El Roast de Adolf Hitler 12

Capítulo final. Adolf.

12. Adolf

Por fin podía levantarse. Con un gesto miles de veces ensayado se yergue y se coloca el flequillo con un movimiento enérgico de su mano derecha, la que no tiembla constantemente. Con paso envarado se acerca al atril y lo agarra hasta que los nudillos se le ponen blancos. Lanza una larga mirada al público asistente. El silencio se extiende sobre el plató como en el campo de batalla justo antes de un duelo de artillería.

—¡Traidores! ¡Perezosos! ¡Estúpidos! ¡Toda Alemania me falló! ¡Merecéis todo lo que os pasó! Desde el principio os dije que esto era una lucha a vida o muerte y no os mentí. Pero el único que dio la talla fui yo. Hice todo lo que pude por guiaros. Si me hubieseis hecho caso y no hubieseis conspirado contra mí, el Reich de los mil años aun seguiría en pie. —empieza apretando los puños y mirando hacia el techo del plató víctima de un arrebato de ira irrefrenable.

—Así que al que más agradezco su trabajo es a ti, Josif Stalin. Dejaste a Alemania arrasada. Nos distes lo que merecíamos, después de haber fracasado cuando lo teníamos todo a favor para haberte echado a patadas hasta Siberia. Tras cepillarte a casi todo tu estado mayor, sustituyéndolo por gente confiable, pero sin puta idea de lo que era la guerra, estabas más débil que nunca. Además te hice toda la pelota que pude por medio de Ribenttopp mientras que en mis discursos vaticinaba tu destrucción. Así que firmé un pacto contigo solo para tener las manos libres con los franchutes y funcionó de fábula. Hasta el punto de que días después de que mis ejércitos hubiesen traspasado las fronteras de tu país, tú seguías sin creértelo. Y luego, cuando te diste cuenta de que mis panzer, arrasando todo lo que se les ponía por delante, no era ninguna broma, te entró el canguis y te escondiste en tu dacha como una rata asustada.

—Si no hubiese sido por ese cabrón de Zhukov, que mandó a la picadora todo lo que le quedaba para detenernos frente a Moscú y a mi ejército, que se obstinaba en congelarse contraviniendo mis órdenes expresas de que no lo hiciese, esto no hubiese pasado. Si mis generales se hubiesen dado un poco más de prisa hubiesen llegado a Moscú y no hubiese sido necesario que mis hombres se hubiesen lanzado al asalto de tu capital en calzoncillos.

—Y uno de los principales responsables fuiste tú, Keitel. ¡Tú y tu camarilla de estirados oficiales prusianos saboteasteis con premeditación cada una de las órdenes que di y todos mis intentos por salvar a mi ejército! —grita apretando los puños y agitándolos a la altura de sus mandíbulas— Tanto sobre el terreno, en el frente, como en la retaguardia, entorpeciendo y retrasando todos los intentos de mis científicos por conseguir el arma definitiva que acabaría con esas hordas subhumanas. Y es que de no ser por la ayuda de las Waffen SS que acudían al rescate una y otra vez en ayuda de tu tan cacareada Whermacht, el frente se hubiese hundido sin remedio mucho antes. —continúa a la vez que señala al mariscal Keitel con el dedo y le lanza una mirada acusadora— Estoy seguro de que hubiese sido el resultado de la guerra el que fuere, tu destino hubiese sido columpiarte en el extremo de esa cuerda.

—Y en cuanto a ti, Göring. Tú siempre fuiste una continua decepción. Cuando te di el mando de la Luftwaffe no me imaginaba que irías de desastre en desastre. Primero dejaste que los ingleses con cuatro cazas y aun menos pilotos nos diesen por el culo, luego la pifiaste de cojones en Stalingrado y después de tus fanfarronadas sobre la imposibilidad de que el enemigo bombardease suelo alemán, los aliados arrasaron todas nuestras ciudades, ¿Verdad señor Müller?

Todos los presentes aplauden y se ríen al recordar la alocución de Göring en uno de sus discursos, jurando que se cambiaría el nombre por Müller si un solo avión llegaba a sobrevolar territorio alemán.

—Y luego para más INRI, cuando peor van las cosas y necesito a mi lado los amigos más leales me traicionas, cochino inmundo e intentas tomar el poder. Debí haber hecho caso antes a Bormann y haberte quitado del medio, gordo inútil.

—Y es que los mariscales, sobre todo los que nombré a mi discreción, indefectiblemente me salieron todos rana, tanto vosotros, Keitel y Göring, —dice señalándolos alternativa con gesto acusador— como esa rata traidora de Rommel y sobre todo tú, cagón.

El índice de Hitler se centra ahora en la figura adusta de Paulus que se remueve inquieto y emite una ventosidad. Durante un instante el Führer se mantiene en silencio mientras el tono de su cara va cogiendo el color de la grana hasta que finalmente explota:

—¡Tú eres el peor! Me deje llevar por tu aspecto rígido e inexpresivo, pensando que aquella falta de empatía que mostrabas hacia todo lo que te rodeaba te ayudaría a ser un general implacable con tus tropas y aun más con las del enemigo. ¡Y la decepción fue absoluta! Fuiste un puto inútil incapaz de derrotar a una panda de monos desarmados y cuando el maldito Zhukov volvió las tornas, te cagaste... literalmente. Aun así, confié en ti y te di el rango de mariscal, esperando que actuases como un verdadero nazi levantándote la tapa de los sesos cuando llegase el final del ejército que no supiste conducir a la victoria. Pero te dejaste atrapar y no solo eso, sino que en vez de acompañar a tus hombres al frío de Siberia, te quedaste en los cómodos aposentos de la NKVD y te dedicaste a ponerme a parir. ¡A mí! ¡A la persona a la que le debías absolutamente todo! ¡Cerdo! ¡Cobarde! ¡Traidor! ¡Sabandija! ¡Mierdoso!...

Hitler desearía continuar cubriendo de epítetos a aquel hombre que aguanta sin cambiar su gesto de pez muerto, pero se atraganta con su propia saliva y tiene que interrumpirse entre toses y carraspeos.

Cuando logra recuperarse, su mirada se fija en otro de los invitados e inevitablemente se enternece. Solo los ojos de color miel de su perra le producen una sensación de paz comparable a la presencia de Eva.

—¡Ah, Eva! ¡Cuánto echaba de menos esos rizos rubios, esa sonrisa bovina, esa elasticidad sumisa en la cama! Tengo que reconocer que siempre fuiste el ideal de la mujer nacionalsocialista; guapa tonta y fiel, hasta el punto de que nunca se me hubiese ocurrido tener un hijo contigo por temor a que heredase tu carácter.

Eva le mira, se encoge de hombros y hace un mohín pensando que ¿Qué mujer en todo el planeta no le hubiese gustado llevar dentro de sí la semilla de su peluchito?

—Cuando Geli me traicionó pegándose un tiro, me sumí en la más profunda de las depresiones y solo tu presencia y tus alegres intentos de suicidio lograron distraerme de mi perdida. Desde ese momento te cogí un gran apego y a pesar de que nunca te tomé demasiado en serio por esa manía de andar constantemente en bolas por ahí, al final terminaste comportándote como se esperaba de ti y te lo recompensé con un anillo y una cápsula de cianuro. Espero que disfrutases de nuestro matrimonio... los segundos que duro. Ahora que estamos los dos convenientemente muertos, ¿Podrías hacerme un favor? ¡Deja ya de llamarme peluchito, cojones!

—Y ya puestos, ¿Por qué no continuar contigo, Geli? Ninguna traición la he sentido tanto en mi alma como la tuya. Primero que en ese capullo de chófer y luego abandonándome definitivamente con un tiro en el corazón, porque eso del asesinato no me lo creo, Bormann me lo hubiese dicho. Yo, que te tenía en un pedestal, como la joya más preciada que poseía. Eras hermosa, inteligente... y dabas unos zurriagazos... Solo con recordarlo mis huevos se encogen y tiemblan recordando el intenso y placentero dolor que producían tus patadas. —dice Hitler sin poder creer lo que está diciendo.

Intenta contenerse para no quedar en ridículo, pero no puede parar. A pesar de que el público se rechifla, algo le impide cerrar la boca y le obliga a ser totalmente sincero. Vuelve a intentar cerrar la boca, se muerde los labios, pero no lo consigue. Al final Stauffenberg va a tener razón y se parece a Jim Carrey o más bien a su personaje en Mentiroso Compulsivo.

—No solo me gustaban tus golpes y humillaciones, me gustaba tu cuerpo, su olor, su sabor. Me encantaba recorrerlo con mi lengua y aspirar tu aroma a sudor ario. Pero el mayor placer con diferencia para mí era recibir tu lluvia dorada...

Avergonzado mira hacia Geli y ve como esta se dedica a mirarle mientras simula intentar contener las náuseas y eso consigue por fin que recupere el dominio sobre su boca. No hay mayor humillación para él que ver la mujer que una vez le miró con total admiración intentando no vomitar en su presencia.

Carraspea intentado encontrar algo que decir para expresar el afecto que sigue sintiendo aun por ella, pero una sonrisa torcida le hace desviar la mirada hacia otro de los oradores. La mirada despectiva de Stauffenberg hace que la cólera le embargue y aunque pensaba dejar a ese cochino sin réplica por no merecerla, no puede contenerse más.

—¡Jódete! ¡Jódete, manco de mierda! —estalla Adolf— El único que consiguió acabar conmigo fui yo mismo. Ninguno de vuestros patéticos intentos logró acabar conmigo. ¡Vosotros, irritantes soldados prusianos! ¡Ninguno se opuso contra mí cuando todo iba bien! Todos aplaudíais en mis discursos y recibíais los juguetitos que os proporcionaba con serviles y sonoros taconazos. Debí saber que toda la Whermacht conspiraría contra mí en cuanto las cosas se pusiesen difíciles. Lo que no entendéis es que yo era un hombre protegido por el destino. Si toda la energía y el tiempo que empleasteis en intentar matarme lo hubieseis usado para ayudarme en la guerra, ahora estaríamos tomando café en la dacha de Stalin con su cabeza disecada colgando de una de sus paredes.

—Y tú. —continúa girándose de nuevo hacia el coronel— Un coronel de estado mayor sin más mérito que haberse hecho mutilar por un avión ingles en el norte de África se creía con derecho suficiente para eliminarme y hacerse con el poder para firmar la paz con los aliados... ¡Cobarde! Y ni siquiera tuviste los cojones de hacerlo cara a cara. Una bomba es la forma más impersonal de acabar con una persona. Si al menos lo hubieses intentado hacer cara a cara te hubieses ganado mi respeto, pero lo único que merecías era colgar de una cuerda de piano. Ahora lo único que puedes hacer es mirarme desde esa silla, impotente, de la misma manera que me hubieses mirado desde el patíbulo si me hubiese tomado la molestia de ver en directo tu lengua gorda y azulada asomando de tu boca.

—Y quedáis vosotros tres, los hombres que más he admirado en mi vida aunque como todos los demás habéis terminando decepcionándome. ¿Verdad, Benito? Tú dices que soy un pesado, pero tú no eres más que un payaso. Tu gran Imperio, no era más que fachada. Tú único éxito militar fue en Etiopía y necesitasteis seis meses para doblegar a un país que estaba prácticamente en la edad de piedra. Durante la Guerra Civil Española no lo hiciste mal apoyando a ese enano astuto, pero en la Segunda Guerra Mundial no fuiste  nada más que una china en el zapato. Cuando estaba a punto de atacar Rusia solo se te ocurre invadir Grecia sin ni siquiera decírmelo y luego me obligas a intervenir para impedir que los griegos, una pandilla de campesinos con armas del siglo diecinueve te calentasen el culo. Mucho dicen que el tiempo que tardé en pacificar los Balcanes fue el que me faltó para poner el pie en Moscú.

—Luego, siguiendo con tu sueño de dominar el Mediterráneo, invadiste Egipto... Y también la cagaste. Como se puede ganar una guerra con un ejército de aficionados cuyos oficiales se llevaban a sus amantes al campo de batalla y sobre todo con vehículos de fabricación italiana, ¡Pufff! Hasta que no llegó Rommel con nuestros Mercedes y nuestros panzer no tuviste una oportunidad. Naturalmente todo se fue al carajo. Rommel llegó a las puertas de El Cairo, donde Montgomery se ganó el bastón de Mariscal batiendo a mis panzer, parados por falta de combustible, un combustible del que decías carecer y que luego mis generales descubrieron en gigantescos depósitos en Italia, esperando no se sabe muy bien qué.

—Y luego, para terminar de joderla, te dejaste atrapar vivo, y no una sino dos veces. La primera te liberé, pero la segunda tuviste tu merecido. Si hubieses sido un poco más listo te hubieses pegado un tiro en la sesera, pero eres tan estúpido que en medio de la derrota total todavía pensabas que el pueblo italiano te amaba. Merecías morir boca abajo y con el culo al aire.

Apenas ha respirado mientras le echaba la bronca a aquel payaso, así que se toma unos instantes, respira profundamente, se seca el sudor y aparta el mechón de pelo que le cuelga sobre la frente con un enérgico ademán antes de encararse con Himmler.

—Durante muchos años fuiste mi niño mimado, me lo diste todo y yo te correspondí dando carta blanca a tus absurdas veleidades y hasta llegué a medio creérmelas... porque me convenía. Mientras encajase con mis creencias sobre la superioridad de la raza germánica te dejé gastar millones de marcos en investigaciones paranormales y expediciones a los lugares más recónditos del mundo en busca del origen de la raza aria. —dice Hitler sin ocultar el escepticismo en sus gestos— Por los servicios que realizabas para la causa pasé por alto tus excéntricos ritos de iniciación de las SS e incluso aquella estúpida teoría de la tierra hueca * . ¿Y tú, que me diste a cambio? Una puñalada trapera y la absurda idea de que podías negociar la paz con los americanos a mis espaldas.

—Yo... Bormann me dijo que habías muerto...

—¡Espero que eso sea una mentira! —exclamó Hilter al ser interrumpido por su antiguo lacayo— Por que de ser cierto lo que dices quiere decir que me equivoqué totalmente contigo e hiciste muy mal en abandonar tus gallinas.

—Pero eso no me molestó tanto como el hecho de que intentases huir como una rata de un barco que se hunde en vez de ser consecuente con tus palabras. Tú, que exhortabas a tus tropas de élite con verter hasta la última gota de sangre por la patria alemana, cuando te di el mando de uno de mis ejércitos, ante el primer revés te escondiste en un balneario a curar no se qué ficticias afecciones y pocos días después, cuando el régimen se hundió, tú intentaste huir. No hay nada que me repugne tanto. De Göring era de esperar, por fin era el foco de atención y hasta ese capullo cojo y salido de Goebbels tuvo más cojones que tú suicidándose. Pero tú, mi delfín, me traicionaste. Te disfrazaste de paisano e intentaste huir. Me alegro de haber estado muerto cuando finalmente los americanos dieron contigo.

Adolf aparta la vista asqueado y se fija de nuevo en Heydrich, su nazi perfecto. Si no hubiese muerto prematuramente...

—Y tú con diferencia eres el que más me irrita. —le dice— Tu no eras un gilipollas engreído como Göring, ni un ocultista zumbado como Himmler. Tú mente era afilada y maquiavélica, tus modales distinguidos y tu porte el de un héroe Wagneriano. Si hubieses vivido más tiempo no tengo ninguna duda de que el Reich de los mil años hubiese sido una realidad...

—Y sin embargo la cagaste. Te paseabas por Praga siguiendo siempre las mismas rutas, en un coche descapotado sin siquiera una escolta, ¿Por qué no pasearte desnudo con una diana dibujada en la espalda? Hubiese sido una manera más sencilla de suicidarse.

—Y cuando finalmente ocurrió lo inevitable y atentaron contra ti, no se te ocurre hacer otra cosa que perseguir a los criminales. Mira chaval, no eres Terminator, eras mi jodido hombre fuerte, no un robot inmune a las balas y a la metralla. Así que pasó lo que tenía que pasar y acabaste criando malvas y yo huérfano. Sin ti perdí mi corazón... —sus labios tiemblan mientras pronuncia las últimas palabras— mi corazón de hierro.

—En fin, para terminar este estúpido programa solo unas pocas palabras más. Durante toda mi vida he estado obsesionado con la ley de la selección natural. La supervivencia del más fuerte era la ley suprema que movía mi vida y entendimiento, convencido que era la pureza de la raza germánica la clave de la superioridad para al final acabar derrotado por una alianza formada por un crisol de razas y culturas inferiores, pero que se entregó al máximo y nos superó en fuerza, inteligencia y decisión.

—Sobre todo decisión. Porque lo que siempre he esperado de mis subordinados es inteligencia y lealtad absoluta, o por lo menos un poco de sentido común y al final, en los momentos clave de esta guerra, me fallasteis. ¡Todos! ¡Merecéis estar todos aquí, conmigo! ¡Compartiendo el peor de los destinos! —Hitler termina dando un golpe seco en con la mano en el atril, mira a todos los oradores y calla satisfecho convencido de que ha puesto a todos en su sitio.

¡Excelente! —dice Sammy acercándose al atril— Un discurso y un programa tan plagado de mentiras y estupideces como esperábamos. Creo que no exagero cuando digo que todos los presentes hemos obtenido una clara visión de lo que era el régimen nazi, sus puntos fuertes y sobre todo sus puntos débiles. Por fin, antes de terminar, darle las gracias a la persona que hizo que la caída del Tercer Reich fuese posible. Aprovechando para despedirme y esperando que todos los presentes hayan disfrutado tanto como yo, mil gracias a Martin Bormann, sin sus detallados informes, los rusos probablemente no hubiesen podido estar prevenidos ante los ataques de las fuerzas alemanas y la cizaña que introdujo en los ambientes más cercanos al Führer acortó decisivamente la duración de la guerra. —todos los invitados le miran sorprendidos salvo uno. Stalin sonríe satisfecho mientras observa como todos sus rivales se lanzan recriminaciones mutuas echándose la culpa unos a otros.

—Lamentablemente hoy no ha podido estar aquí con nosotros porque aun vive en un pueblecito de Georgia... —continua Sammy cuando amaina un poco el alboroto— Sí, si ya sé que tiene 119 años, pero los que deberían pelearse por su alma lo temen tanto que prefieren que siga vivo por toda la eternidad.

Capítulo 12


Teoría que afirma la existencia de civilizaciones subterráneas muy avanzadas dentro del planeta Tierra. <<

Nota del autor.

En este relato he procurado ajustarme a los hechos y los personajes todo lo que me ha sido posible sin renunciar a ciertas especulaciones, y un par de licencias que me he tomado, después de todo esto sigue siendo un relato de ficción.

En su mayoría las licencias que me he tomado están basadas en posibilidades más o menos plausibles, pero la de la imagen de Stalin y Hitler dándose la mano en el pacto que condenaba Polonia es totalmente falsa. Por razones obvias ninguno de los dos dictadores estaba dispuesto a que le fotografiasen en público con el otro. Intercambiaron alguna carta pero el peso de las negociones y la firma del tratado la llevaron a cabo Ribbentrop y Molotov,  los dos ministros de asuntos exteriores de ambos países.

El personaje con el que más licencias me he tomado ha sido Martin Bormann. La única que me he tomado que es  totalmente falsa, es el hecho de que Bormann interviniese de alguna manera en la muerte de Geli Raubal o de Rhöm. A pesar de ser consciente de ello lo hice con el fin de darle un poco más de coherencia al personaje de Bormann.  Con respecto al resto,  a pesar de que no hay pruebas de la mayoría de las cosas que los personajes dicen sobre él bien pudieron ser ciertas. Es cierto que como secretario de Hitler tenía acceso a todos sus secretos y mediante sus intrigas lograba alejar o acercar gente al círculo íntimo del dictador.

Las circunstancias de su muerte son bastante oscuras aunque la mayoría de los expertos coinciden en que murió en un puente cercano a la cancillería cuando intentaba huir de los ejércitos soviéticos, otra de las teorías es que escapó, nadie sabe cómo, ni nadie sabe dónde y una última, no la más probable, pero sí que sería la más interesante y que no me he podido resistir a adoptar es que era un agente de los rusos. De hecho Canaris, el director de la Abwher, los servicios secretos alemanes y Ghelen, el jefe de contrainteligencia en el Frente Oriental, estaban convencidos de ello, aunque también participaron en la operación Walkiria con lo que no se sabe hasta qué punto son verídicos esos informes y no una maniobra más para desestabilizar el régimen.