único que me importa… ¡Ojalá estemos siempre juntos!


13 de agosto de 1996

Ayer, la fiesta salió muy bien, todos se lo pasaron genial, en la piscina, pero, lo mejor fue cuando Juan y yo nos escabullimos para subir  al desván. Al principio, estábamos muertos de miedo y ninguno se atrevía a dar el primer paso. Al final, fui yo el primero en decidirme, lo agarré de la cintura y le planté un morreo en toda regla, él me correspondió. Después, le pedí que nos tumbásemos en la manta que coloqué sobre la alfombra y él aceptó un poco asustado. Era la primera vez que estábamos tan cerca el uno del otro. Hasta ayer, casi no habíamos podido ni besarnos con calma porque siempre estábamos con más gente

Nos desnudamos mutuamente, lo abracé con fuerza, me encantaba sentir el tacto suave de su piel desnuda contra la mía y el calor de su cuerpo. Acaricié su pecho, sus pezones erectos, su abdomen firme, hasta que finalmente llegué a su polla que ya estaba completamente dura. Entonces, el buscó la mía y nos pajeamos el uno al otro hasta que nos corrimos.

Luego, nos quedamos tirados en la manta durante un buen rato. Nos sentíamos muy felices y a ninguno nos apetecía volver a la piscina con los demás, aunque sabíamos que tarde o temprano tendríamos que hacerlo o desconfiarían.

De repente, sucedió algo horrible, mi padre estaba en la puerta mirándonos con una expresión de rabia y asco que jamás podré olvidar. Entonces, empezó a insultarnos, nos dijo cosas horribles, echó a Juan a patadas de allí, aunque lo peor me lo reservaba a mi…


El teléfono móvil de Pablo sonó con insistencia. Comprobó que se trataba de Ernesto. Pensó que seguramente querría una explicación por haber desaparecido tan repentinamente del funeral, pero decidió que ese no era el momento más oportuno. Las disculpas tendrían que esperar hasta más tarde, lo apagó y continuó con la lectura.


Ni siquiera tuve tiempo de vestirme. Él estaba totalmente fuera de sí, me gritaba e insultaba sin parar, me dijo unas cosas tan horribles que nunca creí que saldrían de la boca de mi propio padre: “Eres un maricón de mierda, un pervertido, un degenerado, un enfermo…” me gritó, antes de sacarse el cinturón y acercarse a mi, con aquella mirada de odio. En ese momento, la vergüenza y el miedo me paralizaron y no hice nada para defenderme.

Me golpeó con tanta fuerza que su cinturón dejó marcas en mi piel. Después, se dio la vuelta y se fue sin tan siquiera mirarme a la cara, me dejó solo, dolorido y humillado. No entiendo por qué me trató así ¿De verdad me merecía este castigo? ¿Tan malo es lo que he hecho? No soy un delincuente, no he robado ni matado a nadie, sólo me he enamorado de otro chico, nada más…

Aunque, tal vez, si que me lo merezco, igual mi padre tiene razón y soy un enfermo, un degenerado, un tarado…


Pablo se limpió las lágrimas de la cara con el dorso de la mano. La imagen de su hermano, encogido sobre aquella misma alfombra, desnudo y maltratado, le rompía el corazón. Recordaba el semblante serio de Iván cuando regresó solo a su fiesta de cumpleaños, parecía triste, como ausente, y sus caminos comenzaron a separarse en aquel mismo instante. Ahora, comprendía por qué. También, coincidió que justo por esas fechas la estrecha amistad entre Juan e Iván se rompió extraña y repentinamente. Nadie conseguía explicarse por qué esos dos chicos habían pasado de ser inseparables a ni tan siquiera saludarse cuando se cruzaban por la calle.


20 de agosto de 1996

Juan me evita. El cabrón de mi padre lo amenazó con contárselo todo a su familia si no se alejaba de mi y el muy cobarde se ha asustado. Ahora, dice que no me quiere y que no es un "maricón" como yo. Se ha juntado con una pandilla del barrio que son unos chulos y no paran de burlarse de mi. Y yo me siento fatal porque, a pesar de todo, lo sigo queriendo. En junio, nos apuntamos juntos a clases particulares para repasar algunas asignaturas, durante el verano, pero, ahora, no puedo ir a la academia. Es demasiado doloroso verlo allí todos los días y no poder acercarme a él. Me paso las tardes en los recreativos y hace más de una semana que no asisto a clase.

Tampoco, soporto estar en casa, ni ver al cerdo de mi viejo, lo odio, ni siquiera le hablo; mi abuela me trata como si aún fuese un crío y controla todo lo que hago; y mi hermano es un plasta que no se separa de mi ni con agua caliente… ¡Ojalá pudiese largarme de aquí e irme lo más lejos posible, yo no pinto nada en esta familia!

Lo peor de todo es que no puedo olvidar a Juan, es como si me hubiesen arrancado un brazo. Hace unas semanas, todo era perfecto entre nosotros y, ahora, lo he perdido para siempre… ¡Quiero morirme y terminar con esta mierda de una vez por todas!


25 de agosto de 1996

He conocido a un chico en los recreativos, se llama Raúl y tiene veinte años. Me ha presentado a sus amigos y todos son muy enrollados. Hoy, me llevaron a su garito, una casa abandonada donde se reúnen. Allí, pueden hacer lo que les dé la gana, sin que nadie los moleste… ¡Y me han dicho que puedo ir siempre que quiera!

Ayer, llevaron botellas de ron y whisky. y me invitaron beber con ellos. Me sentó muy mal y terminé vomitándolo todo, pero no se enfadaron conmigo. Todos se lo tomaron a risa. Toño, uno de los amigos de Raúl, me abrazó y me dijo que no me preocupase, que ya me acostumbraría. No sé, pero, ese tío me gusta un poco, es guapo y simpático. Además, él es un hombre hecho y derecho, no como el cobarde de Juan que era un puto crío. Mañana, voy a quedar otra vez con ellos en el garito.

Por cierto, los gilipollas de la academia llamaron a mi abuela para chivarse de que no asistía a clase y la bruja me amenazó con contárselo al cabrón de mi padre, pero me da igual, que me pegue otra vez si quiere, ya no me importa una mierda…


29 de agosto de 1996

Me he pasado todos estos días con los chicos… ¡No hemos dormido nada! Toño y yo nos estamos haciendo muy amigos. Siempre está muy pendiente de mi y habla mucho conmigo. Hoy, me ha enseñado a liar un canuto y, luego, me dejó fumar unas caladas, pero acabé mareándome y echando la pota de nuevo. A ver si aprendo de una puta vez… ¡Vaya mierda, seguro que piensa que sólo soy un crío!


5 de septiembre de 1996

¡Ufffff! ¡No me lo puedo creer! ¡Me he enrollado con Toño! Estábamos los dos solos en el garito, fumándonos unos porros. Ya íbamos un poco colocados, empezamos a darnos collejas y a pellizcarnos el uno al otro de broma y, de repente, se abalanzó sobre mi y me plantó un morreo. Besa muy bien, muchísimo mejor que Juan que siempre me llenaba de babas.

– ¿Estás asustado? –me preguntó al oído, justo después de morderme el lóbulo de la oreja.

– No –mentí, no quería que creyese que era un niñato y pasase de mi.

– ¿Ya habías besado antes a un chico? –preguntó curioso, mientras sus manos descendían por mi espalda.

– A uno –contesté con tristeza.

– Sabía que tenías un secreto desde la primera vez que te vi… –comentó, apretándome el culo con fuerza.

– ¿Tanto se me nota?

– No es eso. Lo que pasa es que los que estamos acostumbrados a mentir y a fingir delante de los demás nos olemos a otro mentiroso a kilómetros de distancia… –susurró, mientras me besaba el cuello y restregaba su paquete contra el mío.

– ¿Nunca se lo has contado a los otros?

– ¿¡Estás loco!? ¡Si se enteran, me rompen las piernas! Solamente, lo sabes tú. Y, por la cuenta que te trae, espero que mantengas la boca cerrada.

– ¡Tranquilo, yo no voy a decir nada!

Toño no me contestó, se limitó a desabrocharse el pantalón, mientras me mantenía la mirada con descaro, y yo simplemente lo imité. Lo que vino después no se asemejó en nada a lo de aquella tarde en el desván. Mi nuevoamigo es más seguro, más apasionado y, desde luego, tiene mucha más experiencia que Juan.

Me empujó contra la pared. Luego, se arrodilló delante de mi, término de deshacerse de mi ropa y se tragó mi pene, sin apartar sus ojos de los míos en ningún momento. Cuando creí que ya no aguantaría mucho más, se incorporó y me dio la vuelta, me hizo apoyar los brazos contra la pared y agacharme un poco, lo siguiente que sentí fueron sus dientes clavándose en mi nalga. No pude reprimir un grito de dolor, seguido de otro de placer al notar su lengua en mi culo. Era una sensación muy extraña, pero increíblemente placentera. Pero, después, colocó su polla entre mis nalgas, me agarró de la cintura y comenzó a empujar sin compasión, provocándome un dolor indescriptible.

– ¡Espera, por favor! No sé si puedo hacer esto –exclamé, algo desorientado por la situación y las drogas.

– ¡No seas tonto, ya verás cómo te gusta! –murmuró, sin parar de presionar– Todos los que se acuestan conmigo repiten…

– ¡Para, me duele! –le supliqué, aquel dolor insoportable me estaba matando, pero Toño no me hizo ningún caso y continuó empujando.

Sentí como se iba abriendo camino dentro de mi con dificultad. Estaba muy asustado e intenté zafarme, pero no pude, él era mucho más fuerte y me tenía completamente inmovilizado. Notaba su respiración y el calor de su aliento en mi nuca, la fuerte presión de sus manos sobre mi piel, podía oler su sudor.

Toño bombeaba frenéticamente dentro de mi, sin dejar de agarrarme. Yo tenía las manos apoyadas en la agrietada pared del garito, estaba con la cabeza agachada y los ojos cerrados, las lágrimas resbalaban por mis mejillas. No podía hacer más que esperar y desear que aquello terminase de una vez. Mi amigo me gusta mucho, yo también quería hacerlo con él, pero no de esa forma…

Cuando por fin se corrió y me soltó, caí al suelo de rodillas, sintiendo como si el culo me ardiese por dentro, no sé si fue por los efectos de los porros o qué, pero empecé a llorar.

– ¿Y ahora qué te pasa? –preguntó molesto.

– Me has hecho daño –protesté.

¡No seas crío! Lo has disfrutado tanto como yo –exclamó, entre risas, mientras se arreglaba la ropa– ¡Y de esto ni una palabra a nadie! –añadió, antes de marcharse y dejarme allí solo.


Pablo soltó el cuaderno como si, de repente, le quemase ente las manos. No podía seguir leyendo. Tenía que ser una broma macabra, era incapaz de dar crédito, Iván relataba una violación en su diario, y lo peor de todo es que ni siquiera fue plenamente consciente de la gravedad de esos hechos.

Se sintió terriblemente culpable e impotente. No dejaba de preguntarse dónde estaba él cuando su hermano más lo necesitaba; y no pudo evitar pensar que si se hubiese dado cuenta de lo que le estaba pasando, éste no habría terminado colgando de una cuerda diez años después.

Encendió su teléfono móvil y comprobó que tenía cinco llamadas perdidas de su padre. Suspiró con resignación, era hora de volver a sus obligaciones. Estuvo tentado a llevarse consigo el cuaderno, pero sabía que en su casa no tenía intimidad. Ernesto siempre acababa enterándose de todo. Así que volvió a esconderlo en el mismo sitio y guardó la llave.

– ¿Dónde estabas? –lo interrogó su padre, nada más llegar– Te he llamado una docena de veces y tenías el móvil apagado… ¡Me dejaste tirado en el funeral! ¿Sabes lo mal que me has hecho quedar?

– Lo siento. Necesitaba aire y fui a dar una vuelta…

– ¡La próxima vez escoge un momento menos comprometedor!

– No te preocupes, no volverá a pasar… –repuso cansadamente- …porque ya no me quedan más hermanos.

– ¡No seas impertinente!


Algunos días después, Pablo estaba sentado frente a la mesa de su despacho, con una pila de informes para revisar, pero era incapaz de concentrarse, no dejaba de pensar en la repentina muerte de su hermano y en el cuaderno que éste le había legado, pero no entendía qué sentido tenía que le dejase ahora un diario de hacía diez años.

De repente, le vino a la cabeza el chico que se había colado el entierro para darle la llave. Hugo fue quien encontró a su hermano después de suicidarse y al que le confió su última voluntad. Estaba claro que confiaba en él. Seguramente, era quien mejor lo conocía. Después de mucho dudar, descolgó el teléfono y lo llamó, necesitaba saber más sobre la muerte de Pablo y Hugo era el único que podía ayudarlo.

– ¿Hugo? Soy Pablo, el hermano de Iván… –lo saludó nervioso.

– ¡Ah, hola, Pablo! ¿Qué tal estás?

– Algo mejor, gracias. Necesito hablar contigo sobre mi hermano ¿Podríamos vernos?

– ¡Si, claro, no hay problema!


Pablo caminaba cabizbajo, absorto en sus preocupaciones, todo estaba sucediendo demasiado deprisa y le costaba mucho asimilarlo. El suicidio, el reciente descubrimiento de la homosexualidad de su hermano, la inminente boda con Helena, todo aquello le venía demasiado grande. Entró en la cafetería que el otro le indicó por teléfono. Estaba muy concurrida, demasiado para su gusto. Sobre todo, teniendo en cuenta el tema que había ido a tratar. Buscó a Hugo con la mirada y lo encontró cerca de la barra.

– ¿Llevas mucho tiempo esperando? –preguntó Pablo.

– ¡No, qué va! Acabo de llegar ahora –respondió Hugo, con una sonrisa– ¿Te parece bien que demos un paseo? Aquí hay demasiada gente…

– Si, iba a decirte lo mismo.

Entonces, los hombres abandonaron la cafetería y emprendieron el camino hacia al paseo marítimo. A Pablo siempre le había relajado el sonido del mar cuando estaba triste o nervioso y, en ese momento, lo necesitaba más que nunca.

– Bueno… ¿No me vas a decir que te preocupa? –le preguntó Hugo, tras unos minutos de silencio.

– Iván me dejó un diario… ¿Lo sabías? –dijo Pablo.

– Si, me lo contó ¿Ya lo has leído?

– Solamente algunas páginas ¿Sabes lo que pone?

– Bueno, me hago una idea…

– Si no es mucho preguntar ¿Qué clase de relación mantenías tú con mi hermano?

– ¿Quieres saber si era su amante o algo así?

– Lo siento, sé que no es asunto mío.

– Sólo éramos amigos. Nos conocimos en un centro de desintoxicación. Iván estuvo ingresado seis meses ¿Lo sabías?

– No –respondió Pablo con tristeza– No tenía ni idea…

– Voy como voluntario dos veces por semana. Allí, nos hicimos muy buenos amigos. Luego, abandonó el centro y dejó el tratamiento a medias, pero seguíamos quedando de vez en cuando. La última vez fue el día que me dio la llave, quedamos para comer juntos porque siempre se deprimía mucho por esas fechas…

– ¿Te contó lo que pasó con Juan y mi padre?

– Si, me lo dijo hace tiempo… ¡La actitud de tu padre fue lamentable!

– A mi se me ocurren adjetivos muchísimo peores.

– Esa vez, lo vi mas hundido que de costumbre. Supongo que el alcohol y la heroína han ido haciendo cada vez más mella en su salud mental. Estaba muy preocupado por él, así que a la salida del trabajo me pasé por su casa para ver cómo se encontraba y lo encontré muerto… Desde entonces, apenas duermo. Cada vez que cierro los ojos, lo veo ahí, colgando de esa viga…

– ¡Ojalá hubiese estado más pendiente de él!

– ¡No te tortures más! Tú no eres el responsable de su muerte. Lo que debes tener muy presente es que tu hermano te quería mucho, no fue culpa tuya que se alejase de ti, la vida lo obligó y, en cierto modo, lo hizo por tu propio bien…

– Dime una cosa ¿Sabes por qué me dejó su diario?

– Pablo, yo en eso no puedo ayudarte. Creo que es algo que debes descubrir por ti mismo. Lo único que puedo hacer es estar ahí si algún día necesitas hablar…

– Gracias, Hugo.


Estaba anocheciendo. Pablo miró el reloj sobresaltado, ya casi eran las ocho de la tarde. Se le había pasado el tiempo volando mientras hablaba con aquel hombre al que ya consideraba un amigo.

– ¿Tienes que irte? –preguntó Hugo.

– No –respondió Pablo apresuradamente– Bueno, a no ser que tú quieras marcharte ya... –dijo, deseando que no fuera así.

– No, en absoluto. Hablar contigo de Iván me hace sentir mejor.

– A mi también.

– ¿Sabes? Tu hermano no paraba de hablarme de ti. Incluso, antes de conocernos, ya me había hecho una idea de cómo eras, por eso te reconocí tan rápido en el entierro.

– Hugo, necesito pedirte un último favor, pero si no puedes lo entenderé, no quiero abusar de tu buena voluntad.

– Estaré encantado de ayudarte en todo lo que pueda ¿De qué se trata?

– Necesito seguir leyendo el diario de Iván, pero, ahora mismo, no me siento con fuerzas de hacerlo solo… ¿Puedes venir conmigo?

– Si, claro –asintió con una sonrisa.


Pablo introdujo la llave en la cerradura del pequeño baúl del tesoro, ante la atenta mirada de su amigo. El viaje en coche hasta la casa de la abuela se le había hecho interminable, la impaciencia lo atormentaba. Buscó la página en la que se había quedado la última vez, y tomaron asiento en un viejo y desgastado sofá.

Hugo lo observaba con atención, Iván no le mintió nada al decirle que su hermano pequeño era muy guapo, más bien se había quedado corto. Además, le parecía una gran persona. Desgraciadamente, se habían tenido que conocer en la peor de las circunstancias.


10 de septiembre de 1996

Hoy, he esnifado cocaína por primera vez, me la dio a probar Toño. No habíamos vuelto a vernos desde lo que pasó el otro día, pero, esta tarde, coincidimos en el garito y estuvimos hablando. Me explicó que aquel día estaba muy colocado y no controlaba lo que hacía, pero que lo sentía de verdad y que no iba a volver a pasar. De madrugada, se ofreció a llevarme a mi casa en su coche, pero se desvió del camino y aparcó en un descampado. Allí, me besó de nuevo, yo le correspondí, nos abrazamos y acariciamos mutuamente. De repente, se detuvo y sacó de la guantera una bolsa con un polvo blanco.

¿Quieres? –preguntó balanceándola delante de mi cara- ¡Es cojonuda!

No sédije encogiéndome de hombrosNunca me he metido…

¡Ya verás, es una pasada!

Pero… ¿No corres el riesgo de engancharte?

¡Que va, eso son tonterías! Yo lo controlo perfectamente, puedo dejarla cuando quiera… –exclamó muy seguro. Después, salió del coche, yo lo seguí,preparó dos rayas sobre el capó y aspiró la suya– ¡Ahora tu, campeón! –exclamó. Dudé unos instantes, pero, finalmente, lo imité. Casi no había ni terminado cuando sentí que me abrazaba por detrás, cargando su peso sobre mi, me apretó con fuerza y me besó la nuca y el cuello– ¡Voy hacerte ver las estrellas! –me susurró al oído, mientras metía una de sus manos por dentro de mis pantalones deportivos y acariciaba mis nalgas. Yo estaba muy excitado, pero, empezaba a marearme. Me bajó los pantalones hasta los tobillos y me sacó la camiseta, fue descendiendo con su boca por mi espalda desnuda…


– ¡Esto mejor nos lo saltamos! –exclamó Pablo algo nervioso, no quería que Hugo se diese cuenta de que la historia lo estaba turbando de una forma realmente extraña, ahora que lo tenía a él tan cerca.

– ¿Estás bien? –quiso saber Hugo.

– No, no creo que pueda seguir leyendo.

– ¿Quieres que continúe yo?

– Si, por favor.

“…hundió su boca entre mis nalgas haciéndome jadear, después me sujetó por la cintura y me penetró, aplastándome la cara contra el capó de su coche…” –leyó Hugo en voz alta.

– ¡Para, Hugo! –exclamó Pablo, saltando del sofá como un resorte– ¡Habíamos dicho que nos pasábamos eso! No me interesa la vida sexual de mi hermano, sólo quiero saber qué era lo que trataba de decirme.

– Pues, no hay nada más en este diario que pueda ayudarte.

– ¿Qué?

– La vida de tu hermano estuvo repleta de excesos: amantes, drogas y alcohol, eso es lo único que vas a encontrar aquí.

– Pero…

– ¿De verdad que todavía no lo has entendido?

– ¡No sé de qué me hablas!

– Tienes miedo, piensas que la historia podría repetirse contigo. Es comprensible, sólo tenías trece años cuando pasó todo: presenciaste como Ernesto le daba una paliza de muerte a tu hermano y aquello te marcó de por vida…

– ¿De qué hablas? ¡Eso lo leí en el diario, yo no vi nada!

– Pablo, tu hermano me lo contó todo… –Pablo cayó de rodillas sobre la alfombra roja, se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar amargamente.


Diez años atrás, un niño travieso y curioso había seguido a su hermano y a su mejor amigo hasta el desván de la abuela. Escondido entre unas cajas, observó el espectáculo totalmente sorprendido y fascinado. Aún no entendía demasiado bien qué era lo que estaban haciendo, pero no tuvo la impresión de que fuese nada malo o sucio.

De repente, escuchó los gritos de su padre. Se asustó muchísimo y trató de esconderse lo mejor que pudo para que éste no lo encontrase fisgando, no quería meterse en problemas. Vio como amenazaba y echaba a Juan, y fue un testigo mudo e impotente de cada detalle de la brutal paliza que Ernesto le propinó a su hermano. Cuando su padre se fue, Pablo salió de su escondite para ayudarlo, se agachó junto él y trató de despertarlo. Cuando por fin éste abrió los ojos, lo miró con rabia y comenzó a gritarle.

– ¡Lárgate de aquí! –berreó furioso.

– ¿Por qué te ha pegado papá? –preguntó, entre sollozos.

– ¡Porque estoy enfermo, soy un degenerado, un puto maricón… y, ahora, vete de una jodida vez…! –siguió vociferando.

Aquellas palabras se quedaron grabadas a fuego, en su cabeza, para perseguirlo y atormentarlo durante toda su vida. Se esforzó tanto en tratar de olvidar que casi lo había conseguido, o al menos eso pensaba él.


Mi hermano se volvió muy rebelde. Cada vez, se metía en más problemas y mi padre no paraba de darle palizas… –masculló Pablo, aun de rodillas en el suelo–  …y yo estaba tan asustado que era incapaz de contradecirlo en nada, no quería que me pegase a mi también. Así que siempre hacía todo lo que él me ordenaba… ¿Sabes qué es lo más gracioso? Tengo veintiséis años y todavía le obedezco. Voy a casarme con una mujer que no me quiere y a la que no quiero sólo por satisfacerlo.

Dime una cosa ¿Qué es lo que deseas tú realmente?

Dejar de tenerle miedo y ser libre por fin.

Eso mismo era lo que Iván quería para ti. Por eso, te dejó el diario.

Nos hizo creer que ser gay es una enfermedad y que por eso mi hermano era tan infeliz. Pero, la causa de su desgracia no fue la homosexualidad, sino nuestro propio padre… ¡Ahora lo entiendo! –dijo, poniéndose de pie–¡Vámonos de aquí, por favor, no soporto más este sitio!

¿A dónde quieres ir? ¿Te llevo a casa?

No, no quiero volver a mi casa.


Hugo no le dijo a dónde iban, simplemente giró el contacto y arrancó el coche. Tampoco Pablo preguntó. No hacía falta. Por fin, había logrado comprenderlo todo. Por primera vez en diez años, se sentía en paz consigo mismo. Recostándose en el asiento del copiloto, cerró los ojos, apretó con fuerza el cuaderno azul contra su pecho y se quedó dormido.

El otro lo observó en silencio, aquel chico ya había conseguido meterse bajo su piel, pero sabía que debía ser cauto. Lo último que quería era perjudicarlo más. Le prometió a su hermano que cuidaría de él y pensaba ayudarlo en todo lo que pudiese. Lamentablemente, no había podido hacer nada para salvar a Iván, pero, esta vez, no iba a permitir que la historia se repitiese.

– Ya hemos llegado –anunció, despertando al otro de su sueño– Te he traído a mi casa. Mañana, cuando estés un poco más calmado, podrás decidir lo que quieres hacer a partir de ahora…

– En realidad, ya lo he pensado –murmuró con timidez– Hay algo que me gustaría preguntarte…

– ¿De qué se trata?

– ¿Cómo se le dice a otro hombre que te gusta? –preguntó, acercando sus labios a los de Hugo, pero sin llegar a tocarse.

– ¡Así! –exclamó, justo antes de besarlo– ¿Estás seguro?

Pablo no respondió, ni el mismo lo sabía. Había vivido demasiado tiempo con miedo y era muy difícil vencer los prejuicios acumulados a lo largo de tantos años. Lo único que tenía claro era que aquel chico que estaba a su lado le gustaba de verdad.

Sobraban las palabras. Fundidos en un apasionado beso, recorrieron todo el camino desde el coche a la entrada. Hugo trató de meter la llave en la cerradura, pero los nervios le jugaron una mala pasada e hicieron falta varios intentos para que consiguiese abrir la puerta. Ambos se rieron. Después, sus bocas y sus manos volvieron a buscarse impacientemente. Para cuando lograron llegar al dormitorio, ya se habían dejado la mitad de la ropa por el pasillo.

– ¡No tenemos que hacer nada si tú no quieres! –le susurró Hugo.

– Esto es nuevo para mi y no sé hasta dónde podré llegar… lo único que tengo claro es que, ahora mismo, me apetece mucho estar contigo…

– Vale. Pero, iremos muy despacio. Poco a poco. No hay ninguna necesidad de correr, tenemos mucho tiempo por delante…

–  ¡Me gusta cómo suena eso! –exclamó.

Hugo abandonó la boca y comenzó a lamerle las orejas y el cuello, notando como se erizaba cada centímetro de piel a su paso. Pablo trató de imitarlo, no tenía demasiada práctica, pero si mucha voluntad. Una de las manos de Hugo se perdió dentro del bóxer de su amante y guió la de Pablo hasta su propia entrepierna.

– Tócame –le susurró al oído y Pablo obedeció al momento con una mano temblorosa– ¡Dios! ¡Esa jodida timidez tuya es tan caliente!

– ¿Te gustan los chicos tímidos? –preguntó, apretando su agarre con una mirada pícara.

– Me gustas tú cuando lo eres –murmuró, mientras se deshacía de la ropa interior de ambos– Y, también, cuando no.

– Resumiendo, que te gusto de todas las formas –repuso el otro divertido.

– ¡Puedes apostar a que si!

Después, lo empujé sobre la cama, moviéndose para arrodillarse entre sus piernas y acostarse sobre él, golpeando sus caderas contra las de Pablo, rozando erección contra erección, en una caliente y placentera fricción. Tomó los dos penes juntos en una mano y continuó moviéndose hasta que los dos se corrieron.


Pablo se despertó en una cama que no era la suya. A su lado, dormía plácidamente otro hombre, los dos estaban abrazados y completamente desnudos. Entonces, sintió pánico y remordimientos por lo que acababa de hacer. La seguridad de la noche anterior se había esfumado. Ahora, solo podía pensar en salir corriendo de allí lo antes posible y no volver nunca. Buscó su ropa, desperdigada por toda la casa, y el diario de su hermano que se quedó tirado en la entrada. El cuaderno estaba abierto casi por el final. Iba a recogerlo para marcharse cuando se percató de algo diferente, la página estaba escrita con el mismo rotulador negro de la portada, la observó con atención y se dio cuenta de que era otra carta.

"Querido Pablo:

Ahora que has leído mi historia, espero que comprendas un poco mejor la decisión que he tomado. Mi vida ya no tenía remedio, pero la tuya si. Por favor, hermano, trata de ser feliz, intenta dejar atrás el miedo y los prejuicios, olvida aquella tarde en el desván y haz lo que te dicte el corazón: lo que tú quieres realmente y no lo que te impongan los demás.

Yo he necesitado muchos años de infelicidad para entender que nosotros no somos los monstruos, sino las personas como Ernesto Salazar. Si pudiera, volvería atrás y cambiaría toda mi vida, pero, ahora, eso ya es imposible. Sin embargo, tú aún estás a tiempo de ser feliz, no desperdicies tu oportunidad. Te quiero mucho.

Iván"

Pablo depositó de nuevo el diario en el suelo y respiró hondo mientras se desnudaba. Luego, regresó al dormitorio y, abrazando a su amigo, cerró los ojos y trató de dormirse de nuevo. Aquella noche, soñó con su infancia, cuando él e Iván eran uña y carne, estaban jugando a los piratas y luchando con dos espadas de mentira. Mientras, la abuela preparaba su famosa tarta casera. En diez años, solamente había vuelto a experimentar aquella felicidad plena una vez: en los brazos de Hugo.

-Fin-

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