El Secreto de Beatriz

—¡Si, es bonito! ¿Lo puedo acariciar? —dijo—. Su pregunta me dejó pasmado y no supe qué decir por unos momentos...

En algún lugar al oeste de Andalucía...

Permítame el lector o lectora recuperar una obra olvidada entre mis novelas previamente publicadas, para aquellos que no la descubrieron en su momento, pues El Secreto de Beatríz es una novela corta pero intensa, tierna y especial, que me salió del tirón, y quien escribe sabe lo que digo, casi sin esfuerzo la historia fue hilándose y escribiéndose como en modo automático, así pues aquí os dejo el primer capítulo de la misma...

1

Estaba yo en mi miso jugando a la PS4 una mañana de verano, cuando tocaron al timbre. ¿Quién será? —pensé—. De mala gana me levanté sin camiseta, únicamente vestido con unos pantalones cortos, pues era verano y hacía calor.

Al abrir me sorprendió ver a mi vecina Aurora junto a su hija Beatriz, ambas muy sonrientes me miraron de arriba abajo, tal vez impresionadas por mi poca indumentaria, lo que me dio algo de vergüenza, pero me habían interrumpido en un interesante juego, ¿acaso esperaban que me pusiera la camiseta?

—¡Hola Guille! —dijo la madre muy sonriente.

—Hola Aurora —dije yo no tan sonriente.

—Verás Guille, es que tengo que ir a la peluquería y Beatriz siempre se aburre cuando viene conmigo y acaba desesperada, ¿te importaría que se quedase contigo?

Vaya papelito —pensé—, la mañana iba bien hasta ese momento: soledad, un juego para disfrutar de ella… Pero todo estaba a punto de romperse. Me pareció mala idea negarme aunque lo intenté.

—¿Tardará mucho?

—No, creo que no mucho —dijo Aurora restando importancia a la mentira que me estaba echando.

En qué quedamos, la niña se aburría porque tardaba mucho, ¿no?

—Bueno, no pasa nada quédese tranquila, venga Beatriz pasa —le dije a la hija.

Ésta me sonreía mientras se mordisqueaba la uña del dedo índice. Beatriz era morena, de pelo corto hasta el cuello, peinada hacia dentro, no era muy alta y estaba algo gordita. Yo la conocía desde pequeño. Beatriz no hablaba mucho, mi madre me dijo algo así como: “falta de oxígeno al nacer”, como causa de sus pocas palabras. Por lo demás entendía lo que le decías y se comportaba de forma algo tímida.

De pequeño recuerdo que jugaba con ella cuando nuestras madres tomaban café juntas, pero poco a poco ellas se distanciaron y yo con Beatriz también.

—Venga Beatriz, pasa y quédate con Guille, ¡jugará contigo! —le dijo la madre para animarla a entrar.

Pero sus insinuaciones no parecían tener mucho efecto en la hija, ésta me miraba y se sonreía. Ni los pequeños empujoncitos en su hombro por parte de la madre la animaban. Así que le tendí mi mano y tras un par de segundos de indecisión, ésta la cogió y pasó conmigo al interior de mi piso.

Me despedí de la madre, cerré la puerta y la llevé a mi habitación, donde tenía el juego de zombies al que estaba jugando. Nada más entrar, Beatriz se quedó mirando la pantalla y su cara de horror me dijo que ya no podía seguir jugando a aquel juego. Así que lo quité y puse otro de carreras.

La situación era algo incómoda la verdad, la senté a mi lado en la cama y me dispuse a echar alguna carrera. Ella me miraba interesada pero no decía palabra alguna, eso sí, me sonreía como antes.

—¿Quieres probar? —le dije ofreciéndole el mando.

Asintió con la cabeza así que le presté el mando y le indiqué por encima cómo acelerar, frenar y conducir. Pero la verdad es que no se le daba muy bien y terminó yendo por la hierba como si condujese un cortacésped en lugar de un bólido de carreras.

Lo cierto es que le hacía mucha gracia y comenzó a proferir alaridos y risotadas cuando se salía de las curvas a lo que definí como su especialidad: ¡cortar el césped! Bueno, si se divertía no pasaba nada supongo.

De vez en cuando le cogía el mando y trataba de enseñarla, poniendo mis manos sobre las suyas y mis dedos sobre los suyos en las palanquitas del mando. Así descubrí que olía bien, tal vez como la madre al entrar.

Y durante mis clases también descubrí lo suaves que tenía los pechos, al rozarme con ellos con mientras la enseñaba. Esto me provocó una súbita erección y supongo que me puse rojo, pero después de todo estábamos solos así que me recreé en dichos roces y sentí sus pechos achuchándose contra mis brazos todo el rato.

Entonces me entraron unas ganas tremendas de hacer pis, así que le dije que iba al baño y le pedí que esperase allí.

Cuando llegué al váter, mi pene estaba erecto así que no podía hacer pis en aquel estado, de manera que traté de relajarme un poco para ver si se aflojaba y se dejaba dominar para no poner todo perdido.

Por fin lo conseguí y mi agüita amarilla empezó a mezclarse con la clara del fondo del váter, oyéndose el sonido característico al caer.

Ya casi había terminado cuando me noté observado, giré la cabeza y allí estaba mi vecina Beatriz, tan sonriente como antes, observando atentamente mi miembro mientras hacía pis.

—¡Tu un pito es muy bonito! —exclamó para mi asombro y vergüenza.

—¿Tú crees? —dije yo terminado de escurrirlo.

—¡Si, es bonito! ¿Lo puedo acariciar?

Su pregunta me dejó pasmado y no supe que decir por unos momentos. Me limité  a cortar un poco de papel y a secar la punta.

—Pues, bueno, si quieres ven —dije sintiendo como se me aceleraba el corazón y comenzaba a latir con fuerza en mi pecho.

Tímidamente su mano rozó la punta y mi pito, como ella lo llamó, dio un respingo, como activado por un resorte oculto. Entonces lo cogió con firmeza y comenzó a masturbarme de una forma que me sorprendió aún más.

—¿Has hecho esto antes? —le pregunté pensando que la respuesta sería negativa.

—Si, ¡pero es un secreto! —dijo llevándose el dedo índice a sus labios y emitiendo un siseo.

No podía creerlo, la hija de la vecina no era la primera vez que cogía un pene y se notaba a juzgar por los meneos que le daba. No hace falta que diga que a estas alturas mi pene estaba ya en plena erección y apuntaba alto, mientras con su mano lo empuñaba con firmeza y lo movía perfectamente.

—¡Venga Beatriz, quien te ha enseñado! —insistí.

—No te lo puedo decir, es secreto… —se limitó a repetir.

Encelado como estaba me coloqué detrás de ella y le cogí los pechos abrazándola. Sus tetas me parecieron deliciosas, era la primera vez que tocaba unas de verdad y su tacto esponjoso y suave me turbó lo bastante como para meter las manos por su escote y tocarlas dentro del sujetador.

—¡Oh Beatriz! ¿Y qué más sabes hacer? —le pregunté entusiasmado.

—Se chupar, ¿quieres? —me dijo mirando hacia atrás.

PD.: Si te la perdiste en su momento, puedese leer la novela completa, búscala en mi perfil en TR o en mi blog personal, que también tienes en mi perfil.