El salón de belleza

Relato número 12 de un total de 21, de mi próximo libro, de título: “Relatos calientes para dormir mejor”, una obra con la única finalidad de entretener. Al ser un compendio de relatos de todo tipo de historias eróticas y sexuales. Hoy toca una sobre un masaje inesperadamente reparador de estrés...

Aunque ya no es excepcional, todos ustedes saben que algunos hombres han, o hemos ido, a un salón de belleza en alguna ocasión.

A ciertos hombres nos gusta depilarnos cuando llega el buen tiempo.

A algunos también nos gusta que nos limpien el cutis, aunque sea de año en año, para quitarnos de vez en cuando, esos puntos negros o acumulaciones de grasa en los poros de la piel, que nos molesta a todos los hombres, aunque a mí especialmente, sí. Cada cual es cada cual.

En esos salones de belleza, también realizan servicios habituales de peluquería, maquillaje, estética, manicura, incluso presoterapia y nutricosmética, aunque desde que me dieron el primer masaje relajante soy un adicto al salón de Verónica.

Verónica se dio cuenta de que el estrés estaba aumentando cada vez más entre sus conocidas, y probó esa nueva línea de negocio.

Se apuntó a varios cursos de masaje, entre los que destacaba el ancestral masaje tradicional tailandés, no el de los reclamos publicitarios de sexo, sino el auténtico masaje para combatir malestares y estrés. Algo que siglos atrás en Tailandia, pasaba de generación en generación de manera secreta.

El masaje thai, como se denomina realmente, tiene una antigüedad de más de 4000 años, y se caracterizaba, principalmente, por trabajar el cuerpo con presiones, movilizaciones pasivas y estiramientos. Las presiones se realizan sobre los denominados canales energéticos o Líneas Sen, facilitando el correcto funcionamiento de los sistemas sanguíneo, linfático y nervioso.

Además de la descongestión muscular y fascial, el masaje resultaba relajante y ayudaba a reducir el estrés. Sí, amigos, pocas personas reconocen el sistema fascial como uno de los más importantes del cuerpo. Comprueben en internet la importancia de la fascia, y cuídenla, por favor.

Volvamos a lo del masaje thai.

Las versiones más modernas de este masaje, incrementan sus servicios con aceites esenciales, e incluso masajes en pareja, algo en boga recientemente.

Verónica acertó de lleno en la ampliación de los servicios, y desde hace años prestaba una amplia gama de masajes thai, incluyendo uno exclusivo relajante con aceite de almendras.

Conocía el salón de belleza de Verónica desde hace años. Me aficioné a ir a él cuando conocí a un entrenador personal, José Miguel, que era muy aficionado a los masajes. Yo creo que estaba enamorado en secreto de Verónica. Sus miradas eran sencillamente llamaradas de amor y deseo, pero jamás se habían atrevido a decirse nada, eran muy tímidos ambos.

Yo era y soy, cliente habitual del centro, pasando por allí, más o menos, cada mes. Me llamo Alejandro, y dicen que soy bastante resultón.

No crean, amigos lectores, que era Verónica, la encargada del masaje relajante, no.

Tuvo que incrementar su plantilla de trabajadores, y contrató a Lucas, como el encargado de los masajes, por cierto, tenía unas manos mágicas. Todas las clientas estaban encantadas con él. Creo que incluso algunos clientes también.

Para algunas clientas un poco susceptibles, Verónica había contratado a una venezolana llamada Patricia, que aprendió de forma inusual la técnica, teniendo incluso mejores manos que su maestro Lucas. En principio, Patricia solo ofrecía servicios a mujeres.

Cuando llegué al salón, aquel espléndido día de junio de hace varios años, venía dispuesto a disfrutar del masaje de Lucas, y volver como nuevo a la oficina, aprovechando la hora del almuerzo.

-          Buenas tardes, Alejandro.

-          Buenos días, Verónica, aún no he comido.

-          Claro, Alejandro, qué tonta soy.

-          Tenemos un pequeño contratiempo Alejandro, Lucas hoy no pudo venir por problemas familiares.

-          ¿Te importa que te dé el masaje Patricia?

Ya conocía a Patricia de entrar y salir de la cabina de masaje. No me importó. Quería recibir el masaje relajante a toda costa.

-          Sin problemas, Vero.

-          Espera unos minutos, estará a punto de terminar.

Con una excepcional puntualidad, a las tres en punto se abrió la cabina y salió una cliente, y detrás, Patricia.

-          Patri, le toca a Alejandro, ya le conté.

Con un pequeño gesto de cortesía me invitó a entrar en la cabina. Tal como le había enseñado Lucas, me ofreció las toallas, y se volvió para no entrometerse en mi intimidad al desnudarme. Sabía cómo había de ponerme, cómo taparme con la toalla principal, y cómo ponerme la pequeña toalla de soporte en la frente, al tumbarme boca abajo.

-          Cuando usted esté listo, avíseme.

La voz de Patricia, que jamás había oído hasta ese momento, me pareció la más sensual de todas las que jamás había oído. La educación que demostraba a priori era digna de agradecimiento. Me había parecido siempre una persona educada, y cortés. No era especialmente atractiva, pero tenía algo.

Intenté centrarme en recibir el masaje. Sabía que durante una hora, aproximadamente, disfrutaría de un masaje relajante, que a veces incluso me hacía casi quedarme dormido. Sonreí al recordar como Lucas, en alguna ocasión, me había despertado con un amable carraspeo.

Sentí como Patricia se frotaba las manos para calentarlas e impregnarlas de aceite de almendras. La música relajante, y una barrita de incienso quemándose, jamás faltaba en la cabina de masaje.

Al igual que Lucas, empezaba el masaje en los pies y pantorrillas. Subía por los muslos hasta llegar a los glúteos, y masajeaba por debajo de la toalla ligeramente, sin quedarse mucho tiempo allí. Luego pasaba a la espalda, brazos, hombros y cuello.

Al masajearme el cuello, las sienes y la cabeza con las puntas de las yemas de sus dedos, noté su increíble aroma, era encantador y ciertamente seductor.

No era el olor del aceite de almendras, que ciertamente es atrayente para los que tenemos el sentido del olor más desarrollado, era su perfume, un aroma que me seducía segundo a segundo.

Estaba encantado. Todo se iba desarrollando perfectamente, aunque la música, el incienso y aquellas manos, en lugar de hacerme dormir, me empezaron a despertar una parte de mi cuerpo, que no deseaba que se despertase allí precisamente.

Ella notó, sin duda, mi tensión, aun cuando, obviamente, al estar boca abajo, no notó nada más.

-          Relájese, está usted muy tenso.

-          Ha sido un día horrible en el trabajo. Lo intentaré, no se preocupe.

No se me ocurrió nada más en ese momento, que esa estúpida contestación. Pensaba para mis adentros, cómo resolver esa incómoda situación. Confié en que la presión de la parte de mi cuerpo con la camilla, que traté de forzar más, la hiciese retroceder en su ambición, quizás natural, de evolucionar.

-          Relájese, por favor…

-          No se preocupe, Patricia, es cuestión de concentrarme un poco más.

Confié en que antes de que me tuviese que volver boca arriba, aquello hubiese remitido.

Mentalmente analizaba el tiempo que restaba para tener que volverme boca arriba. La situación era crítica, aunque confiaba en que la presión llegase a conseguir el resultado.

Nada más lejos de la realidad. El masaje me estaba excitando cada vez más y más.

-          Por favor, dese la vuelta.

Me volví, ella se había dado la vuelta para evitar poder verme sin querer.

Me di la vuelta. La toalla pequeña de la cabeza no tenía ninguna dificultad, pues quedaría detrás de mi nuca. El problema sería la toalla grande que, obviamente, parecía una sombrilla encima de aquella enorme y dura estaca. Me la coloqué como pude, intentando disimular lo que pudiera de aquel espectáculo inesperado.

-          ¿Listo?

-          Sí.

Cerré los ojos e intenté disimular, intentando creer en el milagro de que no se diese cuenta, o estuviese ciega temporalmente.

No oía nada. Nada decía.

¿Sería un milagro?

¿Quizás tenía problemas de vista?

Quién sabe…

Oí de nuevo frotar sus manos, e impregnarse un poco de aceite de almendras.

Cual, como el mito de las jirafas, no abría los ojos para no intentar ver la cara de asombro de Patricia, o quizás de enfado o indignación.

Ojos cerrados a la cruda realidad, nada fría, sino caliente, demasiado caliente.

Patricia era profesional seguramente, no quiso comentar nada, y comenzó su rutina de nuevo por los pies y las pantorrillas.

Eso empeoraba por momentos.

Notaba como ese palo provisional de sombrilla, crecía, engordaba, y se endurecía por segundos, inevitablemente.

Intuía que aquella sesión, terminaría bruscamente en cualquier momento.

Aún quedaba, aproximadamente, media hora.

Le tocaba el masaje a los muslos.

Los ojos cerrados…

¿Qué pasaría?

Sus delicadas manos, subían despacio muslos arriba con la rutina habitual.

Noté cómo sus dedos tocaron fugazmente mis testículos, seguramente sin querer.

Los ojos cerrados...

Una de sus manos agarró el palo de la sombrilla, mientras la otra retiraba la sombrilla propiamente dicha.

Respiré aliviado o gemía excitado, no sabría decirlo.

Ojos cerrados…

Aquellos minutos siguientes fueron espectaculares.

El aceite…

Sus manos por turnos…

Arriba…

Abajo…

Giro a la izquierda…

Giro a la derecha…

En aquella sesión de masaje, Patricia olvidó darme masaje en el torso, en mis manos, en mis brazos, en mis hombros, en mi cuello y en mi rostro…

No me importó…

Después de varios minutos interminables de tensión acumulada…

Noté el calor de su boca…

Hubo entonces una ansiada distensión.

Distensión total.

Distensión a chorros.

Distensión de varios impulsos prostáticos.

Noté el aprisionamiento de su boca.

Noté la concienzuda limpieza.

Abrí los ojos…

Vi la cara de Patricia con atisbos de lujuria, deseo, pasión, vicio…,  y ese instante en que fugazmente, su lengua salía para volver a entrar, llevándose consigo un resto…

-          Me encantó…, tu súper cosota…

Dijo.

-          Me encantó…, tu súper masaje…

Dije.

-          Terminó la sesión. Es la hora. Vístase, por favor.

No se volvió en esta ocasión, para ofrecerme intimidad. Me miró como disfrutando…

Me ofreció una tarjeta en la que me había anotado algo. Me la metí en el bolsillo.

Salimos…

-          ¿Qué tal Alejandro…?

-          Genial, Vero…

Aquella noche la estaba llamando por teléfono.

Durante los siguientes meses, Patricia y yo, disfrutamos de un sexo lujurioso y épico.

En los meses siguientes no tuve que pasar por el salón de belleza a nada, y menos a recibir masajes contra mi estrés...

El estrés hacía semanas que Patricia me lo resolvía cada noche.

Patricia es maravillosa.

Patricia tiene unas manos excepcionales.

Aunque lo que hace única a Patricia, es su boca…

FIN.

Espero que lo hayan disfrutado.

Escríbanme. Contestaré a todos los que deseen contarme cualquier cosa, a través de mi correo electrónico. Me encanta compartir de todo, con todo tipo de personas, incluso detalles sobre vida en general, gustos y aficiones, sin que sea que ser necesariamente sobre sexo.

Les cuento que uno de mis próximos proyectos, hay varios más,  sin más pretensiones que el de hacer disfrutar a los lectores, es un libro que tengo en marcha de título provisional: “Historias reales de cornudos complacientes”. Quiero contarles diez historias reales noveladas con escenas de sexo morboso. Llevo actualmente redactadas en borrador siete historias y aún puedo integrar tres historias más si alguno de ustedes, quiere que su experiencia como cornudo o cornuda quedé para la posteridad..., cambiando obviamente nombres y ciudades.

Hasta muy pronto.

PEPOTECR.