El sabor de tu placer

Los padres dicen que siempre hay que probar cosas nuevas.

El sabor de tu placer

Oye, papi, ¿puedo hacerte una pregunta?

Alicia iba de la cocina a la sala con una rebanada de pastel en un plato, estaba ataviada con una blusa blanca y una falda tableada a cuadros que le cubría las piernas hasta un poco más arriba de las rodillas. Sus cabellos rubios caían como cataratas sobre sus hombros y la curva de sus pechos.

Alberto levantó la mirada del televisor y la miró cuando ella tenía la cuchara en la boca, quitando los restos de chantillí con la lengua.

Alicia jamás lo había llamado así. Sin embargo, no le desagradó, por el contrario, al verla vestida así y escuchar que lo llamaba de aquel modo, había sentido un retortijón en las tripas. Le gustaba.

  • Claro -dijo él y palmeó el sillón a su lado, invitándola a que se sentara-. ¿Qué es lo que quieres saber?

Alicia se sentó junto a él y clavó sus ojos verdes en los claros de él. Se llevó otro pedacito de pastel a la boca y tragó.

  • ¿A qué sabe, papi? -interrogó.

Alberto no supo qué responder. Ni siquiera supo a qué se refería la chica.

" Pues es de fresa, " pensó, recordando que el día anterior ella había insistido en esperar en la pastelería hasta que sacaran un pastel de fresa porque no se le antojaba el de durazno. " Debe de saber a fresa. "

No lo dijo porque en los ojos de Alicia había una chispa de perversión y en la comisura de sus labios una sonrisa quería hacerse presente.

Alberto estiró un dedo para llenarlo con el chantillí del pastel y se lo llevó a la boca. Saboreó y dijo:

  • Sabe dulce, a azúcar.

Alicia sonrió y dejó el plato sobre la mesita delante de ellos. Dobló la pierna derecha y se sentó sobre ella, de frente a Alberto y sin despegarle la mirada de sus ojos.

  • No me refiero al pastel, papi.

  • ¿Ah, no? ¿Entonces a qué, hijita? -se sintió un poco extraño, jamás la había llamado así y el retortijón en sus tripas volvió a saludarlo desde abajo.

  • A esto. -dijo Alicia y su mano izquierda sujetó la entrepierna de Alberto.

Él dio un brinco y la excitación que había querido ignorar se hizo demasiado evidente como para hacerlo.

  • ¿A qué sabe? -preguntó Alicia en un susurro.

Alberto no pudo contestar. La presión de aquella mano extraña y tan familiar le había paralizado todo el cuerpo. La sensación era demasiado placentera para hacer como que no pasaba nada. En un arrebato de excitación, deseó que Alicia comenzara a acariciarlo.

  • No… no lo sé. -dijo, intentando que su voz no sonara como un jadeo.

  • ¿Y no te gustaría saberlo, papi?

" Deja de llamarme así, " pensó en decirle, pero no lo hizo. Esa palabra en los labios de Alicia lo excitaba, le gustaba y eso generaba un sentimiento de culpa con el que no quería lidiar.

  • La-la verdad es que no. -respondió.

Alicia se acercó más a él y le susurró al oído:

  • A mí sí -comenzó a acariciar el miembro de Alberto. Muy despacio y de arriba abajo. La tela del pantalón era demasiado gruesa y hacía que el contacto de la mano de Alicia fuera tan solo un fantasma. Alberto deseó que se volviera más corpórea, deseaba sentirla más-. Quiero probar tu excitación, papi. Quiero sentirla en mis labios y degustar del sabor de tu placer.

" Sí, ¡sí! ¡Hazlo! " Rugió la voz de Alberto en su mente. Su deseo y su excitación libraban una feroz batalla contra su razón que le decía que no podía permitírselo.

  • ¿Me dejas, papi? Por favor.

Alberto no respondió. Levantó la pelvis para recostarse en el sofá y cerró los ojos, echando la cabeza hacia atrás.

Alicia sonrió y bajó el cierre del pantalón, sin despegar la mirada de las expresiones de Alberto.

Deslizó su mano al interior del pantalón y acarició el miembro enhiesto, caliente y duro. No había imaginado que estuviera así, tan hinchado.

Se las arregló para hacerlo salir y se maravilló ante la visión de la punta nacarada y brillante. La acarició mientras se colocaba entre las piernas de Alberto con las rodillas en la alfombra.

Acercó los labios rosas a la punta y le sopló al ojo que la miraba con desconfianza. Separó los labios un poco, abriéndolos como una caverna oscura y peligrosa que en su interior alberga el tesoro que los intrépidos arqueólogos han ido a buscar. Rosó la punta y la introdujo, despacio. Con la lengua acarició la cuenca tuerta y Alberto se estremeció de placer. Sus manos estaban aferradas al sofá.

Alicia sujetaba con una mano la erección de Alberto, la otra estaba olvidada en su rodilla. Permitió que la dureza llegara más adentro en su boca y la lengua la recibió con una amistosa caricia que la recorrió desde la punta, pasando por el frenillo, hasta la mitad del cuerpo.

Alberto no soportó más y abrió los ojos. Se entregó a la maravillosa visión de Alicia arrodillada entre sus piernas, practicándole su primera felación. La imagen fue aún mejor que el más bello de los atardeceres, y la sensación de placer fue muchísimo más intensa que la que sintió Neil al profanar la superficie lunar con su bota.

Alicia siguió lamiendo y chupando. Se restregó la punta en el paladar y, en un ataque directo contra la verga de Alberto, la aplastó con la lengua.

  • ¿Lo estoy haciendo bien, papi? -preguntó Alicia y sin esperar respuesta volvió a engullir el miembro, metiéndoselo casi hasta que la punta tocó su campanilla.

La respuesta de Alberto fue un jadeo que no pudo reprimir y el latigazo que dio su cabeza hacia atrás.

Alberto dejó que sus dedos se perdieran entre la brillante melena de Alicia y comenzó a moverla de arriba abajo a un ritmo cada vez más frenético. La razón había sido derrotada y en el campo de batalla no había quedado nada de ella ni de su aliada la Culpa. Lujuria y Deseo se habían comido sus restos.

  • Lo… lo estás haciendo muy bi-bien, hijita -jadeó Alberto, mirando los ojos llorosos de Alicia-. No-no te detengas.

Cerca del final, Alicia comenzó a recitar incoherencias que Alberto no supo identificar, pero que disfrutó mucho. Las vibraciones le ponían un extra a la mamada de Alicia. Su excitación creció como la Alicia del cuento después de comer parte del hongo y Alberto explotó en las profundidades de aquella cueva en la que el tesoro no era otra cosa que una catarata orgásmica de un líquido blanco y espeso dador de vida,

  • Amargo. -sentenció Alicia, limpiándose la comisura de los labios. Alberto había quedado satisfecho y derribado en el sofá. No comprendió las palabras de Alicia y tampoco le importaron.

  • Te digo que sabe amargo, papi.

  • ¿Qué cosa?

  • Pues tu semen.

  • ¡Ah! -exclamó Alberto sin darle importancia.

  • Te gustó. No puedes negarlo. -dijo Alicia, con una sonrisa triunfante y se acomodó junto a Alberto. Él la abrazó.

  • Sí, me gustó mucho.

  • Y tú que no querías que te la chupara.

Alberto no dijo nada. Eso era verdad, nunca había estado de acuerdo con que una mujer se arrodillara frente a un hombre para practicarle una felación, sobre todo porque no entendía por qué a una mujer le gustaría hacer eso. Pero ahora ya no le importaba, él lo había gozado.

Se quedaron en silencio, mirando la televisión.

  • ¿De dónde sacaste eso de papi? -preguntó Alberto después de un rato, Alicia rió.

  • Bueno, mi mamá siempre dijo que tú eras demasiado mayor para mí y que casi podrías ser mi padre -explicó y lo miró a los ojos. Se acurrucó contra su pecho-. Eso también te gustó, ¿verdad?

  • Sí, eso también me gustó. -Alberto se inclinó y besó la frente de Alicia.

  • De nada, papito. Cuando quieras. -replicó ella se abrazó contra su pecho. Escuchó los latidos del corazón de Alberto que comenzaban a normalizarse y después de un rato, con esa música de fondo se quedó dormida.

1821hrs

16/04/10

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