El Roast de Adolf Hitler 6
6. Bufón
6. Bufón
—Gracias, gracias. Salve, querido público. —dice Benito acercándose al atril con el brazo en alto imitando a sus adorados césares.
Sin poder resistirse, deja los papeles sobre el atril y se acerca al público confundiendo los silbidos y abucheos con el fervor de una multitud entregada. Saluda con los brazos en alto coloca las manos sobre sus caderas intentando adoptar una pose marcial con la vista perdida en un imaginario horizonte. En ese momento se arrodilla e inclinándose intenta imitar la postura del aquero de Usain Bolt, pero sus pantalones no resisten la presión de su enorme pandero y se rasgan sonoramente provocando las atronadoras carcajadas del público.
Benito, simulando que nada ha pasado, se incorpora y con paso digno y los calzoncillos de lunares asomando por el trasero de sus destrozados pantalones, se dirige al atril:
—Oh, sí. ¡Cuántos recuerdos! ¿Verdad, amigos? —comienza Benito haciendo un gesto cómplice a todos los espectadores que le observan entre divertidos y curiosos.
Remedando torpemente un paso marcial se acerca a los invitados y con una mano en su espalda y la otra en la barbilla recorre uno a uno los asientos, rememorando aventuras pasadas.
—Hola, Hermann. Veo que la muerte no te ha quitado ese horrible gusto por la moda. Si los pavos reales fueran asesinos sanguinarios seguro que serían exactamente igualitos a ti.
—¡Vaya! si también esta ese marica de Paulus que dejó que la flor y nata de mis legiones sucumbiera al lado de los rumanos en Stalingrado. Si me hubieses apoyado con tanques las primeras horas del contraataque soviético, probablemente no estaríamos aquí.
—¡Oh y que deliciosa sorpresa, Eva! No imaginaba que estarías aquí con todos nosotros, enchanté , querida. —la saluda cogiendo su mano e inclinándose de nuevo y mostrando al público un nueva panorámica de sus calzoncillos de lunares— Tengo que reconocer que lo que más he envidiado de mi querido amigo Adolf era su bella y flexible novia. No sé si tú lo sabes, pero cuando te conocí eras el sueño húmedo de cualquier cincuentón. Me alegro que al final consiguieses llevar a este tunante al altar. Una lástima que luego tuviese que matarte... ¿Verdad, Adolf? Seguro que lo sentiste mucho cuando le diste la cápsula de cianuro. —añadió con un gesto irónico— Y es que siempre has sido un tipo difícil. A pesar de ello te acogí bajo mis alas.
—Eras mi cachorrito. Desde mi posición como Duce en la misma Roma, aupado por 80.000 camisas negras, te vi crecer, desde ser un pequeño liante que soltaba discursos en cervecerías a una panda de borrachos buscagrescas y me pedía autógrafos, a ser el primer hombre y dictador indiscutido de Alemania. Aunque nuestros comienzos no fueron fáciles.
—A pesar de que siempre lo has querido ocultar, me has admirado y me has querido como a un padre. Lo entiendo, nadie puede pasar por alto mi apuesta magnificencia. —dice Benito dándose aires a la vez que sus calzoncillos asoman por la brecha que hay en sus pantalones— Mis sentimientos con respecto a ti, sin embargo nunca han sido tan... entusiastas. En resumen, siempre has sido un pelma.
Hilter intenta levantarse. ¿Cómo puede ese payaso al que salvó el culo más de una vez y más de dos llamarle pelma? Es indignante.
—Solo con recordar mi primera reunión contigo en Venecia me dan escalofríos. Horas y horas de discursos en un alemán que yo apenas entendía. Aguantando tus gestos histriónicos y tus salivazos. Yo intentaba meter baza, intentando hablarte de mi amiguete, el primer ministro de Austria, pero no tenía manera de abrir la boca mientras tú me dabas la matraca con el Reich de los mil años, como si yo fuese uno de tus compis de borrachera.
—Por si fuera poco, siempre que podías intentabas eclipsarme militarmente. Como cuando estaba a punto de superar la resistencia griega y conquistar todos los Balcanes y llegaste con tus SS "a echarme una mano", cuando lo único que querías era robarme la gloria...
Lo que está oyendo le revuelve las tripas, Hitler escucha a aquel hijo puta rechinando los dientes mientras aquel al que creía su amigo y admirador, cuenta una sarta de mentiras.
—... O aquella vez. Sí, aquella vez en la que enviaste a ese engreído, ese mariscal al que ibas a cargarte por traidor en 1944 y que luego los aliados te ahorraron el trabajo, Rommel, para realizar una tarea que podían hacer perfectamente mis generales. Y otra vez los italianos hicimos el trabajo sucio y el Afrika Korps se llevó la gloria. Luego, cuando vinieron mal dadas y Montgomery os pasó por encima, nos echasteis la culpa a nosotros. —dice Mussolini golpeándose el pecho con el índice.
—Estabas tan obsesionado conmigo que ni siquiera podías dejarme descansar en aquel hotel del Gran Sasso * . Tuviste que enviar a ese animal de las SS. ¡Joder que tío! Cada mirada que me lanzaba ese Otto Skorzeny, con aquella cicatriz en la cara, hacia que me cagase encima. —añade Benito exagerando el gesto de un escalofrío— Y todo para luego dejarme en Milán para que los partisanos me matasen a palos y me colgasen boca abajo como un cerdo...
Hitler escucha toda aquella sarta de mentiras que el Duce había terminado por creerse, agarrado con fuerza a su incómodo asiento, intentando recordar todos los detalles para darle una adecuada respuesta cuando sea su turno.
—Pero en fin, ¿Quién no tiene un delicioso cachorrillo que luego al crecer se convierte en un perrazo que se obstina en morderte las zapatillas y mearse en las cortinas? Es ley de vida. De todas maneras no soy un tipo rencoroso así que para terminar, te doy las gracias por tu sincera amistad y admiración. —dice el Duce dando por terminada su disertación e inclinándose para agradecer los escasos aplausos del público y acabando por rasgar sus ya ajados pantalones.
—Gracias, Benito. —interviene Sammy despidiéndole— Vete y que te zurzan... Al menos los pantalones.
—Una gran actuación. Y esos calzoncillos de lunares me encantan, sí señor. —dice Sammy mientras el Duce abandona el escenario en busca de un buen sastre— Pero continuemos porque nuestro próximo protagonista está loco por intervenir. Nadie como él entendió y llevó a cabo con mayor solicitud las órdenes de su Führer hasta las últimas consecuencias. Se parecían en todo, bajitos, con bigotes ridículos, con mentes realmente enfermas, ¡Qué diablos! Hasta sus apellidos rimaban. Con ustedes el primer y más efectivo secuaz de Hitler, el criador de gallinas... el siniestro Heinrrichhh Hiiimmler.
Lugar donde los aliados encerraron a Mussolini cuando lo capturaron por primera vez y de donde un cuerpo selecto de las SS a las órdenes de Otto Skorzeny lo rescataron en una espectacular acción de comando. <<
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