El Santo Padre (5)

Viendo como sus estrategias con la señora Jimena comienzan a dar sus frutos, y su plan con Leire prosigue su curso, un nuevo objetivo se cruza en el camino del libidinoso Padre Daniel: Octavia. Una temporera que guarda una extraña relación con el viejo octogenario.

Capítulo 5

Abriendo los ojos con pesadez, me cuesta un poco enfocar el techo de mi cuarto, sintiendo un ligero dolor de cabeza taladrar con cada sonido que mis oídos escuchan. Girando para ver el otro lado de la amplia cama, descubro que Jimena no está, la cual se debe haber ido sin que mi cuerpo y mente agotados lo hayan notado.

Toda la noche... Me la estuve tirando, toda la noche. Hasta que mis huevos no eran capaces de sacar más leche, y Jimena se había transformado en una simple muñeca agotada, berrando frases incoherentes, delirante de todo el éxtasis que había gozado su cuerpo y mente. Por mucho que se haya arrepentido ahora, y se haya marchado sin decir nada, sé que con lo que ha gozado esta noche, tarde o temprano volverá pidiendo más. Y, teniendo en cuenta lo sola que está en su casa, no me extrañaría que regrese mañana o pasado…

Alzándome agotado y desnudo de la cama, apenas me calzo las pantuflas antes de salir de mi cuarto, gozando de la fresca sensación de libertad en pleno verano. Olfateando un rico olor en el aire, mi ceño se frunce confundido cuando me dirijo al origen, encontrando a Jimena cocinando. ¿Qué demonios…? ¿No se ha ido?

— ¡Oh! Buenos días, Padre Daniel. —saluda Jimena, mirando mi desnudez tímidamente antes de volver a fijarse en la sartén—. Si quiere puede ir a vestirse, el desayuno estará listo en breve.

— ¿Eh? Sí, claro. —murmuro algo extrañado, observándola que va con el vestido de ayer antes de salir de la cocina, yendo a mi cuarto.

Vistiéndome con uno de los habituales pantalones oscuros, y una de mis infinitas camisas blancas, salgo de nuevo hacia la cocina, siguiendo a Jimena hacia el salón cuando la veo ir hacia allí, con un par de platos en las manos.

— Siéntese. —dice sonriente, dejando el desayuno en la mesa y encendiendo la televisión—. ¿Quiere café?

— No, gracias. —murmuro ocupando, aún confuso, mi habitual asiento—. Con esto es suficiente.

— No sabía si le gustaba desayunar algo dulce o algo salado. —comenta yéndose de nuevo a la cocina para traer más cosas—. Por lo que le he preparado un poco de todo.

— Gracias, no era necesario que se tomase tantas molestias. —respondo viéndola sentarse a mi lado, exultante.

— No es ninguna molestia, estoy acostumbrada. —contesta frunciendo el ceño con un divertido reproche—. ¿Y no habíamos quedado en que no se dirigiría a mí de usted?

— Perdón. —murmuro robándole una carcajada.

— En fin, que aproveche. —comenta Jimena, dedicándome una amplia sonrisa mientras comienza con su desayuno.

— Que aproveche. —repito, dirigiendo mis ojos a la pantalla de la televisión.

¿Qué demonios hace aquí aún? Su presencia aquí ha roto todos mis planes y previsiones. Creía que iba a regresar a casa avergonzada y arrepentida, luego de lo cual terminaría de someterla con refinadas estratagemas… No qué me iba a preparar el desayuno y tener una actitud tan positiva. ¿Qué debo hacer? ¿Qué actitud debo tener? ¿La de cura arrepentido de romper su voto de celibato? ¿La de cura que quiere seguir como Padre, pero sin renunciar al sexo? No sé cómo afrontar esto…

— Padre, ¿está bien? —dice Jimena haciendo que regrese al presente.

— S-Sí. —respondo carraspeando—. ¿Por?

— Apenas ha tocado el desayuno. —comenta con cara de lastima—. ¿No está bueno? ¿No le gusta?

— No es eso, está riquísimo.

— ¿Entonces? —replica la mujer, dejándome camino para ejecutar uno de mis planes.

— Estoy algo pensativo. —murmuro con un suspiro.

— ¿Es sobre lo que hicimos ayer? —pregunta Jimena, frunciendo el ceño con suavidad.

— Sí. —respondo con una mueca—. Entiende que es una situación difícil para mí.

— Lo comprendo. —murmura en apenas un susurro, esperando varios segundos de silencio—. ¿Se arrepiente?

— No. —contesto poniendo un rostro de frustración—. Ese es el problema.

— Padre…

— Hija, soy cura, un representante de Dios que ha hecho voto de castidad. —digo viendo su rostro—. Y no sólo lo he roto, sino que mi mente no puede dejar de pensar en repetirlo.

— Padre, no se mortifique. —responde inclinándose un poco para acercar su rostro—. Ya se lo dije ayer, creo sinceramente que lo del celibato está anticuado, ¿por qué los representantes de Dios no pueden gozar de uno de sus mejores regalos? Otras religiones lo permiten.

— Pero yo no soy un representante de esas religiones con falsos dioses. —replico mirándole con frustración—. En nuestra religión no permiten lo que he hecho. Si la iglesia se llega a enterar, me excomulgarán y me veré en la calle.

— Yo jamás contaré nada, Padre. —dice con velocidad, agarrándome con sus manos una de las mías, mirándome con cariño.

— Gracias, no me merezco tu compasión. —contesto con una sonrisa triste—. Y más después de cómo te trate anoche.

— ¿De qué habla? —replica Jimena frunciendo el ceño.

— Cómo te hable, cómo te trate… —murmuro con un rostro arrepentido—. Y lo peor es que no puedo fingir que el diablo me poseyó, me da miedo admitir que eso oscuro estaba enterrado en mi interior, y gocé de dejarlo salir. Lo siento.

— No se disculpe, Padre. —se apresura a decir Jimena, acercando más su rostro—. A mí me encantó.

— Lo dices por amabilidad…

— No, es la verdad. —contesta la mujer, bajando algo el tono con vergüenza—. Me sentí mujer por primera vez en muchos años, y me hizo sentir deseada, me hizo creer que aún tengo la capacidad de hacer gozar a un hombre…

— Aun así… —murmuro con duda en el rostro—. ¿Qué debes pensar de mí después de esto? ¿Con qué autoridad seré capaz de darte consejo a partir de ahora?

— Padre Daniel, lo que hemos hecho no mancilla la imagen que tengo de usted. —replica con una ligera sonrisa—. Al contrario, me hace valorarle más. Ahora sé que comprende mis habituales tribulaciones.

— Jimena…

— Y, es más, a lo que decía antes de que su mente le pide repetirlo... —murmura con un tono más suave—. ¿Por qué no hacerlo?

— Hija… —suspiro fingiendo duda, sonriendo por dentro.

— Padre, ¿y si Dios ha cruzado nuestros caminos por ese motivo? —dice haciéndome fruncir el ceño con confusión.

— ¿Qué quieres decir? —respondo con sinceridad.

— Yo, una mujer devota, insatisfecha por culpa de un matrimonio con un sodomita, y usted, un cura trabajador con deseos carnales. —contesta con un gesto—. ¿Qué probabilidades había de que nuestros caminos se cruzasen? ¿Y si por eso Dios le dio la posición del Padre Julián al poco de llegar? ¿Y si por eso ha aparecido en mi mente, sueños y fantasías durante las últimas semanas?

— Hija, lo que dices es una locura. —comento fingiendo duda. Coño, me está facilitando la tarea…

— Padre, como usted dijo, Dios busca siempre nuestra felicidad. —murmura acariciándome de nuevo las manos—. Y siempre perdona.

— ¿Qué es lo que sugieres? —pregunto, confuso.

— ¿Por qué no aprovecharíamos este regalo? ¿Por qué no disfrutamos ahora que aún somos capaces? —replica mordiéndose el labio—. Después de lo de anoche, sé que seré incapaz de verle y no querer que me tome de nuevo.

— Pero…

— Como usted me dijo, dejémonos llevar. —insiste poniéndome ojos—. Nos lo merecemos, tanto yo como usted.

Mirandola como si lo estuviese valorando, finalmente agacho la cabeza con un suspiro, dedicándole seguidamente una sonrisa que me devuelve con velocidad, acariciando de nuevo mis manos.

— Debo estar loco por desearlo. —murmuro robándole una ligera sonrisa—. Creo que iré al infierno.

— Pues iremos juntos. —contesta, relamiéndose.

— Jimena, esto jamás puede saberlo nadie. —digo con rostro serio—. Sería tanto tu fin, como el mio.

— Lo comprendo, Padre. —asiente con decisión.

— Entonces… ¿Qué debo hacer? —pregunto con falsa inseguridad.

— Lo que le plazca. —responde cariñosamente—. Deje salir eso oscuro que ha dicho que esconde en su interior, y que tanto me hizo gozar ayer.

— ¿Realmente quieres que te trate así? —pregunto con el ceño fruncido.

— Padre, ya le he dicho que me encantó, gracias a usted rocé el cielo. —contesta Jimena, sonriendo algo avergonzada mientras baja el tono de su voz a apenas un susurro—. Sólo de recordar su mano agarrándome… Siento que mis piernas se deshacen.

— Está bien, pero si alguna vez te cansas de mí, o de esa actitud, me gustaría que me avisases. —cedo con un suspiro.

— Es imposible que me canse de usted, pero si así ocurriera, no lo dude. —responde obviamente alegre de que acepte.

— Muy bien, entonces… —murmuro sonriendo, quitándome la máscara finalmente—. ¿Por qué no estás comiendo?

— ¿Pero si ya he terminado el desay…? —comienza a preguntar, confusa, abriendo los ojos con perversa alegría al comprender el gesto que le hago con la cabeza—. ¡Oh!

— Buena chica. —digo apartándome para dejarle espacio y tumbándome ligeramente en la silla, viendo a Jimena arrodillarse delante.

Devolviéndome una traviesa sonrisa, sus manos me desabrochan con velocidad el pantalón, deslizándolo con mi ayuda hasta los tobillos, dejando a la vista a mi dormido miembro. Viéndola morderse el labio con gula, su mano apresa mi virilidad, empezando a masturbarme para despertarla de su corto letargo. Lanzándose sin remilgos a devorarla cuando se alza ligeramente, un suspiro de placer se escapa de mi boca al notar su lengua juguetear con mi creciente erección, afanándose por complacerme de la mejor manera.

— ¿Qué te parece el desayuno que te he preparado yo? —pregunto con una sonrisa.

— Delicioso. —responde sacándose mi polla apenas un segundo.

Sonriendo, sintiéndome Dios al tener a tan bella mujer casada dispuesta a complacerme de cualquier manera, le doy un trago a mi vaso de zumo mientras me dedico a disfrutar de la mamada, que no tiene ni punto de comparación a las que me hace Leire. Me pregunto de dónde habrá aprendido, porque está claro que con su marido no…

Empezando a cabecear contra mi potente erección, gozo de su garganta eventualmente, haciéndose más constante cuando los minutos van pasando, y la saliva va embadurnando toda mi verga. Decidiendo que no tengo necesidad de alargarlo, puesto que tengo mucho tiempo para disfrutar de Jimena, cierro los ojos para sumergirme en el placer de su lengua chupando y su mano acompañando la mamada.

— ¿Eres de las que toma leche en el desayuno? —pregunto con una sonrisa diabólica, sintiéndome al borde del orgasmo.

— Siempre. —gime mirándome con deseo y con la voz acelerada, apenas distrayéndose un segundo de su tarea.

— Pues venga, que te voy a dar un vasito por tu buen trabajo. —contesto aferrándome a su cabeza.

Agarrándola para obligarla a tragar gran parte de mi erección, sus manos se aferran a mis muslos para resistir la acometida, mientras mi polla se desliza hasta su garganta varias veces antes de comenzar a soltar la carga de mis huevos contra su lengua, la cual acaricia mi glande sin descanso, deteniéndose únicamente cuando los chorros de lefa dejan de emerger de lo más profundo de mí.

— No desperdicies ni una gota. —amenazo viendo cómo se separa, dejándome ver su boca repleta de mi esperma.

Cerrando los labios, se lo traga con alevosía, sonriéndome antes de abrir la boca para confirmarme lo que ya sabía. Riéndome extasiado, Jimena se vuelve a inclinar para repasar mi sexo con su lengua, lamiéndolo para llevarse cualquier resto que haya quedado.

— Gracias por el desayuno. —comenta con diversión al separarse segundos después—. Estaba riquísimo.


Ya es mediodía. Después de la mamada de Jimena, y que me la haya follado contra la mesa, la mujer se ha ido a su casa para descansar y traerse algo de ropa por la noche, cuando la oscuridad la encubra de los ojos curiosos del pueblo. Ya que su marido no estará durante dos semanas, me ha pedido quedarse conmigo durante ese tiempo. ¿Y cómo iba a desaprovechar la ocasión de tirármela a cualquier momento? Pienso hacerle de todo…

— ¿Hoy no vamos a su casa? —pregunta Leire cuando llega a la iglesia, viendo que no tomo mi habitual camino hacia la vivienda.

— No, hoy trabajarás en la iglesia. —respondo señalándole la escoba—. De primeras, barre el suelo.

Mirándome confusa, la veo poner mala cara antes de obedecer, comenzando a pasar la herramienta de limpieza mientras me lanza curiosidad miradas que finjo no notar, encendiendo algunas velas que se han apagado en el altar.

Debo mostrarme firme. No sé si habrá tomado ya una decisión, después de lo que le dije ayer, pero no tengo prisa por escuchar su respuesta, al fin y al cabo, el tiempo juega a mi favor. Después de haber coqueteado con el placer sexual, y viendo lo que le gusta algo tan simple como complacer, dudo que pueda aguantar mucho sin desearlo de nuevo, y el verano es muy largo…

El plan es simple. Primero debo conseguir que se desnude, luego que me permita masturbarla, y cuando esté cachonda perdida cerca de tener un orgasmo, no dudará en permitirme hacerle sexo oral. Y una vez lo haga, sólo tendré que mostrarle el placer y las maravillas del sexo para que termine por entregarse a mí. A fin de cuentas, ¿quién podría pensar en estar años de abstinencia después de probar este placentero mundo?

Además, también juega a mi favor haber dominado finalmente a Jimena, así puedo desfogarme con ella y no sucumbir ante la tentación de Leire… ¿Hasta dónde me dejará llegar Jimena? ¿Qué haré con ella cuando vuelva su marido? ¿Le servirá tener eventuales encuentros? ¿O me acarreará algún tipo de problema?

— ¡Oye! —protesta Leire haciéndome salir de mis pensamientos, viéndola parada ante mí con la escoba.

— ¿Qué? —respondo frunciendo el ceño.

— Que ya he terminado. —contesta con el mismo rostro, señalando el suelo.

— Pues ahora limpia los bancos. —replico recibiendo una mala cara silenciosa.

Con el ceño fruncido, se gira para ir hasta el lugar de los utensilios de limpieza, cambiando la escoba por un blanco trapo, comenzando a quitar la suciedad de los antiguos bancos justo cuando una feligresa entra. Viendo entrar a una extraña mujer arrastrando una maleta, que no me suena de haber visto antes en el pueblo, sus ojos buscan por el lugar hasta centrarse en mí, dirigiéndose hacia el altar donde estoy, arrastrando la maleta, que resuena ligeramente entre las antiguas paredes. Dejándome observarla bien cuando se acerca, una mujer con piel morena de tomar el sol y cabello relativamente corto, el cual le llega hasta la mitad del cuello, se planta delante. Sus ojos felinos verdes, de un tono claro, llaman mi atención al contrastar con su tez, dándole más gracia a la pequeña capa de pecas que tiene en la nariz y las mejillas. Y aunque no se le nota apenas pecho, su ligero musculo en los brazos me revela que hace algún tipo de deporte, por lo que hace crecer mis ganas de verle el culo.

— Buenos días, hija. —saludo con una sonrisa, intentando no comérmela con los ojos.

— Buenos días. —contesta con el ceño ligeramente fruncido, volviendo a lanzar una rápida mirada por el lugar.

— ¿Puedo ayudarte en algo? —pregunto con educación.

— Sí. —responde volviendo a centrar su atención en mí—. ¿Sabe dónde puedo encontrar al Padre Julián?

— ¿Al Padre Julián? —murmuro alzando las cejas, sorprendido—. Oh, vaya.

— ¿Qué sucede? —pregunta notando mi tono.

— Lamento informarte de que el Padre Julián falleció hace algo más de un mes. —respondo viendo una amalgama de reacciones en su rostro, terminando por uno de… ¿Enfado?

— ¡Joder! —espeta la mujer.

— Hija, por favor, estás en la casa del Señor. —replico más con incomprensión en la cara que con reproche.

— Lo siento. —contesta sin parecer muy creíble, mordiéndose el labio mientras se queda pensativa.

— ¿Qué sucede? ¿Tenías algún tipo de cuenta pendiente con el Padre Julián? —investigo llevado por la curiosidad, notando que Leire escucha también de fondo.

— Más o menos. —replica con el ceño fruncido.

— Si quieres podemos ir aquí a la sala anexa para que me lo cuentes más tranquilamente. —invito señalando la pequeña sala donde apenas tengo un escritorio y unas sillas—. Quizá pueda ayudarte yo en su lugar.

— Ya lo veremos. —contesta la mujer, yendo hacia la sala.

Ignorando la mirada de Leire, finalmente me deleito con la retaguardia de la mujer, la cual obviamente está trabajada de algún tipo de forma. Siguiéndola hacia la sala, sorprendido de que tome ella la iniciativa, abre la puerta para entrar tranquilamente, yendo a sentarse a una de las sillas para dejar su maleta a un lado, mientras yo ocupo un asiento contiguo, encarándome hacia ella.

— En fin, cuéntame. —pregunto viéndola cruzar las piernas—. ¿Cómo te llamas? Aún no sé ni tu nombre.

— Octavia. —responde con el ceño fruncido.

— Encantado de conocerte, Octavia. —contesto con una de mis mejores sonrisas—. Yo soy el Padre Daniel.

— ¿No es usted muy joven para ser Padre? —suelta con cierto descaro.

— La verdad es que sí, pero son cosas que suceden. —replico hundiéndome de hombros con un suspiro—. Dime, ¿por qué buscabas al Padre Julián?

— En fin, yo tenía un cierto trato con él. —comenta con indecisión, observándome completamente.

— ¿Qué tipo de trato? —pregunto confuso.

— Bueno, yo… —murmura con un gesto de esfuerzo y duda—. Vengo cada verano a recoger fruta, soy temporera.

— Comprendo. —asiento con un leve gesto. Eso explica su piel morena y su cuerpo ejercitado.

— Llevo ya unos cuantos años viniendo a este pueblo. —añade con un suspiro.

— ¿Años? Pareces muy joven. —comento sorprendido, robándole incomprensiblemente una sonrisa.

— Tengo 28 años. —dice haciendo que abra los ojos, sorprendido—. Tranquilo, suele ocurrir a menudo.

— Te echaba como mucho 23. —contesto con una sonrisa.

— Como la mayoría, supongo que debe ser cosa del cabello corto, la piel morena, mis pecas, y mi cuerpo poco… Bueno, ya me entiende. —dice con un ligero ademán de irse a tocar su casi inexistente pecho.

— Sí. —murmuro con una sombra de sonrisa—. Y retomando la historia. Eres una temporera que viene cada año al pueblo… ¿El Padre Julián te guiaba en el camino del Señor cuando venías? ¿O algo así?

— No, Padre. —contesta con una mueca de disculpa—. Lo siento, soy atea.

— Entiendo, no pasa nada. —respondo con un gesto tranquilizador—. Entonces, ¿qué cuentas pendientes tenías con el Padre Julián?

— En fin… —murmura indecisa, quedándose varios segundos callada—. Como soy una de las pocas mujeres temporeras de por aquí, y para no tener que dormir en esas cutres carpas que nos ponen o pagar un motel con mi escaso sueldo, me dejaba quedarme en su casa a dormir durante las semanas que venía, a cambio de… Favores.

— ¿Favores? ¿Qué tipo de favores? —pregunto frunciendo el ceño de confusión, viendo algo turbio en todo esto.

— De limpieza, entre otras cosas. —responde después de unos segundos de mirarme la cara, haciendo que carezca de credibilidad.

— Comprendo. —murmuro, asintiendo.

Todo esto me huele raro… ¿Podría ser que el viejo octogenario hiciese lo que creo que hacía? Sinceramente me cuesta creer que alguien tan devotamente estricto incumpliese sus votos de castidad… Aunque claro, yo también soy un Padre devoto de cara al exterior. Pero… ¿Realmente esta chica haría algo con ese despojo asqueroso? Me dan náuseas sólo de imaginarme la escena…

¿Y qué debo hacer yo? Si la dejo vivir en mi casa, el pueblo hablará. No es lo mismo un viejo octogenario con años de dedicación, que un joven como yo. Además, si está en casa, no podré follarme a Jimena ahí, ni proseguir con mi plan de tirarme a Leire, y en apenas unos días vendrá el responsable de la Iglesia… Por muy buena que esté, no puedo dejar que se quede en mi casa. Pero… ¡Joder! ¡Quiero follarme ese culo ejercitado!

— Entonces, Padre. —pregunta poniéndome cara de lastima—. ¿Puede ayudarme?

— Lo siento, hija. —respondo finalmente con un suspiro—. No puedo.

— ¿Por qué? —contesta con el ceño fruncido.

— Porque no es lo mismo que lo hiciese el Padre Julián, a que pueda hacerlo yo. —replico con sinceridad—. Apenas llevo un mes en el pueblo, soy demasiado joven como has dicho, y si meto a una joven atractiva a mi casa… La gente hablará.

— ¡Pues entraré de noche! —propone la mujer, inclinándose hacia adelante para apoyar una mano en mi rodilla—. Nadie me verá.

— Pero es que hay otro problema. —contesto dudando con aceptar, dándome la sensación de ver sus pechos libres a través del cuello de la camiseta—. En apenas unos días vendrá un responsable de la iglesia a valorar mi contribución aquí, y se quedará en la casa, necesito los dos cuartos.

— Si es sólo unos días, puedo gastar algo de mi dinero en un motel cuando venga el responsable, o incluso dormir en las carpas. —replica con algo de desesperación—. Por favor…

Viendo la irresistible mirada verde de Octavia, mis ojos se desvían fugazmente al cuello de su camiseta, pudiendo ver sus incipientes pechos un segundo, haciendo que mi libido gane la batalla y termine suspirando… No puedo desaprovechar esta oportunidad.

— Está bien. —cedo finalmente, viéndola sonreír.

— Muchas gracias. —contesta irguiéndose de nuevo.

— Pero tendrás que venir de noche, cuando nadie te vea. —replico con seriedad—. Y cuando venga el responsable, tendrás que buscar otro sitio.

— Por supuesto. —acepta la mujer, sonriente.

— En fin, tengo que retomar mis tareas. —suspiro poniéndome en pie a la vez que ella—. Puedes dejar aquí tu equipaje si quieres, para no tener que ir arrastrándolo todo el día.

— Perfecto, gracias. —contesta efusivamente, dándome un fugaz abrazo de agradecimiento.

— De nada. —replico aguantando las tentaciones de agárrala del trasero.

Saliendo finalmente de la sala, encuentro a Leire con un ojo puesto en la puerta, fingiendo limpiar el mismo banco en el que estaba al irme. Despidiéndome de Octavia fugazmente, la grácil mujer se va, haciendo que no despegue la vista de sus nalgas hasta que desaparece, momento en el cual Leire se acerca.

— Ya he terminado con los bancos. —responde haciéndome mirar el reloj.

— Pues ya puedes irte a casa. —contesto lanzándole apenas un vistazo, viendo su ceño fruncido.

— Pero… ¿Y mi bendición? —replica Leire.

— ¿Lo harás desnuda? —pregunto alzando la mirada.

— Yo aún no… —balbucea, indecisa.

— Pues entonces hoy no hay bendición. —sentencio con dureza, viéndola observarme ultrajada.

Pensando en decirme alguna cosa, finalmente se larga de la iglesia de mal humor, sin dirigirme la palabra ni la mirada. Lanzando un suspiro mientras me deleito de nuevo con las nalgas que salen de la iglesia, me siento en uno de los bancos, observando la cruz que decora el fondo del altar a la vez que pienso en las consecuencias de tener a Octavia en casa.

Tengo que avisar a Jimena que al final no podrá quedarse en mi casa, por lo que deberé contarle alguna excusa o mentira, pero… ¿qué debería decirle? Quizá sea mejor contar una media verdad, podría decirle que Octavia es algún tipo de familiar del Padre Julián, y que ha venido a darle su último adiós ya que le fue imposible venir al funeral. Pero… ¿Y si la ve de temporera? ¿Qué clase de familiar aprovecha un viaje de ese tipo para ponerse a trabajar?

Creo que lo más sencillo será decirle la verdad, que tenía un trato para trabajar como limpiadora en casa del Padre Julián a cambio de quedarse ahí durante su tiempo como temporera. Siempre puedo utilizar la baza de cura amable, diciendo que la pobre no sabía de la muerte del viejo y no quería dejarla tirada.


— ¡¡¡NO PARE!!! —exclama contra la almohada la señora Jimena, mientras prosigo embistiéndola desde atrás.

— Perra ruidosa. —replico agarrándole del cabello, obligándola a alzar su rostro—. ¿Acaso quieres que nos escuchen tus vecinos?

— Lo siento, Pad… ¡Ah! —gime provocando que me acelere más la siguiente vez que me entierro, sintiendo los espasmos de su coño, exprimiendo mi verga.

Sintiendo a Jimena correrse por segunda o tercera vez, escucho a la mujer gemir y jadear contra el colchón, temblando de pies a cabeza hasta finalmente caer rendida a la cama, provocando que salga de su interior.

— ¿Quién te ha dicho que puedes parar, perra? —pregunto viéndola agotada sobre las sábanas.

— Lo siento, Padre. —responde con la voz acelerada—. Mi cuerpo ya no puede soportar más placer.

— ¿Y qué me importa? ¿Me he corrido yo? —replico tumbándome sobre ella y hablándole al oído, mientras apuntalo mi verga entre sus nalgas, utilizándolas para pajearme lentamente—. Debería castigarte, debería perforarte el culo.

— Castígueme. —suspira la señora Jimena, con un tono que me sorprende a la par que me excita. ¿Me está dando permiso para follármela analmente?

— ¿Qué te castigue? ¿Quieres que te folle el culo? —pregunto saliéndome un poco del papel.

— Haga lo que quiera conmigo, soy su perra, Padre. —responde haciendo que me de un espasmo en la verga.

— Sucia ramera… —contesto sobreexcitado, llevando una mano hasta mi erección para colocarla contra su entrada trasera—. Así que quieres que te sodomice.

— Hágalo. —pide Jimena acelerando mi respiración cuando lleva sus manos a su trasero, abriéndose las nalgas.

— Mírate, una mujer casada pidiendo que le perforen su virgen culo en su lecho matrimonial. —comento acariciando con mi glande su sexo para lubricarme más.

— Padre, debo confesar algo. —replica con una voz que parece más un gemido—. Mi culo no es virgen.

— ¿Cómo? —digo tan sorprendido que me quedo quieto.

— No se lo había dicho nunca porque me daba demasiada vergüenza, y creía que usted lo vería más asqueroso que masturbarse con un pepino. —contesta mirándome de reojo, haciéndome tragar saliva—. Pero hace años que descubrí, por curiosidad, en una de mis eternas masturbaciones, el placer que da meterse algún juguete por detrás.

— Serás puta. —suelto apuntalándome contra su entrada—. ¿Lo has hecho mucho? Confiesa.

— Habitualmente. —asiente con un gemido—. Incluso cuando no lo hago, me gusta correrme con algún dedo metido.

— Mereces un castigo. —contesto bajando mi erección de nuevo a su sexo—. Pero hoy no.

Volviendo a enterrarme en su interior, siendo recibido por un prolongado gemido de Jimena, la embisto con ganas de vaciar mis huevos de una vez, aferrándome a su cintura y escuchando su coro de expresiones de placer junto al incesante golpe de nuestros cuerpos. Sintiendo mi leche a punto de salir, una mirada hacia abajo me hace perder el juicio, provocando que salga del interior de su coño, y apuntale mi verga contra su culo, enterrando la cabeza de un solo golpe de caderas.

Escuchando un ligero grito de Jimena, comienzo a rellenar de lefa su retaguardia, gozando con la presión que ejerce su anillo en la cabeza de mi verga, y su interior intentando expulsar al intruso. Quedándome en el cielo hasta vaciarme completamente, finalmente salgo de su interior, viendo mi corrida salir atropelladamente de su culo para prolongar mi éxtasis.

— Jimena, ¿estás bien? —pregunto cuando la lucidez post-orgasmo llega finalmente—. Perdona, me he dejado llevar.

Cayendo rendido a su lado, veo finalmente su rostro, confundiéndome de que una sonrisa esté dibujada en su cara. Copiándole la sonrisa y derivando en que ambos comencemos a reírnos, la veo girarse pesadamente para tumbarse boca arriba.

— No ha sido nada. —responde finalmente mi pregunta, acariciando mi torso con cierta vergüenza en el rostro—. Ya le he dicho que estoy acostumbrada a… En fin, meterme cosas por ahí.

— Eso no me lo esperaba. —contesto realmente sorprendido, llevando también mi mano a su cuerpo para jugar con uno de sus prominentes senos.

— Pues creí que ya lo habría notado cuando sus dedos penetraron mi culo el primer dia, cuando me estaba corriendo. —confiesa algo roja—. Esa tarde había estado jugando de la calentura que llevaba.

— No lo noté, al fin y al cabo, no tengo experiencia. —miento viendo una ligera sonrisa de su parte—. ¿Y cómo llegaste a jugar con tu culo por primera vez?

— En fin, Padre, ya se lo he dicho. —responde con cierta vergüenza—. Llevo muchos años teniendo que satisfacerme yo misma, y llegado un punto necesitaba sentir algo nuevo… Por lo que comencé a probarlo.

— ¿Y qué tan habitualmente lo haces? —pregunto con cierto morbo.

— Una o dos veces por semana. —confiesa tapándose el rostro con las manos—. Pensará que soy una cerda.

— Para nada. —replico quitándole las manos para que me vea—. Creo que es completamente normal y sano explorar nuestro cuerpo.

— Gracias. —contesta con una tímida sonrisa, lanzándose a darme un fugaz beso.

— Y, es más, me encanta. —respondo con una sonrisa maléfica—. De adolescente siempre tuve la fantasía de hacérselo por detrás a una mujer.

— Pues estaré encantada de cumplir su fantasía, Padre. —dice con un tono juguetón, girándose para quedar de nuevo boca abajo, enseñándome su trasero—. Yo también he fantaseado con que un hombre me lo haga.

— Gracias, y lo siento, pero por hoy he tenido suficiente. —contesto viendo algo de decepción en el rostro de Jimena.

— Entiendo. —replica con una mueca—. Otro día.

— Otro día. —confirmo levantándome de su cama con un suspiro.

Volviendo a vestirme con mis habituales ropas que han quedado dispersadas por el cuarto de Jimena, observo a la bella mujer mirándome con diversión por la promesa, mostrándome su trasero y su sexo impregnados de fluidos sin vergüenza, tentándome.

— En fin, me voy ya. —digo acercándome de nuevo a la cama cuando me visto—. Recuerda que a partir de ahora tendré una invitada de noche, por lo cual no podré ni podrás venir.

— Lo sé. —responde con mala cara—. ¿Era necesario? Podría incluso haberla dejado vivir en mi casa estas dos semanas.

— No podía dejarla tirada, y ella se preguntaría porque le dejas tu casa y tú no estás en ella. —replico con un suspiro—. Eso sin contar que diría el pueblo.

— Sí. —asiente la señora Jimena sabiendo que tengo razón.

— En fin, me voy que se hace tarde. —me despido dándole un lascivo beso—. Recuerda venir a misa mañana.

— Siempre, Padre. —contesta con una sonrisa.

— Y ya puedes ir preparando tu culo, perra. —replico contra sus labios, soltándole un azote que la hace reír.

— Lo haré, Padre. —asiente, observándome con una sonrisa mientras me marcho.

_________________________________________________________________________

¡Gracias por leer!

Ante todo, como siempre, gracias a todos aquellos seguidores y mecenas de Patreon que me apoyan a mí y a esta historia. Si alguna persona le suena este capítulo, que sepa que es una de las pocas afortunadas que lo leyó la semana pasada, cuando lo publiqué por error durante un par de horas. Así que quiero vuelvo a preguntar lo mismo que pregunté la semana pasada... ¿Qué os va pareciendo la historia? ¿Debería continuarla? ¿O darle un final más rápido para empezar con otra?

Soy bastante nuevo en esta página, así que no conozco muy bien aún las cifras para saber si el relato está gustando o no. Obviamente, no lo puedo comparar a mi otro relato de "Encerrado con mis Primas" al tratarse de un género más potente, por lo que mi única manera de valorar si merece la pena que continúe la historia, es a través de comentarios y correos. Y, aunque recibo muchísimos, la mayoría son de mis otras historias, apenas recibo feedback de esta. Me quedo a la espera de saber lo que pensáis.

Y tal y como avisé en mi otra historia, a partir de ahora, y como petición de varios seguidores y mecenas, publicaré un pequeño extracto de mi siguiente capítulo, para que sepáis hacia donde se puede encarar la historia. Esto lo haré siempre que se pueda, ya que, aunque los mecenas leen mis capítulos una semana o dos antes, como tengo un cronograma no simétrico, puede que la distancia entre capítulos sea de más de ese tiempo, y no lo tenga aún escrito. Esta semana, no es el caso.

Próximo capítulo:

"— Ya veo a que has venido, zorra. —murmuro mostrándole todos los fluidos impregnados en mis dedos antes de llevarlos a su boca—. Límpiame.

Agarrando mi mano, y abriendo los labios, su boca se cierne sobre ellos, comenzando a lamerlos con deleite mientras sus ojos me observan buscando aprobación. Echando breves ojeadas por encima de ella para asegurarme de que nadie venga, finalmente le quito el caramelo de la boca, agarrando los bajos de su vestido y alzándolo para limpiarme las manos, dejándola desnuda de cintura para abajo y provocando que lance una mirada preocupada hacia atrás, hacia la puerta de la iglesia.

— ¿Ahora te preocupa que te vean? —suelto terminando de limpiarme la saliva de los dedos, soltando su vestido—. Vienes a la iglesia vestida como una puta, sin ropa interior y con el coño mojado…

— Es que, Padre, llevo varios días sin verle. —contesta mordiéndose el labio, bajando con nerviosismo su vestido.

— ¿Y eso sirve de excusa? Maldita ramera. —respondo agarrándola del cuello—. Tendría que castigarte ahora mismo.

— Hágalo, he venido preparada para todo. —murmura con un hilo de voz, que aún deja sentir su excitación—. Preparada para complacerle…

— No mientas en mi iglesia. —digo fusilándola con la mirada—. Has venido para complacerte a ti misma. No buscas mi placer, sino el tuyo.

— Lo siento, Padre. —confiesa la mujer mientras le suelto del cuello—. Tiene razón, sólo pensaba en mí.

— En saciar tu hambriento coño. —insisto rozando mis labios con los suyos después de volver a echar una mirada sobre ella.

— Y mi culo. —suspira la señora Jimena, abriendo inútilmente su boca para besarme, frunciendo el ceño cuando me alejo al intentarlo.

— Maldita ramera… —jadeo sintiendo cierto morbo en mi interior—. Así que has venido para que te profane."