El Salvaje (5)
Último capítulo.
-¡No! ¡No! ¡NO! Grrr -Bastián gruñe con el ceño fruncido y va hacia el árbol. La lanza ni siquiera se ha acercado a la pieza de piel que hace de diana.
-Es la palabra que mejor te sale. ¡No! -Renata también se enfurruña-. Últimamente a todo me dices que no. ¡A todo! ¿Y a qué viene tanto interés con que aprenda a manejar la lanza? Primero, que si tengo que subir a los árboles a por la fruta, luego que si tengo que aprender a fabricar trampas para cazar, que si teje las nasas para la pesca, que si tengo que aprender a hacer fuego... Dentro de poco querrás que arranque la cabeza de las serpientes a mordiscos. ¿Qué pasa? ¿Es que acaso quieres que yo lo haga todo y tú tumbarte al sol, como los leones?
-¡NO! GRRRRRRRR -El Salvaje vuelve a gruñir, esta vez más fuerte, y vuelve a darle la lanza.
Renata está realmente furiosa. Apunta con precisión y en esta ocasión impulsa su brazo con toda la potencia que le da su mal humor. La lanza se clava en la pieza de piel y Bastián se vuelve levantando una ceja.
-¡Ja! -sonríe ella triunfal- ¿Has visto? ¡Ponme un leopardo delante y lo dejo tieso!
-No -Bastián arranca la lanza, coge la piel y la arroja al aire. En pleno vuelo, la alcanza y la clava en el tronco del árbol.
-Si, ya, el leopardo se mueve... Pero al menos podrías felicitarme, no ha estado tan mal para...
-No -vuelve a darle la lanza.
-¡Pues ya estoy harta! -tira el venablo al suelo- ¿Por qué tengo que hacer esto? ¡No quiero! ¿Por qué te empecinas en hacerme aprender todo esto?
No encuentra las palabras para explicárselo. El concepto sí, pero las palabras se le resisten.
-
Mogololesegi...
-¿Mogololesegi? Eso repetían constantemente los esclavos liberados. ¿Es.. es eso? ¿Libre? ¿LIBRE? -Renata intenta tragar saliva, pero la boca la siente como llena de tierra reseca-. ¿Qui... quieres librarte de mí? ¿Es eso? Por Dios... Claro... Pero qué estúpida soy... De ahí tu falta de interés en otras actividades... No te ibas a aliviarte... ¡TE IBAS AL POBLADO! Seguro que hay otra ¿verdad? Ahora hay más mujeres, seguro que hay otra... Otra... ¡OTRA! Por eso quieres que sepa defenderme sóla. ¡Para largarte con ella y librarte de mí!
Bastiàn la mira asombrado, pero no le da tiempo a buscar las palabras para poder explicarse. El monstruo de los celos ha arraigado en el corazón de la mujer, y es un monstruo terrible, un chacal imparable, que contamina la razón, anula el buen juicio y convierte a la más dulce de las criaturas en una bestia salvaje.
-Eres un... Eres un mal nacido... ¡UN CANALLA! ¡UN... GRRRRRRRRRRRRRRR...!
Quien gruñe ahora es Renata y como una leona enfurecida arremete contra él, cogiéndole por sorpresa y haciéndole perder el equilibrio.
La mujer muerde, pega, araña, revolcados por el suelo, piel contra piel, y cada arañazo, cada mordisco, cada roce de sus pechos, cada fricción con su miembro hacen que éste se endurezca como una estaca. Ella puede sentir su enorme verga rozándola, quemándole la piel. Instintivamente abre sus piernas y le envuelve con ellas cuando él la voltea, porque arde por sentir el fuego de esa lanza precisa... firme... certera... profunda... clavándosele dentro, profunda, dentro, dentro, dentro...
Ya no hay nada que pueda parar esa tormenta de deseo desatado, enardecido por el frenesí de la pelea, sus cuerpos se buscan, anhelan volver a sentirse y Bastián clava su lanza, ensartándola con rudeza una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez... No debería hacerlo, no, pero su cuerpo la necesita tanto como la raíz a la tierra.
Y ella no quiere sentirlo, no quiere, pero su cuerpo no la obedece y sus caderas se mueven desesperadas, ansiosas hacia él, porque le necesita tanto como la tierra necesita el agua.
Y la raíz se hunde más profunda en la tierra y su manantial la inunda.
El Salvaje aúlla cuando Renata le muerde; el semen brota irrefrenable en unos últimos espasmos violentos y la mujer le clava con furia las uñas en su espalda cuando siente ese orgasmo intenso como una tempestad febril, como un estallido interno tanto de rabia en su alma como de placer en su cuerpo, que la golpea con fuerza desde dentro, como las olas de mar golpean las rocas en los arrecifes del delirio.
Sudorosos, jadeantes y cubiertos de tierra separan sus cuerpos. El semen resbala lánguido entre sus piernas, dejando surcos claros, así como las lágrimas también dejan rastros visibles por las mejillas de Renata.
-Te odio... Te odio... -llora de rabia porque le detesta tanto, tanto como a sí misma. Por sentirle, por desearle, por amarle... Aun a sabiendas que la traiciona, que la abandona.
-Lo sé -Bastián, alterado por su llanto, hunde sus dedos en su vagina y respira aliviado cuando no salen teñidos de rojo. Hace un esfuerzo por buscar las palabras-. No hay... no hay san... sangre. Yo... lo siento... Yo... yo no... No hay otra. Renata libre. No más daño. No más odio... No más Salvaje.
No puede seguir mirándola y ver el desprecio en su cara. No puede vivir con ella y que eso vuelva a suceder, no puede arriesgarse a volver a herirla, así que se levanta con el corazón en un puño y se aleja. Renata lo último que ve son las marcas de sus arañazos en su espalda, aunque no son tan profundos como las marcas de los arañazos de la culpabilidad en su alma.
Acude a la choza de noche. Deja en la puerta piezas de carne, fruta, pieles... Levanta la cabeza y dilata las aletas de su nariz. Todo huele a ella. Tiene que alejarse, alejarse de allí. Tan empalmado como atormentado se interna en la espesura de la jungla.
"En ocasiones puedo oírle, pero en cuanto me levanto a buscarle, cuando le llamo, ya se ha ido. Esta mañana fui al poblado, pero Hans no sabe nada de Bastián. El muchacho me ha invitado a vivir con él en su choza, pero yo no puedo irme. No puedo irme, por si vuelve. Ahora creo que lo entiendo, que sé lo que le pasaba... Y yo no puedo respirar. No puedo ni respirar sin él. Siento que me ahogo, me ahogo. Una garra me oprime el pecho y no me deja respirar.
Y es que está constantemente en mi cabeza, en mis sueños. Sueño con sus manos agarrándome fuertemente, con su lengua que me quema en la piel, su cuerpo contra el mío, metiéndomela fuerte, duro, como un animal... Ardo en ganas de sentirle... De sentirle por detrás. Nunca pensé que pudiera soñar con algo así. El mero hecho de imaginarlo me enciende... Me enciende... Y me acaricio los pezones y el puntito y mi dedo untado en mis fluidos va hacia atrás y lo meto despacio... Pero no es lo mismo. Deseo que sea mi Salvaje el que me lo haga, deseo que su placer se confunda con el mío. Lo deseo tanto... tanto... pero sobretodo deseo que me abrace, y que me gruña y que me... no puedo... ¡No puedo respirar!"
-¡Ya está bien! ¡De mañana no pasa! Si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma. ¿O era al revés? Bueno, para el caso es lo mismo. Mañana temprano salgo a buscarle. Creo que sé dónde puede estar. Llevaré trocitos de tela para colgar en las ramas por si me pierdo y tengo que volver atrás, que mi sentido de la orientación deja mucho que desear y normalmente me pierdo más que una monja en un burdel. Pero más perdida, más perdida estoy sin él".
Casi está anocheciendo cuando Renata, tras extraviarse unas cuantas veces y volver a emprender camino, llega a la entrada de la gruta.
El Salvaje está tumbado bocabajo sobre la piel de leopardo, en su lecho mullido de hojas tiernas. Después de un baño caliente en la fuente, se ha quedado dormido contemplado las imágenes sagradas del ritual. Su agudo sentido de alarma le despierta al más mínimo sonido y cree estar soñando cuando siente las manos de Renata sobre su espalda.
-Por favor. No te muevas y déjame hablar. Tú... Tú pensaste que me habías hecho daño, que me habías hecho sangrar la última vez que estuvimos aquí. No fue así. Todas las mujeres tenemos esa reacción en nuestro cuerpo unos días cada mes. Es algo natural, normal. Además, creo que tú... tu querías que yo supiera manejarme para que fuera libre, que no tuviera que unirme a ti por obligación, por necesidad... Pero es que yo... Yo te necesito. Necesito tu presencia silenciosa, echo de menos tus lametones cariñosos en mi cara al despertar, tu forma de olerme como si quisieras llenarte de mí, el calor de tu cuerpo junto al mío. Necesito tocarte, chuparte, lamerte... Necesito tus manos en mi piel, tu lengua entre mis piernas, y me muero por sentir el placer inmenso de sentirte dentro de mí, porque te juro que no me haces daño, sólo me duele cuando no estás -se inclina hacia adelante y besa su cuello, tumbándose sobre él, sintiendo su calor- ¡Te juro que me duele cuando no estás conmigo!
Bastián no quiere ni respirar por no despertar. Tantas veces ha soñado con ella, que ahora cree que si dice algo, si mueve un solo músculo, despertará de ese sueño maravilloso y ella se desvanecerá dejándole en la oscura y fría soledad de la cueva.
Finalmente Bastián se vuelve, despacio. Sus ojos negros como tizones encendidos la miran extasiado, hechizado por esos ojos verdes como esmeraldas de fuego ardiente. No es un sueño. ¡Es real!
Hunde los dedos entre sus cabellos, y la atrae hacia él, aspirándola, lamiendo su cara, su cuello, sus pechos, esos preciosos bultitos entre sus labios, que se endurecen al rozarlos con la lengua. Se incorpora y deja su cabeza apoyada en el pecho de la mujer, envolviéndola con sus fuertes brazos. Renata acaricia sus cabellos ensortijados.
-No sabes cuánto... cuánto te he echado de menos. No me dejes nunca, nunca... ¡Nunca más! -le abraza fuerte.
-No.
-Oh, Dios, nunca creí que oirte decir que no me hiciera tan, tan feliz... Deseo ser tuya, hasta el final, completa y absolutamente tuya. Sí, Bastián. Sé que para ti es importante, lo deseas con toda tu alma y yo también. Deseo que entres donde nadie ha entrado nunca, en ese agujerito virgen, ese templo ya no está cerrado y prohibido para ti. Quiero ofrecértelo, pero no por obligación, ni por agradecimiento por salvarme, ni porque te necesite desesperadamente... Quiero ofrecértelo porque yo también lo deseo, tanto, tanto como lo deseas tú... Pero antes, vuélvete, túmbate de nuevo. Quiero tocarte, deseo explorarte, quiero tocar, acariciar y lamer toda tu piel, todos los rincones de tu cuerpo...
En la espalda de Bastián aún son perceptibles las marcas de sus arañazos y las cicatrices de los latigazos en sus glúteos.
-Esto te lo hice yo -besa suavemente las señales de su espalda- y esto te lo dejaste hacer por mí -lame con devoción las marcas de sus nalgas.
Sentada a horcajadas sobre sus piernas, Renata besa, acaricia y masajea sus hombros, sus brazos, sus dedos recorren su columna vertebral hasta bajar hasta sus glúteos, abre suavemente sus nalgas y sigue tocando, acariciando, besando, lamiendo, masajeando... Los dedos rozan y acarician sus testículos, luego su lengua lame desde el escroto hacia atrás... Cada vez que se acerca al ano, él gime extasiado, así que la joven abre más sus nalgas y se detiene allí, tentando, lamiendo, haciendo circulitos con su lengua, complacida por provocar tal estado de excitación en el joven.
Y él no puede más... ¡No puede más! Lo que le está haciendo esa lengüecita inquieta, cálida y húmeda, ahora lamiendo con destreza desde abajo, desde los testículos duros hasta meterse despacito en su ano... Mmmmmm... Su miembro está tan duro, tan sumamente duro y excitado que no puede soportarlo más.
Poseído por una pasión desbordante, el Salvaje se revuelve en el lecho de hojas, tumba a Renata de espaldas y se lanza sobre ella como el león sobre su pequeña presa. Lame con ansia su espalda, su culo, la muerde suavemente en las nalgas y agarra el cuenco con el aceite. La joven está tan excitada como asustada, que una cosa es desear, y otra poner en práctica el deseo.
Renata se muerde los labios hasta que casi le sangran, sus uñas se clavan en la piel de leopardo, cierra los ojos con fuerza y aguanta, aguanta... Nunca creyó que podría ser tan, tan doloroso. Previamente le ha introducido los dedos con el aceite y ha sido excitante, maravilloso... Pero su miembro es enorme, demasiado grande para ese agujerito tan estrecho y siente una tirantez desgarradora cuando la invade, que le arde cada vez que se impulsa e irrumpe dentro con vigor. Pero prefiere resistir esa tortura a decirle que le duele, que el dolor la está matando y volver a ver su cara de culpabilidad por haberle hecho daño.
"Por favor... qué dolor... qué dolor... que acabe ya... ¡Au!... Paciencia, Renata, paciencia, que ya lo decía mi madre, que ante cualquier dolor, la paciencia es lo mejor... Aaaaay, pero me quema, me quema..."
Siiiií, cada vez que se hunde despacio en ese agujerito tan cálido, tan maravillosamente apretado se siente en el límite, no sólo por el placer tan inmenso que está sintiendo, sino por lo que supone para él. Que le ofrezca su culito tierno y virgen es la confirmación de su unión. La entrega absoluta. El máximo compromiso. Mmmmm... Siiiiiií... Cada gemido de su compañera le excita aún más, porque sabe que ella está sintiendo el mismo placer que siente él cada vez que la penetra.
La toma de sus caderas y la atrae más hacia él, agarrándola de los pechos, hundiéndose más, fundiéndose más con ella en una metida más, y más profunda.
-Aaaah... Renataaaa... Ahhhh... Renataaaa... Siempre... Siiiiiií... Aaaaaahhhh.... Renataaaa... Mmmmmm...
Y tal vez sea porque Renata se relaja, o por escuchar los jadeos del joven, o por volver a oír su nombre en su boca, o por la promesa de estar siempre juntos, o porque el placer y el dolor a veces tienen el mismo color, o por todo ello unido, pero el caso es que la joven empieza a sentir, a sentir algo más que ese tormento.
No es que la sensación de quemazón desaparezca, es que envuelto en esa sensación hay algo, algo intenso que la estremece, que le pone la carne de gallina, que hace que todo su cuerpo vibre y se trastorne exaltado. Esa sensación le enciende las entrañas y la impulsa a tomar la mano del Salvaje y llevarla entre sus piernas y guiar sus dedos para que le acaricie y le acaricie y le acaricie el clítoris cada vez que entra, y entra y entra, más hondo, más rápido, más fuerte...
-Oh Diossss... Bastián... ¡Me estás matando! -el hombre, atribulado, se detiene en seco-. ¡Noooooo! Sigue... Sigue... -se impulsa hacia atrás ensartándose más en su miembro- ¡Me estás matando de placeeeeeeeeeeeeerrrrr! ¡SIIIIIIIÍ! Aaaaaaaah... BASTIAAAÁN.... MMMMMMMMMM... ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!
Bastían siente las contracciones del orgasmo de su hembra en su apretado tunel calentito que le abrazan, que le oprimen, que le apremian con urgencia a venirse aullando dentro de su preciado capullito de fuego palpitante, bombeando con fuerza todo su semen, vaciándose en ella, llenándola de él.
-Sssssiiiiiiii... ¡AAAAAAAAAAAAAAUUUUUUUUUUUUU!
Abraza el cuerpecito pequeño, tembloroso y húmedo de su compañera. Suya. Su hembra, su compañera. Siempre. Renata sonríe feliz cuando nota su lengua lamiendo su nuca, su espalda... Se acurruca entre sus brazos agotada por la caminata, extenuada tras el orgasmo, sintiendo que por fin, por fin puede respirar relajada, porque está de nuevo entre sus brazos.
La lengua suave, lamiendo despacito sus muslos hace que se despierte, Renata abre un ojo, pero lo vuelve a cerrar haciéndose la dormida. Siente sus manos abriendo sus piernas, agarrándola de las pantorrillas y subiendo los tobillos a sus hombros. Los dedos abren suavemente los labios de su sexo, ya húmedo de deseo. Ella percibe el cosquilleo de las gotitas de agua del cabello mojado de Bastián en sus muslos, anticipando el siguiente movimiento. La boca ávida inicia una tortuosa travesía rumbo a las ingles, vulva, los pliegues de sus labios... hasta llegar a su meta, donde detiene su viaje para fondear y explorar esos mares a fondo. La lengua se hunde en ese refugio caliente unas cuantas veces antes de llegar a la cúspide. A esa islita de coral tan provocadora. Ese bultito tan excitante, saturado del deseo ya incontenible por aplacar sus ansias. Allí, finalmente, queda anclada lamiendo, lamiendo, lamiendo...
-MMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM... Ah.. Ah... Ah... ¡AAAAAAAAAAAAAAAAH!
"Ay, Dios... Esto sí que es un buen despertador, y no las campanas de la torre de la Iglesia de la Plaza. Mmmmm... Siiiiií... Ya lo creo que sí"
-Buenos días, Bastián -Renata se incorpora y sonríe pícara a la cabeza que asoma ahora entre sus piernas-. Mnnnn... He dormido estupendamente, de maravilla, hacía días que no dormía así de a gusto... Y he despertado mejor... -se ríe-. ¿Te has despertado hace mucho? Veo que ya te has bañado y todo... Yo debería bañarme ya, pero la verdad es que tengo un hambre canina. Espero que aquí tengas algo para comer o que hayas ido a cazar o a por plátanos o...
Antes de que pueda seguir hablando, él ya se ha plantado ante ella y le ha metido el miembro en la boca.
"Vaya. Antes hacía que me callara metiéndome los dedos. Bueno. Esto es mucho mejor. Y a fin de cuentas, yo le he pedido algo para comer, mmmmm, y voy a comerme este plátano enormeeeeee..."
Le deleita despacio, saboreándole, recreándose. Alza su mirada hacia él, hacia sus ojos entreabiertos que la miran, hacia su boca, que exhala jadeos y suspiros intensos.
Él la agarra del cabello y mueve sus caderas hacia su boca, en un suave vaivén hacia su lengua, hacia sus labios complacientes, que se esmeran afanosos, incansables en hacerle sentir, en ofrecerle gustosa todo ese placer. Se agarra el miembro por la base y los movimientos de su pelvis son más rápidos, apremiantes por la imperiosa necesidad de estallar y derramarse ya sobre sus labios, su cara, su pelo...
Hilos de semen resbalan sobre el rostro de Renata hacia su cuello. Relame las gotas caídas sobre sus labios, tan sorprendida como confusa.
-¡Pero qué has hecho! ¡Bruto! ¡Me has pringado toda la cara! ¡Por Dios ¡Qué potencia de surtidor! ¡Qué barbaridad! -mas ante la sonrisa traviesa del joven que le ilumina el rostro, Renata no puede hacer otra cosa que reírse-. ¡Ahora sí que necesito un baño antes de desayunar!
Él la toma entre sus brazos y la lleva a la fuente en volandas. Se sumergen en ella riendo, jugando a salpicarse, bañándose uno a otro. Obviamente, el desayuno tendrá que esperar un rato más.
La acecha, oculto sobre las ramas de un árbol. Renata vuelve confiada por el sendero desde el arroyo hacia la cabaña. En cuanto se aproxime un poco más, saltará sobre ella y la devorará. Se la comerá a mordiscos, besos y lametones y se reirá por haberla cazado una vez más. Le encanta ese juego, esconderse y pillarla por sorpresa.
Renata se sonríe. Sabe que está ahí. No le ve, no le huele, pero lo presiente. Una vez más se hará la sorprendida, gritará y huirá de él, pero deseando que la atrape lo más pronto posible, que la cargue en sus hombros y la entre en la choza para seguir jugando.
No es el único ser que está oculto, esperando, protegiendo su guarida. Allí está ella. Erguida. Su lengua bífida negra entra y sale de su boca detectando la proximidad de su presa, lengua negra como la muerte. La muerte encarnada, la llaman los nativos. O la cuatro pasos. Sí. Porque ese suele ser el número exacto de pasos que puede dar su víctima huyendo, antes de caer desplomada al suelo y darse cuenta que ya es tarde, demasiado tarde. La mamba negra puede atacar a una velocidad de siete millas por hora, es la serpiente más mortífera de toda Sudáfrica y también la más rápida.
Pero más veloz, más letal es ese animal enorme, salvaje, que rugiendo salta desde el árbol al advertir la amenaza y se interpone entre Renata y la muerte inminente. Pisotea la cabeza de la serpiente, no sin antes sentir la punzada increíblemente dolorosa de sus colmillos clavándose en su tobillo.
No desperdicia sus cuatro pasos huyendo. ¿Para qué? Sabe lo que le espera. Prefiere quedarse allí, contemplando a su compañera. Que lo último que vean sus ojos sea su rostro hermoso, sus cabellos castaños rojizos, su cuerpo menudito de piel suave, y fundirse en sus ojos verdes brillantes antes de caer, antes de que su corazón se detenga y todo haya terminado. Desde el suelo puede oír su grito de terror, sus alaridos de angustia, agitado por los sudores y las convulsiones hasta que todo se le hace negro. Tan negro como la boca de la serpiente. Tan negro como la muerte.
Su corazón se paró y el de Renata también. Cuando Bastián dejó de respirar ella dejó de hacerlo. Vio como su vida se apagaba y ella se desgarró por dentro. Estaba ya muerto cuando llegó con el curandero y la gente del poblado. Renata estaba desesperada, destrozada. Hans la abrazaba con fuerza intentando consolarla mientras el viejo hechicero hacía un agujero en el suelo y quemaba unos leños, entonando unos cánticos, celebrando una especie de ritual funerario. Tras retirar los leños introdujo unas hierbas de un olor nauseabundo y puso una piel sobre los rescoldos. Allí depositaron el cuerpo inerte del Salvaje. Los ojos de la mujer, anegados por las lágrimas no le dejaban ver bien. Su enorme cuerpo estaba brillante, húmedo y sus ojos estaban abiertos. Renata hubiera jurado en ese momento que él la miraba, que podía verla, que incluso más allá de la muerte él siempre estaría ahí, mirándola, amándola, sintiéndola.
"Mi Salvaje... Mi Salvaje... Sí. . Aquí. Ahora. Acostado junto a mí, lamiéndome, acariciándome los pechos desde atrás, sí, puedo oír su gruñido sordo que le sale de pecho, el gruñido de su excitación, su erección roza mis nalgas, su respiración cosquillea en mi cuello. Es increíble pero puedo sentirle, puedo notar ese enorme bulto erguido tentándome, intentando introducirse dentro de mí..."
-¿Pero es que no oíste lo que dijo el hechicero? ¡No han pasado ni veinticuatro horas que casi te mueres y ya tienes ganas de guerra! ¡Es que tu rabo no puede parar quieto ni unos días! ¡Reposo absoluto! ¿Entiendes lo que te digo? ¡Absoluto! Descanso, tranquilidad y tomarte esa infusión de hierbas. Sí, ya sé que son asquerosas, pero benditas sean, que te han salvado la vida, así que no hagas que me enfade. Lo mejor sería que durmiéramos separados, o que viniera Hans a vigilarte o...
Bastián sonríe ante el estallido de Renata y le pone los dedos en la boca para que se calle. Sabe que ella tiene razón... Pero es tan difícil controlarse teniéndola tan, tan cerca... Pero más difícil sería intentar dormir separado de ella. Se abraza a su cuerpo respirándola e intenta relajarse y volver a conciliar el sueño.
"Casi le pierdo... Casi le pierdo para siempre. Le vi morir y resucitar. Creo que fue un milagro. Un milagro... Le miro y mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas... Mi Salvaje... Bastián... Tan mío como yo suya. Me abraza y me siento feliz, pero hay que ir con tiento, que abrazos y besos no son lascivos pero tocan a vísperas... Ya tendremos tiempo para volver a hacerlo. Espero que mucho, mucho tiempo, muchas muchas veces... No sé que nos deparará el mañana. Ya lo decía mi madre, que el futuro tiene muchos nombres, pero el que adelante no mira, atrás se queda, y en esta selva cuando menos te lo esperas, salta la liebre... o la serpiente. Pero bueno... A cada día su pesar y su esperanza, y la esperanza es lo último que se pierde.
Y como bien decía mi padre, mujer refranera, si no es coja, es puñetera, así que mejor me callo e intento dormir que mañana será otro día y el hechicero me dijo riendo que en tres días mi Salvaje ya podría hacer esfuerzos... Siiiiií... Mañana... Mmmmmm... Mañana le sorprenderé con un buen despertar... Me lo comeré todo mañana... Mmmmm... Siii... Todo, todito... Mañana..."
Los animales de la noche se mueven entre las sombras. Un leopardo acecha desde la rama de un árbol a un solitario antílope. Los hipopótamos emergen poderosos del agua y se dirigen a los pastos a alimentarse. Las aves se arrullan en sus nidos y las rapaces sobrevuelan el cielo. Suavemente las gotas de lluvia caen sobre el techo de la choza, pero sus moradores no las oyen porque ya están dormidos, abrazados, esperando el nuevo día, deseando que los rayos del sol iluminen su horizonte en esta selva peligrosa y maravillosa que es la vida.
FIN
Nota de la autora: La curación milagrosa del protagonista está basada en los estudios sobre medicina tradicional africana del Dr. John Mbiti. Recientemente se ha descubierto que la picadura de la mamba negra produce un estado de catalepsia y la muerte real se produce horas después. La recuperación de la víctima depende en gran parte de su corpulencia y de la cantidad de veneno vertido en la mordedura.