El Roast de Adolf Hitler 2
Capítulo 2. Tirano y asesino
2. Tirano y asesino
—Bueno, bueno, bueno. Espero que estés preparado, querido Adolf, porque tus mejores amigos están como locos por cubrirte de alabanzas. —le dice Sammy, mostrando su más típica sonrisa de truhan— La verdad es que ahora que me paro a pensar, jamás ha habido un dictador más tiránico en la historia. Ni siquiera los mogoles se te pueden acercar. Es verdad que en proporción puede que matasen más gente que tú, pero por lo menos a la hora de matar eran más democráticos. No se paraban a mirar la etiqueta de nadie, daba igual si eras hombre, mujer, niño, cristiano, judío o musulmán, solo eras carne que cortar.
—Por otra parte, —continúa el presentador— más tarde me tendrás que explicar esa fijación por los judíos, ¿Acaso tú madre se beneficiaba al rabino de tu pueblo? En fin, supongo que es lo de menos, pero no por eso dejamos de sentir curiosidad por ello todos los presentes.
—Bueno ¡Basta de divagar! Ahora, sin más dilación, demos paso al primero de nuestros participantes, el único asesino con el que nuestro invitado se puede comparar. Ambos serían capaces de matar a su abuela si esta osase mirarles mal. ¡Con todos ustedes, Pepe Staliiiin!
—Gracias, Sammy, —dice el tirano levantándose— bonitas chorreras. Si cualquier miembro del politburó llevase algo parecido, hubiese acabado en la lubyanka * , practicando ballet con unos electrodos fijados a sus testículos.
—En cuanto a las insignes figuras que me rodean... —continua tras un teatral silencio— Si me diesen un rublo por cada vez que uno de ellos a deseado mi muerte, el socialismo nunca se hubiese derrumbado. ¿Verdad, querido Himmler? Ese abrigo te sienta muy bien, con eso y una guadaña, la muerte tendría su Miniyó. ¡Ah! Y ahí estás tú también, Hermann. Creo que de todos los nazis eres el que mejor me cae con diferencia, siempre me has resultado divertido con esos uniformes tan coloridos y con cada centímetro cuadrado atestado de brillante chatarra... Eso y el favor que nos hiciste en Stalingrado, claro.
El público ríe y aplaude mientras Stalin da unos ligeros golpes al atril con los papeles que lleva en la mano y comienza su discurso :
—Bueno, dejémonos de digresiones y concentrémonos en nuestro invitado principal. La verdad es que cuando me llamaron al infierno para que hablase sobre ti, Adolf, me asaltaron sentimientos encontrados. Lo primero que pensé fue en los buenos momentos que habíamos pasado juntos. Es verdad que nos odiamos a muerte, pero hubo un tiempo que no fue así.
—En aquella época pensaba y aun sigo pensando que tenemos muchas cosas en común. La violencia, la paranoia, la capacidad para deshacernos de todas aquella personas que podrían llegar a ser una amenaza, independientemente de su peligrosidad... Ambos estuvimos en la cárcel y ambos aprendimos un oficio allí; tú a escribir, yo a cortar árboles. Ambos nos apuntamos a un partido de masas y ambos nos hicimos con el poder. También nos cargamos a nuestros lugartenientes cuando creímos que estaban volviéndose un estorbo, aunque tienes que aceptar que comparado con Trotsky ese Rohm ** era un paleto inútil. Y sobre todo, ambos queríamos dominar el mundo, sentir los huesos de nuestros enemigos romperse bajo el peso de nuestras botas. ¡Ahhh! ¡Qué deliciosa sensación!
—Y al final llegó aquel veintitrés de agosto, lo recuerdo como si fuera ayer... Tu vestías de pardo, yo llevaba mi uniforme blanco inmaculado *** . Nos repartimos Polonia como buenos hermanos, la mitad para ti la mitad para mí. Luego, con las espaldas cubiertas les diste a esos jodidos presumidos de gabachos pal pelo mientras yo invadía los países bálticos y los finlandeses me enseñaban valiosas lecciones que tardé en aprender, pero que luego me resultaron muy provechosas.
—¿Recuerdas como nuestros hombres se abrazaron en Brest-Litovsk? —pregunta el ruso fingiendo enjugar una lágrima de esos ojos fríos y calculadores— Pero llegó 1941. Yo estaba tan entretenido fusilando generales y enviando gente a las minas de oro de Kolyma y tuviste que joderlo todo. ¡No era justo! —exclama dando una patada al suelo y señalando a Hilter, que le mira con desprecio—Eso no se le hace a un amigo. Yo había cumplido y me había comportado. Estaba tan enamorado que cuando Sorge **** se enteró por los japoneses del día y la hora de la invasión me negué a creerle. No te puedes imaginar la sensación de estupor y desesperación que sentí cuando me rompiste el corazón.
—Entonces comenzaste a competir conmigo a ver quién era el que mataba más rusos. Al final ganaste tú, pero solo porque yo también tenía que matar alemanes al mismo tiempo. Tenía el doble de trabajo.
—Sí, tengo que reconocer que durante mucho tiempo me tuviste acojonado. Creí que no había quién te parase. Aquel invierno, cuando llegaste a las afueras de Moscú, estaba prácticamente paralizado por el terror. Menos mal que le declaraste la guerra a los yanquis. Eso sí que fue un balón de oxígeno. Gracias a ellos y a sus pertrechos, a mí incontestable genio militar y a unos cuantos millones de muertos más, conseguí llegar hasta Berlín y reducirla a cenizas.
—Pero en fin, dicen que los amigos de verdad siempre se perdonan, y teniendo en cuenta que durante los años siguientes, antes de destruirlo, utilicé tu cráneo como escupidera, considero que estamos en paz.
Hitler no puede aguantar más, intenta levantarse y estampar cualquier cosa contra esa fea cara de mongol, pero de nuevo una fuerza invisible se lo impide.
—Ahí lo ven. —dice señalándole— Una fuerza de la naturaleza, pero nunca he entendido lo de tu ridículo bigote. ¿Por qué coños tenías que imitar a Charlot? ¿Acaso querías darle un toque desenfadado a tu imperio de terror? Pues si era para eso, la verdad es que solo consigues estar ridículo.
—Bueno, supongo que ridículo es la palabra que mejor define a toda la fanfarria que te rodeaba. Para mí no había nada más divertido que ver todos aquellos nazis imitando a ocas, portando antorchas y quemando libros, sinagogas o el mismo Reichstag, daba igual con tal de poder calentar un poco los ánimos. Y el día que aquel negro... ¿Cómo se llamaba? Eso, Owens, Jesse Owens ganó cuatro medallas de oro, dejando a tus chicos arios a la altura del betún... Fue apoteósico, sobre todo cuando ese maldito idiota de Luz Long le dijo donde tenía que ajustar el paso para que no quedara eliminado en el salto de longitud. Si hubiese sido uno de mis atletas, a las pocas horas estaría picando piedra en calzoncillos en pleno invierno siberiano.
—Has sido un tío la mar de destructivo, me jodiste bien durante cuatro largos años y convertiste mis ciudades más importantes en escombros, pero la verdad es que te debo mucho. Gracias a ti pude chantajear a los ingleses y americanos. Me reí a la cara de ese gordo borracho de Churchill mientras le hacía la rosca a Roosevelt y le manipulaba para conseguir lo que me daba la gana. Armas, acero, ropa, alimentos, medicinas... Todo lo que queríamos y se me ocurría.
—Sí señor, gracias a ti conseguí adueñarme de media Europa y si ese tullido no se hubiese muerto tan pronto, probablemente me hubiese quedado con la otra mitad. En fin, no se puede tener todo en la vida ¿Verdad?
—Para terminar, sinceramente no sé que habría sido de mí sin tu ayuda. Contigo pude dar rienda suelta a mi sed de sangre, justificar mis crímenes y exigir a mi pueblo unos sacrificios impensables en otras circunstancias. Te agradezco todo lo que has hecho por mí, todos los avances tecnológicos que heredé de ti y que me permitieron mantenerme a la altura de los americanos e incluso adelantarme. Eres mi amigo, mi alma gemela, mi hermano de sangre...
El hombrecillo mira a Adolf y se abraza como si quisiese hacer lo mismo con él. El rostro de Hitler enrojece y se descompone. Intenta levantarse de nuevo sin conseguirlo, peor, el esfuerzo solo consigue que se le escape una sonora ventosidad. Si no fuese porque ya está muerto, el público creería que le va a dar algo.
—Gracias, hermano. ¡Un aplauso para nuestro amigo Pepe! —dice Sammy mientras sustituye al sanguinario dictador en el estrado— Un cariñoso discurso, sí señor. Es lo bueno del paso del tiempo, te ayuda a mirar las cosas con otra perspectiva.
Sede de la KGB en Moscú. <<
Ernst Röhm jefe de las SA las fuerzas paramilitares nazis y uno de los primeros colegas de Hitler al que no dudó en eliminar en la Noche de los Cuchillos Largos cuando se volvió demasiado poderoso. <<
Firma del tratado Germano-ruso de no agresión que terminó con la invasión de Polonia y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. <<
Espía de origen alemán que trabajó para la inteligencia militar soviética y se convirtió en uno del espías más importantes de la historia. Creo una red de espionaje en Japón, e infiltrado en los círculos diplomáticos del eje se enteró entre otras cosas del día y la hora exacta en la que se iniciaría la invasión nazi de Rusia. <<
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