El Roast de Adolf Hitler 9
9. El cagón
9. Cagón
A nadie se lo ocurre peor persona para contar un chiste. Con esa cara descarnada, la mirada ausente y ese perenne gesto de hastío en la boca, parece la persona más insulsa del mundo. Hitler todavía no sé explica como cojones llego a confiar su mejor ejército a aquel mequetrefe.
Ignorando las miradas de desagrado de los presentes, Friderich se pasa la mano por el pelo engominado, se ajusta el uniforme de mariscal, eliminando una imaginaria mota de polvo de la solapa de su guerrera (ya es el tercer invitado que repite el gesto) y se acerca al estrado.
Sin modificar el gesto agrio de su cara echa un vistazo al público y finalmente se gira hacia el lugar que ocupan los invitados.
—Bonita mazmorra. —comienza el mariscal con un leve gesto de asco— Afortunadamente una estrella la ilumina con su fulgor. Querido y admirado Stalin, tú me abriste los ojos y me demostraste lo equivocado que estaba. Nunca me perdonaré haber atacado a tu valiente pueblo. —dice en su mejor tono de lameculos— Me alegro de que al final fracasase mi intento de asaltar la ciudad que lleva tu nombre, aunque toda la culpa fue tuya, cabrón gordo y mentiroso. —dice dirigiéndose esta vez hacia Göring— Recuerdo como si fuera ayer el día que me arrinconaste en Stalingrado asegurando al Führer que no tendrías problema en abastecer mi ejército por el aire... Se toma un respiro dispuesto a continuar su discurso, pero no emite ningún sonido. Su rostro palidece y una gota de sudor recorre su frente mientras se apoya en el atril para no doblarse por efecto de un intenso retortijón de tripas. Durante unos segundos parece que deja de respirar hasta que finalmente el alivio llega acompañado de una sonora y húmeda flatulencia.
—Disculpen, —dice el mariscal azorado mientras un nauseabundo olor invade el plató— este fue unos de los regalitos con los que me obsequió la Madre Rusia, una disentería crónica que me acompañaría hasta el día de mi muerte e incluso después de ella.
El público tose e intenta interponer cualquier cosa entre la nariz y aquel asqueroso olor sin lograr mitigarlo. Hitler contiene las náuseas y se pregunta cómo demonios no salen todos los presentes en estampida. Finalmente llega a la conclusión de que probablemente estén tan pegados a sus asientos como él. Mientras tanto, esa rata traidora ha comenzado su discurso aunque no puede fijar su atención en él hasta que la atmósfera se despeja un poco.
... Porque según todos los informes, nuestra posición era fuerte y solo la incompetencia de nuestros aliados rumanos permitió que los rusos nos sobrepasasen y copasen nuestras posiciones. La directivas por mi parte fueron impecables y...
Un nuevo y nauseabundo cuesco emerge del culo del mariscal haciendo que todo el mundo llore no se sabe si por efecto de la comicidad de la situación o del sulfuro que emerge de los pantalones del mariscal.
Paulus pierde el hilo del discurso y vuelve a sus papeles. Mira al público y de nuevo a sus discurso antes de coger las hojas y lanzarlas al aire.
—Pero no he venido aquí a justificarme, sino a hablar de este hombre. Realmente no llegué a conocerle demasiado. No nos vimos más que un par de veces, pero mantuvimos un intenso intercambio de información sobre todo en los últimos días del cerco de Stalingrado, con lo que puedo hablar con cierta autoridad sobre él.
—Lo primero que tengo que decir es que yo soy un soldado prusiano y como tal aprendí desde la infancia a cumplir órdenes y llevarlas a cabo hasta el final aunque estas proviniesen de un Cabo de Bohemia que se había convencido de que era el mismísimo Federico el Grande resucitado...
Hitler intenta levantarse. En ese momento desearía tener un bidón de gasolina, metérselo a aquel imbécil diarreico por el culo y prenderle fuego.
—Y es que no nos engañemos, ni era un genio militar, ni era un visionario y ni siquiera fue un combatiente destacado. En realidad casi nunca estuvo en primera línea y su trabajo se limitaba hacer de correo en retaguardia. Ni trincheras, ni hermandad de armas, para sus compañeros no era más que otro cerdo de retaguardia. Recorriendo de arriba a abajo la segunda línea con los recaditos de los comandantes. La tan cacareada cruz de hierro de primera clase en realidad tampoco fue por ningún hecho destacado. Le paso un poco como a mí. Estaba en el momento adecuado y debido a su cercanía con los puestos del alto mando y su actitud servil se la concedieron, probablemente a cambio de ser especialmente cuidadoso con el envío de pornografía a las oficinas del alto mando.
—Eso, unido al convencimiento de que todos los generales éramos unos inútiles era la perfecta receta para el desastre. Un gilipollas sin ninguna preparación militar, con poder completo para hacer y deshacer, que además no escuchaba nada más que a sus propios delirios. Puede que yo no fuese el mejor general del mundo, pero no podía hacer otra cosa que obedecer, sobre todo después de que ese gordo hijoputa me dejase con el culo al aire prometiendo abastecerme por el aire aun a sabiendas de que aquello era imposible. —dice señalando de nuevo a Göring— Lo único que llegó puntual fue mi bastón de mariscal y la orden de que me levantase la tapa de los sesos.
Göring masculla algo por lo bajo, pero no se atreve a levantar la vista y mirar al hombre al que había fallado ignominiosamente a la cara.
—Pero lo que más me jode es que luego quisieras que me suicidase. ¿Quién demonios te crees que eres para enviarme a una situación de la que no tenía escapatoria y luego pedirme que me suicide? Que lo sepas, cabrón, nunca he sentido mayor placer que cuando desobedecí esa orden y me entregue a los rusos. Unos tipos eficientes, sí señor. Al contrario que tú, a pesar de cargarse a la mayoría de sus generales, a los que dejó con vida, les dio carta blanca y nunca se inmiscuyó en sus asuntos, nada más que para llevarse los méritos. Eso si era un jefe de estado.
—¡Traidor! —logra chillar Hitler antes de que una fuerza irresistible le cierre la boca.
—Sí, traidor. Pero al final conseguí salvar el pellejo. No como tú, hijoputa.
—Vendiéndote a los cochinos rusos, maldito lameculos. ¿Dónde está tu comisario con la Nagant * preparada para pegarte un tiro en la nuca si dices algo que no les guste? Yo te encumbré. Maldita sea la hora en que hice caso a Bormann y te ascendí a mariscal... —de nuevo se ve impedido a terminar sus palabras.
Paulus replica con una risa cascada que enseguida es interrumpida por un nuevo retortijón y una nueva emisión de gases.
—Muchas gracias por tu esclarecedora intervención, Her Mariscal. —dice Sammy apareciendo su cara tapada con una aparatosa máscara antigás— Probablemente tendrías más cosas que decir, pero tengo que velar por el bienestar de los presentes. No puedo seguir manteniendo a la gente sentada aguantando este ataque de gases. Además deberías ir a cambiarte de calzoncillos, me da a mí que están adquiriendo la misma consistencia que la rasputitsa ** .—despide al mariscal que intenta abandonar con dignidad el escenario para volver a sentarse en su silla con un ruido húmedo.
—A continuación tenemos que dar paso al siguiente invitado. Con ustedes el niño bonito del alto mando... hasta que decidió que lo mejor para Alemania era que el amado Führer volase en mil pedazos. Con ustedes el coronel manco, el coronel tuerto, el único coronel con sentido común en aquel manicomio. El coronel Claus Philipp Maria Justinian Schenk Graf von Stauffenberg.
—Joder, o dejo de fumar o dejáis de poneros eso nombres tan estúpidamente largos. —añade Sammy mientras se quita la máscara para poder coger aliento y apartarse para dejar acceso libre hasta el estrado al coronel.
*Revólver que solían llevar los comisarios del ejército rojo y con el que seguían a las tropas y las "animaban" a seguir avanzando. <<
**Cieno especialmente pegajoso y resbaladizo, típico de las estepas rusas y que prácticamente paralizaba cualquier movimiento en el frente del este en la primavera y el otoño.
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