El reto
Este cuento es, por supuesto, ficción y a sido realizado pensando en los ávidos lectores que como yo, se estimulan con el sadomasoquismo.
El reto.
Este cuento es, por supuesto, ficción, y ha sido realizado pensando en los ávidos lectores, que como yo, se estimulan con relatos de sadomasoquismo.
Juana era una joven reportera de un pequeño pasquín amarillo de una gran ciudad. Recientemente salida de la escuela de periodismo, había tomado esta primera labor como una especie de enseñanza.
A los dos meses de trabajo, se hallaba ya desilusionada de tanto perseguir a estrellitas de segunda categoría, buscando algún escandalete que informar.
Por su cuenta investigaba alguna historia que sea relevante, para así poder demostrar sus dotes como cronista. Hasta que sin saberlo, se encontró con una historia sensacional.
Cierto galancete de poca monta, bebido, y con ganas de "levantársela", le comentó que los primeros y tercero viernes de cada mes, personajes importantes de la farándula, políticos y gente de enormes recursos económicos, se reunía en un caserón a las afueras de la ciudad para mantener reuniones cuanto menos secretas. No podía darle nombres, solo el de el travesti de moda. Desconocía la ubicación, y todo lo demás.
Ya en su casa, elaboró un plan para seguir dentro de dos días, tercer viernes del mes, a Victoria Oliva, el célebre transformista de la televisión.
Llegada la fecha, a las siete de la tarde, estacionó su coche frente a la vivienda de Victoria y se puso de guardia. Esperó intranquilamente hasta pasadas las diez, cuando una larga y lustrosa limusina negra, paró frente a la puerta. Casi inmediatamente, la "diva" subió a la misma.
Tras treinta minutos de recorrido, salieron hacia una casi escondida carretera rural. Era evidente que no la podría seguir, ya que sin tráfico, las luces de su auto la delatarían de inmediato. Estacionó a la vera del camino, disimulando el coche detrás de unos árboles, juntó coraje y se puso en marcha, a pie, hacia lo desconocido.
En realidad, todo este misterio la asustaba, pero a la vez, la excitaba. Lo que Juana no había calculado, era que no solo Victoria llegaría al lugar, sino también varias personas más. Las luces lejanas de otras limusinas le advertían de su llegada. Muchas veces tuvo que acabar en los altos pastos al borde de la ruta.
Cuando el cansancio y el desánimo la empezaban a embargar, dos potentes luces la cegaron, y sin darse cuenta de lo que pasaba, sintió un fuerte piquete en el costado de su cuerpo, y de inmediato se desmayó.
Cuando despertó, se sintió muy mareada, y las fuertes luces blancas del techo, bailaban sin ton ni son. Al rato, cuanto pudo asentar la vista en un punto fijo, sin que se moviera, pudo rememorar los acontecimientos pasados. Al descubrirse allí, sobre una fría placa de metal, con los pies y las manos atadas, entró en pánico.
No pudo precisar cuanto tiempo tardó en despertar, ni menos cuanto pasó hasta que oyó los cerrojos de una puerta correrse.
Ante ella se presentaron dos individuos, uno vestido con ropas y careta al estilo de los carnavales de Venecia. El otro, con una máscara de cuero negro, pantalón, y dos tiras cruzadas en el pecho, todo del mismo material.
Desátala.- Ordenó el primero. Una vez libre de sus ataduras, solo atinó a frotarse las entumecidas muñecas. Fuera de eso, se encontraba paralizada, mirando al hombre lo la careta blanca.
Has venido a un lugar prohibido, y en mi está la posibilidad de que vivas o mueras. ¿Me comprendes?- La voz de hombre envolvía toda la habitación, y la intimidaba. Con un pequeño gesto de la cabeza asintió.
Necesito que me digas quien eres y que haces aquí. La voz del enmascarado retumbaba el las paredes de concreto.
Mi nombre es Juana Logiudice, y soy reportera del Informador.- respondió con voz apenas audible.
-Así que reportera, eso es malo pata ti. Dime quien te dio las señas de este lugar.-
-Lo siento, pero esa información es secreta.- Dijo con un dejo de desafío.
A una seña de uno, el otro hombre, el cual se había mantenido al margen, con rapidez y una fuerza bestial, la ató nuevamente, sin que Juana pudiera resistirse en lo más mínimo. El primer hombre sacó un estilete muy delgado y pequeño, y con el acarició con exagerada lentitud, los pómulos de Juana.
-Es que yo .- Trató de decir, balbuceando del terror. Con un rápido movimiento de mano, la daga cortó el vestido y el sostén de ella, mas un pequeñísimo fragmento de piel. No sintió dolor alguno, pero al ver se propia sangre en el estilete, desarmó toda su voluntad.
-Me lo dijo Diego Castillo.- comenzó diciendo, contándole luego, con gran lujo de detalles todo lo que recordaba hasta llegar allí.
Sin mediar más palabras, ambos se retiraron cerrando la pesada puerta ras de sí.
Al mucho rato, ambos volvieron y de nuevo la desataron.
-Tienes dos opciones- le dijo con voz muy fría- cuando te liberemos, puedes contar lo que te ha sucedido, lo cual nadie te lo va a creer, y poner tu vida misma en riesgo, o bien puedes escribir el reportaje mas interesante que puedas encontrar, el que solo será leído por nosotros, por el cual te pagaremos una cantidad obscena de dinero. También serás elegida como reportera júnior en diario más importante del país, y con tu figura, podrías tener tu propia columna en algún informativo de la televisión. Puedes ganar mucho, depende de ti, o perder todo.
Azorada, y tratando de comprender todo lo que había escuchado, solo atinó a decir lo primero que le vino a la mente.
-¿Y que clase re reportaje sería ese?
-Si quieres, ya mismo podemos dar una recorrida para que veas el lugar y te explique que hacemos aquí.- Le dijo el hombre extendiéndole la mano.
Salieron de la lúgubre habitación hacia un largo pasillo igualmente sombrío. En el trayecto notó que había varias puertas idénticas como la que por ella había salido. Al final del corredor, subiendo unas altas escaleras, y al atravesar la última puerta, una brillante luz natural iluminaba un enorme salón rectangular, decorado al estilo del medioevo. Caminaron hasta el centro del mismo, y Juana pudo apreciar las paredes revestidas de fina madera, con grandes cuadros de figuras épicas colgando a buena altura. Varios escudos de armas, candelabros por doquier, y una inmensa mesa oval de madera, con capacidad, por lo meno, para cuarenta sillas forradas en terciopelo.
-Aquí se reúnen los socios plenos.- Dijo escuetamente el hombre.
Saliendo por la parta opuesta a la que entraron, se encontraron con otra escalera, amplia y revestida en mármol blanco.
En la parta alta de la mansión solo había innumerables habitaciones.
-Las numeradas del uno al diez contienen los pasos básicos.- Dijo el hombre Las demás son todas habitaciones totalmente equipadas.-
- ¿Para que?- Inquirió ella.
-Para sesiones de sadomasoquismo. Del más liviano al más duro. Esta es la casa más grande del mundo para practicar el mejor, el más puro y el más sofisticado sadomasoquismo.-
La mente de Juana ya razonaba como la de un periodista.
-Quisiera saber más de eso.-
-Pasa por aquí.- Dijo el hombre abriendo la puerta de la sala identificada con el número 1.
La sala contenía solo una gran equis de madera, y algunos armarios cerrados. Al abrirlos, vio una gran colección de látigos y fustas. En otro diversos tipos de consoladores.
-Acuéstate aquí.- Dijo señalando la mesa. Ante la mirada de duda de Juana, el hombre remarcó.
-Solo para demostrarte como funciona. Un tanto intrigada, y a la vez temerosa, Juana se acostó en ella. Sin mediar gesto alguno, el otro hombre la maniató de manos y piernas.
El hombre se acercó a uno de los estantes, sacó una finísima vara de bambú a la que hizo silbar en el aire, se aprestó a descargar el golpe, deteniéndose a solo unos centímetros de los pechos de Juana.
Luego de desatada, y a la vez temblando, con el rostro endurecido por la intimidación que había sufrido, asintió con la cabeza.
-Para ser más gráficos, tendremos una muy pequeña sesión para Ud.- -Trae a la número cinco.-
El otro hombre, el esclavo C, partió a la carrera.
-Contamos con 24 esclavas mujeres y con cinco hombres. Todos están perfectamente educados. Esa cantidad se ha mantenido desde los comienzos, ya hace muchos años.-
-Quisiera saber más de eso.-
-Todo a su preciso momento.-
Llegaron los esclavos. La mujer era una niña aún. No debía de contar más que con unos quince años. De raza negra, de anchos labios y nariz, pequeños pero durísimos senos, y unas amplías caderas.
Al momento mismo de ingresar a la habitación, se echo de rodillas delante del hombre, con ambas manos unidas detrás de la cintura. A un gesto del hombre, el esclavo C izó a la casi niña hasta la gran equis, amarrándola también por la cintura.
Por medio de un dispositivo mecánico, la mesa fue subiendo de un lado, hasta dejar a la esclava en un ángulo de cuarenta y cinco grados, con la cabeza hacia abajo.
El hombre comenzó colocándole dos fuertes pinzas en sus oscuros pezones, unidas ambas por una fina cadena, de la cual colgaba una especie de pesa, con lo cual lograba que los pequeños senos se estiraran descomunalmente hacia la cabeza de ella. Otro par de pinzas, cada una con su respectiva cadena y pesa, fueron colocados en sus labios vaginales, y pasadas por arriba de los muslos, dejadas caer libremente. Esto ofrecía totalmente el interior de la vagina. El gesto de intenso dolor, reflejado en su cara, daba cuenta del suplicio por el que estaba pasando.
El hombre le mostró a Juana un consolador de acero, el cual al girar su base, desprendía una docena de minúsculas púas. Al girar en sentido inverso y desaparecer, lo colocó de golpe dentro del ano de la negrita. Con señas la invitó a ella a ser quien gire el dispositivo, pero ante la pasividad de Juana, y con un brusco girar de su muñeca arrancó un grito estremecedor a la esclava.
-Por favor amito, sáqueme esto, por favor amito, por favor.- Exclamaba suplicante la negrita, en un español forzado.
-Amordázala.- Ordenó.
Luego retiró de los estantes un látigo con mango de madera, del cual partía una lonja muy gruesa y a partir de allí, salían muchos tientos finos de cuero.
Juana no se atrevió a ver la descarga del golpe en la vagina. Solo observó el rostro de la esclavita al recibirlo. Pesadas lágrimas surcaban su cara hasta llegar al ensortijado pelo.
Luego de unos cuarenta latigazos, particularmente en sus senos y vagina, la negrita se desmayó.
El hombre tomó a Juana por el brazo, y sin decir palabra, la condujo nuevamente al salón central.
Sentados en la gran mesa oval, una hermosa mujer rubia, totalmente desnuda los sirvió con té y masas.
-Para poder explicarle algunas cosas, trate de no interrumpirme.- comenzó a decir el hombre. Me conocen como Amo Master, y soy uno de los socios fundadores. Esto lo creamos hace unos quince años, otro tres colegas y yo. Desgraciadamente para mí, hace cinco caí en desgracia económica, por lo cual se me permite vivir aquí. Es mas no podré salir de por vida.
Las reglas de la casa son sus sencillas. Privacidad absoluta. Para admitir a un nuevo socio, este debe ser presentado por tres socios con más de cinco años de antigüedad. Le lo investiga por lo menos unos seis meses, y después se decide en la junta, compuesta por doce miembros, si es admitido o no. Para que tengas idea, las admisiones no llegan a tres al año.
Cada individuo aporta uno cuota de dinero la mes, con la cual se financian todos los gastos del club. Esa es una de mis responsabilidades. Todo el manejo de la mansión recae sobre mí.
Los esclavos son comprados en remotos países. Hay africanos, asiáticos y latinoamericanos. Generalmente vienen con entrenamiento previo, pero aquí los pulimos hasta dejarlos en una sumisión total.
Debo reconocer también que existen tres o cuatro esclavos donados por sus amos.-
-¿Alguna pregunta?-
-Miles, pero la principal es que tengo que hacer yo para ganarme se confianza y poder salir de aquí sin temor.- La voz de Juana sonaba excitada.
-Pequeña, solo yo tengo el don de permitirte salir. Y si te he contado todo esto, es porque confío en tu futura lealtad. Ahora bien, ni siquiera pienses en traicionarnos, porque tenemos la segura posibilidad de dañarte seriamente.- Amenazó el Amo Master. Tu labor consistirá en llegar un detallado registro de las actividades "sociales" del club, y la redacción de una publicación cerrada mensual de las mismas. Por ello tendrás las ventajas que antes te he dicho, mas el plus de poder participar en casi todos los actos de la mansión, sin tener que pagar por ello. Pero primero tendrás que pasar por una pequeña prueba.-
-Que tipo de prueba.- Preguntó Juana.
-Debes demostrarme que estarás a la altura para ser miembro del club.-
-¿Y que debo hacer?
-Tendrás que tener, ahora mismo, una sesión con un esclavo.- Dijo el Amo Master.
-Ahora.- Repitió Juana. Realmente no se esperaba semejante cosa, y por supuesto no se sentía para nada preparada. Master pareció comprender a la muchacha, y le dijo anticipándose a sus pensamientos.
-No será ningún examen, solo quiero saber de tus posibilidades de ser un Ama como corresponde. Solo libera tus impulsos.-
-¿Y si fallo?- comentó.
-Mejor no veamos el lado negativo, tengo realmente confianza en ti.- Dijo Master mientras hacía sonar una pequeña campanilla de plata.
Al instante la misma esclava de antes se presentó ante ellos poniéndose en posición de sumisión.
-Escoge, hombre o mujer.- Apremió la voz de Master.
-Hombre.- Contestó ella por el solo hecho de buscar el sexo opuesto.
-Muy bien.- Asintió Master. Prepara la sala 15 con el esclavo A.- Ordenó, a lo cual la esclava se retiró casi corriendo.
-Ten en cuenta dos cosas, la primera es que no tengas miedo de hacer lo que te plazca. No tienes límites. El esclavo está a tu entera disposición, para tu goce y satisfacción. La segunda, aunque no es obligatoria, es que debes tener algún tipo de relación sexual.-
-¿De que tipo?-
-Del que tu imaginación te obligue.-
Llegada a la habitación numerada con el quince, Master le franqueó la entrada. Era un cuarto realmente grande, lleno de aparatos de tortura extraídos de la edad media. En el centro, un hombre de unos treinta y cinco años totalmente desnudo, se hallaba en posición de sumisión. Recorrió con la visa los diferentes aparatos, pero por temor a equivocarse, eligió unas cadenas con dos abrazaderas de metal que colgaban del techo. Sus manos fueron fijadas por un arnés a los costados del cuerpo.
-Me gustaría colgarlo de aquí.- Le comentó al Amo Master.
-Buena elección.- Comentó este. EL cual procedió a amarrar al esclavo por sus tobillos, izándolo hasta que la cabeza quedó a unos treinta centímetros del suelo. Ella no se esperaba, que lo colgara cabeza abajo, pero pensó que no era mala idea. Ahora no sabía bien como continuar.
Nuevamente Master se adelantó a ella.
-Tienes muchas opciones, ve que encuentras por ahí y usa la imaginación.-
Juana se paró frente a una gran vitrina llena de artículos. Eligió el consolador mas grande de todos y con el se dirigió al esclavo.
-Si vas a usar eso, te recomiendo ponerle un poco de vaselina.- Advirtió Master.
-Perdón.- Expresó ella.
-No importa, ya aprenderás.-
Sin ninguna contemplación, Juana coloco todo lo que pudo su fuera el gigantesco falo de goma en el recto del esclavo y se detuvo a ver el resultado. El mismo no había emitido sonido, pero su cara reflejaba un gran dolor. No comprendiendo el porque, a Juana le gustó lo que veía. .
Tomó una fusta para caballos, y con ella castigó al sumiso. Primero una vez, dos veces. Le gustaba aquello. Probó con toda su fuera, dándole en el abdomen. Decidió no parar hasta arrancarle algún quejido. Habiendo perdido la cantidad de golpes y ya evidenciando una pérdida de aire, se dio por vencida. Observó el trozo de carne suspendido cabeza abajo, y vio múltiples marcas rojas en el cuerpo. Era un espécimen de hombre realmente hermoso. De facciones fuertes y definidas, sumamente alto y musculoso. Y muy negro además, azabache. Y advirtió por primera vez, como signo de masculinidad, su falo erecto. Era impresionante, jamás siquiera imaginó cosa semejante. Y tomó esa erección como un signo de desafío.
Ya no necesitaba que nadie la guie. El reto estaba planteado.