El Retiro

Una joven de un grupo religioso va a un retiro y tiene una experiencia inolvidable.

EL RETIRO

Tenía 15 años y era parte de un grupo de amigos que formábamos un grupo juvenil religioso, dentro de la parroquia a la que asistíamos. Como parte de estas actividades, debíamos participar en un retiro, con motivo de nuestra Confirmación.

Todos éramos jóvenes de ambos sexos, comprendidos entre 14 y 19 años. Para el retiro saldríamos de la parroquia rumbo a una casa de campo, en un bus alquilado para el efecto, a eso de las 9:00 horas de un día sábado, pasaríamos todo el día y la noche en la casa rentada y regresaríamos a la ciudad el domingo por la tarde.

A bordo del bus, una monja morena, de unos 27 años, muy atractiva, llamada sor Mariana, se sentó a mi lado y, durante todo el viaje fuimos conversando muy animadamente. Durante las actividades, prácticamente pasamos todo el día juntas y a la hora de ir a dormir, ella se acercó a mí y con voz muy baja me dijo que me esperaba más tarde en su habitación.

Yo me quedé desconcertada, ya que no esperaba una situación así, ni imaginaba cuál sería el motivo por el que ella requería mi presencia. Sin embargo, me fui a mi habitación y esperé a que todo quedara en silencio. Cuando lo creí prudente fui al cuarto de la monja y toqué a la puerta suavemente. Sor Mariana abrió con premura y me hizo pasar.

La habitación estaba solamente iluminada por la luz de una lámpara en su mesa de noche. Vestía un camisón y, por el ángulo de la luz, podía ver la sombra de su cuerpo dentro de la prenda.

Una vez adentro, me abrazó y me besó con fuego. Yo me quedé de una pieza y ella comenzó a decirme que yo le gustaba mucho y que no podía resistirse al deseo que sentía por mí.

Confieso que yo sentía cierta atracción por las mujeres pero... ¡una monja!

Me tomó en sus brazos y me besó nuevamente. Correspondí a su beso y comenzamos a acariciarnos, cada vez con más pasión. Me llevó hasta la cama y me fue desnudando lentamente, al tiempo que besaba cada porción de mi piel que quedaba libre, dedicando gran atención a mis senos, en pleno desarrollo, cuyos pezones se erguían ya de deseo y pasión.

Poco a poco fue bajando en sus caricias por mi vientre y, finalmente, llegó a mi nido de amor, el cual chupó y mamó haciéndome vibrar de placer y excitación, con cada toque de su lengua sobre mi clítoris. Yo gemía y vibraba de emoción entre sus brazos.

Poco a poco, fui volviéndome, para poder acariciarla yo también. Nos colocamos en posición de 69 y comencé a mamarle su vulva con fuego, con pasión, sintiendo el delicioso olor que manaba de sus entrañas y el vibrante calor que irradiaba de su cuerpo.

Ella me chupaba con dedicación y yo hacía lo propio en su cuerpo. Sor Mariana parecía tener mucha experiencia en las caricias que me prodigaba y yo, la imitaba en cada toque, cada beso, cada lamida.

Entonces, interrumpió su labor. Se levantó, acercándose a su maleta, de donde sacó un objeto que no pude distingruir, porque estaba envuelto en un paño amarillo. Se volvió hacia mí y, desenvolviendo el objeto, me preguntó:

  • ¿Eres virgen?

La pregunta me sorprendió, pero donde realmente quedé de una pieza, fue al ver el objeto en mención: era un consolador grueso, de unos 20 cm de largo.

Yo nunca había tenido relaciones sexuales y sí, era virgen. Respondí con un asentimiento de cabeza y ella, llevándose el pene artificial a los labios, me preguntó:

  • ¿Te gustaría dejar de serlo?

Me quedé silenciosa, sin saber qué contestar. Entonces, en un arranque de deseo, dije:

  • Sí.

Sor Mariana se acercó a mí y comenzó a acariciarme el cuerpo otra vez: mis labios, mis senos, mi vulva. Comenzó a frotar el consolador contra los labios de mi vulva y mi clítoris. El deseo creció en mí. Estaba totalmente mojada y, ella, poco a poco, comenzó a introducir el príapo en mi vagina. Sentí un cosquilleo y un escozor excitante que, de pronto, se transformó en dolor.

Me pidió que me tranquilizara, mientras complementaba las caricias con su lengua y sus labios. Empujó de nuevo con fuerza y, aunque sentí dolor, el consolador penetró. Lo retiró y la cabeza de látex estaba ensangrentada. había dejado de ser virgen.

Lentamente comenzó un movimiento con el príapo, de adentro hacia afuera y viceversa. El dolor fue dando paso al placer y paso a paso, me fui excitando más y más.

Sor Mariana fue acelerando los movimientos y la emoción fue creciendo más y más. Al poco tiempo, ya estaba gimiendo y jadeando de placer. La monja me pidió control, ya que alguien podría escucharnos.

Siguió haciéndolo, más y más rápido, hasta que en medio de un grito de pasión, obtuve mi orgasmo. El primero provocado por otra persona, ya que tenía varios meses masturbándome.

Tras unos instantes de recuperación, cambiamos posiciones. Tomé el consolador en mis manos y comencé a acariciarla con el objeto, a la par que con la otra mano, acariciaba también sus senos o su clítoris. Ella estaba excitada y se iba excitando más y más.

Cuando vi que realmente estaba a punto de caramelo, la penetré con el príapo de látex. Sor Mariana estaba tan caliente y excitada, que en poco tiempo se vino en un orgasmo que la invadió arrollador.

Fue una noche fantástica y maravillosa ya que, antes de regresar a mi habitación, lo hicimos dos veces más: una mediante el 69 y la otra con la frotación de nuestros pubis.

Durante todo el día siguiente no podía quitarme de la mente lo sucedido y deseaba volver a repetir la experiencia. Como el día anterior, estuvimos prácticamente juntas durante todas las actividades. Esperaba que pudiéramos retirarnos juntas al terminar el retiro, pero lamentablemente, al regresar a la ciudad, ya no fue posible, debido a que mis padres llegaron a esperarme. Sin embargo, al momento de despedirse, me entregó un papelito con un número de teléfono.

De más está decir que la llamé y concerté una cita con ella, para ir a visitarla el lunes, a la salida del colegio. Pidió permiso para salir, con algún pretexto y fuimos primero a refaccionar a un restaurante de comida rápida. Ella llevaba un maletín y, mientras yo ordenaba, ella entró al baño. Un rato después, salió cambiada. El hábito religioso, había cedido su lugar a una ropa normal. Se había peinado el corto cabello y lucía un ligero maquillaje. Apenas terminamos de comer, fuimos a un pequeño hotel, que ella parecía conocer muy bien.

Esa ha sido, desde entonces, nuestra rutina frecuente. Sor Mariana me gusta mucho y creo me estoy enamorando de ella. Ojalá algún día encontremos una forma de poder vivir juntas.

Autora: ANASO anaso111@yahoo.com