El Salvaje (4)
Mientras los marineros celebran su fiesta sangrienta, Van Groter deja muy claro lo que desea, y tiene todo el poder en sus manos para obtenerlo.
(*Nota: Las letras que aparecen son fragmentos reales de coplas populares de la época).
El honorable August Van Groter es un caballero de mediana edad, elegante y de porte distinguido: traje con levita oscura, camisa blanca, corbatilla negra. Tiene los ojos claros, los cabellos algo encanecidos por las sienes y luce un poblado bigote. Sin embargo, a pesar de su digna apariencia, no es tan honorable, no es tan caballero. En teoría se dedica al comercio de madera de ébano, aunque esa es la tapadera que utiliza para un tráfico mucho más lucrativo: la trata de esclavos, comercio ya ilegal en muchos países europeos y perseguido por la Marina de Guerra Británica por todo el Atlántico.
En estos momentos en las bodegas de La Rosa Negra se encuentran hacinados unos 500 negros, hombres, mujeres y niños, encadenados unos a otros en un espacio de reducidas dimensiones, ventilación escasa, olor insoportable. Van a ser trasladados como ganado a
Huis Van de Slaven ,
la mansión de Van Groter, una bella construcción holandesa de estilo colonial, donde serán almacenados en las mazmorras hasta que llegue el momento de embarcarles en su viaje sin retorno a las plantaciones de caña de azúcar o de café en Cuba o Brasil.
Y como es costumbre, La Rosa Negra hace un alto en estas costas. Además de abastecerse de agua, carne fresca y frutos, los marineros del barco negrero bajan a tierra con regocijo a celebrar su fiestecita habitual de todas las temporadas.
Van Groter podría contratar un factor , un tratante para negociar con los reyezuelos la compra-venta de mercancía humana, pero prefiere hacerlo él mismo. Le gusta seleccionar el género, regatear por las mujeres más hermosas, los jóvenes más fuertes y robustos. Se lleva un buen material y paga una nimiedad en especie, ya sea licor, pólvora o piezas de algodón de guinea.
-Sí, querida, aunque el espíritu de lucro se ha contagiado entre esas gentes. En los poblados hay quien vende a sus propios hijos y sus mujeres con tal de obtener un garrafón de aguardiente... -la risa cruel de Van Groter es como un arañazo en una pizarra-. No tengas piedad por ellos, no son personas, son simplemente poco más que animales, ni siquiera tienen alma.
En la explanada del patio de la misión los marineros asan en las hogueras la carne que han cazado, la mayoría ya embriagados por las idas y venidas persistentes a los barriles de ron. Unos músicos provistos de un violín, una marimba y una bandolina amenizan la fiesta con canciones populares de letras vulgares, obscenas.
En la esquina está parado un fraile de la Merced, con los hábitos alzados enseñando el chuchumbé.
En San Juan de Dios acá, son los legos tan cochinos que cogen a las mujeres y les tientan los tocinos.
Que te pongas bien, que te pongas mal, el chuchumbé me vas a soplar.
Tengo la cachumba mala
de beber agua en las pozas
y el médico me receta
que se la meta a las mozas.
Con las teticas calientes
dicen que estás en la cama,
y yo bajo tu ventana
con la chorra hasta los dientes.
Que te pongas mal, que te pongas bien, el chuchumbé me vas a comer.*
Cantan, ríen, bailan, comen y beben o se pelean a puñetazos, impacientes porque llegue el momento de la mejor parte de la fiesta. Algunos ya están haciendo cola, aunque realmente es el contramaestre el que establece los turnos, para evitar que las peleas vayan a mayores.
Renata tiembla de miedo, sentada sobre unas piedras planas al lado de su marido. No ha probado las piezas de asado de carne que le han servido y mira continuamente alrededor, rezando todo lo que sabe porque Bastián no aparezca, que no se le ocurra aparecer... Teme que Van Groter le aplicará el mismo tratamiento que a los tres marineros que intentaron forzarla.
Los gritos, horribles. Alaridos desgarradores de tres hombres empalados en las profundidades de la selva. Es el precio que han pagado, el castigo de los que se han atrevido a tocar lo que es suyo sin su permiso. Y Van Groter no tiene piedad. Sus ojos brillaban sádicos disfrutando de la tortura de los tres marineros y Renata, cerrando los suyos, obligada a presenciar su sentencia, se estremecía de horror al oír sus gritos. Aún los oye dentro de su cabeza. Los gritos, horribles.
"Sabía que este hombre no era bueno, lo vi en sus ojos en el retrato que me envió. Pero no sólo no es bueno. Es un asesino, un traficante de esclavos... Es mucho peor de lo que suponía. Es un monstruo... un monstruo... "
A Renata se le encoge el alma cuando una docena de marinos conducen a tres mujeres negras, encadenadas con grilletes, y las dejan atadas a los árboles. No gritan ni se mueven, pero la expresión de sus ojos es de un terror absoluto.
-Los hombres necesitan de sus momentos de desahogo, querida. Son material de deshecho, de escaso valor, con cicatrices, escasa belleza o algún defecto, así que no pierdo mucho con mi regalo y así afirmo el ánimo y la buena disposición de mis marineros. ¿No es verdad, querido Hans? -la mano de Van Groter acaricia la rubia cabeza de su joven criado personal, que está sentado en el suelo y éste da un respingo.
-Sí, sí, señor -responde atemorizado.
-Ha sido gracias a la divina providencia el que te haya encontrado en estas costas olvidadas de la mano de Dios -Van Groter la mira con los ojos entrecerrados, atusándose el bigote-. Al no llegar La Victoriosa a puerto supusimos lo peor y ya te daba por perdida. Estaba tramitando un nuevo acuerdo con otra prestigiosa familia para un nuevo matrimonio, pero ya no será necesario. Tus obligaciones como esposa se limitarán a acompañarme en algunos eventos públicos y poco más. Para otras responsabilidades más... digamos... más privadas, siempre tengo alguien que me satisface plenamente -ahora el hombre mete la mano en el pantalón de su criado ante la mirada atónita de Renata-. Me encanta que seas una mujer callada, discreta. Discreción. Es esencial en la buena sociedad. Mi primera esposa murió en un desgraciado accidente cuando manejaba alcohol de quemar. Ardió. Pobrecilla. Como una tea. La verdad es que era un loro. No soporto a los loros chismosos que no dejan de cotorrear...
La sonrisa aviesa de Van Groter hace que Renata se estremezca pensando si el accidente de su primera esposa pudiera haber sido menos casual y más intencionado.
-Lo que no logro comprender, querida mía, es cómo has logrado sobrevivir tanto tiempo aquí, sola y sin ayuda... -los ojos de ave rapaz la miran fijamente.
-La... La mano de Dios, que no me abandonó. Me... Me refugié en... en estas ruinas de la antigua misión. Cer... Cerca hay un arroyo y me he estado alimentando de f... frutos y bayas silvestres -miente Renata, deseando que su voz hubiera sido más firme, pero no puede evitar tartamudear.
-Claaaaaaro... ¿Y cuándo cazaste al leopaaaardoooo? Encontré una precioooooosa piel dentro de las ruinas... ¡ERES UNA PUTA MENTIROSA! -truena Van Groter, la levanta casi al vuelo, agarrándola por el pelo y arrastrándola hacia la parte trasera de la misión-. ¿Pero es que acaso crees que soy idiota? Me subestimas, querida... -la tira brutalmente al suelo, al lado de una jaula enorme. Sentado en la jaula, encadenado de pies y manos con grilletes, se encuentra Bastián en un estado lamentable, sin sentido.
-Desnúdate -Van Groter sonríe, pero la expresión de sus ojos reflejan que no bromea.
-Pero es que... -la joven va a protestar, pero no lo hace. Ya ha podido comprobar que es un hombre acostumbrado a dar órdenes y espera que éstas sean acatadas al momento.
Así que Renata se despasa las cintas de la blusa con dedos temblorosos, la abre dejando sus pechos blancos y firmes al descubierto y se la quita. Baja los calzones y mira los paños íntimos, blancos inmaculados. Probablemente el periodo se le haya interrumpido por el miedo y los nervios que aún tiene acumulados como una piedra en la boca del estómago. Se cubre el vello de su entrepierna con una mano y los pechos con la otra, la vergüenza cubre de rubor sus mejillas.
"No desea que me desnude porque le produzca excitación. Lo sé. Lo único que quiere es verme humillada. Es una manera de rebajarme. Desnuda y él completamente vestido. El estar sin ropa me hace sentirme más vulnerable e insegura y él lo sabe".
-Sí. Eres muy bonita. Menudita, pero proporcionada. No es que seas de mi gusto, evidentemente, pero me darían un buen pico por ti en cualquier burdel del puerto. Ellos no hacen preguntas, para tu familia estás muerta y serías otra puta barata sin identidad. Sí. Pero también puedo conservarte, aún no lo sé. Me aburro con taaaanta facilidaaaaad... Puede que sea más divertido empalaros a los dos.
-¡NO! ¡No! ¡Por favor! -suplica Renata, aterrorizada.
-Ya. Tienes razón. Otro empalamiento sería repetitivo. Visto uno, vistos todos, y con tres ya estoy saturado. Tal vez puedas ofrecerme un espectáculo más excitante, querida. Me gusta mirar.
Prueba a moverse, pero está encadenado. Intenta abrir los ojos, la cabeza le da vueltas y sigue mareado por los golpes recibidos. Eran demasiados. Demasiados demonios armados con porras y palos para hacerles frente y salir victorioso. Inspira profundamente y cree estar delirando. Huele tanto a ella que es como si estuviera allí mismo, dentro de esa jaula para leones. Una mano roza su pecho, suave y caliente, y Bastián logra abrir los ojos. No puede creerlo. ¡Es su hembra! ¡Su compañera! Emociones contrapuestas le abruman. Por una parte se siente inmensamente feliz de que este viva y que ya no sangre; por otra parte, se siente angustiado por la situación en la que se encuentran; pero lo que más le corroe es la vergüenza, el absoluto sentimiento de culpabilidad, tanto por haberle hecho daño como por no haber sabido protegerla y salvarla de esos demonios sedientos de sangre y almas.
Un aullido lastimero sale de su garganta y Renata besa cada una de sus heridas, de sus verdugones, de las señales de golpes y latigazos que marcan su piel. Le mira a los ojos y acaricia su cara, sus labios, y le besa dulcemente. Bastián vuelve la cabeza de repente y gruñe con los ojos entornados, las aletas de la nariz dilatadas. No están solos. Hay alguien observando en un rincón oscuro cerca de la capilla. Renata le coge la cabeza y la gira, obligándole a mirarla.
-Shhh. Tranquilo, Bastián -le susurra-. Sé que está ahí. Olvídate de él. Él... él quiere que te haga esto, y te aseguro que la otra alternativa si nos negamos es mucho peor. He visto lo que es capaz de hacer. Es mejor así... Sólo... sólo se va a limitar a mirar.
Las manos de Renata acarician su pecho, sus abdominales, sus brazos. Sus labios se deslizan sobre su cuello, su cara, su boca, le lame los labios con suavidad, y sus manos van bajando despacio a sus muslos, y desde ahí suben lentamente. Una mano acaricia sus testículos y la otra toma su miembro por la base y comienza a moverla hacia arriba y hacia abajo, subiendo y bajando la piel. Bastián ruge, agita los brazos y las cadenas chocan contra los barrotes metálicos de la jaula, clang, clang, clang. No quiere que le haga eso, no así, no en esa jaula, no con ese demonio mirando.
-Sí, lo sé. Sé que no quieres. Pues te tendrás que aguantar, no tenemos más remedio. Yo tampoco quería... antes ¿Recuerdas? Y también me tuve que aguantar. Lo siento, Bastián, pero tengo que hacerlo, quieras tú o no quieras. Ya lo dice el dicho: Si cuando fuiste martillo golpeaste con fuerza, ahora que eres yunque, ten paciencia.
La mujer sigue tocándole, sacudiendo su miembro con determinación, mientras roza los labios con los suyos. Las caricias y atenciones que su compañera le está dispensando hacen que su cuerpo responda y su pene se agranda considerablemente e incrementa su grosor, aunque sus ojos continúan vigilando recelosos hacia dónde sabe que observa el demonio y vuelve a gruñir.
-Mírame, por favor, mírame a mí -los ojos verdes de Renata son esmeraldas centelleantes-. No te preocupes por nada, sólo siénteme. ¡Siénteme! Piensa que estamos sólo tu y yo. Solos los dos.
"Sé que ese hombre odioso puede ser impredecible. Me ha prometido que no nos hará ningún daño, que nos dejará vivir si hacemos esto. Tal vez cambie de opinión y nos mate después. Tal vez ésta sea la última vez que podamos estar juntos. La última vez que pueda tocarle, besarle, acariciarle..."
La joven le besa el miembro, lo pasa por su cara, por sus mejillas, y lo besa, lo besa una y otra vez. Baja la piel y le lame el glande con delicadeza sin dejar de acariciar sus testículos, pasando la lengua por alrededor, deteniéndose en el agujerito que ya comienza a emitir las primeras gotas saladas de su leche, saboreándole, sintiendo su creciente excitación cuando se lo mete en la boca.
Le chupa despacio, haciéndolo durar. Pasa la lengua por esa vena hinchada, palpitante... Nunca hubiera imaginado que deseara hacer eso, que realmente le gustara mamársela a un hombre y darle placer con su lengua, con sus labios... Es como el último deseo del condenado, y ya no importa nada. Ni Van Groter, ni la jaula, ni su futuro incierto, sólo quiere disfrutar de ese momento y hacerle gozar a él. Sólo existe él y su miembro en su boca, chupándolo, lamiéndolo... chupando, chupando, chupando... La lengua agitándose dentro de su boca contra la sensible punta, oyendo su respiración entrecortada, mirando la luna en sus hermosos ojos negros.
El Salvaje mueve las cadenas, jadeando. Desearía... Desearía poder liberarse y matar a ese demonio con sus propias manos. Manos atadas, encadenadas. Manos que se rebelan y suplican... suplican por tocarla. Por acariciar su cabello mientras su cabeza sube y baja entre sus piernas; por rozar los pezones y sentirlos duros como diamantes, delicados como brotes de orquídeas, por lamer su dulce jugo cuyo aroma le trastorna por completo, tanto que se olvida también de todo, de todo lo que no sea ella, ella y su lengua y su boca que se afanan por complacerle, pero hay algo más. Son sus ojos, que no dejan de mirarle mientras le chupa y le lame, atesorando en ellos cada gemido, cada suspiro, cada expresión de placer que revela el rostro de Bastián.
"Ojalá pudiera volver a sentir tus manos sobre mi piel, tu lengua lamiéndome, volver a sentirte dentro de mí... pero ¿qué digo? Ya estás dentro, dentro de mí, no sólo es tu semen que noto que está a punto de estallar contra mi lengua, es tu alma, tu alma la que entra en mi boca, lo veo en tus ojos... ¡Oh Dios! ¡Qué placer tan maravilloso sentir tu leche cálida y saber que me sientes, que sientes la misma dicha que sentí yo cuando estaba entre tus brazos fuertes! ¡Sí! ¡Ya te viene! ¡Ya la siento!"
Retiene el rugido que pugna por salir. Dentro de su pecho, el corazón golpea con fuerza. Cada latido es una palpitación de éxtasis en su miembro dentro de la boca de Renata. Cada latido es un vertido de cálido semen que baja por su garganta. Cada latido es una ofrenda, una muestra de lo que siente por ella y que no sabe explicar con palabras. Si pudiera decírselo, decirle algo...
-Nnnn... Nnnn... Naataaa -susurra mirándola, ella levanta la cabeza limpiándose las comisuras de la boca y una lágrima se le escapa junto con una sonrisa-. Nataaaaa... Renataaa...
La magia del momento es acuchillada por unas palmadas y unas risas que surgen de la oscuridad del interior de los muros derruidos de la capilla de la misión.
-¡Bravo! ¡Un espectáculo magnífico! Incluso yo diría que más que erótico ha sido enternecedor -Van Groter sigue dando palmas, su mirada lúbrica recorre el cuerpo desnudo de Bastián, que se agita en la jaula, y se detiene en su miembro que sigue erecto-. Mmmmmm... Un maravilloso ejemplar... Estupendo para mi zoológico particular. Será un placer tenerlo comiendo de mi mano, bueno, no de mi mano, precisamente... -el hombre se lleva la mano al bulto excitado de su entrepierna-. Voy a tener un hermoso animal salvaje para montarlo cuando me apetezca y será dócil como un corderito con su dueño y señor.
-¿Piensas que va a someterse a ti? -le escupe Renata-. ¡Atrévete a soltarlo, sucio canalla! ¡Te partirá en dos antes de que puedas decir esta boca es mía!
Van Groter se ríe de nuevo y atusa los bigotes bajo su nariz.
-Tú, querida, tú. Tú eres la razón por la cual se va a someter a mí -se acerca a la jaula y se agacha, dirigiéndose a Bastián-. En tus manos está, Salvaje. Ella puede ser mi esposa ante los ojos hipócritas de la buena sociedad, tener una hermosa casa, criados, lujos y manjares. Incluso si estoy de humor podemos algún día compartirte. Tú montarla a ella mientras yo te monto a ti. Pero si te niegas a satisfacer mis caprichos, ella podría convertirse en la principal atracción de unas bonitas fiestas y te aseguro que no será nada agradable para la dama. Las putas de los antros del puerto no viven mucho tiempo, y te puedo asegurar que cada segundo de su vida deseará estar muerta. Su destino está en tus manos... Me has comprendido ¿no es cierto, Salvaje?
Le ha comprendido perfectamente. Por eso se queda quieto cuando la mano se cuela entre los barrotes, como una serpiente, y le palpa la cara, los brazos, el pecho, las piernas, los glúteos. Dedos como sanguijuelas tocando sus partes íntimas.
La maldición no llega a salir de boca de Renata, ya que el criado de Van Groter, llega corriendo.
-¡Señor! -Hans respira acelerado-. ¡Señor! ¡Lo siento, señor! ¡Los hombres se están impacientando! ¡El contramaestre ya no puede retenerlos más y me ha enviado a avisarle!
-Bien -Van Groter se incorpora, fastidiado por la interrupción-. He de irme a presidir la celebración. Un buen festejo debe contar con la presencia del patrocinador. Y realmente, el espectáculo que se ofrece también es muy ameno... Ya seguiremos esta conversación en otro momento más propicio, la noche es joven.
El hombre se aleja con su criado y las palabras que Renata susurra, con lágrimas en los ojos, quedan ahogadas por los gritos de júbilo de los marineros cuando ven aparecer a su patrón.
Recuerdos. Recuerdos fugaces de los sermones de padre en la capilla. Los tiernos cuidados de madre a los enfermos en el hospital de la misión. Destellos de imágenes de sí mismo jugando con los niños del poblado en el patio al salir de catecismo. El patio... Ahora en el patio no se oyen risas de niños, sólo alaridos de terror y carcajadas de hombres borrachos.
Renata agradece no tener la vista tan desarrollada como Bastián. Sólo puede ver sombras iluminadas por la luna desde lejos. Pero oye los gritos, sabe lo que les están haciendo a esas pobres mujeres.
Los barriles de ron van vaciándose paulatinamente. Los demonios también. Uno tras otro. Uno tras otro. Hasta que la sangre corre como un arroyo bajando por las piernas de la mujer. Entonces le dan la vuelta, la atan a un tronco de un árbol y siguen, siguen, siguen... Y cuando no pueden más, continúan, riéndose, metiéndoles palos, porras, leños de la hoguera... Hace rato que no se oyen los gritos. Una mujer es montada por dos demonios al tiempo. No se mueve. Tal vez esté desmayada... o muerta, pero a ellos no les importa y siguen, siguen, siguen en esa orgía roja de sangre y muerte. Bastián cierra también los ojos.
-Tengo miedo. Tengo tanto miedo... No son humanos. No son seres humanos. Son bestias. Son bestias salvajes...
-Como yo.
Renata no sabe si asombrarse más de que Bastián haya hablado o de lo que acaba de oír de sus labios. Le toma la cara con las manos y aleja un mechón de cabello rebelde de su frente.
-No, Bastián. Tú no eres así. Nunca has sido así. Hiciste lo que pensabas que era normal. Actuabas por puro instinto, nunca por maldad. No te culpes por ello. Tú no eres como ellos. Ellos son crueles. Violadores y asesinos despiadados. Y el más perverso de todos es Van Groter, mi... -la palabra sale de su boca con repulsión- mi marido.
Bastián observa a August Van Groter en un rincón apartado, junto a uno de los muros, amparado por la oscuridad. Su joven criado está de espaldas, con las manos apoyadas en la pared. Su amo le agarra del pelo y tira de él hacia atrás en cada violenta embestida, mas Hans ya no llora ni protesta. Ya no. Al menos hoy no le ha azotado y ha utilizado el aceite y no el vinagre. Peor suerte han corrido las mujeres, así que no se queja. Aunque tal vez ese sea el destino que le aguarde cuando su amo se canse de él, que lo embarque como grumete y se lo ofrezca a sus hombres para su divertimento en la larga travesía por el Atlántico, sin mujeres para desahogarse. Los marineros bromean lascivamente con su aspecto de muñequita rubia, carita redonda y piel suave y sin vello. Sin la protección de Van Groter esos animales le destrozarían el culo uno tras otro a la primera oportunidad. Y ahora Van Groter ha encontrado otro juguete. Ese salvaje...
Salvaje. Un último ímpetu salvaje y Van Groter se le viene dentro, ensartándolo más profundamente, golpeando su cabeza contra el muro en esas brutales embestidas finales. Le aparta luego de sí, tirándolo al suelo, sin mirarle siquiera. No le ha mirado en ningún momento. Ha estado pendiente de la jaula, la jaula donde está el salvaje. Ese salvaje...
Una fila de hormigas rojas sube en procesión por el tronco del árbol. En la tela, la araña ogre sudafricana acecha, oculta, a su víctima. En cuanto una presa queda atrapada, se lanza rápido, la envuelve en su tela y la muerde, dejándola paralizada. Paralizada... Paralizada... Renata contempla la escena encadenada al árbol, imposible escapar de esa horrible telaraña que ha tejido Van Groter y que les tiene atrapados.
Habían pensado que en cuanto abriera la jaula y soltara a Bastián éste se lanzaría contra él y podrían huir. Obviamente Van Groter no es tan ingenuo. Antes de liberar a Bastián de sus grilletes ha sacado a Renata y la ha encadenado a un árbol, se ha marchado con las llaves y ha vuelto sin ellas. Sin las llaves, pero con un látigo en la mano.
-Las llaves las tiene un hombre de mi confianza -se dirige a Bastián, mientras le libera-. Si a mí me sucediera algo no podrías soltarla. Ella se quedaría aquí y mis hombres se llevarían una grata sorpresa cuando despertaran de su borrachera, así que no tienes más opción que portarte bien, Salvaje -la sonrisa cruel de Van Groter, golpeando el mango del látigo contra la palma de su mano estremece a Renata.
Bastián sigue a Van Groter sin volverse a mirarla siquiera, pero con los puños apretados y tensos.
"Creo que ese horrible hombre confía más en Bastián que yo misma. Bastián es una criatura que se guía más por instintos que por otro tipo de normas o consideraciones morales o emocionales. He visto grandes babuinos luchar con cocodrilos por la vida de una cría, pero cuando el cocodrilo era de mayor tamaño o la presa era una de las hembras, los héroes babuinos brillaban por su ausencia. Van Groter sobreestima lo que Bastián siente por mí, y el instinto de supervivencia es el más importante de todos. Al menos me quedará el consuelo de que le dará a Van Groter su merecido y él estará a salvo, a salvo..."
A salvo. Lo único que desea es que ella esté a salvo, así que cierra los ojos cuando esos dedos acarician sus nalgas. Ya no es el macho dominante, ahora es el macho sometido, sometido como una hembra... haciendo el papel de hembra. ¿Es así como se sentía Renata cuando él la tocaba? La obligó a chupársela, la penetró a la fuerza, hasta que ella se sometió simplemente por necesidad. Ahora se ve en las mismas circunstancias y él sólo puede sentir odio. Odio y repugnancia cuando las manos de ese hombre le tocan.
La tocan. Unas manos tocan a Renata por detrás y ésta da un respingo.
-No... no... no... Por favor, no me hagas daño... No me hagas daño...
Daño. Le hace daño. El dolor es intenso. Cada vez que la mano de Van Groter se alza y el látigo cae ¡Flap! ¡Flap! ¡FLAP! sobre las nalgas del Salvaje, éste aprieta las mandíbulas, pero no suelta ni un quejido.
-No puedes imaginarte cuánto me calienta esto. En cuanto tengas el culo tan rojo como el de un mandril, te la voy a meter hasta el fondo y...
-¡Bastián! -la presencia de Renata sorprende a ambos hombres, pero el Salvaje es más rápido de reflejos.
Renata hubiera jurado que Van Groter aún vivió unos segundos y luego se desplomó redondo en el suelo. Pero en esos segundos pudo contemplar tan sorprendido como horrorizado la visión de su propio corazón arrancado de su pecho por la fuerza brutal de la mano del Salvaje, como garra de león, que lo sostiene un momento ante su vista y luego lo lanza con furia contra la pared. Luego, asqueado, se inclina y limpia su mano en la elegante camisa del difunto señor August Van Groter.
-¿Nata? ¿Renata? -Bastián la mira interrogante y cuando Renata se dispone a abrazarle, una cabecita rubia se interpone.
-¡Tenemos que darnos prisa! ¡Rápido, antes de que amanezca y estos brutos se despierten de la borrachera, se enteren de que Van Groter ha muerto y que al contramaestre le he pegado un estacazo en la cabeza para quitarle las llaves de los grilletes! ¡Vamos!
Grandes columnas de humo se elevaron de nuevo en la antigua misión de San Ginés, al igual que en la costa La Rosa Negra se despidió de su tráfico humano envuelta en llamas tras explotar los barriles de pólvora.
Unos doscientos hombres recién liberados sorprendieron a una cincuentena de marineros ebrios. No dejaron supervivientes. Sólo cenizas de sus restos.
Y unas quinientas personas, entre hombres, mujeres y niños, se alejan tierra adentro a reconstruir sus vidas con una sonrisa de esperanza en sus rostros. Nna le
kgololesego... Nna mogololesegi... (Tenemos libertad... somos libres...)
Han construido un poblado no muy lejos de la choza, y aunque miran a la pareja de blancos aún con algo de desconfianza, adoran a Hans por ser el héroe que les salvó.
Mientras Bastián dejaba fuera de combate al capitán y a los pocos hombres que estaban de guardia en La Rosa Negra, Hans liberó a los esclavos de sus cadenas, les sacó de la bodega y les condujo a los botes para llegar a la playa. Al muchacho lo colman de atenciones y le agasajan como a un dios, así que ha decidido irse con ellos a su poblado. Realmente esa no es la razón principal. El substancial motivo es un jovencito seductor de mirada dulce que no deja de sonreírle.
Ahora cae la noche y todo está tranquilo en la choza. Demasiado tranquilo. Bastián está sentado en un rincón, preparando un garlito para cazar perdices, pero no le quita ojo a la mujer. Ella se ha levantado para coger algo más de fruta. Una pieza se le ha caído al suelo y se ha puesto a cuatro patas para recogerla, contoneando y exhibiendo su culito firme y asomando el vello de su rosita perfumada con ese aroma embriagador. El Salvaje se revuelve y los nudos de la nasa se le enredan, imposible concentrarse. Su miembro ya lleva un rato más duro que una piedra de granito, desde que ella empezó a comerse ese plátano bañado en miel y a lamerlo y chupetearlo. La erección persistente llega a resultar hasta dolorosa, así que sale de la cabaña y se aleja resoplando.
Y Renata desespera. No pierde ocasión para seducirle, para provocarle de todas las maneras posibles, pero nada. Desde que regresaron de la misión, nada de nada.
"¿Pero qué le pasa? Me mira que parece que me va a devorar de un momento a otro, que va a saltar sobre mí y me va a montar hasta desfallecer, pero no lo hace. Cuando se pone duro, sale de casa, supongo que a aliviarse. Y bueno, una vez la vergüenza perdida, se pierde para toda la vida y si es la castidad, pa' toda la eternidad, así que no tengo ningún reparo en abalanzarme yo sobre él e intentar tocarle, lamerle, chuparle... Lo que sea. Pero tampoco me deja. Sujeta mis manos, aleja mi boca y me niega con la cabeza. ¿Por qué? ¿Por qué no quiere si yo me estoy muriendo de deseo por él? Ansío tanto tenerle dentro que me duele, es un dolor físico intenso. Mi cuerpo nota la carencia. Es como si dentro de mí hubieran amputado un miembro necesario. El suyo. Necesito que me llene, que vuelva a entrar dentro, muy dentro, que me haga una metida salvaje, como hacía antes... Sólo se acerca a mí cuando cree que estoy dormida, pero cuando doy señales de estar despierta, huye bufando como gato que escapa del agua".
Duerme. Por fin. Parece que duerme profundamente. Bastián se acerca despacio. Piensa que no debería hacerlo, podría despertarla, pero la tentación es más fuerte que dejar un confite al alcance de niño goloso. Sólo un poquito, sólo quiere volver a saborearla un poquito, sin hacerle daño, sin violentarla, sin que se dé cuenta, sólo un poquito...
Renata tiene que morderse los labios para no gemir. Siente los músculos tensos, intenta que su respiración sea relajada e incluso ordena a su corazón que no lata tan fuerte, pero la calidez de su lengua entre sus piernas lamiendo sus jugos con ansiedad y rozando su clítoris a cada momento es algo que no puede resistir más sin ponerse a jadear. Bastián entonces se detiene.
-Por favor... no pares... no pares... -ella le mira intensamente y él, algo sorprendido, vuelve a bajar la cabeza entre sus piernas y a lamerla con más fuerza.
-¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH! -su espina dorsal se arquea y se convulsiona en oleadas de placer. La energía que recorre su cuerpo es como una corriente sin fin de gozo y hasta el corazón se le detiene para volverle a latir con fuerza de nuevo. Bastián sigue lamiendo, lamiendo, lamiendo...
-Ya... Bastián ya... -ella le toma de la cabeza, acariciando su pelo, y le separa de su vulva jugosa-. No. No te vayas. Quédate aquí, quédate conmigo.
Bastián se recuesta a su lado, confuso. Su miembro está de nuevo erecto, pero Renata no se atreve a tocarlo ni hace ningún amago de acercarse, por si él vuelve a salir huyendo.
"Tal vez le moleste que yo quiera llevar la iniciativa. ¡Claro! ¡Seguro que es eso! Ya lo dice la coplilla: si me tiene ilusionada, ya no viene; cuando quiero que me llame, no me llama; si deseo que me suelte, me sostiene; si le miro como hielo, se me inflama... Así que nada. No pienso hacer nada, sigo haciéndome la dormida y hago caso a lo que decía mi madre: que del lecho la mujer no haga su menester ".
Le encanta su sabor y al menos a ella no le repugna que se acerque, incluso parecía que le gustaba que la lamiera porque le ha pedido que siguiera, aunque bien es cierto que temblaba y se agitaba al final, tal vez de miedo, pensando que después de eso le iba a volver a hacer daño. No. Nunca más. Ella está de espaldas a él, acurrucada, durmiendo, tan hermosa, tan suave... Sólo quiere limitarse a estar cerca, a poder olerla, a rozarla cuanto apenas con la punta mientras se sacude frenético, a sentir el calor acogedor entre sus nalgas.
"Ay. Lo va a hacer. Siento la puntita tentando el agujerito de atrás. Lo va a hacer... lo va ha hacer... Ay. Ay... Siiiiiiií..."
Y Renata se descubre deseando que lo haga. Cada vez que le roza, su culito es puro fuego que se contrae y arde de deseo. Recuerda la sensación indescriptible cuando en la gruta, montada sobre él, le introdujo un dedo... Mmmmmm.
"Hazlo... hazlo ahora... hazlo... ¡HAZLO!"
Los jadeos y gruñidos son más fuertes. Renata, decepcionada, siente la humedad que moja su trasero y luego los ronquidos del Salvaje, que se ha quedado dormido con su miembro entre sus nalgas.