El Santo Padre (1 y 2)
Historia de un joven y lujurioso cura ateo, que utiliza su posición para cometer todo tipo de perversiones.
Introducción
Hola. Me llamo Daniel, y soy sacerdote. He tenido una vida difícil, y me he visto casi obligado a hacerme cura. He tenido que ser el asistente de un cura que la ha cascado a las tres semanas de llegar yo y… Ya. Sé que os importa una mierda mi sufrimiento. Queréis que lleguemos ya a la parte de la perversión, porque sí, esta historia, mi historia, es bastante explicita y pervertida.
¿Qué os pensabais? ¿Qué iba a daros sermones de como salvar vuestras almas? Siento deciros que, si estáis leyendo esto, vuestras almas ya están condenadas al Infierno. Pero tranquilos, aquí vuestro cura ateo os salvará… Del aburrimiento quiero decir, porque iréis al Infierno conmigo. Cachondos lectores, ávidos de ganas de excitaros para masturbaros.
Yo iré al Infierno en el que no creo. Soy ateo. Sí, ya sé que lo he dicho, pero me gusta remarcarlo. ¿Pasa algo? En fin. En esta historia os contaré mis logros para ese asiento VIP al lado de Luci. Que no son pocos. Follarme feligresas, enterarme de los secretos más íntimos de muchas personas, montar una red internacional de ropa interior femenina usada, gastar el dinero de la colecta en prostitutas, extorsionar, robar, recibir sobornos, hacerme pajas en el confesionario con alguna creyente contándome sus problemas… Sí, pajas, has leído bien. Es una larga historia, y sé que muchos querréis escucharla… ¿Pero qué demonios? La historia la cuento yo, asi que os aguantáis hasta que me apetezca.
Empezaremos suave. Quizás, para empezar, os cuente sobre mis primeros días como monaguillo, y de cómo perdí mi virginidad con una chica que iba para monja. ¿No es interesante? Quizás no lo parezca tanto, pero si os digo que fue en una cripta, por el culo, mientras mamaba otra polla y recibía otra por delante, quizás os llame más la atención…
Capítulo 1
— Joder, ni hacerme una paja tranquila puedo. —mascullo en un inaudible susurro, levantándome de la austera cama para colocarme de nuevo la ropa interior y los pantalones, que apenas hace medio minuto que me he bajado.
Saliendo de mi cuarto rumbo a la puerta principal de la casa, vuelvo a escuchar repetidos golpes en la puerta, que me hacen acelerar el paso con el ceño fruncido. Pensando que es el Padre Julián por cualquier chorrada, mi cara cambia cuando encuentro a una de las señoras del pueblo con la respiración agitada.
— ¿Qué sucede, señora Vicenta? —digo educadamente, alzando las cejas sorprendido cuando veo varias habituales feligresas de la iglesia en la misma situación a varios metros.
— Por favor, Sacerdote Daniel, ¡venga deprisa a la iglesia! —responde la mujer nerviosa, comenzando a dar pasos en dirección a ésta—. ¡Al Padre Julián le ha dado un ataque al corazón!
— ¿Cómo ha dicho? —pregunto siguiéndola, sorprendiéndome más por la velocidad de la pequeña señora que del infarto del viejo octogenario.
— ¡El Padre Julián se ha desplomado en el suelo preparando el sermón! —contesta una de las mujeres que nos siguen.
— ¿Han llamado a una ambulancia? —respondo poniendo una falsa cara de preocupación. ¿Para esto me joden la paja? ¿Qué se supone que voy a hacer yo?
— ¡Está a más de veinte minutos de llegar y no respira! —dice una de las señoras mientras subo los escalones de dos en dos para cruzar el umbral de las puertas de la iglesia.
Viendo un corrillo de personas en medio de los bancos, estos se abren al verme llegar, dejándome ver al Padre Julián tumbado en el suelo, junto a un hombre arrodillado que le hace un masaje cardiaco, reconociendo de inmediato al médico del pueblo.
— ¡Dios santo! —dice una de las señoras de mi alrededor, poniendo una cara de auténtico horror.
— Por favor, aléjense un poco, dejen espacio. —pido acercándome al corrillo para dispersarlo un poco, haciendo ver que ayudo… Aunque dudo que el viejo salga de esta.
— Ya no es necesario, el Padre Julián ha muerto. —suspira el médico, provocando un coro de palabras tristes y de horror.
— Qué horror. —gime una de las señoras, realmente apenada.
Quedándonos en un tenso silencio, siento que varias de las miradas se posan en mí, como esperando a que diga algo. ¿Qué coño voy a decir? Hace apenas tres semanas que estoy aquí, y ni si quiera me caía bien ese viejo… En fin, no debe ser muy dificil engañar a estas estrictas devotas.
— Hoy es un dia triste en el que debemos lamentarnos de una gran pérdida. —comento escuchando mi voz resonar por toda la iglesia—. Pero no os equivoquéis, tenemos que lamentarnos de no haber podido apreciar toda la sabiduría del Padre Julián, pero no debemos lamentar que por fin se reúna con el Señor, después de una larga vida de dedicación.
— Sí, Sacerdote Daniel. —asiente la mujer que estaba tan apenada. Coño, que fácil ha sido…
— Ahora está en nuestras manos enorgullecer y ensalzar su legado, formado por todos los sabios consejos y años que pasó ayudando al pueblo a seguir el camino del Señor. —finalizo viendo a varias de las señoras asentir dándome la razón. Si es que tengo una labia…
Media hora después, veo como paramédicos se llevan el cuerpo del viejo hacia la ambulancia, arrastrando a parte de los morbosos feligreses hacia el exterior de la iglesia, dejándome por fin en soledad con mis pensamientos, haciéndome llegar rápidamente a algo que no había caído: ¿Y ahora qué?
Estaréis pensando, ¿qué clase de sacerdote perturbado soy? Pues muy sencillo, un sacerdote ateo. No creo en Dios. Y, a decir verdad, realmente no creo en ningún poder superior, soy más bien Darwinista. Y ahora estaréis pensando, ¿por qué alguien ateo se haría sacerdote? Pues de nuevo muy sencillo, por pura necesidad.
Cuando era un niño me crie en una familia muy católica. Mis padres intentaron durante años inculcarme su fe sin éxito: obligándome a asistir a la iglesia regularmente, ayudar en esta en diferentes actividades y, lo más horrible, estudiar exhaustivamente la religión en la que no creía.
Mis padres murieron en un accidente, dejándome completamente sólo con un tio al que apenas conocía y con el que tenía que malvivir, abandonando incluso los estudios. Sabiendo que a los 18 me echaría de la casa, vi únicamente dos opciones para conseguir sobrevivir: alistarme al ejercito o hacer lo propio en la iglesia. Ambos me servirían para tener un techo, comida y trabajo sin estudios.
Sinceramente, nunca me ha gustado entrenar físicamente, y me daba pavor tener que ir a alguna guerra estúpida… Por lo que opté por la opción de la iglesia. La religión que tanto se empeñaron mis padres en que aceptara, se convirtió en mi manera de sobrevivir, aprovechando todo mi conocimiento. ¿Sabéis que hace un chaval ateo dentro de un lugar para convertirse en cura? Aburrirse y morirse del asco, pero por lo menos tenía cama, techo y un plato caliente.
Durante mi estadía en uno de los centros donde forman a los chavales, tuve no solo que aprender sobre religión, sino también retomar mis estudios por consejo-orden de los curas, en su acertado pensamiento de que los Padres tienen que ser personas sabias. Y asi he estado durante muchos años, formándome, ayudando a la iglesia, limpiando…
Quizás debido a mi exhaustiva educación católica, desde el principio tuve facilidad para lidiar con ello, fingiendo creer hasta el punto que engañaba al más sabio de los curas, provocando que en nada ascendiese dentro del organigrama de la iglesia. Ahora, con apenas 26 años, he conseguido ser uno de los sacerdotes asistentes más jóvenes del país. Pero bueno, dejemos eso para comentar a los que habéis venido a escuchar. El sexo.
Bien, desde el principio de mi adolescencia, siempre he sido demasiado… Libidinoso. Me gustan demasiado las mujeres, y a la mínima me enciendo como una cerilla. Podría decir que soy un romántico, y me enamoro con facilidad y bla, bla, bla… Pero vamos a ser sinceros, lo que menos pienso al ver a una mujer bella es en salir a cenar con ella para conocerla, lo único que le interesa conocer a mi perversa mente es el cuerpo bajo la ropa y el coño que tiene entre las piernas. Lo sé, soy un poco bestia, pero entendedme, me he matado a pajas durante mucho tiempo en un lugar lleno de curas...
Sinceramente, el dia que me contaron lo del voto de castidad, casi me rio en la cara del cura que me lo explicaba. ¿Virgen toda la vida? ¿Estar casado con Dios? ¡Y una mierda! ¿Quién es el loco que ideó eso?
En fin. Ya os adelanto que, durante mi estadía en la Iglesia para aprender, descubrí que no soy el único que se metió a cura por necesidad, y también que no era el único en contra de vivir sin sexo. Pero eso os lo explicaré más adelante, ahora volvamos a la actualidad.
Hace tres semanas, me enviaron como asistente a este pueblo a tomar por culo del mapa, para aprender de un veterano y sabio cura y ayudarlo a proseguir sus labores religiosas, que se resumen en limpiar todo, hacerle la colada, la comida, y obedecer casi cualquier orden que me dé. Al llegar me encontré con el viejo gruñón más asqueroso de la historia, el Padre Julián. Sí, el que la ha diñado. Y durante estas tres semanas me he sentido peor que un sirviente…
Aunque ahora no sé qué será de mí. ¿Volveré a la ciudad? ¿Tendré que ir a otro pueblo perdido de la mano de Dios a ser el criado de otro viejo cascarrabias? ¿Traerán a otro cura a sustituir al viejo? En fin. Ya veremos mañana. Yo de momento me iré a hacer la paja que tengo pendiente.
Capítulo 2
Ya hace dos semanas desde que el Padre Julián murió de un ataque al corazón, y mi vida ha cambiado para mejor. ¿Por qué? Porque a falta de alguien que pudiera sustituirle, la Iglesia me ha ascendido provisionalmente de Sacerdote Asistente a Cura, dejando a mi cargo la pequeña iglesia del pueblo. Algo bastante meritorio, pues los curas más jóvenes suelen tener cerca de cuarenta años, y yo no llego ni a los treinta.
Por lo que he podido intuir, lo más probable es que este año este completamente sólo, y dependiendo de cómo me desenvuelva, pasaré a ser definitivamente el Cura de este pueblo. Y sinceramente, me encanta. Por fin vivo sólo, a mi rollo. Puedo dejar de fingir ser creyente las 24 horas. Y he descubierto pequeños placeres en mis quehaceres como Cura oficial del pueblo, entre los que destaca sobre todo uno, el confesionario. ¡Qué gran invento!
Aunque a algunas personas aún les cuesta un poco aceptar que alguien tan joven como yo sea el cura, al ser un pueblo tan católico y haber una distancia enorme con otras capillas e iglesias, obligan a casi todo el mundo a pasar por la mía, lo que me hace escuchar los secretos de todo el pueblo.
Nunca había estado en el confesionario como Cura. Siempre pensé que era un sitio para contar los pecados y tribulaciones más habituales y recibir el perdón, pero nada más lejos de la realidad… Me cuentan absolutamente todo. Confiados por el secreto del confesionario, el cual me prohíbe contar nada de lo que me digan.
Es un pueblo de casi 300 habitantes, y la mitad son ancianos. Pero la otra mitad no, y hay cada mujer y jovencita… Que les hacía cosas que un cura no debe pensar en una Iglesia, pero como me la suda…
He tenido que escuchar a bellas mujeres hablarme de sus fantasías, de sus preocupaciones por que sus maridos ya no las follan, de las veces que se masturban pensando en alguien que no deben… Y estoy seguro que muchas se calientan al poder contarlo, porque son jodidamente explicitas y cuentan sus “pecados” con todo lujo de detalles.
Una de las pecadoras de la “carne” más habitual es la señora Jimena. Casi cada dia viene en busca del perdón, contándome como se masturba a causa de que su marido gay no la folla. Y no es broma, me contó que su marido era homosexual y que no la ha tocado en sus diez años de casados. Sé casó casi obligada por sus padres, y ahora que no están, no quiere divorciarse ni buscar amantes por el “qué dirán” en el pueblo si se enteran. Típico pensamiento pueblerino…
Menudo desperdicio… La señora Jimena es una treintañera cañón, un culo que da ganas de azotarlo sin parar, una delantera espectacular, y una boca sensual que me la pone durísima solo de pensar en mi polla rozándola… Y yo aquí, escuchando como se tiene que masturbar cada dia.
— Ave María purísima. —murmura la voz de la señora Jimena cuando tomo lugar en el confesionario.
— Sin pecado concebida. —contesto rutinariamente.
— En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. —continúa la voz de la mujer, seguramente haciendo la señal de la cruz.
— El Señor esté en tu corazón para que te puedas arrepentir y confesar humildemente tus pecados. —finalizo el típico intercambio de frases—. Dime hija, ¿qué tribulaciones ocupan tu mente?
— Padre Daniel, he vuelto a pecar. —contesta entre apenada y resignada—. Me he vuelto a tocar pensando en otros hombres que no son mi marido.
— Ya le he dicho en repetidas ocasiones que el pecado no es suyo. —replico tranquilamente—. El pecado es del desviado de su marido, que no cumple los votos del sagrado matrimonio con su deber en la cama como esposo.
— Lo sé, Padre, pero sus pecados no expían los míos. —dice haciéndome poner los ojos en blanco—. No debería fantasear con otros hombres.
— Que lo tengas claro, está muy bien. —murmuro recolocándome la polla en los pantalones.
— Y está vez ha sido diferente. —contesta casi más hablando para ella que para mí.
— ¿Diferente? —pregunto con curiosidad—. Explícate.
— Padre no… —susurra nerviosamente—. Me da mucha vergüenza.
— Hija, si no confiesas tus pecados, no podrás conseguir el perdón. —comento acariciándome sobre la sotana—. No debe darte vergüenza hablar con un hombre de Dios.
— Pero es que… —titubea la señora Jimena—. Está bien.
— Entonces dime, hija. —insisto escuchando atentamente—. ¿Qué ha sido lo diferente de esta vez?
— He usado el mango de mi cepillo para hacerlo, y… —comenta quedándose callada.
— ¿Y qué más, hija? —presiono comenzando a tocarme descaradamente la polla.
— El hombre con el que fantaseaba… —murmura indecisa—. Era usted, Padre.
— ¿Conmigo? —se me escapa, sorprendido.
— Sí, Padre Daniel. —contesta con una voz sutil—. Soy una sucia ramera.
— No digas eso. —replico sintiendo incomodidad de no poder liberar mi erección para masturbarme.
— Es lo que soy Padre. —responde con voz triste—. Soy una sucia ramera que se masturba con un cepillo, fantaseando con hombres que no son su marido.
— No es verdad. —digo con la polla exigiendo atenciones—. Eres una mujer que ha tenido mala fortuna con su marido, y los placeres de la carne son parte del regalo que nos ha dado Dios. Es normal que, si en el santo matrimonio no consumas el amor, lo busques en otro lado a través de fantasías. Somos humanos, no somos perfectos.
— ¿Y qué debo hacer, Padre Daniel? —pregunta la señora Jimena.
— Ya te lo he dicho varias veces. —contesto aguantándome un suspiro de exasperación—. Para casos como el tuyo, con un marido sodomita y pecador, nuestra Iglesia consiente romper los lazos sagrados del matrimonio.
— No puedo hacer eso, Padre. —replica la mujer—. ¿Qué dirán de mí en el pueblo si me divorcio? O peor aún, ¿si se enteran que mi marido prefiere la compañía de hombres en la cama?
— Lo primero en esta vida es la felicidad, hija. —murmuro fantaseando con su cuerpo—. ¿Prefieres ser feliz o que hablen bien de ti?
— Si pudiera ser, las dos cosas. —contesta la mujer haciéndome lanzar un suspiro.
— Entonces no serás capaz de avanzar en la vida, y te tendré aquí cada dia, hasta que tu libido decaiga como tus grandes senos con los años. —digo sin pensar, abriendo los ojos al darme cuenta de lo que acabo de decir.
— Perdón Padre, creo haber escuchado mal. —murmura la señora Jimena—. ¿Ha dicho mis grandes senos?
¡Ups! Mierda… Se me ha escapado. ¿Y ahora que digo? ¿Qué ha sido un error? No, no puedo decir eso o se preguntará en que estaba pensando para confundir esas palabras. Podría reprenderle por llevar mucho escote, pero realmente no suele llevar… Aunque espera, si juego bien mis cartas, quizás…
— Así es, hija. —contesto con serenidad—. Has escuchado bien.
— Pero… Usted…
— ¿Piensas que, por ser Padre, mi alma es siempre pura y libre de pecado? —murmuro tranquilamente—. He hecho un voto de castidad, pero las tentaciones siguen estando, como lo están para cualquier hombre.
— Tiene razón, Padre. —replica la mujer—. Lo siento.
— Tranquila, hija. —contesto exhalando profundamente—. Mis ojos, por mucho amor que le procese a nuestro señor, no son capaces siempre de evitar mirar lugares indebidos, y más en casos como el suyo.
— ¿En casos como el mio? —pregunta con cierta sorpresa—. ¿Me considera atractiva?
— Hija, estamos aquí para hablar de ti, no de mí. —le reprendo con una sonrisa que no puede ver, sintiendo que mi plan va agarrando forma.
— Lo siento, Padre. —murmura la señora Jimena.
— No pasa nada, es normal sentir curiosidad. —contesto lanzando el último estoque—. Y para dejar zanjado el tema, debo decir que no creo que haya hombre con ojos que no te considere atractiva.
— Que cosas dice… —escucho susurrar a la señora Jimena, con un tono que casi me hace visualizar su sonrisa complacida.
— Volviendo al tema que nos ocupa. —digo retomando la conversación anterior, después de haber dejado plantada la semilla de la autoestima en su mente—. ¿Hay algo más que quieras confesar?
— No, Padre Daniel. —responde con un tono calmado.
— Muy bien. —contesto volviendo a mi tono habitual—. Como penitencia por tus actos, deberás rezar tres Ave María.
— Sí. —acepta la señora Jimena.
— Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. —recito la fórmula de absolución.
— Amén. —dice la mujer.
— Puedes irte en paz. —finalizo escuchándola levantarse al otro lado de la rejilla que separa las dos cabinas.
Esperando a que sus pasos se alejen un poco, me acomodo la erección de mis pantalones antes de salir, viendo rápidamente a la señora Jimena alejarse entre los bancos donde unos pocos feligreses rezan. Deleitándome con el movimiento de su culo, la mujer se gira al llegar al umbral de la puerta, como si hubiese podido notar mi mirada lasciva. Dirigiendo sus ojos rápidamente a mí, una ligera sonrisa nace en sus labios, imitando el gesto que le hago con la cabeza a modo de despedida.
Me encanta el sexo, más de lo que una persona normal puede llegar a imaginar. No creo que sea algo aprendido, sino que nació conmigo. Desde adolescente mi mirada siempre ha ido directa a las mujeres, y eso es algo que no pude evitar ni cuando entré a la Iglesia, lo que me supuso un leve desafío durante esa etapa de aprendizaje.
Como era obvio en un lugar tan troglodita como la Iglesia, los hombres y las mujeres estudiábamos en centros distintos, por lo que no veía mujeres durante largas sesiones de tiempo. Sigo pensando que eso me volvió más adicto al sexo y a las ganas de sentir placer. En aquella época me masturbaba casi en todos los ratos libres, imaginando el cuerpo de las mujeres que no veía. Creo que es algo que hacían también muchos de mis compañeros… Porque sí, yo no era el único sin fe dentro de aquel centro.
Algunos, como yo, era su única salida para sobrevivir. Otros, en más ocasiones, estaban allí de manera obligada por la familia, en contra de su voluntad. Y otros, y lo que normalmente era más habitual, tenían fe, pero no estaban conformes con lo del voto de castidad. En la intimidad y cobijo de nuestras habitaciones, muchos de mis compañeros confesaban estas cosas, por lo que rápidamente pude hacer un pequeño grupo de amigos como yo, chavales con ganas de sexo. Pero de entre ellos destacaban dos: Jaime y Carlos.
Jaime era un pobre desgraciado al que su familia, chapada a la antigua, obligó a entrar en la Iglesia cuando lo descubrieron fornicando con una prima y su novio. Así es, era bisexual. Algo inconcebible para su familia religiosa, por lo que lo mandaron a ese lugar para que “encarrilara” su vida, pero desde el primer dia que lo escuche hablar, me quedó claro que era imposible que renunciase al placer.
Por otro lado, estaba Carlos, la persona más adicta a las mujeres que he conocido en mi vida, puede que, incluso, más que yo. Él entró a la Iglesia ni por fe ni por una familia religiosa, sino porque, como yo, era una de sus únicas salidas después de que discutiera con sus padres. Nunca me ha dicho porque fue la discusión, pero debió ser algo muy grande.
Como ya dije, yo entre siendo bastante joven en la Iglesia, por lo que no había tenido la oportunidad de yacer con una mujer. Carlos era un par de años más mayor que yo, sin embargo, tampoco había tenido la oportunidad de estrenarse. Ni recuerdo la cantidad de veces que ambos le preguntábamos a Jaime como era acostarse con una mujer…
Obviamente, en el centro no había mujeres, por lo que hasta que no saliera, tenía bastante claro que apenas tendría trato con chicas y, mucho menos, tendría la oportunidad de perder mi virginidad. O al menos era así, hasta que a pocos meses antes de salir del centro, fuimos a visitar una enorme catedral de una ciudad cercana, con la suerte de que tenía un convento anexo, donde las chicas se preparaban para ser monjas.
— Recordad, no enturbiéis la paz de este lugar. —comenta el Padre cuando nos disponemos a separarnos en pequeños grupos para “admirar” el lugar.
Asintiendo en silencio, comienzo a caminar seguido de Jaime y Carlos, alejándonos de la vista de los Padres rápidamente para empezar nuestra búsqueda, planeada en base a lo que Carlos ha jurado que ha escuchado.
— ¿Estás seguro de que lo hay? —pregunto viendo únicamente a hombres por todo el lugar.
— Te juro que se lo escuché decir al Padre Damián. —responde asintiendo enérgicamente—. Dijo que estaba preocupado de que la presencia de las chicas debilitara nuestro amor por Dios, o algo así…
— ¿Y dónde están? —digo recorriendo los pasillos interiores.
— No sé, deben estar en un centro anexo donde las forman, como nosotros. —contesta Carlos.
— ¿Y cómo pensáis que vamos a colarnos allí? —responde Jaime—. Destacaremos mucho, y nos jugamos un buen castigo…
— No hace falta ir, el padre Damián dijo que suelen hacer labores por la catedral. —replica Carlos—. Como cuando nosotros tenemos que ir a la iglesia a limpiar los putos bancos…
— Cuidado, que aquí resuenan las palabras. —comento lanzándole una mirada de advertencia.
— Pero exactamente, ¿qué haremos cuando encontremos una chica? —pregunta Jaime.
— Hablar con ella, y ver si está receptiva a que nos liemos con ella. —contesto como si fuera obvio, llevado por mis hormonas adolescentes.
— Claro, vamos los tres a una chica que se está formando para monja y le decimos a ver si quiere hacer algo con nosotros, ¿no? —murmura, siempre pesimista, Jaime—. ¿Y si se chiva al Padre?
— A ver, al igual que nosotros no tenemos fe y estudiamos para curas, también debe de haber monjas que estén por obligación, sólo tenemos que ser cuidadosos con las palabras. —argumento frenándome—. Pero en algo si tienes razón, no podemos ir los tres, las asustaremos.
— ¿Y qué hacemos? —pregunta Carlos.
— Pues separarnos. —contesto como si fuese obvio.
— ¡Sí, claro! ¿Y si vosotros encontráis una disponible y yo no? —protesta Carlos.
— Pues mala suerte. —murmuro hundiéndome de hombros.
— No lo veo justo. —replica Carlos frunciendo el ceño.
— Mira, si encontramos alguna dispuesta a hacer algo, no creo que rechace hacerlo con más de uno, aunque sea únicamente para que no la delatemos a las monjas. —digo con un suspiro después de pensar—. Si después de un rato, no encontramos a ninguna por nosotros mismos, nos reunimos en algún sitio, a ver si alguno a tenido más suerte.
— ¿Y cómo nos reunimos? —pregunta Jaime.
— Nos encontraremos en una hora en la entrada a la Cripta, allí no creo que baje nadie, asi que estaremos a solas. —contesto mirando el reloj—. ¿Está bien?
— Entendido. —responden al unísono Jaime y Carlos.
— Pero si alguno encuentra a una monja accesible, que no sea un hijo de puta avaricioso, y vaya a otro sitio para disfrutarla él solo. —amenazo con el dedo.
— Lo mismo te digo. —replica Carlos de la misma forma.
— En fin, tengamos éxito o no, nos encontramos en una hora en la Cripta. —murmuro comenzando a alejarme—. Hasta luego.
— Hasta luego. —responden los dos, separándose.
Comenzando mi búsqueda por la inmensa catedral, finalmente empiezo a ver a jóvenes chicas por el lugar, observándome con los mismos ojos curiosos con que las miro yo a ellas. Maldiciendo verlas todas ir en grupo, continúo buscando para encontrar a alguna que vaya sola. Sería muy complicado intentar encontrar a alguien sin fe y cachonda estando en un grupo…
— Por fin. —murmuro para mí mismo, viendo a una chica barrer las hojas en uno de los patios interiores. No es muy agraciada, pero bueno, quizás me pueda hablar sobre alguna oveja negra de su rebaño…
Acercándome algo dubitativo a ella, me quedo observándola durante unos segundos a un par de metros, hasta que finalmente se da cuenta de mi presencia y se gira, observándome con cierta curiosidad.
— Hola. —saludo acercándome un metro más.
— Hola. —responde con algo de temblor en su voz, lanzando una mirada a nuestro alrededor. Está algo asustada, debería hacerme pasar por alguien más simpático…
— Perdona que te moleste, pero… Sentía cierta curiosidad. —murmuro con la más afable de mis sonrisas.
— ¿Sobre qué? —contesta con duda.
— Lo siento, no debería incordiarte, pero es que no había conocido nunca a una chica con fe. —replico con otra sonrisa, ahora de disculpa.
— Oh. —murmura la chica, respondiendo también con una sonrisa—. ¿Es que acaso profesamos la fe de manera diferente?
— Eso quería averiguar. —contesto sintiendo que voy por buen camino—. Quería averiguar si al estudiar en sitios separados, nos enseñaban también algo de diferente.
— Comprendo.
— En fin, sé que es una tontería. —digo con una última sonrisa, amagando con irme—. No te molesto más.
— No, tranquilo. —responde frenando mi marcha—. A decir verdad, yo también siento cierta curiosidad por como vivís la fe.
— Si no te molesta la pregunta, ¿cómo y cuándo supiste que querías dedicarle tu vida al Señor? —pregunto viéndola notablemente más cómoda y receptiva, intentando averiguar si su fe es verdadera.
— Desde pequeña, siempre he sentido que hay algo más, el señor me ha ayudado a discernir sobre lo realmente importante de la vida, y hace unos años, decidí entregarle mi vida a su labor. —contesta con tanta sinceridad que casi se me escapa un chasquido de lengua. Parece que esta no es de las que están por obligación, y tampoco de las que dudan sobre el voto de castidad…
— Comprendo. —comento desviando la mirada a nuestro alrededor, perdiendo la motivación de seguir con la conversación.
— ¿Y tú? —pregunta con interés la futura monja.
— Mi familia siempre ha sido católica, asi que desde que nací me enseñaron el camino del Señor. —murmuro evaluando opciones—. Hace unos años, mis padres murieron, y decidí dedicarle mi vida a Dios, como ellos hubieran querido.
— Lamento tu pérdida. —comenta la chica.
— No pasa nada, fueron buenas personas, sé que están en el cielo. —replico sin darle mucha importancia—. Si Dios quiso ponerme está dura prueba, por algo sería.
— Sí. —asiente la chica—. Me alegra ver que hay chicos con tanta fe como tú.
— Sí… —murmuro teniendo que ocultar una sonrisa ante el camino que veo en nuestra conversación—. Aunque me desagrada admitir que no todos mis compañeros la tienen, no sé si será cosa de ser chicos…
— No pasa nada, ovejas descarriadas hay en todos lados, incluso entre nosotras. —dice la chica con una mueca.
— ¿En serio? —pregunto con curiosidad.
— Por desgracia, sí. —responde la muchacha bajando la mirada a su escoba—. Hay varias chicas que han entrado al convento por obligación de sus familias, y algunas están más cerca del camino al Infierno que del Señor.
— No puede ser tan grave… —murmuro en un susurro, dándole algo más de intimidad a la conversación.
— Sí que lo es. —asiente bajando también los decibelios, dejándose llevar por mi tono—. Hay incluso una que… Bueno, no debería decirlo.
— ¿Tan grave es? —insisto con una mirada de sorpresa, intentando ocultar el interés en mi voz.
— Sí. —contesta en un susurro, observando a nuestro alrededor con cautela—. Hay una que entró aquí cuando su familia la descubrió yaciendo con varios hombres a la vez, y la chica está lejos de arrepentirse de sus pecados y abrazar el camino del Señor, la han descubierto varias veces intentando acercarse a feligreses que vienen a la catedral…
— No me lo puedo creer… —comento con rostro ultrajado, ocultando la emoción que me embarga. ¡Necesito encontrar a esa ninfómana!
— Pues sí, es una vergüenza para el convento. —susurra sin que tenga que tirarle mucho de la lengua—. Sin embargo, la Madre Superiora sigue pensando que puede encarrilarla…
— ¿Pero la dejan ir libremente por aquí? —pregunto teniendo que añadir algo ante la mirada analítica de la chica—. Es decir, si eso ocurriera en nuestro centro, el Padre encerraría al chico en un cuarto y le haría reescribir la Biblia en un cuaderno, sólo para empezar el castigo.
— Como debería ser. —asiente la devota chica—. Pero, sin embargo, la Madre Superiora la deja a sus anchas, creyendo que el Señor la encarrilara a su manera…
— Qué horror. —murmuro alejándome un poco—. En fin, me alegra que no todas seáis así.
— Lo mismo digo. —comenta con una sonrisa.
— Bueno, te dejo tranquila, una vez he saciado mi curiosidad, me gustaría seguir admirando la catedral. —miento recibiendo un cabeceo complacido.
— Muy bien. —dice antes de retomar la labor de barrer, mientras yo desaparezco de nuevo.
Emocionado por saber que hay una ninfómana suelta por aquí, comienzo a buscarla rápidamente, y sabiendo que es proactiva con los chicos, seguramente está sola intentando hacer lo que yo… ¡Necesito encontrarla! Sinceramente, no esperaba conseguir mucho más allá que unos besos, pero si de verdad hay alguien tan “descarriada” como ha dicho la chica, puede que consiga algo más…
Durante media hora más, la busco incesantemente por la catedral, recibiendo comentarios parecidos o más graves de ella, cuando mi diabólica labia consigue extraer información a otras devotas. ¡¿Dónde estará?! ¡Apenas me faltan diez minutos para volver con los chicos! Espera… ¿Y si no la encuentro porque ellos la han encontrado?
— Tiene que ser eso. —comento con una ligera sonrisa, sintiendo que algo dentro de mí me asegura que es así. Y no se equivoca…
En cuanto mis pies pisan el suelo del solitario pasillo que da a la Cripta, el sonido de una voz femenina se mezcla con la de mis amigos, provocando que acelere el paso emocionado, entrando a la sala donde varias estatuas de piedra esconden los restos de alguna persona importante de su tiempo, iluminadas artificialmente por luces colocadas por todo el lugar.
— Por fin llegas. —murmura Carlos impaciente cuando entro, haciendo que mis ojos vayan directos a la explosiva morena que hay entre mis amigos—. No te lo vas a creer…
— ¿Te llamas Elsa? —pregunto directamente, ignorando a mi amigo.
— Sí. —contesta sonriente—. ¿Nos conocemos?
— No, pero en esta última hora me han hablado bastante de ti. —comento cerrando la puerta con una sonrisa, acercándome a la chica, que está lejos de sentirse intimidada por estar rodeada de nosotros tres.
— Ah, ¿sí? ¿Y qué te han dicho de mí? —responde Elsa con una voz seductora, siguiéndome el juego de miradas.
Haciéndole un repaso de arriba a abajo como ella lo hace conmigo, mi vista pasa de sus bonitos ojos a los carnosos labios, y de éstos al tremendo cuerpo que no puede ocultar aún con sus holgadas ropas.
— Me han dicho que, si te encontraba en una esquina, te lanzarías a comerme la polla. —suelto directamente.
— ¡Dani! —me reprenden Carlos y Jaime como si estuviera loco, mientras la chica se ríe.
— ¿Y qué más te han dicho? —dice Elsa ignorando los comentarios de disculpa de los otros dos.
Lo sabía, en cuanto he escuchado los comentarios sobre ella, tenía una cosa clara además de su ninfomanía: es como yo. Siempre he tenido labia y la habilidad para llevar una conversación hasta al punto al que quiero llegar, haciéndoles percibir a las personas la imagen de mí que me interesa que tengan. Esto, junto a saber cómo piensan las personas, me ha ayudado a camuflarme y conseguir siempre lo que quiero.
— No me ha interesado escuchar más insultos hacia ti, estaba pensando en localizarte para poder follar contigo. —comento copiando la sonrisa que tiene en los ojos, la cual mis amigos no captan.
— ¡Dani! —vuelve a reprenderme Carlos—. ¡¿Qué estás loco?! ¡No le hables así!
— Carlos, ¿en serio no te has dado cuenta? —comento con diversión, sin despegar la vista de la chica, al igual que ella hace conmigo—. Os ha engañado.
— Pero, ¿qué dices? —dice Carlos como si me hubiese vuelto loco.
— ¿Qué le has dicho al que te has cruzado? —pregunto a Elsa, que sonríe en respuesta.
— El muy descarado me ha arrinconado y me ha preguntado mi opinión sobre el voto de castidad. —comenta la chica señalando a Carlos—. Le he dicho que tengo mis dudas y me ha traído aquí, donde ha llegado tu otro amigo y han estado tanteando mi fe hasta que has llegado.
— Bueno, la sutileza nunca ha sido una de sus virtudes. —murmuro con un leve gesto hacia Carlos.
— Oye, ¿alguien me puede explicar que está pasando? —pregunta Jaime, confuso.
— Pasa… Que nos ha tocado el gordo. —respondo sonriendo.
— No lo entiendo. —murmura Carlos, sin comprender porque Elsa y yo sonreímos.
— Pasa, queridos amigos, que ella no es una inocente devota que duda sobre su castidad, a la que podamos robar unos simples besos. —digo acercándome a la chica, sintiendo mi corazón a mil cuando llevo mis manos a su pecho, apretándole las tetas sin que ella haga nada para impedirlo—. Ella es una ninfómana que os ha seguido el rollo porque ha visto posibilidades de follar.
— ¿Y qué te hace pensar eso? —pregunta la chica, apartando mis manos de sus pechos con una ligera y falsa cara de ultraje.
— ¿Te arrincona un chico, te pregunta sobre el voto de castidad, y en vez de gritar o correr lo sigues a la Cripta? —respondo sonriendo—. Seguramente te has enterado de nuestra excursión, y estabas buscando a alguien como nosotros, ¿me equivoco?
— Para ser alguien tan astuto y hablar con tanta seguridad, tocas las tetas de pena, como un virgen. —contesta con una sonrisa.
— Bueno, lo soy, tanto yo como él somos vírgenes. —confieso señalando a Carlos.
— ¿Y por qué hablas con tanta seguridad? —responde Elsa con curiosidad.
— Cuestión de personalidad. —comenta hundiéndome de hombros con indiferencia—. Además, el saber que tú también estás desesperada por follar, y que pase lo que pase no podrás comentarlo con nadie, me quita presión.
— ¿Y qué te hace pensar que voy a dejar que unos vírgenes me la metan para que se corran antes de que lo haga yo? —replica con diversión, señalando a Jaime—. ¿Y si me acuesto únicamente con el que no lo es?
— Antes de entrar al convento, te acostabas con varios hombres a la vez, asi que te va el morbo y eres activa sexualmente. —murmuro apoyando mis manos en sus caderas, siguiendo ese juego—. Teniendo en cuenta que llevarás meses sin poder follar con un hombre, y que has seguido a un chico que has conocido en medio minuto para follártelo, ¿cómo ibas a rechazar la oportunidad de estar con tres a la vez con lo cachonda que debes estar?
— No sé si eres muy listo, o tienes una mente retorcida. —comenta Elsa sonriente.
— Puede que ambas. —digo con cierta impaciencia—. En fin, ¿quieres seguir fingiendo que eres una santa? ¿O prefieres que comience la fiesta?
— Tengo el coño empapado de tanto esperar. —murmura de manera soez la chica, apartando mis manos para comenzar a desnudarse—. Asi que, chico virgen, te voy a hacer ver las estrellas.
Desvistiéndose ante nuestra lasciva mirada, ella sigue tranquilamente ignorando nuestras erecciones, enseñándonos por primera vez a Carlos y a mí, el cuerpo de una mujer de cerca. Quitándose las bragas y el sujetador finalmente, siento mi polla a punto de reventar el pantalón, no pudiendo separar mis ojos de sus tetas y el coño.
— En el convento no tenemos maquinillas, pero me lo recorto con unas tijeras. —comenta acariciándose el rastrojo de bello en su pubis, mirándome con diversión por mi sufrimiento—. Deberías verlo cuando lo tengo totalmente depilado, es muy suave…
— Joder… —escucho decir a Carlos.
— Primera lección sobre sexo. —comenta Elsa tranquilamente, dándonos un manotazo cuando varias de nuestras manos intentan tocarla—. Para follar hay que estar desnudos, asi que quitaros la molesta ropa y sacad vuestras pollas de una vez.
Obedeciendo a la chica que no separa sus ojos de mí, el alivio me recorre ligeramente cuando me desabrocho los pantalones, dejándolos caer hasta mis tobillos junto a mi ropa interior, al igual que hacen Carlos y Jaime. Quitándonos seguidamente las camisas y las camisetas básicas, quedamos finalmente desnudos, apartando nuestra ropa a un lado, apuntando a Elsa con nuestras erecciones.
— Como las echaba de menos… —susurra Elsa mordiéndose el labio, agarrando sin más mi polla y la de Jaime, comenzando a masturbarnos.
— Joder… —murmuro ante el placer que siento.
— En fin, como sé que no aguantaréis nada, y luego os dará asco cuando gotee semen... —dice Elsa agachándose, sentándose sobre su ropa y abriendo las piernas de par en par—. Comedme el coño hasta que me corra.
— Yo. —se lanza voluntario rápidamente Carlos, arrodillándose antes de tumbarse, lanzándose a lamer entre las piernas de la chica.
— Tú, cómeme las tetas. —ordena Elsa a Jaime, echándose un poco hacia atrás, poniéndose como si estuviera en una playa tomando el sol.
— Sí. —acepta al instante Jaime.
— Y tú, el listillo. —dice mirándome con una sonrisa—. Ven aquí, que te voy a enseñar lo que es una mamada.
Sintiendo la emoción recorrerme entero a la vez que unos terribles nervios me oprimen, me acerco hasta el rostro de Elsa, teniendo que inclinarme un poco para dejarle mi durísima erección al alcance de su boca. Y de golpe, veo el cielo en el que nunca había creído.
— Hostia… —se escapa de mis labios al sentir la boca de Elsa devorar mi polla, chupándola y lamiéndola como loca, llevándome al puto cielo.
Notando una de sus manos en mi muslo para controlar los ligeros movimientos de cadera que hago, su otra mano viaja hasta mis huevos, comenzando a masajearlos mientras se escapan ligeros murmullos de placer de su boca. Alguno de los otros dos debe estar haciendo bien su tarea…
Jadeante de sentir sus labios deslizarse por toda mi erección, me encanta sentir su lengua por debajo moverse sin parar, haciendo que termine por apoyar las manos en su cabello y forzarla un poco a engullir más.
Sintiendo su respiración acelerada golpear mi pubis, finalmente sus manos se separan de mis muslos después de levantar su mirada hacia mis ojos, permitiéndome ver casi una sonrisa en ellos, dándome permiso para que ponga el ritmo que quiera.
Aunque apenas llevo unos pocos minutos, rápidamente siento mi final acercarse por la cálida y placentera boca de Elsa, provocando que empiece a mover mis caderas para intentar hundirme más en su garganta, escuchando los esfuerzos que hace por respirar y resistir las arcadas.
Notando mi polla hincharse para explotar, sus manos finalmente me detienen, quedándonos estáticos mientras su lengua inquieta termina el trabajo, haciendo que me corra con un quejido en su boca, la cual hermetiza para no dejar escapar nada.
— Joder… —murmuro agotado y excitado cuando su boca se separa succionando, viéndola tragarse mi semen antes de lamer los restos de mi polla.
— ¿Qué tal tu primera mamada? —pregunta la chica con una sonrisa de suficiencia.
— Acojonante. —respondo apartándome un poco, viendo a mis dos amigos continuar con lo suyo antes de que Elsa los detenga.
— Tú, eres pésimo comiendo coños. —comenta la chica cuando Carlos se aparta—. No se tiene que meter la lengua y comenzar a moverla como loco… Y el clítoris también existe.
— Yo…
— Pero por lo menos lo has intentado y me lo has dejado bien lubricado. —suspira Elsa con cierto aire de resignación para luego mirar a Jaime—. Y tú.
— ¿Sí? —comenta mi amigo con una mirada algo confusa, esperando la valoración de su trabajo.
— No está nada mal, pero intenta no dejar a la chica hasta arriba de babas. —dice Elsa tocándose las tetas—. Aun así, túmbate, te has ganado ser el primero.
— Bien. —contesta Jaime ilusionado, tumbándose.
— Espero que de verdad tengas experiencia, porque nadie se irá de aquí hasta que me corra. —amenaza Elsa ubicándose encima de amigo, sentándose sobre él.
— ¿Y nosotros? —protesta Carlos cuando Elsa se empala sin contemplaciones con la erección de Jaime, comenzando a moverse.
— Ponte aquí, que te la chuparé. —indica Elsa señalándole delante antes de mirarme con una sonrisa—. Te va a tocar esperar.
Viéndola inclinarse hacia delante cuando Carlos se coloca, engulle su polla mientras Jaime la agarra del culo para empezar a penetrarla, dejándome en primer plano la imagen de su miembro perdiéndose una y otra vez en el coño de la chica, la cual comienza a gemir al mismo tiempo que utiliza la misma técnica oral que ha usado conmigo.
Comenzando a masturbarme para acelerar la recuperación de mi erección, mis ojos no son capaces de desviarse de la unión de sus sexos, haciéndome desear profundamente ser yo el que la está follando.
Ascendiendo un poco la mirada del foco de mi atención, una idea nubla mi mente y me hace tragar saliva, haciendo que me acerque y me coloque tras Elsa, inclinándome un poco para quedar a la altura. Agarrando mi erección y aprovechando la postura que deja a Elsa con su trasero desprotegido, rápidamente oriento mi polla al culo de ella, presionando con cierta fuerza su ano hasta que mi glande consigue entrar.
Escuchando un murmullo de protesta de Elsa, que vanamente intenta librarse y sacarme de allí con las manos, el fuerte agarre de Jaime follándole y de Carlos, haciendo lo propio con su cabeza, impiden que se mueva. Oyendo de nuevo su queja cuando me entierro un poco más en ella, intenta de nuevo deshacerse de nosotros, buscando huir de las manos de Carlos, que retienen su cabeza para seguir follándole la boca.
Enterrándome un poco más en su culo, un nuevo quejido de dolor resuena en su boca amordazada, provocando un pequeño grito de dolor en Carlos, que rápidamente le suelta la cabeza para alejarse.
— ¡Para! ¡Sal! ¡Duele! —dice Elsa girando su rostro, ignorando las quejas de mi amigo por el mordisco que le habrá dado.
— Ya tienes más de la mitad dentro. —respondo gozando de la estrechez, sintiendo el anillo cerrarse con fuerza en un intento de echarme—. Sólo relájate.
— ¡Ah! ¡Qué salgas, joder! —protesta cuando me entierro un poco más en ella.
— Venga, me dirás que nunca lo has hecho por detrás. —contesto quedándome quieto, pero sin salir.
— Sí, pero con una preparación previa. —dice con una mueca—. Sal de una puta vez, o te vas de aquí sin follar.
— No seas así. —respondo aferrándome a su cintura para, de un último empujón, hundirme completamente en ella.
— ¡AH! ¡Para! —replica lanzando un manotazo hacia atrás, intentando alejarme—. Como no salgas, gritaré.
— Dani, para, déjala. —dice Carlos temeroso de que le dejen sin sexo, mientras Jaime sigue a los suyo.
— Venga va, ya está toda dentro, ¿y si me quedo sin moverme? —propongo viendo el ceño fruncido de Elsa—. Sólo con esta sensación me correré en breve.
Sintiendo los espasmos de su cuerpo junto al rebotar de las embestidas de Jaime, su anillo se relaja un poco, mientras su mirada de ligero odio parece analizarme a mí y a la situación, quizá temerosa de que decidamos hacerlo igualmente, en contra de su voluntad.
— Como te muevas, te mato. —acepta con mala cara, agarrándole la erección a Carlos para volver a llevársela a la boca—. Y tu amigo se quedará sin polla del mordisco que le daré.
Viendo a Carlos amenazarme con la mirada algo asustado, rápidamente la tensión se relaja, haciendo que la cripta se vuelva a llenar de los sonidos de las embestidas de Jaime y los lascivos sonidos guturales de Carlos follándole la boca a Elsa. Quedándome ahí, disfrutando de su increíble presión y estrechez, me mantengo quieto, esperando a que su cuerpo se relaje. Después de lograr estar dentro, no me voy a ir de aquí sin follarle el culo…
Sintiendo al cabo de unos minutos que su cuerpo finalmente ha aceptado el intruso que la tiene ensartada, decido echar mis caderas hacia atrás muy lentamente, casi de manera imperceptible antes de volver a enterrarme en ella. Escuchando un leve quejido de Elsa y una leve contracción de su cuerpo, me quedo quieto de nuevo, viendo que no se detiene en el oral y mi amigo sigue teniendo una cara de placer en el rostro. Volviendo a repetir el movimiento, las ocasionales y pequeñas embestidas se van haciendo más frecuentes con el paso de los minutos, haciendo que cuando Carlos se corre con un gruñido, yo esté lentamente metiendo y sacando casi la mitad de mi polla.
— Joder. —gime de placer Carlos, respirando con dificultad antes de sentarse apoyado contra la pared.
Escuchando a Elsa hacer lo mismo que ha hecho con mi semen, sus gemidos se escuchan más sonoros sin la mordaza, girando su rostro finalmente para observarme con el ceño ligeramente fruncido.
— No estás quieto. —protesta gimiendo mientras Jaime continúa, como un jabato, follándola debajo nuestro.
— Lo sé, ¿en serio esperabas que lo estuviera? —contesto con un gesto divertido.
— La verdad es que no, pero pensaba que te correrías en segundos con solo moverte un poco. —replica mientras gruñe cuando vuelvo a hundirme en ella.
— ¿Quieres que pare? —comento por decoro, aunque no tengo intención de hacerlo.
— Como pares, te mato. —dice haciéndome sonreír—. Sigue como hasta ahora.
Sin tener que vigilar ya mis movimientos para que mi amigo no termine eunuco, mis manos se aferran a su cintura para acelerar mis envites, alcanzando un ritmo que ya me permite sentir verdadero placer.
— ¡Joder! —gime Elsa con el ceño fruncido, mordiéndose el labio, haciéndome dudar si se queja de placer o dolor.
Hundiéndome cada vez más profundo, lo que antes era media polla, ahora es una penetración completa, provocando que rápidamente mi cuerpo y mente me amenacen con terminar la fiesta.
Escuchando los gemidos de Elsa mientras me follo, ya sin contemplaciones, su culo, la sorpresa de no ser el que primero se corre me fastidia el plan, escuchando un prolongado gemido de Jaime que me descentra completamente.
— ¡Imbécil! ¿Quién te ha dicho que podías correrte dentro? —protesta Elsa fulminándolo con la mirada.
— Lo siento. —se disculpa Jaime sin mucho arrepentimiento, respirando dificultosamente.
— ¡Mi turno! —dice Carlos emocionado cuando Jaime sale de debajo, acercándose con una nueva erección—. Yo también quiero follarle el culo.
— Aún no he terminado, y no pienso meter mi polla en un coño lleno de semen de otra persona. —replico negando con la cabeza.
— Y tampoco te iba a dejar. —contesta Elsa girando su rostro para verme de reojo—. Mi coño no lo vas a probar, no me la vas a meter por delante después de hacerlo por detrás.
— Entendido. —acepto hundiéndome de hombros.
— Agradece que no te mate por forzarme a hacerlo por detrás. —dice antes de mirar a Carlos—. Y tú, esto no es un bufet libre, o la metes ahora o no lo harás.
— Vale. —acepta con preocupación Carlos, ocupando el puesto de Jaime con velocidad.
— Y como note que alguno de los dos se va a correr antes que yo, paro y os quedáis sin polvo. —amenaza Elsa llevando una mano a la polla de Carlos, encarándola contra su coño.
Retomando los movimientos rápidamente, la Cripta se vuelve a llenar de gemidos y sonidos de cuerpos golpeándose entre sí. Aferrándome con más fuerza a la cintura de Elsa, debo ralentizar un poco mis embestidas para no correrme antes de tiempo, mientras mi mente va grabando a fuego la escena que ven mis ojos. Sumergida en su propio placer, Elsa cada vez va elevando el sonido de su voz, permitiéndome contemplar su rostro de gozo mientras la sodomizo, haciendo crecer mi ego ante la idea de ser yo el que le provoca tal reacción.
— Sigue. —pide con voz autoritaria Elsa, golpeando mi psiquis—. Y azótame el culo.
Obedeciendo cada vez más extasiado, mi mano comienza a golpear una y otra vez sus nalgas sin piedad, sumando un nuevo sonido al ambiente, junto a los extraños gruñidos que da cuando mi mano impacta en su piel.
Sintiendo que es ella la que acelera todos los movimientos, su cuerpo comienza a buscar bruscamente el mio y el de Carlos, provocando que comience a tener dificultades para no terminar. Aguantando apenas un minuto más con ese infernal ritmo, Elsa comienza a casi gritar de placer moviendo su cuerpo bruscamente, lanzando un prolongado y fuerte gemido que debe haberse escuchado hasta en el campanario.
— ¡Joder! ¡SÍ! —exclama la morena jadeante, sintiendo como el interior de su cuerpo me apresa y me exprime, haciendo que no pueda evitar agarrar fuerte sus caderas para enterrarme profundamente y correrme con un fuerte gruñido.
Sintiendo que mi mente es capaz de alcanzar el verdadero cielo, finalmente mi alma vuelve a mi cuerpo al tiempo que escucho un fuerte resoplido bajo Elsa, anunciando que Carlos también se ha corrido.
Quedándonos los tres en silencio y con la respiración acelerada durante unos segundos, con la respiración acelerada, mi flácido miembro saliendo del cuerpo de Elsa marca la señal para volver a la normalidad, provocando que nos separemos.
Lo último que recuerdo de aquel dia, es salir apresuradamente de la Cripta al ver la hora, viendo a Elsa con el interior de sus piernas llenas de regueros de semen, y un rostro complacido mientras intentaba volver a vestirse.
Si os gusta, dejadmelo saber con un comentario y seguiré trayendo esta historia.