El Sacrificio

Este relato está inspirado en una sádica imagen de crucifixión que encontré en la red. Aviso que es un poco fuerte.

Frontera Germana, año 29 antes de nuestra Era, en respuesta a las repetidas incursiones de los bárbaros, al legado Antonino se le ordenó cruzar el Rhin al mando de siete cohortes para realizar una expedición de castigo.

Antonino sabía que esa misión era inútil pero igualmente la cumplió arrasando todo lo que encontraba a su paso. Pequeñas granjas y poblados fueron completamente destruidos y los supervivientes crucificados. Poco importaba que fueran hombres o mujeres, culpables e inocentes, el sádico legado daba carta blanca a sus soldados cuando se trataba de masacrar a los vencidos.

Tras dos semanas internándose en territorio enemigo, las tropas de Antonino se toparon con un poblado fortificado algo más grande. El legado calculó que estaba habitado por trescientos o cuatrocientos germanos con sus familias. Inmediatamente mandó atacar esperando un botín sustancioso pero los defensores lucharon bien. Los romanos, cansados por la larga marcha, fracasaron en sus repetidos asaltos y pagaron un alto precio de varias decenas de muertos y heridos.

Rabioso por la resistencia de sus enemigos Antonino se negó a retirarse, pidió refuerzos y mientras esperaba su llegada mandó construir torres de asalto, balistas y catapultas para tomar el poblado al asalto.

Días después y cuando las provisiones de los romanos empezaban a escasear, llegaron los refuerzos. Los defensores lo vieron todo consternados desde lo alto de sus murallas. Aquella tarde llegaron otros setecientos u ochocientos legionarios frescos y descansados y la maquinaria de asedio estaba ya dispuesta para el asalto, El ataque romano era inminente. Ardovisto, el jefe germano, consideró que había llegado el momento de pactar y pidió una audiencia al legado.

El bárbaro recibió garantías para una tregua y mandó abrir las puertas del poblado- Iré sólo-dijo con valor.

El legado Antonino le esperaba a un centenar de metros de las murallas rodeado de sus oficiales y estandartes y desde su posición vio cómo el jefe germano se acercaba a él sin miedo.

-¿Has venido a rendirte?

-No romano, he venido a negociar.

-No estás en situación de negociar, mañana al alba arrasaremos tu poblado, no habrá prisioneros y si capturamos a alguno vivo mis hombres se encargarán de que se arrepienta de haber nacido. Sin embargo, si te rindes ahora, prometo perdonar la vida de tu pueblo.

-No me fío de ti romano, en cuanto te deje entrar en el poblado venderás a mi gente como esclavos o algo peor, sé lo que has hecho en otros lugares.

-¡Insolente bastardo! ¿Cómo te atreves?

-No dudo que puedes arrasar mi poblado si te place, pero en el ataque caerán muchos de tus soldados. Eso no gustará a tus superiores, romano, es mejor para ti llegar a un acuerdo conmigo.

El Legado aguantó su rabia, Ardovisto tenía razón

-¿Qué es lo que propones?

-Mi pueblo se compromete a someterse a Roma y jura no atacar a los romanos durante veinte años, además te pagará el tributo que pidas siempre que sea razonable, pero no sueñes con que te abramos las puertas. El tributo será depositado fuera de las murallas, lo tomarás y te marcharás con tus tropas.

Antonino hubiera matado allí mismo a ese germano arrogante, pero nuevamente tenía razón, el punto débil de los romanos eran las provisiones y alimentar a un ejército de más de mil hombres por territorio enemigo no iba a ser tarea fácil.

-Está bien germano, dijo tragándose su orgullo. Si quieres que perdone a tu pueblo tendréis que pagar cincuenta sacos de trigo, treinta barriles de carne salada y veinte barriles de cerveza.

-Es demasiado, sin esas provisiones moriremos de hambre, no podremos aguantar este invierno.

-Tú eliges germano o pagas o moriréis todos mañana.

A Ardovisto tampoco le quedaban muchas opciones así que optó por negociar....

-Está bien, tendrás lo que pides, dijo resignado.

Diciendo esto el germano hizo ademán de volverse a las murallas pero entonces el legado continuó hablando...

-Espera ahí germano, aún no he acabado contigo

-¿Qué más quieres, aún no estás satisfecho?

-Oh sí, por entero. El tributo satisface a Roma y por tanto me satisface a mí, pero mis hombres también merecen una recompensa, han luchado fieramente y han perdido a muchos de sus compañeros. Están rabiosos y sólo una cosa puede aplacarlos.

-No te entiendo romano

Antonino sonrió con crueldad.

-Hace semanas que no han visto a una mujer y arden en deseos de conquistar tu poblado ya te puedes imaginar para qué.

Ardovisto tuvo que contenerse

  • Pues se quedarán con las ganas, tus soldados no tocarán a las mujeres de mi pueblo.

  • No, a todas no, me conformo sólo con veinte.

-¿Qué?

-Ahora vas escucharme tú a mi germano, quiero que mañana al salir el sol dejes el tributo junto a la puerta de la ciudad.......y además del tributo...escogerás veinte jóvenes vírgenes para mis hombres.

A Ardovisto le empezó a hervir la sangre, pero el legado siguió hablando y detallando sus crueles condiciones.

-Quiero que me las entregues completamente desnudas y con las manos atadas a la espalda. Y procura que sean bellas, si alguna no me gusta te la devolveré y te exigiré otras cinco en su lugar.

-Debes estar loco, legado, te he dicho que no esclavizarás a nadie de mi pueblo.

-Oh, no serán esclavas por mucho tiempo, sólo las retendré veinticuatro horas para entregárselas a mis oficiales y soldados. Cada una tendrá que satisfacer a cincuenta de mis hombres pero al final del día te las devolveré vivas.... y satisfechas.

Los que rodeaban a Antonino rieron por la ocurrencia.

Ardovisto estaba rojo de ira, pero se lo pensó dos veces antes de responder. Había que salvar a su pueblo a toda costa.

  • Quizá podamos aumentar el tributo, dijo a la desesperada.... de todos modos los padres no permitirán que sus hijas sean entregadas a vosotros, ellas mismas no querrán...

  • Oh sí, seguro que lo harán, las mujeres germanas son unas zorras y nunca rechazan una polla romana, lo sé por experiencia. Además alguna se llevará como premio un pequeño romano en sus entrañas.

La broma del legado volvió a provocar la risa de sus hombres

-Espero por tu bien que consigas convencerlas, tú mismo escogerás a las dieciocho muchachas.

-¿Dieciocho?, antes has dicho veinte.

Antonino volvió a sonreir con crueldad.

-Me han dicho que tienes dos hijas muy bellas, a esas las quiero para mí.

Esta vez Ardovisto no se pudo contener, sacó su espada y gritando de rabia se abalanzó sobre el legado. Éste se salvó por los pelos y rápidamente varios soldados atraparon al germano arrebatándole la espada.

Ardovisto se sacudía rabioso agarrado por cuatro hombres bufando como un animal.

-Asqueroso romano, me las pagarás, te mataré aunque sea lo último que haga

Antonino le contestó sin inmutarse

-Las jóvenes de tu tribu satisfarán a mis soldados y tus hijas me darán placer a mí pero aún queda otra cosa: también hay que satisfacer el honor de Roma y de sus dioses y para eso es necesario realizar un sacrificio humano.

Mientras hablaba, el legado cogió la espada de Ardovisto y se la colocó en la mejilla pinchándole con fuerza hasta que salió una gota de sangre.

-Cuando haya disfrutado de tus dos hijas decidiré cuál de las dos será sacrificada a Marte. La elegida morirá en la cruz. La otra te será devuelta....casi intacta.

Antonino dijo todo esto apretando los dientes y terminó rajándole el carrillo con la espada.

Herido en su rostro Ardovisto lanzó un grito de rabia y de dolor.

-Y ahora devolved esta escoria a su gente.

Los soldados arrastraron a Ardovisto hacia el poblado mientras el legado admiraba la espada del germano. La empuñadura estaba adornada con dos toscas serpientes entrelazadas. De todos modos no quiso separar a un guerrero de su arma pues lo consideraba de mala suerte.

-Esperad, dijo, devolvedle su espada, cuando vea lo que vamos a hacer con sus hijas quizá quiera quitarse la vida con ella.

Los soldados cogieron la espada y llevaron al jefe germano hasta la muralla y le arrojaron al suelo delante de las puertas de la ciudad. Varios hombres se apresuraron a recogerle.

Esa noche mientras su mujer le curaba la herida de la cara, Ardovisto explicó a su pueblo las inaceptables condiciones del legado sin embargo no mencionó la intención de éste de sacrificar a una de sus hijas pues le pareció demasiado terrible. Como era de esperar, la respuesta de los demás fue airada. Todos se conjuraron para defender el honor de las jóvenes vírgenes del poblado y quedaron de acuerdo en que era preferible morir todos antes que ceder ante tan brutales condiciones. Ardovisto abrazó llorando a sus dos hijas, Lea y Frida y agradeció su apoyo al resto de su tribu. Tras la asamblea cada uno se fue a su casa y los hombres se aprestaron a la lucha a muerte que tendría lugar. Al menos venderían cara su piel.

A la mañana siguiente y antes de que saliera el sol se desató una frenética actividad en el campamento romano. Los legionarios se aprestaban a la batalla. Despertado por el ruido, Antonino salió de su tienda poniéndose su armadura y entre la bruma de aquella mañana fría pudo oír el sonido de las tubas, los gritos de los centuriones dando órdenes y a los soldados en pleno movimiento. Los manípulos iban formándose disciplinadamente en torno a tres torres de asedio mientras los arqueros preparaban sus armas y se disponían las catapultas, onagros y balistas.

A pesar de que estaba convencido de que los germanos lucharían, Antonino quiso comprobar antes si habían aceptado sus condiciones. Acompañado por varios oficiales el legado se alejó unos pasos del campamento hacia las murallas del poblado y para su sorpresa vio que a pocos metros alguien había depositado el tributo pero no había ni rastro de las mujeres,

Dentro del poblado no se oía nada ni había signos de vida en las murallas.

-¿Qué diablos?, masculló contrariado, esto no es lo acordado, si esos sucios germanos creen que me van a engañar van listos....ordenad que empiece el ataque.

-Esperad señor, la puerta se abre.

Efectivamente la puerta del poblado se abrió y tras unos momentos de indecisión el Legado Antonino esbozó una sonrisa triunfante.

-Eso está mejor, han accedido.

Efectivamente, por las puertas del poblado aparecieron las veinte mujeres en fila. Salieron fuera de las murallas una tras otra y se acercaron hacia el campamento romano en silencio. Cuando ya se habían alejado más de cien metros de las murallas las jóvenes pararon. Inmediatamente la mitad de ellas empezaron a despojarse de su ropa ante la mirada atónita de los legionarios romanos. Una vez desnudas pusieron los brazos a la espalda y dejaron sumisamente que sus compañeras se los ataran con gruesas sogas de esparto.

A pesar de que todas habían decidido entregarse voluntariamente, algunas aún temblaban de miedo así que pidieron a sus compañeras que las maniataran fuertemente no fuera que el valor les abandonara en el último momento. Así sus propias compañeras les ataron los brazos con firmeza por los codos y las muñecas dejándolos bien alineados a la espalda y retorciendo dolorosamente los homóplatos.

Una vez acabaron, otras cinco jóvenes se desnudaron y ofrecieron sus brazos a sus compañeras para que se los ataran, así hasta que sólo quedó una. Esta última se acercó al legado cruzando entre las filas de soldados.

La joven germana, una bellísima rubia llamada Irina llegó hasta presencia del legado.

-Te saludo mi señor, ahí tienes el tributo...y las esclavas.

-Ahí solo cuento diecinueve, ¿eres tú la número veinte?

-Sí

-Creo que dije desnudas, ¿a qué esperas?

Irina dudó un momento, pero entonces se quitó su túnica delante de Antonino y la depositó en el suelo.

Los hombres se quedaron boquiabiertos pues a pesar de su juventud Irina tenía unos senos prominentes del tamaño de una cabeza humana.

Al ver cómo se los miraban la joven se ruborizó y se tapó las mamas con ambas manos.

El legado sonrió con lujuria.

-También ordené que os ataran las manos a la espalda y me has desobedecido, serás castigada por ello....sí haré que te cuelguen de los pechos.

Al oír eso a Irina le recorrió el cuerpo un tremendo escalofrío, pero volvió a obedecer, dio la espalda al legado y juntó bien los brazos a la espalda para que se los atara.

El Legado ordenó a un verdugo que lo hiciera pues el prefería tener las manos libres para acariciarla.

-¡Qué belleza!, dijo Antonino acariciando los abultados pechos de Irina y su pequeño trasero. ¿Eres tú la hija de Ariovisto?

-No,... mi señor,... sus hijas te esperan... en ese grupo.

Irina contestó en un suspiro y con los ojos cerrados. La joven nunca había estado desnuda delante de ningún hombre. Pero se mostró sumisa mientras la maniataban y sobaban la tetas además no podía dejar de pensar excitada en la forma en que le iban a torturar.

El verdugo ató sus brazos con diligencia apretando bien las cuerdas y deformando dolorosamente su espalda.

Entretanto, las manos del legado acariciaban su suave piel. La sumisión de la muchacha le excitó mucho y el legado volvió a estrujar sus pechos.

-¿Es la primera vez que te tocan así, esclava?

-Sí señor.

-¿Te gusta?

Irina no constestó y ocultó su rostro avergonzada.

Hasta ese momento los soldados de Antonino se habían quedado mudos, pero al ver a todas aquellas jóvenes desnudas y maniatadas, un grupo de legionarios empezó a golpear los escudos con sus armas. Casi inmediatamente el grupo fue secundado por todo el ejército. El ruido se volvió entonces ensordecedor. Los golpes eran rítmicos e iban in crescendo cada vez más rápido, más rápido y más fuerte. Los golpes fueron acompañados por los gritos impacientes de los hombres.

Ante ese sonido atronador las muchachas empezaron a sentir miedo, el corazón les latía rápido, muy rápido, y más de una tuvo que aguantarse las ganas de orinar. Entonces una extraña excitación se apoderó de ellas, y muchas notaron calor y humedad entre sus piernas.

-Acerquémonos a ellas, dijo Antonino impaciente sin dejar de acariciar los pechos de Irina.

-Cuidado, señor, puede ser una trampa.

-Tienes razón, que un pelotón coja las provisiones y decidle a Brutus que se encargue de traer a las mujeres hasta mi tienda quiero ver si son de mi agrado.

Dicho esto el legado agarró a Irina del cabello y se la llevó hacia su tienda.

Brutus era el verdugo más hábil y cruel del ejército. Normalmente él era el encargado de crucificar o empalar a los prisioneros y sus "métodos" eran muy apreciados cuando se trataba de arrancar información a alguien.

Encantado por la misión encomendada, Brutus llamó a sus ayudantes y provistos de látigos y cuerdas fueron a buscar a las esclavas. Los verdugos del campamento eran individuos malencarados y rudos así que cuando las muchachas los vieron acercarse hacia ellas sintieron terror y muchas se volvieron hacia las murallas como si eso pudiera servirles de algo. Sin embargo, ya era demasiado tarde, en cuanto aquellos hombres las atraparon, ellas comprendieron que ya no había marcha atrás.

Aprovechando que estaban desnudas e indefensas, los verdugos empezaron a tocarlas locos de lujuria. Todas eran jóvenes y bonitas, y dada su excitación se podía sentir perfectamente su olor a hembra. Las ávidas manos de los verdugos recorrieron sus pechos, traseros y vulvas entre burlas y palabras soeces. Para su sorpresa las diecinueve jóvenes no protestaron ni gritaron, sólo se limitaron a bajar la cabeza avergonzadas de que aquello les excitara tanto. A pesar de todo, más de una derramó lágrimas pues hasta entonces todas se habían mantenido vírgenes.

Tras las primeras caricias, los soldados empezaron a tratarlas con mayor rudeza. De repente se acordaron de sus compañeros muertos y pronto llovieron las bofetadas y palmetazos en el trasero. A las pobres muchachas les agarraron del pelo profiriendo amenazas terribles.

-Vamos, ya está bien, dijo Brutus, atad a estas putas como se debe, los soldados están impacientes.

La orden bastó para que los verdugos se pusieran al trabajo inmediatamente, así fueron atando el cuello de cada esclava a las muñecas de la anterior de modo que las mujeres debían caminar ridículamente encorvadas. Una vez formada la recua se las llevaron al legado y aunque ellas mostraron en todo momento una actitud sumisa, los verdugos las hicieron andar a latigazos.

Caminando entre dos filas de soldados que continuaban golpeando sus escudos las muchachas fueron arrastradas con violencia entre traspiés y caídas mientras los hombres se burlaban de ellas y de su ridícula manera de andar.

Fue entonces cuando en lo alto de la empalizada apareció el resto de la tribu que veía horrorizada cómo los soldados se llevaban a sus hijas y hermanas para violarlas o para algo peor. Ardovisto casi se volvió loco al ver lo que estaba pasando.

-Mis hijas, no, mis hijas, o dioses.

El hombre estuvo a punto de suicidarse arrojándose por la muralla, pero los demás se lo impidieron.

Entre tanto, el sádico legado esperaba a las jóvenes desayunando con sus oficiales. La bella Irina se encontraba en ese momento arrodillada entre sus piernas haciéndole una felación muy despacio.

A medida que llegaban hicieron formar a las mujeres en una larga fila, pero durante un buen rato los oficiales romanos parecieron ignorarlas riendo y disfrutando de la comida tranquilamente.

En realidad, Antonino y sus hombres estaban planificando lo que iban a hacer con esas mujeres y lo hacían en alto para que ellas pudieran oírlo todo.

Así, las bellas germanas escucharon aterradas cómo primero serían violadas por los propios oficiales. Estos escogerían una par de ellas para cada cohorte y gozarían de sus cuerpos antes de dárselas a los soldados. Después les tocaría el turno a estos últimos. Antes de que cayera la noche, cada una de ellas sería violada por más de cincuenta hombres, todas la veces que quisieran y de todas la maneras imaginables.

De todos modos, eso sólo sería el principio, después de violarlas los romanos se divertirían con ellas de forma más cruel entregándolas a los verdugos.

Las muchachas oyeron entre escalofríos de terror cómo el legado indicaba a Brutus que dispusiera sus instrumentos de tortura y cómo ordenaba a los carpinteros que construyeran veinte cruces para torturar a las prisioneras cerca de la muralla. Así sus familiares verían lo que los romanos iban a hacer con esas desdichadas y les oirían gritar cuando se ensañaran con ellas.

Finalmente el legado sacó su polla de la boca de Irina, se levantó de su asiento y cogiéndola de los pelos se la entregó a Brutus para que empezara a castigarla delante de las demás.

Cogiendo un gato de colas Antonino se dispuso a pasar revista a las mujeres. Todas ellas temblaban de miedo con la cabeza baja y algunas tenían lágrimas en los ojos al saber que lo que iban a hacer con ellas.

La primera era una pelirroja guapa de ojos verdes y rasgados. Sus piernas eran poderosas y su trémulo trasero redondo invitaba a palmearlo. El legado lo hizo sonriendo al comprobar la suave piel de la joven, entonces le hizo levantar la cabeza empujando del mentón con el mango del látigo y le obligó a mirarle a los ojos.

-¿Eres virgen?

-Sí señor.

-Pronto dejarás de serlo ¿Te gusta, Quinto?

-No sé, antes tendría que probarla.

-Yo lo haré por ti

Antonino se acercó a la joven y abrazándola la besó en la boca.

-No está mal, dijo el legado entre las risas de los demás.Toma Quinto para ti.

-Gracias señor

Los hombres de alrededor siguieron riendo mientras ella volvía a bajar la cabeza sollozando y el oficial se la llevaba hacia una esquina para violarla.

Entretanto, el resto de las mujeres asistía con terror al brutal castigo de Irina. Brutus la había colgado de sus pechos a un listón de madera que se encontraba a más de dos metros de altura. Una soga muy fina fuertemente atada a la base de cada pecho era suficiente para que las tetas de Irina parecieran dos globos azulados a punto de reventar. Las sogas fueron atadas al poste horizontal e Irina se vio obligada a mantenerse de puntillas llorando de dolor mientras le propinaba los latigazos.

La segunda mujer de la fila era una rubia alta y delgada, el legado la cogió de improvisó rodeando su cuello con el látigo y le besó en la boca. Ella se ruborizó sorprendida provocando la hilaridad de los presentes.

-Esta otra también es virgen, no cabe duda, y se la cedió a otro de sus oficiales.

La tercera era una pequeña morena de pelo corto que no paraba de temblar y de llorar desconsoladamente. Se llamaba Maya.

El cruel legado fingió pena mientras le acariciaba la mejilla.

-Vamos pequeña, ¿por qué lloras?

-Por favor no deje que me hagan daño dijo ella mirando de reojo el gesto de sufrimiento de Irina.

-Querida niña yo no puedo hacer nada, los verdugos hacen este tipo de cosas, es la tradición.

-No sabía que me iban a torturar sólo pensé que harían el amor conmigo

-¡Pobrecita!, hacer el amor, y eso que aún no sabes lo que van a hacerte los verdugos, ¿nunca has visto marcar un buey con un hierro al rojo?, tu chillarás igual cuando te lo hagan a ti.

-No por favor, eso no.

La joven se arrodilló llorando pero con ello cometió un tremendo error.

El legado ordenó a Brutus que trajera un potro de tortura allí mismo y empezara a torturar a Maya delante de las demás. Entre lloros de desesperación Maya fue entregada a los verdugos que la acostaron sobre una larga tabla de madera y con ayuda de unas manivelas la estiraron de brazos y piernas. Acto seguido Brutus sacó un hierro candente de un brasero y se lo aplicó en la planta del pie arrancándole un tremendo alarido.

Viendo aquello otras ocho o nueve jóvenes empezaron a pedir piedad de igual manera, una incluso se meó encima de miedo. Ahora que sabían lo que les esperaba se arrepentían de haberse entregado a los romanos, pero ya era demasiado tarde.

El resto de las mujeres mantuvo el tipo y aguantó con valor, la mayor parte estaba aterrorizada al ver lo que les pasaba a Maya e Irina, pero su orgullo les impidió demostrarlo, Sin embargo, una esclava en concreto llamó la atención de Antonino, se trataba de una bella morena de grandes pechos cuyos pezones estaban en ese momento completamente erizados y cuyos muslos brillaban de humedad.

-¿Cómo te llamas?

-Tara, mi señor.

-Tú no pareces tener miedo a la tortura, germana.

La mujer no contestó pero bajó la cabeza.

En ese momento Brutus cogió unas enormes tenazas y atrapando un pellizco de la parte interior del muslo de Maya se lo empezó a retorcer entre los gritos desesperados de la joven.

-De hecho, diría que te gusta ver lo que le están haciendo a tus amigas.

-La joven Tara empezó a ruborizarse, no sabía si le gustaba, pero sí le excitaba verlo

-Abre las piernas.

Ella lo hizo sin resistirse y el legado le introdujo los dedos en la vulva sonriendo satisfecho, aquello estaba muy húmedo y caliente.

Lejos de sorprenderse, ella cerró los ojos y empezó a suspirar.

-Puedo ordenar que te azoten ahora mismo, susurró Antonino a su oído, ¿quieres que lo haga?

Ella no dijo ni que sí ni que no.

-Está bien, mientras os folláis a las demás dadle a ésta cincuenta latigazos.

Al decir esto, Antonino siguió acariciándola en su vulva de modo que la chica no tardó en tener un profundo orgasmo estremeciendo todo su joven cuerpo. Riendo a carcajadas, el legado sacó sus dedos pringados y se los secó en las tetas de la chica mientras los verdugos la agarraban para flagelarla.

Antonino siguió pasando revista a aquellas llorosas muchachas mofándose de ellas y abusando todo lo que quiso de su cuerpo desnudo, pero pronto reparó en dos rubias altas de rostro bellísimo y formas redondas y contundentes. Las dos tenían grandes pechos blanquecinos redondos y bien formados, una de ellas tenía los pezones en relajación pero la otra los tenía completamente erizados y en punta. Esta última, la joven Lea, no bajaba la cabeza como las demás sino que miraba con odio al legado mientras respiraba sofocada y todo su cuerpo ardía de excitación.

Parecían la encarnación de la Diosa Venus, pensó Antonino para sí, pero adivinó enseguida a quién tenía delante.

-¿Cuál de vosotras es la hija mayor de Ardovisto?.

Lea contestó sin bajar la vista.

-Soy yo legado

Por toda respuesta Antonino le dio un latigazo que le marcó el vientre.

-Nunca me mires directamente a los ojos, esclava.

Lea dio un grito pero mantuvo la mirada desafiante. Repentinamente se dio cuenta de que le había gustado recibir el latigazo y deseó que aquel cerdo le diera otro.

El segundo latigazo lo recibió en su redondo trasero y a Lea se le puso el clítoris tieso de placer mientras lanzaba otro tremendo grito.

-¿Es que no sabes manejar el látigo? dijo ella jadeando. Ordena a tus verdugos que me azoten como se debe, romano pues no pienso obedecerte, no bajaré la mirada.

Por un momento, el legado se sorprendió del valor de la mujer, pero eso no le impidió retorcerle uno de sus pezones con sus dedos de hierro.

-Eso lo veremos

Lea cerró los ojos aguantando el dolor pero para su sorpresa estuvo a punto de tener otro orgasmo mientras le retorcían el pecho.

El legado estaba cachondo perdido con aquella germana masoquista pero no quiso seguir con ella por el momento y fijó su atencón en su hermana pequeña Frida. Antonino entregó el látigo a un oficial y con las dos manos empezó a acariciar las dos perfectas mamas de la joven. Las tetas de Frida eran redondas y maleables y sus rosados pezones suaves como la seda, además, al contacto con los dedos del legado se fueron erizando y poniendo duros involuntariamente.

Frida cerró los ojos e incluso suspiró

-¿Se la has chupado alguna vez a un hombre?.

Frida negó con la cabeza sin abrir los ojos mientras sus pezones se erizaban aún más entre los dedos del legado.

Las dos hijas de Ardovisto habían recibido un preciado don de la naturaleza, unos pechos grandes y muy sensibles que les proporcionaban gran placer en la soledad de la noche. En ciertos momentos sólo con acariciarlos con los dedos durante un par de minutos podían llegar al orgasmo y a veces bastaba el roce de la ropa o cualquier otro contacto accidental para ponerlas al borde del éxtasis.

Por eso cuando Antonino empezó a chuparle los pezones con los dedos metidos en su entrepierna, Frida se puso a bramar de gusto y al de un rato se corrió entre las risas de los hombres.

Muy excitado por las hermanas, Antonino hizo venir a un soldado muy conocido en la legión por su gran pene y le susurró algo al oido. El soldado sacó su enorme verga y agarró del pelo a Frida obligando a mirarla. El pene era largo y grueso y brillaba poderoso. Frida sintió cómo se mojaba como una puta mientras el soldado la obligaba imperceptiblemente a arrodillarse. Casi como en un sueño, Frida sintió el olor del pene y le pareció lo más maravilloso del mundo. Sin pensarlo y guiada por una mano invisible, la joven cerró los ojos y empezó a lamerlo.

Sin embargo, tras un rato de mamarla, Frida se encontró con la mirada de reproche de su hermana y se sacó la polla de la boca. De pronto se sintió desnuda y sucia y deseó que alguien le devolviera sus ropas. El soldado le dio una bofetada y obligándola a abrir la boca se la metió otra vez hasta la garganta.

Los gritos de Maya habían cesado hacía un rato y en ese momento sólo se oían sus sollozos, y los de Irina, pero de repente estalló el ruido de los latigazos y los gritos de la morena Tara hicieron que a las chicas se les pusiera otra vez el vello de punta. Los verdugos, tras cortar sus ligaduras la ataron a la misma estructura de madera de la que colgaba Irina. Los hombres habían atado a la mujer suspendiéndola en el aire con los brazos estirados por encima de la cabeza y las dos piernas estiradas y bien abiertas. Dos verdugos le daban los latigazos uno por detrás y otro por delante mientras otro contaba hasta cuarenta. La mujer gritaba y lloraba de dolor a medida que los látigos "acariciaban" su cuerpo y se desmayó tras recibir veinticinco latigazos, pero los verdugos no tardaron en reanimarla con un cubo de agua. Entonces Brutus se puso a pellizcarla con unas tenazas dentadas por todo el cuerpo y cuando juzgó que la joven había gritado suficiente le terminaron de dar los quince latigazos restantes, pero esta vez tras sumergir los látigos en agua salada y vinagre.

Muy excitados por esa escena de tortura, los oficiales empezaron a elegir a las muchachas y les obligaron a arrodillarse para practicarles una primera felación mientras el legado se llevaba a Lea al interior de su tienda abandonando la cruel orgía que se iba a desarrollar fuera.

-Traeme a la otra cuando termines con ella, dijo al soldado.

Una vez en la tienda, Antonino ordenó a sus criados que le dejaran a solas con su prisionera.

Ya a solas, Antonino se despojó de su armadura y se reclinó en su camastro para poder ver bien a la germana. Sus ojos lujuriosos recorrieron las largas piernas de Lea y su trasero redondo y terso como un enorme melocotón. Los labia de la vagina se adivinaban entre las piernas que ella mantenía apretadas. Como su hermana Frida, la chica tenía una larga cabellera recogida en dos trenzas que le llegaban hasta la cintura. Las tetas de Lea tiesas y exageradamente proyectadas hacia adelante por las ataduras, temblaban al más mínimo movimiento y eso estaba poniendo cachondo al Legado.

-Ven aquí, esclava, quiero tocarte.

-Te he dicho que no te obedeceré, acércate tú y hazme lo que quieras no me resistiré, pero no sueñes que te la voy a chupar como ha hecho mi hermana.

-Dime muchacha, cuando vuestro padre os obligó a entregaros ¿qué sentiste?

-Mi padre no nos ha obligado a nada, esto es cosa nuestra, todas nos hemos entregado voluntariamente.

-¿De verdad?

-Sí, yo las convencí, era la única manera de salvar a mi pueblo. Pero ahora que veo lo que estáis haciendo me arrepiento. No tienes derecho a torturarnos, el trato sólo era follar con tus hombres.

-Sois mis prisioneras durante todo el día y haré lo que quiera con vosotras.

-Cerdo.

-Entonces, si los hombres de tu aldea no sabían nada ¿Sois vosotras las que habéis sacado las provisiones?

-Sí, pero antes tuvimos que emborrachar a los centinelas, fue fácil, no desconfiaron de nosotras.

El legado arqueó las cejas, algo no le encajaba.

-¿Te ha explicado tu padre lo que pienso hacer con vosotras dos?

Lea bajó la cabeza.

-Sí

-Dímelo

-Nos quieres para ti

-¿Nada más?, ¿no os dijo lo otro?

-No sé de qué hablas

Repentinamente, el legado comprendió.

-Ya me extrañaba que fueras tan valiente, germana.

-No entiendo lo que quieres decir

-Una de las dos, tú o tu hermana seréis sacrificada a Marte

Al oir eso a Lea le pareció que le atravesaban el corazón

-¿Qué?, dijo entre sudores fríos

-¿De modo que no lo sabías?. Una de vosotras dos morirá esta misma tarde, ayer lo pacté con tu padre.

-Eso no es cierto, él no sería capaz,....quiero decir que no dijo nada.

-Te creo, pero eso no es cosa mía, el pacto era ese y vosotras lo habéis aceptado.

Lea bajó la cabeza consternada y las lágrimas empezaron a deslizarse por su rostro. Con eso no contaba, el sacrificio sólo tenía que afectar a su virtud y no a su vida. Inmediatamente comprendió que era ella la que tenía que morir. La idea de entregarse había sido suya y aceptó su muerte como el sacrificio necesario para salvar a su pueblo y a su hermana.

De pronto miró al legado con los ojos arrasados en lágrimas.

-Al menos ¿será rápido?

Antonino negó con la cabeza sonriendo como un demonio.

-¿Cómo,... cómo será?

-La elegida será crucificada.

Un escalofrío de terror recorrió el cuerpo de la joven Lea y entonces se arrodilló suplicando.

-Nooo, por favor, eso no.

El legado sonrió triunfante al ver cómo se derrumbaba su prisionera, pero tras unos momentos la valiente Lea volvió a incorporarse y decidió que no lloraría ni suplicaría por su vida.

Nuevamente la valentía de la joven sorprendió a Antonino.

-Desdichada ¿Acaso no sabes lo que es morir en la cruz?

-Lo imagino.

-No, no lo imaginas, yo he visto muchas veces lo que hace Brutus a las crucificados y a juzgar por sus gritos te aseguro que preferirían estar en el infierno.

-Es igual romano, estoy en tu poder y puedes hacer conmigo lo que quieras, sé que no servirá de nada que te suplique así que no te daré esa satisfacción.

-En eso te equivocas, me gustas mucho así que si eres buena conmigo y me obedeces podrás vivir, mandaré crucificar a tu hermana.

Repentinamente esa afirmación provocó otro cambio de actitud en Lea, pero no la que esperaba Antonino. La joven germana se acercó a él y volvió a arrodillarse.

-Por favor, dijo otra vez con lágrimas en los ojos, perdona a mi hermana, deja que viva.

-No te entiendo, si perdono a tu hermana como dices entonces tú morirás en su lugar. ¿Es eso lo que quieres?.

-No, pero debo protegerla, es mi deber.

-¿Es que no has entendido lo que te he dicho?. Morirás lentamente entre horribles suplicios.

-No me importa si así salvo a mi hermana y a mi tribu.

-¿O sea que si decido crucificarte a ti en lugar de a ella me obedecerás?

-Sí

El legado se encogió de hombros pero se sacó el miembro a la vista.

-Está bien, no lo entiendo, pero será como deseas, y ahora chupa y procura hacerlo bien o cambiaré de idea.

Antonino recibió las atenciones de su prisionera con un cuidado y dedicación que nunca antes había encontrado en otra mujer. Lea se la chupó despacio sin parar ni un momento pero sin apresurarse. Nunca lo había hecho pero eso no importó. Durante la mamada, el legado se reclinó sobre su espalda y dejó que la prisionera realizara su dulce trabajo mientras sus suaves tetas acariciaban sus muslos a cada movimiento.

-Cuando venga tu hermana....quiero que me obedezcas en todo...si no ya sabes lo que pasará..¿has entendido?. Dijo el legado hilando las palabras a duras penas

-Si mi señor.

Mientras se la mamaban, Antonino no podía dejar de pensar en esa chica crucificada y planeó mentalmente el doloroso y largo suplicio que ella tendría que soportar. Sin embargo, lo que más le transtornaba era que ella lo hubiera aceptado voluntariamente.

Estos pensamientos le hicieron acelerar la eyaculación pero cuando estaba a punto de correrse dentro de la boca de Lea, les interrumpió el soldado que traía a Frida.

El legado se rió al ver a ésta con la cara y las tetas machadas del semen de aquel hombre.

-Es posible que la haya preñado solo con eso, rió a carcajadas y ahora ven aquí y ayuda a tu hermana.

Sumisamente, Frida se acercó y arrodillándose compartió el miembro del romano con su hermana.

-Así, así ,.... qué dos.... putas traviesas, dijo el legado cerrando los ojos

Entonces se empezó a correr lanzando goterones de esperma en la cara de Lea. Esta rechazó violentamente los impactos, pero tras la sorpresa inicial volvió a adquirir la actitud sumisa y terminó de limpiarle la polla ante la sorpresa de Frida.

Al ver a las dos hermanas con la cara sucia, el perverso legado ordenó que las dos se besaran y se limpiaran entre sí con sus lenguas. Ambas torcieron el gesto de asco pero a una mirada del legado Lea reaccionó lamiendo ávidamente la cara de su hermana, ésta se sorprendió al principio, pero pronto hizo lo mismo y las dos hermanas terminaron compartiendo el esperma lamiéndose y besándose como dos posesas. Al ver cómo se besaban y se acariciaban entre sí con los pechos, el legado se volvió a empalmar y cogiendo del pelo a Lea le obligó a chupar las tetas de su hermana.

-Pero,.... pero, esto es un pecado.....entre hermanas....los dioses nos castigarán, dijo la pequeña entre suspiros

Frida jadeaba de placer y aunque fuera pecado dejó que su hermana le siguiera succionando sus pezones. En pocos minutos tuvo otro orgasmo.

Antonino dirigió en todo momento a Lea dándole a entender lo que quería ver y en unos minutos la hermana mayor le chupaba el coño a su propia hermana recostada en el catre del legado. Aquello era humillante pero Lea haría lo que fuera por salvar a Frida de la cruz.

El legado Antonino disfrutó de aquellas dos diosas durante más de cinco horas. Las jóvenes hermanas fueron obligadas a hacer el amor entre ellas de las formas más perversas y aberrantes y él las desvirgó por la vagina y por el ano. Cierto que Lea y Frida consideraron humillante su violación pero eso no impidió que experimentaran varios orgasmos durante la misma.

Finalmente tras visitar el cielo llegó la hora de ir al infierno, es decir, llegó la hora del sacrificio. Antonino cogió a las dos hermanas de una trenza y las obligó a salir al exterior.

-Brutus, Brutus, ven aquí.

Repentinamente apareció el verdugo.

-Decidme mi señor.

-¿Está preparado todo para el sacrificio?

-Sí mi señor, contestó él señalando una cruz situada junto a una estructura de madera.

-Muy bien, pero antes de la crucifixión quiero que te lleves a estas dos y les des cincuenta latigazos a cada una.

El verdugo sonrió cruelmente al ver a esas dos bellezas.

-Tienen unos bonitos pechos mi señor, ¿me das permiso para jugar con ellos?.

-Hazles lo que quieras, ahora son tuyas.

-Andando preciosidades, ya veréis qué bien lo vamos a pasar, y diciendo esto arrastró a las dos cogiéndolas de las coletas.

Mientras las conducían hacia su propio suplicio, las dos hermanas pudieron ver horrorizadas lo que aquellos soldados habían hecho con las demás. Después de violarlas las habían atado a cruces en aspa y allí les aplicaron tormento cerca de las murallas para que las vieran sus familias. Delante de ellas había varios braseros en el que unos finos punzones de hierro se calentaban al rojo. A cada joven le habían pintado en el vientre un número y grupos de soldados jugaban en el suelo con unos dados. El macabro juego consistía en que cada vez que saliera el número de una prisionera, el soldado que había lanzado los dados tenía derecho a aplicarle un hierro candente en la parte del cuerpo que eligiera o en darle una tanda de latigazos.

Así llevaban desde hacía más de una hora jugando ante la mirada aterrorizada del resto de la tribu.

Las hijas de Ardovisto tuvieron que pasar delante de todas aquellas mujeres y comprobaron con horror que todas tenían la piel cubierta de latigazos y quemaduras. Algunas habían perdido el sentido, pero otras lloraban y pedían piedad desesperadas. Irina era la tercera y en ese momento gritaba desaforadamente pues le estaban aplicando un delgado punzón candente en uno de sus castigados pechos.

Finalmente las hermanas llegaron hasta su propio patíbulo: un caballete de madera.

Los verdugos les cortaron la ligaduras y por un momento las dejaron en paz, entonces las dos hermanas se abrazaron.

-Lea, tengo miedo, ¿qué van a hacernos?

-Ten valor hermana, confía en mí.

Sólo pudieron consolarse un momento, pues Brutus y sus hombres las volvieron a separar llevándolas bajo el caballete. Sin más tardanza les ataron las muñecas por delante y tirando del otro extremo de la soga les obligaron a levantar los brazos estirando su cuerpo hasta que ambas se vieron obligadas a poner los pies de puntillas.

Así quedaron las dos frente a frente, casi colgando de las muñecas y a medio metro la una de la otra. Brutus se acercó a ellas con una pinza de hierro dentada en las manos y sonriendo con sadismo se puso a acariciarle los pechos a Frida.

-Que bonitas tetas, seguro que son muy sensibles.

Frida no contestó pero su gesto de placer por la caricia le traicionó. Brutus no tuvo que insistir mucho para que los pezones se le pusieran duros como piedras. Entonces sin más ceremonia le cerró la pinza en la base del pezón.

Frida lanzó un alarido de dolor que puso a todo el mundo los pelos de punta, y seguidamente negó histérica cuando Brutus se dispuso a adornarle el otro pezón con una pinza idéntica. La joven Frida se retorció desesperada mientras las pinzas se le hincaban en sus sensibles mamas.

-Y ahora tu turno, preciosa, le dijo Brutus a Lea.

En este caso no le hizo falta ni tocarla, pues al saber lo que le iban a hacer, a Lea se le erizaron los pezones automáticamente. No obstante Brutus se entretuvo un rato chupándoselos y en este caso se los estuvo torturando un rato retorciéndolos con las propias pinzas. Para sorpresa del verdugo, la joven gritó como una posesa pero también se corrió.

Finalmente Brutus enganchó las pinzas de las hermanas entre sí gracias a unas delgadas cuerdas muy tirantes. Las dos jóvenes se vieron obligadas a arquear su torso hacia adelante y hasta el más mínimo movimiento les producía un "tirón" simultaneo en la punta de sus sensibles pechos.

-Si permanecéis muy quietas no os haréis daño dijo cruelmente Brutus mientras desenrrollaba un largo látigo de toros.

El verdugo se tomó su tiempo para azotar a las dos hermanas. El látigo zumbó en el aire e impactó en el cuerpo de Lea enroscándose en su cintura. La joven lanzó un tremendo grito de dolor y su movimiento convulso hizo que los pezones de ambas se estiraran como si fueran a reventar. Frida también gritó como una posesa y acto seguido recibió otro latigazo en sus piernas.

Los soldados dejaron en paz a las demás e hicieron corro alrededor de las hermanas disfrutando del cruel espectáculo. Su flagelación fue especialmente dolorosa, los latigazos se sucedían alternativamente sobre el cuerpo de una o de la otra, pero ambas gritaban y lloraban al unísono.

Cincuenta latigazos a cada una. Brutus tardó más de veinte minutos en administrarlos y cuando terminó estaba físicamente agotado. Por su parte, las dos jóvenes estaban en un baño de sudor y casi afónicas de tanto gritar.

De todos modos, Brutus ordenó que les echaran encima un cubo de agua salada.

Había que ver a las dos jóvenes retorcerse por el escozor hiriéndose una y otra vez en sus sensibles mamas.

Tras dejarlas gritar un buen rato, Brutus se acercó a ellas y admirando las marcas del látigo sobre su blanca piel les abrió las pinzas de los pechos. Esta vez los gritos y los lloros fueron aún mayores. Los pezones de las dos jóvenes parecían ahora grandes fresas, estaban de un color rojo intenso y palpitaban de dolor.

Sonriendo, Brutus se puso a lamer los de Lea aliviando con su lengua la irritación y poco después empezó a follársela. Entonces los soldados animaron al verdugo cuando la joven empezó a gritar de placer.

Por su parte, otro verdugo se puso a hacer lo mismo con Frida.

El legado vio a Ardovisto en la muralla totalmente deseperado al ver lo que hacían con su hijas. Como venganza aquello no estaba mal, y acercándose a la escena invitó a los soldados a follarse a las dos cuanto quisieran. Así, cuando Brutus terminó con Lea, fue inmediatamente sustituido por otro. Más de treinta soldados se aliviaron con las dos esclavas por delante y por detrás y a veces por los dos agujeros a la vez.

Finalmente, y cuando se cansó, el legado dio por finalizada la violación. Entonces se acercó a las dos muchachas que le miraban llorosas en un baño de semen, sudor y sangre.

-¿Ya habéis dedicido cuál será crucificada, señor?, dijo Brutus.

-Sí

El legado sonrió cruelmente y se demoró unos segundos antes de contestar.

Las dos jóvenes podían oír el latido de su corazón en su pecho. En el fondo tampoco Lea quería pasar por esa terrible prueba.

-Crucifica a ésta, dijo Antonino sin más.

-Noooo

Lea gritó mirando al legado cuando vio que éste había elegido a su hermana pequeña.

Y siguió gritando cuando los verdugos descolgaron a Frida para crucificarla.

-Hermana, ¿que me van a hacer?, ayúdame.

La pobre Frida no supo del todo lo que le esperaba hasta que vio cómo los verdugos desarmaban el travesaño corto de la cruz y lo depositaban en el suelo. Entonces la acostaron sobre él y sujetándola de los brazos la obligaron a extenderlos a lo largo del leño.

-No por favor, dejadme, piedad.

Lea no podía ver el rostro de su hermana pues se lo tapaban los hombres pero la vio patalear y llorar gritando de espanto.

-Maldito romano, gritó, me prometiste que perdonarías a mi hermana, que los dioses te maldigan.

Antonino se limitó a reírse de la germana.

-¿Es así como me lo agradeces?, te he salvado la vida.

-Me vengaré, cerdo te mataré.

-Amordazadla, me molestan sus gritos.

Un soldado amordazó a Lea que de todos modos no dejó de retorcerse para liberarse de sus ataduras ni de dejar de insultar a los romanos.

Entretanto, otros dos soldados atraparon a Frida de las piernas y aprovechando su indefensión empezaron a crucificarla.

Brutus y otro verdugo le clavaron las muñecas a la madera con largos clavos a golpes de mazo.

Frida no dejó de gritar ni pedir piedad ni por un momento, pero sus gritos no le valieron de nada. Una vez clavados los brazos la obligaron a incorporarse y a subirse a una especie de banco colocado en la base de la cruz. Entonces encajaron un leño con el otro y los aseguraron con cuerdas. El proceso de crucificar a Frida terminó cuando dos verdugos montaron un pie sobre el otro y Brutus le introdujo un largo clavo a martillazos que traspasó ambos pies y se clavó profundamente en la madera.

Cuando el clavo atravesó sus dos pies, Frida dirigió su rostro hacia el cielo gritando como una loca mientras todo su cuerpo temblaba de dolor.

Desde la muralla Ardovisto lloraba desconsolado al ver el martirio de su hija pequeña.

Una vez crucificada, Brutus y los otros verdugos retrocedieron unos pasos para ver su obra.

El perfecto cuerpo de Frida se exponía a lo largo de la cruz con los brazos estirados en alto y las piernas ligeramente flexionadas. Sus grandes tetas temblaban continuamente pues la chica no dejaba de llorar y de su entrepierna se derramaban dos regueros de semen. Sobre la piel blanca de la esclava resaltaban las laceraciones rojizas producidas por el látigo y los regueros y gotas de sangre que se deslizaban lentamente de sus heridas.

Un sacerdote pidió con las manos que todos guardaran silencio y empezó a invocar a los dioses ofreciéndoles el sacrificio de la mujer. El sacerdote habló con voz potente con el trasfondo de los sollozos de Frida.

-Aceptad, oh dioses, la sangre de esta mujer y otorgad la victoria a nuestras armas.

Una vez hecha la invocación continuó el suplicio, dos verdugos trajeron cerca de la cruz un brasero y Brutus fue introduciendo dentro del mismo sus instrumentos de tortura.

-Por favor, dijo Frida llorando, no soporto este dolor, bajadme de aquí.

-¿Dolor?, dijo Brutus removiendo un punzón dentro de las brasas, lo de los clavos no es nada comparado con lo que te espera.

Y diciendo esto sacó el punzón al aire y se lo acercó a la cara para que Frida lo viera. El fino punzón estaba al rojo vivo y desprendía un tremendo calor.

Frida se puso a suplicar, pero sus súplicas se convirtieron en gritos histéricos cuando Brutus le pinchó con el punzón en su pecho izquierdo. El sádico verdugo le "tocó" repetidamente en ambos pechos arrancando alaridos de su víctima.

Cuando el hierro se enfrió, Brutus lo volvió a introducir entre las brasas y sacó de las mismas dos grandes tenazas curvas con las puntas candentes. Completamente empalmado, Brutus dirigió las dos tenazas hacia los pezones de Frida y se las hincó en los mismos. Un siniestro siseo se confundió con los alaridos de la crucificada mientras el verdugo estiraba los pezones hasta casi arrancarlos.

Incapaz de soportar más, Frida se desmayó.

Brutus volvió a introducir las tenazas en el brasero riéndose a carcajadas. Al volverse se encontró con la mirada furibunda de Lea que no dejaba de insultarle a pesar de la mordaza.

Eso fue suficiente para que Brutus volviera a acercarse a ella y le diera un mordisco en uno de sus pezones. Esta vez fue Lea la que gritó. Entonces Brutus sacó un alfiler de su bolsillo y se lo clavó a Lea en su otra teta justo en el centro del pezón hacia el interior de su pecho.

A medida que el alfiler fue penetrando en la tierna carne de la joven ésta aguantó sin gritar, pero todo su cuerpo tembló, los ojos se le pusieron en blanco y un chorro de orina se deslizó entre sus piernas, ella también perdió el sentido.

Brutus estaba disfrutando con las dos hermanas mientras los soldados no dejaban de animarle. Sin embargo, los gritos de éstos se redoblaron cuando vieron al sádico verdugo levantar el cornu para que todos lo vieran.

El cornu era un largo vástago de bronce curvo en forma de pene humano.

Brutus solía utilizarlo en casos especiales, sobre todo si la crucificada era una mujer atractiva, de modo que los soldados aplaudieron al verlo.

Brutus engarzó el falo a una placa de hierro de la cruz y untándola bien de grasa se la fue introduciendo por el ano a Frida.

Ésta se despertó por el dolor y se puso a llorar redoblando sus súplicas inútilmente.

Tal y como lo practicaba Brutus, la tortura del cuerno era una salvajada digna del más sádico. Aprovechando un agujero en la madera hecho al efecto, Brutus encajó dentro del falo hueco un vástago de hierro por detrás de la cruz, entonces cogió un recipiente metálico lleno de brasas encendidas y lo colgó del vástago.

La joven Frida no pudo ver lo que se le venía encima, sólo empezó a notar un insoportable calor en el interior de su ano, calor creciente que además iba de abajo a arriba.

-Vamos germana, queremos ver cómo follas el cuerno.

Eso lo dijo un soldado provocando las risas y gritos de los demás.

Efectivamente, la prisionera empezó a hacer fuerza con brazos y piernas para auparse y escapar de ese falo que quemaba sus entrañas.

Frida gritó como un animal doblando los brazos todo lo que pudo con el cuerpo temblando, pero cuando las fuerzas le fallaron volvió a encajar su recto en el cuerno lanzando alaridos inhumanos. Efectivamente la joven parecía que estaba "follando" el cuerno, lo cual provocó las burlas de aquellos animales.

Finalmente cuando no pudo aguantar más, la mujer volvió a desmayarse. Brutus retiró inmediatamente el brasero.

La cruel crucifixión de Frida aún duró muchas horas, esa noche fue larga, muy larga. Como la esclava se desmayaba con demasiada facilidad, le administraron una droga estimulante con ayuda de una esponja mojada hincada en una lanza y continuaron aplicándole hierros candentes por todo su cuerpo. Lo del cuerno también se lo hicieron varias veces más.

A la mañana siguiente, los romanos recogieron su campamento y respetando el acuerdo se marcharon con el tributo dejando a las mujeres vivas.

Una vez se hubieron alejado, los germanos salieron por fin para desatar a sus hijas. En cuanto Ardovisto soltó a Lea de sus ataduras ella fue hasta la cruz de su hermana e incluso recogió su último aliento antes de que expirara.

Agradecida por su sacrificio, la aldea bajó de la cruz el cadáver de Frida y esa noche lo quemaron en una pira funeraria haciéndole honores de princesa.

Epílogo

Veinte años después se produjo el desastre del Bosque de Teutoburgo. Tres legiones romanas al mando de Quintilio Varo cayeron en una emboscada de los germanos y fueron aniquiladas. Los romanos que tuvieron la mala suerte de caer vivos en manos de los germanos fueron encerrados en jaulas de madera y quemados vivos.

Pequeños grupos de romanos huyeron a la desesperada entre los bosques. Precisamente entre uno de estos grupos huía el legado Antonino. Sin embargo, éste no tuvo suerte pues fue alcanzado por una numerosa tropa de germanos. Tras una rápida refriega todos los romanos menos Antonino yacían muertos y él empezó a luchar contra el jefe germano que ocultaba su cara tras un yelmo.

Antonino ya era viejo así que apenas pudo sostener el combate durante unos minutos hasta que perdió su espada y el germano le traspasó con la suya clavándosela entre las costillas.

Con el hierro quemándole las entrañas, Antonino miró hacia la espada clavada en su cuerpo y entonces recordó esa empuñadura: dos serpientes entrelazadas. Temblando de dolor miró entonces al germano, no podía ser Ardovisto, ese hombre era mucho más joven.

El germano ni siquiera se molestó en rematarlo, sacó su espada y dejó que Antonino muriera lentamente. De hecho para ver mejor su agonía se quitó el yelmo y entonces Antonino comprendió.

Ese hombre no era Ardovisto, sino un joven de veinte años. De hecho se parecía a Ardovisto pero no era él.

Probablemente sería una de esas visiones absurdas que anteceden a la muerte, pero Antonino creyó ver en los ojos de ese joven los de su propio padre que le llamaba desde el más allá.