El reyezuelo
En mi pequeño reino, he intentado disfrutar al máximo del placer.
El reyezuelo
En mi pequeño reino, he intentado disfrutar al máximo del placer.
En mi pequeño reino, este que herede sin demasiadas luchas fraticidas, he intentado disfrutar al máximo de todo lo bello, la búsqueda del placer fue uno de los pilares básicos que se me imbuyeron por los viejos sabios a los que se me encomendó mi educación.
Ya desde mi infancia hasta mi pubertad, estuve rodeado por las mujeres del serrallo, no se si mi madre me dio un especial cariño, pero yo me sentía amado por todas aquellas odaliscas, jóvenes, maduras y ancianas que formaban el harén de mi padre. Me mimaban, me acariciaban, me tocaban, e incluso cuando ya fui alcanzando una cierta edad jugaban a excitar mi cuerpo con sus lenguas y dedos.
Entonces fui separado de este paraíso, para caer en un mundo más real pero no menos interesante, máxime cuando desde mi acomodada posición no tenía grandes preocupaciones vitales. Como ya os decía, mis instructores aparte de hacerme aprender las habituales retahílas de oraciones, leyes y máximas tuvieron el buen gusto de fomentar en mi la búsqueda del placer. Fui desvirgado a la par que desvirgaba a una pequeña doncella. Una mujer de exuberantes pechos y tatuados brazos me sirvió de guía en esta primera lid, indicándome las posturas correctas y ayudando a someter a la casi impúber muchacha, aún recuerdo como mi viejo tutor sonreía complacido al ver mis progresos en este campo.
Como yo en principio no estaba destinado a ser soberano, mi educación siguió centrándose en la música, las artes y en todo lo exquisito, donde alcancé gran veteranía y maneras duchas. Mientras mis hermanos mayores fueron cayendo en las contiendas con los reinos vecinos o en lejanas aventuras ultramarinas, e incluso en algún caso se dice que victima de los rencores entre miembros de nuestra misma sangre. La consecuencia es que herede esta pequeña taifa, así como los bienes de mis fallecidos parientes, incluidas sus desasistidas esposas, que recibieron gustosas mis desvelso para con ellas.
Desde entonces hace ya casi cincuenta años, durante este tiempo han pasado muchas cosas. El reino ha prosperado, pues aprovechando su situación portuaria, he hecho fomentar el comercio, rebajando las aduanas e impuestos , todo ello ha generado riqueza y que al mismo tiempo, los siempre molestos y ruidosos vecinos, lo único que quieran es que ocasionalmente les rinda tributos. Unas veces se los doy al reino cristiano y en otras al califato, y así voy repartiendo mis favores e ingenuamente se contentan, creyendo ser mis amos.
Todo ello me dejaba tiempo para buscar ese placer, esa sensación tan difícil de hacer durar, cuya única forma de mantener es mediante la actividad constante. Mis concubinas saben bien de mi inquietud en esos aspectos. Conocen como disfruto viéndolas jugar entre ellas, hacer pantomimas, luchas disimuladas, y ver como al final se excitan entre ellas, en ese momento suelo exigir ser complacido, haciendo que sus atenciones se vuelquen hacia mi. No se me debe considerar como un egoísta que busca únicamente el placer solitario, también procuro que quién me haga gozar goce al tiempo, por ejemplo mis hembras disfrutan cuando las hago yacer en un pequeño aljibe lleno de almíbar y dátiles, luego las limpio con mi lengua y las de sus compañeras, y no os narro otras experiencias culinarias al respecto pues sería muy procelosas su narración.
Tampoco me gusta mandar a mis hijas a complacer a otros soberanos o señores, las conservo bajo mi tutela y me gusta iniciarlas yo mismo en las artes amatorias en los momentos adecuados, de hecho ya he educado al respecto a varias de mis nietas, lo cual me llena de satisfacción y obviamente placer.
Cuando alguna de mis mujeres ya no me proporciona por lo que sea suficiente goce carnal, ya sea por la edad, hastío o simplemente mi capricho, procuro que tengan un retiro digno, y además muchas de ellas son magnificas narradoras, tañedoras de instrumentos o perfumadoras, con lo que siguen teniendo mi aprecio y mi consideración, aunque no mi cuerpo, siempre ansioso de nuevas metas.
En esa búsqueda de placeres algunos relatos me sugirieron el probar el vicio nefando, para ello hice que un esclavo nubio recién adquirido me penetrase. El ignorante bruto se resistía y tuve que convencerle y animarle con la promesa de que podría gozar después con algunas de mis mujeres, de hecho para que su miembro adquiriera la consistencia adecuada dos de mis más veteranas servidoras tuvieron que emplear sus hábiles bocas. La experiencia no me gusto, y aunque a lo mejor en la repetición esta la perfección, decidí que ese no era un buen camino. Cuando mande degollar a mi atribulado profanador el pobre aun creía que iba a obtener su recompensa.
En otro momento disfrute con las pequeñas mujeres de las regiones fronterizas de la lejana meseta de Lang, ya había buscado y encontrado el placer con mujeres de diversas razas, pero aquellas hembras de ojos rasgados, caras de color ceniza, y pechos pequeños eran especiales. Les gustaba o al menos lo aparentaban, cuando sin refinamientos las montabas, les hendías las uñas en sus carnes o gruñían medio sofocadas bajo almohadones cuando mi miembro las entraba a contra natura, pues ese aspecto del vicio anal si que me placía. Esta sensación de dominio junto con el mero gozo corporal era una de mis mayores diversiones. De hecho en ocasiones ni siquiera realizaba el acto reproductor y simplemente disfrutaba realizando mis excretas sobre esas exóticas mujeres, casi anónimas, pues se parecían entre sí de forma sorprendente. A veces ni siquiera notaba cuando mis eunucos las reemplazaban y traían nuevas amantes, recién llegadas del mercado de esclavas.
Algunas veces y siempre en busca de ese difícil objetivo, superar al placer anteriormente obtenido, me he disfrazado de mendigo, y he vagado por las calles, he pagado a los dueños de las casas donde las rameras ruines del puerto se acuestan con los marineros recién llegados. Espiarles y ver como se retuercen en su inmundicia también fue un pasatiempo más de esta búsqueda procelosa, casi me producía el mismo gozo que cuando mis sementales montan nerviosos a mis blancas yeguas. De hecho alguna vez hice traer a algunas de estas viles mujeres para que me sirvieran al tiempo que vigilaba como se cubría mi ganado. En esas ocasiones siempre alguna de mis mujeres me recriminaba mi mal gusto al traer aquellas sucias hembras, ello me daba ocasión para obligar a dicha esposa a participar en toscos juegos con la degenerada puta.
Últimamente estoy preocupado, sigo obsesionado por refinar mi gusto, pero al tiempo mis instintos son cada vez mas brutales, además mi cuerpo ya empieza a notar el paso de los años, ha trabajado mucho, se ha vaciado tantas veces, ha gozado tanto que incluso algún puritano diría que esa es la causa de su declive. He mandado llamar a un anciano médico persa, que hermosas las mujeres persas por cierto. Este tras reconocerme, e incluso introducir uno de sus dedos por el más innoble de mis orificios, ha dictaminado que padezco la inflamación de no se cual glándula de extraño funcionamiento y peculiar localización, me ha indicado que la posible solución sería extirparme los testículos. Me he echado a reír con grandes carcajadas, para alivio del docto viejo, y piadosamente he dispuesto que el verdugo le corte la lengua así como su inquisitivo dedo.
No se puede luchar contra la fatalidad, pero al destino también se puede ayudar, si mi declive es irremediable no pienso aceptarlo y ver como todo lo que he logrado se derrumba, el recordar no basta, el placer pasado es placer huido y ya nunca más se repite. He mandado llamar a mi última adquisición una pequeña joven de pelo moreno, me recuerda tanto a la primera mujer, casi niña, que penetre. Le he mandado masturbarme, ella se esfuerza, con sus manos, con su boca, con sus bellos senos de pequeños pezones, todo lo intenta con tal de complacerme, yo mientras ajeno a sus afanes me voy relajando, el efecto del brebaje se va notando, el jugo de numerosas adormideras suficientemente endulzado me llevará fuera de este mundo. Creo que he sido en general y para mi época un buen hombre, espero que en el más allá, en ese paraíso que me espera, la búsqueda de los placeres, esa búsqueda que tanto me angustia tenga un fin.