El Santo Padre (6)
Por un lado, el sátiro Padre Daniel va profundizando su relación con Octavia, mientras que, por el otro, se divierte sodomizando a la señora Jimena en la iglesia, delante del altar. ¿Será la única?
Capítulo 6
Caminando tranquilamente hacia casa, viendo la luz marcharse y las farolas repletas de polillas, voy saludando con breves cabeceos y sonrisas a las pocas personas que me voy cruzando por la calle, llegando al umbral de mi puerta justo cuando anochece. Sabedor de que los temporeros acaban de terminar su jornada hará unos minutos, y Octavia debe estar de camino, me pongo a preparar una cena ligera, sirviendo dos cubiertos en la mesa.
Sacando una de las botellas del mejor vino, las cuales recibo de un devoto vinatero para hacer las misas, apenas tengo tiempo a descorcharla antes de que unos rápidos golpes suenen en la puerta trasera de la cocina, provocando que vaya a recibir a mi invitada.
— Adelante, pasa. —saludo con una de mis mejores sonrisas.
— Gracias. —responde Octavia copiando mi gesto.
— ¿Crees que te ha visto alguien? —pregunto indicándole con la mano que se dirija al salón, viendo que no es la primera vez al ir sin vacilar.
— No, he sido cuidadosa. —contesta la mujer, entrando a la estancia mientras tengo que aguantar un resoplido mirando su culo.
— Perfecto. —murmuro viendo sus ojos dirigirse a la mesa—. He pensado que quizá tendrías hambre, y estoy preparando una pequeña cena.
— Gracias, no era necesario. —dice con una fugaz sonrisa.
— Tranquila, entre el viaje y el trabajo, seguro que estás hambrienta y agotada. —respondo quitándole importancia.
— Muchas gracias. —contesta Octavia—. ¿Podría usar la ducha antes?
— Claro, tienes tu equipaje en el cuarto pequeño. —asiento señalando con el brazo el pasillo—. Supongo que ya conoces donde está el baño.
— Sí, gracias. —responde la mujer, sonriendo.
Escuchando sus pasos alejarse por el pasillo, mis oídos escuchan de lejos la cremallera de su maleta al abrirse, provocando que mi mente visualice a la bella Octavia sacando ropa de ella. Prosiguiendo con mi tarea de preparar la cena, unos pocos minutos después termino, haciendo que me siente en mi silla habitual y me quede escuchando el sonido de la ducha.
¿Cómo debería proceder? ¿Qué ruta debo tomar para acabar entre sus piernas? ¿Debería ser brusco y cobrarme el favor de tenerla aquí? ¿O lo hago de manera sutil? Lo primero será tantear el terreno… ¿Estaría dispuesta a hacer cosas conmigo? No lo sé. Está siendo simpática conmigo, pero quizá debido a mi posición como dueño de la casa… Y también tengo que averiguar qué tipos de trabajos hacia con el viejo octogenario, ya que dijo que eran de limpieza, pero no sonaba muy convincente. Quizá deba esperar a que hayamos terminado de cenar, y cuando esté más relajada, y con cierto alcohol en el cuerpo, le preguntaré por ello.
Oyendo sus pasos venir por el pasillo, Octavia aparece con un sencillo pijama, que consta de una camiseta amplia y unos pantalones cortos, que le llegan por la mitad del muslo. Intentando no comérmela con la mirada, le dedico una amable sonrisa mientras le señalo el asiento a mi lado, lugar que ocupa respondiendo mi sonrisa.
— Gracias por todo. —dice mirando el plato.
— No es nada. —respondo hundiéndome de hombros mientras agarro la botella de vino—. Además, estoy viviendo sólo por primera vez, así que agradezco la compañía… ¿Te gusta el vino?
— Sí, gracias. —contesta algo tímida.
Tomándomelo con mucha calma y mirándole de reojo, sirvo el lujoso vino en su copa, dedicándole una sonrisa cuando termino. Prosiguiendo en silencio hasta rellenar la mía, finalmente ambos damos un ligero trago, degustando el delicioso líquido.
— En fin, cuéntame. —murmuro con tranquilidad—. ¿Cómo acabas de temporera en un pueblo perdido en el mapa?
— Bueno, es una larga historia. —responde la mujer, dando un nuevo trago a su copa—. Madre mía, está buenísimo.
— Tenemos todo el verano, creo que hay tiempo de sobra para una larga historia. —contesto ignorando su intento de desviar la atención.
— En fin, resumiendo… En su dia me peleé con mis padres, y me fui de casa. —dice finalmente Octavia, con una fugaz mueca—. Y cuando eres joven y sin estudios, encontrar un buen trabajo es difícil.
— Comprendo. —asiento, entendiendo realmente su problema. ¿Qué hubiera hecho yo en caso de no poder unirme a la iglesia o alistarme? Seguramente hubiera acabado haciendo trabajos parecidos a ella, o peor.
— Una compañera que me crucé la primera vez que hice de temporera, me aconsejó que fuese a pueblos remotos en vez de a grandes zonas. —murmura dándole un nuevo trago al vino—. Decía que, al ser tan inaccesibles, iban pocas personas y a los temporeros que iban se les pagaba y trataba mejor.
— ¿Y es cierto? —pregunto con curiosidad.
— A medias. —contesta Octavia—. Si que nos tratan mejor para que sigamos volviendo, pero apenas pagan ligeramente más que en los grandes sitios.
— Vaya. —murmuro comenzando mi cena—. ¿Y hay muchas mujeres temporeras?
— En fin, no muchas, somos una minoría. —dice hundiéndose de hombros—. Supongo que prefieren buscar trabajos menos físicos.
— Entonces estarás acostumbrada a estar rodeada de hombres desconocidos. —respondo rellenando su copa—. ¿No te da un poco de inquietud?
— Te acabas acostumbrando. —contesta con una sonrisa.
— ¿Nunca has tenido ningún problema? —pregunto agarrando de nuevo mi copa para darle otro sorbo.
— Alguno contado, pero no. —responde negando con la cabeza—. También gracias a una estrategia que me dijo aquella primera compañera.
— ¿Qué estrategia?
— Crear un grupo de amigos con los que charlar y estar todo el tiempo, compuesto de mujeres, casados y estudiantes. —explica Octavia—. Cuando estás acompañado todo el rato, no das oportunidad a que intenten nada.
— Mujeres y casados los puedo entender, ¿pero estudiantes? —pregunto con curiosidad.
— Suele ser su primer trabajo para pagarse el carné o las vacaciones, por lo que suelen estar bastante nerviosos como para preocuparse de otras cosas. —responde con una sonrisa—. Además, suelen ser más alegres y agradecidos.
— Entiendo. —asiento viéndole la lógica.
Prosiguiendo con la cena y la conversación, voy preguntándole más curiosidades y dudas, intentando esquivar los temas delicados para más adelante. Contándole también parte de mi historia cuando lo pregunta, la cena termina tan rápido como lo que tardo en rellenar su copa vacía, haciendo que le ofrezca seguir con nuestra conversación en el salón. Dejando los platos y cubiertos en el fregadero, agarro otra de las botellas de vino para rellenar una última vez nuestras copas, encendiendo la televisión para tener algo de fondo mientras nos sentamos cómodamente en el sofá. Prosiguiendo la última conversación hasta que esta empieza a volverse pesada, finalmente decido abordar el tema, decidiendo empezar suave.
— Y, en fin, ¿cómo era la convivencia con el Padre Julián? —pregunto provocando que deje su copa, haciendo un casi imperceptible movimiento de cejas que no me pasa inadvertido.
— No sé, normal. —responde después de unos segundos, lanzando una breve mirada a la televisión. Así que costará un poco…
— ¿Normal? Creo que sería de todo menos normal. —contesto dando distraídamente un nuevo sorbo a mi copa.
— ¿Por qué dices eso? —pregunta Octavia con curiosidad.
— En fin, yo conviví apenas unas semanas con él antes de que falleciera. —murmuro alzando una ceja—. Y ese hombre era de todo menos normal.
Mirándola como si supiera algún tipo de secreto, que obviamente no sé, ambos nos observamos a los ojos durante varios segundos, terminando finalmente cuando Octavia la desvía para agarrar su copa y vaciarla entre sus labios, antes de volver a mirar la televisión.
Después de esta reacción, me queda aún más claro que hay algo turbio detrás de esto… ¿Cómo puedo hacer que lo confiese? ¿Le cuento mi historia de verdad? ¿Le digo que realmente soy ateo y que me la suda ese viejo octogenario? No… No debería contar mi secreto para saciar simplemente mi curiosidad. ¿Quizá si adopto una postura más comprensiva?
— Vamos, Octavia. —digo bajando un poco mi tono de voz, creando un ambiente más íntimo—. ¿Qué te hacia hacer?
Viendo sus ojos observarme con cierta duda, volvemos a mantener un pequeño duelo de miradas antes de que lance un suspiro, terminando por morderse la cara interna del labio antes de hablar.
— No debería decirlo. —murmura la mujer.
— Estamos en confianza, ¿no? —respondo con una débil sonrisa.
— Pero… —contesta Octavia, contrariada—. No quiero ensuciar la imagen que tengas de él, en el fondo no era una mala persona.
— Tranquila, mi imagen de él no cambiará. —replico con honestidad. Ya pensaba lo peor de él, asi que nada la empeorará más…
— No sé. —replica la mujer con cierta duda.
— Venga, cuéntamelo, tranquila. —insisto dando un último empujón, sonriendo por dentro cuando la veo suspirar.
— A ver, quiero dejar claro que nunca me tocó ni abuso de mí. —dice con cierta duda—. Simplemente era un hombre solo, que necesitaba algo de compañía y de… estímulo.
— Entiendo. —respondo con cierta curiosidad—. ¿Qué tipo de estímulo?
— Bueno, a cambio de dejar que me quede aquí, me mandaba hacer las tareas domésticas… —explica vacilando un poquito al final—. En ropa interior o desnuda.
— Oh. —digo algo sorprendido—. ¿Y sólo miraba?
— Normalmente. —contesta Octavia.
— ¿Normalmente? —replico alzando una ceja—. ¿No has dicho que no te había puesto un dedo encima?
— Y no me lo puso nunca. —se apresura a decir la mujer—. Pero a veces…
— ¿A veces…? —aprieto acercándome un poco a ella.
— A veces, en fin, se masturbaba mirándome. —confiesa finalmente Octavia.
— Vaya. —contesto sin saber que decir.
El viejo octogenario la hacía limpiar la casa desnuda para pajearse mirándola… ¿Qué demonios? ¡Y luego me sermoneaba todo el tiempo! Todo ese rollo de los estúpidos valores, y resulta que hacía tales cosas antes de mi llegada. ¡Será hijo de la gran puta!
Aunque también me queda una duda, ¿por qué aceptó Octavia? Eso era cuanto menos turbio… Vivir en casa de un viejo, la cual se encuentra en un extremo algo aislado de un pueblo remoto, y que te haga hacer eso mientras se toca… ¿Está loca?
— ¿Y por qué accediste a ello? —pregunto viendo cierta ligera sorpresa en la mujer—. ¿No era mejor gastar el dinero en un motel? ¿O incluso vivir en las carpas junto al resto de temporeros?
— Ya, puede… —responde con una pequeña mueca divertida que me confunde—. Pero no me importaba hacerlo, siempre y cuando no me tocara.
— ¿No te importaba ir desnuda mientras un viejo se la cascaba delante de ti? —suelto con sinceridad, notando al instante la mirada sorprendida de Octavia por mi vocabulario.
— Bueno, no. —dice hundiéndose de hombros, observándome con curiosidad—. Era un cura, jamás se hubiera atrevido a hacerme algo, y que me viese únicamente él para alegrarse... No me parecía tan grave.
— ¿Y si hubiese intentado algo? ¿Qué hubieses hecho?
— Sé algo de autodefensa, podía perfectamente con un anciano así. —replica la mujer con una pequeña sonrisa.
— Debo decir que estás un poco loca. —murmuro llevándome de nuevo mi copa a los labios, escuchando una risa de su parte.
— Y yo debo decir que eres un cura algo extraño. —contesta Octavia, sonriente—. ¿Eres realmente un cura?
— Eso dicen. —respondo en tono de broma.
— Eres demasiado joven para ser Padre, y a veces te comportas y hablas de una manera poco… Religiosa. —analiza la mujer, sorprendiéndome ligeramente—. ¿Quién me dice que no eres un farsante que se ha instalado aquí para vivir gratis?
— Nadie, únicamente unos cuantos centenares de feligreses y los documentos legales que tengo guardados. —contesto con cierta ironía.
— Pues a veces siento lujuria en tus ojos y postura. —comenta Octavia, haciéndome reír.
— ¿Y eso es malo? —pregunto con una sonrisa, decidiendo tomar un camino nuevo.
— ¿Malo? Claro, eres cura. —responde frunciendo el ceño con cierta contrariedad—. No puedes sentir lujuria.
— No, claro que la puedo sentir, no es algo que se pueda erradicar. —contesto con una tranquila sonrisa—. Mi deber como cura, es controlarla para no dejarla ir.
— Entonces… ¿Estás admitiendo que me has mirado de manera lujuriosa? —murmura alzando una ceja con cierta diversión.
— Así es. —respondo sin tapujos, viendo en su rostro la sorpresa por mi tranquila y directa sinceridad.
— Vaya… —contesta observándome de manera expectante—. No sé si debería halagarme o horrorizarme que un cura me mire de esa manera.
— Si no te horrorizaba que lo hiciese el viejo, ¿por qué debería hacerlo alguien joven como yo? —replico con una sombra de sonrisa, alzándole una ceja de manera sugerente.
— Touché. —dice riendo, mirando su copa para verla vacía—. Creo que he bebido demasiado.
— En fin, ve a descansar si quieres, ya es un poco tarde y mañana trabajas. —respondo dando por finalizado el primer paso en mi hoja de ruta, alzándome y agarrando su copa.
— Bueno, antes lavaré los platos y las copas. —contesta levantándose, intentando robarme las copas.
— No es necesario, entre el viaje y el trabajo estarás agotada. —replico negando, pero volviendo a ser interceptado por ella.
— Si es necesario. —contesta volviendo a intentar robarme las copas—. El trato es que me dejas quedarme a cambio de hacer las tareas, y encima has hecho la cena.
— En serio, no hace falta. —respondo intentando esquivar sus zarpas—. Ya empezarás mañana con las tareas.
— Que no. Dámelas. —insiste Octavia, haciendo que ceda con un suspiro.
— Eres muy cabezona. —contesto provocándole una carcajada.
— Y cuando estoy borracha, más aún. —confirma robándome una sonrisa.
— Pues venga, ve a hacer tus amadas tareas. —murmuro poniendo los ojos en blanco—. ¿La ropa acostumbras a quitártela en la cocina o en el cuarto?
— ¿Prefieres que me la quite delante de ti? —suelta Octavia, haciéndome abrir los ojos de sorpresa cuando sus manos agarran los bordes de su camiseta.
— Oye, tranquila, era broma. —contesto viendo como se ríe de mi cara—. Se nota que estás borracha.
— No tanto. —responde con una sonrisa, yéndose hacia la mesa.
— Espera, te ayudo. —murmuro acercándome para agarrar el resto de platos y cubiertos que no alcanza a llevar.
— Gracias. —dice caminando hacia la cocina sin guía.
Observando su cuerpo con toda la lascivia que mi mente libidinosa y el alcohol me pueden dar, me tienta pedirle que se quite la ropa, pero mi plan que se ha formado en mi cabeza después de su confesión, iría en contra de dicha acción. ¿Debería haberme callado y dejado que se desnudase? Pero no sé si al hacer eso, me trataría como al viejo octogenario… Y necesito que confíe en mí. En fin, siempre tengo la opción de pedírselo. ¿Llevará tanga o bragas? Ese maldito pantalón amplio no marca nada… ¿Y si no lleva nada?
Escuchando una leve risa, mis ojos ascienden del trasero al rostro de Octavia, la cual me mira con una leve sonrisa, dejando los platos y copas en el fregadero antes de girarse a agarrar lo que llevo yo, aún con la sonrisa en la cara.
— Ya está. —dice dejándolo todo junto y abriendo el grifo—. Gracias.
— De nada. —responde alzando una ceja con diversión—. ¿Te vas a quedar a mirar o…?
— Quizá en otro momento. —contesto con descaro—. Yo me voy yendo a la cama, ¿necesitas algo?
— No, estoy bien, gracias. —replica con una sonrisa.
— De nada, descansa. —murmuro yéndome hacia el pasillo—. Buenas noches.
— Buenas noches. —responde Octavia a la que escucho comenzar a lavar—. Y… Daniel.
— ¿Sí? —pregunto girándome ante lo extraño que se me hace oír mi nombre sin la palabra Padre delante.
— Gracias de nuevo por dejar que me quede. —contesta sin girarse.
— De nada. —murmuro antes de proseguir mi camino hacia el cuarto.
Escuchando pasos retumbar dentro de la iglesia, dejo el periódico deportivo encima de la pequeña mesa, levantándome y saliendo del pequeño cuarto lateral para recibir al maldito creyente que me está jodiendo la mañana, aunque por lo menos hoy no tengo resaca… Creo que debería empezar a dejarlo, desde que ha venido Octavia a mi casa, hace un par de días, parece que tenemos la tradición de beber una botella de vino cada noche.
Alzando las cejas con cierta sorpresa, veo a Jimena sonreír al verme, acelerando su paso para llegar a mí justo cuando me planto delante del altar. Revisando su, más que cuestionable, vestimenta, mi mirada se pierde en el pronunciado escote que le hace el pequeño vestido veraniego, el cual apenas llega a tapar su trasero.
— Buenos días, Padre Daniel. —saluda la mujer con una sonrisa radiante.
— Buenos días, señora Jimena. —contesto frunciendo suavemente el ceño con desaprobación—. No lleva una vestimenta adecuada para este lugar.
— Lo siento, Padre. —responde la mujer, dando un paso adelante para acercarse peligrosamente a mí.
— Debería ir a cambiarse, y luego volver. —replico dando un paso atrás, viendo su rostro confuso.
— Pero Padre… —contesta mordiéndose el labio—. Hace varios días que no nos vemos.
— Hija, ¿qué pasaría si alguien le ve con tal vestimenta aquí? ¿Qué dirían de mí si lo permito? —murmuro con mala cara—. ¿Quiere que el pueblo empiece a hablar? ¿Quiere que me echen de aquí?
— ¡No! Todo menos eso. —se apresura a decir Jimena frunciendo el ceño con cierto arrepentimiento en su rostro—. Lo siento, quería impresionarlo.
— No necesitas ir semidesnuda para calentarme. —suelto en un susurro, dejando de hablarle de usted.
— Lo siento. —murmura la mujer mostrando una fugaz sonrisa de orgullo antes de morderse el labio con arrepentimiento—. Iré a cambiarme, y luego volveré.
— No es necesario. —respondo evitando que se gire—. Tengo ropa de mujer en mi casa, por la inquilina que te dije, no creo que note si le falta alguna prenda unas horas.
— Gracias, pero no debería importunarle así y…
— No te equivoques. —replico con cierta contundencia, acercándome a ella hasta casi rozar nuestros rostros—. No puedo permitir que te vean salir como una puta de aquí.
— Padre… —suspira la señora Jimena, dejándome escuchar como traga saliva.
— ¿A qué has venido? —pregunto llevando mi mano directamente a los bajos de su vestido, palpando directamente su empapado coño.
— Yo… —repite con un ligero gemido, mientras restriego mis dedos por su sexo antes de mostrarle mi mano con seriedad.
— Ya veo a que has venido, zorra. —murmuro mostrándole todos los fluidos impregnados en mis dedos antes de llevarlos a su boca—. Límpiame.
Agarrando mi mano, y abriendo los labios, su boca se cierne sobre ellos, comenzando a lamerlos con deleite mientras sus ojos me observan buscando aprobación. Echando breves ojeadas por encima de ella para asegurarme de que nadie venga, finalmente le quito el caramelo de la boca, agarrando los bajos de su vestido y alzándolo para limpiarme las manos, dejándola desnuda de cintura para abajo y provocando que lance una mirada preocupada hacia atrás.
— ¿Ahora te preocupa que te vean? —suelto terminando de limpiarme la saliva de los dedos, soltando su vestido—. Vienes a la iglesia vestida como una puta, sin ropa interior y con el coño mojado…
— Es que, Padre, llevo varios días sin verle. —contesta mordiéndose el labio, bajando con nerviosismo su vestido.
— ¿Y eso sirve de excusa? Maldita ramera. —respondo agarrándola del cuello—. Tendría que castigarte ahora mismo.
— Hágalo, he venido preparada para todo. —murmura con un hilo de voz, que aún deja sentir su excitación—. Preparada para complacerle…
— No mientas en mi iglesia. —digo fusilándola con la mirada—. Has venido para complacerte a ti misma. No buscas mi placer, sino el tuyo.
— Lo siento, Padre. —confiesa la mujer mientras le suelto del cuello—. Tiene razón, sólo pensaba en mí.
— En saciar tu hambriento coño. —insisto rozando mis labios con los suyos después de volver a echar una mirada sobre ella.
— Y mi culo. —suspira la señora Jimena, abriendo inútilmente su boca para besarme, frunciendo el ceño cuando me alejo al intentarlo.
— Maldita ramera… —jadeo sintiendo cierto morbo en mi interior—. Así que has venido para que te profane.
— Le he dicho que he venido preparada para todo. —contesta con un rostro de desesperada excitación—. Y estoy deseosa de cumplir su fantasía y la mía.
— Ya veo. —murmuro agarrando los bajos de su vestido, tirando hacia arriba de él para sacárselo con violencia.
— Padre… —dice con excitación y preocupación, mirando hacia atrás—. Vayamos primero a su casa.
— No, voy a follarte aquí, para que recuerdes siempre la primera vez que te sodomizaron. —suelto buscando en mi bolsillo, sacando las llaves para dárselas—. Ve a cerrar la puerta.
— Sí, Padre Daniel. —acepta agarrándolas, girándose para recibir un azote antes de ir corriendo a la puerta, permitiéndome admirar sus bonitas curvas rebotar.
Observando a la bella mujer apresurarse a cerrar la puerta, sus pasos son algo menos veloces al volver, pero con la misma urgencia en su mirada. Quitándome la sotana y el alzacuellos, me bajo los pantalones junto a mi ropa interior, los cuales caen hasta mis tobillos. Indicándole a Jimena que se ponga a mamar con un simple gesto, agarro las llaves que me tiende para lanzarlas, junto a la sotana, sobre el altar. Viéndola arrodillarse con premura, lanzo un inaudible suspiro cuando devora mi creciente sexo, mientras voy desabrochándome tranquilamente la camisa bajo su sumisa mirada.
— ¿A eso le llamas chupar? —digo cuando suelto el último botón, dejándome la impoluta camisa blanca abierta.
— Lo siento, Padre. —responde escuetamente antes de comenzar a enterrarse mi ligera erección hasta la garganta, permitiéndome escuchar como intenta resistir las arcadas.
Sintiéndome Dios, me quedo observando a la bella mujer arrodillada ante mí, mamándomela frente al altar completamente desnuda. Llevado por esa sensación de poder, agarro su cabeza para comenzar a follarme su boca, sintiendo sus manos apresar mis muslos para resistir las acometidas, las cuales duran casi medio minuto. Separándome, observo a la señora Jimena con los ojos rojos, intentando rellenar sus pulmones mientras con las babas chorreándole de la boca me dedica una suave sonrisa.
— ¿A quién le perteneces, puta? —suelto agarrándola del cabello, obligándola a alzar su rostro.
— A usted, Padre. —contesta mirándome con un deseo voraz.
— ¿Y a qué has venido aquí? —pregunto obligándola a ponerse en pie, quedando pegada a mi rostro.
— A que me folle. —responde llevando sus manos a mi verga.
— En el fondo querías que te lo hiciese aquí, ¿verdad? —replico agarrándola de la barbilla, para alzarle más el rostro.
— Sí… —suspira mordiéndose el labio.
— Querías provocarme para que te follase delante de tu Dios. —suelto pegando mis labios a los suyos, sintiendo su entrecortado aliento en mi boca.
— Sí... —responde casi gimiéndolo, sacando la lengua para intentar unirnos en un beso, el cual rechazo echándome hacia atrás.
— Te voy a follar en el mismo sitio que te casaste. —murmuro acercándome a su oído, poniendo la voz más profunda que puedo.
— Fólleme. —acepta la mujer, masturbándome.
— Pienso reventarte el culo contra el altar. —susurro sintiendo un ligero temblor en la señora Jimena.
— Lo estoy deseando. —responde con un hilo de voz.
Silenciándola con un beso bastante sucio, mis manos se deslizan tras su cuerpo para apresar sus imponentes nalgas con cierta dureza, escuchando un murmullo en la unión de nuestras bocas. Separándome, la hago subir los escalones hasta la mesa que hay delante del altar, donde, sin vacilar, aparto todas las velas apagadas y cacharros de un manotazo, vaciando la mesa con un gran estruendo que resuena en todo el santo lugar. Empujándola sobre el blanco mantel, ella misma se inclina y aferra a los bordes, mostrándome sus lugares más sagrados sin ningún recato. Mirando el ligero brillo que rodea su entrada trasera, mi ceño se frunce con cierta curiosidad, acariciando la zona para, sin previo aviso, clavarle uno de mis falanges en su recto.
— Vaya, parece que esta ramera ya ha estado jugando con su culito antes de venir. —murmuro sintiendo el viscoso gel facilitar mi intrusión, la cual ya de por si es fácil—. Veo que me has facilitado la tarea.
— Ya le he dicho que he venido preparada, Padre. —gime la mujer contra la mesa, girando levemente su rostro para mirarme con lascivia.
— Me gusta. —comento insertándole un segundo dedo sin problema—. Te mereces un premio.
Sacando mis dedos de su interior, me agarro la erección para tantear su viscoso y empapado sexo, enterrándome de dos golpes de cadera cuando mi glande la penetra, escuchando un gemido lastimero resonar entre las sagradas paredes. Aferrándome a su hermoso e imponente trasero, empiezo a embestir sin piedad a Jimena, la cual comienza a proferir sonoros gemidos que retumban por todo el lugar, junto al sonido de la mesa temblando por nuestros movimientos. Disfrutando de su cálido y húmedo coño, mis ojos se alzan con cierto descaro hacia el altar, donde la máxima figura de la iglesia parece estar devolviéndome la mirada mientras me entierro una vez tras otra en el interior de esta hermosa mujer. Sintiendo los espasmos de su sexo exprimiéndome, prosigo mis potentes estocadas sin piedad, regalándole un sonoro azote en sus nalgas, el cual provoca un pequeño estallido de jubilo en la sumisa Jimena.
— ¡Más! —suplica su voz, haciendo que mi mano vuelva a impactar contra su otra nalga, poniéndola igual de roja que su gemela.
Notando como sus expresiones van aumentando progresivamente de volumen, finalmente siento su interior comenzar a contraerse y temblar, coincidiendo con unos potentes gemidos abandonando su garganta mientras empieza a retorcerse sobre la mesa.
— ¡AY, DIOS! —blasfema la señora Jimena, corriéndose y sintiendo como su coño se deshace en líquidos, provocando que pierda mi autocontrol y me entierre en lo más profundo para rellenarla con mi semen.
Viendo a Jimena caer rendida sobre el mantel, termino de vaciarme entre gloriosos espasmos antes de seguirle, apoyándome sobre ella mientras mi verga termina con sus contracciones, dejándome en un fabuloso estado de calma mental. Sintiendo mi respiración tan agitada como la de Jimena, mantengo la misma postura durante varios segundos, notando mi sexo ablandarse y abandonar el de ella, provocando que comiencen a escaparse todos nuestros fluidos.
— Dios, Padre, me encanta como me folla. —suelta la mujer, con un tono agotado.
— No blasfemes en la casa del Señor. —respondo con una agotada y breve risa, escuchando una carcajada en la señora Jimena.
— Sólo por esto, ya vale la pena ir al Infierno. —contesta haciendo que me alce, provocando que ella haga lo mismo para mirarme.
— ¿Te crees que esto ha acabado? —replico mirando sus hermosos ojos de cerca.
— Espero que no, Padre. —dice con un renovado morbo.
— Esto sólo era un premio por ahorrarme trabajo. —suelto mordiéndole el labio, separándome un par de pasos para señalarle el lugar ante mí—. Venga, ponte a chupar que me la tienes que dejar limpia y dura para que te folle el culo.
Con una perversa sonrisa, y en silencio, la señora Jimena se hinca de rodillas, volviendo a devorar mi sexo sin asco ninguno por todos los fluidos que la impregnan. Centrándome en disfrutar de la mamada para darme prisa en ponerla dura, la aparto nada más alcanzar su máxima rigidez, haciendo que me observe de rodillas ante mí, expectante.
— Gírate, pega la cara al suelo y sepárate las nalgas. —indico desde las alturas, señalando la pequeña alfombra que hay delante de la mesa del altar—. Ha llegado la hora de romperte el culo.
— Sí. —gime con deseo la mujer, obedeciendo rápidamente.
Ubicándome tras ella, me quedo varios segundos observando la morbosa escena, aumentando mi ego al ver a la señora Jimena completamente sumisa, con las nalgas separadas para deleitarme e invitarme a profanar su entrada trasera. Dios… Ha valido la pena todas estas semanas de juegos y estrategias para llegar a esto.
Arrodillándome y abriéndole un poco las piernas para que baje la altura de su culo, dirijo mi erección a su rosado ano, comenzando a penetrarla lentamente, con cuidado. Sintiendo su interior intentando expulsarme por acto reflejo, su dilatación previa y la tremenda lubricación ayudan a que le vaya profanando su culo centímetro a centímetro. Viendo a Jimena aguantar tranquilamente hasta la mitad, unos pequeños murmullos de queja escapan de sus labios cuando prosigo, provocando que suelte un ligero grito cuando termino de penetrarla. Esperando casi un minuto a que se habitúe, comienzo a retirarme con la misma lentitud, volviendo a penetrarla seguidamente con algo más de velocidad, escuchando un breve murmullo apagado tras sus sellados labios.
— Joder, qué apretado… —suspiro prosiguiendo con el mismo ritmo.
Escuchándola resoplar en respuesta, seguramente con la mandíbula apretada, su respiración sale atropelladamente por su nariz cada vez que la empalo, aunque sus murmullos de dolor se van apagando poco a poco. Sintiendo como lentamente mi estoque va perforándola con más facilidad, voy aumentando el ritmo, disfrutando de la vista y sintiéndome más poderoso al ver cómo sodomizo a la bella mujer que tengo delante.
— Voy a tener que comprarte un consolador de mi tamaño, para que tengas siempre el culo y el coño preparados para mí. —suelto clavándosela con contundencia, escuchándola proferir un gemido.
— Padre, ya me he comprado uno así... ¡Ah! —responde la mujer, a la cual agarro del cabello envolviéndolo en mi mano, obligándola a arquear su espalda y dejar escapar los gemidos que comienzan a sustituir sus murmullos.
— ¿Y por qué no lo has usado en tu culo? —pregunto arreándole un azote.
— ¡Mmm! Porque quería que su verga… ¡Ahh! —gime mientras empiezo a embestirla con rapidez y dureza—. Quería que fuera la primera que rompiera completamente… ¡Ahh! ¡Joder!
— ¿Y qué? —jadeo algo cansado por el ritmo—. ¿Te gusta como te estoy rompiendo el culo delante de Dios?
— ¡Me encanta! —gime con potencia, haciendo resonar sus lascivos sonidos por toda la iglesia.
— Gírate. —digo saliendo de pronto de su interior, haciendo que me obedezca con confusión—. Ponte boca arriba y levanta tus piernas, quiero verte la cara cuando te rellene de leche.
— Sí, Padre. —responde tan acalorada y excitada como yo, tumbándose y alzando las piernas para doblarlas, mostrándome su culo dilatado abriéndose y cerrándose entre palpitaciones.
Ubicándome contra ella, me entierro de nuevo en su trasero, viendo a Jimena cerrar los ojos y abrir la boca, dejando escapar otro gemido. Colocándome entre sus piernas en la mítica posición del misionero, no espero ni un segundo más para retomar mis embestidas contra su culo, pudiendo admirar ahora el bello rostro de la señora Jimena contraerse de placer.
Prosiguiendo con el ritmo rápido y potente que tenia antes del cambio de postura, me dedico a admirar el rostro de Jimena y sus grandes pechos bamboleándose, extasiando mi mente con tan bella y morbosa imagen. Quién me diría a mí que, cuando acepté venir a este pueblo perdido para cuidar del viejo, ¿terminaría teniendo una casa gratis para mí y follándome por el culo, en la iglesia, a esta tremenda mujer casada? A veces, la vida es buena.
— ¡Padre! ¡Creo que viene! —dice Jimena casi fuera de sí, llevándose una mano al coño para empezar a maltratárselo a rudas caricias.
Viéndola abandonarse al placer, profiriendo fuertes gemidos que se deben escuchar hasta desde mi casa, acelero todo los posible el ritmo y la fuerza, intentando acabar junto a ella. Haciendo resonar el choque de nuestros cuerpos por todo el santo lugar, finalmente Jimena comienza a convulsionar y retorcerse, gimiendo y poniendo los ojos en blanco, quedándose casi catatónica cuando empiezo a correrme dentro de su culo, clavándole mi verga hasta el fondo.
Sintiendo mi corazón bombear como loco, al ritmo de mis chorros de semen abandonando mi cuerpo, me quedo en un estado de éxtasis admirando a Jimena, la cual tiene la mirada perdida observando el altar sobre nuestras cabezas. Saliendo finalmente de ella cuando me he vaciado completamente, me dejo caer a su lado agotado, quedándome en esa “nada” post-orgasmo que tanto me gusta.
Escuchando nuestras respiraciones aceleradas, ambos nos quedamos tumbados sobre la fina alfombra en silencio, hasta que pasados unos segundos me levanto agotado, yendo hacia mi ropa para vestirme. Mirando a Jimena, la cual sigue en la misma postura en la que me la he follado, mis ojos se clavan en su trasero, donde mi semen sale atropelladamente de su dilatado agujero.
— Padre. —susurra Jimena sin moverse, atrayendo mi mirada a su rostro completamente en paz.
— ¿Sí? —respondo terminando de abrocharme la camisa.
— Necesito divorciarme de mi marido. —contesta con una mirada seria pero tranquila.
— Llevo tiempo diciéndotelo. —murmuro alzando una ceja con curiosidad—. Te ayudaré con los tramites, pero… ¿A qué viene ese cambio de opinión? ¿Ya no te importa lo que diga el pueblo?
— No. —responde tranquilamente la mujer, sin moverse un ápice—. Después de lo que estoy viviendo las últimas semanas, me ha quedado claro que debo vivir por mi felicidad.
— Correcto. —asiento con una sonrisa, metiéndome la camisa por dentro de los pantalones.
— Y si tengo que vivir amargada sexualmente, mientras ese cerdo disfruta de lo que acabo de sentir yo… —murmura incorporándose lentamente, mirándome con seriedad—. No podría vivir así. No después de haber vuelto a probar todo esto.
— Mañana, si quieres, comenzamos el proceso. —contesto colocándome el alzacuellos y la sotana.
— Gracias, Padre. —responde con una hermosa sonrisa, alzándose con dificultad.
— No es n… —comienzo a decir antes de que unos golpes en la puerta de la iglesia me interrumpan.
Observando con cierto miedo a Jimena, la cual se apresura a agarrar su ropa con el mismo sentimiento en su cara, le indico que se vaya por la puerta de atrás, dejándome ver sus aceleradas pisadas hacia allí, con el culo aún rojo y chorreando semen por sus piernas. Recomponiéndome física y mentalmente, me acerco hasta la puerta para abrirla, encontrando a la señora Gutiérrez dedicándome una mirada confusa junto a Leire.
— Padre Daniel, ¿por qué estaba encerrado en la iglesia? —pregunta la mujer, con el ceño fruncido.
— Lo siento, hija. La cerradura es antigua y está algo mal, a veces se bloquea si el aire la cierra fuerte. —respondo mostrándole una de mis sonrisas tímidas más ensayadas—. Y he de reconocer que estaba tan ensimismado preparando el sermón del domingo, que no me he dado cuenta.
— ¡Oh! Entiendo. —contesta relajando su mirada hasta el punto de hacer aparecer una pequeña sonrisa en su rostro.
— Perdone mi torpeza. —añado fingiendo cierta vergüenza—. Debería llamar a un cerrajero, pero no conozco ninguno en el pueblo.
— No es nada, Padre, a todos nos puede pasar. —replica terminando de mostrar la sonrisa—. El hijo de la Herminia trabaja en la ciudad de cerrajero, y está de vacaciones en el pueblo, si quiere le puedo avisar.
— Se lo agradecería. —murmuro mirando finalmente a Leire, que me observa con curiosidad.
— Déjemelo a mí. —contesta con orgullo la feligresa.
— Gracias. —repito con una de mis mejores sonrisas.
— No es nada, en serio. —replica señalando a su sobrina—. En fin, aquí le dejo a mi sobrina.
— Perfecto. —asiento viendo a la veterana mujer girarse para irse—. Que tenga una buena tarde.
— Igualmente, Padre. —contesta la mujer, alejándose.
Viendo a la señora Gutiérrez andar por el camino de tierra, finalmente miro a Leire de nuevo, apartándome para dejarla pasar al interior de la iglesia, donde ambos empezamos a caminar lentamente hacia el altar. He tenido suerte…
— Tienes talento para engatusar. —dice de pronto Leire, haciendo que me sorprenda.
— ¿A qué viene eso? —pregunto pensando en mis intentos de someterla.
— Mi tía estaba cabreada cuando ha visto que estaba cerrada la puerta, pensaba que te habías dormido o algo. —replica mirándome con asombro—. Y ha terminado yéndose alegre y contenta contigo.
— Talento natural. —respondo dejándome caer en el primer banco, señalando el desastre que he formado junto a la mesa del altar, cuando he mandado a volar las cosas de encima del mantel.
— ¿Y eso? —pregunta Leire, confusa.
— Se ha colado una gata y lo ha tirado todo. —miento con descaro, sabiendo el poco argumento que tiene—. Colócalo de nuevo en su sitio.
— Ya… —murmura con un tono que deja claro que no se lo cree antes de frenarse en el lugar, olfateando el aire y mirando las marcas de líquidos en la alfombra.
— ¿Pasa algo? —pregunto enarcando una ceja cuando sus ojos asombrados me miran.
— N-No… —responde mirándome algo dubitativa.
Observando en silencio como comienza la tarea, me aparto la sotana para bajar desabrocharme de nuevo los pantalones y bajarlos, junto a mi ropa interior, hasta las rodillas, liberando mi sexo para volver a ocultarlo bajo la sotana. Aún saciado por el delicioso rato que he pasado con la señora Jimena, obligo a mi mente a fantasear con el cuerpo de la joven Leire, provocando que poco a poco mi verga se vaya reanimando.
— Ya está. —anuncia tras un par de minutos la joven, girándose por fin para verme.
— Está bien. —respondo mientras se acerca.
— ¿Y ahora? —pregunta con curiosidad.
— Tienes dos opciones. —replico apartándome la sotana, mostrándole mi erección.
— ¿Q-Qué dos opciones? —contesta mientras veo la gula en sus ojos.
— O agarras esto, cierras la puerta, te desnudas y te bendigo. —explico tendiéndole mis llaves—. O te pones a limpiar el asqueroso sótano. Tú elijes, pero tienes que ser rápida, antes de que venga alguien.
Viendo en sus ojos cierto malestar por la amenaza, apenas duda durante unos segundos, estirando finalmente su mano para agarrar las llaves. Observando de reojo mi erecta verga, sale corriendo hasta la puerta, donde la escucho cerrar con ciertas dificultades. Volviendo igual de rápido, me tiende de nuevo las llaves, quedándose unos segundos pensativa.
Pensando ya que se arrepentiría, finalmente Leire se lleva las manos a la camiseta, quitándosela con velocidad para dejarla a mi lado en el banco. Lanzada ya a ello, sus dedos desabrochan velozmente su apretado pantalón, quitándose el calzado para, después de unos segundos, deleitarme con su juvenil y excitante cuerpo, apenas cubierto por la ropa interior.
— No. —niego cuando sus rodillas se pliegan ante mí, dispuesta a devorar mi verga—. Toda la ropa.
— ¿Toda? —replica frunciendo el ceño con cierta molestia.
— Toda. —reitero con contundencia, agarrándome la erección para hacerla balancear lentamente.
Teniendo un nuevo duelo de miradas, finalmente su lascivia gana la batalla, volviendo a levantarse para, después de unos instantes de indecisión, soltar su sujetador, liberando unos grandes y tersos pechos que desafían la ley de la gravedad. Comenzando a masturbarme ante tal imagen, me deleito con esa diosa cuando termina de obedecer mi orden, quitándose las bragas para enseñarme sus bonitos labios, cubiertos por una fina capa de bello recortado.
— Muy bien. —asiento viéndola caer de nuevo de rodillas, haciendo que me relama igual que ella—. Ya puedes chupar.
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¡Gracias por leer!
Antes de nada, muchas gracias por todo el apoyo, tanto de la gente que comenta y me envia correos, como de los mecenas que me ayudan a seguir publicando. Y a estos últimos me quiero dirigir ahora. Durante el dia de ayer, Patreon me avisó de que estaban prohibidas las historias de incesto en su página, y que si no las quitaba, me borrarían el perfil. Intenté "esquivar" la normativa, borrando el texto y subiendo un enlace a una pagina externa donde descargar los capítulos, pero me han dicho que eso tampoco lo puedo hacer.
No me gusta el hecho de marear más a la gente, pero no me queda más remedio. Por lo cual, las historias de incesto (como "Encerrado con mis primas") las publicaré en un Discord que acabo de crear (junto al resto de relatos para aprovechar), y los mecenas tendrán acceso a salas privadas donde ejercer su derecho de lectura anticipada. Durante todo el dia, he estado enviando mensajes a los mecenas por privado en Patreon para avisarles, pero la gran mayoria no ha respondido, por lo que quiero decirlo por aquí, donde seguramente terminarán leyéndolo. Si queréis seguir leyendo dichas historias, entrad al Discord y pasadme por mensaje privado de Patreon el nick, para que os pueda dar acceso a las salas privadas.
Para el resto, lamento todo este rollo xD Si queréis podéis acceder al Discord, donde publicaré todas mis historias , y podréis enteraros de las novedades al instante. Además de que podréis conocer a personas con gustos similares.
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Hoy no tendréis anticipo del capítulo siguiente, ya que aún no lo tengo escrito del todo. Nos vemos la semana que viene :D