El Roast de Adolf Hitler 10

10. Traidor.

10. Traidor

El coronel aparece ante los focos caminando con paso marcial. Su elegancia y sus actitudes desenvueltas levantan un suspiro entre la audiencia femenina. Hasta el parche que cubre su ojo izquierdo y la mano de pega aumentan su atractivo dándole un aura de misterio a su persona. Él, sin embargo, aparentemente ignorante de la admiración que genera, se acerca al estrado y comienza su discurso sin dilación.

—No me imagino el suspiro de alivio que soltó el mundo cuando cada uno de mis egregios colegas aquí presentes la diño. Probablemente tenemos reunida la mayor colección de asesinos de los que la humanidad haya sido testigo. Empezando por ese cabrón ruso. —dice señalando a Stalin— La verdad es que la única razón para unirme a esta panda, al menos por un tiempo, es porque tú me parecías más peligroso que el mismo Adolf. El caso es que huí de las brasas para caer en el fuego. Con vosotros dos era como jugar a la ruleta rusa con todas las balas en el tambor. El resultado es siempre el mismo.

—Y yo, iluso de mí, creí que matándote lograría arreglar algo. —dice volviéndose por un instante hacia el Fhürer— Ahora, viendo la pandilla de sádicos que había dispuestos a coger el relevo de la bestialidad veo que mis planes, aunque hubiesen tenido éxito, no hubiesen logrado cambiar nada, ¿Verdad, Heinrich?

—Y en cuanto a ti, Adolf... —dice Claus volviéndose hacia el Führer de nuevo— ¡Por fin! ¡Ya estás muerto! ¡Joder! Por un momento creí que no había manera de acabar contigo. —exclama el coronel con un sonoro golpe de su mano de pega en el atril— Era realmente frustrante ver como sobrevivías atentado tras atentado, conspiración tras conspiración. Solo Stalin, enviando millones de personas al matadero consiguió lo que yo y otros muchos estuvimos a punto de hacer y por un destino caprichoso no logramos. Dicen que yo fui el que estuvo más cerca y supongo que por eso estoy aquí en representación de todos los que te hemos odiado cordialmente. ¡Hay que joderse lo poco que faltó!  La culpa fue del maldito gilipollas de Brandt, que empujó el maletín con la bomba detrás de las gruesas patas de la mesa para poder estirar sus pezuñas de forma que la gruesa madera absorbió la mayor parte del impacto de la explosión.

—Si ese hubiese sido el único intento puede que lo hubiese achacado a la suerte, pero es que fueron cuarenta y dos tentativas y lo más que pudimos conseguir es que no pudieses escuchar a Wagner durante un par de semanas.

En ese momento Stauffenberg se gira y mira a Hitler. No es una mirada de odio ni de furia, sino esa mierda derrotista que no había dejado de observar desde que sus ejércitos se perdieron en la inmensidad de las estepas rusas. El Führer le devuelve una mirada de asco y desprecio que el coronel se limita a responder con una sonrisa torcida.

—Lo creáis o no, fueron cuarenta y dos. Sí, señoras y señores, cuarenta y dos atentados. Algunos tan sonados como el de la cervecería de Múnich, con el que estoy totalmente en desacuerdo. Odio que se despilfarre la cerveza. También intentamos matarte en vuelo pero eras tan rácano con la calefacción que nuestras bombas se congelaban en tu Focke-Wulf y se negaban a explotar. Llegó un momento que hasta intentamos el atentado suicida. No te sorprendas. En aquel mundo de terror continuo había voluntarios de sobra para abandonarlo con elegancia pirotécnica, pero tu guardia de las SS te tenía tanto cariño que apenas dejaba espacio para que nos acercáramos. Si supiesen que más tarde, iban a acabar muertos por tu culpa, quizás no te habrían abrazado tan estrechamente.

—Por otra parte, jamás he entendido la histeria colectiva que generaste. Yo nunca me fie de ti. Me parecías un tipo que se tenía por un genio y si de algo estoy seguro es que nunca has tenido puta idea de lo que estabas haciendo. Creo sinceramente que te equivocaste al elegir tu carrera como artista. Con ese bigote ridículo podrías rivalizar con Charlot y tus gestos se adelantaron varios decenios a los de Jerry Lewis o Jim Carrey, unos tipos geniales y reconocidos en todo el mundo. Al igual que ahora, hubieses conseguido que todo el mundo se hubiese reído de ti sin necesidad de matar a sesenta millones de personas.

—En fin, sea como sea, no puedo evitar pensar en que Dios tiene un retorcido sentido del humor. Salvar a un tipo tan despreciable como tú repetidamente me hace dudar si lo que hay arriba en vez del cielo es una especie de manicomio con uno más de los internos al mando. Para la iglesia es una verdadera suerte que los destinos del señor sean insondables, porque de no ser así se verían en un problema de cojones para intentar explicar todo esto.

—No puedo terminar esta breve intervención sin explicar cómo llegué a la conclusión de que este señor debía morir; Yo, como todo oficial prusiano, como, respiro y cago el reglamento. Para mí no hay mayor traición que desobedecer las órdenes...

Hitler ya sabe lo que va a escuchar. La misma mierda autocompasiva de siempre. Profundamente irritado retira la vista de ese hijoputa descarado y se tropieza con la figura de Keitel y de Paulus asintiendo como gallinas a las palabras del coronel... Con la de balas que se desperdiciaron en la guerra... ¿Por qué no un par de ellas podían haber acabado alojadas en las cabezas de esos dos cerdos traidores? De nuevo las palabras de aquel jodido tullido volvieron a llamar su atención.

—Como todos lo acepté, aunque con reservas. No mentiré diciendo que no aplaudí como un colegial cuando empezaste a dotar al ejército con los más modernos juguetitos, pero cuando empezaste a ocupar países ya vi que estabas mal de la cabeza. Aun así no me rebelé, ¿De qué serviría contigo en la cumbre de tu poder? Así que esperé porque sabía que tarde o temprano te la pegarías y te caerías con todo el equipo. Y ocurrió en Stalingrado. Te la pegaste bien y en Kursk enterramos cualquier posibilidad de doblegar a los rusos. La granizada de bombas que nos enviaban los americanos de día y lo ingleses de noche, tampoco ayudaban y la gente empezó a darse cuenta de que eras un inútil disfrazado de genio militar. Fue entonces cuando pude empezar a captar descontentos; unos convencidos de que había que acabar con aquella degollina y otros simplemente intentando salvar el culo.  Lo intentamos varias veces hasta que ya harto me jugué e todo por el todo. Organicé la operación Walkiria y ya sabéis como terminó todo. —dice el coronel mostrando la cuerda de piano y el estrecho surco que había hecho en su cuello.

—Sabía que el golpe no tenía muchas posibilidades y aun así lo intenté. Por eso me jode especialmente que me llamases cobarde. Puedo aceptar lo de traidor y asesino, pero nunca cobarde y menos de la boca del hombre que convirtió a millones de personas en cenizas teniendo especial cuidado en no firmar ningún documento que pudiese incriminarle. Pues entérate, gilipollas. Por mucho que hayas intentado borrar tus huellas, afortunadamente todo el mundo sabe el tipo de sabandija asquerosa que eres.

—Sé que me llamarás perdedor, perro traidor y cosas peores. —continúa volviéndose hacía el invitado estelar de la noche— Pero de lo único de lo que me arrepiento es de no haberte pegado un tiro cuando aun eras solo un borracho más que mascullaba insultos contra los judíos en tabernas tan pringosas como vacías.

Dando por terminado el discurso, Stauffenberg recoge sus papeles, se estira el uniforme y le enseña la mano artificial a Hitler. Con la mano que le queda dobla todos los dedos del postizo excepto el corazón y lo levanta abandonando el estrado con un sonoro "¡Estás muerto! ¡Qué te jodan!

—Bonito este último gesto. —dice apareciendo Sammy ante los focos de nuevo— Me atrevo a decir que no es el único que está de acuerdo contigo. ¡Vamos chicos, no seáis tímidos!

Poco a poco todos los presentes levantan el brazo en dirección a Adolf que impertérrito observa con desprecio como esa multitud de segundones le hacen la peineta.

—Perfecto, ya veo que casi sois tan buenos como el publico de Ahora Caigo. Pero dejémonos de tonterías. El final de este programa se acerca y es el momento de presentar a nuestro último invitado. Con ustedes el delfín de Hitler, tan atractivo como cruel. El cabecilla de la conferencia de Wannsee * . Al eliminarlo, los checos hicieron un favor a la humanidad. Con ustedes, el perro de presa de Hitler, el inefable Reindhaaaard Heydriiiich.


Conferencia en la que los principales jerarcas nazis decidieron la solución final para el pueblo judío.

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