El Secreto de Beatriz (3)
Mientras entró yo mantuve mi mano sobre mi pene erecto, tratando de mantenerlo doblado, pues no quería que se notara mi bulto. Mi madre me miró y se sonrió...
3
Cuando volvió mi madre para la hora del almuerzo y me preguntó lo típico de: ¿Qué tal el día? Respondí con una sonrisa que “¡muy bien!”.
—Ha estado aquí la hija de Aurora, que tenía que ir a la peluquería y por lo visto Beatriz se aburría mucho y me pidió si me podía quedar con ella mientras tanto —le expliqué.
—¡Ah bueno, pues muy bien! ¿Y qué tal con Beatriz?
—Fenomenal, es muy risueña, he estado jugando con ella a videojuegos y luego hemos tomado un aperitivo.
—¡Perfecto, has sido buen anfitrión entonces! —dijo mientras poníamos la mesa.
—Sí, creo que sí. Por cierto mamá, recuerdo que de pequeños Aurora venía mucho por aquí, ¿por qué os distanciasteis?
Mi madre pensó un momento la respuesta, algo que me inquietó, tal vez había otro secreto en ello que no quería contarme.
—Bueno hijo, fuimos amigas cuando erais pequeños, pero luego simplemente nos distanciamos, la vida es así —me dijo.
—Me han invitado a comer algún día, por lo de quedarme con Beatriz.
—Eso está bien, ¿tú quieres ir con ellas?
—Claro, ¿por qué no? Me han parecido muy simpáticas las dos.
—Sí, Aurora es muy amigable, a lo mejor algún día comemos juntos, ¿vale?
—¡Sí, eso estaría bien!
La verdad es que me apetecía mucho que nuestras madres recuperasen su antigua amistad y con ello también conseguiría estar más cerca de Beatriz, ¡oh Beatriz y su rica pelambre!
Desde que la conocí el porno no era lo mismo. Buscaba chicas parecidas físicamente a ella, a pesar de que mis gustos eran variados y veía tanto chicas blancas, como negras, tanto rubias como morenas, tanto jóvenes como maduras. En especial me gustaban los pechos grandes, supongo que como a la mayoría de chicos de mi edad.
Estaba en mi cuarto pelándomela mientras recordaba a Beatriz, cuando mi madre abrió la puerta para preguntarme si tenía ropa sucia. ¡Qué horror!
Inmediatamente guardé mi herramienta en los calzoncillos y me giré para disimular, pero era demasiado tarde, ¡ya lo había visto todo!
—¡Oh Guille, lo siento! No sabía que estabas… —dijo parándose a media frase.
—¡Oh no importa mamá! Es que… —repliqué sin saber cómo continuar.
—No te apures hijo, es algo normal, ya sé que lo haces, pues veo tus calzoncillos, algunas veces las sábanas y otras las toallas. En fin, no tienes que tener secretos para mi, ¿vale?
Su confesión me dejó pasmado y algo cortado la verdad, pero agradecí su sinceridad.
—¡Vale mamá! Es bueno saberlo.
A todo esto ella estaba aún sujetando la manilla de la puerta con una mano mientras llevaba el canasto de ropa sucia en la cintura.
—¿Puedo entrar a coger ropa sucia para poner la lavadora? —me preguntó finalmente.
—¡Oh bueno, si! —dije algo cortado.
Mientras entró yo mantuve mi mano sobre mi pene erecto, tratando de mantenerlo doblado, pues no quería que se notara mi bulto. Mi madre me miró y se sonrió.
—¿Estabas pensando en alguien en particular? —me preguntó divertida.
—¡Ah pues no! ¡Bueno si!
—En qué quedamos, ¿no o sí? —dijo muy sonriente.
—Bueno sí mamá, me da un poco de vergüenza confesártelo.
—Vamos Guille, ¡cuéntamelo! —dijo sentándose en el borde de la cama.
Dude unos segundos si hacerlo o no, pero finalmente pensé: ¡Qué demonios!; y se lo conté.
—Estaba pensando en Beatriz, la vecina.
—¡Um Beatriz! Claro el otro día estuvisteis muy juntitos aquí, ¿no? —me insinuó.
—Bueno si, no sé, cada vez que lo hago pienso en alguien y Beatriz fue la novedad.
—¡Claro Guille, lo entiendo! —dijo mientras me acariciaba el pelo.
Entonces vi como me miraba de nuevo mi mano sujetando mi erección.
—No tienes que ser tan tímido, ¿sabes? —me dijo sonriendo.
—¡Oh, es que me da vergüenza que me veas en erección! —dije yo sin soltar mi mano.
—¡Pero si eso es lo más normal del mundo! —respondió ella sonriente—. Vamos aparta esa mano y verás cómo no pasa nada.
Estaba algo perplejo, pero ella insistió así que tímidamente la aparté y mi pene recuperó la verticalidad mientras yo estaba recostado con algunos cojines en la espalda.
—¡Ves, tienes una bonita erección! —dijo por fin mi madre.
—¿En serio?
—Claro Guille, la verdad es que me hace gracia verte así, perdona que haya sido mala pidiéndotelo, pero me hacía ilusión mirarte —admitió finalmente.
—¡Ah bueno, vale! —dije yo sonriendo tal vez muy colorado.
No té como se quedaba mirando mi erección y mientras sentía sus ojos clavados en mi verga erecta con el glande a medio cubrir sentí una intensa vergüenza, así que no pude aguantar más y terminé cubriéndola lentamente con mi mano mientras sonreía como un estúpido.
—¡Oh, lo siento Guille! ¿Te he avergonzado verdad? Es que me ha parecido una cosa tan bonita que me he quedado un poco embobada mirándola —dijo para disculparse—. Bueno, pues sigue con lo tuyo, ¿vale? No te preocupes si manchas los calzoncillos o las sábanas, ya los lavaré otro día.
Tras esto se levantó de la cama y se alejó cerrando la puerta.
Lo cierto es que la conversación me dejó pasmado, aún estaba sobrecogido por la misma y no le daba explicación, aunque tras reflexionar agradecí sus palabras de confianza y terminé lo que había empezado, rememorando los calientes momentos vividos con mi amada Beatriz. Sintiéndome dentro de ella, sintiendo el calor de su sexo abrasador. ¡Esas sensaciones fueron las mejores que había tenido hasta el momento! Y me aproveché de ellas en aquellos días entre paja y paja.
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El Secreto de Beatríz es una novela corta, caliente y sensual, espero que te hayan gustado estos primeros capítulos...