El robot
Gracias a un nuevo robot se mejora la convivencia del matrimonio.
El robot
La familia estaba compuesta por Gerardo, 44 años, técnico industrial, sin nada destacable físicamente más bien anodino y sin cuidarse, su esposa Miranda, 35, alta, excelente tipo, cara de posible celebriti, poco dada a resignarse a pasar desapercibida por lo que siempre procuraba lucir todo lo que quería o podía, y la hija Merceditas, 18 años muy bien llevados, parecida a su madre en casi todo, algo infantil y tímida.
Corrían tiempos de cierta estabilidad económica en aquel año de 2117, lo que propiciaba el poder decidirse por ampliar los elementos de confort que cualquier familia podía tener según sus posibilidades y a ella dedicaron el matrimonio la insulsa tarde que mal disfrutaban del sábado festivo. No se sabe si era por costumbre, atavismo o rutina pero la vida matrimonial de Gregorio y Miranda era la de una pareja de conocidos y poco avenidos seres que nada se tenían en contra, por lo que no se peleaban casi nunca, pero sus relaciones eran escasas; en la semana trabajaban los dos sus veinte horas reglamentarias en sus fábricas y el resto lo debían de desarrollar en sus propias viviendas gracias a trabajar en sistemas de multipuesto holográfico.
Removiendo cada uno sus archivos, con lo que llenaban la habitación de imágenes moviéndose, que parecía estuvieran ambos en cualquier plaza pública de tanta luz y superposiciones que obtenían, fue Miranda que se fijó en un anuncio de una de las pocas fábricas que no eran multinacionales y le comentó a su marido
–Mira Gerardo, este estaría bien en casa
Ella le movió la imagen para que le diera el frente holográfico y el miró
–Pero Miranda, si tienes ya uno, y este pasa del presupuesto
–No, como crees, el que tengo es casi del siglo pasado y habría que jubilarlo. Nos lo admiten de entrada para el cambio, mira aquí lo dice. Además me he leído las especificaciones y no se puede comparar; es como comparar tu nave actual, que nos permite movernos desde casa, aquí en el sur de África, hasta las colonias para jóvenes del sur de Siberia en tan solo 17 minutos, con nuestra anterior nave que necesitábamos cuatro horas largas. (Queda claro que el cambio climático afectó a la tierra en cuanto los primeros 42 paralelos, tanto del hemisferio norte como del hemisferio sur).
–Bueno…si… y por lo que veo es casi humana su figura si no fuera por esas placas de metal en sus espaldas y muslos. Lo que me hace gracia es verle con el aspecto que le dan, en el modelo de los varones como este, con este apenas promontorio en la zona del sexo, si querían identificar mejor el suyo su bulto debería ser mayor.
–Me parece que solo sugieren, no necesitan más… no se… digo yo.
Quedó zanjada la discusión encontrando Gerardo que su esposa tenía razón. El robot actual, que desarrollaba todas las necesidades para atender una vivienda familiar, era muy antiguo y su módulo de conversación era muy elemental al adquirir el más económico entonces; en cambio el modelo en el vídeo del anuncio, conversaba con el ama de casa, de sus compras del día, de lo que faltaba en la despensa y de qué se iba a poner al vestirse.
Por teleproceso adquirieron el producto, escogiendo Miranda algunos accesorios que opcionalmente complementaban al robot para ampliar sus desarrollos como: limpiar el fondo de piscinas, conducir naves domésticas, (lo que tanto habían encontrado a faltar en el viejo robot), bailar, así como su nombre y Miranda escogió el mismo nombre del robot actual: Miguel.
Lo de bailar a Gerardo no le acabó de convencer, pero no quiso entrar otra vez en la discusión de qué hacer un domingo por la tarde sin amigos ni programa del teleproceso internacional. A su esposa le encantaba bailar y a el no. Faltaría ver cómo bailaba el robot y así esperar que Miranda lo desestimase por torpeza segura de la máquina.
A los doce minutos el paquete llegó de la mismísima fábrica, recién fabricado y con unos acondicionadores añadidos sin coste, como promoción del último modelo lanzado. Entre ellos se encontraban un módulo de voz de acuerdo con los sensores de decibelios de la habitación, un final de espalda para acomodarse el cliente en forma de silla de montar y así no cansarse la persona. Otros dispositivos eran de complicada interpretación y Gerardo renunció y le dejó a su mujer para que los aprendiera pues, al fin y al cabo, iba a ser ella la que utilizara el robot.
–Ahhhhhhh –exclamó Miranda al leer, ya sola, uno de los añadidos al robot– “cariñosidad”, que palabra tan rara, no debe estar bien traducida –pensó.
Lo desembaló mediante voz y una vez libre de todo el robot lució impresionante, su anatomía era increíble. Músculos, suave piel como de melocotón, boca casi humana (que segregaba saliva), manos con guantes adheridos lavables, ojos azules luminosos y lo más fantástico de aquel modelo tan avanzado: sexo morfo-adaptable.
Lo accionó, al ver que su recarga no sería necesaria hasta ocho mil horas de funcionamiento, y una voz de locutor de telenovelas le anunció
–Soy Miguel, al servicio de Miranda mi nueva regidora.
–Hola Miguel, me ayudas a enviar a mi antiguo asistente a la fábrica.
Miguel se encargó de todo y a los pocos minutos el viejo robot de aquella casa ya estaba enviado.
–Cumplida orden Miranda. (el robot la tuteaba por orden de ella al hacer el pedido)
–Bien, ahora quiero que bailemos. Ah!, con música lenta. Mira Gerardo, mira cómo lo hace.
Miguel ordenó al equipo inalámbrico del edificio lo solicitado y Miranda levantó los brazos para dejarse abrazar por el robot. El mecanismo cuasi humano la rodeó casi sin tocarla pero con una fuerza imposible la levantó de la alfombra para llevarla al distribuidor, con suelo de madera, para deslizarse mejor, lo que ocasionó que su marido solo los viera cuando aparecían un veinte por ciento del tiempo.
Miranda estaba concentrada en seguir al robot, pero se dio cuenta de que era un bailarín extraordinario y desistió para dedicarse a disfrutar del baile.
Al rato y completamente emocionada por bailar que tanto la fascinaba, tras mirar a su marido y verle despreocupado de mirarlos, atendió a un botón subcutáneo que hacía poco se había activado sin ella hacer nada. Lo pulsó y apareció un breve menú: a) juntar cuerpos; b) beso; c) caricias; d) los tres a la vez; e) ver opciones de sexo.
Era su oportunidad, decidió probar y pulsó a). Al instante Miguel le apretó la cintura, corrió su brazo izquierdo hacia atrás y aproximó la cabeza a la de ella. Quedó Miranda en contacto absoluto, de las cejas hasta los muslos, con el cuerpo desnudo del clon humano y empleado del hogar de la familia. Ya en plena euforia, pulsó b). Miguel giró la cabeza para encararla con la de Miranda y acercó lentamente y sonriendo, su boca hasta contactar la de su propietaria. Al instante, sacó como un látigo la punta de su apéndice lingual, tocó levemente la lengua de ella y en décimas de segundo tenía la composición química de su saliva, para de esta forma generar la más adecuada a intercambiarse. El beso fue demoledor para Miranda, la lengua del robot era una máquina, nunca mejor empleado el término.
Ya no pudo más. Comprobó que Gerardo estaba en su limbo siesístico, -por lo de siesta, claro,- y tocó el trozo de sien que indicaba “opciones de sexo”.
Se quedó embobada y Miguel, el robot, esperando continuar o no con el beso, parecía que le había gustado la jugosa boca de la hembra humana. La oferta de posibilidades en elegir era demasiada, no se la podía leer con calma, estaba ya algo excitada y solo había comenzado. Escogió “masaje pectoral”. El robot deslizó el tirante del vestido de Miranda , le desabrochó el sostén y liberó sus dos tremendas tetas recogiéndolas Miguel con sus manos para comenzar a moverlas magreando y pinzando pezones, apretándolos, subir y bajar aquellas preciosas esferas y llevarse a la boca los dos pitones, duros y calientes. Aquello le pareció la gloria a aquella milf tan necesitada de caricias y su sexo se lubricó como nunca.
Así estaba de contenta y animada cuando repasó el menú de sexo y encontró lo último que buscaba: “miembro”.
El robot ya entendió de qué iba aquello y se llevó a Miranda a la primera habitación que encontró al salir del distribuidor y la tendió en la cama. Ella estaba dejándose hacer entusiasmada, ya que era su primera vez en que la dirigían en el sexo pues su esposo nunca sugería nada. Para él era el misionero, correrse y dormirse.
Cuando le contempló el sexo al robot se creyó soñar una de sus fantasías de verse violada por un energúmeno, al que su colosal miembro la asustaba, hasta despertarse. Ahora estaba a punto de pasarle lo mismo, todo coincidía excepto que el energúmeno era su asistente robótico, pero excitada como estaba se acabó de desnudar y se abrió de piernas.
El robot tenía una programación exhaustiva que abarcaba desde una comida de chocho y ano magistral, hasta seis posiciones de cópula sin eyacular, sí, eyacular. El robot disponía de una cápsula en la que un componente biológico sintético de semen podía, a elección del usuario, fecundar o no fecundar a la hembra humana que se estuviera follando. Pulsó el “no fecundar”.
Tras haberse estado veinticinco minutos comiéndole el chocho y el ano a Miranda, la casada se revolvió y le cogió aquella enorme polla que había estado escondida en un receptáculo especial, y se la comenzó a mamar como desesperada. No podía hacérselo a su marido, era “inapropiado” decía, cuando su boca recibió unos chorros de sabrosa crema láctea, al haber transcurrido el tiempo autoimpuesto por la programación del robot ya que Miranda llevaba casi media hora mamándosela.
Para redondear la tarde Miranda fue follada por el macho artificial superior a muchos machos humanos. Su arte en moverse, profundizar, recircular el contorno, salirse y balancearse era peculiar pero de una eficacia total. La hembra no daba más de sí en abrazarse, sus descubiertos orgasmos la hacían bramar quedamente, no porque su marido no la oyera si no por que perdía fuerzas al estremecerse de aquella manera.
Cuando el robot notó, en sus receptivas células captadoras de la temperatura sexual de la hembra, soltó otro depósito de biotécnico semen, caliente, (para que la mujer disfrute al sentirlo en su vientre), simultáneo a un beso ya antes ordenado, pero que todo ello causó una explosión de un orgasmo bárbaro, llevándola a una inconsciencia de apenas dos segundos, pero que provocaron una total y absoluta pérdida de reacción en cuanto a preocupación por su marido o matrimonio. Aquello era brutal y máximo, no podía prescindir nunca más de sentirse tan mujer.
Procuró reponerse ya que estaba a punto de llegar su hija de estar con sus amigas y de despertarse su marido. El robot retiró su miembro a su cavidad y se dispuso a hacer la cena con lo que había en la nevera y la despensa.
A partir de entonces Miranda ya no tuvo que esforzarse para mejorar su estado de ánimo, Miguel se lo mejoraba cada día dos veces: al marchar Gerardo por la mañana y ella aún estaba en la cama (su desplazamiento a la oficina era a las 09:00 y eran las 06:00), y la segunda al llegar a casa y colgarse de los brazos del robot, que tenía que comenzar quitándole el abrigo hasta dejarla desnuda por completo y follársela por hora y media, a quince minutos de llegar su esposo con su hija.
Cuando ella se dio cuenta de que el robot miraba a su hija con aquellos ojos con luz que usaba cuando pensaba, creyó que era el momento de que su querida hija disfrutase de un macho con experiencia y bajo el total control de su madre. Además le comentó a su marido que qué le parecía hacerle un hermanito a Merceditas y Gerardo se encogió de hombros.
Tras lo cual Miranda le propuso hacer el amor a su marido, para cubrirse, (cerca de cinco meses de no pedírselo), y consiguió que aquella mañana el robot Miguel se la follase y al pulsar “fecundar” notó una casi imperceptible vibración de Miguel que, en dos horas largas –ella llegó tarde al trabajo,- se la follaría aumentando posturas y superando Miranda los orgasmos hasta entonces conseguidos, ya que a tal desarrollo de perfeccionamientos se le sumaba el sentirse hembra ovulando y por ello, fertilizante con el semen desconocido. Solo una posibilidad de elección en el menu del semen respecto al hijo a concebir: si varón rubio o moreno hetero; para gay, había un repuesto a pedir.