El retiro (3)
¿que es peor que marginar? marginarte a ti mismo.
Hoy me he despertado como nunca, siento el abrazo maternal de Sor Desiré en mi regazo, habíamos hecho el amor hasta altas horas de la noche, espero que me recompense con un pequeño aumento, aunque se que no será así.
Pero de pronto comprendí que era para darme ánimos con la bici estática, habían cincuenta bicicletas conectadas a sus generadores, durante cuatro horas teníamos que pedalear como si estuviéramos en el giro de Italia para generar la energía que alimenta este monasterio.
Vi a unos hombres desagradables a mi lado, decían que las chicas eran unas estrechas, bueno, es la consecuencia natural de tratarlas como si fueran muñecas hinchables, detrás de mi, había, glups, ese hombre, pelirrojo de complexión atlética fuerte, sus ojos verdes estaban viendo mi indefenso culito ¡socorrooooooooooooooooo!
Delante de mí estaba la chica tristona, siempre me atrajo la atención, no sonreía, se alejaba de la gente, era morena, de pelo corto y negro, ojos marrones, tenia un cuerpo delgado pero proporcionado y un pecho pequeño.
Desde que llegué me fijé en ella, parecía que no quería saber nada de la gente, quería saber que le pasaba, pero oí que el tío de atrás pedaleaba fuerte, me giré y vi esa sonrisa de pillo, parecía que quería alcanzarme, yo acelere mis pedaleos, ¡si! ¡Soy idiota! ¡Una bici estática no se puede mover! Parecía que me perseguía ese tío, todos nos miraban con curiosidad mientras los dos acelerábamos como si quisiéramos alcanzar un tren de alta velocidad.
¡No me siento las piernas! ¡Ese era el pensamiento que tuve cuando terminé la puñetera bici! ¡Cuatro horas en una estúpida persecución imaginaria! ¿Seré supertonto o megatonto? En la cocina todos cocinamos nuestros platos, yo y "mi perseguidor" podíamos repetir ya que habíamos generado más energía que el resto de los participantes juntos, las manos de Sor Desiré me guiaban en ese terreno, pero oímos un grito.
Al girarme, vi a la chica triste, ella se había cortado en un dedo, sangraba poco, pero no permitía acercarse a nadie, limpiaba todo lo que pudo de su sangre y se fue con unas cuantas hortalizas a su habitación.
-¿qué diablos le ocurre? Sor Desiré le pregunté.
-al parecer ella se auto margina, no quiere recibir a nadie, ha expresado su deseo de irse de aquí decía Sor Desiré.
-tendría que hablar con ella le dije.
-no creo que quiera, no abre a nadie decía Sor Desiré preocupada.
Después de la comida, me pasé por la habitación de la chica, toqué la puerta.
-no puedo recibir a nadie, lo siento decía la chica entre sollozos.
-¿te encuentras bien? le decía.
-no ¡déjame en paz! decía ella.
-veras, las demás chicas están ocupadas y necesito a alguien que me haga un masaje en las piernas (de verdad lo necesitaba).
-¿eres el velocista? preguntó la chica.
-si dije con un gruñido.
La chica abrió la cerradura, la cara de la chica tenia evidentes signos de haber llorado, pero era preciosa y muy joven, unos dieciocho años creo, tenia un dedo exageradamente vendado, se presentó como Ana, la joven puso una toalla limpia sobre la cama y me colocó boca abajo en ella.
Cielos, sentía sus hábiles y suaves manos recorriendo mis agarrotadas piernas, sus dedos recorrían mis gemelos con suavidad casi erótica, me sentía tan bien que me estaba durmiendo de gusto, pero vi en su mesita un medicamento, al fijarme bien vi que era un retrovirus del SIDA.
-¿tienes miedo de contagiar a alguien? le pregunté.
Ella me miró luego miró el medicamento que no tardó en ocultar, después me pidió que no lo dijese a nadie, que ella no había mantenido relaciones con nadie ni ha contagiado a ninguna persona y me suplicó que no lo dijese a nadie.
Sus ojos llorosos me convencieron, le prometí cerrar la boca en ese asunto, pero que ella siguiese con el masaje.
Ella siguió, no creo que me contagie con un masaje, pero su olor, tenia un olor que me excitaba, sentía que mi verga exigía hembra y la única que había en la habitación era Ana.
Vi un preservativo en un envoltorio cerrado, no dudé en abrirlo y me lo puse, le propuse que ella se tumbara, que le haría un masaje muy especial.
Todavía no entiendo como me lanzó fuera de su habitación, antes de cerrar, Ana me dijo estas palabras.
-lo siento, pero no quiero que hagas algo de lo que luego te arrepientas.
No sabía por que, ¿cuánto tiempo debe de haber pasado desde su última relación sexual? Debió ser una eternidad por su carácter, la llamé a la puerta, pero ella me dijo que me fuera entre sollozos, desistí y me fui a pasear, había delante de mi una treintañera que me cortó el paso.
-¿necesitas que haga algo con esto? Cariño decía la chica señalando mi verga.
Era una mujer de generoso pecho, cara de viciosa y pelo rubio, pero, por increíble que parezca le dije que no estaba de humor, me alejé ante la mirada atónita de la mujer, entonces pensé ¿podría consultarlo al obispo? El parecía tener las ideas más claras, pero le prometí no decir nada, fui a mi habitación a pensar sobre eso.
Me tumbé en la cama, recordaba el olor de Ana, el tacto de su piel, las caricias de sus dedos, no tardé en tenerla tiesa de nuevo, cerré los ojos mientras me tocaba.
Me imaginaba a Ana caminando sola por la noche, con su mirada triste, yo me ofrecía a acompañarla, pero ella se aleja, la figura de su cuerpo iluminado por la luna me impulsó a cogerla y llevarla a un rincón desierto, sin que nadie nos escuchase.
Ella me gritaría, pero mi mano en su boca es sustituida por mi boca, la besaría con ganas mientras ella peleaba.
Después de besarla, le taparía la boca con mi mano y succionaría los pechos de la chica, ella pelearía, pero poco a poco su resistencia caería.
Ya me estaba empezando a tocar, mi mano acariciaba suavemente el tronco de mi vigor.
Seguía imaginando a Ana, esta vez le introducía los dedos dentro de ella, ahora no gritaba, sino jadeaba, mis dedos acariciaban su clítoris mientras mis labios presionaban suavemente sus pechos.
Entonces la separaría las piernas, ella me suplicaría que no lo hiciera, que me contagiaría, pero yo le respondería que es un precio pequeño por tener una chica como ella.
Mientras imaginaba como seria de estrecha su concha, me masturbaba con más fuerza.
Me imaginaba su cara llorosa por la culpabilidad, pero llena de gozo por tener la carne de un hombre dentro de ella, yo la bombearía con ganas, sin importarme nada hasta que la llenase de mi simiente.
En ese momento llegué al orgasmo, varios chorros de mi semen alcanzaron al techo.
Jadeando, me puse a pensar que debía hacer, ella no debería pasar la vida sola, era joven y la juventud es alegría, ella debería estar alegre, no ser una fantasma que viviera una vida vacía.
¿Qué podía hacer?