El rincón del placer (II)
Después de una experiencia alucinante en el autobús y todavía caliente recordándola, la joven de nuestro relato se mete en la bañera, masturbándose con fruición.
Por fin estaba en casa, pensé mientras apoyaba mi espalda en la puerta de entrada cerrándola con mi cuerpo. Sonreí al recordar el episodio vivido en el autobús, y el recuerdo erizó los vellos de mi nuca. En ese inusitado trayecto había comprobado en propia piel que los atascos no siempre resultan tediosos.
Me descalcé de una manera casi mecánica mientras rememoraba todo lo acontecido, y recogiendo los zapatos del suelo me separé de la puerta y avancé por el pasillo en dirección al dormitorio. Una vez allí, deposité los zapatos en el armario y la mochila encima de la cama.
Encendí la lamparilla de la mesita de noche y volviéndome hacia el espejo de cuerpo entero que había en un rincón, estudié con detenimiento mi aspecto, Ciertamente nada en él delataba que acababa de tener una de las mejores experiencias sexuales de mi vida. Me desnudé lentamente contemplando mi silueta suavemente contorneada por la tenue luz que tenía a mi espalda. Chaqueta, falda y blusa fueron cayendo al suelo conforme me iba despojando de ellas. La imagen de mi cuerpo desnudo en el espejo me satisfizo, me gustaba su delgadez no carente de curvas, y el erótico mensaje subliminal que éstas parecían transmitir entre el personal masculino. Después de unos instantes más en los que realicé varios giros para observarme desde diferentes ángulos, me dirigí al baño y sentándome en el borde de la bañera abrí la llaves del agua fría y caliente. Regulé la temperatura para que brotase templada del grifo y entonces coloqué el tapón. A continuación cogí un tarro de cristal que contenía sales de baño y un bote de gel espumoso con aroma de vainilla y esparcí en el agua parte del contenido de cada uno. Ahora sólo tenía que esperar a que se llenase lo suficiente para sumergirme en el agua, así que me levanté y salí en dirección a la cocina para servirme una copa de vino. Mi plan para esa tarde de jueves era darme un baño relajante mientras disfrutaba del vino. Más tarde me prepararía algo para cenar y consultaría mi correo electrónico, pero lo primero era el baño.
Cogí una botella de Rioja reserva del 94 que había adquirido hacía dos semanas en una coqueta tienda especializada en delicatessen que solía frecuentar. - Excelente cosecha, señorita- había comentado el dependiente, añadiendo que se trataba de un vino elegante, casi noble. La descorché y me serví algo más de media copa y tras deleitarme unos segundos con el suave aroma del vino, acerqué la copa a mis labios y di un pequeño sorbo. Ciertamente el sabor era aterciopelado y cálido, resultaría perfecto como complemento de cualquier velada íntima con una compañía especial. Guardé la botella y con la copa en la mano volví al cuarto de baño. El agua llenaba ya buena parte de la bañera, así que deposité la copa en el borde y cerré los grifos. Acaricié la superficie del agua y comprobé que la temperatura era la adecuada. Sin pensarlo dos veces me introduje en la bañera que me recibió con un líquido abrazo, cálido y perfumado. Apoyé la espalda en uno de los extremos de la bañera con el agua a la altura de los hombros, cerré los ojos y me dejé embriagar por el delicado aroma a vainilla del agua. Recordé el vino y cogiendo la copa tome un trago, volviendo a pensar que era delicioso. Di dos tragos más antes de dejar la copa de nuevo. Poco a poco, la combinación de la tibieza del agua en el exterior de mi cuerpo, con el calor que el vino estaba transmitiendo a mi interior actuó como resorte para que mi mente empezará a rememorar lo acontecido en el autobús. Empecé a acariciar mi cuerpo, primero el torso, muy suavemente, rozando apenas las tetas, descendiendo hacia el vientre, y saltando hacia la cara externa de los muslos. Pasé varias veces las manos arriba y debajo de los muslos desviándolas hacia el centro a cada pasada. Cuando ya mis manos se deslizaban por el interior de los muslos separé las piernas y las apoyé en los laterales de la bañera. Continué acariciando ambos muslos rozando ligeramente mi conejito cada vez que mis manos se acercaban a la entrepierna. El roce discontinuo de mis dedos en mi coñito estaba despertando su pequeña perlita, que muy pronto exigiría su ración de mimo.
Finalmente, posé la palma de la mano derecha sobre la vulva y llevé la izquierda a mis tetas acariciando primero y después frotando y estrujando alternativamente una y otra cada vez más fuerte. Aún notaba mi vagina ligeramente dilatada por la intrusión de la verga del desconocido en el autobús, y la caliente leche alojada en el cálido refugio. También tenía la sensación de tenerla aún clavada que habitualmente experimento después de haber mantenido relaciones sexuales con penetración. Esa sensación siempre me ha resultado muy excitante y en ese momento, con una de mis manos ejerciendo una suave presión sobre mi sexo, la otra masajeando mis tetas y la idea de tener el coñito lleno de leche, era lo que necesitaba para terminar de encenderme.
Coloqué la mano abarcando ambos labios mayores y situé los dedos corazón y anular entre los labios menores, con los extremos apoyados sobre la entrada de mi chumino. Entonces inicié un movimiento cadencioso hacia arriba y abajo desplazando mis labios mayores junto con la mano, de modo que estimulaba mi clítoris indirectamente por encima de ellos mientras que los dedos que estaban entre los labios menores frotaban la sensible mucosa. Empecé a combinar el movimiento arriba y debajo de la mano con movimientos adelante y atrás de los dos dedos de modo que presionaban de manera intermitente la boca de mi coñito. Mi corazón latía ya con fuerza y mi respiración se transformaba en gemido a cada espiración. Podía sentir cómo mi perlita se alzaba ya exultante por debajo de mis labios mayores, y cómo mis labios menores se hinchaban y separaban abriendo aún más la flor de mi coñito. Sabía que si incrementaba el ritmo de frotación llegaría pronto al orgasmo, así que fui aumentando la velocidad hasta que empecé a percibir cómo una descarga eléctrica se desencadenaba en mi clítoris, se dirigía veloz a mi espina dorsal y desde allí se expandía por todo mi ser. Apreté fuertemente la mano contra mi sexo cuando mi cuerpo se tensó por una fracción de segundo para explotar a continuación en una sucesión de contracciones de mi útero, de mi vagina y de mis orificios delantero y trasero. Contracciones que se sucedieron vertiginosamente en un principio y que progresivamente se fueron espaciando unas de otras, hasta convertirse en un leve palpitar que agitaba mi cuerpo con pequeñas sacudidas de mi pelvis.
Recuerdo que me sumergí en un estado de sopor con las piernas todavía separadas, los brazos cayendo flácidos a ambos lados de mi cuerpo y las manos descansando sobre el monte de venus. Minutos más tarde me incorporé despacio y tomando la copa la alcé hacia el cielo: qué menos que un brindis por una jornada doblemente satisfactoria. Sonreí y acerqué la copa a mis labios apurándola de un solo trago. ¡Uhmmm, realmente delicioso este vino!.
By Venus