El secreto
Un encuentro, el amor y un secreto.
EL SECRETO
Un poco harta de mi trabajo, había decido viajar un poco, tomarme unos días y olvidarme de mi agenda complicada. Partí con mi mochila y mi Nikon, con la sola idea de tomar buenas fotografías, conocer gente, lugares. Si bien proyecté un itinerario, no lo mantenía con rigidez. Habiendo llegado a un pueblo perdido del norte, esperaba hacer trasbordo a un ómnibus que me conduciría a un nuevo destino. Tenía un par de horas de espera en aquella terminal. Me fui a la cafetería, me calcé los auriculares y esperé que el tiempo pasara. Cuando la vi, en mis oídos sonaba Vine del norte, de Ismael Serrano.
Sentada sobre el piso del andén, estudiaba un mapa. Mis ojos no dejaron de mirarla mientras pensaba en la remota posibilidad que ella esperara el mismo ómnibus.
Para mi felicidad el destino se puso a mi favor. Al momento de reiniciar el viaje pude verla tomar sus cosas con presteza.
¿Este es el que va a San Martín?-preguntó a uno de los chóferes.
No pude evitar complacerme al saber que íbamos al mismo lugar. Una vez en mi asiento la vi ubicarse dos filas delante de mí. Me la pasé pensando en alguna estrategia para acercarme a ella, pero nada me parecía muy convincente. Al cabo de unas horas me reconocí como una idiota pensado en seducir una desconocida en un ómnibus. Abandoné mis aspiraciones y me dormí vencida por el cansancio.
Cuando llegamos, mientras esperaba que despacharan mi equipaje, una escena inesperada se produjo. Al intentar tomar mi mochila sentí su mano sobre la mía. Volteé con sorpresa y en una fracción de segundos una magnifica confusión la puso en mi camino. Teníamos mochilas iguales, el mismo color, forma y tamaño.
¡Perdón!, dijo avergonzada.
No es nada -respondí
Ese incidente me bastó para iniciar una conversación. Supe que viajaba por trabajo aunque que no lo aparentaba, que pasaría una semana allí, que nos alojaríamos en el mismo hotel, que era el mar de la simpatía y que mi itinerario me anclaría evidentemente en San Martín siete días como máximo.
Aquella noche cenamos juntas en el restaurante del hotel. Hablamos hasta el cansancio. Su presencia me mantenía fascinada, aunque intenté disimular mi entusiasmo, no quería mostrarme demasiado interesada y preferí actuar con cautela. Si bien presentía cierta química circular entre las dos, no me atreví a seducirla abiertamente.
Los días que siguieron fueron increíbles. Prácticamente inseparables, compartimos gran parte del día. La acompañé en su trabajo. Rosario -así era su nombre- tenía que hacer un relevamiento de la reserva forestal del lugar. Recorrimos casi palmo a palmo el parque nacional y no dejé pasar oportunidad sin tomarle alguna fotografía.
Sin lugar para el aburrimiento, cada segundo con ella era para mí una fiesta. Nos entendíamos a la perfección. Tal vez el miedo de arruinar ese entendimiento impidió que me dejara llevar por mi deseo de robarle un beso. Tenerla cerca era una tentación y luchaba de continuó con mi inseguridad. El mínimo roce ocasional con su piel me hacía estremecer por completo. Sin darme cuenta pasé de pretender seducirla con toda mi artillería, a un temor irracional porque descubriera mis verdaderos sentimientos hacia ella.
La noche anterior a su partida cenamos por última vez juntas. Brindamos por nuestro afortunado encuentro y toda la velada transcurrió con normalidad hasta que de pronto un silencio incómodo se nos impuso. No podía dejar de pensar que sería la última vez que la vería. Intentaba juntar el valor suficiente para decirle que en aquel momento me doblaba por un beso de ella. Sin conseguir resolver mi dilema, pedimos la cuenta y nos dirigimos a nuestras habitaciones.
Caminamos en silencio por el corredor del hotel hasta que llegamos a la puerta de mi cuarto. Completamente apenada por mi cobardía sólo pude esbozar una sonrisa mientras le decía que me había encantado conocerla. Casi de manera mecánica nos despedimos con un frío beso en la mejilla. Me quedé mirándola un segundo mientras se iba y dejándome llevar mi impulso la llamé:
Rosario
¿Si?, respondió volteándose de inmediato.
¿Queda muy mal si te invito a pasar?
Caminó hacia mí mordiéndose los labios y mis manos temblorosas apenas pudieron abrir la puerta. A oscuras nos encontramos frente a frente. Nos fuimos acercando hasta que mis labios rozaron los suyos. Por unos segundos nuestras bocas se acariciaron entre sí y un beso húmedo, lleno de deseo, fue naciendo entre las dos. Pegué mi cuerpo al suyo, con mis manos sujetaba su rostro mientras sentía su lengua deslizarse dentro de mi boca. Aquel beso me estaba volviendo loca. Mi lengua se retorcía con la suya a la par que sentía sus manos tomarme de la cintura con fuerza y restregar su pubis contra el mío.
Se apartó de mí sólo para conducirme de la mano hasta mi cama. Me descalzó con delicadeza, acariciando mis pies mientras lo hacía. Luego me hizo recostar para quitarme los pantalones. Podía sentir sus manos acariciar mis piernas a medida que me desnudaba. Me incorporé para buscar su boca. Sentada al borde de la cama y ella de pie entre mis piernas aferrándome de la nuca con sus manos, fue dándome pequeños besos hasta separarse y voltear para darme la espalda. Mis dedos buscaron el cierre de su vestido. Éste cayó a sus pies y me detuve a observar su cuerpo semidesnudo. Desabroché su corpiño, posé mi mano en su cuello y fui descendiendo lentamente por su espalda hasta llegar a sus caderas.
Increíblemente sensual su cuerpo se me ofrecía lentamente. Le quité las bragas con cuidado. Podía ver sus glúteos firmes, su cintura estrecha, su espalda pequeña. Desnudé mi torso y comencé a acariciar su cola con mis pechos. Sus manos sostenían las mías en sus caderas mientras se balanceaba al ritmo de nuestra excitación. Su respiración se agitaba emitiendo leves gemidos de placer. Comencé a acariciar sus piernas y fui metiendo mis dedos entre sus muslos. Noté cómo iba abriéndose para mí. Su piel se erizaba con mi recorrido, se movía invitándome a más. Podía sentir cómo deseaba que llegue a acariciar su sexo. Sin soportarlo más, mis dedos se acercaron a su vagina. Me fui deslizando por ella con suavidad, sintiendo su relieve, su vello, su calor. Me fui metiendo entre sus labios y descubrí su humedad. Mis dedos comenzaron a resbalar entre sus pliegues. Sus gemidos fueron en aumento, su cuerpo se retorcía ante el placer que le ofertaban mis caricias. Me encantaba verla así, excitada y febril, disfrutando de mis dedos en su vagina.
Al cabo de unos segundos se giro para quedar frente a mí. Me empujó suavemente hasta hacerme recostar. Me quitó las bragas y con gesto felino posó su cuerpo sobre el mío. Nos besamos casi con violencia, su piel sobre la mía me hacía hervir la sangre. Desnudas, excitadas, mojadas, con nuestros pezones erectos, no dejábamos de acariciarnos, tocarnos, besarnos. Sus manos me hacían subir al cielo. Recorrió mi cuerpo con su boca. Se detuvo en mis senos. Comenzó a chupar uno de mis pezones con increíble maestría. Lo hacía de manera exquisita, succionaba suavemente, haciéndome sentir un placer intenso. No quería que dejara de hacerlo, mientras que con una sus manos acariciaba mí otro pecho. Eran caricias maravillosas. Mis caderas no dejaban de moverse al ritmo que marcaba con su estimulación. Fue descendiendo por mi vientre sin dejar de chuparme y mamar de mí pezón. Sentí sus dedos en mi vagina, un gemido profundo broto de mí garganta. Buscó mi humedad y comenzó a acariciarme a un ritmo lento. Sabía lo que hacía, mi respiración comenzó a agitarse a medida que aceleraba sus movimientos. Mi orgasmo no se hizo esperar, estalló en mis entrañas, una corriente cálida inundó mi sexo haciendo serpentear mi cuerpo debajo del suyo, encontrando su boca que buscaba la mía como si de esa manera fuera más dueña de mi placer.
Sus brazos rodearon mi cuerpo con fuerza, posando su cabeza en mi pecho. Deseosa de devolver el placer que me había dado, entendí que ella quería permanecer un instante así. Al cabo de unos minutos noté que lloraba. Busqué su rostro, sus lágrimas brotaban calmas, casi con resignación.
¿Qué pasa?, pregunté preocupada.
Me miró fijo a los ojos, me acarició con dulzura, se acercó a mi oído y murmuró:
Te amo
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sin darme tiempo a responder, calló mi boca con un beso tierno que de a poco fue convirtiéndose en un beso cargado de erotismo. Alternaba con pequeños mordiscos, haciéndome desearla con desesperación. Aferró con sus dientes mi labio inferior, me tomó por las muñecas y sintiéndome a su merced, separó su boca para decirme casi como una orden: - Haceme el amor.
Dejándome en libertad, ubiqué mi cuerpo casi sobre el suyo. Sus mejillas húmedas, su silencio, sus escasas palabras, hicieron que obedeciera sin preguntas. No sabía qué sucedía, pero había escuchado que me amaba y creyendo que lo que hubiera que saber podía esperar, me dediqué a demostrarle que yo también la amaba.
Mis labios se empaparon con los suyos. Bajé por su cuello, mi lengua lamía su piel, reconocía el sabor de cuerpo. Mis manos acariciaron sus senos, besaba su esternón. Acaricié mi rostro con sus pechos, lamí sus pezones, los llené de besos, saliva y placer. Me detuve en su vientre que acompañó mis estimulaciones con pequeñas contracciones a medida que mi lengua avanzaba por él. Dibujé un cerco de saliva en su ingle. Sus gemidos acusaban el placer que le estaba dando.
Descendí por su muslo, hasta llegar a sus pies. Besé sus dedos, sus tobillos y sus suspiros me decían que lo estaba haciendo bien. Lentamente y con suavidad comencé a acariciar la cara interna de sus piernas. Posé mi boca en uno de sus muslos, fui acercándome a su sexo y sin llegar a tocarlo, hice lo mismo con el otro. Sus caderas se balanceaban buscando mi boca. Podía ver sus manos aferradas a las sábanas con fuerza, esperando que mis labios aliviaran su excitación. Rocé con mis labios su vagina, su cuerpo se contrajo por un segundo y embriagada por el aroma de su sexo no resistí más. Me entregué a devorar su humedad. Gemía complacida de mi lengua. Yo era feliz allí, alimentándome de sus labios vaginales, saboreando su clítoris, penetrando cuanto podía con mi lengua su vagina ardiente. Sus manos me sostenían con fuerza aferrada a su vulva. Su pelvis se agitaba con violencia rogándome que continuara lamiendo su clítoris. Cuando presentí que su orgasmo comenzaba la penetré con mis dedos. Las sábanas se empaparon de mi saliva y sus flujos. Un gemido profundo, intenso, sensual llenó mis oídos y su orgasmo inundó mi boca.
Lo que siguió fue una guerra de placer. Vaginas restregándose entre sí, lenguas enredadas, sudor, su pezón rozando mi clítoris, dedos penetrándonos, mi lengua recorriendo su ano, su vagina cabalgando sobre mi boca. Una batalla de orgasmos fue consumiendo la noche y mis energías. Recuerdo que antes de rendirme alcancé a decir que la amaba y su boca me besó llena de amor.
Por la mañana ella ya no estaba conmigo. Busqué algún indicio de su presencia pero fue en vano. Llamé a la conserjería y allí me informaron que se había marchado. No podía creer que lo hiciera de esa manera. Sin dejar nada, ni siquiera una nota, había desaparecido de mi vida casi tan mágicamente como había aparecido. De alguna manera su partida explicaba sus lágrimas, pero mi confusión no se despejaba con eso.
Partí ese mismo día a Chile. Pasé un par de semanas más fuera hasta que decidí regresar a Buenos Aires. No podía pensar en otra cosa más que en ella. Revelé las fotografías que le tomé y de continuo pensaba si correspondía o no, llamarla. Tener su número telefónico no me autorizaba a irrumpir en su vida en vista de su partida tan furtiva.
Volví a mi trabajo en la editorial. De nuevo a tomar esas horribles fotos para una revista de moda. A nadie pude contar lo que había vivido con Rosario. Mantuve en secreto aquel romance fugaz pero increíblemente intenso que había poblado mis días de nostalgia.
Al tiempo, un viaje por trabajo me llevaba a Córdoba. Rosario era de allí y sin poder negar que una tonta esperanza de encontrarla rondaba por mi cabeza, partí no sin antes comunicarme con Irene, una amiga de toda la vida que hacia dos años se había mudado a aquella ciudad.
Desde que se había ido a Córdoba no habíamos tenido contacto, por lo que estaba muy feliz de volver a verla. Irene es del tipo de amistades que ni el tiempo, ni la distancia, altera. Por la noche fui hasta su departamento a cenar. Me había adelantado que iba a presentarme a su pareja desde hace más de un año. Alguien que por lo visto la hacía completamente feliz y que deseaba ansiosamente que conociera.
Apenas llegué, los abrazos y el escándalo obligado de dos amigas que se vuelven a encontrar fue la escena esperada. De inmediato, me tomó de la mano y dirigiéndome hacia la cocina dijo: - ¡Vení que te presento a Rosario!
Escuchar su nombre me heló la sangre. Allí estaba, esbozando una sonrisa, simulando verme por primera vez. Completamente aturdida por la situación, intenté comportarme de la manera más natural posible.
Fue la velada más horrorosa de mi vida. Irene no hacía más que elogiarme y contarle a Rosario lo excelente persona que era yo. Descubrí en el departamento un par de fotos donde estoy con Irene y supe que Rosario sabía quién era yo antes de conocerme. Sentimientos encontrados fueron naciendo en mí. No podía creer que me hubiera engañado. Por momentos la odiaba y por otros no podía evitar morirme de celos y vergüenza.
Al finalizar la noche Irene insistió en llevarme al hotel. Mientras fue a la cochera por el auto, quedé a solas unos minutos con Rosario.
¿Por qué?, le pregunté llena de angustia.
Porque te amo , respondió.
Eso no explica nada agregué.
Para mí lo explica todo
Yo ya no sé si te amé
Yo sé que me amas aseguró al instante
En cuanto Irene me dejó en el hotel, no pude evitar llorar de rabia y reconocer que amaba más que nunca a Rosario.
Inventé cuanta excusa pude para no tener que soportar ese triángulo devastador para mí. Procurando que Irene no sospechara nada, intenté mantenerme en contacto sólo con ella. La noche anterior a mí partida, habíamos reservado mesa en un restaurante. Supuestamente pasarían a buscarme por mi hotel con Rosario. Estaba en el lobby esperando cuando vi aparcar su auto. Noté que sólo estaba Rosario al volante.
Irene había tenido que cubrir una cirugía de urgencia y se reuniría con nosotras más tarde.
Esto no fue idea mía, dijo mientras ponía en marcha el auto.
Nada parece ser tu responsabilidad, contesté enfadada.
Enamorarme de vos no fue algo que planeara, replicó.
¿No?... Pregunté con ironía
No es como vos pensas
¿Entonces cómo es? ¿Cómo se explica que no me hayas dicho quién eras? ¿Qué no me hayas confesado que me conocías? ¿A que jugabas?
Permaneció en silencio y condujo sin mirarme. El llamado de Irene a mi celular me hizo recuperar una falsa calma que apenas podía sostener.
¡Hola corazón! No sabes cuanto lamento no poder despedirme, tengo que quedarme en el hospital .etc., etc., etc.
Una serie de comentarios tranquilizadores y llenos de mentiras hicieron que me despidiera de ella dejándome un sabor amargo en la boca. Apenas corté le pedí a Rosario que me llevara de nuevo al hotel.
Quiero hablar con vos antes, me dijo.
Yo no quiero escucharte, por favor, déjame por acá, me tomo un taxi.
No podes hacerme esto!, protestó
¡¿Y vos sí podes hacer lo que quieras?!, déjame bajar por favor supliqué
Estacionó en cuanto pudo y apenas quise abrir la puerta me sostuvo la mano con fuerza. Sentí su respiración cerca de mi piel y la odié por hacerme tan vulnerable. Rompí en llanto, comencé a pegarle y pedirle por favor que me dejara ir. Me abrazó con fuerza aplacando mi rabia, repitiendo "Perdóname, mi amor, perdóname". Un policía que observaba la escena golpeo la ventanilla.
Buenas noches, ¿está todo en orden?, preguntó curioso.
Rosario resolvió la confusión de inmediato y yo le pedí que me sacara de allí. Arrancó y sostuvo mi mano lo que duró el breve viaje hasta su casa. Una vez adentro, me abrazó ahora con ternura. Ya no quería pensar en nada, sólo quedarme así, creer que todo estaba bien, que ella sería para mí, que no habría mañana, ni después.
Me enamoré de vos antes de conocerte, comenzó a decir.
Me enamoré de tu fotografía, de lo que contaban de vos, te imaginaba cada día. Al principio me pareció una ridiculez pensar tanto en alguien que no conocía, hasta que aquel viaje te trajo a mí
No pude decirte quien era-continuó- era mi oportunidad sólo quería estar con vos, tenerte cerca, me bastaba con eso, no pensaba llegar más allá y me dejé llevar por ese juego tonto que había inventado. Me tranquilizaba el hecho de creer que no pasaría nada entre nosotras hasta que no pude decirte que no y ya era tarde para todo
Esta vez era ella la que lloraba, como aquella noche, con calma y llena de angustia. Busqué su boca, otra vez sus labios, su saliva, su lengua, su aliento Fuimos dando tumbos por la habitación mientras nos desnudábamos con torpeza. Besé su cuello con desesperación, su cuerpo quedó prisionero entre el mío y la pared. Mis manos masajeaban sus pechos, busqué sus pezones, comencé a lamerlos, chuparlos, empaparlos con mi saliva. Cargadas de excitación fue empujando mi cabeza hasta llegar a su pubis. Levantó una de sus piernas para apoyar su pie en la pared opuesta. Comencé a devorar su vagina, mis labios aprisionaron su clítoris y mi lengua empezó a estimularlo con rapidez. La penetré y su pelvis comenzó a subir y bajar al ritmo de mis penetraciones. Gemía con desesperación, mi lengua la tenía al límite del orgasmo, mientras que con una de mis manos me aferraba a uno de sus senos y con la otra entraba y salía de su vagina. Su cuerpo estalló en un orgasmo brusco, profundo, intenso, desacompasado
Permanecí en cuclillas con mi cara pegada a su sexo, buscando recuperar mi respiración. La sentí descender y quedar frente a mí. Su mano se acercó a mi vulva y me quedé observando cómo me acariciaba con suavidad. Tomó mi mentón y acercó sus labios a los míos, sin dejar de acariciarme la vagina. Era muy tierna al hacerlo. Sus dedos resbalaban suavemente y sólo atiné a tumbarme en el piso para recibir el placer que pudiera darme. Un dedo y otro me recorrían de punta a punta. Me abrió aún más mis piernas para ubicarse entre ellas. Su boca se posó sobre mi sexo. Mi vagina respondía a sus besos, a su lengua que volvía a apropiarse de mi excitación. ¡Por dios! Cuánto placer me daba el sentir su boca besándome así. Su lengua calentando mi clítoris con movimientos frenéticos, sus labios posados en mis labios vaginales, su saliva inundando mi vulva. Sus dedos me estimulaban desde adentro haciéndome sentir que pronto estallaría en mí un orgasmo inmenso. Mi pelvis comenzó a subir y bajar, mis piernas se cruzaron sobre su espalda y un mar de sensaciones me atravesó el cuerpo. Estaba acabando en su boca y ella no dejaba de lamer mi clítoris haciendo que a mi primer orgasmo se sumara otro y que me enloqueciera de placer pidiendo por favor que se detenga. Mantuvo su boca quieta sobre mi vagina, recibiendo mis espasmos, dejando que mi cuerpo se retorciera sobre ella.
Nos quedamos abrazadas, acariciándonos en silencio. Sabía que ésta, en verdad, sería la última vez.
Me tengo que ir, le susurré con tristeza.
Ya lo sé
Nos volvimos a vestir. Me senté en su sofá para calzarme mientras ella permanecía observándome con sus ojitos llenos de impotencia. Tomé sus manos y las besé.
No quiero que te vayas, dijo con los ojos llenos de lágrimas.
No lo hagas más difícil de lo que es por favor, le pedí
Antes de atravesar su puerta volvimos a besarnos y entre lágrimas le dije adiós.
En Buenos Aires a veces por las tarde todavía me pregunto cómo es que el destino pudo ponerte tan cerca y a la vez tan lejos de mí. De vez en vez miro tu fotografía y te murmuro en secreto que yo todavía te amo.