El Rey (1)

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EL REY (1)

HETERO-DOMINACIÓN-MADUROAJOVEN-VOYEUR

Como miembro del equipo de funcionarios de vuesa merced he tenido siempre el placer de satisfacer los más altos deseos de nuestro gran rey. Sin embargo, a fecha de hoy no puedo disimular la zozobra que me ha causado el saberme traidor a mi rey, al espiarle en su más estricta intimidad. Revisando los almanaques de seguridad me cercioré de que la torre Sexta precisaba de una presta revisión, y cuál fue mi sorpresa al hallar un pasadizo del que se hablaba cuando era joven, en los tiempos del padre de nuestro augusto monarca, y que conducía a cierta antecámara secreta desde la cual  podían gozar los más regios invitados del monarca de los placeres visuales producidos por las fecundas orgías de nuestro fenecido rey, sin que éstos mismos pudieran ser vistos, lo cual alimentaba el morbo de todos los asistentes.

Una vez recorrida la antecámara me coloqué delante del falso espejo, extrañamente limpio ya que se suponía esta sala abandonada, y cuando ya me disponía a abandonar el recinto un ruido proveniente de la cámara que yo observaba me conturbó. La puerta de la habitación se abrió y se iluminó la habitación, hasta entonces a oscuras, facilitando a mis cansados ojos de escribiente el atisbar todos los rincones. La sala estaba aún más limpia si cabe, y la presidía una gigantesca cama negra de sábanas blancas, con cintas negras en sus patas. También era imponente cierto material destinado a torturas, como un potro, látigos colgados de las paredes y candelabros cuyo fin no acertaba a discernir. Además, había otros enseres y estanterías con tarros repletos de una sustancia oleosa.

Pero aquí no acabaron mis sorpresas, ya que he aquí que en la sala entraron mi augusto rey y una joven campesina. Nuestro rey es un hombre ya maduro, pasada la cincuentena, pero con una dignidad y una hombría que ya la querrían para sí muchos jovencitos. Ningún pelo se le había caído de la testa, aunque ahora se había poblado de abundantes canas que dulcificaban el rostro barbudo, masculino, los acerados ojos. En cuanto a la muchacha, era una hermosa doncella de cámara que cayó al suelo cuando fue golpeada por el rey con su puño. Antes de que pudiera sorprenderme, la voz de nuestro rey tronó:

-¿Y ahora, qué, puta? ¿Vas a estar más tranquila o tengo que partirte la cara, hija de puta?

La muchacha alzó el inmaculado rostro, la cofia rodaba por el suelo. El puñetazo había desgarrado sus carnosos labios y la sangre manaba de la herida.

-Por favor, mi señor, tenga compasión de mí- la pobrecita lloraba.

Mi señor se enfureció:

-¿¡Que tenga qué!? Tú a mí no me puedes mandar nada, sucia ramera, soy yo el que manda, y más te vale aprenderlo rápido, esclava de mierda.

De nuevo la abofeteó y ella se desplomó sobre el suelo, llorando. Me fijé más en ella; aun golpeada era hermosa: su rostro era el de un ángel con sus ojos verdes y sus cabellos dorados. Los labios, que antes de ser morados a golpes debieron ser carnosos y las finas facciones casi me inspiraron pena ante lo que habría de soportar la joven a continuación.

-Desnúdate, puta.

La chica no se movió, creyendo que así nuestro rey no se percataría de su presencia; toqué el cristal, casi no me atrevía a respirar.

-Desnúdate, puta.

-Mi señor, yo- suplicaba desde el suelo, cuando una patada la dobló.

-Primero de todo, puta: yo no soy nada tuyo, así que nada de "mi" señor. Segundo, zorra: tú sólo eres un puto objeto mío: me da igual que te golpeen, que te follen, que te abran el culo en canal; tú no te quieres, tú no te amas, sólo yo amo. Tú eres una jodida esclava de mi posesión destinada al dolor, y yo soy el amo. Y así me deberás llamar a partir de ahora: "Amo". Y tercero, jodida esclava: más te vale obedecerme cuando te dé una orden. Te advierto que no soy paciente.

La chica tembló, mas se levantó. Comenzó a desprenderse de sus ropas hasta quedar desnuda: sus pechos, mmmh, eran deliciosos, del tamaño justo, quizás un poco gordos, pero muy duritos, y con las areolas morenas y los pezones erectos. La silueta era fina, sus cabellos rozaban la punta de sus nalgas respingonas, su conejo estaba poblado de cabello dorado y frondoso. Mi rey miró aquel montón de vello crespo delicioso e introdujo su mano en él. La esclava dio un respingo, pero se dejó hacer. La madura mano, grande y nervuda se introdujo por el chochete joven, tierno, jugoso, abriéndolo y observando los rosados labios, húmedos. Jugueteó con su clítoris y la esclava suspiró:

-Te gusta, ¿verdad, zorra?

-Sí, amo.

Después de esto, las manos de él inspeccionaron las tetas, que se le ofrecían sin mácula alguna, tiraba de sus pezones hasta dañarla, los pellizcaba y les daba pequeños golpes hasta erectarlos.

-¡Ahora date la vuelta, puta!

La esclava se volvió a trompicones hacia la cama. Nuestro rey golpeó su espalda con el codo y se centró en su culo, que abrió y en el cual metió un dedo sin problemas. El ojete también era rosado y apenas tenía pelos.

-Veo que no eres virgen de atrás, so puta.

-Perdone, amo, pero no quería perder mi virginidad.

-Nadie te ha pedido explicaciones, so zorra- cortó mientras le daba un puñetazo en su culo-. Quédate así.

Mi rey se desnudó. Se quitó los pantalones de caftán y desgarró su camisa de seda, aunque se quedó con su rojo manto real. Entonces pude admirar el cuerpo de nuestro rey. Mucho más musculoso que yo, recio y velludo, de su pubis moreno emergía la verga más grande que yo hubiera visto larga y gorda como ninguna otra.

-Date la vuelta, esclava y mira lo que te espera.

La esclava así lo hizo y su mirada denotó un claro terror. La polla del rey medía más de 20 cm y el grosor era casi como el de mi muñeca.

-Amo, no me va a caber.

-¿Crees que eso me importa, sucia zorra esclava?

La abofeteó una vez más, pero en vez de dejarla caer, estrelló sus labios contra los de la muchacha y los morreó groseramente, sorbiéndolos y chupándolos, introduciendo su gruesa lengua, restregándola contra el rostro de la esclava, mordiendo los labios sumisos hasta que un pedazo de ellos fue arrancado en un último paroxismo violento.

-¿Te gusta, puta?

-Sí, Amo- los ojos de la esclava brillaban con una extraña luz interior.

-Así os pasa a todas… mucho os quejáis al principio, pero luego cuando la polla aprieta- se sobó el sexo en toda su longitud- el culo se os hace todo zalamerías y prisas.

La tomó de los pezones y tiró de ellos, hasta que la muchacha gritó de dolor, y por extraño que parezca me sentí excitado con la imagen de mi macho rey torturando a una puta impertinente esclava. Mi pequeña polla se endureció y procedí a desabrocharme la bragueta. Mi polla chorreaba precum. Mientras la tironeaba y la atormentaba, nuestro rey besó a la muchacha como la vez anterior y le dio un chupetón a su rostro, plagándolo aún más de cardenales.

-Mira lo que tengo, aquí, pequeña puta- señaló su erguido rabo-. ¿Adivinas quién me la va a chupar?

-Amo, no me va a caber…

-¡Vamos, zorra!

La empujó hasta sus caderas viriles y allí la muchacha dubitó un instante. Y justo cuando la niña comenzaba a decidirse, nuestro rey abrió con su mano derecha la mandíbula y con la zurda le hizo inhalar un líquido que venía en un frasquito oculto en su manto real. Después, con la mandíbula mucho más laxa pero aún sujeta, empujó con su mano izquierda la cabeza de la muchacha hasta que ésta se tragó toda la enorme polla hasta la empuñadura. Los vellos le debían de hacer cosquillas en el paladar y él dirigía sus movimientos con las dos manos poderosas:

-La quiero sin mordisquitos, ¿lo has entendido?

La muchacha no podía decir nada pero emitió un débil gorgoteo. Poco a poco, la chica se acostumbró al calibre de la polla y comenzó a cerrar los ojos con una sonrisa de placer al sentirse sometida por un macho tan impresionante. Mis manos sacaron mi polla de su guarida y comenzaron a frotarla, manchándose por todo el precum. La niña debió de oír los gemidos de placer que de mi boca llegaban a salir, aun a riesgo de las consecuencias que pudiera tener el que mi rey supiera que allí les espiaba yo, porque reaccionó igual que yo, usó una de sus manos para acariciar el chochete rubio y rosado, el clítoris duro como una piedra.

-Qué bien la chupas, puta- murmuró mi rey-. Y cómo la gozas, perra.

De pronto advirtió nuestro rey la masturbación de la doncella, quizás al llegar a sus fosas nasales el olor del esplendido conejo que allí mismo a sus pies se estaba cocinando y atronó a la esclava:

-¡Zorraaaaaa! ¡Sólo te correrás cuando yo diga! Vamos a darte un castigo.

La arrastró de los cabellos a pesar de los gritos de piedad de la esclava y la ató al potro de la habitación. Después escogió uno de los látigos que colgaban de la pared y comenzó a golpearla furioso. El látigo desgarraba la tierna piel y la sangre manaba de las heridas. La esclava no podía chillar y debía llevar la cuenta de los latigazos que recibía, so pena de retomar el castigo desde el inicio. La sangre de la esclava era tan roja como el manto real de nuestro rey, cada uno ungido por su estamento: el del poder frente al de la sumisión. Cuando la esclava contó treinta, el rey la desató y la tumbó en el suelo.

-Tú no mancharás mi cama.

La esclava resopló cansada, pero en cierto modo satisfecha. Yo me encontraba al borde del orgasmo porque aquellos hilillos de sangre se enredaban alrededor de sus pezones hendidos, del sexo más húmedo que nunca, de la boca rota, pero aún voluptuosa. Nuestro rey se dirigió a uno de los armarios y sacó un taro lleno de sustancia oleosa, supongo que lubricante.

-Me la suda si te hace daño o no, pero no quiero que me dejes el cipote hecho unos zorros. ¿Verdad que a ti tampoco te gustaría?

-No, Amo.

Nuestro rey colocó a la putita en cuatro, separó sus tersas nalgas y se untó su enorme polla con el óleo. Cuando ya estuvo suficientemente lubricado, penetró brutalmente a la esclava, sujetando sus caderas para que no huyera, jodiéndola tan rápido como podía, destrozándole el ojete y abriéndoselo más allá de lo que nunca se lo hubieran follado. Cuando la polla ya estuvo metida y la esclava no podría zafarse de ella, el rey recogió del suelo una pala, de las que utilizan los niños para jugar y comenzó a azotar a la esclava. Esta chillaba de dolor y placer y yo pronto me corrí, manchando el falso espejo con unas cuantas gotas de mi leche, que me apresuré a beber como homenaje a nuestro rey.

-Bravo, jaquita, rebuzna jaquita- se reía mi gran rey. La chica comenzó a chillar, aunque más bien parecía un rebuzno.

De pronto, mi rey se paró en seco, tomó a la esclava en el aire y la tiró de nuevo contra el suelo, mas esta vez boca arriba. Tomó de una de las paredes un gran consolador negro y se lo introdujo por el culo a la esclava de una sola estocada.

-Aguántalo, putita- la sangre provocada por el desgarro anal causado por la enorme tranca de mi rey contribuyó a que el consolador entrara.

Cuando ya estuvo introducido le colocó un tope para que no se saliera, abrió las piernas de la esclava al límite y se la metió por el coño de una estocada, reventando virginidad y dignidad de un solo pollazo. Mi rey era un maestro en esto del follar. Aguantaba numerosas estocadas a un gran ritmo y la muchacha olvidaba todas las desdichas al paso de esa gran polla, que, eso sí, la estaba destrozando sin piedad. Finalmente, el rey la descabalgó y la agarró de sus cabellos para correrse gloriosamente en su cara. Los espumarajos del semen salían a tal presión que cegaban los ojos de la esclava, la cual se afanaba en beber la mayor cantidad de leche posible.

-Pobrecita, te he manchado- suspiró nuestro rey compungido-. ¿Quieres que haga algo por ti?

-Se lo agradecería, Amo.

-¡Pues toma meada!- gritó él mientras un chorro ambarino salía de su polla y se estrellaba en el rostro de la esclava-. ¡Pero bébetela!-ella obedeció.

Mientras la esclava se regodeaba y descansaba, nuestro rey se vistió. Después no permitió que la esclava se vistiera y la echó a patadas de la cámara.

-Habrá que pedir que la limpien- reflexionó el augusto monarca, refiriéndose a la habitación.

Salieron los dos. Yo salí mucho más tarde, esperando que este insólito descubrimiento me brindara más placeres. Así fue…

(continuará…)

AUTOR: MAJSINGLE82.